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Signos de puntuación: http://www.elcastellano.org/esbpuntu.html
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Sobre el masculino genérico puede consultar:
http://www.sprachlabor.fu-berlin.de/adieu/recomen/indice.html
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También puedes leer este artículo aparecido en www.el-castellano.org
En femenino, por favor
Por Isabel Alamar
Directora de la empresa de servicios lingüísticos Casa Escritura y subdirectora de la revista literaria Realidad Literal.
El género es un accidente gramatical que sirve para indicarnos, entre otras cosas,
que una palabra es masculina, femenina, o de género común (o sea que su forma
sirve tanto para el masculino como para el femenino); en realidad, se trata de un
recurso sintáctico del que dispone la lengua para expresar la concordancia.
De hecho, en el campo semántico de los nombres de profesión, que es en el que
vamos a centrarnos, la mayor parte de los sustantivos castellanos pertenecen a uno
de los dos grupos anteriores. Así, tenemos sustantivos con doble forma, o sea con
una forma para el masculino y otra para el femenino (por ejemplo, el profesor, la
profesora) y sustantivos con género común, o sea que comparten la misma forma
para el masculino y el femenino (el oculista y la oculista).
Dentro del género común, podemos distinguir diferentes formas de formación, y es
que aunque la mayor parte de estos sustantivos terminan en –a (véase si no la
palabra artista, o pediatra), también pueden hacerlo en consonante precedida de una
vocal que no sea –o (como alférez, cónsul, fiscal, industrial...), en –e (conserje,
jefe...), o empleando las terminaciones –ante, –ente como consecuencia de la
sustantivación de un participio presente (presidente, residente, practicante...).
En otros casos se utilizan nombres completamente distintos según una determinada
profesión o actividad, por ejemplo, sea ejercida por un hombre o por una mujer:
hablaremos en estos casos de "heteronimia", y diremos un jinete, pero una
amazona. Este recurso de emplear términos heterónimos es bastante utilizado para
designar el sexo de los seres animados, de ahí que encontremos sin dificultad varias
muestras de ello en nuestro lenguaje (hombre-mujer, caballo-yegua, vaca-toro...).
Uno de los cambios más importantes de nuestra época es, sin duda, la incorporación
de las mujeres a los trabajos que tradicionalmente habían desempeñado los
hombres. El lenguaje, como un aspecto más de la sociedad, no ha quedado al
margen de ese cambio. Por ello, es cada vez más frecuente que exista una forma
femenina para los nombres de profesión, incluso reflejada en el diccionario
académico, donde abogado, catedrático, médico, diputado, ministro, mandatario,
ingeniero, arquitecto, juez, edil, concejal, bedel, teniente, capitán, torero, fontanero,
etc., aparecen ahora con su correspondiente femenino: abogada, catedrática,
médica, diputada, ministra, mandataria, ingeniera, arquitecta, jueza, edila, concejala,
bedela, tenienta, capitana, torera, fontanera, etc.
Es innegable, sin embargo, que nos encontramos todavía con una fuerte resistencia
al cambio, y es que no debemos olvidar que en estas cuestiones no solo entran en
juego factores propiamente lingüísticos, sino también cuestiones sociolingüísticas de
todo tipo (políticas y culturales).
Hay, por ejemplo, toda una serie de profesiones que si alguna vez ven formado su
femenino será con cierta dificultad, independientemente de que muchas mujeres las
ejerzan. Es el caso probablemente de *soldada, *pilota, *caba..., que coinciden con
formas que tienen ya otro significado en la lengua o han sido, por otros motivos,
tradicionalmente censuradas (soldada ‘sueldo’; pilota ‘presente de indicativo y de
subjuntivo del verbo pilotar’. Seguramente, para casos como estos los hablantes
prefieran simplemente utilizar otros recursos como es el género común y decir, por
ejemplo, que se trata de una mujer soldado, una mujer piloto, una mujer cabo (o la
soldado, la piloto, la cabo).
Y tanto en la vida cotidiana como en los medios de comunicación encontramos
todavía numerosos ejemplos en los que, más allá de estos casos en los que es el
propio sistema de la lengua el que contribuye a dificultar su arraigo, se sigue
prefiriendo el uso del género común en vez del femenino (El País, por ejemplo, se
decanta por las formas juez, edil o concejal, aduciendo que las terminaciones de
estas palabras no son en realidad propias ni del masculino ni del femenino, sino
representativas del género común) o incluso, seguramente sin conciencia, se
producen a veces alternancias agramaticales (como ocurre en *la ex primer ministra
[El País, 27-8-1977,1], que combina el determinante ordinal en masculino –primer-con el sustantivo núcleo en femenino –ministra--) o como mínimo chocantes: así,
pese a que aparece en más de un artículo del diario El Mundo la palabra jueza, en
una entrevista realizada por este mismo diario a Mercedes Calvo, titulada,
paradójicamente, "Tengo el deber de ser feminista", del 24-01-2002, se le formulaba
la siguiente pregunta ¿Seguro que es usted una juez conservadora?, optando en esta
ocasión por el género común.
