Pluralidad de condenas de inhabilitación

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José-Antonio García-Cruces
Catedrático de Derecho Mercantil
Universidad de Zaragoza
Pluralidad de condenas de inhabilitación concursal sobre un mismo
administrador y posibilidad de evitar su superposición en el mismo
período
(publicado en Anuario de Derecho Concursal, nº 9, 2006, pp. 539 y ss.)
SUMARIO:
I.
ANTECEDENTES
II.
CONSULTA
III.
OPINIÓN LEGAL-1. Planteamiento de la cuestión-2. Presupuestos
para una acertada solución de los problemas objeto de la consulta2.1. Caracterización de la inhabilitación concursal-2.2. Inhabilitación
concursal y vigencia de los principios generales del Derecho
sancionador-3. Posibles soluciones que obvien los resultados a que
conduce la superposición de los períodos de inhabilitación-4.
Conclusiones.
I. ANTECEDENTES
En un concurso de acreedores -tramitado en los mismos autos- de dos
sociedades pertenecientes al mismo grupo la sentencia de calificación dictada
en el concurso de la sociedad A inhabilitó por un período de diez años al
administrador único de la misma, y la sentencia de calificación dictada en el
concurso de la sociedad B inhabilitó por período de seis años a los miembros
del consejo de administración de dicha sociedad cuyo consejero-delegado era
precisamente el administrador único de la sociedad A. Contra cada una de
estas sentencias los interesados han interpuesto recurso de apelación.
II. CONSULTA
En el caso de que la Audiencia provincial desestimara los recursos de
apelación interpuestos, o, al menos, confirmara los pronunciamientos relativos
al administrador único de la sociedad A y consejero-delegado de la sociedad B,
¿cómo se calcularía la duración del período de inhabilitación? ¿Habría que
sumar los períodos de inhabilitación o se superpondría uno al otro?
III. OPINIÓN LEGAL
1. Planteamiento de la cuestión
La acumulación de los concursos de dos sociedades integradas en el mismo
grupo suscita múltiples cuestiones. La que ahora nos ocupa viene a mostrar la
limitada eficacia práctica que tiene la regla dispuesta en el artículo 25.1 de la
Ley Concursal. En sede de calificación, la consideración culpable de dos
concursos ha tenido como consecuencia que una persona física, administrador
1
–único en una de las sociedades y consejero delegado en la otra– de ambas
concursadas, quede inhabilitado. La particularidad radica en que, en virtud del
necesario pronunciamiento judicial, la inhabilitación acordada en un concurso
se fija por un período de tiempo cuya duración es tal que, sin sobrepasar el
máximo legal, viene a subsumir la inhabilitación recaída en el segundo
concurso y cuya duración es, lógicamente, menor. El supuesto descrito pone
en entredicho la bondad de la solución acordada, pues la inhabilitación decidida
en segundo lugar – cuando recae sobre la misma persona y por una duración
inferior a la acordada en primer lugar – carece de toda virtualidad. Ante esta
circunstancia, y respetando las exigencias derivadas de la limitación temporal
máxima –quince años- que dispone la Ley (art. 172.2-2º LC), cabe interrogarse
acerca de las posibilidades que puede brindar el Derecho positivo a fin de
evitar ese resultado que agua cualquier sombra de eficacia de la segunda
condena de inhabilitación.
2. Presupuestos para una acertada solución de los problemas objeto de la
consulta
2.1. Caracterización de la inhabilitación concursal1
Ahora bien, a fin de poder ofrecer una respuesta fundada al problema que se
examina, resulta oportuno partir de unos presupuestos de general aceptación y
que asegurarán la corrección de aquélla. En este sentido, parece oportuno
delimitar, con carácter previo, la caracterización mínima a que responde la
inhabilitación, así como recordar los principios básicos que informan, también
en el ámbito del Derecho Privado, el régimen sancionador.
