La herencia cartográfica y el avance en el conocimiento geográfico

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La herencia cartográfica y el avance en el conocimiento geográfico
de España
JUAN CARLOS CASTAñóN*
JEAN-YvES PUYO**
FRANCiSCO QUiRóS*
El balance de los trabajos cartográficos llevados a cabo entre los años 1808 y 1814 no sería
completo si no tuvieramos en cuenta la proyección que aquella campaña tuvo sobre la cartografía y el conocimiento geográfico de la Península Ibérica durante todo el siglo xix. Tales
consecuencias se manifiestan tanto en las iniciativas privadas de algunos de los militares que
habían participado en la Guerra de la Independencia como en la ingente obra cartográfica que
será realizada a lo largo de aquel siglo tanto por el Ejército francés como por los militares e
instituciones civiles españoles, en un clima de colaboración creciente que trascenderá cada vez
más los intereses estrictamente estratégicos. Será a través de unas y otras aportaciones como el
legado cartográfico francés de la Guerra de la Independencia se hará efectivo en España, ya que,
salvo los mapas que pudieran haber sido interceptados durante los propios sucesos bélicos, la
mayoría fue desconocido para los cartógrafos españoles hasta los años 1820.
Las iniciativas particulares de algunos oficiales ex-combatientes en España:
Bory de Saint-Vincent y Calmet-Beauvoisin
Ya durante la Restauración, algunos de los oficiales franceses que tomaron parte en las operaciones militares de la Guerra de la Independencia tuvieron la iniciativa de culminar una obra
geográfica y cartográfica en la que habían jugado un importante papel como oficiales de Estado
Mayor o de Ingenieros. Estos trabajos se benefician de la relación directa de sus protagonistas
con el Dépôt de la Guerre, y por consiguiente, del acceso al conjunto de los trabajos realizados
por las tropas napoléonicas durante su estancia en la Península. Se trata, por otro lado, de
trabajos dirigidos tanto al público civil como a los militares, que durante casi todo el siglo xix
siguieron estando necesitados de información geográfica y cartográfica sobre el territorio peninsular (Puyo, 2007: 29-44). Por consiguiente, las iniciativas de Bory de Saint-Vincent y de
Calmet-Beauvoisin obedecen tanto a un impulso científico como a una oportunidad comercial
indudable, a la que no son ajenos otros cartógrafos como Alexis Donnet, autor por los mismos
años de una obra cartográfica igualmente referida a España, pero mucho más conocida que la
de los dos autores que reseñamos a continuación.
La trascendental obra de Bory de Saint-Vincent
La obra de Bory de Saint-Vincent arranca de su conciencia acerca de las carencias que España
presentaba a comienzos del xix en lo concerniente al conocimiento geográfico y a la Cartografía. De dicha conciencia ya hemos hablado, por ejemplo, a propósito de la representación del
relieve, pero también tenemos numerosas pruebas de ella en la correspondiencia que durante la
guerra envió Bory a su amigo Léon Dufour, como cuando en 1809 le manifiesta que
* Departamento de Geografía, Universidad
de Oviedo.
** Laboratoire SET-CNRS, UMR 5603, Université de Pau et des Pays de l’Adour.
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«Ninguno de los libros que hasta ahora había leído nos había dado una idea de la Península. Hay que poner entre lo pésimo desde ese punto de vista todo lo que han escrito Laborde y Bourgoing. Siento vergüenza como autor francés. Algunos españoles jóvenes y muy
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instruidos, que frecuento mucho por aquí, son de la misma opinión, que además será fácil de
probar por escrito. Por ejemplo, tomemos la Geografía. ¿Puede llamarse mapa al de López? A
propósito de la Geología, ¿hay un solo dato sobre la forma de este extraño continente aparte,
sobre su clima, sus alturas, la dirección de sus cadenas, la situación de sus plataformas, de su
constitución física?» (Lauzun, 1912: 6).
Lo cierto es que al final de la guerra, Bory atesora una abundante información de carácter
geográfico y, sobre todo, un material cartográfico novedoso y de indudable valor. Hay que
tener en cuenta que, por su proximidad al mariscal Soult, ministro de la Guerra con la
primera Restauración, o por otras circunstancias diversas, Bory no sólo reunió los mapas,
croquis y memorias de reconocimientos de los que era directamente responsable, sino
también muchos otros de autores diversos, además de tener acceso directo a los materiales
del Dépôt de la Guerre, en el que ocupó cargos de responsabilidad durante la Restauración.
Todo ello le colocaba en una posición inmejorable para acometer una obra que subsanase
las grandes deficiencias que, aún varios años más tarde, seguía presentando el conocimiento geográfico de nuestro país.
Ya desde 1812 tenía el famoso geógrafo Malte-Brun noticias de que su amigo y colaborador
preparaba un libro sobre España:
«Desde el año 1812, recibí benévolamente de este sabio un bosquejo de sus numerosos
recorridos, y conocía su deseo de escribir un cuadro físico de España que sirviese de introducción a una historia de las campañas del Ejército francés en ese país» (Malte-Brun, 1823: 110).
En efecto, tal y como el propio Bory relata a Léon Dufour (Lauzun, 1908: 151), la obra habría
de titularse Précis historique de la guerre d’Espagne y constaría de dos volúmenes de quinientas
páginas cada uno, estando previsto que fuera acompañada de mapas, que en aquel momento
estaban siendo grabados.
Pero este proyecto se interrumpirá cuando, a raíz de la vuelta del Emperador a Francia, se
inicia el período conocido como «los Cien Días»: la adhesión de Bory a Napoleón le costará un
largo exilio una vez restablecido en el trono Luis XVIII.
No obstante, de vuelta a París en enero de 1820, Bory retoma su proyecto y comienza por publicar algunas colaboraciones sobre España. Pese a que su contenido no es exclusivamente geográfico,
su artículo sobre los Toros de Guisando (Bory, 1821a) y su contribución al Quijote editado por Méquignon-Marvis (una descripción geográfica del escenario de las andanzas del caballero manchego,
ilustrada por un mapa aún bastante tosco pero interesante en la representación novedosa del relieve
de la Meseta meridional) avanzan ya algunas de las ideas y términos que aparecerán sistematizados
en otra obra más voluminosa, titulada Guide du voyageur en Espagne.
1 Procès verbaux des séances de l’Académie des Sciences (p. 465, 469 y 513), aunque no hemos
podido localizar hasta la fecha, ni en el
archivo de la Academia de Ciencias ni en
ningún otro lugar, el texto de la memoria
leída por Bory.
