Coros del mediodía - Actividad Cultural del Banco de la República

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DEL MEDIODIJ
R A F A E L M A ~~:À.
Este Libro Fue Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República,Colombia
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COROS DEL MEDIODIA
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RAFAEL
MAYA
COROS,
DEL MEDI.()DI.A
MCMXXVIII
EDITORIAL
MINERVA-BOGOTA
i";fi.lKC~ iT I ¡ ¡-o
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I til
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I!
Este Libro Fue Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel
Arango
del Banco de la República,Colombia
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Paucis
amicis
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INTERlOR
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'J
"A tarde difundía
_
su resplandor antiguo
sobre el m undo.
Era la luz venida
de los campos remotos
ardidos en el fuego
de una roja y violenta prImavera.
Conversábamos. Una
di.afanidad cristiana circundaba
tu faz, como esa tibia
atmósfera de ámbar que rodea
a las dulces imágenes
de los muros ilustres.
La tarde se encendía
gloriosamente como
un templo donde hubiesen penetrado
con teas encendidas
los bárbaros greñudos,
en emigos del oro de los techos
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-12y de las colgaduras
cuyos pliegues de púrpura revisten
el resplandor litúrgico del cedro.
Pero de pronto fuése
apagando la luz. En la distancia
se opacaron las rústicas colinas
cambiando de expresión como los rostros
por donde pasa la tragedia humana.
El mundo se extinguía.
Mas entonces,
en tu alcoba profunda,
poblada por los diáfanos espejos
que multiplican tu ademán a modo
de una agua móvil, se encendieron, lentas,
las lámparas de plata.
Dejaste la ventana
y yo te vi alejarte,
delgada, blanca, rítmica,
con tus aéreos brazos sujetando
la rubia cabellera,
a través de la bruma de oro pálido
que vertía la noche de tus lámparas.
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TfE.RRA
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,
STA sembrado el grano.
Una gran paz desciende de la alturc
sobre la tierra. Todo
calla porque en el surco
palpita el gran milagro de la vida.
El universo asiste
a las transformaciones silenciosas
de la materia, al lento
germinar de la nueva primavera.
Las fuerzas subterráneas
cuidan de la ¡,imiente. Las raíces
dejan filtrar una humedad fecunda,
y el tallo de las flores
hunde un rayo de luz bajo la tierra.
E
El sembrador anónimo,
de brazos varoniles,
de máscula esperanza,
de dolor altanero
y de rostro curtido por la lluvia,
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-16se alej a. Todo calla.
Ha elavado su fe, tal como un dardo,
en el riñón oscuro de la gleba.
Ha dicho su oración, bajo la cúpula
que estremecen las aves de los valles,
al dogma universal de la sagrada
fecundación. Ya dio su anillo de oro,
símbolo de las nupcias triptolémicas,
a la virgen morena que se curva
ofreciendo la gracia de su vientre.
y el sembrador, nutrido
de las bellas y fuertes realidades,
que ha bebido su agua
en los inmensos ríos de la tierra,
y estampado la planta
en el rojo aluvión o en los guijarros,
se marcha. Lej os arde
la lucecilla familiar que aguarda
sobre el códice antiguo donde duerme,
como la estatua en la cantera muerta,
el invencible espíritu del hombre.
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l.J.A ASCE.NSI~)N
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Y
A me abrasas, oh sol.
Ya estoy más cerca de tu lumbre.
Mi corazón se va a caldear
en tu propia hoguera.
Ya me abrasas, oh sol.
Atrás se queda el valle
con su flauta monótona,
los senderos ocultos en la hierba
y las flores de las madrugadas.
Ya me abrasas, oh sol.
Toda mi vida es un empuje
para subir más cerca
de ti. Para palpar
tu fuego, como los antiguos mártires
acariciaban la llama
de los braseros.
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-20-
\
N o ya las morbideces
de las colinas matinales
sino el áspero pico
y las quiebras enjutas que parecen
los ceños de la tierra.
El sendero que sube
hacia la altura.
Ya me abrasas, oh sol.
De ml manto ha formado
mil banderas el viento,
y las huellas dispersas
de mis pies reconstruyen
la unidad de mi vida.
Ya me abrasas, oh sol.
Siento ráfagas secas
como las que peinan la piel de los camellos.
El aire se enrarece.
A mi paso ofrecen los cardos
sus perfiles cortantes.
El espacio se abre, en círculos de fuego,
en torno de mis SIenes.
El azul ciega.
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-21Ya me abrasas, oh sol.
Un paso más, un paso más, que arriba
toda la vida se hace luz, callando
en esa inconsolable inmensidad.
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oadviertes
N
que en la noche
caen sobre la tierra
semillas?
Semillas
futuras,
de esperanzas
de misterios
que serán las verdades
de mañana.
El aire está vibrante
de gérmenes
activos
en las horas más al tas.
Solamente
los hombres
que meditan
debajo
de las lámparas
mudas,
con las anchas ventanas
abiertas
sobre el cam po,
presien ten esta siembra
y el germinar oculto
y la gran gestación
nocturna.
Ya descansa la tierra
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-26que soportó la lucha
y el grito de la vida.
La lujuria ha escondido
sus ajas de esmeralda
en los pliegues revueltos
del lecho. Ya descienden
las alas de los ángeles
sobre la carne humana.
Lejos, entre la hierba,
asoman sus cabezas
ceñidas de diamantes
las flores.
y caen las semillas
como cuando se mueven
las ramas de los árboles.
y aquel que entre las sombras
espera, las recoge
y las siembra en su espíritu.
y un dia, cuando el mundo
tiende las manos locas,
se abre una gran verdad
o una gran esperanza
en los labios proféticos
del pensador.
Los hombres
lo befan y lo exaltan
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-27sobre el ingrato mástil.
Pero siempre hay alguno
que sigue recogiendo
las semillas que caen
en la noche.
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,
IEREME, oh muerte.
Cóge la flor abierta
de mis años. No dejes
que envejezca. Vén pronto.
Rómpe la hélice roja
de mi ambicioso corazón en pleno
volar sobre los curvos horizontes.
Paralíza mis brazos
que hunden el remo en las doradas aguas
del tiempo. Ata mis plantas
manchadas con la sangre del racimo
carnal. Apága el ritmo
de mis arterias cuyo golpe hiere,
en la noche de insomnio, mis oidos
con un rumor de agua subterránea.
Fájame con tu venda
como a un niño, y entrégame a los brazos
de la oscura nodriza que. alimenta
las ávidas" raíces de los árboles.
H
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ver l~ luz, no ver \~
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-32que saca de su abismo inagotable
las infinitas formas de la vida.
No atisbar el espacio
que se puede beber con la mirada
como una copa azul llena de espumas.
No ver un rastro humano
ni oír una palabra.
Hiéreme, oh muerte.
Ni el dulce mar en que naufragan tántas
riquezas, y que guarda entre sus aguas
fabulosas ciudades
hundidas como fúnebres navíos
con sus copas de oro
y sus lechos cargados de mujeres.
Ni el mismo cielo eterno que sustenta
la arquitectura móvil de las nubes,
y traza la remota geometría
de las constelaciones misteriosas.
Ni el cuerpo adolescente
de una doncella, apenas sombreado
en sus pliegues recóndi tos por una
vegetación de suave terciopelo.
Nada podrá ligarme a la ribera
terrestre.
Vén, oh muerte.
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-33Quiero bajar los húmedos peldaños,
afelpados de musgo, de la estrecha
galería que lleva hasta tu cripta
donde espera la esfinge somnolienta
coronada de rosas inmortales.
Allí, al fulgor de las marchitas lámparas
que filtran una aurora penumbrcsa
a través de los grises alabastros,
repasaré la escena m ultiforme
de mi vida, los rostros conocidos,
y la imagen dorada de unos campos
que florecen aún, bajo otros cielos,
perdidos en el tiempo y la memoria.
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M
UERTOS
que habitáis el palacio subterráneo
de bóvedas sordas,
y que hundís vuestras plantas en la tierra
alimentada por las fuentes ocultas.
Yo os amo,
yo os admiro
con vuestras cabelleras copiosas
que os cubren los hombros,
libres del fÏno acero que las cortaba
como a la hierba excesiva
de los jardines terrestres.
Yo os amo,
yo os admiro,
con vuestros ojos grandes
que recogieron la unidad suprema
de la vida,
y penetraron en el misterio
con la confianza de una sombra
que vuelve a la cámara mortuoria
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-58atravesando crespones
y colgaduras taciturnas.
