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1.— Verissimus
Marco-Aurelio es el único individuo en la Historia que ha sido, al mismo tiempo, gobernante de
inmenso poder y filósofo reconocido. El territorio que
el Imperio Romano ocupaba en el siglo ii dC abarcaba desde Inglaterra hasta Siria, y desde el Danubio
hasta el norte de África. De ese inmenso territorio
fue emperador Marco-Aurelio en una época que se
conoce como “Pax Romana”.
Podríamos creer que nos encontramos ante una
encarnación de la utopía platónica del filósofo-gobernante, si no fuera porque Marco-Aurelio, conocedor
del diálogo La República de Platón, no se planteó ni
mucho menos llevar a la práctica lo que en este texto
se preconiza. O bien, digámoslo de otra manera, quizá
este texto no sostiene lo que nuestra interpretación
más popular ha venido diciendo. Hemos repetido y
seguimos repitiendo que Platón propone un cambio
en la organización de la polis, una utopía, por la que a
cada categoría de individuos se le asignaría un papel
determinado y, gracias a ello, la polis sería justa y
armónica: unos serían trabajadores, otros soldados y
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otros gobernantes. La asignación del lugar que cada
cual ocuparía en la sociedad dependería de su alma.
Puesto que según Platón el alma está formada de
tres partes —una parte apetitiva, otra parte irascible
y otra intelectiva—, la clasificación de los individuos
se llevaría a cabo según el desarrollo mayor o menor
de cada una de esas partes. Si la parte apetitiva es
la que prevalece, serán trabajadores; si es la parte
irascible, serán soldados; y si, finalmente, es la parte
intelectiva, serán filósofos-gobernantes.
Las incursiones de Platón en la política real no le
llevaron, sin embargo, a defender esa jerarquización
de las clases sociales, aunque sí que pensó que el gobernante ideal debería ser un filósofo. Es muy posible,
pues, que, como algunos intérpretes han propuesto, la
polis armónica formada por trabajadores, soldados y
filósofos-gobernantes no sea sino una imagen macroscópica del alma de un gobernante ideal, y por tanto
filósofo: la polis es el alma, y si el alma está organizada
de manera que cada parte cumpla con su función y
todas a las órdenes de la parte que debe gobernar, o
sea de la parte intelectiva, entonces estaremos ante
un individuo de bien, honesto, firme, valiente y justo,
es decir, ante un filósofo y un buen gobernante, ya que
demostraría que se gobierna a sí mismo.
Así lo debió de entender Marco-Aurelio cuando
escribe: “no esperes realizar la república de Platón,
sino que date por satisfecho, si progresas aunque
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sea un poco”. Su moderación le dice que ya es bastante difícil convertirse en filósofo; su conocimiento
de los humanos le hace pensar que aún es más difícil
cambiar a los demás y que hay que gobernar sin esa
aspiración. ¿No te has fijado —se dice a sí mismo un
poco más adelante— cómo se conduce tanta gente
en la cama o en la mesa, qué cantidad de acciones
deshonestas son capaces de llevar a cabo y eso que
también ellos tienen esa parte más noble del alma?:
pues bien, es mejor mostrarse indiferente. Sólo en
las ocasiones en que el comportamiento de los demás nos resulta molesto e inevitable, Marco-Aurelio
recomienda intentar instruir a las personas.
El emperador Adriano profesaba una gran estima por Marco-Aurelio, al que conoció desde muy
niño. Le puso un mote, Verissimus, jugando así con el
nombre de su familia —su abuelo era Annius Verus,
de procedencia andaluza— y con su enemistad hacia
las mentiras. Y dio en el clavo. Si hay dos rasgos de
carácter que Marco-Aurelio ya adulto aprecia, éstos
son, por un lado, la veracidad o sinceridad, que no sólo
es amor a la verdad sobre las cosas sino también la
capacidad de aguantar que los demás te digan francamente lo que piensan (esto se conocía como parresía)
y, por otro lado, el buen talante, el buen humor, la benevolencia: ambas características están presentes en
la comedia, que Marco-Aurelio admira enormemente,
en la que la parresía, la franqueza, es instructiva, nos
ayuda a entender, a no alterarnos por la perversidad
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o por la ignorancia de los humanos, a tomarnos las
cosas que suceden sin perder el buen humor.