El Derecho Concursal atiende distintos fines, entre los cuales el protagonismo
ha de atribuirse a la satisfacción, lo más eficiente posible, del interés de los
acreedores sobre los que la insolvencia muestra sus resultas. Pero, también, y
de acuerdo con el estado de nuestro Derecho positivo, es indudable que la
normativa concursal puede cumplir una función sancionadora de aquellos
comportamientos que, producidos en torno a la insolvencia, merecen el
reproche social. Esa tarea se descarga en una de las secciones de las que
conforman el juicio universal bajo el rótulo de “La calificación del concurso”. Si
ese reproche se alcanza como resultado de tal sección, el concurso, entonces,
se calificará como culpable.
La calificación del concurso como culpable despliega distintas consecuencias
que detalla el artículo 172 de la Ley Concursal. Entre éstas, y en lo que ahora
interesa, ha de destacarse la inhabilitación del concursado y de “las personas
afectadas por la calificación”2, efecto que en el texto de la Ley Concursal tiene
carácter tanto necesario como personal y temporal. Desde luego, este último
carácter es evidente, pues expresamente la Ley advierte de la duración mínima
pero, también, de la máxima (“durante un período de dos a quince años”) que
puede comprender la inhabilitación.
1
Sobre todos estos aspectos reitero y sintetizo cuanto ya expusiera en mi monografía La
calificación del concurso, Cizur Menor (Aranzadi), 2004, en particular pgs. 149 y ss.
2
Sobre tal concepto, v. GARCÍA-CRUCES, J.A.: La calificación del concurso, pgs. 114 y ss.
2
Por otro lado, la inhabilitación3, en cuanto efecto propio de la calificación del
concurso como culpable, tiene carácter necesario, pues la sentencia habrá de
incorporar este efecto siempre y cuando medie la previa calificación de
culpabilidad del concurso y en el momento en que se dicta existan sujetos
sobre los que tal efecto pueda recaer. Si la sentencia contiene los dos primeros
pronunciamientos -calificación del concurso como culpable y determinación
subjetiva del concurso culpable- el juez del concurso está obligado a hacer
recaer esa pena de inhabilitación sobre tales sujetos4.
En último lugar, la inhabilitación también tiene carácter personal. Con esta nota
se quiere poner de manifiesto el ámbito sobre el que despliega sus efectos, y
que no es otro que el de las facultades que asisten a quien la sufre.
Recuérdese que los efectos de la inhabilitación concursal vienen referidos a la
3
El empleo del término inhabilitación en la Ley Concursal puede entenderse correcto y, sin
embargo, su significado es muy diferente a aquél que le era propio en el Código de Comercio.
Como es de todos conocido, en la legislación ahora derogada se advertía una norma general
de inhabilitación del quebrado vinculada a la propia declaración de quiebra (art. 878-I CCom),
de tal modo que los actos que éste viniera a realizar incumpliendo la misma devenían nulos
(art. 878-II CCom). Por otra parte, se disponía un conjunto disperso de prohibiciones o
interdicciones legales, entre las que cabe recordar la interdicción tanto para el ejercicio del
comercio (art. 13.2º CCom) como para ser administrador de patrimonios ajenos (los quebrados
no podían “tener cargo ni intervención administrativa o económica en compañías mercantiles o
industriales” prohibición que se reiteraba en el artículo 124 LSA, aplicable a otros tipos sociales
en virtud de la previsión de los arts. 11 LSRL y 152 CCom; prohibición para ser tutor o
desempeñar instituciones de guarda de menores e incapacitados ex arts. 244, 291 y 301 CC;
prohibiciones para ocupar cargos y puestos que tienen su origen en el Derecho público; etc.)