Amados eternamente,
..
y sIempre VIVOS.
Qué raros coros entonáis
a la orilla del río del tiempo?
Qué señales hacéis
en el aire vacío?
Qué palabras
caen de vuestra boca
como esas flores mudas
que deshoja sobre nuestra frente
la primavera de un sueño matinal?
Yo os amo,
oh muertos.
Vuestro espíritu vivifica
mis potencias humanas.
La barca dorada
de mi juventud loca de flores
se siente atraída
por el encanto de vuestra isla de hierro.
Vuestras profundas cornamusas
hallan eco en mi corazón.
Vuestros pasos se dilatan
a través de toda mi vida
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-39como las voces de los hombres
en la claridad
del cam po.
Yo os escucho
cuando
venís a posaras
en la primer
muy
rama
del día
cerca de mi lecho.
y os presiento
en torno
de mi mesa nocturna,
como un coro bondadoso
inspirándome
y palabras
de abuelos,
cosas bellas
santas
para cantar
vuestra
memoria,
para iluminar
vuestros
rastros,
para bendecir
vuestros
sepulcros
y para amar
a vuestros
hijos
sobre la tierra.
Muertos,
estad conmigo.
Cuando
el hermano
interponed
Cuando
vuestras
la mujer
venga a matarme,
manos.
me dé un beso,
purificad me con vuestro
y cuando
llanto.
duerma,
finalmen te,
llevadme
con vosotros
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-40a la comarca
extraña,
al subterráneo
palacio
donde im peráis en el tiempo
con vuestras diademas
de luceros.
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ORACION DEL JOVEN ARCADE
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A
NTES de que te abras
ancha puerta de bronce,
incrustada de piedras eternales
y ornada de caronas
fúnebres, déja, déja,
que divague al azar por los collados
donde crecen las hierbas ofreciendo
la gracia inesperada de sus flores
al seráfico azul de la mañana.
Déj a que en la ri bela
fértil de los arroyos
vaya cortando la menuda cana
para ensayar, con labio melodioso,
ingenuas armonías matinales.
Déja que me corone
de hierbas enlazadas
como se usa en mi fragante Arcadia,
y que grabe en la piedra
rústica de la fuente
un verso fácil ilustrando el rudo
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-44'Combate de dos CIervos bramadores.
Déjame que termine
el ánfora labrada tenazmente
en el pino aromático
que acendra en su corteza
más olor de embriaguez que la melena
suelta de las divinas cortesanas.
Déjame que coseche
las frutas del cercado
abiertas por el sol, y cu ya carne
se condensa en el borde de la herida
como un labio sexual lleno de mieles.
Déjame que repita
sobre el césped jugoso
y húmedo cual la piel de los corderos
que el nocturno pastor deja en el campo,
las danzas pastoriles
donde alternan ligeras actitudes
y lascivias ingenuas
en frescos grupos cuya gracia triunfa
sobre la suave ondulación del monte
vecino. Déja, oh puerta,
que se cubran de oro
los viñedos agrestes,
y que caigan los diáfanos raCImos
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-45sobre la faz morena del parrado
como crencha s rebeldes
por las sienes de un dios adolescente.
Déjame que termine
el ara familiar hecha de piedra
cu yos flancos soportan, en relieve,
fuertes escudos y aceradas lanzas
y una núbil cabeza de guerrero
segada en flor y cuyos ojos vela
la dócil hoja del laurel votivo.
Pero déjame, oh puerta
fatal, déjame pronto,
sea en la dulce placidez del campo
o en la cabaña de un pastor, e sobre
las gavillas de oro que amontonan
los hombres en la trilla, déja, oh puerta,
que posea por fin a la pequeña
Flora, de cuyos ajas virginales
fluye un ardor nostálgico de fiera
joven, y en cuyo seno
se posaron anoche las palomas
de Afrodita.
Su flanco
palpita ya bajo la audaz canCla
de mi mano y en cada
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-46movimiento
en el vientre
se entrega
como el agua
convulso de la onda.
Después ciérrate,
oh puerta,
sobre mi som bra estéril,
sobre el fantasma
de mi amor
terreno.
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en la noche.
Las horas cejijuntas
arrastraban sus tácitas pisadas
en torno de mi mesa.
La fiebre creadora
fi uía por mis dedos
como una fuerza cósmica. La estancia
parecía un horno,
y yo cantaba en medio de las llamas
como los babilónicos mancebos.
Anillos de palabras
ceñían sus imágenes en torno
de mis sienes exhaustas.
Apretaban mis dedos
cinco sortijas trágicas
extraídas del fondo
siniestro de una hornaza,
y sentía en los pies el duro cerco
de la estrecha sandalia
E
SCRIBíA,
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-50que se encuentra
entre
un VIaJero, al medio
la roja arena
Cómo estaban
distantes,
las campanas
La noche,
de una
día,
playa.
a esa hora,
del Alba.
en negros circulos
dantescos,
se ahondaba
hasta tocar
el fondo
de la tierra.
y a solas con mi alma,
único guía en el oscuro viaje,
bajaba
a la mansión
desesperada.
Los ángeles rebeldes,
sujetos a la roca, me miraban
con sus ojos glaciales
Un gran
río de agua
sorda corría
con rumor
bajo un puente
y sombras
cobraban
de diamante.
de voces
de piedra
calcinada,
errabundas
realidad
luz que cernía
y de pronto
bajo la vaga
la bóveda
sonaron
maldi ta.
en la altura
las cam panas del Alba.
Yo desperté
en la página
con las miedosas
manos
blanca,
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-51y vi el mundo cambiando de colores
a través del cristal de la ventana,
mientras reía la serena frente
del arcángel guerrero cuyas alas
me sacaron del fondo de la noc~e.
¡Oh, campanas del Alba!
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;r'SL¡C·'ëCf .. L~íS - r'Œ::;.
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EN
LAS PRIMERAS
HORAS
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E
STE suave temblor,
este misterio, esta visión,
esta vaga vislumbre de candor,
este dulce comienzo de oración;
este vasto rumor
que sale del nocturno corazón;
esta trém ula voz,
esta brisa despierta y este olor;
esta clara canción
que sube hacia los cielos, como Dios;
este apacible són
de flauta cristalina y caracol;
esta vaga ambición
de libertad, este calor
que nos llega al espíritu, este dón
de simpatía universal, qué son,
oh hermano?
y el hermano
respondió:
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-56Es que ya
viene la
Aurora.
Tiem bla como un cristal
al borde del abismo sideral.
Lleva el astro de luz confidencial
que vio Dante inmortal
al salir de la cárcel infernal.
La orla de su manto celestial
se agita sobre el sueño terrenal.
Empieza a despertar
la pureza del cielo angelical.
Todo se santifica a esa señal
de luz.
y sube el mar
a lavar la ciudad.
Oh, hermano, va a llegar
el Rey. Apága ya
la lámpara de humilde claridad
que alumbró nuestra mesa fraternal.
Póstrate en humildad
y réza tu oración universal
por la alegría de crear,
por la pequeña dádiva del pan,
por la humana maldad
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- 57y por el gozo singular
de pensar
y sonar.
Escúcha la campana triunfal.
Hendida está la losa sepulcral.
Cristo sale de un huerto matinal.
Oh lento florecer
del mundo. Oh primavera sIempre fiel.
Oh dicha de creer
en Dios y en la mujer.
Oh perenne verdura del laurel.
Oh fresco manantial de la aridez.
Oh plenitud del sér.
Oh locura de ver.
Hermano, hay que encender
nuestra esperanza en este amanecer,
y lograr la embriaguez
en la copa de miel.
Ya caen a nuestros pies
las frutas en su plena madurez.
Tiembla el fuego solar como una red
de oro. Entre la mies
corre el agua propiCia a nuestra sed.
¡Vamos a poseer
la tierra en su completa desnudez!
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ALMA
PLENA
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"Bueno es que nutra tu corazón
una alegria luminosa".
ESQUILO
E
LEVATE, alma mía,
en una vasta aspiración, al centro
de la vida. Respíra,
como un héroe de pie sobre una roca,
todos los fuertes hálitos que llegan
del infinito. Cánta
con voz universal, y que tu canto
se dilate en el día despejado
cual la sonrisa innúmera y sonora
del mar.