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Poco antes de la recepción oficial de este libro en la Academia de Ciencias de París, en
sesión celebrada el 30 de junio de 1823, el propio Bory lee allí mismo el 24 de marzo y el 13 de
abril1 una memoria sobre la constitución física de España, donde presumiblemente ya expone
las ideas que conforman una de las partes más interesantes del libro. Se trata de un capítulo
titulado «Sur la Géographie Physique de la Péninsule Ibérique», empleándose en él científicamente, por primera vez a nuestro entender, una denominación que Bory justifica en los
siguientes términos:
«Las divisiones establecidas por los hombres en la superficie de la tierra están tan sujetas
al cambio que, en este capítulo, dedicado a la descripción física de España y Portugal, no
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emplearemos más que lo imprescindible el nombre de estos reinos, que el capricho de las
revoluciones puede confundir y hacer desaparecer. El nombre de Península Ibérica nos parece
más conveniente, y lo adoptaremos para designar a esta parte de Europa» (Bory, 1823: 2).
Hay que aclarar que Humboldt, al que Lautensach (1967: 4) atribuye tal primicia, utiliza la
expresión «Península española» hasta 1825. Como admite el propio Lautensach, no es sino este
año cuando el geógrafo alemán recurre al nombre «Península Ibérica» en una carta escrita a su
editor Berghaus, en la que le comunica el contenido de su conocido artículo sobre la Meseta
publicado en la revista Hertha (Berghaus, 1869: 18-48).
En cualquier caso, bajo aquel nuevo nombre quedaba amparado algo tanto o más importante: una nueva fórmula de organización orográfica, según la cual las cadenas montañosas
peninsulares constituyen siete sistemas, lo que implica un esfuerzo de simplificación que rompe
con la atomización de nombres locales hasta entonces empleados para denominar los principales relieves peninsulares. Además, esta unificación está basada en criterios novedosos, que
tienen que ver con la estructura geológica común a cada uno de los sistemas. En lo referente
al Sistema Central, bautizado por Bory con el nombre de «Carpetano-Vetónico»2 (que todavía
estaba en uso en los años 1950), el geógrafo francés hace notar, por ejemplo, que
«el armazón de estos montes está compuesta de un granito de grano grueso, de color grisáceo,
cuya superficie se destruye fácilmente, y que contiene en su masa bloques redondeados de
un granito más duro y más negro, de un tamaño comprendido entre el de un biscayen y una
gran bomba. Con esta roca está construido El Escorial; da a este monumento, así como, en
las ciudades cercanas, a las fachadas de las casas, todas ellas construidas también con él, el
aspecto más severo» (Bory, 1823: 26).
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Además, hay que destacar un rasgo del relieve peninsular no menos importante que la
sistematización de las cadenas montañosas, y cuyo tratamiento es igualmente novedoso:
las «cuencas cerradas» y las parameras. Bory subraya el hecho de que estas últimas constituyen en ocasiones la culminación de las montañas (como en el Sistema Ibérico), pero
en otras, se extienden entre los macizos montañosos, formando amplias plataformas interiores (Bory, 1823: 39). El autor abunda una y otra vez en la idea de que tales conjuntos
originan, en consecuencia, una fuerte disimetría entre el interior peninsular y las vertientes
que, de modo mucho más brusco, descienden hasta el fondo de los valles del Guadalquivir
y del Ebro o hacia las costas atlántica, cantábrica o mediterránea. La descripción de las
parameras, así como la de las cuencas, tiene una doble trascendencia: ante todo, Bory es el
primer geógrafo que detalla la fisonomía de las dos grandes plataformas centrales, las de las
dos Castillas, así como la de algunas divisorias de aguas; pero además, propone para estas
formas una interpretación que añade valor a la descripción propiamente dicha: la de que
muchas de estas parameras son antiguos fondos de lagos, posteriormente recortados por el
encajamiento de la red fluvial.
Muchas de estas ideas relativas a la organización orográfica y a la explicación del relieve
aparecerán, con ligeras variantes, en los trabajos referidos a la Península que publicará
sucesivamente el geógrafo francés: dos breves pero valiosas contribuciones a sendas obras
de otros autores, como son la Histoire d’Espagne escrita por Bigland (1824) y la tercera
edición del Itinéraire de Laborde (1827b), pero sobre todo, la última gran contribución de
Bory a la Geografía de España y Portugal, un compendio titulado Résumé géographique de
la Péninsule Ibérique3.
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La cuenca del Duero, el sistema
central (Monts Carpeto-Vettoniques)
y Madrid en el mapa de España
realizado por Bory de Saint-Vincent
para su Guide du voyageur en
Espagne (1823).
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Estas y otras aportaciones de menor trascendencia añaden a su valor intrínseco el haber
quedado plasmadas en una cartografía original, que supone igualmente un salto cualitativo
en el conocimiento geográfico de nuestro país. Los que sin duda tienen mayor interés son
los mapas físicos incluidos en las obras referidas al conjunto de la Península: el más antiguo
(1823) es el que figura en la Guide du voyageur y se complementa con otro político realizado a
la misma escala (1:2.500.000), lo cual permite distinguir con mayor claridad la información
relativa al relieve, de la que forma parte la novedosa denominación de los sistemas montañosos,
así como la delimitación, mediante líneas en color, de las unidades naturales propuestas por
Bory (cuatro grandes vertientes y dos «climas naturales»). Inmediatamente después se publica
a escala 1:2.000.000 el mapa físico-político incluido en la Historia de España de John Bigland
(1824), acompañado por un corto texto explicativo de las principales unidades orográficas y en
el que mejora considerablemente la representación del relieve y de las costas. Algo más tardía
es la edición del mapa físico incluido en 1826 en el Resumé géographique, realizado a una escala
mucho más pequeña (1:4.000.000), lo cual explica su carácter más tosco, especialmente en lo
relativo al trazado de las costas, aunque en él vuelven a aparecer representadas las unidades na-
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turales mediante líneas en color. Finalmente, Bory publicará en la tercera edición del Itinéraire
de Laborde (Bory, 1827b) los dos mapas de la Guide du voyageur. Todos estos mapas resultan
novedosos para la época, tanto por estar confeccionados con materiales originales como por
el lenguaje cartográfico que en ellos se emplea. Pero lo más importante es que responden a la
necesidad acuciante de que España y otros países montañosos cuenten con representaciones
cartográficas adecuadas.
De esa necesidad se hace eco el autor cuando escribe el artículo «Montagnes» para el Dictionnaire classique..., poniendo de manifiesto la importancia otorgada hasta entonces al estudio
de los recursos botánicos y minerales en detrimento de la representación cartográfica del relieve, que con frecuencia se desliza hacia el terreno de la fantasía :
«Las montañas han sido hasta ahora tan ligeramente observadas, los grabadores de mapas
han surcado el globo con tal espíritu de capricho y de invención, que es muy difícil establecer
si se encuentran en muchas regiones donde aparecen marcadas y si no se encuentran en muchas otras donde no se ha empleado en absoluto el buril: bastaba con que un viajero hubiese
señalado alguna colina sobre un lugar vacío con un nombre propio para que se grabasen
los Alpes donde quizá no existan más que simples montículos; habíase entrevisto la desembocadura de un río en una costa desconocida para que inmediatamente se le dibujase una
amplia cuenca rodeada de un gran muro de líneas de pendiente; si existía una punta de tierra
avanzada hacia el mar, le hacía falta rápidamente un armazón [...]. Es con este espíritu con el
que, hacia el este, se han unido los Pirineos a las Cévennes, para hacer de ellas un espolón de
los Alpes, y como se ha prolongado la cadena pirenaica hasta Cádiz para unirla al Atlas, a las
Montañas de la Luna, etc.» (Bory, 1827a: 170).
