Punto de Vista por José Morales Mancera ¿Delegar en BUROCRACIA? S aber delegar es la manera efectiva de hacer llegar la autoridad a los niveles medios y bajos de la organización para coordinar la acción. Es un arte y un instinto en ciertas personas, y es una negación e incapacidad en otras: depende de su habilidad para elegir a las personas y de su talento para dividir lógicamente las funciones y capacitar para las responsabilidades. Al dar un puesto se delegan responsabilidades, no parcelas de poder y confort. Autoridad es servicio al bien común no forma de dominación y prepotencia. Si la estrategia es errónea o mal comunicada, la delegación lo que logra es eficientar tonterías o las veleidades del jefe, acciones inútiles, perjudiciales y costosas. Toda acción cuesta. Hay que madurar primero el proyecto estratégico. Presuponiendo una estrategia adecuada, la delegación es la autoridad en cascada que permite la eficiencia del sistema como un todo. La diversidad en la unidad. Unidad que sólo logra un buen director, en una orquesta de muy variados instrumentos, con músicos de excelencia en cada uno. La delegación logra la aproximación de muy diversas funciones a la acción conjunta, en forma subsidiaria, o sea que no haga el jefe lo que puede hacer el subalterno, y que se capacite a éste para que realice lo mejor con eficiencia y compromiso. La autoridad la tiene el que conoce y sabe (autoridad epistemológica) y el que es capaz de cuidar el orden (autoridad deontológica). El ignorante, el desordenado y peor el corrupto carecen de autoridad, aunque puedan tener el poder que les concede el nombramiento. El nombramiento de un inepto o de un corrupto, que no garantiza la eficiencia en el puesto y va a contagiar a los demás, es un fraude de quien da el nombramiento. La autoridad en cuanto capacidad es personal, no es delegable: lo único delegable es el poder. De aquí el peligro de dar poderes a quien carece de autoridad, pues ésta es la relación personal de aptitudes para la problemática concreta que el puesto requiere. Cristóbal Colon, eligiendo a la tripulación para su gran aventura, es un ejemplo de burócrata ejemplar, pues se jugaba la vida si delegaba mal y tiraba el dinero de la reina pues viajaba por cuenta del Estado. Tenía un experto para cada función: navegación, velas, calafatear etcétera. Por lo tanto, delegar funciones en la empresa o en el gobierno es una terrible responsabilidad: separar 34 ENTORNO el poder de la autoridad es catastrófico y dejar a la autoridad sin poder, es castrante. En la empresa, paga los errores el dueño o los accionistas; en la burocracia lo paga el infeliz ciudadano y los impuestos desperdiciados. Todos piden más presupuesto, o sea poder, pero ninguno exige mejores jefes, conocedores y exigentes. Elegir a quienes tienen preparación, talento y responsabilidad, y discriminar (palabra prohibida hoy) a quien es corrupto, inepto o irresponsable, es una obligación de cualquiera que quiera un liderazgo real en el mundo empresarial o de gobierno. Ésta es la enfermedad mortal de la burocracia, pues se elige por compadrazgo y por docilidad; se premia la complicidad y el silencio. Cualquiera sirve para cualquier puesto y todos esperan la hora de salida sin otro aliciente que el pago de la quincena o la gratificación por favores concedidos. Hay honrosas excepciones, muy honrosas y muy excepcionales. Los partidos, como fuentes de empleo, son un fracaso pues eligen por criterios políticos y docilidad partidista, no por capacidades reales. Rencillas o pandillas burocráticas son el resultado. La Secretaria de la Función Pública tiene una tarea enorme de eficientar y no duplicar burocracias. ¿Tendrá autoridad y poder para lograrlo? En la burocracia, cada ventanilla o escritorio se convierte en un centro de poder, sin una autoridad o reglamento que esté por encima y sea respetado. El poder autoritario se desparrama en las oficinas sin una autoridad con poder que lo controle. En la práctica, el subalterno conoce más del papeleo que su jefe: Por ello realiza lo que se llama “delegación ascendente”; esto es, crearle problemas al jefe, quitarle el sueño, para volverse indispensable y benefactor, resolviéndole los problemas que le creó cuando lo juzgue conveniente. Es una forma de secuestro del jefe. La ciencia del papeleo del escritorio la tiene el subalterno a quien no convienen cambios ni mejoras. Quien controla los sistemas electrónicos tiene, por ahora, más poder que el jefe y es capaz de