,
A'spIra, aspIra
a la solemne plenitud. Concéntra
en los senos radiantes de tu espíritu
toda la vida cósmica. Palpita
en un hondo temblor de fuerzas nuevas
como late el estío vigoroso
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-62con su embriaguez
colonia
juvenil
de altos arbustos
que dejan cscapar, entre
apacibles
collares
la sombra,
de agua viva.
Todo cstá en ti, oh alma:
de la vida. Tu sola
mirada
puede
o destruír
cuando
Eres el dueño
crear un unI verso
un mundo.
duermes,
Todo
en pródigo
como la estatua
calla
descanso,
de la luz tendida
sobre la piedra
y cuando
y su verde
de aromas
fúnebre
del m undo.
abres los ojos
se hace en ti la creación, y es en ti, oh alma,
donde
ríe la luz y se despierta
el alnor
a manera
que, rompiendo
nocturnas,
de un mancebo
las breves ligaduras
salta y cn la mano
agita
el arco tcnso de la flecha de oro.
Elévate,
alma
mía,
en una vasta aspiración.
de la niebla
sutil
la visión interior.
tu cuerpo
conque
de tu tristeza
Desnúda
de los húmedos
vistiólo
Despója
la picdad
pronto
harapos
cansada.
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- 63Arrój a la careta
trágica conque pasas por la vida,
y que tu rastro se descubra vivo
y fresco como el rostro de la fuente
en su espesa guirnalda de verdura.
Siglas, siglas de grave
pesadumbre te abruman. La alegría
murió como el destello de la copa
que se apura una noche y que se rompe
sobre las ]osas del festín, si cae
de la firme rodilla de los dioses.
Quebrán ta el hierro oscuro
de la cadena inmemorial, y ajusta
en torno de tu frente, señalada
con los negros estigmas de la muerte,
la carona de rosas
empapadas en vino
que ciñeron un tiempo los humanos
frente al mar polifono y bajo el cielo
donde dejan fluír las ricas urnas
rojos hilos de olímpica ambrosía.
Rómpe las vestiduras
negras con que pediste
piedad para tus goces en la noche
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-64rayada con las lenguas de hoguera
en que ardían los mártires convulsos,
en tanto que en las urnas
de fúnebre basalto
caía la ceniza de los cielos
para signar la frente de los hombres.
Olvída la plegaria
inútil que modulan
los salterios profundos en la nave
oscura de resinas olorosas
y embóca, al sol naciente,
la trompeta de oro
que congrega las huestes matinales
y las dispersa por el campo abierto
y por las anchas vías libertadas.
Elévate, alma mía,
en una vasta aspiración. No sientes
que te cargas de luz como una nube?
No sientes que en ti caen
misteriosas semillas de esperanza
como el rocío leve
que baja a refrescar la fiebre oscura
de la tierra, en las noches de verano?
No te sientes henchida
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-65de múltiples arterias que dilata
una sangre más joven, como el grueso
torso de una mujer que ha concebido
entre los verdes haces de la avena?
Oh, sí; la vida bate
contra ti como un río
que arrastra una floresta, desbordado,
La vida está fundiendo
su anillo con el oro
de todas las promesas que reserva
el porvenir.
No escuchas
los cánticos nupciales? No ves cómo
la selva se despoja de sus ramas
para tejer coronas que decoren
el umbral de tu puerta? Oh, sí; la vida.
Mil voces, bajo el sol, cantan el himno
pánico. Junto al mar otras mil voces
cantan la sangre. Y descendiendo, raudas,
por los flancos de la ávida colina,
celebran otras voces la alegría
de crear . Vasto coro
que llena el éter diáfano, envolviendo
en la nube dorada de los cantos,
el triunfo de la Tierra.
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INVIT ACION
A NA VF..GAR
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"Navigare necesse est."
C
UANDO, cuándo llegará el día
en que me diga: Es necesario
navegar. Alista una nave
que tenga un timón y un palo
para colgar la vela nómade
que ha de perderse en el mar ancho.
Mi raza lleva en la frente
el imperativo mandato.
Después lo grabó en su escudo
un poeta que fue corsario,
y puso un ángel con un remo
y una torre que eleva un faro.
La tibia noche de mi infancia
oyó una historia de naufragios
en que mi abuelo, que tenía
un corazón de Ulises bárbaro,
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-70murió de vIelo en una isla
comiendo dátiles dorados.
Vino después el mar medido
con el compás del verso clásico:
indómitas naves de Grecia
volaban al naval asalto,
y la memoria toda ardía
con la ciudad de los troyados.
Rítmicos grupos de mujeres
mi adolescencia despertaron
en forma de sirenas jóvenes
que llamaban mi esquife raudo
haciendo sonar en su escollo
los caracoles encantados.
y en la dulce fiebre que flota
sobre una noche de verano,
siempre vi ciudades lejanas
curvadas a modo de un brazo
para estrechar un golfo donde
se duplican faros fantásticos.
y este dón del interno ritmo
que ata palabras como ramos,
es lejana reminiscencia
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-71de la marea, y de los cantos
que entonan los viejos marmos
balanceándose sobre el barco.
Pero yo nací en una urbe
hecha de granito y de mármol,
con escudos de piedra tosca
que unen la clave de los arcos,
y llena de polvo y de huesos
como un antiguo catafalco.
Lejos del mar! Altas colinas
estrechan, mudas, el ámbito.
El tiempo mismo allí conserva
su virtud de encaje plegado,
y de la espada de un guerrero
cuelgan los hábitos de un santo.
Cuándo, cuándo llegará el día
en que me diga: Es necesario
navegar. Alísta una nave
que tenga un timón y un palo
para colgar la vela nómade
que ha de perderse en el mar ancho.
Yo partiré. Nubes alegres
me trazarán un rumbo claro.
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-72Se esfumará la playa como
el curvo vuelo de los pájaros,
y ya sólo tendré delante
los mil caminos del espacio.
y he de gritar: Adiós, oh tierra
amasada con polvo y llanto
bajo la furia de tus cielos,
y cruzada por ríos amargos
que te ciñen a la cintura
el viejo sayal de los cam pos.
Tú me diste tu rojo vino
exprimido en diáfanos vasos,
y abriste tus follajes verdes
para refrescar mi cansancio,
y fui tan rico bajo un árbol
como un monarca en su palacio.
Me labraste lechos de cedro
para el amor. Bajo los astros
vi mujeres de muchas razas
desnudando su cuerpo blanco
que proyectaba sobre el mundo
la sombra del dolor humano.
Corté la caña que se alza
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-73en la ribera de los lagos
para cantar penas antiguas
o venideros desengaños,
y, sobre el cielo o el infierno,
cada verso quedó tem blando
como con el peso de un ave
suele doblarse un junco largo.
Ah! mas nada será bastante
a detenerme. Un viento extraño
silba. La bruma se despeja.
Clavemos el mástil gallardo
para colgar la vela nómade
que ha de perderse en el mar ancho.
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:HIMNO
A LA AURORA PRES:SNTIDA
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A
URORA presentida
tras de mi noche.
Aurora que te ciernes sobre mi negro monte
en un triunfo de arpas
y de coros angélicos.
Aurora presentida
tras de mi noche.
Vas llenando el espacio de un resplandor sereno
en que se mezclan todas
las absortas miradas de las vírgenes blancas.
Te tiendes como un arco
trémulo
sobre el abismo azul para que pasen
los celestes espíritus que llevan
tu suave resplandor sobre la frente.
Aurora presentida
tras de mi noche.
Te formaste en la sombra
lentamente a manera
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-78del pendón cuyos hilos, uno a uno,
fueron tramados en la noche ciega
por un grupo de esclavas laboriosas
para lucir, en los balcones reales,
un día de victoria.
Ya llegas, ya te an uncia
la trompeta de oro.
Roto en el suelo yace
el fúnebre madero
donde sufrí la m últi pIe agonía
de las horas, y roto
está el negro martillo que en mi frente
clavaba el hierro frío
de la imperial corona de mis sueños.
Ya llegas, ya te anuncIa
la espada temblorosa
que asoma entre la bruma taladrando
el corazón ingrato de la tierra.
Ya llegas, ya te an uncia
el éxtasis dorado
que abre el párparo gris del horizonte.
Míra que me despojo
ya de mi vestidura
toda empapada en el sudor nocturno,
y en cuyos negros pliegues
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-79se movían las larvas del pecado,
para quedar desnudo
como el dios impetuoso de los aIres
y recibirte, plena,
vasta y total aurora presentida.
y llegas.....
