La acrobacia programática de los socialpatriotas

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La acrobacia programática
de los socialpatriotas
Rosa Luxemburg
Publicado por Matxingune taldea en 2014
Tabla de contenidos
I ................................................................................................................................. 1
II ................................................................................................................................ 3
III ............................................................................................................................... 6
I
Junto a las obligaciones generales que el orden económico y político de la sociedad actual les confiere,
los partidos socialistas de los distintos países tienen planteadas tareas específicas: llevar a cabo de una
u otra forma la ideología heredada a través de las luchas precedentes y la historia política del país;
así, desde su nacimiento, la socialdemocracia alemana se encontró enfrentada al difícil problema de
la unidad alemana; la socialdemocracia francesa, al ideal de la república heredado de la democracia
pequeño-burguesa; la socialdemocracia rusa, a la tradición de desarrollo histórico «natural» de Rusia.
Desde el principio, la socialdemocracia polaca tenía como tarea llevar a cabo la herencia histórica de
la nobleza polaca, es decir, encontrar una solución a la cuestión nacional.
Ya los primeros pasos del movimiento obrero polaco encuentran su origen en la negación categórica
a responder al problema de las nacionalidades. La socialdemocracia, que desde los años noventa ha
confrontado a la socialdemocracia europea occidental con los problemas del proletariado polaco en
lucha, completa la actitud negativa de los socialistas polacos respecto a la cuestión nacional con un
programa político positivo: lucha común con el proletariado de cada una de las potencias ocupantes
por la democratización de las condiciones políticas comunes, y en el Reino Unido, en particular, lucha
por el derrocamiento del zarismo y la obtención de una constitución.
Paralelamente al auténtico movimiento de la clase obrera polaca han existido desde muy pronto las
naturales tentativas de alianza entre el socialismo y el patriotismo, que han dado un tinte nacional a
este movimiento, internacional en su esencia. En el umbral de los años ochenta el grupo «Pobudka»
hizo una tentativa de este tipo en París, y después de su desaparición, en el transcurso de los años
noventa, el autodenominado Partido Socialista Polaco1 reemprendió esta tarea.
El socialpatriotismo en su nueva forma es, con mucho, más pretencioso de lo que fue el modesto
«Pobudka» parisiense. Si éste enarboló abiertamente la enseña del águila blanca polaca, a la que el rojo
pálido no le servía más que de fondo, sus herederos actuales se presentan como un partido socialista
obrero auténtico, que sólo es movido por motivos políticos cuando impone a los obreros la tarea de
1
El Partido Socialista Polaco (P.P.S.) pasa a ser claramente nacionalista cuando dos de sus grupos se unen a la Federación de Trabajadores
Polacos y a los retos de «proletariado», cuyo resultado será la fundación del Partido Socialdemócrata del Reino de Polonia en el año 1893;
sus principales dirigentes fueron, con Rosa Luxemburg y Leo Jogiches, Adolf Warski y Jilan Marchlewski, todos miembros del consejo de
redacción de Sprawra Robotnicza, que hasta ese momento había sido el órgano del P.P.S.
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restaurar Polonia. Si el «Pobudka» nació abierta y honestamente cubierto con la Konfederatka, el
P.P.S. actual va a la guerra contra la anexión cubierto con una boina obrera. Veamos en qué medida
se esconde realmente el espíritu del socialismo moderno bajo esta moderna indumentaria.
De acuerdo con los principios de Marx y Engels, aceptados hoy en buena medida por el movimiento
obrero, cada programa que reivindique el nombre de «socialista» debe ser conforme a una verdadera
exigencia de socialismo científico y, ante todo, tener una verdadera motivación científica.