Conocedor de las graves consecuencias que sobre el terreno puede tener una cartografía defectuosa, Bory ejecuta sus mapas de la Península con materiales originales, en buena medida derivados de los reconocimientos topográficos del ejército napoleónico. Como ya hemos dicho,
Bory participó decisivamente en algunos de estos trabajos, pero también tenemos constancia
de que manejó en aquellos mismos años, y más aún con ocasión de su paso por el Dépôt de la
Guerre, una gran parte de los mapas realizados por los ingenieros militares. El coronel Berthaut
nos cuenta, a este respecto, que Bory había conservado muchos de estos materiales cartográficos, y que combinándolos con los conservados en el Dépôt, pudo volver a dibujar la topografía
de ciertas porciones de España. De este modo, cuando en 1823 los militares franceses se plantean la elaboración de un mapa que fuese la continuación del realizado por Capitaine en el país
vecino, Bory puso a disposición del Dépôt un total de 54 documentos, entre los que podemos
mencionar la cartografía del curso del Guadalete y de algunos otros ríos, planos de ciudades y
fortificaciones y, finalmente, un notable número de reconocimientos topográficos (Berthaut,
1902: 446-448).
A esta selección de materiales cartográficos originales se añade un especial cuidado del lenguaje cartográfico, que no obedece tanto a una intención artística (aunque el resultado estético
sea satisfactorio) como a criterios bastante concretos de expresión del relieve. Éstos derivan, por
una parte, de las propias concepciones cartográficas del autor, ya aplicadas con motivo de la
ejecución de los primeros mapas dibujados por él mismo con ocasión de su viaje por el Océano
Índico, y por otra, de las citadas normas cartográficas establecidas por la comisión topográfica
de 1802, en las que, como ha quedado dicho, ya se habían planteado dos alternativas en el uso
del sombreado: bien para poner de manifiesto la mayor o menor exposición a la luz, o bien para
subrayar el carácter más o menos abrupto y más o menos elevado, de un determinado relieve
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(Berthaut, 1898: I, 140). Dando una especial importancia a este último criterio, y conjugándolo
con la mayor o menor inclinación de las pendientes, Bory practica
«un método combinado, que consiste en representar con vigor los puntos supuestamente más
cercanos al observador, suavizando el tono hacia las partes más bajas, y trazando líneas de
pendiente que se deben dirigir siguiendo el camino que tomaría una gota de lluvia que cayese
sobre el terreno y se deslizase según la inclinación [de la ladera]» (Bory, 1827a: 171).
Es así como el cartógrafo francés plasma gráficamente en sus mapas el primer intento serio de
jerarquización de los sistemas montañosos peninsulares, en función del relieve que conforman.
Pero no menos destacable en sus mapas físicos es el gran espacio ocupado por las superficies
llanas, tan frecuentemente sustituidas hasta entonces por montañas inexistentes: tanto si se
encuentran en las inmediaciones de los fondos de valle como si ocupan posiciones elevadas,
dichas superficies son representadas por primera vez de un modo suficientemente conforme a
la realidad, especialmente en lo tocante a las plataformas. La forma de expresar gráficamente
estos relieves es bien conocida y muy elemental:
«Algunos tonos claros podrán ser aplicados aquí y allá en las culminaciones, cuando no
haya temor de que produzcan a la vista un efecto de pendientes suaves o de plataformas»
(Bory, 1827a: 171).
Gracias a este criterio simple, pueden constatarse sobre los mapas de Bory la extensión y los
caracteres morfológicos esenciales de las llanuras y, sobre todo, de las parameras y de las cuencas
cerradas, a cuya descripción e interpretación ya nos hemos referido.
Así pues, la originalidad del trabajo desempeñado por Bory en España es que no se limita
a desempeñar el papel de un cartógrafo, sino que actúa como un geógrafo y naturalista que
expresa una parte importante de sus ideas a través del lenguaje cartográfico. En este aspecto,
los mapas de la Península realizados por él aventajan claramente a los publicados en la misma
época por los cartógrafos ingleses, o incluso a los que a título privado o institucional realizaron
sus colegas franceses. Es el caso del trabajo cartográfico proyectado por Calmet-Beauvoisin.
El inconcluso proyecto cartográfico de Calmet-Beauvoisin
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Marie-Antoine Calmet-Beauvoisin4 también toma parte en la Guerra de la Independencia
como jefe de batallón del Génie, primero en las Armées d’Espagne et Portugal (1808-1811), período en el que se hizo temporalmente cargo del Bureau Topographique de Portugal, y, más
tarde, entre 1812 y 1814, incorporándose a l’Armée d’Espagne. En tanto que oficial del Cuerpo
de Ingenieros fue autor de numerosos reconocimientos cartográficos y de algunos planos de
batallas, como el de La Coruña. Estos trabajos, de desigual calidad, se desarrollaron fundamentalmente en la mitad occidental peninsular y, en lo tocante a España, especialmente en Galicia,
Salamanca y Extremadura, aunque Calmet-Beauvoisin también es autor de algunos mapas de
áreas cercanas a la frontera francesa, realizados en los últimos años de la campaña, siguiendo en
su retirada los movimientos del ejército napoléonico.
Gracias a esos trabajos peninsulares, a la práctica de algunos anteriores y posteriores (como
el plano de la batalla de Austerlitz o su colaboración, entre 1814 y 1815, en el trabajo que sobre
España realizó Dupont) y al acceso a los fondos del Dépôt de la Guerre, en el que estuvo emplea-
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Detalle del plano de Madrid de
Calmet-Beauvoisin (1820). Escala
original aproximada, 1: 6.666.
