El camino correcto puede llevar a la verdad

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El camino correcto puede llevar a la verdad
Seguramente no me quedarán muchos recuerdos de cuando era niño...El único que me marcó fue
cuando yo tenía siete años. Recuerdo que nos fuimos de excursión con mi clase al museo de Bellas
Artes de Bilbao. No vi muchos cuadros, porque allí me peleé con uno de mis compañeros y me
obligaron a quedarme solo en la entrada, con la única compañía del guardia de seguridad. En un
momento se fue a tomar un café y me dejó solo... Me dirigí hacia la salida empeñado en fugarme,
pero de repente, me topé con un hombre. Era bajito y tenía pinta de ir al museo para pasar el rato.
Me estuvo mirando bastante tiempo, pensativo, y yo me quedé sin decir nada, con cara de
confusión. Me costó algo darme la vuelta y volver con el grupo que me solicitaba a gritos. No sé por
qué me marcó esa experiencia, porque sin duda le habrá pasado lo mismo a mucha gente, aunque
a mí me impactó intensamente...
***
Llegaba la Navidad y como todos los años, iba a pasarme la cena de Nochebuena en casa con mis
padres y mi hermano. La Navidad me parecía una fiesta comercial y muy superficial, así que...
¿para qué participar en ella? De todas formas, mi hermano se iba a dar cuenta tarde o temprano de
que todo lo de Papá Noel era un cuento. Pensé decírselo el año anterior, pero después de la bronca
que me cayó, no creo que vuelva a intentar "borrarle todas sus alegrías de infancia".
Al empezar el día, me levanté con dificultad, ya que se me olvidó desactivar el despertador y sonó a
las 7:00. Pensé que todavía tenía colegio y empecé a vestirme. Cuando bajé a desayunar, me di
cuenta al fin de que ya había llegado el primer día de vacaciones. Me fui corriendo a la cama y me
volví a acostar sin cambiarme.
El resto del día pasó como cualquier otro. Lo único un poco fuera de lo normal fue una noticia del
periódico que había traído mi padre subrayada en color. Inmediatamente captó mi atención. Decía
así: "Se suicida un autor poco conocido en su apartamento situado a las afueras de Bilbao ". Me pregunté
repentinamente por qué había decidido acabar con su vida y sobre todo quién era ese "autor".
Seguí leyendo la noticia y descubrí que ese hombre tan solo había escrito un libro, libro que apenas
se vendió. Pensé que seguramente fue por eso que se había suicidado, porque no recibió el mérito
que merecía y porque se exigía mucho a él mismo. Me parecía increíble que todavía quedara gente
así...
Otra cosa que me sorprendió ese día fue lo que me reveló por la tarde mi madre. Me contó que para
Nochebuena su primo iba a venir a cenar con nosotros... Hacía mucho tiempo que no veía al "primo"
Luis. La verdad es que si lo hubiera visto por la calle no lo hubiera reconocido. Me extrañaba mucho
también, porque según lo que me dijo mi madre, vivía en una ciudad a unos cuantos km. de allí, a
unos 40, más o menos...
***
Ya estábamos a 24 de diciembre y, cómo no, tocaba ayudar en casa para preparar la cena. Mis
padres insistieron en que yo pusiera la mesa y todo ese rollo. No me apetecía nada...
-Adrián, vete al trastero y tráeme los adornos para decorar la mesa-, me gritó mi madre.
-Sí, ya, dentro de un rato-, susurré.
-¡Date prisa!
Con desgana cogí las llaves del trastero. Salí de la sala. Subí las escaleras que había para poder
acceder rápidamente al cuarto siniestro al que llegué por fin. En cuanto abrí la puerta, me tropecé
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con todos los trastos polvorientos e inútiles que había tirados por el suelo.
-Ya podían subir aquí y dejarlo todo más ordenado-, me dije a mí mismo.
Después de haber encendido la luz, estuve un buen rato buscando los malditos adornos. Para
cuando me di cuenta de que estaban en el fondo, bajo un montón de cacharros, ya me había dado
casi por vencido. Además, como soy alérgico a los ácaros, no paraba de estornudar. Tiré con fuerza
las cosas que había encima de los adornos, con la única esperanza de poder salir de allí con vida.