La inflexión que las teorías de Marx han suscitado en la historia del pensamiento socialista y en el
movimiento obrero, se funda en el hecho de que reemplazaban las aspiraciones socialistas basadas
únicamente sobre la idea de justicia y de bien común, sobre la inmoralidad del sistema capitalista,
en una palabra: sobre la necesidad imaginada de diversas formas, por aspiraciones fundadas en el
desarrollo objetivo de la sociedad burguesa; sobre la necesidad histórica, que tiene su origen a fin de
cuentas, en el desarrollo económico. Desde este momento, las aspiraciones socialistas y el movimiento
obrero se confundieron y constituyeron juntas una fuerza histórica consciente de sus objetivos, que
avanza con el fatalismo de las leyes naturales (un ejemplo de este fenómeno en su forma más pura es
el crecimiento casi geométrico de la socialdemocracia alemana).
Hoy no se encuentra ya ningún partido socialista que, al menos conscientemente, no encare el
provenir del socialismo según el esquema indicado aquí arriba. Ciertamente en las filas de la
socialdemocracia se pueden constatar hoy corrientes aisladas, que se inclinan hacia un idealismo
caduco en la justificación de las aspiraciones socialistas (Berstein y sus consortes); pero incluso estos
reanimadores de la utopía rinden homenaje a la ideología marxista dominante negando su utopismo
con obstinación, convencidos de ser los más fervientes adeptos del materialismo histórico.
No obstante, hoy nos encontramos con que tras una justificación científica del objetivo final, muchos
creen poder justificar su llamado programa mínimo inmediato empleando el antiguo método, es decir,
razonar en términos de necesidad absoluta, de utilidad, etc. En realidad, la conexión interna entre
el programa mínimo y el objetivo final del socialismo es tan grande, que no puede aceptar una
justificación tan diferente de las dos partes del programa socialista.
Porque si consideramos el programa socialista desde el punto de vista histórico, y es el único racional,
si encaramos la aspiración al socialismo en la perspectiva del desarrollo histórico de la sociedad
burguesa, del que la clase obrera adopta conscientemente ciertos fenómenos fundamentales dándoles
una expresión política a través de la lucha de clases, comprenderemos que el programa mínimo de un
partido socialista no puede representar otra cosa que etapas históricas en el desarrollo de la sociedad
actual hacia la revolución socialista.
La identidad del programa mínimo y el programa máximo de un partido socialista debe lógicamente
corresponder a esta constante que el proletariado ha afirmado en el transcurso de sus luchas. En
una palabra: el programa inmediato (mínimo) de los socialistas de cada país debe estar justificado
absolutamente de la misma manera que el objetivo final, es decir, estar fundado sobre el desarrollo
económico-político y sobre la necesidad histórica.
Pero si este programa se apoya sobre el esquema general de la sociedad burguesa, que es la misma
en Inglaterra, en Rusia, en Alemania, en España, en Francia y en los Estados Unidos, el programa
inmediato debe tener en cuenta las particularidades económicas, políticas e históricas de cada país, es
decir, debe basarse en el desarrollo económico-político específico del país en cuestión.
La historia del programa agrario de la socialdemocracia alemana prueba que los partidos socialistas
que están en la vanguardia del movimiento obrero europeo siguen este principio. De forma análoga,
la socialdemocracia rusa se ha impuesto como primera tarea la destrucción de zarismo y la lucha por
una constitución, no tanto porque lo juzgue necesario para el desarrollo ulterior de la lucha de clases,
sino, sobre todo, porque el desarrollo material del Estado ruso conduce lógicamente a la bancarrota
del gobierno autocrático en tanto que necesidad histórica.
Partiendo de esta concepción nos planteamos la cuestión de la justificación del programa socialpatriota, es decir, de la restauración de Polonia.
Todos los que hayan seguido la historia de los socialistas polacos desde las primeras manifestaciones
de la línea patriota en 1893 deben convenir en que ésta ha estado sujeta a fluctuaciones hasta el
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último momento, que tanto el contenido como la justificación del programa de independencia polaca
sufrían continuas modificaciones, que casi cada adepto a esta línea concebía de una manera diferente.
