el catolicismo ante la pena de muerte

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ANTONIO BERISTAIN IPIÑA
EL CATOLICISMO ANTE LA PENA DE MUERTE
El catolicismo ante la pena de muerte, Iglesia viva, 69 (1977) 249-269
I. PRECISIONES Y LIMITACIONES DEL TEMA
Estas breves páginas quieren aportar una cierta luz a la dimensión religiosa de un tema
tan delicado y polémico como la pena de muerte, sólo desde la óptica de la teología
católica contemporánea. El autor es consciente de la importancia de otras reflexiones
desde la religiosidad general o desde las perspectivas cristianas no católicas y acepta de
antemano esa limitación. Prescindimos, casi en absoluto, a pesar de su importancia, de
la evolución histórica tanto de la pena de muerte como del pensamiento cristiano sobre
el tema. Dejamos también de lado el parecer de la jerarquía eclesiástica, porque
juzgamos frecue ntemente que una identificación, consciente o inconsciente, con los
detentadores del poder le ha llevado a olvidar la defensa del débil y del oprimido y a
plantear el tema que nos ocupa con olvido de elementos evangélicos fundamentales.
Aquí nos interesa el sentir del pueblo de Dios y especialmente la actitud de los
pensadores católicos que, conscientes de la incidencia del mensaje salvador del
evangelio en la teoría y la práctica de los medios de control social, de la actividad
judicial y penitenciaria, adoptan una postura personal ante la pena de muerte.
Estas reflexiones buscan enfocar el tema de la sanción y en concreto de la pena capital a
la luz de los requisitos elementales del mensaje neotestamentario. La conclusión será
netamente abolicionista pues creemos que carece de la necesidad, dignidad y utilidad
social requeridas y se convierte en medida inhumana y contradictoria al plan de Dios,
que es Amor. Estamos de acuerdo con quienes afirman que el argumento racional mayor
contra la pena capital es precisamente la inexistencia de argumentos racionales en su
favor. No se crea, además, que se trate de un tema marginal, sino que su sola existencia,
aunque quizás nunca se ejecute, corrompe, como una gota de veneno, toda la legislación
y la administración de justicia.
II. EL CATOLICISMO ENTE LA PENA
1. Relación entre catolicismo y pena
Bastantes autores creen que el tema de la pena de muerte no puede afrontarse con
argumentos bíblicos, pues éstos se refieren generalmente al plano religioso privado
sobrenatural y no son aplicables sin más al orden social natural y temporal del Estado.
Con respecto a nuestro tema, la autonomía de lo jurídico-político exige que la pena, y en
concreto la de muerte, quede fuera de lo teológico y lo religioso.
Nosotros nos oponemos a esa concepción, a pesar de admitir que el NT no formula
proposiciones sobre la pena ni sobre la pena de muerte y de aceptar también la
autonomía del Derecho Penal. Pero el NT afecta al plano individual y al público y, aun
sin principios concretos, impone metas utópicas, actitudes generales a las que se debe
tender, incluso con la conciencia clara de que no son alcanzables en la actual situación
de pecado.
ANTONIO BERISTAIN IPIÑA
Reconocemos competencia indirecta pero amplia de la religión en el plano individual y
social, en la línea de los principios, de las direcciones de valor y con algunas, escasas,
proposiciones-límite. Esa incidencia de la religión en el ámbito socio-político viene
atestiguada en la constitución Lumen Gentium, nos. 33 y 36 y en la Gaudium et Spes,
n.o 40. Fe y justicia son inseparables en nuestra acción y en nuestra vida como enseña el
Sínodo de Obispos de 1971: Introducción de La Justicia en el mundo. Quien conoce la
doctrina y las obras de Jesucristo y participa de su Vida posee importantes criterios para
la valoración del hombre y del derecho, de la pena y de la pena capital.
A esta luz la pena debe reunir, al menos, tres requisitos: utilidad, dignidad y necesidad.
2. Requisitos "católicos" de la pena
a) Utilidad de la pena
Una pena para ser justa debe contribuir al bien común y a la reinserción del delincuente
en la comunidad. La pena requiere un fundamento pasado, la culpabilidad jurídica, y
una finalidad futura, la prevención general y especial.
El bien común definido en el Concilio Vaticano II y en Mater et Magistra y Pacem in
Terris como "el conjunto de condiciones sociales que permiten y favorecen en los seres
humanos el desarrollo integral de la persona", aplicado al Derecho Penal, exige que la
pena sea una aportación positiva a los miembros de la comunidad y al mismo
delincuente.