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do entre 1815 y 1817, Calmet-Beauvoisin también se encontraba en unas condiciones óptimas
para llevar a cabo un proyecto cartográfico. Éste, sometido previamente a la consideración del
gobierno español, que no lo dio de paso, y cuya finalización estaba prevista para 1824, consistía
en publicar, tras una oferta de suscripción, un nuevo atlas de España y Portugal, compuesto de
63 hojas a una escala próxima a la 1:200.000, de las que 53 corresponden al territorio peninsular
y a las islas Baleares. Las restantes hojas estarían dedicadas a representar el sur de Francia, así
como la franja costera mediterránea de Marruecos y de una parte de Argelia, además de incluir
el título, la leyenda, el detalle de las mediciones astronómicas que habían servido de base al
atlas y, por último, varios planos de algunas ciudades peninsulares: Madrid, Lisboa, Mérida,
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5 Dépôt Général de la Guerre. Nouvelles cartes d’Espagne et du Portugal par
le lieutenant-colonel Calmet-Beauvoisin,
levé et édition: tableaux d’assemblage,
notices imprimées, minutes de la correspondance du Dépôt Général de la Guerre
avec le lieutenant-colonel Calmet-Beauvoisin (1824-1826), correspondance.
1821-1832. Archivo del S.H.D., 3 M 356
(D 27).
6 Dépôt de la Guerre en junio de 1824:
«Tendríamos necesidad en este momento
del mapa general del camino proyectado
desde La Coruña hasta Astorga, que nos
ha sido comunicado el 4 de junio pasado
y, además, itinerarios y copias de las rutas
militares de Cataluña, del itinerario de las
carreteras de Aragón, del calco del itinerario militar de Aragón con el itinerario
de esta provincia. Todos estos documentos
le han sido comunicados el pasado 15 de
marzo por medio del Sr. Laborde». Coronel
Jacotin, carta dirigida a Calmet-Beauvoisin,
París, 18 de junio de 1824. Archivo del
S.H.D., 3 M 356.
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Oviedo, Gibraltar y Cádiz. El conjunto, así concebido como un atlas, iría acompañado de un
mapa de síntesis en cuatro hojas y dos tomos de texto (tres en la última fase del proyecto), que
contendrían una selección de itinerarios descriptivos.
El apoyo del Ministerio de la Guerra francés a través de una suscripción de quince
ejemplares para el Dépôt de la Guerre; la presencia de suscriptores tan destacados como el
Rey de Francia, su hermano el futuro Charles X, muchos «pares de Francia y generales,
incluso en el extranjero»; el apoyo del director del Depósito de la Guerra en Madrid, el
general Antonio Remón Zarco del Valle, que había facilitado la publicación en español del
folleto de suscripción y apoyado el proyecto «con su recomendación»; el concurso de unos
grabadores con experiencia en la cartografía militar, los hermanos Malo y, por último, la
colaboración del Dépôt de la Guerre, parecía asegurar el éxito de la empresa. Nos consta
indirectamente, por la correspondencia que se conserva en el Château de Vincennes5, que
la institución militar y Calmet-Beauvoisin llegaron a un acuerdo por el cual el Dépôt ponía
a disposición de este último los fondos cartográficos existentes; primero, los realizados durante la Guerra de la Independencia, y luego, los ejecutados durante la campaña llamada
de los Cien Mil Hijos de San Luis (1823) y en los años siguientes. A cambio, Calmet-Beauvoisin facilitaría los materiales originales o más o menos elaborados por el propio autor
que estuviesen en sus manos. A juzgar por la correspondencia, resultaba especialmente
importante para el Dépôt contar con las minutas elaboradas por Calmet-Beauvoisin para
conocer el mayor número posible de posiciones correctamente determinadas, ya que, a
pesar de los numerosos trabajos de triangulación efectuados en las campañas de los años
1820, aquéllas siempre eran escasas para ciertos sectores de la Península.
Pero como ya hemos señalado, para asegurar la autofinanciación de la obra Calmet-Beauvoisin tuvo que recurrir a una venta por suscripción y, fuese por el escaso eco obtenido por la
llamada a los suscriptores (no había más que 140 suscripciones en 1821, según el propio CalmetBeauvoisin (1821: 3) o fuese por la tardanza de los grabadores en ejecutar las hojas ya dibujadas,
la salida de la mayor parte de éstas se fue dilatando, de tal modo que en 1832 tan sólo estaban
disponibles siete hojas del atlas propiamente dicho, las correspondientes a la costa occidental
de Galicia y Portugal, y tres planos de ciudades, los de Madrid, Lisboa y Mérida.
La demora en el proceso de edición fue acompañada además de problemas crecientes en
el intercambio de materiales entre Calmet-Beauvoisin y el Dépôt, embarcado durante los años
1820-1830 en su propio proyecto de mapa de España, como luego explicaremos. Así, buena
parte de las minutas de las cartas enviadas a Calmet-Beauvoisin le recriminan la tardanza en la
devolución de los materiales comunicados por los militares franceses6. La situación entre ambas
partes se envenenó hasta tal punto que el Dépôt acabó amenazando a Calmet-Beauvoisin con
interrumpir la caótica colaboración que hasta entonces había existido7. Así, la finalización de
la obra se irá postergando hasta finales de la década de 1830, en que el proyecto es finalmente
abandonado, a pesar de las expectativas despertadas.
Hay que añadir que las hojas grabadas, a la par que escasas, no fueron excesivamente prometedoras. Ya en los trabajos realizados por Calmet-Beauvoisin durante la guerra puede comprobarse
un modo de representación bastante clásico, sobre todo en lo tocante al relieve. Éste, en efecto,
es tratado de un modo frecuente entre quienes no tienen la formación de ingenieros-geógrafos:
el trazado de las líneas de máxima pendiente se efectúa de un modo demasiado rígido, con trazos
demasiado cortos, lo que con excesiva frecuencia da lugar a un efecto de aterrazamiento irreal. Eso
no le quita valor a los mapas, que en la mayor parte de los casos cubren áreas bastante extensas y suponen, por tanto, una aportación considerable a la cartografía preexistente. Con las hojas del atlas
publicadas pasa otro tanto, como puede comprobarse en el relieve de los alrededores de Madrid.
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En cuanto al Dépôt de la Guerre, hay indicios de que finalmente hizo pagar a CalmetBeauvoisin su mala conducta. Así, en septiembre de 1832, el Dépôt señalaba al Ministerio de la
Guerra que ya no deseaba encargar más que un ejemplar del nuevo atlas, subrayando que «el
mapa es malo, que al autor le faltaban materiales para hacerlo, que incluso no ha sabido sacar
partido de los que ha tenido a la vista en Portugal y que, por otro lado, esta empresa nunca se
llevará a término: su obra carece de exactitud y nunca se verá su fin»8.