Para unos, la independencia polaca debía constituir el programa máximo que sería realizado por
la victoria del proletariado sobre el sistema burgués. Otros la concebían como una etapa pasajera,
como un programa medio, entre el programa mínimo y el programa máximo, a realizar, si fuera
posible, cuando la clase obrera «no es todavía lo bastante fuerte» para arremeter seriamente contra la
sociedad actual, pero es ya lo «bastante fuerte» para derribar a las tres potencias aliadas que se reparten
Polonia. En esta versión del social-patriotismo, la constitución rusa estaba perfectamente de acuerdo
con la independencia polaca, en el sentido en que ésta era su primera etapa. Otros consideraban la
restauración de Polonia como la reivindicación mínima del proletariado polaco y paralela al papel que
la socialdemocracia polaca había asignado a la lucha por una constitución. Aunque esta modalidad
es el recién nacido del socialpatriotismo, se ha convertido en predominante y puede ser considerada
como el verdadero programa de esta línea.
Sin embargo, si bien la formulación de las aspiraciones políticas del PSP han tomado tal o cual
aspecto definitivo, en la justificación de esta política arcaica constatamos la fluctuación permanente
y la ausencia de una concepción clara y limpia. Resumiendo, hasta hoy el partido socialista no ha
propuesto ninguna justificación oficial y homogénea de su programa político. Entre toda la voluminosa
literatura de esta línea podemos buscar en vano un trabajo que justifique el programa del Partido
Socialista Polaco. Sólo encontraremos afirmaciones dispersas aquí y allí, un puñado de vagas pruebas
destinadas a defender este programa. Ya el análisis crítico de estas justificaciones programáticas,
emitidas ocasionalmente, demuestra que la ausencia de una motivación verdadera y unitaria del social
patriotismo no es fortuita, sino más bien la consecuencia natural de una situación de hecho.
II
La prueba más antigua, y al mismo tiempo la más frecuente citada, es la que arguye que la debilidad
del movimiento obrero, así como la ausencia de una fuerza revolucionaria en Rusia capaz de derrocar
el zarismo muy a corto plazo, hace ilusoria toda esperanza de conquistar las libertades democráticas.
Con esta argumentación se establecía una dudosa línea lógica entre el «Proletariado»2 muy antipatriota
y sus sucesores patriotas. La actitud puramente negativa del partido del «proletariado» respecto a las
aspiraciones nacionales polacas no habría tenido más causa que la ceguera de los primeros socialistas
polacos y la sobreestimación del significado del movimiento revolucionario en Rusia. Cuando tras la
ruina del «Narodnaja Volja»3 en Rusia comenzó a reinar una paz revolucionaria, entonces -según este
razonamiento- los socialistas polacos debían llegar a la convicción de que para ellos el único cambio
revolucionario pasaba por la separación de Rusia.
Sin entrar en el valor histórico y lógico de estos métodos que tratan de adosarse al «proletariado»
ardientemente internacionalista, vamos a ocuparnos de juzgar la principal prueba ofrecida por el
socialpatriotismo.
La disparidad geográfica, por decirlo así, entre la justificación y el mismo programa a que esta
justificación debía servir de fundamento, es a lo que de inmediato salta a la vista. Cuando se trata de la
independencia polaca, en tanto que tarea política de la clase obrera, toda persona de juicio comprende
hoy que por «Polonia independiente» no se entiende tal o cual territorio ni una caricatura napoleónica
del Estado a imagen del «Gran Ducado de Varsovia», sino una Polonia aproximativamente étnica, una
Polonia que englobe las tres partes. Que no es otra la forma en que los partidarios del socialpatriotismo
conciben al asunto, queda probado por el hecho de que se esfuercen en formar un solo partido político
en las tres provincias ocupadas llevando una política común.
