Elvis Presley

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El último Elvis Presley: el corazón de los
hombres, la voz de Dios
Por: Fernando Navarro | 03 de diciembre de 2013
REUTERS
“Elvis fue el turbulento agitador solitario que conquistó el mundo”. Bob Dylan
La caricatura es tan conocida que desde hace mucho tiempo es una especie de icono
gracioso y extravagante en el mundo entero. Aquel hombre, vestido con un mono blanco
de gemas encastadas y una espléndida capa enjoyada, inspirada en el cómic del capitán
Marvel, no para de mover las caderas. Al contoneo, le acompaña sin agitarse pero con
afán de presidencia su asombroso pelo negro, teñido y engominado. Aquel hombre con su
supertraje, al más puro estilo de las viejas estrellas de la música country, era la joya de
Las Vegas, poniendo en el mapa mundial el hotel Intercontinental donde empezó a ofrecer
sus majestuosas actuaciones. Aquel hombre era Elvis Presley.
La caricatura que Elvis hizo de sí mismo en los setenta ha pasado a la memoria colectiva como
un icono de la caducidad y la decadencia del rock. Hablar de ese Elvis es hablar del fracaso
humano de una persona que acabó muerto, drogado de pastillas, en el baño de su mansión,
popularmente conocida como Graceland. Fuera de control, arruinado emocionalmente,
desfasado artísticamente por toda una generación de músicos y perdido en una vida de lujo y
espuma. Cierto: aquel hombre era un chiste, un mal chiste, un triste chiste del gran detonador
que alumbró la fascinante historia del rock’n’roll. Pero aquel hombre no estaba muerto aún.
Para nada. Aquel hombre latía por encima de las posibilidades de este mundo. Eso es lo que
se suele olvidar u obviar en la historia de Elvis Presley.
Contra el fastidioso tópico, contra los prejuicios, contra el viento y la marea, soy de los que
afirma que aquel hombre del supertraje, que al final de cada canción estiraba sus brazos como
un pavo real sobre el escenario, cantaba aún con una fuerza sobrenatural. Lo digo, aunque se
me rompan las vestiduras: aquel hombre merece ser escuchado, vivido, sentido, más aún que,
en estos tiempos de consumo rápido, no hay espacio para profundizar más allá de los lugares
comunes o que cualquier pelagatos con un hilo de voz insípida pasa por el nuevo cronista de a
saber qué historieta.
Aquel Elvis no es el joven rockero rompecaderas, seductor y refrescante que maravilló al
mundo, el que los mitómanos del rock’n’roll prefieren recordar, sino el hombre perdido que
empezaba en los setenta a buscar una salida imposible en la ingestión de todo tipo de
barbitúricos y se escondía detrás de sentimentales canciones. Pero, si uno se acerca a ese
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Elvis, descubre a un gran mago de la música, capaz de levantarte del suelo con un lamento,
con un suspiro, arrebatándote con su voz pasional. Dicho de otro modo: el Elvis
Presley ridiculizado entonces por los jóvenes de la contracultura y por la mayoría de oyentes
actuales es una voz capaz de llevarte a un mundo desconocido. Aquel Elvis grabó discos que
poco tenían que ver con el fuego del rock que él encendió pero que, en su estilo, son un
derroche de emoción. Álbumes como Elvis Country, publicado en 1971, dejan sin palabras por
las producciones mayúsculas que combinan con guante de seda con su poderosa voz.
Es muy difícil explicar sensaciones que son más fuertes que las palabras, pero todavía tiemblo
como la primera vez cuando me encierro en esas canciones que Elvis grabó y tocó en directo
en los setenta. Son canciones que se sitúan en un terreno apenas transitado donde el rock, el
country, el soul y el góspel entran en simbiosis en la garganta de Elvis, como si el infinito y la
energía oculta del universo se concentrasen en esas composiciones que terminan por explotar
en un big bang de metales, cuerdas, coros y el canto paradigmático de ese hombre, criado en
East Tupelo y que se hizo músico en Memphis después de ir a grabar una canción para regalar
a su madre. En Elvis Now, publicado en 1972, aquel hombre radia tanta soledad sentimental en
canciones como Sylvia que el tiempo y el espacio se pierden en un clímax estratosférico.