En cuanto la nube de polvo desapareció, descubrí un trozo de papel enganchado entre la caja y el
suelo. Era amarillo y me costó cogerlo sin hacerlo pedazos, de lo estropeado que estaba. Un
nombre estaba inscrito, Vicente Rivas. Ese nombre me sonaba. Igual era porque ya lo había visto
en alguna parte o porque lo había oído en la calle. No sabía si coger el pedazo de papel o dejarlo
dónde lo había encontrado. Al final opté por ponerlo en el bolsillo de mi pantalón.
Bajé con la caja llena de polvo. Cómo no, mis padres me pidieron que pusiera la mesa y los
adornos. Lo hice lo más rápido que pude y me fui a mi habitación para meditar sobre lo sucedido,
más bien sobre el trozo de papel amarillento.
Al cabo de un rato, oí el timbre. Sin duda era el primo del que me había hablado el día anterior mi
madre. Ya que no tenía nada que hacer, fui a ver qué pinta tenía Luis.
Era medio calvo y tenía la cara cansada. Nos saludó a todos afablemente...
-¡Hola a todos, familia!
Sí, claro, familia. A quién no viene a ver desde... el año en que yo nací, tal vez. Me parece que notó
mi aire de desprecio, porque enseguida me dijo:
-¡Cuánto tiempo!, ¿eh?
-Pues sí, mucho tiempo-, solté.
Aparentemente, a mi hermano le hacía mucha ilusión su visita. La verdad es que no me extraña,
con el tiempo que hace que no vemos a alguien que no sean nuestros padres por Navidad...
Al cabo de interminables conversaciones con mis padres, Luis dijo:
-Empieza a ser tarde, tendré que irme después de la cena.
-Pues entonces vamos a cenar ahora-, intervino mi padre.
Al llegar al comedor, empezaron a alabar la decoración de la mesa. Lo único que había hecho yo
era poner unos cuantos platos que no usábamos de costumbre y servilletas decoradas con un pino
dorado.
La comida transcurrió sin novedades, los adultos hablaban mucho entre ellos y mi hermano me
preguntaba cada dos por tres el significado de palabras que desconocía y que usaban los mayores.
Más de una vez tuve que ser desagradable para que me dejara en paz:
-Si usan esas palabras es porque no quieren que te enteres de lo que están hablando, ¿no
crees?
-Ya, pero yo quiero saber de qué hablan-, continuó mi hermano Rafael.
- Pues coges un diccionario, y así me dejas comer tranquilo- repliqué.
Sólo tenía seis años y medio, pero era capaz de sacar de sus casillas a cualquier persona, tuviera
paciencia o no.
Cuando terminamos el postre, Luis se despidió más contento que nunca:
-Bueno, ha sido un placer estar con vosotros, espero que nos veamos más a menudo.
-Claro, Luis, aquí serás siempre bienvenido-, respondió mi madre.
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Antes de irse del todo, me ofreció un objeto envuelto en papel de regalo marrón. Ni siquiera me dio
tiempo de darle las gracias, pues ya se había ido.
***
Mis padres solían repartir los regalos entre el 25 de diciembre y el 6 de enero, es decir, entre Papá
Noel y los Reyes Magos. Y por consiguiente, me desperté con los gritos de Rafael.
-¡Ya están aquí los regalos!
-¿Ah, sí?, ¡qué bien!-, murmuré entre las sábanas.
En cuanto llegué al salón, sitio donde se encontraba el pino obviamente, vi que mi hermano ya
había empezado a abrir sus regalos. Eché un vistazo adonde se encontraban mis zapatillas y vi que
sólo había dos regalos. Uno ya lo conocía, era el objeto envuelto que me dio la víspera Luis.
Recuerdo no haberlo abierto, así que seguramente lo había dejado tirado por ahí, ya que en mi
habitación no estaba. El segundo lo había pedido yo. Si me habían hecho caso, eso parecía por la
forma del sobre, era dinero.
Después de Rafael, me tocaba a mí abrir los regalos. Mi madre estaba muy pesada, no paraba de
decirme:
-¡Vamos Adrián, abre el regalo marrón, que me estoy impacientando!
Y yo:
-Parece que te importa más a ti lo que hay dentro que a mí.
-Ábrelo de una vez.
Tuve que abrirlo casi de fuerza. Me encontré con un libro. Genial, pensé, con lo que me gusta a mí
leer. Me quedé mirándolo casi un minuto sin decir nada. Al final lo único que se me ocurrió decir fue
esto:
-Justo lo que yo quería.
