pecie, va decreciendo de la especie al género, de éste á la tribu, y de la tribu al orden, de donde se signe que al emprender la clasificación de una planta, debiendo comenzar por el examen de sus caracteres generales y continuar su estudio en escala descendente, las dificultades aumentan en razón directa de las afinidades. Esto es inevitable en una ciencia que tiene por base fundamental la morfología, y permite explicar, sin grande esfuerzo, cómo es dado á una mirada poco experta, distinguir al primer golpe de vista un orden y liasta un género en una masa de vegetales, y cuan laboriosa se hace á las veces la tarea de pronunciar el nombre de la especie, aun después de haberle consagrado largo tiempo de prolijo examen. l í o bastau, en efecto, los conocimientos y recursos bibliográficos, cuando la investigación descansa en las propiedades físicas de las plantas que, según la expresión de un botánico eminente, "no pueden ser medidas ni pesadas," y cuyo conjunto constituye lo que se llama en botánica la característica, siendo tanto más difícil haceí ésta,' cuanto que la apreciación personal se erige en autoridad para establecer los límites entre las diferencias de dos ó más formas, ora como especies, ora como géneros. ISTo existe motivo, en presencia de esto, para ver con extrañeza y menos para censurar la discordancia que se descubre en las obras de no pocos autores clásicos, en las cuales un observador describe como especies, formas que para otro son sinqales variedades; como géneros, especies que segiín el parecer de un tercero, ofrecen caracteres diferenciales que cuando más merecen ser elevados al rango de una sección. Lo repetimos: todo estriba, dado el estado actual de la ciencia, en la imposibilidad de decidir con precisión matemática hasta dónde llegan los límites de un carácter específico y dónde comienzan los de uuo genérico. Entretanto no se dé un paso más en materia de sistemas de clasificación, persistirán esas imperfecciones, y acaso los avances indefinidos de la ciencia, no sean bastantes para desterrar de la taxología esos términos medios que llamamos subórdenes, subtribus, subgéneros, secciones, subespecies y variedades. E l nombre del orden de los Heléchos, trae su origen de la voz latina Filix, alteración de Folium, según Le Maout y Decaisne, que expresa expansiones foliáceas agudas. Los antiguos griegos llamaron á estas plantas, en general, nrepíí, helécho; nombre derivado de ürspóv, ala, pluma, aludiendo probablemente al aspecto de las frondas. Los franceses les llaman Fougères, los alemanes Farne y los ingleses íerns. Los nombres de los subórdenes y tribus, se han sacado do uno de los géneros comprendidos más notables, y así se dice: Suborden de las Ofioglosáceas (Ophioglossaceœ), Tribu de las Escolopendrieas (Scolopendrieœ), de los géneros Qphioglossum y Scolopenclrium. Los géneros reciben nombres de orígenes diversos. Algunos se han traído de la mitología: Osmunda, de Osmunder, uno de los nombres de Thor, divinidad céltica, emblema de la fuerza, en atención á los atributos de la planta. Otros del idioma griego: Cystopteris, de xvstií, j i g 5 J itrepís, helécho, haciendo alusión al carácter morfológico de la indusia membranosa; Ophiogíossum, de o<piç, serpiente, y yXœasa, lengua, en vista v e a