En todo caso, cabe destacar cómo tanto la inhabilitación como las interdicciones legales, pese
a su distinto origen y finalidad, se vinculaban en el Derecho codificado no a la calificación –
fraudulenta - que mereciera la quiebra sino, por el contrario, eran consecuencia de la misma
declaración y apertura del juicio universal, de acuerdo con la concepción – cuasi infamante –
que manifestaba tanto el Código de Comercio como la Ley de Enjuiciamiento Civil de 1881. Los
efectos anudados a los actos contrarios tanto a la inhabilitación – que cesaba con el fin del
procedimiento (cfr. arts. 1246, 1294 y 1313 LEC 1881) – como a las interdicciones legales que
recayeran sobre el quebrado– y que se mantenían tras la conclusión del juicio universal, pues
sólo se extinguían como consecuencia de la rehabilitación (art. 922 CCom y art. 1174 Ccom de
1829) – eran la nulidad de los actos llevados a cabo en contra de tales prohibiciones. En todo
caso, y en lo que ahora nos interesa, la calificación no tenía vinculado ningún efecto de
inhabilitación, pues éste se atribuía a la declaración de quiebra y obedecía a una finalidad
vicaria del procedimiento universal, por lo que se extinguía aquél como consecuencia de la
finalización de éste, sin ser necesario – por tanto – proveer a la organización de una tutela o
institución semejante, que se encargara de la administración del patrimonio del quebrado. Por
otra parte, no existía previsión alguna para extender esa inhabilitación a los administradores o
liquidadores de la persona jurídica quebrada. Ante esa imprevisión, se producía un distinto – e
injustificado – tratamiento del deudor en razón de que fuera persona física o jurídica, tal y como
fue oportunamente denunciado.
4
Este carácter necesario no debe entenderse como una suerte de regla gobernada por un
automatismo que anule cualquier labor judicial. El juez deberá especificar para cada sujeto de
los afectados la duración de la inhabilitación que, no conviene olvidarlo, no podrá ser inferior a
dos pero tampoco superior a quince años. Para concretar este límite temporal, el juez deberá
atender a las circunstancias concurrentes en el procedimiento universal y que se hubieran
adverado durante la sustanciación de la sección de calificación, teniendo especial relieve el
concreto actuar de los distintos sujetos afectados, en particular en lo que hace al dolo o a la
culpa grave con que actuaron, así como la dimensión patrimonial del estado de insolvencia y el
grado de afección de terceros.
3
prohibición “para administrar los bienes ajenos ...., así como para representar o
administrar a cualquier persona durante el mismo período”5. Por lo tanto, no
cabe duda alguna de que la inhabilitación ordenada en el artículo 172.2-2º ha
de referirse, exclusivamente, a la administración de patrimonios ajenos y a la
representación de terceros por parte del inhabilitado6.
5
La afirmación que se hace en el texto es sustancialmente correcta. Pero, también, puede - y
debe - ser objeto de una matización, so pena de desconocer el verdadero alcance de la
inhabilitación allí ordenada. Es cierto que las “personas afectadas por la calificación” que fueran
inhabilitadas no verán como se extiende tal sanción respecto de sus bienes propios. Pese a
ello, tal inhabilitación sí ha de surtir algunos efectos respecto de las facultades, en principio no
restringidas, de administración y disposición que asistan a estos sujetos respecto de su propio
patrimonio. Y, en este sentido, no habrá que olvidar cuanto señala la disposición final 2ª del
texto legal, que da una nueva redacción al artículo 13-2º del Código de Comercio, la cual hace
recaer una prohibición para el ejercicio de comercio, así como para tener “intervención directa
administrativa o económica en compañías mercantiles o industriales”, sobre “las personas que
sean inhabilitadas conforme a la Ley Concursal mientras no haya concluido el período de
inhabilitación fijado en la sentencia de calificación del concurso”. Repárese que esta prohibición
de ejercicio de comercio no recae sólo sobre el concursado sino, mejor, sobre todos aquellos
sujetos que resultaran inhabilitados en virtud de la sentencia de calificación. Por lo tanto, me
parece que carecería de sentido esta prohibición si limitáramos el alcance de la inhabilitación a
aquél que sugiere una primera y literal lectura del artículo 172.2-2º de la Ley Concursal. En
efecto, los inhabilitados conservarán sus facultades de disposición sobre el patrimonio formado
por los bienes propios pero, también, la Ley Concursal incorpora una limitación de carácter
finalista, pues no podrán disponer de tales bienes para llevar a cabo una actividad - el ejercicio
de comercio - que les viene impedida “ministerio legis”. Repárese que esta prohibición se
completa y desarrolla en otros textos que también han sido modificados por la Ley Concursal.
En este sentido, el apartado 1 de la disposición final 20ª de la Ley Concursal, por el que se da
nueva redacción al artículo 124 de la Ley de Sociedades Anónimas, advierte que “no pueden
ser administradores, (…) las personas inhabilitadas conforme a la Ley Concursal mientras no
haya concluido el período de inhabilitación fijado en la sentencia de calificación del concurso”.