Aquí tienes mi espíritu
como una copa de cristal alzada
para que se desborde tu alegría.
Aq uÍ tienes mi cuerpo
formado, como un horno,
con el oscuro limo de los ríos
humanos para que éntre
tu calor y lo funda,
y lo enrojezca de pasión a modo
de la estatua de un héroe que crepita
en el crisol incombustible.
Llegas,
aurora presentida.
El soplo de tus alas
va inflamando el espacio
como el fulmíneo vuelo de un arcángel
en cólera. Tus manos
abren rutas de oro
en la comba celeste
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-80y vientos mensaJeros,
salidos de la selva de la noche,
pregonan tu llegada
como en las rubias horas del terrestre
verano pasa el aire
anunciando en sus silbas pastoriles
el dorado
Aurora
temblor
de las praderas.
presentida
tras de mi noche.
Ya llegas, ya te acercas
y creces. Ya tu frente
rompe
la oscura zona y centellea
de luz, como las sienes
humanas que despiertan
y vuelven
de verdades
a forjarse
del olvido
un mundo
nuevo
aladas
y graves pensamientos
luminosos.
De tu seno fecundo
fluyen claras corrientes
como el agua que baja por los flancos
de un monte
La bruma
plateado
de los valles
sube como un incienso
a velarte la faz. Alzan
sus ramas
de olivares.
los árboles
ofreciendo
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- 81la guirnalda
para mullir
VIvaz de su follaje
tu enérgica
victoria,
y voces infantiles
rasgan
el éter puro
como flechas
de oro que se clavan
en los senos desnudos
de una bella mujer
martirizada.
Ya llegas, ya te acercas,
aurora
presentida.
Con los brazos abiertos
y fijo en la desnuda lontananza,
como el hombre que sube a un promontorio
a consul tar la estrella
de los mares,
yo te espero, oh aurora,
que me darás tu libertad
tu sereno dominio
y tu canto
tranquila,
del espacio
de luz en el abismo.
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CANTO
DEL HOMBRE N~JEVO
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S
I, yo bien sé que un día
he de vivir de nuevo en otro mundo
más hermoso, y en una
juventud vigorosa y perdurable.
Será después de que la tierra oscura
me reciba en su seno como al fruto
maduro que se cae de la rama.
Se pudrirán mis huesos,
secaránse mis venas como antiguos
canales, y mi carne irá cayendo
a par de los andrajos funerales.
y de esa oscura forma,
de ese siniestro afán, cual de las manos
esclavas que soportan la cadena
se ve surgir el ánfora armoniosa,
un nuevo sér resurgirá a la vida.
Será bajo la gracia
nupcial de una mañana en que se agiten
los espíritus leves de la tierra.
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-86Lluvias primaverales,
cernidas a través de los ramajes
aéreos de los árboles alegres,
habrán barrido el valle
como el rústico patio de una hermita.
Especies aromosas
difundirán una ebriedad celeste
por el ambiente claro,
y múltiples caminos
hendirán las montañas bajo el paso
fuerte de los descalzos mensajeros
que irán, en claros grupos,
tremolando banderas matinales.
y yo resurgiré.
Una más pura
sangre circulará por mis arterias
y moverá mi corazón al ritmo
potente de las hélices divinas.
De mi rostro marchito,
modelado en la gleba pecadora,
se borrarán las huellas del insomnio
sufrido entre los brazos mercenarios
o a la luz de la lámpara ya exhausta
cuando, sobre la página inconclusa,
caía el verso como
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-87una larva de oro desprendida
del árbol de los sueños.
y yo resurgiré.
No ya las hondas
arrugas que formaban en mis sienes
sino una siniestra red, sino la sabia
tensión de las cabezas inmortales
que, en su zona de luz, viven la vida
eterna de una idea silenciosa.
Una risueña juventud, a modo
de un resplandor heroico, por mI cuerpo
difundirá sus hálitos vitales.
La sombra de una idea
bella tan sólo nublará mi rostro
como esa breve proyección que arroj an
las hojas del laurel sobre la frente
de los bravos mancebos efigiados.
Del terrestre dolor, de la amargura
humana, de la fiebre padecida
bajo el sol encendido, del furioso
trabajo de los días, de la lenta
destrucción, nada, nada,
conservarán mi cuerpo y mi memoria.
Nociones cristalinas,
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-88como azules corrientes que arrastraran
la imagen de las húmedas riberas,
penetrarán en mi conciencia clara
llevando la belleza
pura, directa y sustancial del mundo.
Será el conocimiento
como un enlace místico del alma
con las diáfanas formas terrenales.
En cada amanecer, por los senderos
húmedos, diré el himno
de las trémulas horas que preceden
al sol.
Canto sagrado
lleno de balbuceos infinitos
cual la oración de los primeros hombres
en la primer mañana de la tierra.
Las ramas de los árboles
se curvarán de amor cual las ojivas
sagradas sobre el éxtasis
en que duermen los santos visionarios.
Subirán las palabras
con religiosa gravedad luciendo
en su fuerte sentido originario
la lozanía vegetal que ostentan
las guirnaldas tejidas
con las hierbas que nacen bajo el agua.
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-
89-
Un temblor semejante
al pálido temblor de los almendros
bajo la lluvia, por el cielo blanco
difundirá su rósea opalescencia.
Dórase así el contorno
de las sacras columnas
cuando salen las vírgenes del alba
y en el altar de piedra
encienden los carbones perfumados.
Largos hilos azules,
ém ulos de las venas que circulan
por el seno precoz de una doncella,
irán rayando el éter
y se abrirán como canales diáfanos
y cual golfos cerúleos
para encerrar las aguas impetuosas
de Ia luz.
y postrado,
como el velloso conductor de greyes
sin dueño ante la hoguera primitiva,
cantaré al sol:
Oh, padre luminoso,
varón que tienes el costado en llamas
y en cuya sien, bajo el dorado fuego
de los cabellos, resplandece una
corona de saetas luminosas.
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-
90-
Tu cuerpo fue forjado
de metales brillantes.
Tu ancho pecha reeibe
y las devuelve en ondas invisibles,
las aéreas corrientes,
los arroyos de tácita energía,
los torbellinos cósmicos del éter.
Tu sandalia, clavada
de diamantes, va hollando
las viejas rocas de granito y oro
por donde corre el Tiempo. De tus manos
caen siempre virtudes germinales,
y tu cintura rítmica se envuelve,
como en un gran vellón, en el espacio.
Oh, dios del fuego, desvanéce pronto
el fúnebre fantasma de mi vida
pasada. Ház que se borren
las huellas de mis pies sobre la tierra
antigua en que mis brazos trabajaron,
y se curvó mi espalda bajo el peso
de todos los pecados de la raza.
llumíname el mundo
joven con la dorada
antorcha que crepita entre tus manos.
Que todos los caminos
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- 91sean de libertad. Que se abran todas
las fuentes de mi sed como regazos
frescos que me acogieran
entre el verdor de Ia natal campiña.
Que cada día sea
una fiesta litúrgica de gritos
caniculares como
la vendimia solar en que los hombres
se pintan con el mosto de las cubas.
Que los árboles dejen
caer sus frutos sobre mí, durante
el sueño, y que despierte
entre rojos racimos y montones
de pomas que el calor vaya fundiendo
en transparentes ríos de dulzura.
y que toda la tierra
me sea como un dón, como una mesa
jovial donde se esparza
mi serena alegría entre las flores
y los arbustos, mientras
pasan las estaciones renovando
su fulgor.
Oh, gran Padre,
comunícame el fuego que palpita
en tus entrañas pródigas!
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I.JAS ALAS
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o
Y
tenía dos alas,
el ala azul, el ala rOJa.
El ala azul era en mI hombro
como el peplo
que el huracán profético desenvuelve
en torno del brazo de las Sibilas.
Como el arco de alianza
que tiembla entre los dedos de la lluvia,
el ala azul iba en mi hombro
sembrando paz entre los mortales.
Su sombra se cernía
sobre la tierra hecha de lodo y de cemza
como la sombra de una nube benéfica
que trae el agua,
absorbida en los ríos lejanos,
para refrescar la pradera
donde crecen las flores párvulas
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-96-
y la hierba humilde
que es llevada en carretas para el establo.
