UN OBSEQUIO La niña sufrió repentinamente un ataque de hipo

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UN OBSEQUIO
La niña sufrió repentinamente un ataque de hipo.
La niña fue donde su abuela porque eran ya muchas horas y el estómago empezaba a dolerle.
La niña se echó a la cama y no pudo dormir.
La niña lloró e hipó. Entonces
despertó al otro día con un agujero del tamaño de una pelota en su pecho. Es por el hipo, pensó,
ya se me pasará. Se despidió con un beso en la mejilla y salió a la calle mirando a todos de manera
desafiante. Aunque la herida no cicatrizaba y sus bordes húmedos hacían que la tela del uniforme
se le pegue, solo otra niña a la que parecía gustarle mucho su gancho de pelo se detuvo a mirarla.
Salvo por este detalle, el camino a la escuela fue el de siempre.
Poco antes del examen la herida empezó a picarle. Esto le dio sed, así que pidió permiso a la
profesora para ir al baño. La profesora no acostumbraba dar permiso a nadie, pero como se trataba
de una alumna aplicada hizo una excepción. No queda claro el motivo –quizá porque la herida
permitía la filtración de aire o porque tomó mucha agua–, pero el hipo regresó. Ahora, cada vez
que la contracción se sucedía, algo caía del pecho de la pequeña: una llave de armario, una bolita
de lana, una migaja de pan, etc. La niña parecía preocupada por no tener lugar dónde meter tantas
cosas…
Y volvió a su carpeta con las manos llenas de cachivaches.
Y se puso a llenar su examen muy concentrada porque había perdido ya mucho tiempo.
Y el hipo dale que dale.
Y las cosas que se iban amontonando en el piso.
Y la profesora “qué sucede”. Entonces
abrió su blusa y vio lo que pasaba. Los niños la rodearon sorprendidos, esperando ver qué caía
luego. Incluso un compañerito tocó la herida con su lápiz y le pidió que le regalase algo. Pero la
niña botó otra cosa. De inmediato la profesora le dijo que intente, que las niñas nunca se dan por
vencidas. Y la niña consiguió dominar su hipo y darle al compañerito lo que deseaba. Entonces
la profesora pidió una joya. Y todos se hicieron muy amigos y jugaron a la fila de los deseos. Y
cuando llegó el turno del compañerito que se sentaba atrás de la niña, este le dijo algo en su oreja.
Y ella cerró los ojos porque sentía que otra vez empezaba a perder el control sobre su hipo. Y
todos se quedaron mirando porque al parecer lo que iba a salir era un poco grande. Y la profesora:
“¿Qué es eso?” Y luego: “¡Ya no! ¡No! ¡Agárrenla! ¡Que no se caiga!” Pero la niña cayó muerta
mientras (hermoso) latía rojísimo sobre el piso su corazón.
(Kjell Askildsen 79)
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