La prevención general debe lograrse por la prevención especial, a través de la atención
repersonalizadora del delincuente. Esa es la evidente actitud exigida por el trato de Jesús
con los marginados.
b) Dignidad de la pena
El catolicismo, a pesar de admitir el efecto intimidante, rechaza la venganza y la
crueldad en la pena. La misma ley del talión constituye en realidad un límite a la
venganza.
Tanto es así que algunos autores, reconociendo la necesidad de la administració n de la
justicia penal, nunca la consideran como una virtud. El P. Suárez, por ejemplo, muestra
que en perspectiva teológica, la administración de justicia penal es una obligación, pero
no una virtud. La virtud propiamente estaría en devolver bien por mal.
Por eso a la luz del Evangelio sólo pueden imponer penas aquellos que no pretendan
vengarse del delincuente.
La crueldad y la venganza violan la dignidad personal del delincuente y nada tan
defendido en la Biblia como el valor y la dignidad de todo hombre.
c) Necesidad de la pena
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Los tratadistas católicos exigen que la pena sea necesaria para el bien común y para las
personas implicadas en ella para que sea legítima. Entendemos la necesidad como
exigencia de recreación de los valores indispensables para la convivencia y como última
arma de defensa social. Hasta hoy no existe otra fórmula para la reafirmación de los
valores comunitarios de la paz, la seguridad y la confianza, que sustituya con ventaja a
la justicia penal.
Impartir justicia no significa retribuir en el sentido religioso de la expiación de culpas que pertenece sólo a Dios-, sino en el sentido jurídico de recreación de valores. La pena
se hace necesaria para recrear los valores o los derechos vulnerados tanto de la víctima
como de aquellos que perdió el mismo delincuente al delinquir.
A la luz de la teología católica, la retribución jurídica exige represión en cuanto es
necesaria para la prevención general y especial de futuros delitos. Hay que reprimir para
prevenir. Pero eso no significa que el condenado pueda ser reducido a la mera categoría
de escarmiento y advertencia, como simple objeto saludable para los demás.
La pena debe ser necesaria como último recurso de defensa social y sólo se justifica
cuando los demás han fracasado y no antes.
III. EL CATOLICISMO ANTE LA PENA DE MUER TE
El católico no halla en el evangelio una respuesta inmediata al problema de la licitud de
la pena capital. Pero el mensaje neotestamentario ofrece valoraciones sobre la vida,, y la
muerte que a nuestro juicio hacen injustificable la pena de muerte en los pueblos que
hoy llamamos desarrollados. Prescindimos si la respuesta debería ser idéntica en otras
circunstancias. Hoy por hoy creemos que la pena de muerte viola los requisitos que el
catolicismo exige de la pena. Y eso es lo que vamos a exponer a continuación.
1. La pena de muerte no parece necesaria
La pena de muerte no parece necesaria por motivos de justicia para la tutela del orden
público o de la sociedad, a pesar de la opinión de bastantes autores. Ninguno de ellos
aporta argumentos decisivos sino algunas frases generales, apoyadas en dudosas
estadísticas. Creemos que en las circunstancias actuales el Estado cuenta con medios
suficientes para defender a la sociedad, como lo prueba la existencia de estados
abolicionistas, sin mayores problemas.
Además, si nos tomamos en serio lo que dice Gaudium et Spes, n.º 26 con referencia a
las relaciones individuo-comunidad, el bien de la sociedad no puede imponerse
aplastando al individuo, aunque se trate de un delincuente.
Tampoco nos parece válido basar la necesidad de la pena capital en motivos intrínsecos
de justicia suponiendo que el delincuente, al cometer el crimen, se despoja de su
derecho a la vida y la pena no es otra cosa que la constatación formal de lo que el reo ha
decidido ontológicamente sobre sí mismo, es decir, la ejecución de lo que él mismo
decidió. Rechazamos ese punto de vista pues la autoridad humana no juzga en nombre
de la ley de Dios ni está capacitada para un reproche ético tan radical.
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La supuesta autoridad vicaria de los jueces se apoya en una interpretación equivocada
de la teoría católica sobre el estado y la autoridad, y en una lectura literal de algunos
textos neotestamentarios, que dan pie a una aparente opresión doméstica o social
prescind iendo del contexto sociocultural en que fueron escritos.