El ala azul era en mi hombro
como el ala del arcángel guerrero
que defiende a los niños
y vela el sueño de las vírgenes.
El ala azul era en mI hombro
como el pabellón de flores
que protege los idilios campestres
y la púdica entrega de la doncella,
alta y flexible
como las pastoras del agreste Teócrito.
Otras veces
era como el toldo de colores
de una feria, en un puebla alegre,
que tiene un anfiteatro de colinas
y un río
para mover las aspas de lienzo
que anunCIan el nacimiento del pan.
El ala azul era en mi hombro
como la sombra de la campana
sobre el atrio evangélico de la iglesia.
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-97(Oh, las mañanas,
cuando entre las palmas sacramentales
entraba el asno manso
a beber el agua del cielo
en los tazones de piedra).
El ala azul era el misterio
de la tarde sobre el valle humoso
donde parpadean las ventanas
ante la lejanía del cielo
que se recoge en el horizon te
como un velo lleno de flores extrañas.
El ala azul era en mi hombro
como el ala del sueño
caída sobre el mundo.
Yo tenía dos alas,
el ala azul, el ala rOJa.
El ala roja era en mi hombro
como una llama.
Semejante a un pendón de guerra
entre el cobre de las trompetas~
el ala roja saludaba
la asunción del alba.
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-98El ala rOJ a
encendía el fuego
en la sangre de los mancebos
y en las mejillas de las vírgenes.
El ala roja presidía
el rito nupcial, en la noche
sin término, cuando el río de carne
fluye de los lechos
poblado de gritos
como las aguas que devastan una ciudad.
El ala roja era en mi hombro
para surcar las rutas
aéreas. Para el vuelo soberbio
sobre el mar y la tierra.
Para descubrir las costas
celestes donde se encienden los faros
que orientan a las naves
y a los conductores de rebaños
en los caminos de la tierra.
Para seguir el cauce
de la luz que nace
en las rosadas praderas del Paraíso
donde las vírgenes desnudas
recogen el rocío en sus manos.
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-99El ala roja alimentaba
con su soplo
las hogueras prendidas en el mundo
para consumir las selvas
y los libros
y el cuerpo llagado de los mártires.
Para sembrar de espanto
el alma dulce de las fieras.
Para purificar el agua
que nace de los líquenes
y se enturbia después entre los cauces
terrestres. Para fundir los metales
que perpetúan, entre los hombres,
el sueño vago de las formas increadas.
Yo tenía dos alas,
el ala azul, el ala rOJa.
Hoy, cuando de mi vida
penden los años muertos
como las flores secas de las ventanas
abiertas para los festivales
m undanos, camino por la tierra
tambaleándome a modo
del labrador que vuelve de la vendimia,
porq ue he perdido
mis dos alas.
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-
100 -
Vanamente, en la noche
ciega, por las ciudades
que festejan con ramilletes de farol as
su triunfo de lujuria
y de sangre
clamo por mis dos alas.
No las encuentro y solo,
errante y abstraído,
voy como fundiéndome, paso a paso,
en el gran caos nocturno.
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LA
MUERTE DEL HERDE
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E súbito un flechazo
vibró, y el fino dardo
hincóse en su costado
mientras un hilo cálido
descendía a lo largo
del cuerpo inmaculado.
Irguió el desnudo brazo
cuyo contorno pálido
cobró un matiz dorado.
Se fue a poco dublando
sobre la tierra. Un largo
mechón cubrió su blanco
rostro. Los fuertes brazos
cayeron a los lados.
Curvóse como un arco.
Su pecho de centauro
vaciábase en un largo
sollozo. El labio árido,
que fue experto en el canto,
O
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-
104 -
buscaba en el espacIO
la frescura de un vaso
de miel.
Impetu vano
de arranque o vuelo raudo
lo sacudió, y acaso
sintió el olivo ático
sobre su sicn de mármol,
en tan to que el eselavo
le vertía un jarro
de aceite perfumado.
Mas pronto el hierro amargo
volvió su alma al regazo
de los dioses. Un manto
de luz fue resbalando
de los árboles mansos
y lo vistió de rayos
vibrantes como un astro.
El día estaba claro
y el sol, en lo más alto,
radiaba como un trapo
de púrpura engarzado
en la punta de un pala
heroico.
El casto
cuerpo vertía el vago
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-
105 -
fulgor de un alabastro
lleno de vino diáfano.
En la curva del labio
se acentuaban los rasgos
de un dios que halla descanso
bajo el verde emparrado
que sombrea un patio.
Entre la boca el árido
lustre de los delgados
dientes de perro bárbaro.
Y, como un crespo océano,
ya revueltas, velando
el sueño de los párpados,
las melenas de heraldo
que prensó bajo el casco
de hierro aligerado
por dos alas de pájaro.
*
*
*
Así vivía el héroe
en su clastro de rocas.
Un mar de hierbas trémulas
se extendía en redor sin que ninguna
ruta cortase su verdor tranquilo.
Ni la tarda pesuña
ni la viajera planta
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-
106 -
arrugaron las ondas vegetales.
y en la remota orilla
de aquel piélago glauco se agitaban
los hombres sin que nunca
llegase humana voz hasta las rocas
donde el héroe crec.ía bajo el ojo
del sol.
Intacta y pura
su juventud dorábase a manera
de un fruto en una rama.
Bajo el espacio abierto
donde el éter bullia preparando
la creación de mundos invisibles
solo, enhiesto, tranquilo,
bañábase en la lumbre meridiana.
La claridad ponia
un circulo de fuego
en torno de sus sienes vigorosas
como ese resplandor que ciega el rostro
de una virgen ecuestre
ceñida en una vaga incandescencia
de metales guerreros.
En su tórax se henchía
la fuerza que reparte
la serena virtud del movimiento,
ya se rom pa en el juego de la vida
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- 107 o se equilibre en el esfuerzo unánime
de dos alas abiertas.
Bajo el enjuto muslo
se traducía la vital urdimbre
del nervio, más tirante que las cuerdas
de un navío empujado por el viento
en una roja tarde de borrasca.
Y, propicia al esfuerzo
elástico del salto,
la tosca prominencia
de la móvil rodilla,
pulida como el áspero guijarro
del sendero que lleva hasta las aguas
de un río conocido.
Así vivía el Héroe.
La vasta geometría
de las rocas natales
simplificando el mundo de las formas
disciplinaba su visión interna.
El sol aparecía
limpio como un escudo
abandonado al pie de una columna,
y el Héroe, en el ingenuo
arro bo de los nómadas lacustres,
recibía la diáfana enseñanza
de claridad que el astro
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-108 vertía en su conCienCia primitiva.
Luégo, como la bestia
que llevan los pontífices mi trados
a sumergir en las sagradas fuentes,
el Héroe descendía
al fondo de los puros manantiales
que improvisaban sus volubles arcos
.,
tepan sus voces
en medio de esa pétrea arq uitectura.
Sumergido en la viva
conciencia trasparen te de la tierra
se redimía de la carne grave
y de la vieja esclavitud que fluye
por las venas humanas.
El mundo proyectaba
sobre el cristal sensible de su espíritu
no la sombra que huye
sino la forma eterna.
(Así el agua tranquila,
reflejando los cambios en la nube,
se abisma en el azul que es la perpetua
fIdelidad del cielo).
El vien to que se afila
entre los duros riscos
la traía semillas de verdades
activas, y palabras
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-
t09 -
para ammar el alma de una raza
viril sobre la tierra miserable.
y en los giros del aire
recogía el breve
consejo de constante ligereza
que movía sus nuevos pensamientos
como esferas de oro
en torno de sus órbitas tranquilas.
Así vivía el Héroe.
Lejos, bajo la sorda indiferencia
de cielos implacables,
ora ardientes a modo
de una pasión estéril o rojizos
como los campos que secó el verano,
o bien cargados de agua
como los grandes ojos de los niños,
hervían las ciudades
en medio de sus fértiles colinas,
a la orilla del mar, o entre las quiebras
de inhóspi tes peñones.
Los rústicos caminos
los ceñían sus fajas de verdura.
Viejos puentes de piedra
tendían sus abrazos
sobre el abismo. En las abiertas calles
forjaba sus motores
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-
110-
o movía sus hélices
la divina mecánica
mientras los altos árboles polvosos,
plantados a lo largo de las vías,
renovaban también sobre la piedra
de las pulcras mansiones
su primavera urbana
lustrando el viejo cobre de sus hojas
bajo la luz refleja de los vidrios
que prenden su fulgor en los balcones.