Cogí el sobre con dinero, había unos cien euros dentro. Me alegraba bastante, porque así podría
devolverle todo el dinero que le debía a David. La historia era muy simple, aposté por veinte euros
que iba a ganar el Real Madrid contra el Barcelona, estaba muy convencido. Pero por desgracia
perdió cinco - cero, y como no tenía ni un duro para darle, decidió ponerme intereses. Y ahora,
según él, le debo unos cuarenta o cincuenta euros a mi amigo... Ni loco iba a darle tanto dinero, y
por eso decidí ir a verle al día siguiente.
***
Eran las tres y media de la tarde, y salí para devolverle el dinero. No vivía muy lejos y por eso me fui
andando. Hacía bastante calor para ser invierno, unos 14º/15º grados. Llegué antes de lo previsto y
me crucé con su gato. Llamé al timbre y al cabo de tres minutos abrió su madre. Me dijo que no se
hallaba en casa y que probablemente estaría en el parque de al lado, así que me dirigí hacia allí.
Como no le encontraba por muchas vueltas que di, me senté en un banco y esperé a que él me
encontrara a mí. Pasó mucho tiempo y ya que empezaba a aburrirme, decidí salir del parque. Pero
me retuvo el libro misterioso que tenía guardado en el bolsillo de mi sudadera.
Comencé a pensar que el libro estaba maldito, no sabía para nada cómo había podido terminar en
mi bolsillo. Lo abrí con cuidado y me encontré con otro pedazo de papel, idéntico al que había
encontrado en el trastero. Era amarillo y en él estaba escrito el nombre de Vicente Rivas. Miré
rápidamente en el bolsillo trasero de mi vaquero, pero no encontré nada...
Leí la portada del libro "Recuerdos de una infancia difícil", y descubrí que el autor se llamaba
Vicente Rivas. Curiosa coincidencia, ¿no? Volví a encontrar otra hoja de papel dentro del libro. En
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ella ponía lo siguiente:
Te regalo este libro para que descubras parte de tu pasado imaginario.
Mi viejo amigo Luis te lo dará estas Navidades.
Me ha hablado mucho de ti, aunque tú lo ignorabas.
Por desgracia no te conoceré, ya que habré muerto en estas fechas.
Los libros de mi cuñada te harán descubrir el verdadero arte de la escritura.
Vive muy cerca de ti y si te ve, te reconocerá, no lo dudo.
Tiene una hija de tu edad, la conocerás seguramente.
Espero que te guste el libro.
Como ya te he dicho, habla de ti.
Vicente Rivas
Por lo visto era una especie de dedicatoria dirigida a mí. Esto estaba empezando a ser muy raro.
¿Quién era ese tal Rivas? ¿Cómo es que había escrito un libro sobre mi infancia? Y... ¿a mí que me
importaban su cuñada y su hija?
Mientras estaba reflexionando sobre todo esto, me di cuenta de que se había sentado una mujer a
mi lado. También me percaté de que todos los otros bancos estaban vacíos. Parecía tener unos
treinta y cinco años, más o menos, e iba vestida elegantemente.
-¿Adrián Artero? -me preguntó.
-¿Cómo sabe cómo me llamo? y... ¿Quién es usted?
-Me llamo Cecilia Rivas. Soy la cuñada de Vicente Rivas.
-Encantada de conocerte.
Decidí irme corriendo antes de que pudiera decirme nada.
***
Al llegar a casa, me topé de lleno con la bronca del siglo. Mis padres estaban histéricos. La
verdad es que llegué más tarde de lo previsto porque al final me encontré en el camino de vuelta
con David. Lo arreglamos todo, y sin rencores dejó que me llevara yo todo el dinero que le debía.
Estaba seguro de que si le hubiera ofrecido los cien euros que me habían regalado para las
Navidades, no los hubiera aceptado. Después de haberles contado la verdad, me castigaron sin
salir durante una semana. Estaba alucinado. Nunca me habían infligido tal sanción, y menos sin
poder salir. Me fui directo a la cama sin haber cenado y en cuanto me percaté de que mis padres
estaban durmiendo, me fugué de casa, sin saber muy bien por qué.
