Edwin Ortega de sus días a los nuestros. Le encantaba hablar, su

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Edwin Ortega
de sus días a los nuestros. Le encantaba hablar, su fascinación era
transmitir, sino sus conocimientos, su experiencia. Con mucho respeto y consideración apreciábamos tanta generosidad. Con un poco
de dificultad, comenzó:
–Queridos amigos Guardiamarinas, ni los egoísmos y rencillas
personales deben nunca jamás sacrificar la jerarquización militar.
Un Comandante no puede quedar al margen de un comando salvo por aspectos de extrema gravedad moral comprobada. Como en
todas las áreas de la vida, en las altas esferas se entretejen intereses
que no están a nuestro nivel y que quizá nunca llegaremos a conocer;
ellos, a veces, se tornan subjetivamente audaces y alejados de la real
dimensión militar. Estaba profundamente conmovido. Su entrecejo
comenzó a fruncirse, pero con la calma y la madurez de sus años,
prosiguió: –El tiempo no pasa en vano. Muchos aspiramos liderar a
nuestra gente. A diferencia de otras profesiones, ustedes y yo venimos
de abajo. El almirante sabe lo que siente y persigue un Alférez. La
carrera militar tiene esa característica tan singular; quienes comandamos un grupo de hombres conocemos a profundidad sus problemas, fortalezas y debilidades. Es por ello que cuando hagan carrera
-nos decía con orgullo por haberlo vivido en carne propia -traten de
velar desde el inicio por su gente, conózcanla, vivan, sufran con ellos.
El momento menos pensado estarán de oficiales superiores y su visión de la Fuerza comenzará a cambiar, pero análogamente tendrán
que reforzar sus cualidades como líderes militares.
–Jóvenes, entiendan una cosa, la envestidura formal siempre debe
estar a la par con el liderazgo moral. Van a cometer errores, pero su
empeño, sapiencia y valentía permitirán que sigan adelante, que se
proyecten como futuros líderes, que se respete y hagan ustedes mismos respetar su jerarquía. Nunca de los nuncas den la oportunidad
que se rompa la cadena de mando. Siempre, por ley y tradición, el
más antiguo ocupará el mando.
El viejo Comandante estaba abrumado, su cuerpo senil y delicado se recostaba cada vez más en la silla. Alcanzábamos a escuchar
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