Fue Bob Dylan quien escribió en su libro Crónicas que “Elvis elevaba las canciones a otra
órbita”. Dylan se refería al joven Elvis que irrumpió como un volcán en erupción en la sociedad
norteamericana a mediados de los cincuenta, cambiando el paisaje de Norteamérica para
siempre. La música, la cultura popular, los jóvenes de la generación más inquieta y hedonista
que se conoció hasta entonces, empezando por toda una legión de nuevos músicos, todos
esos jóvenes que siguieron su estela cegadora de inocencia, ritmo vicioso y carisma, todo eso
cambió. No fue el primero, pues por ahí andaban Little Rirchard y otros, ni fue el último. Pero
no hubo vuelta atrás desde su aparición. Porque no la hay cuando entras en contacto con algo
superior al ambiente de rutinas y desajustes que te rodea.
De hecho, Dylan decía también que Elvis tenía el don de hablarte directamente, saltándose
todos los filtros del mundo convencional. Con su fuerza sobrenatural, Elvis era como la voz de
Dios para un chico de un pueblo cualquiera de un lugar cualquiera de un mundo cualquiera.
Era la voz que te hacía sentir vivo cuando la vida carecía de significado, plagada de preguntas
abrumadoras y respuestas decepcionantes o, lo que es peor, de mentiras. Allí donde había
barreras morales, tabús sociales, dudas existenciales, miedos fundados, allí, donde nadie
llegaba, llegaba Elvis, príncipe del white trash y paleto del Sur, tal y como las clasistas élites
culturales y sociales norteamericanas le hicieron sentir toda su vida hasta su descomunal
éxito.
Pero nadie, incluido el puño de hierro del Coronel Parker, hizo menos por Elvis que el propio
Elvis, que se dejó caer en su espiral infernal de dinero y fama, que nunca superó la muerte de
su madre y protectora y que se empeñó en alimentar al monstruo del show business que había
creado. Es en esa espiral donde aparece el hombre intentando sobrevivir frente al asfixiante
personaje. Es ahí donde Elvis fracasa humanamente en su intento de cumplir las expectativas
de todos, de ser el que todos querían que fuera. Un tipo perdido y atormentado pero que
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todavía hallaba en la música la redención y el refugio espiritual que no le daba la vida, su vida.
Puede que, en su estado de enajenación emocional, haya que escucharlo como a
un Quijote delirante hablando de locas aventuras de caballerías, molinos y gigantes. Pero allí,
donde la realidad y los sueños se entremezclan con la virtud de algo supremo, como
decía Jorge Luis Borges sobre el ingenioso hidalgo, allí es donde Elvis, combinando dolor y
esperanza, liberando con intensidad sus emociones más profundas, nos ofrece algo
espiritualmente único en canciones como Can’t help falling in love, I can´t stop loving you, My
way, Unchained melody, I just can't help believing o The wonder of you. Canciones que en
directo supo hacer brillar en un espectáculo pensado a su medida, con el acompañamiento de
grupos de soul como los Sweet Inspirations o formaciones gospel como los Imperials o
losStamps.
Peter Guralnick, que escribió Último tren a Memphis, la mejor biografía que se puede leer
sobre la vida y la obra del músico, asegura que Elvis se fue desvaneciendo al tiempo que
construyó "un caparazón donde alojar su soledad". Pero el mismo Guralnick también afirma
que "el público siempre reconoció en Elvis un alma gemela”. Porque, al cantar, llegaba al
fondo, a la esencia. Te atravesaba. Según el propio Guralnick, su don era su corazón. Cantaba
con todo el corazón, entregado a su verdadera causa existencial y a su fin, que era la música.
Por eso, oír el mensaje de Elvis escondido en su música era oír la proclamación de las
emociones, de la vida en todos sus vértices.
Pero, como es bien sabido, en los setenta, Elvis, un hombre creyente pero sobre todo de una
gran profundidad espiritual, iba en caída libre hacia el precipicio. Representaba la ansiedad de
todo Estados Unidos. El mismo hombre que compraba coches para todos y por doquier, que se
hacía cargo de todos los gastos de todo su patético séquito de amistades, que adoraba las
armas y comer hamburguesas, que estaba obsesionado con la seguridad y con el miedo a
decepcionar, a que todos supiesen lo frágil que en realidad era, ese mismo hombre era el que
abría su corazón sin corazas, sin cortapisas, lleno de algo que no tiene nombre, y te hacía
suyo. Elvis te invitaba a compartir el choque de constelaciones que era su alma y una vez que
lo conocías quedabas maravillado con la supernova de su luz. Por eso, sobrecoge escuchar el
dramatismo que desprende su música en esa época de su vida. Y, a pesar del traje a lo capitán
Marvel, no era un superhéroe. No. Era un hombre, aunque todos quisiesen ver en él otra cosa,
aunque el fingía las 24 horas del día.