La misma regla se sanciona para los administradores de sociedades de responsabilidad
limitada, a tenor de la nueva redacción del artículo 58.3 de la Ley de Sociedades de
Responsabilidad Limitada, dada en virtud del apartao 1 de la disposición final 21ª de la Ley
Concursal. De igual modo, la disposición final 22ª de la Ley Concursal da una nueva redacción
al artículo 41-d) de la Ley de Cooperativas, de tal modo que no podrán ser consejeros ni
interventores “las personas que sean inhabilitadas conforme a la Ley Concursal mientras no
haya concluido el período de inhabilitación fijado en la sentencia de calificación del concurso”.
En igual sentido, el párrafo segundo del artículo 43.2 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Sociedades de Garantía Recíproca, en su nueva redacción dada por el apartado 1 de la
disposición final 23ª de la Ley Concursal, excluye, con todas las consecuencias previstas en
esta Ley, la honorabilidad comercial y profesional de quienes fueran inhabilitados como
consecuencia de la sentencia de calificación del concurso. También, la disposición final 24ª de
la Ley Concursal, por la que se modifica el artículo 8.2-c) de la Ley de Entidades de Capital
riesgo, sanciona igual prohibición para los inhabilitados en virtud de la sentencia de calificación
concursal. Para las entidades de seguros, puede verse el artículo 15.3-a) de la Ley de
Ordenación y Supervisión de los Seguros Privados, en su nueva redacción dada por el
apartado 1 de la disposición final 27ª de la Ley Concursal, y para las empresas de servicios de
inversión, el artículo 67.2-g) de la Ley de Mercado de Valores, en la redacción dada por el
apartado 3 de la disposición final 18ª de la Ley Concursal.
6
Se ha señalado que “no deja de resultar paradójico que habilitado para la administración de
su personal pecunio se vea privado de hacer lo mismo respecto de patrimonios de ajena
pertenencia, Más bien parece que asistimos a un error de trascripción en el BOE que precisaría
de la oportuna norma sobre corrección de erratas. Máxime cuando la Disposición Final
segunda ha modificado, de forma muy razonable y congruente, el apartado 2º del artículo 13
del Código de Comercio…” (PÉREZ DE LA CRUZ, A.: <<Reflexiones sobre la calificación del
concurso y sus consecuencias en la nueva Ley Concursal>>, en Estudios sobre la Ley
Concursal. Libro Homenaje a Manuel Olivencia, tomo V, Madrid (Marcial Pons), 2005, pgs.
4
La inhabilitación dispuesta en cuanto efecto de la calificación culpable del
concurso responde a una doble finalidad, pues ésta es tanto sancionadora
como preventiva, ya que se trata de reprimir al sujeto por la actividad
desplegada y, a la vez, disponer de un mecanismo que impida reiterar la
actuación desarrollada. Esta idea ya estaba presente, con los matices que sean
necesarios y en otro contexto, en la normativa concursal ahora derogada. Así,
nuestra doctrina no dudaba en afirmar, en relación con el Código de Comercio,
esa doble finalidad de las interdicciones legales, y, utilizando la terminología
propia del Derecho penal, se destacaba cómo junto con la pura sanción,
también implicaban un límite para la comisión de fraudes y abusos, e incitaban
a una mayor diligencia a fin de evitar el desbalance, pues su significado era tal
que suponía la limitación de derechos y facultades que podrían recaer sobre
los sujetos afectados, a la vez que tendían a evitar la perpetuación del posible
daño impidiendo a estos sujetos que pudieran volver a realizar aquellas
conductas que eran reprobadas.