La campaña de los Cien Mil Hijos de San Luis y la prolongación de los trabajos
cartográficos franceses en España (1823-1838)
Aunque de todos conocidos, conviene recordar sucintamente los hechos históricos que en 1823
justifican la presencia de tropas francesas en España. En ese año, Fernando VII, con el fin de
contener a los liberales, que le habían impuesto la Constitución de 1812, invoca la Santa Alianza
y pide ayuda a su primo Luis XVIII, rey de Francia tras la restauración de los Borbones que
siguió a la caída, en dos fases, de Napoleón. El gobierno francés, viendo en ello la ocasión ideal
de reafirmar el papel de Francia como gran potencia política y militar, respondió a su petición
enviando un cuerpo expedicionario de 95.000 hombres, bajo las órdenes de un sobrino del
rey, el duque de Angulema. Repartida en seis cuerpos de Ejército bajo la dirección de algunos
destacados militares del período imperial, esta expedición, llamada de los Cien Mil Hijos de
San Luis, entró en España el 7 de abril de 1823, atravesando el país sin apenas encontrar oposición armada. Tras un recibimiento triunfal en Madrid el 24 de mayo, el ejército francés tomó
el camino de Andalucía para asediar Cádiz, donde se habían refugiado las Cortes. La ciudad
capituló el 1 de octubre, tras poco más de un mes de combates en los que se vieron implicadas
tanto las fuerzas terrestres como las fuerzas navales francesas.
Desde el punto de vista de la geografía militar, esta expedición, políticamente deshonrosa,
permitió, sin embargo, retomar los trabajos emprendidos durante la Guerra de la Independencia, inaugurando un dilatado y prolífico período de trabajo cartográfico que fue mucho más
allá de la campaña militar propiamente dicha. Como consecuencia de unas condiciones de
trabajo más favorables que las existentes durante el período napoleónico, son innumerables los
mapas, reconocimientos y planos de ciudades y de fortificaciones que datan de esa época y se
conservan en los archivos militares.
Aunque con algunos vaivenes derivados de un contexto político más o menos favorable, se
pueden señalar en dicho período tres fases sucesivamente desarrolladas en un clima de colaboración creciente: la campaña militar propiamente dicha (1823-24), la campaña de ocupación
(1824-1827), a la que corresponden los trabajos topográficos llevados a cabo por las tropas
francesas con apoyo logístico español (en función de un acuerdo de intercambio de materiales
geográficos y cartográficos) y, finalmente, a partir de 1827, una última fase de trabajo en colaboración, llevado a cabo por equipos mixtos formados por cartógrafos franceses y españoles.
La campaña militar y el levantamiento del mapa de Madrid y sus contornos
a escala 1:20.000
8 Dépôt de la Guerre
(teniente general Pelet) al secretario del Ministerio de la Guerra, 14 de septiembre de
1832. Archivo del S.H.D., 3 M 356.
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Según Berthaut (1902: II, 446), en febrero de 1823 se tomaron las medidas pertinentes para
organizar un servicio topográfico del ejército francés en España, dirigido por el coronel De
Castres, que se instaló en Madrid desde la entrada de las tropas en la capital el 23 de mayo. A
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Itinerario de San Agustín a
Fuencarral. Litografía realizada
en 1823 sobre un original del
ingeniero geógrafo Darnaudin
(1808). Las anotaciones en color
rojo corresponden también a los
trabajos de los años 1820 y 1830.
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él quedó adscrito hasta un total de once ingenieros geógrafos, dos de los cuales, Bentabole y
Simondi, habían trabajado en el Bureau Topographique de l’Armée d’Espagne entre 1809 y 1811.
Paralelamente, se aceleraron en la medida de lo posible dos trabajos cartográficos sobre la
Península que en aquel momento estaban bastante avanzados: la prolongación hacia el sur del
mapa que Capitaine había realizado para Francia a escala 1:345.600 y la ejecución del mapa
itinerario militar a escala 1:740.000 que estaban preparando igualmente los militares franceses
desde algún tiempo antes. Pero estos trabajos no eran suficientes: hasta febrero de 1824 no se
concluyeron las hojas del primero de los mapas correspondientes al Nordeste y Este peninsular,
y en cuanto al mapa itinerario, éste tenía una escala excesivamente pequeña. En consecuencia,
debió hacerse de nuevo un esfuerzo por reunir toda la cartografía disponible para la Península
y, sorprendentemente, una vez más hubo que recurrir al atlas de López.
Por supuesto, también se reaprovecharon todos los materiales de la primera campaña, entre
ellos los retenidos por Bory, Calmet-Beauvoisin y otros militares y que fueron comunicados en
ese momento al Dépôt. Esos materiales fueron utilizados para la elaboración de los dos mapas
citados, pero parte de ellos también fueron difundidos directamente de un modo muy eficaz entre
los distintos mandos del Ejército y los militares cartógrafos que trabajaban sobre el terreno.
En efecto, a diferencia de la Guerra de la Independencia, el servicio topográfico dirigido
por De Castres dispuso de un taller de litografía, al cual estaban adscritos un dibujante y dos
impresores, lo cual permitió distribuir de un modo mucho más rápido la cartografía ejecutada
durante la campaña de 1808-1813. Que ésta constituyó una base de trabajo sistemático lo de-
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muestra el considerable número de itinerarios grabados en el mencionado taller y conservados
en los archivos militares, que llevan anotaciones manuscritas que corrigen o añaden información a propósito del estado de las vías de comunicación, el número de casas y habitantes de los
núcleos de población, etc.
Se vio a este mismo respecto la necesidad de completar los insuficientes conocimientos que
entonces se tenían sobre las vías de comunicación españolas. Para ello, el ministro de la Guerra
estableció la necesidad de que todos los militares se atuviesen a unas normas comunes a la hora
de realizar los reconocimientos de itinerarios, a cuyo fin fueron distribuidos modelos entre
todos los oficiales de Estado Mayor. Se instó además a que todos los oficiales enviados a realizar misiones de cualquier tipo redactasen las correspondientes descripciones de los itinerarios
seguidos. Igualmente, el período que en España permanecieron las tropas francesas fue para
los oficiales más jóvenes del Génie la oportunidad de realizar trabajos sobre el terreno, cuyo
resultado, una vez evaluado, contribuyó a su carrera profesional. Estos ejercicios, que asociaban
el resultado cartográfico y la redacción de una memoria en la que se combinaban los elementos
estratégicos y las características geográficas, respondían de hecho a un encargo, como muestra
el siguiente ejemplo de diciembre de 1824:
«Tienen que suponer que un general que se retira con su cuerpo de tropa hacia San Sebastián envía a uno de sus oficiales a primera línea para reconocer las posiciones que permiten
detener al enemigo sin otras obras que las que se puedan construir en 24 horas. Su memoria
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Detalle del mapa de Madrid y
sus contornos a escala 1:20.000,
realizado por los ingenieros
geógrafos y oficiales de
Estado Mayor franceses
entre 1823 y 1824.
9 division du Haut-Èbre, dirigida al teniente Michaud, 14 de diciembre de 1824. Archivo
del S.H.D., 1 M 345.
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indicará de forma aproximada el número y tipo de tropas y de construcciones que se estimen
necesarias, mientras que el dibujo las representará por batallones y escuadrones de batería, y
expresará el trazado de las obras»9.
