su estancia en París en los años veinte, y vio en Roma una importante exposición de pintura moder­ na (que incluía obras de Carrà y De Chirico) en 1925. Las ideas que publicó Lazo sobre el “supra­ rrealismo” (el término más usado en México antes de 1938) representaron uno de los primeros testi­ monios de primera mano sobre el movimiento para sus lectores de la Ciudad de México.6 De hecho, los que se quedaron en México tenían acceso a ideas e imágenes surrealistas sobre todo en las páginas de publicaciones locales como Revista de Revistas y El Universal Ilustrado, los dos suplementos culturales más importantes de los veinte, así como Contemporáneos (1928-1931), la revista literaria más prestigiosa de su época, que publicó obras de Miró, Man Ray y De Chirico, entre otros. Esto resulta significativo, dado que sólo después de la llegada a México de Artaud (1936) y André Breton (1938), y posteriormente de varios artistas y escritores surrealistas que huían del fascis­ mo, entre ellos Wolfgang Paalen, César Moro, Leonora Carrington y Remedios Varo, puede ha­ blarse de una presencia surrealista real —ya no virtual— en la Ciudad de México.7 La Exposición Internacional del Surrealismo de 1940 (organizada por Paalen, Moro y, desde París, por Breton), que se inauguró en la Galería de Arte Mexicano en enero de 1940, fue crucial en este aspecto. Estimu­ ló un interés aún mayor por las estrategias surrea­ listas entre pintores mexicanos de distintas generaciones, desde ex simbolistas como Roberto Montenegro hasta pintores que comenzaban sus carreras, como Guillermo Meza y Juan Soriano. Así pues, mientras que sólo un puñado de artistas mexicanos había digerido del todo las teorías de Breton (entre ellos Lazo y posiblemente Frida Kahlo), una práctica surrealista generalizada —signada por yuxtaposiciones extrañas y referen­ vistas and El Universal Ilustrado, the two most important cultural supplements of the 1920s, and Contemporáneos (1928-1931), the most presti­ gious literary magazine of its day, which published the work of Miró, Man Ray and De Chirico, among others. This was significant, since only after the arrival of Artaud (1936) and André Breton (1938), and then of several Surrealist artists and writers fleeing fascist advances, including Wolfgang Paalen, César Moro, Leonora Carrington, and Remedios Varo, was there an actual —rather than virtual— Surrealist presence in Mexico City. 7 Indeed, the International Surrealist Exhibition (organized by Paalen, Moro, and —via Paris— Breton), which opened at the Galería de Arte Mexicano in January 1940, was crucial in this regard, and stimulated a far broader interest in surrealist strategies among Mexican painters of different generations, from older ex-Symbolists like Ro­ berto Montenegro to artists at the start of their careers, like Guillermo Meza and Juan Soriano. Thus, while Breton’s theories had been fully digested by only a few Mexican artists, including Lazo and possibly Frida Kahlo, a generalized sur­ realist practice —marked by uncanny juxtapositions and references to dreams and the subconscious— permeated Mexico in the late 1930s and early 1940s. Most of these artists were inspired by the Surrealists who privileged dream imagery, like De Chirico, Dalí, and Magritte, rather than by those who foregrounded automatism, like Miró or Masson, partly because of a continued rejection of abstraction in the wake of the Revolution, but also due to a similar artistic genealogy, which in­ cluded Symbolism and children’s art. De Chirico’s impact was particularly strong, perhaps because his images of plazas, arcades and monuments resonated with colonial architecture. Yet Mexican 9