2.2. Inhabilitación concursal y vigencia de los principios generales del Derecho
sancionador
Bastará con lo expuesto para concluir en el carácter de sanción que debe
atribuirse a la inhabilitación ordenada por la Ley Concursal. En efecto, será
suficiente con recordar el contenido material de esta condena para adverar tal
consideración. En este sentido, no estará de más advertir que la inhabilitación
no encierra un supuesto de incapacitación, pues el inhabilitado conserva su
capacidad de obrar y sus efectos se reducen a un ámbito concreto, referido a la
representación de terceros y la administración de patrimonios ajenos, así como
a la interdicción de ejercer el comercio y las prohibiciones acogidas en la
legislación societaria. Por ello, la inhabilitación se explica como prohibición de
hacer -deber de abstención- cuya eficacia, dado el silencio legal, se asegura
con la regla de nulidad ex artículo 6.3 del Código Civil, dado su significado
sancionador.
5009 y 5010. Lo cierto es, sin embargo, que –pese a lo que pudiera parecer– no existe error en
la redacción final dada a la norma. En el Proyecto presentado ante las Cortes Generales,
siguiendo – en cierto modo – nuestra tradición, se advertía que, como consecuencia del
enjuiciamiento culpable del concurso, la inhabilitación comprendía la prohibición de “administrar
los bienes propios o ajenos durante un período de cinco a veinte años, así como para
representar o administrar a cualquier persona durante el mismo período”. Ahora bien, el
planteamiento inicial acerca de los efectos anudados a la inhabilitación sufriría alguna
alteración importante. En efecto, la enmienda 557 presentada por la minoría catalana en el
Congreso de los Diputados propuso tal exclusión y, al parecer, fue aceptada. Aún así, en el
texto remitido por el Congreso al Senado podía subsistir la duda, pues no se modificó la
previsión del antiguo artículo 173, 1 del entonces Proyecto de Ley, resultando necesario - la
norma advertía que “en todo caso” – que se nombrara un curador para administrar el
patrimonio propio de quien hubiera sido inhabilitado en virtud de la sentencia de calificación,
pese a que la inhabilitación no condujera a tal efecto. Ante la constatación de la incongruencia
que mediaba entre ambas normas, se decidió la supresión de este primer apartado del artículo
173 del Proyecto en el Senado, viniéndose a eliminar cualquier duda, de tal modo que la
inhabilitación ordenada en la norma debía ya referirse, exclusivamente, a la administración de
patrimonios ajenos y a la representación de terceros por parte del inhabilitado.
5
Ahora bien, la aplicación de una sanción ha de actuarse de acuerdo con unas
exigencias que conforman el llamado Derecho sancionador y cuyo alcance no
deja de suscitar dudas. El carácter necesario de los principios y reglas que
disciplinan la normativa sancionadora plantea el interrogante de cual pueda ser
su alcance, en el sentido de si resultan también aplicables y requeridas tales
exigencias cuando la sanción viene impuesta por el Derecho privado. Esta
cuestión plantea delicados problemas que ahora no pueden – ni deben – ser
enfrentados, pues careciendo de unas normas generales que disciplinen – e,
incluso, caractericen mínimamente – las sanciones de Derecho privado, son
dables supuestos en los que el análisis de estas penas civiles conduzcan a
resultados muy dispares. Por ello, habrá que concretar el enfoque por
referencia – tal y como ocurre con la inhabilitación concursal – a aquellas
sanciones que encierran una prohibición de hacer.
De acuerdo con esta delimitación, me parece que no habrá muchas dudas para
afirmar la vigencia de un principio de legalidad en lo que hace a la inhabilitación
concursal, pues así lo impondría el artículo 9.3 de la Constitución. El alcance
de tal principio, conforme enseña la jurisprudencia constitucional (vid., ad ex., y
aunque referidas a otros órdenes normativos, SSTC 151/97 y 232/97),
abarcaría tanto su aspecto formal – sin norma no cabe sanción - como material,
pues será la norma positiva necesariamente la que delimite el alcance y
consecuencias de la sanción.
Por otro lado, las restricciones singulares – prohibiciones de hacer – no sólo
precisan de una norma que las sancionen, sino que, además, son de
interpretación estricta sin que sea posible su aplicación analógica. En este
sentido, debe señalarse cómo es lugar común en la doctrina y jurisprudencia
referir que el término “leyes penales” que acoge el artículo 4.2 del Código Civil,
no debe interpretarse en un sentido estricto, dando también cabida a las
sanciones civiles (ad ex. arts. 111 y 852 CC), identificándose así en el propio
Código como “penalidades civiles” (cfr. disp. tr. 3ª CC)
En conclusión, cualquier solución que se ensaye al problema que nos ocupa
deberá ser respetuosa tanto de las exigencias derivadas del principio de
legalidad como de la interdicción de la aplicación analógica y la necesaria
interpretación restrictiva acerca del alcance de las sanciones civiles.