Luégo, cuando la noche
desataba sus tácitos arroyos
de sombra, y encendía en las riberas
sus antiguos fanales
el grito de los hombres,
sumidos en la fiebre de los lechos,
llevaba hasta la altura
un eco de las hondas soledades
terrestres, y el cansancio
de la carne que busca el infini to
agotando las formas del deseo.
Mas el Héroe, entretanto,
crecía en gracia bajo el ojo grande
del Sol. Iba a bajar a las ciudades
vestido de su propia cabellera
como los leones. En su labio ardía
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-
111 -
la palabra violenta
que llena el corazón de los que VIven
en honda compañía con el desierto.
Iba a crear el alma
de los hombres de una aurora nueva
que amasara con fuego
las entrañas del mundo.
A renovar las razas
de corazón cansado
que rellenan de polvo y de ceniza
los angostos caminos de la tierra.
A encender en las frentes
humanas, como encima de una cumbre
bañada con la sangre de los mártires,
una nueva esperanza
más rica de fulgores que el abismo
de los cielos nocturnos.
A libertar al hombre
del siniestro madero
levantado en la noche milenaria
sobre el altar de flores
que sostuvo la copa
toda colmada del antiguo VIllO.
y a prometer la tierra,
fecunda de sus dones, al esfuerzo
más alto, y al vigor de la conquista,
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-112 y al más vibrante grito que saliese
del pecho acorazado en el más bello
escudo.
Así la tierra,
en medio de sus verdes estaciones,
sonreía desnuda
con la frente cargada de racimos.
*
*
*
Ya descendía el Héroe
cuando fue herido por la flecha
bajo la luz impasible del día.
La tierra
no lo supo, ni lo supieron los hombres
encorvado s sobre su faena
bajo la maldición antigua.
Las ciudades lanzaban por sus chimeneas
su hálito impuro
alimentado por aguas negras.
Emigraban el dolor y el hastío
ora a impulso de las velas
marinas, o sobre el carro
que hace crujir por el camino sus correas.
Unas tierras indiferentes
daban las mismas cosechas,
y siempre por las tardes se oía el mismo can to
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-113 que, a lo largo de las riberas,
modulaba una voz sobre la nostalgia
de dos flautas de avena.
Parecían cambiar los paisajes
tomando el color de la hierba
que obedece al influjo del sol
como las mareas.
Las aguas
repartían sus virtudes eternas
atravesando las ciudades
o las comarcas secas.
Monótonas plegarias
subían a la hora de la tormenta,
y risas de niños y mujeres
si la atmósfera era serena.
Todo estaba lo mismo en el cielo
y en la tierra.
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CANTO DEL HOMBRE CAUTIVO
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M
E vuelvo a recoger bajo mi lámpara
y me siento seguro como el niño
que ha cerrado las puertas de la alcoba
en la noche de viento.
Me vuelvo a recoger ...
Crecen mis sueños
bajo la luz benigna,
como crece ia hierba
más robusta debajo de los árboles.
Fuéra cierne la noche
su impalpable ceniza
sobre la frente pávida del mundo.
Solamente las torres
cruzan de un horizonte a otro horizonte
sus señales de luz. En el espacio
germina el éter produciendo a veces
esas fosforecencias que denuncian
el hondo nacimiento de una estrella.
Pero yo pienso: el universo entero
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- 118se reduce a un anillo que me ciñe
las sienes. Y mi vida
-tan
varia y permanentese integra con sus bienes y sus males
como la sombra y el fulgor se funden
en la unidad simbólica 'del agua.
y entonces mi nocturno pensamiento
se hace conciencia universal. Y cantan
en mí voces remotas.
y siento que despuntan en mi espíritu
albas en cuya luz se purifican
serafines de fuego;
auroras que despiertan en los campos
del paraíso; días
azules en que nacen las mujeres
más bellas, y estaciones
cargadas de racimos y de frutos
como las barcas que conducen toda
la abundancia terrestre de una isla
maravillosa.
En tances,
como el agua en la hoja de la hierba,
cuajan en mí rocíos de palabras
y yemas de expresión en cuyo seno
se maduran los gérmenes del mundo.
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- 119Aguas de luz, en trémulos arroyos,
golpeadas en las rocas de lo eterno
fecundizan mi sér; y como el campo
sobre el cual se desborda una cisterna,
reverdezca de gémulas doradas
y me visto de flores,
mientras recorre mis ardientes venas
la fiebre vegetal en que me mece
el sueño de una lánguida floresta.
y soy de nuevo fuerte
y otra vez soy sencillo
como el mástil guerrero de una torre
o como una guirnalda de violetas.
Me vuelvo a recoger bajo mi lámpara
en la noche de viento.
y es ahora
el vasto corazón del infinito
quien sufre mi congoja y qmen soporta
el ritmo de mi sangre
mortal. Cada palabra
de mi boca, perdida entre los hombres,
ensánchase allá arriba como el eco
simpático que vuelve una colina
cuando en la tarde clara grita un niño.
Sé que mi voz de hombre,
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-120ora cruce jardines agobiados
de flores, que descienden hacia un río
en cuyo fondo glauco duerme el oro,
o bien se alce en la roj a
soledad, bajo el cielo incandescente
que rodea de elictros zumbadores
la aridez de los pozos,
ha de turbar el seno
del abismo infinito,
y hará nublar la inmensidad serena
tan limpia y tan azul sobre el humano
dolor, sobre la muerte de los campos,
sobre la negra sangre de las razas
y sobre las tinieblas
en que gritan y cantan las ciudades.
También sé que está viva,
sobre mi amor del día o de la noche,
la piedad de la altura,
y que allá repercute
el beso largo y húmedo que cae,
como un copo de luz, de una ventana
humilde, o el esfuerzo
viril con que se exprime de la hembra
todo el jugo de un huerto en que las frutas
abren su madurez desde las ramas.
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- 121 y mi verso, manchado
del color de la tierra,
libre como las alas o las flechas,
va a clavarse en el ancho
corazón estelar que está desnudo
como el hermoso
levantado
incita,
corazón de un mártir
en la cruz y cuya sangre
cual la miel de los racimos,
la golosa avidez de las abejas.
Así vela la noche
sobre mi soledad como una madre
que entre los pliegues de su manto
ocul tase una lámpara
oscuro
temiendo
despertarme.
y yo velo
y me siento seguro como el niño
que ha cerrado las puertas
de la alcoba
en la noche de viento.
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DOMUS AUREA
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OMO las casas de Israel
levantadas en troncos de palmera,
y en cuyos patios blanqueaban
los sepulcros de los patriarcas,
así te alzas, casa de mis abuelos,
sostenida en columnas de roble
y cruzada por vigas de pino.
La tierra en que te asientas
es buena. Está abonada
con huesos heroicos,
y la riegan arroyos perpetuos.
Tierra para el pan,
tierra para el humo,
tierra para los bueyes,
donde se fabrican los hornos de arcilla,
donde se queman las maderas olorosas,
donde se labran los arados resonantes.
Así te alzas, casa de mis abuelos.
Eres fuerte
C
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-
126 -
como las tablas
de cedro
con que fueron
Eres buena
vestidas tus puertas.
como las piedras redondas
que descansan
en la tarde
del sábado.
Eres justa
como tus aguas nativas
que se reparten
Y eres ancha
en vertientes
como tus campos
en impalpables
el temblor
iguales.
que trasforman
ondas de aire puro
de la hierba
amarilla.
Así te alzas, casa de mis abuelos.
Una
faja de piedra
te ciñe, y apareces
como un hombre
que envuelve
sus riñones
en la piel de las cabras montaraces.
Espesas higueras,
que dejan filtrar el humo
te rodean meciendo
de los fogones,
sus follajes oscuros
donde resuena
la lluvia
como en las tiendas
improvisadas
de verano
de cuero
por una tribu
bárbara.
En tus patios se escucha
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127 -
por las mañanas el ruido de la cadena
arrancada a los brazos serviles
para subir el agua del pozo
que se condensa en neblina irisada
entre las hojas del brocal de ladrillo.
Rústicas vides,
enjoyadas en zarcillos húmedos,
trepan por tu techo hospitalario
vistiéndote de guirnaldas flotantes
como a la nave destinada
para celebrar las fiestas del vino.