Aunque el programa de reconstrucción de Polonia concierne naturalmente a las diferentes partes de la
antigua República, la exposición de los motivos no se refiere más que a una sola: el reino de Polonia.
2
Partido socialista, revolucionaria, fundado en Polonia en 1882. Rosa Luxemburg se afilió a él un año después que sus principales dirigentes:
Bardowski, Kunicki, Ossowki y Petrusinski, fueran procesados y finalmente colgados el 28 de enero de 1886.
3
Narodnaia Volia (La Voluntad del Pueblo), fundada en 1879 tras la división de «Zemlia i Volia» (Tierra y Libertad), tenía un programa
populista, utópico, que incapacitó a la organización para conectar con el movimiento de masas revolucionario ruso y derivó en sus acciones
al terrorismo. El gobierno zarista, por medio de provocadores y una brutal represión, aniquiló a la organización, que se disgregó después de
1881, siendo inútiles todos los intentos posteriores por reavivarla.
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¡La ausencia de un movimiento revolucionario en Rusia, evidentemente, no puede constituir una razón
seria para separar Galitzia de Austria o el Gran Ducado de Poznan y Prusia Oriental de Alemania! Las
provincias polacas pertenecientes a Austria y a Prusia deberían, pues, querer separarse definitivamente
de las potencias que se las reparten sólo por gusto. Por otra parte, es cierto que uno de los socialpatriotas
más fanáticos -Veto- se levanta más particularmente contra Austria y presenta toda una serie de pruebas
para justificar una «separación de Galitzia». Pero el nido que Veto dejó en un vuelo de águila renegó
solemne y oficialmente de él al mismo tiempo que de su argumentación, comprometedora para el
partido socialpatriota (puede que sea porque su argumentación era demasiado sincera y muy poco
diplomática). Sea como sea, no se han dado otras razones, ni en Galitzia ni en Prusia, para justificar
la aspiración a una Polonia independiente, de suerte que hasta hoy el programa de independencia no
está motivado más que en lo que se refiere a la tercera provincia.
Esto no es todo: afirmamos incluso que la alegación concerniente a la parte rusa conduce -tras una corta
reflexión- a resultados opuestos a los de las otras dos. Si la prueba principal de la necesidad de una
separación del zarismo reside realmente en la superioridad -tantas veces citada- cultural, económica y
política del reino sobre Rusia, las cosas son diferentes en Poznan, en Prusia y en Silesia Superior. Ni
el más fanático enemigo de Alemania puede negar que en estos territorios la población es inferior en
todos los aspectos al pueblo alemán. Si consideramos el movimiento obrero ruso como una empresa
impotente y abandonada, que nos resulta más un estrobo que un digno aliado, la clase obrera alemana,
por el contrario, está a la cabeza del mundo entero, mientras que el movimiento socialista polaco va a
remolque mucho más atrás. ¡Si en Rusia la esperanza de conquistar las libertades políticas elementales
es tan débil, nosotros, en cambio, sacamos el mayor provecho de las instituciones parlamentarias,
tenemos la mejor baza para la lucha política: el sufragio universal, que, por otra parte es utilizado
de forma mucho más inteligente por el pueblo alemán que por el polaco! Aquí cualquier auténtico
socialpatriota exclamará con cara de triunfo que el atraso material y espiritual del Gran Ducado de
Poznan es justamente consecuencia de la agresión alemana, del trato desventajoso que infligen el
gobierno y la sociedad alemana, y que el estado de atraso es la mejor prueba de la necesidad de
conquistar la independencia.
Si quisiéramos tomar en serio este argumento sin comprometernos, por tanto, en una crítica seria,
constataríamos un extraño desorden en la concepción del programa socialpatriota. Así, debemos
separarnos de Rusia porque le somos superiores en el plano cultural y social; de Alemania debemos
separarnos porque le somos inferiores en el plano cultural y social y sufrimos una opresión nacional;
de Austria debemos separarnos ya que ejerceríamos una especie de autogestión estatal y gozaríamos
de la total igualdad nacional. ¿Cómo aclararse?