Para cumplir estos objetivos, el ejercicio comprenderá la realización de un levantamiento «a la
vista» a escala 1:20.000, acompañado por «cuadros y modelos aprobados por el Ministerio».
Así, por todas estas razones, la producción de memorias descriptivas y estadísticas fue muy
numerosa, como hoy puede comprobarse en los archivos militares franceses.
También la cartografía general fue ejecutada de acuerdo con bases más rigurosas. Así, a esta
misma fase corresponde también buena parte del trabajo conducente a la elaboración de una
obra fundamental para Madrid, y que hunde sus raíces en la primera campaña: el plano de la
ciudad y sus alrededores a escala 1:20.000. Para su levantamiento, se tomó como núcleo el plano
de la ciudad y sus alrededores realizado por Bentabole en 1809 y que también fue litografiado
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Detalle del Mapa de Madrid y sus
alrededores a escala 1:50.000,
reducción de fecha indeterminada
(hacia 1830) del realizado en
1823-1824 a escala 1:20.000.
por el servicio topográfico. Una vez dividido en dos hojas iguales, cada una de las cuales cubría
una superficie de 6 por 8 kilómetros, se dispusieron alrededor otras 23 del mismo tamaño (30
por 40 centímetros, sin contar el margen). De este modo, el mapa así concebido en 25 hojas
representaba el espacio comprendido entre Alcobendas por el norte, Getafe por el sur, Majadahonda y Móstoles por el oeste, y Torrejón por el este. Con el fin de localizar debidamente
todas las posiciones, las mediciones realizadas durante la primera campaña fueron completadas
con una red de triangulación más rigurosa, que los ingenieros geógrafos Bentabole, Salneuve
y Levret levantaron con sextantes a partir de una base geodésica medida en junio de 1823. El
levantamiento del mapa propiamente dicho fue emprendido por cuatro ingenieros geógrafos y
nueve oficiales de Estado Mayor, que comenzaron el trabajo por las nueve hojas centrales. Pero
un cambio importante tiene lugar a partir del fin de la campaña militar propiamente dicha:
De Castres, que es nombrado general, abandona España, y con él son repatriados el taller de
litografía y parte de los ingenieros geógrafos, cuyo concurso es necesario en Francia para los
trabajos del mapa nacional. Además, el envío a París de la base de triangulación dificultó a
partir de ese momento el trabajo confiado casi en exclusiva a los oficiales de Estado Mayor, especialmente Desjardins y Harmois, lo que no impidió la conclusión del mapa en noviembre de
1824. Seguramente a ello se deba el estilo de la figuración topográfica del terreno, pulcramente
ejecutada mediante «normales» pero algo arcaica, como corresponde en la época a la práctica
de los oficiales de Estado Mayor. En cualquier caso, el resultado global es de una extraordinaria
calidad, al igual que su reducción a escala 1:50.000, realizada posteriormente.
La ocupación militar y el intercambio de materiales geográficos y cartográficos
Así pues, a partir de julio de 1824, el trabajo cartográfico es llevado a cabo principalmente por
los oficiales de Estado Mayor, que en ocasiones tienen que recurrir a la ayuda de suboficiales
e incluso de soldados de Artillería y de Ingeniería, como es el caso del teniente Bernard en el
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Itinerario entre Burgos y
Somosierra (fragmento). El dibujo
original (Defransure, 1809), que
reproducimos en la introducción,
fue litografiado en 1823 por el
taller del Bureau topographique de
Madrid (izquierda) y copiado en
fecha indeterminada por ingenieros
militares españoles para el Depósito
de la Guerra (derecha).
10 Mémoire
sommaire sur la reconnaissance militaire de St.
Fernando à Medina, Algésiras et Tarifa, 15
de agosto de 1827. Archivo del S.H.D. 1
M 348.
11 levantamiento de los alrededores de Cádiz10. Pero, por otro lado, estas carencias se ven compensadas por una expansión de la organización del servicio topográfico: en 1825, a las oficinas de
Madrid y de Cádiz, se añade la de Barcelona, a la que quedaron adscritos ocho oficiales, aunque
pronto unas y otras tendrán que recurrir a la colaboración de oficiales de tropa. Una de las misiones de los oficiales destacados en Barcelona era de especial trascendencia: el levantamiento
de una red geodésica que extendiera desde los Pirineos hasta el Ebro la ya existente en Francia,
pero esta operación se retrasará varios meses por los reparos puestos por el gobierno español.
Otro encargo, el de levantar a escala 1:20.000 los mapas itinerarios de las vías de comunicación
procedentes de Francia será más rápidamente acometido.
A la disponibilidad de personal repartido por buena parte del territorio peninsular hay que
añadir el acuerdo alcanzado con el gobierno español, por el cual los militares franceses podían
acceder a toda la información disponible en el Depósito de la Guerra, a cambio de suministrar
copias de las minutas cartográficas realizadas. Por esta razón, aún se conservan en los archivos
militares españoles calcos y litografías de los mapas franceses realizados durante la Guerra de
la Independencia y en esta última campaña. Y, en correspondencia, es esta misma razón la que
explica la presencia de numerosos trabajos españoles en los archivos militares de Vincennes,
principalmente de memorias de reconocimientos, algunas de las cuales fueron parcialmente
traducidas11.
Haciendo uso de todos los materiales así disponibles, en el Dépôt de la Guerre se acometió a
lo largo de 1825 un nuevo proyecto de mapa de España a escala 1:500.000, interrumpiéndose la
ejecución del de Capitaine, del que, como ha quedado dicho, sólo se finalizaron las hojas correspondientes al norte y este peninsular. No obstante, el nuevo mapa 1:500.000 también quedará
inconcluso, si bien se dibujarán e incluso prepararán para el grabado varias hojas. La razón de que
este mapa quedase incompleto se repite: es la ya acostumbrada falta de bases geodésicas, lo que
hace que, por ejemplo, la hoja de Madrid presente abundantes espacios en blanco, ya que faltaban
levantamientos para completar la superficie cartografiada alrededor de la ciudad.
Los trabajos topográficos ejecutados por equipos hispano-franceses
Poco antes del final de la ocupación militar, en octubre de 1826, el gobierno español permitió
la asignación de algunos oficiales de Ingenieros a los grupos de militares franceses encargados
de los levantamientos, facilitando asimismo salvoconductos y escoltas. Todo ello facilitó enor-
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memente el trabajo sobre el terreno, acallando las reticencias a la presencia de oficiales franceses
en territorio español. Así se pudo iniciar el tan necesario trabajo de triangulación en el nordeste
peninsular, aunque con la rémora de las dificultades políticas ya habituales, retomándose también en esta fase los necesarios trabajos en torno a Madrid, al prolongar hacia el Norte y el Este
el mapa 1:20.000, mediante levantamientos a escala 1:50.000.