3. Posibles soluciones que obvien los resultados a que conduce la
superposición de los períodos de inhabilitación
A diferencia de cuanto sucediera con cualquiera de los otros efectos que tiene
anudada la calificación culpable de los concursos acumulados y que recaen
sobre una misma persona, la superposición de las condenas de inhabilitación
extingue cualquier eficacia – tanto represiva como preventiva – de aquélla que,
por su duración, quedara subsumida en la de mayor alcance temporal. A fin de
evitar ese resultado, en el que quedaría aguada la finalidad perseguida con
cuanto dispone el artículo 172.2-2º de la Ley Concursal, cabe ensayar dos
soluciones que, desde ahora, me atrevería a calificar de “imaginativas”.
6
La primera solución que podría pensarse y que, desde luego, hay que
descartar, sería la de una aplicación analógica de aquellas normas que en
nuestro Derecho positivo disciplinan la acumulación de sanciones dada la
concurrencia de diversas infracciones cometidas por un mismo sujeto.
Utilizando una terminología propia del Derecho penal nos encontraríamos ante
una suerte de concurso real de infracciones que, lógicamente, darían lugar a
una pluralidad de sanciones. En tal supuesto, la regla a seguir, aun cuando
sólo sea en razón de un estricto criterio de justicia material, sería el de la
acumulación de las sanciones que reprimieran los distintos ilícitos. Ahora bien,
esa acumulación se actuará de forma simultánea, salvo que en razón de la
naturaleza de las sanciones venga impedida. Cuando así suceda, la única
solución posible será la acumulación sucesiva.
Estos criterios se plasman en nuestro Derecho positivo en el ámbito penal,
pues en los concursos reales de delitos la regla general es la de la acumulación
simultánea de las penas (art. 73 CP), reservándose la acumulación sucesiva
para aquellos supuestos en la que la requerida simultaneidad devenga
imposible como consecuencia de las penas a imponer (art. 75 CP) Si la
acumulación que procediera tuviera carácter sucesivo, el Derecho positivo
dispone que las penas se cumplirán atendiendo el orden de su gravedad, en
cuanto sea posible, señalándose en estos supuestos, además, factores de
corrección (art. 76 CP), a fin de transformar la acumulación material en
acumulación jurídica.
Desde luego, la injusticia de los resultados a que conduciría la superposición
de las condenas de inhabilitación concursal que sufriera una misma persona
llevaría a pensar en la necesidad de articular su acumulación sucesiva,
pudiendo considerarse la conveniencia de actuar un factor de corrección por
referencia al máximo legal que el artículo 172.2-2º de la Ley señala para su
duración (quince años)
Sin embargo, es evidente la improcedencia de cualquier actuar en este sentido.
El significado de sanción que tiene la inhabilitación concursal así como la
naturaleza de las normas penales arrastran la aplicación de los principios
anteriormente señalados – principio de legalidad, interdicción de la aplicación
analógica – impidiendo tal solución al problema que se examina.
Ante este resultado, cabría intentar el ensayo de una segunda solución, a
través de la cual poner remedio a la injusticia de los resultados de superponer
los dos períodos de inhabilitación. En este sentido, podría pensarse en la
posibilidad de que el juez que acordara la inhabilitación determinara una
segunda fecha para el comienzo del cómputo de la inhabilitación recaída en
segundo lugar. De este modo, en la segunda sentencia de calificación el juez
podría disponer una fecha, necesariamente posterior al cumplimiento del
período acordado para la primera inhabilitación, a fin de iniciar el cómputo de la
condena de duración inferior. Con ese proceder, si es que fuera posible,
vendría a conseguirse un resultado práctico similar al de la acumulación
sucesiva de las sanciones.