En palabras de Marion Keisker, la simpática secretaria que atendía la oficina de Sun Records,
donde Elvis se dio a conocer al país, aquel chico “tenía toda la complejidad de la gente
sencilla”. Así de simple. Así de complejo. Así de indescifrable. Por eso, tal vez, notabas a Elvis
como tuyo, al tiempo que te llevaba a esa dimensión donde solo unos pocos son capaces de
transportarte y donde sientes que todo es sencillo y transcendental a la vez.
Siempre he creído que uno de los aspectos más fascinantes de la música es su sentido
comunitario, su misterioso poder de atracción entre las personas. Cuando la compartes,
descubriendo a alguien una canción o un disco por el que sientes una devoción especial y ves
que esa persona sintoniza contigo, comprende lo que tú sientes al escuchar obsesivamente
esos acordes y al perderte como en un laberinto en esos versos, es, entonces, cuando se
transforma en algo inexplicable. Es, entonces, cuando la música puede construir puentes
invisibles o lanzaderas imposibles. Puede ser algo único, extraordinario. Por eso, en mi caso,
cuando alguien sintoniza con la música del últimoElvis Presley, el chiste malo del rock, el
hombre que hay detrás de la leyenda, siento que el misterio de la música es más grande que
todo el significado del mundo. Porque eseElvis Presley es el corazón elevándose hacia el
cielo, aunque sus pies sean de barro. Porque ese Elvis Presley me inspira más verdad, más
certeza, más revelación que la voz silenciosa y absurda de Dios.
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CUESTIONARIO:
1.Resume brevemente con tus palabras el contenido más destacado del artículo.
2.¿Qué tipo de texto es? (noticia, comentario, artículo de opinión, crónica, editorial,
reportaje, etc...) . Argumenta tu respuesta.
3.¿Quién fue Elvis Presley?.
4.¿Cómo se llama la localidad donde nació Elvis?.
5.¿En qué ciudad sufrió una fantástica evolución musical liderando un nuevo género
musical?. ¿habías oído hablar de ella anteriormente?. Investiga su relación con otras
emergentes figuras de los años `50 & ´60.
6.¿Quién fue Bob Dylan?. Destaca la importancia social y artística que tuvo Bob Dylan.
¿La sigue teniendo a día de hoy?. Emite una opinión personal al respecto.
7.Bob Dylan asegura que “Elvis fue un turbulento agitador solitario que conquistó el
mundo”. ¿Por qué le define con éstas palabras?.
8.Elvis llegó a la fama por un estilo personal y arrollador, ¿a qué género musical se
asocia Elvis Presley?.
9.¿Cuáles son los rasgos / características de la música “country”? , ¿a qué clase de
público está dirigido este tipo de música?. Investiga sobre los orígenes de la música
country.
10.¿Por qué el autor de artículo califica a Elvis como un “mago de la música”?.
11.¿Qué significado tienen las palabras “Soul” y “Gospel”?.
12.¿Qué estrato social en los EEUU de mitad del siglo XX interpreta música Soul y
Gospel?. Enumera varios artistas / grupos históricos de Soul y Gospel.
13.Busca varios artistas / grupos de la actualidad asociados al Soul y al Gospel.
14.¿Quién fue Little Richard?.
15.Bob Dylan comenta que Elvis Presley gozaba del don de “hablarte directamente”.
Explica el significado de esta frase.
16.¿Qué aficiones conocidas tenía Elvis Presley?.
17.¿Cómo definirías los últimos años de vida de Elvis Presley?.
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18.Hace unos años la revista Rolling Stones publicó una noticia en la que decía que
Elvis Presley sigue siendo el “artista fallecido mas rentable para las empresas
discográficas por delante de Michael Jackson”. Valora ésta afirmación.
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