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Las crónicas nos cuentan que el niño Verissimus
decidió ser filósofo a la edad de 12 años. Se vistió de
filósofo y adoptó algunas costumbres —en contra de
su madre que trataba de disuadirlo— que consideraba propias de los filósofos, como por ejemplo dormir
en el suelo. Con la distancia, esta anécdota nos enseña que en la antigüedad greco-romana, el filósofo
era un personaje, encarnaba un modo de vida, una
elección que lo señalaba como diferente del resto de
sus conciudadanos. El disfraz de filósofo era como
de mendicante, pobre y austero porque así se decía
que habían vestido Sócrates o Diógenes. Igualmente podemos imaginar, siguiendo esa moda, cuántos
impostores se harían pasar por filósofos.
Afortunadamente para Marco-Aurelio, el emperador Antonino lo adoptó como hijo, tal y como era
costumbre, para educarlo y enseñarle las responsabilidades del cargo de gobernante. Abandonó la casa
de su madre en el Celio y se trasladó al Palatino, al palacio del emperador. Antonino era un hombre recto,
valiente, moderado, justo. Encarnaba, pues, todas las
grandes virtudes que los filósofos han propuesto; no
vestía con viejas prendas, ni dormía en el suelo, pero
fue un modelo vivo de comportamiento para el joven
Marco-Aurelio: en el primer capítulo de su libro, en
el que recuerda todas las personas a las que debe su
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agradecimiento, Marco-Aurelio dedica a Antonino dos
páginas de elogios, en las que describe con detalle
todos los rasgos por los que era admirable —su perseverancia, su amor al trabajo, su indiferencia hacia
la vanagloria, su tolerancia hacia quienes le criticaban, su deferencia hacia los auténticos filósofos y su
mano izquierda para con los que no eran de fiar—; y
termina diciendo que Antonino, como Sócrates, “sabía igualmente privarse y gozar de esos bienes a los
que muchos son tan débiles que no saben resistirse y
demasiados se sienten inclinados a abandonarse”.
Así pues, con un Sócrates como padre adoptivo,
cuando uno de sus mentores, Justus Rusticus, puso
en las manos de un joven Marco-Aurelio de 25 años
las lecciones del estoico Epicteto, su entusiasmo fue
en gran parte debido a que reconoció en esos escritos un modelo que ya había experimentado en vivo y
su mente recibió como un eco lo que ya sabía.
Tuvieron que pasar aún muchos años antes de
que se sentara a escribir el libro que nosotros conocemos como las Meditaciones de Marco-Aurelio.
Se supone que con 50 años cumplidos comenzó su
redacción. Llevaba ya unos 11 años de emperador. Lo
escribió en griego, la lengua que hablaba con su madre, la lengua de los medios intelectuales romanos.
El título original era Marcou Antoninou Autocratoros ta eis eauton, o sea, los escritos del emperador
Marco Antonino para sí mismo. Ni meditaciones, ni
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pensamientos porque no son conclusiones, no son
teorías. Es un cuaderno de notas, al modo como en
la época se redactaban los hypomnemata, o sea un
apoya-memoria, un recordatorio de citas, hechos, reflexiones, indicaciones. En algunos momentos repite,
o retoma la misma idea y le da una nueva redacción.
Se dirige siempre en imperativo a sí mismo.
¿Qué le llevó a escribirlo cuando ya la mayor
parte de su vida había transcurrido y se sentía viejo, quizá cerca de la muerte? Da la sensación de que
aunque toda la vida había querido ser filósofo, sólo
en los últimos años pudo dedicar un cierto tiempo a
entrenarse en serio. Porque el libro que se puso a escribir es un cuaderno de ejercicios. Así, por ejemplo,
la primera reflexión que consigna en su cuaderno, que
podríamos considerar el primer ejercicio del día, dice:
“Al amanecer, empieza por decirte: hoy me cruzaré
con un indiscreto, con un ingrato, con un insolente,
con un aprovechado, con un envidioso, con un egoísta”. Después de razonar que todos estos individuos
son así por ignorancia y que están hechos de la misma naturaleza que él mismo, se anima a no enfadarse
cuando se los tropiece. La anotación de este ejercicio
le sirve de memoria y la memoria es un modo de incorporar a la mente prevención ante ciertas actitudes,
o exhortación a llevar a cabo ciertas prácticas. Se trata, pues, de ejercicios mentales o espirituales.
“No te dejes distraer por los acontecimientos externos.
¡Tómate el tiempo para aprender aún algo bueno y deja
de revolotear!”
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