Si nos hemos entretenido un momento en esta acrobacia lógica no es porque pretendiéramos tomar en
serio o refutar seriamente los argumentos indicados aquí arriba. Como dice un proverbio alemán: a
los gorriones no hay que dispararles con cañón. Con estos pequeños sondeos sólo pretendíamos poner
en evidencia el carácter particular de esta argumentación, este titubeo, esta división, este revocado
artificial de un programa que se desmorona cada vez que se toca con algo más de seriedad, en una
palabra, esta palabrería de la justificación de las aspiraciones socialpatriotas.
Aquí no se trata tampoco de ninguna argumentación unitaria de un programa fundado sobre el
desarrollo interno propio de cada una de las tres partes de Polonia, sobre la tendencia a la unión
económica y, por consiguiente, política y nacional. La argumentación de los socialpatriotas es un
barullo de pruebas que presentan aspecto diferente para cada una de las partes, un barullo que hace
pensar más en la justificación de la visita de Macielet de Barleka a la corte de Soplica, que en la
construcción científica de un programa socialista moderno:
Porque todos guardaban rencor al juez por múltiples razones, como es habitual entre
vecinos: a éste le perjudicó, aquel había sufrido destrozos, allí hubo una disputa
acerca de las líneas de demarcación, algunos sólo estaban contrariados, otros se
dejaban llevar sólo por la envidia de la fortuna del juez, pero el rencor los unía a
todos.
La similitud es total, en efecto. Las pruebas de los socialpatriotas no proporcionan ninguna
indicación sobre las tendencias históricas objetivas a la unificación de Polonia, no son más que
«rencores» y «quejas», por consiguiente, motivos puramente subjetivos. Supongamos realmente que
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las afirmaciones de los socialpatriotas en lo que concierne al estado desesperado de las condiciones
sociales en Rusia sean exactas. Ahora bien, ni siquiera las más tristes de las perspectivas para los
países hoy dominados por el zarismo constituye por sí una prueba histórica de la necesidad y aún de
la posibilidad de una separación violenta del zarismo. La necesidad de la restauración polaca frente a
la situación deplorable de Rusia es una idea que sólo tiene su origen en la cabeza de los especuladores
políticos socialpatriotas y no resulta en absoluto del desarrollo de Polonia y de Rusia. Y esta necesidad
sutilmente imaginada no tiene más fuerza respecto a la historia que la argumentación del personaje de
Gogol -Chlestrakov- que, sin tener una perra en el bolsillo, encargaba un almuerzo en un restaurante
siguiendo al principio: «Ved'ja sovsem otoscaju» (pero moriría de inanición).
Nos comprometemos a demostrar categóricamente, que si los países de Bohemia, que están entre las
regiones más industrializadas de Austria, formaran un Estado independiente, si el territorio de Moscú,
el corazón de la Rusia capitalista, recobrara su independencia política de los tiempos del Gran Ducado
de Moscú, si la ciudad de Hamburgo obtuviera la independencia que poseía antes de la formación del
imperio Alemán, si... -¡Ay! ¿Qué se podrá demostrar con un poco de buena voluntad y una pizca de
fantasía?-, entonces podríamos demostrar que gracias a todos estos cambios la causa socialista había
ganado enormemente. ¿Pero tienen todas estas combinaciones más valor que la charlatanería política
de los parroquianos de un café?