7
Ahora bien, esta solución presenta graves objeciones y, como se indicará a
continuación, no puede ser aceptada. Es cierto que, quizás, una lectura
superficial de la Ley Concursal podría ayudar a justificar una solución como la
que se contempla, pues la concreción del período de inhabilitación se confía a
la prudencia judicial atendiendo, “en todo caso, a la gravedad de los hechos y a
la entidad del perjuicio”. Pero este último argumento no sería acertado, ya que
vendría a desconocer cuál es la razón de ser y el objeto sobre el que se
proyecta el arbitrio judicial y que es no tanto el momento en que surten los
efectos de la condena como la concreción de su duración.
La posibilidad descrita ha de ser rechazada, pues el juez no tiene la facultad de
postergar los efectos de la sentencia de condena que dictara y que pusiera fin
a la sección de calificación del concurso. En este sentido, no habrá que olvidar
el carácter de excepción que en nuestro Derecho procesal civil tienen las
condenas de futuro7 (cfr. art. 220 LEC) y que se justifica en la imposibilidad
material del cumplimiento de lo acordado8. De tal carácter, la única conclusión
que puede inferirse es la de la inmediata exigibilidad de la condena acordada
en la sentencia, resultando la misma indisponible para el propio tribunal que la
hubiera dictado, que siempre por ella queda vinculado (art. 207.3 LEC). Por lo
tanto, los efectos de la sentencia de condena derivan de sí misma, sin
posibilidad de postergación alguna, siempre y cuando fuera factible el
cumplimiento de acordado por quien resultara en ella condenado.
4. Conclusiones
Todas las consideraciones anteriores conducen a la afirmación de la inutilidad
de la segunda condena – la de duración inferior – de inhabilitación concursal.
La imprevisión del legislador obliga a tal resultado, quedando vedada cualquier
otra solución, dada la naturaleza sancionatoria que de aquélla ha de
predicarse.
El problema analizado no tenía razón de ser en la legislación anterior, dado que
la normativa concursal entonces vigente impedía la posibilidad de tal supuesto
de hecho, pues no resultaba posible – dentro del juicio universal – el
enjuiciamiento y represión de otras conductas que no fueran las del quebrado,
vinculándose tanto las prohibiciones legales a un acto formal como era la
declaración de quiebra.
Pero, también, la consideración de esta particular cuestión viene a adverar
otras dos ideas. Si durante la vigencia de la normativa ahora derogada se
denunció – y era lugar común – el protagonismo que las normas concursales
daban al comerciante individual y el desconocimiento de la persona jurídica, la
Ley Concursal, superando tal defecto, no ha obviado otro importante defecto.
Así, si la centralidad en el nuevo Derecho Concursal – probablemente no con
toda la intensidad que hubiera sido necesaria – ya corresponde a las personas
7
Cuya nota característica radica en el hecho de que en el momento de interponerse la
demanda y, en todo caso, en el de dictarse la sentencia resulta imposible la ejecución de la
prestación, dada su inexigibilidad, total o parcial.
8
Sobre la licitud de estas sentencias de condena y su justificación, v. STC 194/1993.
8
jurídicas, el legislador ha olvidado en el camino la búsqueda de soluciones
adecuadas cuando la insolvencia se produce en una situación de grupo. Desde
luego, las escasas normas que la Ley dedica a tal problema, y su limitada
eficacia práctica, así lo vienen a acreditar. Por otro lado, las –innegablesimperfecciones técnicas de que adolecen los artículos 163 y siguientes de la
Ley Concursal en materia de calificación, hacen sentir la urgencia no sólo de la
necesidad de su superación sino, también, de su limitada eficacia práctica en
supuestos de grupo, tal y como acabamos de comprobar.
Por todo ello, no resta más que concluir respondiendo que, en el estado actual
de nuestro Derecho Concursal, y ante el supuesto enjuiciado, no resulta posible
acumular o sumar los períodos de inhabilitación, ni siquiera respetando el
máximo legal dispuesto en el artículo 172.2-2º de la Ley Concursal, debiendo
superponerse ambos, deviniendo ineficaz la sanción de inhabilitación concursal
de duración inferior.
Este es mi parecer que gustosamente someto a otro mejor fundado en
Derecho.
9
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