sabotear cualquier intento. Además, esos puestos no pueden ser tocados, pues “se cae el sistema”. Cuando se esperan resultados tangibles a corto plazo, como en el caso de la seguridad pública, que requiere la coordinación de muchas dependencias, estos resultados se vuelven imposibles. Se quedan en enumeración de buenas intenciones. Los funcionarios cambian continuamente, no acaban de aprender, cada nuevo jefe es un novedoso genio que trae a su gente y su sistema, pues no reconoce a los anteriores, y el caos interno de las oficinas es total. Así, la burocracia se multiplica continuamente, pues nadie desea vivir fuera del presupuesto por el nombramiento que su compadre le consiguió, lo que en México llamamos perder “el hueso”. Con mayores impuestos, que reducen la liquidez de las empresas medianas y pequeñas, se está logrando reducir los puestos de trabajo para poder pagar a mayor número de burócratas a los tres niveles de gobierno. Crece la burocracia federal, pero mucho más la estatal y la municipal, sin control alguno. El Presidente Adolfo Ruiz Cortines, habiendo salido él mismo de la burocracia, frenó la inflación que heredó de Miguel Alemán mediante el control del crecimiento burocrático. Las nuevas plazas las aprobaba personalmente. Binomio de autoridad y poder El poder es la fuerza para imponer lo que se manda, sea inteligente o tonto, justo o injusto o el capricho del jefe. De aquí el peligro que en la burocracia abunda: el poder de quien carece de autoridad real; o la falta de poder de quien —teniendo autoridad— carece de la fuerza política para imponer el conocimiento y el orden indispensables. Foto: Santiago Arvizu En ocasiones, esta situación puede darse en el Presidente, la Suprema Corte o un Secretario de Estado, por ejemplo, cuando el sindicato usa su poder para sus propios fines contrarios al bien común del país y de su dependencia. El gran dilema a niveles elevados es: a quién se prefiere designar, ¿al hombre de confianza y dócil, o al competente que hay que buscar y colocar dentro del equipo? La democracia mal entendida y complaciente merma la autoridad y concede el poder a los indeseables. La equidad mal entendida (todos son iguales para cualquier puesto) destruye jerarquías, rangos, experiencia y calidades de personas, acaba con el sentido del deber, de la dignidad, de la lealtad y del amor por el equipo. Esta falta de valores de convivencia diaria se pierde o no se ha adquirido nunca, cuando en las escuelas primarias la burocracia sindical impide la disciplina y el orden ejemplar en el propio maestro. La carencia de autoridad competente con el poder real, conduce al caos social. El caos social conduce a la dictadura, como en el caso de Hitler, Stalin o Mussolini. El dictador triunfa cuando el pueblo pide a gritos orden, aunque sea a costa de la libertad. Seguir los consejos de Maquiavelo no es recomendable, por ejemplo, cuando dice que “el fin justifica los medios”. Sin embargo, en ocasiones dice cosas sabias que no inventó, sino que vivió en la Italia de los Médicis: “Gobierno que no es capaz de hacerse temer por las mafias y amar por el pueblo, no podrá gobernar”. Los pasos de la delegación como consejo práctico En los cursos de autoridad y delegación, invariablemente se llega a ésta síntesis: para que la delación realmente funcione, se requiere que la relación entre subalternos y jefes cumplan tres principios: • Que el subalterno sepa y conozca teórica y prácticamente, al nivel que requiere el puesto, y para ello se exige primero la selección y luego la capacitación. • Que el subalterno quiera y esté motivado, vinculado al proyecto como cosa propia. Esta motivación puede ser muy primitiva (se llama motivación extrínseca de premios y castigos) pero no funciona. Solo la motivación intrínseca o desde la voluntad del yo —“quiero ser mejor, aprender, valer mas”—, o la trascendente —“busco el bien común, me vinculo a la empresa, a los clientes, a los compañeros”— funciona. • Que el subalterno cuente con los medios necesarios y modernos para realizar la tarea, con mínima fatiga y riesgo y la mejor productividad. Cuando la delegación triunfa, el mérito es del equipo; cuando falla, casi siempre la responsabilidad es del jefe, pues alguno de estos factores faltó y no supo delegar. E El autor es Licenciado en Administración de Empresas y Contador Público. Es Doctor en Filosofía por la Universidad de Navarra y Director General del despacho Morales Mancera, de Contabilidad y Consultoría. ENTORNO 35