Las «quejas» y el «rencor» de los socialpatriotas tratando de justificar las aspiraciones de
independencia nacional constituyen esencialmente una acrobacia lógica e histórica, como la que ya
hemos mencionado. Explicar el estado de atraso social e intelectual del Gran Ducado de Poznan por
la opresión nacional ejercida por Prusia es realmente poner las cosas al revés. Se trata exactamente
de lo contrario. La falta de resistencia intelectual frente a la germinación que ha permitido progresos
incomparablemente mayores en la población polaca de Prusia que los rendidos por la rusificación en
el Reino de Polonia, super-capitalista, aunque los métodos del gobierno zarista sean ciertamente más
brutales, esta falta se explica única y exclusivamente por el estado de atraso económico y social, la
falta de vida ciudadana y de inteligencia burguesa, el adormecido carácter pequeño-burgués de los
habitante de Poznan.
Pero, incluso si supiéramos que tanto la crítica de la situación actual de los territorios polacos, como las
promesas para el futuro hechas por los socialpatriotas a cambio de una Polonia independiente fuesen
completamente exactas, sus «quejas» y su «rencor» no bastarían por ello para justificar el programa de
restauración de Polonia. Y esto lo ha demostrado la historia de los movimientos socialistas de forma
irrefutable. Como sabemos, las teorías socialistas vienen de muy antiguo y se remontan a su forma
moderna y clásica, al principio del siglo XIX. Ya los clásicos entre los pioneros socialistas, Owen, St.
Simon y Fourier partieron sin ninguna duda del sistema capitalista en la elaboración de sus teorías.
Pero esto no es todo. La crítica a la que sometían la economía capitalista, su análisis del sistema
socialista liberador en sus consecuencias materiales e intelectuales para la humanidad, eran de una
genialidad incontestable y conservan su validez en nuestros días. A pesar de esto, Owen, St. Simon y
Fourier quedaron como los utópicos del socialismo. A pesar de sus conmovedoras acusaciones contra
el sistema burgués, a pesar de la genialidad de sus presentimientos socialistas, el socialismo mismo
no pasó de ser una utopía hasta que Karl Marx hubo transferido la crítica subjetiva del capitalismo y
el deseo subjetivo del socialismo al terreno realista del desarrollo histórico objetivo de la economía
capitalista hacia el socialismo.
El razonamiento político de nuestros socialpatriotas se vuelve a encontrar la copia fiel del método
de los antiguos utópicos -excepción hecha, por supuesto, del genio crítico y de la veracidad de las
afirmaciones. Como no son capaces de fundamentarse en el desarrollo histórico de Polonia hacia la
independencia -por la simple razón de que tal desarrollo no existe, las tendencias económicas y, en
consecuencia, las tendencias políticas de los territorios polacos divididos son exactamente divergentes
y conducen, sobre todo en ese territorio decisivo que es el Reino de Polonia, hacia la unión económica
y política con el Estado dominante-, no pueden pues, mas que sacar a la luz todos los defectos, deplorar
la situación actual de la Polonia perdida y pintar de color de rosa esta «república popular», que sería la
nuestra en una Polonia independiente. Pero si en otro tiempo el método de Owen, de Saint Simon y de
Fourier les impedía crear algo más que una utopía socialista genial, está claro que nuestros mediocres
pensadores, siguiendo este camino criticado desde entonces, no pueden producir más que un enredo
político y utópico.
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III
Karl Marx dijo una vez, que no hay que juzgar a los partidos políticos por lo que dicen de sí mismos,
sino por lo que son realmente. Aunque según ellos, el socialpatriotismo era y es un movimiento
realmente socialista, es decir, un movimiento de la clase obrera, al unir los intereses de clase del
proletariado polaco con la independencia polaca, que no tiene relación con los deberes de la clase
obrera, al estar directamente opuesto a la línea actual de desarrollo social polaco, se deslizaba por una
pendiente que le conduciría fatalmente a la concepción puramente nacionalista en la que el socialismo
no es más que un frase sin sentido.
Las primeras condiciones eran para el socialpatriotismo la falta de libertades democráticas en Rusia
y la falta de esperanza de conseguir, por consiguiente, los intereses políticos formales de la clase
obrera. Aunque hoy, el desarrollo revolucionario inesperado en Rusia arrebate a los socialpatriotas las
premisas fundamentales de su programa, en lugar de abandonar su posición manifiestamente errónea,
mantienen su programa adoptado de una vez por todas, sustituyendo tan sólo la base por una nueva.