Aunque la presencia de oficiales franceses en España se fue reduciendo ostensiblemente, la colaboración persistió hasta comienzos de la década de 184012. Así por ejemplo, el oficial de Estado
Mayor Desjardins, participó en 1831 en las operaciones geodésicas y topográficas dirigidas por Domingo Fontán, encaminadas a la confección de su conocido mapa de Galicia a escala 1:100.000.
Como contrapartida, el oficial francés esperaba obtener un ejemplar de dicho mapa para el Dépôt
de la Guerre13. De igual modo, Desjardins tenía a su disposición a dos ingenieros españoles que
trabajaban tanto en pasar a limpio sus levantamientos como en los trabajos de campo14.
Pero, aparte de los frutos directos e inmediatos de aquella colaboración, ésta tuvo como
consecuencia la definitiva apertura de los fondos cartográficos franceses a los cartógrafos españoles, hecho que tendrá especial trascendencia en la obra de Francisco Coello.
Francisco Coello y su Atlas de España
12 13 Dépôt de la Guerre,
6 de enero de 1831. Archivo del S.H.D.,
3 M 356.
14 Ibid.
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Francisco Coello de Portugal y Quesada (Jaén 1822-Madrid 1898) fue uno de los más destacados cartógrafos españoles del siglo xix, con responsabilidad decisiva en la organización de los
trabajos cartográficos y catastrales dentro de la Junta General de Estadística, y en el planteamiento de lo que luego sería el Instituto Geográfico.
Obtuvo el grado de Teniente de Ingenieros en 1839, por lo que cabe suponer que estudió
los cuatro años de la carrera en la Academia de Ingenieros, establecida en Guadalajara, en 1833,
y en cuyo plan de estudios de 1835 se cursaba Geodesia y Topografía en el primer curso; en
esa época era profesor de la Academia Celestino del Piélago, quien durante el Trienio Liberal
había participado, a la vez que Felipe Bauzá y otros oficiales de ingenieros y marinos, en las
triangulaciones para la confección del mapa de España (Estudio Histórico, 1987: II, 54). En la
Academia de Ingenieros tendría, por tanto, Coello su primer contacto con la Cartografía.
Tras su participación en la última etapa de la primera guerra carlista, y antes de cumplir
veinte años, Pascual Madoz solicitó su colaboración en el Diccionario geográfico […] de España
que comenzaba a preparar, de donde acabaría surgiendo el proyecto de acompañar el Diccionario con la publicación de un Atlas de España y de sus Posesiones de Ultramar. Es muy probable
que la relación con Madoz no tuviera tan sólo su fundamento en los saberes de Coello, sino
también en la comunidad de ideas y actitudes políticas de ambos, por otra parte compartida
por muchos oficiales del Cuerpo de Ingenieros en esa época, aunque puede sorprender que,
con la escasez aparente de cartografía rigurosa, a escalas adecuadas, Coello decidiera embarcarse en la confección de un atlas de España en el que se representarían las provincias a escala 1:200.000, con los contornos de las capitales a 1:100.000, y planos de núcleos urbanos a
1:10.000 o 1:20.000.
Pero hay que tener en cuenta que, pese a su juventud, Coello debió contar, entre buena parte
de sus superiores, con un claro reconocimiento de su valía. Eso, pero también con mucha probabilidad, sus ideas, debió de llevar al teniente general e Ingeniero General del Cuerpo, Antonio
Remón y Zarco del Valle, a seleccionar a Coello en 1844 para formar parte de la comisión enviada a Argelia (con previa estancia en París) para observar la ocupación y colonización francesas.
La comisión se prolongó durante dos años y tendría sin duda un gran valor formativo para quie-
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El bosque de Viñuelas en el mapa de la provincia de Madrid a escala 1:100.000
iniciado en 1809 por los ingenieros geógrafos franceses (arriba) y en la hoja de Madrid
del Atlas de Coello, 1848 (abajo).
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nes participaron en ella, pero su duración parece sorprendentemente dilatada. Como no deja de
llamar la atención el paso previo por París, y no parece aventurado suponer que, aparte de otros
posibles fines, incluía el de facilitar a Coello el contacto con el Dépôt de la Guerre, en relación
con la obtención de copias de la cartografía elaborada por el ejército francés en España durante
la Guerra de la Independencia y la expedición de los Cien Mil Hijos de San Luis.
A este respecto, hay que tener presente que durante los años 1837 a 1839 la Academia de
Ingenieros se trasladó a Madrid a causa de los riesgos que corría en Guadalajara por efecto de
la guerra carlista. Eso, sin duda, le permitiría conocer, ya antes de acabar la carrera, o después
de acabarla, los fondos del Depósito de la Guerra en Madrid, al cual, por acuerdo entre los
gobiernos de los dos países, el ejército francés se había comprometido a entregar copia de la cartografía de España que levantase. Y hay que tener en cuenta que la presencia de los cartógrafos
militares franceses no se terminó con la retirada de las tropas de ese país, pues con autorización
del gobierno español siguieron trabajando en España, hasta bien entrado el decenio de 1830.
Por tanto, Coello conocía la cartografía ejecutada por los franceses desde 1823 a través de
las copias entregadas a nuestro Depósito de la Guerra, y aprovechó la estancia en París para
encargar copia de los trabajos anteriores a esa fecha que fuesen de su interés. Aparte de eso
reunió toda la cartografía sobre España que estuvo a su alcance, particularmente en organismos
públicos, pero también de empresas privadas o de particulares, tales como proyectos de ferrocarriles y canales, planos de ciudades, etc. Pero en razón de su mayor alcance territorial y de sus
cualidades técnicas, la cartografía militar francesa fue para él de especial utilidad.
Por eso, antes de partir para Argelia en 1844, Coello había podido dejar en marcha los trabajos del Atlas de España y sus Posesiones de Ultramar. En total estaban previstas 65 hojas, de las
que solamente llegaron a editarse 46, más otra (Albacete) grabada en 1876 pero no editada. Los
trabajos de gabinete de cada hoja llevaban varios meses, y en el grabado de la plancha de acero
se invertía un año, por término medio.
El primer mapa publicado, el de la provincia de Madrid, apareció en 1847. En él no se
incluye el plano de la capital que, excepcionalmente, se publicó a 1:5.000 en una hoja aparte.
Por lo demás, la hoja de la provincia de Madrid ya contiene todos los rasgos que iban a caracterizar al conjunto del Atlas en cuanto a escalas numéricas y gráficas (con excepción de las
hojas de Ultramar), rotulación, forma de representación del relieve, signos convencionales, etc.
Respecto a esos últimos, suman un total de 45, de los que los seis primeros indican la jerarquía
administrativa de los núcleos de población, mientras los seis últimos se destinan a diferenciar
usos del suelo. De unas a otras hojas puede haber ligeras variantes.