Otras veces, sin embargo, esa resistencia, que alcanza reflejo también en los medios
de comunicación, viene justificada porque los hablantes conservan en su mente
anteriores usos de esa palabra que no se corresponden con nuestra realidad actual.
Sirva como ejemplo una cita del magnífico "Cajetín" que S. de Andrés Castellano
dedica a "Arquitectas, ingenieras, ministras, obispas, toreras...":a veces aún tenemos
en la mente el otro uso que a lo mejor tenía y aún conserva esa forma femenina.
Torera (...) poseía también el significado de ‘mujer liviana’. O puede que la causa la
encontremos en que antes también existían algunos términos como el de jueza, pero
con otro referente, ya que entonces se aplicaba a la mujer del juez, y algo parecido
pasaba con las presidentas, que eran las señoras (esposas) de los presidentes.
Atendiendo a estos últimos ejemplos, no podemos decir que en realidad se hayan
inventando nuevas palabras: lo que se ha hecho es darles un nuevo significado.
En general, podemos decir que hay una clara tendencia a utilizar y hasta
sobrevalorar la forma masculina en detrimento de la femenina. En cuanto a las
posibles causas, tal vez habría que buscarlas en diferentes y variados motivos: a
veces porque los hablantes creen que la forma masculina es la más correcta o
apropiada (quizás porque hasta ese momento ha sido la más utilizada y simplemente
se han acostumbrado a ella, o porque piensan que igual no recogen estas nuevas
formas los diccionarios, y pueden cometer una incorrección idiomática); otras veces,
el motivo estriba, en que les "suenan mal" estos nuevos vocablos o, por el contrario,
en que creen que la forma masculina, por alguna extraña razón que escapa a
nuestro entendimiento, está dotada de mayor fuerza y profesionalidad, y es, por
tanto, digna de mayores honores y popularidad. Aquellas personas que piensan así,
simple y llanamente, se están equivocando, y con ello dan la razón a aquellos que
todavía piensan hoy en día que las mujeres no deben ocupar altos cargos o no
tienen derecho a incorporarse con plenos derechos al mercado laboral.
El lenguaje tiene, en fin, que adaptarse a la realidad en que vivimos. Siempre ha sido
así. Además, curiosamente y como contrapartida, tenemos el fenómeno inverso al
que hemos descrito, y así términos como prostituta, modista, o cajera han
encontrado sus correspondientes formas masculinas en prostituto, modisto, o cajero.
A su modo, el idioma está vivo también, muy vivo, y nos lo demuestra, entre otras
cosas, de esta manera. Ahora podemos elegir: el que quiera que diga el-la juez, el-la
ingeniero; pero el que lo desee que utilice las formas el juez-la jueza, , el ingenierola ingeniera, dado que, pese a las discusiones (o precisamente por ellas), ambos
usos conviven y ambos tienen razones para ser considerados, en principio, correctos.
Personalmente, creo, eso sí, que conviene generalizar el femenino a los nombres de
profesiones o cargos cuando éstos son desempeñados por mujeres lo que además es
coherente con la tendencia actual de la RAE, perceptible en las dos últimas ediciones
de su diccionario (1992, 2001). Por eso, lo del título.
BIBLIOGRAFÍA
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toreras..., publicado en el "Cajetín de la Lengua", Espéculo, Url:
http://www.ucm.es/info/especulo/cajetin/arquite2.html.
De Andrés Castellanos, Soledad: Amos de casa, azafatos, cajeros, prostitutos,
‘psicópatos’, ‘telefonistos’..., "Cajetín de la Lengua", Espéculo, Url:
http://www.ucm.es/info/especulo/cajetin/amocasa.html.
Díaz Salgado, Luis Carlos: El sexo de las nueces, publicado en el Diario de Andalucía,
el 26 de febrero de 2000.
García Meseguer, Álvaro: ¿Es sexista la lengua española?, Paidós, Barcelona, 1994,
50-51. Reimpresión, 1996.
Lázaro Carreter, Fernando: El dardo en la palabra, Galaxia Gutenberg-Círculo de
Lectores, Barcelona, 1997, 612.
Lledó Cunill, Eulalia: Ministras, arrieras y azabacheras, De la feminización de tres
lemas de la DRAE (2001), "Cajetín de la Lengua", Espéculo, Url:
http://www.ucm.es/info/especulo/cajetin/lledo.html.
RAE: Ortografía de la Lengua Española, 1ª edición. Espasa Calpe, Madrid, 1999.
RAE: Diccionario de la lengua española, vigésima segunda edición, Espasa Calpe,
Madrid, 2001.
Seco, Andrés y Ramos: Diccionario del español actual, Aguilar, Madrid, 1999.
Seco, Manuel: Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española, Espasa
Calpe, Madrid, 1998, 354.
Vigara Tauste, Ana María: Árbitra, "Cajetín de la lengua", Espéculo, Url:
http://www.ucm.es/info/especulo/cajetin/arbitra.html.
Vigara Tauste, Ana María: "Ortografía, ideología: los nombres propios no castellanos
en los medios de comunicación", publicado en Espéculo, Url:
http://www.ucm.es/info/especulo/numero15/ortoideo.html.
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