Hoy ya no se trata de la falta de esperanza en una lucha victoriosa por las libertades democráticas
en Rusia, sino sobre todo del «derecho de todos los pueblos a la independencia»; esta no es, pues,
la posición de clase que constituye la piedra angular de la socialdemocracia, sino de una posición
nacional.
La actitud adoptada respecto a la autonomía de los territorios en Prusia es la prueba decisiva. Si
las necesidades políticas del proletariado polaco constituyen realmente el punto de partida de los
socialpatriotas, si el interés de la clase es decisivo en su concepción de la cuestión nacional, está claro
que la única solución que pudiera ser dada al problema planteado por la parte polaca perteneciente
a Prusia, es la lucha por la autogestión esto es, por la autonomía. Esta idea figura realmente en el
programa de la socialdemocracia alemana y en el de la socialdemocracia polaca: corresponde a las
necesidades del normal desarrollo nacional y cultural.
Sin embargo, últimamente constatamos este hecho sorprendente al saber que los socialpatriotas
emplean todas sus energías en Alemania en combatir la reivindicación de autonomía. En el número
10 de Przedswit, del año 1901, la redacción afirma de forma clara y categórica que «La consigna de
la autonomía de las provincias polacas en Prusia, no tiene ningún valor» (p. 294) y que el P.P.S. no
lanza la consigna de una constitución (en Rusia) «no lucha, ni luchará por obtenerla, del mismo modo
que no luchará por la autonomía de los distritos polacos de Prusia» (p. 229).
En realidad, esta exigencia de los socialistas polacos no debe despertar entre las masas obreras
polacas la creencia que la defensa de sus intereses es posible en las circunstancias estatales dadas,
y desviar su mirada y sus deseos de la independencia polaca. Todo esfuerzo por la democratización
de las condiciones políticas actuales en Alemania y en Rusia, esfuerzo que es naturalmente común al
proletariado polaco y al proletariado de los territorios divididos, es con respecto a la restauración de
Polonia un desvío, un error, una falta de política. Por esto es por lo que el socialpatriota consecuente
rechaza con indignación toda idea de lucha por una constitución en Rusia, por la autonomía en
Prusia. Pero esto prueba con claridad que lo que importa a los socialpatriotas no es el interés de
clase, sino el interés nacional. Porque si en un principio el programa de independencia sólo era
considerado como el último medio para conquistar las libertades democráticas, hoy por el contrario,
en función de la supuesta imposibilidad de conquistarlas en Rusia, la independencia polaca se ha
convertido en el objetivo principal que ordena el rechazo de todos los esfuerzos en pro de una
democratización de las condiciones políticas rusas y polacas-alemanas, consideradas como obstáculos
a las aspiraciones nacionales. Anteriormente, el punto de partida era la lucha por la democratización
de las condiciones políticas dadas y ésta era decisiva en la actitud a tomar respecto a la independencia
nacional. Hoy el punto de partida es la independencia nacional que decide la actitud a tomar respecto
a la democratización de las condiciones políticas existentes.
La evolución de los medios y de los métodos de lucha considerados corresponde a la evolución de
la concepción y de la motivación del programa. Si al principio se intentaba discretamente encontrar
una relación orgánica entre el objetivo de la restauración de Polonia y la lucha política global del
proletariado, el objeto de estas tentativas debía naturalmente conducir al socialpatriotismo a corto
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de los socialpatriotas
plazo, a volver a los antiguos métodos del patriotismo de la época de la Schlachta4, empujarle a llamar
a los soldaditos a «la insurrección», a los cañoncitos a la ocupación de los «territorios limítrofes».