***
No pensaba volver. Me habían decepcionado mucho esa noche. Iba errando por una calle
completamente negra, parecía que ya no hubiera farolas dispuestas a dar un poco de luz... Me
sentía solo, abandonado en cierto modo. Lo peor es que no había pensado dónde iba a ir y claro,
como era menor, no podía ir a dormir a ningún hotel, ni tan siquiera a una pobre pensión. Y eso que
disponía de dinero... Decidí ir al Mc Donalds de siempre. Estaba cerca y además sabía que no
cerraban hasta tarde. Por desgracia había mucha gente, así que me pedí un menú para llevar. Mis
piernas se dirigieron hasta el parque donde había estado esa tarde.
Me senté en el mismo banco y comencé a comer la hamburguesa fría. Me cansé rápidamente y la
tiré junto al resto del menú a la papelera que había al lado. Caí rendido, no me quedaban fuerzas
para sostenerme a mí mismo sobre el banco de madera.
***
4
Un rayo de luz inundaba la habitación. Pero, ¿qué habitación? - pensé. Me hallaba sobre un colchón
tirado en medio de una sala misteriosa y hospitalaria. Me senté, sin poder mirar alrededor, y me
estiré como de costumbre. En cuanto abrí los ojos me encontré con una persona enfrente de mí,
que me miraba con curiosidad. Parecía tener mi edad, tal vez unos cuantos años menos, y cuando
me quise levantar se apartó repentinamente.
-Buenos días, ¿has dormido bien?-, me preguntó con voz serena.
La contemplé durante varios instantes, sin saber muy bien qué decir.
-Me llamo Linda. Y tú, supongo que eres Adrián, ¿no?
Me aclaré la garganta y respondí por fin, casi gritando:
- ¿Se puede saber por qué estoy yo aquí?. Y... ¿quién te ha dicho mi nombre?
Entró por la puerta del cuarto otra chica. Más bien una mujer adulta en este caso. Seguramente me
oyó hablar con la joven, ya que si no no habría aparecido ahora.
-Ya veo que te has levantado, Adrián.
Reconocí de inmediato la voz. Era la de la mujer misteriosa del parque, que pretendía ser la cuñada
de Vicente Rivas, el autor fallecido, según lo escrito en la dedicatoria.
-¿Pero con qué derecho me trae hasta aquí?-, interpelé.
Se fue de la habitación la chica llamada Linda y me quedé a solas con Cecilia.
-Todo esto tiene una explicación-, dijo la mujer.
-Pues ya va siendo hora de que me la revele, porque no estoy de humor para bromitas-,
respondí secamente.
***
Me contó cosas que ya me había dicho anteriormente o incluso que había descubierto por mí
mismo. Como por ejemplo, que Vicente se había suicidado en su casa hacía unos días. Asocié esa
información a la noticia subrayada del periódico que me trajo mi padre el 23 de diciembre.
También me reveló que la única ambición de Vicente era hacer pasar su saber sobre el verdadero
arte de la escritura -que solo él conocía- a un niño con quien se había cruzado hacía ya 8 años. Y
resulta que ese niño era yo... Recordé casi al instante mi desastrosa visita al museo.
Al principio no me lo creí, pero sus argumentos eran tan convincentes que me dejé llevar por sus
fantasías.
Seguí consultándole:
- Pero, ¿cómo es que me encontró en el parque? ¿Me llevó usted hasta su casa?
Que, por cierto, su casa se situaba a unas cuantas calles de la mía. Vamos, que casi éramos
vecinos y yo nunca la había visto por la calle.
Terminó diciéndome que había sido una gran inspiración para Vicente, ya que su primer -y últimolibro estaba dedicado a mí.
Me pregunté cómo es que sin saber nada de mí, había podido hacer un libro entero dedicado a mí.
Seguramente se habría inventado la mitad. Tendría que empezar a leerlo si lo quería descubrir.
Me quedé todo el resto del día parloteando con Linda. Me parecía una buena persona, un poco
ingenua, pero con gran corazón.
5
Llegó la noche de nuevo y me quedé a dormir en el piso de Cecilia. Al día siguiente empezaría mi
labor, descubrir quién era realmente Vicente Rivas y cuál era su forma de pensar.
***
Amaneció tarde, por la estación en la que estábamos probablemente. Al llegar a la cocina, que no
había visto el día anterior, encontré a Cecilia quien me saludó amablemente:
-¿Cómo estás, Adrián?
-Bien, aunque me siento un poco culpable por no participar en los gastos de alojamiento. Te
pagaré todo el dinero que tenga para compensar todo lo que estás haciendo por mí.