Tus portales se abren
para que circulen las corrientes aéreas
que trasforman la luz y conducen,
como velas dormidas a lo largo del mástil,
las vagas formas del silencio.
Bajo tus aleros ahumados,
o al pie de tus escaños de piedra
se guarecen inocentes colonias
de abejas que distribuyen sus labores
entre el follaje matinal de los sauces
para volver, en la tarde,
como un pueblo que celebra con pífanos
su regreso a la patria,
hasta los huecos abrigados
donde la amargura de la tierra
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128 -
y el dolor del canto errante
y el peso de las alas abrumadas
se convierten
labrado
en el grumo
en la sombra
la infinita
dulzura
de polvo
diáfano
para contener
de la luz creadora.
Así te alzas, casa de mis abuelos.
Anchos ríos
que ciñen islas verdes
en cuyos árboles se posan
aves desterradas
conducen
de lánguidos
climas
a tus puertas
la riqueza
de regiones extrañas,
al balanceo
de las barcas
que zozobran
con la abundancia
como continentes
de frutos
ahogados
bajo el peso de un otoño excesivo.
Innumerables
labrados
parten
caminos,
por la pesuña de las bestias,
desde tus murallas
como mensajeros
que celebran
siempre
tu fuego
encendido
del hogar;
de boca de oro
entre
la bondad
las piedras
de tu vino
que se enfría
debajo de las ramas
en el cántaro
que se ofrece al cielo
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129 -
como el vaso litúrgico
que contiene la sangre de un santo;
la pureza de tus aguas
que describen, sobre el césped inculto,
curvas ágiles como el salto de un galgo;
la paz de tus graneros
grávidos como el vientre
de una mujer que en las noches de estío
mulle el lecho con sólo su cabellera;
tus viejas panoplias
hechas con las astas salvadas
en las hecatombes de bueyes,
y de donde cuelgan las armas
que dirimen contiendas forales
y despejan de alondras el cielo.
Así pregonan los caminos
tu vida fecunda,
tu próspera hacienda,
tu sencillez desnuda
olorosa a las hierbas saludables
que arraigan en el um braI de tus puertas.
Así cantan tu vida,
fuerte y alegre
como un casco de acero
donde se mece una pluma lánguida,
o como tus arados
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- 130 en cuya reja amanecen los pájaros,
o como la frente de tus hombres
que, al salir de la noche,
se cubre de gloria como el cielo del alba.
Pero, muy adentro,
en la cámara de robusto artesonado,
junto al lecho de pabellones oscuros,
sobre el estrado donde arden los braseros,
frente a las imágenes piadosas,
o en medio de los espejos antiguos
reparte su ademán sapiente
la flor de tu sangre,
la entraña de tu pueblo,
la palma de tu raza,
la raíz de tu tierra:
eso eres, oh madre, bajo la toca humilde
que te circunda de días.
Eres hermosa como un templo
edificado sobre una colina.
Las siete virtudes te coronan
como torres que defienden una ciudadela ..
Tu corazón es equilibrio de fuerzas
como una cúpula.
La edad no ha llegado a tus sienes
y eres como una piedra
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-151 gastada por el sol únicamente en la base.
Tu delantal alegre
renueva sus flores dentro del agua
de modo que siempre vas envuelta
en un ligero verano.
Animas las cosas
como el mismo grito de júbilo
con que nos diste la vida.
La buena alegría
te ciñe de una zona dorada
como si estuviese detrás un ángel
inflamando la atmósfera con su vuelo.
y pisas la tierra
·con el pie de los árboles.
Por eso te sostienen los muertos
y por eso, ya vuelvas la frente
.al lado de la noche,
o al lado del día,
te levantas como la columna firme
labrada en oro de la raza
y en bronce de la tierra.
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BAJO
EL ALA DE LA VICTORIA
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D
E súbito, en nuestros lechos de piedra,
mullidos con la piel de las bestias sacriflcadas
bajo el arco
nos despierta una voz alegre,
voz de capitán o de marinero
acostumbrada a gritar desde la arena
para que se despierte el bosque de mástiles
da vados en el sueño del agua.
Al campo, al campo, al campo,
dice la voz dorada como un cobre.
Saltamos. En nuestra frente perdura,
como en una arcilla mojada,
el trabajo de la noche que modela los sueños
y ata los párpados caídos
con el hilo de seda
elaborado por las orugas de la muerte .
.La primera luz nos infunde
una leve embriaguez, y avanzamos
como los carros demasiado llenos de hierba.
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-
136 -
Pero pronto el espacio
se inmoviliza sobre nuestra frente
y participamos del equilibrio del día
como el niño que ve el agua ya quieta
en torno de sus rodillas.
y entramos al campo.
* * *
Somos seIs compañeros.
Un mismo esfuerzo vincula
nuestra juventud a modo del nerVIO
que liga todas las plumas del ala.
Cubre una misma luz nuestras SIenes
como la veta de oro
que recorre las piedras de una cantera.
Idéntica ternura nos une
como la cera que aprisiona las cañas impares
en el instrumento de pocas notas.
AI darnos la mano
cerramos el cielo de nuestra infancia
como las montañas de la tierra nativa.
Crecimos juntos
como los sauces sembrados el mismo día.
La lluvia hizo prosperar nuestras cabelleras.
La tarde nos reconciliaba con el cielo
mezclando el humo de nuestros hogares.
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Nos orientaban
cuando
137 -
unas mismas fogatas
regresábamos,
en coro fraterno,
al valle sordo de voces bajo la bruma
que subía de los arroyos
nocturnos.
Después, los seis compañeros
salímos al encuentro
de la victoria
coronados de luz, únicamente,
como las torres.
* * *
Cuando
pisámos la hierba
tuvimos,
porque
por anticipado,
encontrámos
SentÍmos
húmeda
la emoción
la tierra
que circulaba
y subía por nuestras
del triunfo
buena bajo nuestros
pIes.
por nuestras plantas
piernas
desnudas
la savia vegetal de que se alimenta
el pueblo
laborioso
de las raíces.
Mejor que el que escucha latir
por la noche, en el hueco
y sorprende
advertimos
el ritmo
nosotros
su propia
sangre
de la almohada,
de su corazón
desvelado,
el pulso vivo de la tierra,
y el sueño de las florestas subterráneas,
y la fiebre germinal
y la decantación
Así prometimos
de las semillas,
del agua en los filtros profundos.
ser buenos en la lucha,
llevando
toda esa vida en nuestras
y pelear
por la tierra
que había
arterias,
formado
nuestros
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punas
-158 tan recios como los nudos de los árboles,
y despejaba nuestras frentes lo mismo
que despeja los horizontes con el viento.
Por la tierra que había dejado en nuestros ojos
la pureza de los espacios llenos de aire y de agua,
y madurado nuestro corazón temeroso
como madura las frutas, librándolas del pICOenemIgo,
entre la envoltura de sus propias hojas.
* * *
Entonces, por el extremo opuesto del campo,
aparecieron los enemigos imberbes,
el grupo bárbaro que venía a disputarnos la rama
de olivo. Eran acaso demasiado jóvenes,
pero tenían una sangre oscura de mercenarios.
Faenas serviles habían deformado sus cuerpos
y mascaban la rabia seca de su fuerza sin gracia.
Lanzaron, al vernas, su grito de tribu codiciosa
nacida en la tierra que sólo produce el cardo.
Odiaban nuestra raza a través de sus puños
porque hizo el vientre de nuestras madres como el alfarero
que modela los vasos del templo en arcilla dorada.
Sus abuelos habían cazado mujeres con el arco
y las violaban después sobre la piel de un toro.
Ellos, en su adolescencia fogosa,
querían ornarse con la gracia de nuestras doncellas
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139 -
como si súbitamente un cauce seco
por donde en otro tiempo se deslizó un río de bálsam
viera tupidas sus orillas de juncos verdes.
lbamos, pues, al encuentro cuando las primeras horas
habían caído perfectas del cielo que se dilataba
en ondas luminosas como la sonrisa de las aguas marl
Limitaban el campo hileras de sauces claros,
y detrás del cortinaje aéreo promelían las colinas
sus bellos flancos, sumergidos en li1 plenitud del día.
* * *
Lo demás fue violencia. N os abra:lámos en la lucha
como sarmientos que se retuercen; en una llama silenc
Nuestra carne revuelta creaba la :jmmana arquitectura
en equilibrios súbitos, en rápidos esc<!.rzos,
en posturas sobel
Era un esfuerzo unánime que aislejba la vida del músc
y en el que consumíamos, como fin la hora del deliric
la última burbuja de aire conteni,:la en la tierra.