La moral católica no permite a un tribunal humano un juicio de culpabilidad interna y
menos como fundamento de una pena tan irreparable como la muerte. K. Rahner explica
que el delito no exige intrínsecamente la pena; a diferencia del pecado que conlleva
automáticamente la sanción de la separación de Dios. Para los cristianos, según 2 Co 5,
15ss la expiación del delito humano se realiza por la muerte de Cristo que murió por
todos y al hacerlo convierte al hombre que acepta a Cristo en criatura nueva y
reconciliada. Por esto, paradójicamente, la justicia humana se acercará más a la divina
cuanto más busque el bien "terreno" del reo y más prescinda de la expiación
trascendente. La retribución jurídica, bien interpretada, conduce al abolicionismo.
En resumen: además de que ni el orden público ni la justicia exigen la pena capital, hay
sustitutivos legales adecuados para reemplazarla con ventaja.
2. La pena de muerte no parece digna
Parece que a la pena de muerte le corresponde el mismo rechazo que toda conciencia
civilizada siente con respecto a las penas corporales. Si se fuera consecuente, la
aceptación de la pena capital llevaría a justificar las demás penas corporales, todas ellas
muy "ejemplares", pero que chocan con los más elementales principios humanitarios.
Un creyente respeta un crucifijo o una imagen de Cristo... y es un contrasentido destruir
a un hombre, la imagen viva de Cristo, por cuyo amor Cristo se entregó hasta la muerte
de Cruz. Ya el AT declaraba con énfasis que Dios es el único señor de la vida y de la
muerte.
Otra razón de indignidad es que la existencia de la pena de muerte posibilita su
aplicación abusiva a campos, como los políticos, y con procedimientos especiales de
dudosísima imparcialidad y que se abren claramente a la opresión y a la ven. fianza.
Las consideraciones de política práctica no pueden convertir en honorable una
indignidad. Y por eso la pena capital no es un problema político, sino en todo caso un
abuso político.
3. La pena de muerte no parece útil
No es preciso insistir en que la pena de muerte imposibilita una de las metas más
universalmente admitidas del Estado Social de Derecho: la repersonalización del
delincuente.
Pero incluso en cuanto a su contribución al bien común hay que tener en cuenta:
1. Que bastantes autores piensan que el efecto más perjudicial del delito es la misma
pena en cuanto que por razón de mimetismo los ciudadanos aprenden a responder
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violentamente como lo hace la autoridad. Eso sería especialmente grave en el caso de la
pena capital.
2. Muchos autores dudan que esa pena tenga, excepto quizás en circunstancias bélicas,
especiales efectos intimidativos y que la abolición aboque a un aumento de la
delincuencia.
3. Incluso admitiendo cierta intimidación no parece científicamente demostrado que sea
tan importante como para justificar una medida tan decisiva. Creemos que ese posible
efecto no compensa el efecto criminógeno señalado hace un momento.
IV. CONCLUSIÓN
Creemos, en resumen, que la pena de muerte viola, o al menos incumple, los requisitos
que toda pena debe tener en la teología católica. Prescindimos ya de analizar algunos
otros requisitos que subrayan los penalistas, como el valor sagrado de la vida, el sentido
de la muerte, la irreparabilidad de un siempre posible error judicial, la pérdida para los
familiares, la existencia del verdugo, etc.
Aunque el mensaje de Jesús no es un recetario directamente aplicable a los sistemas
jurídicos, es una levadura que debe depurar las injusticias estructurales de los mismos.
Las líneas de fuerza del evangelio exigen que la pena sea útil, digna y necesaria para el
bien común y para el bien de los mismos afectados por ella y contribuya a su
reinserción social. Y la pena de muerte no cumple con esos requisitos. Al tratarse de una
sanción tan grave la justificación debería ser clarísima. Como esa justificación no existe
y las naciones abolicionistas han seguido un. desarrollo normal, creemos que eso
invalida las razones técnicas en contra.
Condenar a muerte, para un cristiano, constituye un abuso de poder y un eslabón más en
la cadena de la violencia. Por eso un digno final de la pena capital sería su propia
ejecución.
Concluiremos con la pregunta de Thorsten Sellin: "Si un católico de otro planeta
visitase nuestros templos durante las celebraciones litúrgicas, nuestros hospitales,
nuestros patronatos caritativos, nuestras universidades, nuestros centros de reeducación
en las instituciones penitenciarias... y después asistiese al juicio y a la ejecución de un
condenado a muerte, ¿nos consideraría ilógicos o delincuentes?
Extractó: JOSÉ MARÍA ROCAFIGUERA
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