A través de sus posiciones políticas y sus métodos de lucha, el socialpatriotismo tomó por fin
conciencia de su verdadero origen político. Si al principio trataba con ahínco de encontrar su origen en
la familia revolucionaria de Marx y Engels, de «proletariado» en Polonia, hoy, tras haber abandonado
estas derivaciones artificiales y traídas por los pelos, se reclama abiertamente de su verdadero ancestro:
la bienaventurada Sociedad Democrática. «El P.P.S., vocifera orgullosamente Mazur en el número 5
de Przedswit, del año 1901 (p. 170), ha finalizado expresa y conscientemente la tarea, interrumpida
en 1848, de la Sociedad Democrática».
Aquí se acaba la evolución. Tras haber rechazado la apariencia de un partido que reconocía en el
socialismo basado en el desarrollo real de la sociedad el factor esencial, que definió la posición a
tomar respecto a la cuestión nacional, el socialpatriotismo se presenta «expresa y conscientemente»
como continuador del movimiento que nació, hace medio siglo, en el suelo polaco avasallado en el
transcurso de las insurrecciones de Schlachta, movimiento que, a consecuencia del proceso de la lucha
nacional de la nobleza, ha planteado la cuestión social en la forma utópica y vaga de su momento.
Así, la última tentativa de casar el movimiento obrero polaco con las tradiciones de la nobleza
polaca condujo al mismo punto que la tentativa precedente, la de la famosa «Pobudka». Podemos
tomarnos la libertad de considerar esta tentativa como la última. Porque es imposible hacer esfuerzos
realmente mayores para rejuvenecer con la sangre fresca del socialismo una consigna nacional que ha
fracasado, juntar con más ardor los más pequeños indicios de la tradición polaca desparramados entre
los socialistas y los demócratas europeos, de lo que lo han hecho los socialpatriotas de nuestros días.
Y sin embargo, el resultado ha sido el siguiente: la bancarrota total de los socialpatriotas a los ojos de
los socialistas occidentales, por el contrario, en sus propias filas, la fatal decadencia hacia una postura
puramente patriota. La gorra obrera se ha transformado en un abrir y cerrar de ojos en la antigua y
honesta Konfederatka.
Pero ésta no es la única razón para considerar la actual tentativa de los socialpatriotas como la
última. Tras tantas experiencias, el obrero polaco está, por fin, suficientemente prevenido contra el
encabestramiento artificial de sus intereses de clase con las tradiciones nacionales. El intelectual
polaco, sin embargo, que encuentra en el Socialpatriotismo una ocasión cómoda, que no le compromete
a nada, de pasar por un «revolucionario», porque en el fondo queda como candidato aventajado por
el «moscovita» para un puesto gubernamental, o si por una rara casualidad se tratara de un socialista
honesto y dispuesto a luchar y a sacrificarse por la liberación del proletariado, el intelectual polaco
debería aceptar, al fin de una u otra forma, el espíritu científico europeo de lucha por el socialismo
para separarse con asco de la vanguardia política atiborrada de socialpatriotismo de hoy.
Rosa Luxemburg
1902
Texto digitalizado por Boltxe Kolektiboa.
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Hace referencia a un movimiento surgido entre las capas medias y bajas de la nobleza polaca a finales del siglo XVIII. En 1788 se convocó la
Dieta, llamada de los Cuatro Años, que empezó sus trabajos con el intento de dotar a Polonia de una organización estatal moderna y continuó
como afirmación polaca frente a la ocupación rusa. Dichos estratos de la nobleza polaca, habiéndose empobrecido a lo largo del siglo XVIII y
emigrado a las ciudades para dedicarse a profesiones liberales, intelectuales y administrativas, desempeñaban el papel de una burguesía polaca.
Tras la Revolución francesa estas capas cultas e ilustradas alentaron un verdadero espíritu jacobino y conectaron con el movimiento popular
en Varsovia y otras ciudades en la revolución de 1794.
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