Pero aparte de la modernidad general de los aspectos formales del Atlas de Coello, interesa
destacar aquí que en la gran mayoría de las hojas figura una «advertencia» en la que Coello
suele hacer mención explícita de las fuentes cartográficas en las que se apoyó y de los trabajos
de campo llevados a cabo por él o por sus colaboradores. En buena parte de los casos se hace
referencia al uso de materiales cartográficos del ejército francés; a título de simple ejemplo, en
la hoja de Santander se hace referencia a reconocimientos hechos por oficiales franceses y copiados en el Depósito de la Guerra de París, sin precisar la fecha, de modo que tanto podrían
corresponder a los años de la Guerra de la Independencia como a los trabajos iniciados en 1823
y prolongados hasta la década de 1830. Eso no impide que deba resaltarse que, para la misma
hoja de Santander, Coello haga mención del uso para la parte oriental de la provincia de la
triangulación geodésica llevada a cabo por los oficiales de Ingenieros Julián Albo y Celestino
del Piélago, así como, para la parte occidental, por Felipe Bauzá y otros marinos; operaciones
que hay que suponer enmarcadas en los trabajos para el mapa de España realizados durante el
Trienio Constitucional, y a las que se hace referencia en otras hojas del Atlas.
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Por lo que a la hoja de la provincia de Madrid se refiere, el contenido de su advertencia es bien
expresivo, tanto de los trabajos de Bauzá durante el Trienio Constitucional, encaminados a materializar su proyecto de mapa de España, como de los oficiales franceses a partir de 1823, tendentes
en este caso a completar las tareas acometidas entre 1808 y 1813. En un caso y otro, tanto los trabajos
inconclusos del proyecto de Felipe Bauzá, como los igualmente inacabados del Ejército francés,
venían a encontrar aprovechamiento y continuidad en la obra de Coello, varias décadas después.
He aquí el texto de la advertencia de la hoja de Madrid, que refleja todo ello con claridad:
ADVERTENCIA
«La situación de la mayor parte de los pueblos, caseríos, montañas & comprendidos en este
mapa, está deducida de las operaciones geodésicas ejecutadas en el año 1822, bajo la dirección de
D. Felipe Bauzá, completadas más tarde por otras operaciones trigonométricas, verificadas por
los Oficiales del Ejército Auxiliar Francés, en las inmediaciones de Madrid y arregladas todas a la
posición astronómica de esta Capital y a la de otros puntos que se espresan en el mismo mapa.
En las posiciones geodésicas, por no confundir, nos hemos limitado a marcar, con el signo correspondiente, los vértices de los triángulos fundamentales y aquellos que han servido de punto
de estación. En cuanto a los detalles topográficos, hemos tomado casi todos los centrales, de los
planos y reconocimientos de los Oficiales franceses ya citados, en los años 1823 y 1824, la mayor
parte en la escala de 1/20.000 , añadiendo y corrigiendo no pocos pormenores, por todos los reconocimientos de caminos, ríos y canales, por varios proyectos de conducción de aguas a Madrid
y por otra multitud de datos que poseemos. Los dos extremos oriental y occidental, limitado el 1º
al O por la recta que une los pueblos de Villaalbilla y Colmenar de Oreja, y el 2º al E por la línea
que va del Escorial a Navalcarnero, de los cuales no teníamos ni existía dato alguno fidedigno,
han sido reconocidos personalmente por el autor del mapa. El camino de hierro de Aranjuez y la
carretera de Toledo, se han trazado por los proyectos aprobados y empezados ya a ejecutar».
Como ya se ha dicho, el Atlas de Coello quedó inconcluso, pues sólo llegó a publicar las hojas
de 33 provincias15, en 29 de las cuales especificó las fuentes utilizadas y los nombres de todas o
algunas de las personas que colaboraron con él. En total, la cartografía militar francesa aparece
mencionada explícitamente en las hojas de 18 provincias (Barcelona, Burgos, Cádiz, Castellón,
La Coruña, Guipúzcoa, Huelva, Logroño, Lugo, Madrid, Orense, Oviedo, Palencia, Segovia,
Soria, Tarragona, Valladolid y Vizcaya), aparecidas entre 1847 y 1870, es decir, durante todo el
período de publicación de la obra.
Esa cartografía francesa, inédita, la hizo copiar Coello en el Dépôt de la Guerre de París a lo
largo de varios años, aunque su utilidad no fuera homogénea, dadas las diferencias de fechas,
objetivos y escalas. Por ejemplo, para la hoja de la provincia de Logroño utilizó reconocimientos franceses a 1:50.000 sobre unos 725 kilómetros cuadrados; para Segovia dispuso de mapas
a 1:50:000 de la mayor parte de la provincia, posteriores a 1823; de los de Soria dice ser «muy
notables por su perfección»; para Tarragona contó con un 1:100.000 del territorio al Este de
Reus; y para la de Valladolid de
«reconocimientos franceses muy detallados, y en la escala de 1:50.000, de una ancha franja
entre Santovenia y Olmedo, y de gran parte de las orillas del Duero, con varios croquises de
la parte O. de la provincia».
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Pese a su carácter en ocasiones parcial, no cabe duda de la utilidad que esa cartografía tuvo para
el Atlas de Coello y cabe suponer, por ejemplo, que en algunas hojas tienen ese origen detalles
de usos del suelo (áreas de «monte», pinares, olivares, viñedos, etc.), de localización de molinos,
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«Contornos de Madrid»: mapa a
escala 1:100.000 que acompaña a
la correspondiente hoja del Atlas de
Coello (1848).
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batanes, serrerías, ventas, casas de postas, esclusas en los canales, presas y fábricas de cualquier
clase sobre los ríos, etc.
En la hoja de Madrid, por ejemplo, aparecen representados plantíos, dehesas, montes,
como el del Infantado, al Este de Buitrago; el bosque de Viñuelas, al Norte de Madrid; el
Soto de Algete; o el Bosque del Conde de Oñate, al Sur de Arroyomolinos. Pero también las
estaciones telegráficas, molinos de papel, presas, etc., más los muchos detalles singulares de los
contornos de Madrid, de especial interés.
En resumen, el Atlas de España de Francisco Coello tiene en sí mismo un extraordinario valor como representación cartográfica del país en un período histórico determinado, pero además
tiene un gran interés por otra razón: a través de él es posible reconstruir el hilo que lleva desde el
proyecto de mapa de España del oficial de la Armada Felipe Bauzá (1769-1833), cuya ejecución se
acometió durante el Trienio Constitucional, a las prácticas cartográficas y los sistemas de representación de los ingenieros geógrafos de los ejércitos napoleónicos primero y del ejército francés
de la Restauración después. De ahí, a su vez, y a través de los criterios y la práctica cartográfica
de Coello, se enlaza con la institucionalización de la modernidad cartográfica en España.
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