Luégo, postrados unos, otros en p,ie, sentíamos la vida
llenar nuevamente nuestros pechos, y en una aspiración a
bebíamos el espacio, la claridad, la lejanía.
Luégo el salto ágil, el golpe audaz, la curva corta,
el vuelo circular del buitre, la reminiscencia del felino:
la divina celeridad de la centella que funde hierro.
Nue3tras propias arterias nos ceñían como cordajes.
Palpitaban nuestros vientres como los ijares de un ga
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-140 Los cabellos húmedos se nos pegaban a las SIenes
como se adhiere el lienzo mojado sobre un boceto heroico
Iban cayendo los compañeros y crispaban las manos.
Una sonrisa coronaba su sueño... Pero los muertos
volvían del infierno con el puño en llamas.
Entonces, como en el día del primer sacrificio,
apareció la sangre sobre la tierra. Era la sangre
de nuestra juventud, la sangre de nuestros padres,
que manaba de nuestros brazos, del pecho, de la frente,
en hilos gloriosos como los jirones de una bandera.
* * *
y trascurrían las horas cargadas de cólera
como el alma del justo. La tierra parecía devorada
en el incendio solar, en la fiebre de la canícula.
Como flota el espíritu del vino, en el campo,
durante los meses de la vendimia, así flotaba
la roja locura sobre nuestras cabezas rebeldes.
El viento corría juntando todas las voces
en una nube sorda que iba a sembrar de fuego
ciudades edificadas en las llanuras malditas.
Los sauces se habían despojado de su sombra.
Vibraba la atmósfera como un canto.
El negro exterminio sacudía nuestras almas,
y éramos como los hombres que violan un templo
aturdidos entre el humo de las antorchas.
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141 -
Lejos, sin duda, fluían las aguas
bajo el vaivén de las florestas azules,
y soplaba la brisa del mar sobre otros pueblos,
y había países alborozados con la lluvia.
y nosotros teníamos sed, en la llanura caliente,
cruzada de reverberaciones metálicas
y ciega en la claridad de los relámpagos mudos.
Pero habíamos vencido
en la furia de la sangre y del polvo.
Huían los pequeños bárbaros a tiempo
que la tarde se anunciaba en las nubes.
* * *
Nos sentámos sobre las piedras.
Semejábamos recién desatados del árbol
a cuyo pie yacían las flechas hostiles,
o que hubiésemos sido robados a la llama
por un ángel guerrero.
Nos mirámos unos a otros
y reconocimos nuestros cuerpos ejercitados
en las recias jornadas, y reconocimos nuestras manos
que marcaban los pocos años vividos
como las primeras hojas de un arbusto.
Vestíamos harapos
como los mendigos vilipendiados en la calle.
Pero aunque hubiesen gemido las mujeres
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142 sobre nuestros pies, y en su llanto
se hubiera anegado una ciudad muy nca,
habría sonreído nuestro desdén, porque era más grande
la ofrenda de nuestra desnudez victoriosa.
No habría podido coronarnos
ni el cielo magnífico de la tarde.
Nos trajeron una cesta colmada.
Entonces, como si fuera el nuéstro un descanso
después del juego en que alternaron palabras
sobre las cosas bellas del mar y de la tierra,
tendimos sobriamente las manos
hacia las frutas maduras.
* * *
Era la hora en que se enternece
el corazón de los desterrados.
Venían voces hondas de todas partes.
A una misteriosa indicación de la sombra
comenzaron a levantarse las hierbas holladas
por nuestros pies. Entre los sauces
habían personas desconocidas...
Pero en la altura
se extinguía tranquilamente un otoño
de luz. Semejantes a naves perezosas
anclaban las nubes sobre las colinas distantes
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-
143-
descargando en quiméricos golfos
toda la opulencia robada a los climas celestes.
El olor de la sangre,
y el orgullo del triunfo,
y la nube de gritos
eran ya como una memoria perdida
que bien pudo Uorarse en los instrumentos
Entonces apareció la VICTORIA.
vesperales.
Vibraba toda la tarde con el Ímpetu de su vuelo.
Era bella como nuestra vida
y heroica como nuestra esperanza invencible.
Recogió en su frente toda la luz del mundo
a tiempo que nosotros, con la rama de olivo,
cantábamos un himno guerrero, juntando nuestras cabezas
bajo el ala de la VICTORIA.
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CAPITAN
DE VEINTE AÑOS
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C
APIT AN de veinte años
recién salido del gimnasio
donde la línea de las barras y de las cuerdas
impone sobre el alboroto de los árboles
su limpia geometría al aire libre"
Capitán de veinte años
virgen como el acero,
y ágil como el viento que mide el campo
pisando sobre los tallos donde se columpia la luz.
Llévame en tu nave ligera,
en la menuda armazón de lienzo y de mimbres
que posa sobre la tierra dando saltos
como las garzas cuando huyen 9. lo largo del río.
Llévame en tu nave ligera
Oh! Capitán.
Vástago de una raza nacida
de las cenizas del mundo, y del cadáver
de todos los dioses sacrificados por el hombre.
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-148 l alma florece en la pulpa de tus labios
a y carnal como el sexo de la nueva alegría.
l conciencia es un tejido orgánico
Irado con tu sangre como el pétala de las flores.
enes la fe en el músculo,
transportas las montañas con un solo grito salvaje.
pitán de veinte años
vame en tu nave ligera.
lberbe Noé de la edad de hierro,
>ricaste tu barca no con maderas incorruptibles
'o con un poco de aire y de fuego,
~a echaste al espacio confiado
el equilibrio de todas las fuerzas sagradas.
hé aquí que tu nave se mece
mismo hilo que sostiene los astros.
¡snudo estás de tus vestiduras mortales,
,
Oh Capitán.
~bre tu cuerpo el ártico ropaje
e destila aceite como la piel de las bestias marmas
:"-símbolo de tu fidelidad a las alturas~ sordo casquete que te oprime la cabeza
desprenden dos orejas de galgo.
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-
149 -
Capitán a.e veinte años
llévame en tu nave ligera.
Como se remontan los pájaros
con el solo equipaje de sus plumas, y llevê.ndo una hoja
de la última rama en que se posaron,
así vas a las rutas aéreas
con tu cuerpo alargado en el ímpetu del arranque
y un último reflejo del verdor terrestre
en tus ojos estrangulados ya por la furia del viento
que te arrebata en su torbellino como a los dioses.
Ob, Capitán.
Ni el flanco de las naves
pintadas con los colores de la esperanza o de la ira
por los alegres obreros del agua;
ni las caderas de una mujer ejercitada en el salto
mejor que en las lides del amor antiguo;
ni los ijares de los felinos en celo;
ni la curva de los horizontes celestes,
nada iguala a tu divina máquina provista
de su múltiple corazón resonante,
ávido de la gloria del cielo
y conquistador impetuoso de las zonas azules.
Capitán de veite años
llévame en tu nave ligera.
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-
150 -
Volaremos por la manana
como las primeras voces de los hombres.
Mi coraz6n prisionero de la tierra
igual que las raíces de los árboles,
batirá sobre mi vida con más fragor que tu hélice,
oh Capitán,
recibiendo las convulsiones metálicas de tu nave flotante
como recibi6 las primeras palabras de amor, en la noche extinta,
bajo la vibraci6n de los luceros románticos
o en la bermeja alegría de los soles que maduran la hierba.
Sí, volaremos por la mañana
purificados en la luz que renueva la conciencia del mundo,
y s610 una nubecilla del mísero polvo originario
dará testimonio de nuestro rapto celeste
ante los caminos de la tierra
y ante las montañas distantes.
y habremos entrado en la vorágine azul, en el éter
que nos traspasará como la luz a las nubes.
y ya no habrá ni tiempo ni límite
para nuestra alegría, y todas las cosas
serán conocidas en su unidad desde el remo del sol.
y talvez ... (Oh Capitán, s610 mi madre, s610 ella,
pudo entrever esta esperanza bajo la fidelidad de la lumbre
que aclaraba conjuntamente sus manos y mi sueño)
Este Libro Fue Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República,Colombia
Este Libro fue Editado por la Biblioteca Luis Àngel Arango del Banco de la Republica. Colombia
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