-No te obligo a nada, sabes.
-¿Está aquí Linda?
-No, ha salido.
Desayuné lo primero que vi y me fui a explorar el pequeño piso. Encontré en primer lugar la
biblioteca y me quedé allí hasta muy tarde. La sala era bastante grande y había un despacho con un
montón de papeles encima. Cotilleé un poco y hallé el principio de un novela romántica, escrita por
Cecilia Rivas, mi actual "madre", digamos.
No sabía cuándo iba a volver a casa con mis padres, empezaba a echarles de menos, por
muy liberado que me sentía habiéndome ido. Pero aún así no pensaba ceder.
Oí la puerta de la entrada golpear. Eché un vistazo a la estantería con libros y descubrí que Cecilia
había escrito muchos. Casi toda la estantería estaba llena de sus novelas. Volví hacia el escritorio y
vi una foto en la que estaban Cecilia, Linda y un hombre que me sonaba. Entró en la habitación
Linda y me dijo lo siguiente:
-El hombre que ves en la foto es Vicente, no creo que lo hayas reconocido.
Pues resulta que sí, que ahora veía bien quién era. Era sin lugar a duda el hombre bajito que iba al
museo para dejar de aburrirse en casa. Ahora entendía de lo que me estaba hablando antes
Cecilia... Enseguida se fue Linda, dejándome de nuevo solo con mis pensamientos y los libros.
***
Noté que en mi bolsillo tenía todavía el libro de Vicente. Estaba impaciente por leerlo y descubrir de
qué trataba más concretamente. Empezaba hablando de la vida en general. Pero transmitía
bastante tristeza al contar su desastrosa vida. Y que por lo mala que era, se inventaría en parte la
de un niño llamado Adrián. La vida de ese niño era fantástica. Y no hacía falta conocerlo para
saberlo, porque transmitía buenas vibraciones a quien se le acercaba. La continuación era muy
profunda. Me daban ganas de empezar a escribir igualmente. Porque, en parte, no sabía que en un
libro de papel normal y corriente se pudieran esconder tantas alegrías y tristezas. Porque contado
así, le podría alegrar el día a cualquier persona con un fragmento de tal felicidad.
Después de haber terminado el libro, no entendía a la gente que no quisiera leer un solo libro en
toda su vida, que odiara la literatura. Era algo emocionante a la vez que intrigante. Y para mí
empezaba a ser algo más, como una fuerza interior que me hacía sentir bien, como una luz llena de
saber y de calor que me decía que siguiera con mis deseos. Descubrí ese día que mi verdadera
pasión eran las letras, las palabras, las frases y mucho más. Todo ese mundo me fascinaba y
estaba bien decidido a seguir el camino de la verdadera escritura; como quería Vicente Rivas, en
parte mi descubridor a la vez que mi ídolo.
Ya se había hecho de noche hacía un buen rato. Me fui a la habitación dónde había estado antes y
me dormí enseguida.
***
6
Por la mañana me desperté con ganas de enfrentarme al nuevo día. Lo primero que hice fue escribir
una carta a Cecilia y a Linda de agradecimiento:
Linda, Cecilia:
Os escribo esta carta para agradeceros vuestra labor conmigo. Vuestra ayuda ha sido
indispensable, ya que he descubierto el arte de la literatura. Y según lo que me habéis
contado, era el objetivo de Vicente. Os aseguro que no os defraudaré, ni a vosotras, ni
a él. Tengo que deciros que os aprecio mucho.
Espero volver a veros pronto.
Abrazos.
Adrián Artero
Dejé al lado de la carta, en el suelo, el dinero que me quedaba. Eran más de cincuenta euros, pero
se lo debía a las dos. No me arrepentí para nada de haberles dejado tanto.
Me fui sin hacer ruido antes de que se levantaran.
***
Hacía frío, por una vez. Me di prisa en llegar a casa lo antes posible. Aunque eso no iba a cambiar
mucho, mis padres se enfadarían igualmente. Pero quería volver, explicarles mis nuevos intereses,
mi necesidad de irme a pensar sobre mi futuro, mi camino a seguir. Puede que no fuera por eso que
me fui de casa, pero al final es lo que encontré...Y estaba bien decidido a aprovechar esa
oportunidad que me daba la vida, porque lo que aún no sabía entonces es que mi nombre resonaría
en las estanterías de las bibliotecas públicas unos cuantos años después.
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