¿Es conveniente mantener el concepto de “persona” en la reforma? Dr. Ricardo Rabinovich – Berkman Profesor Titular de Derecho (UBA, UNLZ y UB) Director de Departamento de Ciencias Sociales modalidad intensiva de Cursos para Doctorado de Derecho (UBA) Miembro de la Comisión Directiva de CAEEM Me toca cerrar las exposiciones para dar paso después a las preguntas. Voy a cerrar con una pregunta que me vengo haciendo desde hace tiempo y que ha dado lugar a bastantes publicaciones incluso, una que apareció en la revista del Hospital Eva Perón (Nuevas reflexiones sobre el concepto de persona, INMANENCIA 2012;2(1):45-49, http://ppct.caicyt.gov.ar/index.php/inmanencia/). En nuestra época, creo que debemos replantear, reformular el concepto de persona. En el mismo sentido, estimo que la reforma del Código era una buena oportunidad para dejarlo afuera. Tengo una enfermedad conocida como fidelcastritis o chavitis: cuando tomo un micrófono hay que sacármelo a los empujones. Por eso escribo y me voy a permitir leerles lo que he escrito. Los conceptos jurídicos, como todas las construcciones culturales son en el tiempo y en el espacio. Constituyen un producto de circunstancias históricas irrepetibles, cuya amplitud e interrelaciones exceden la posibilidad humana de conocimiento y obligan a quien pretenda predicar sobre ellos a cortar arbitrariamente el marco del discurso. En trabajos de investigación me he ocupado de las misteriosas razones que habrán, seguramente, de permanecer por siempre en la oscuridad, admitiendo solo hipótesis, por las cuales la palabra persona llegó ya para el siglo I a.C., a referirse a un miembro cualquiera de nuestra especie. Por ejemplo, así aparece en textos de Cicerón. Aunque el sentido no parece muy difundido, aún en esa época. Marco Tulio Cicerón (107-44 aC), jurista, político, filósofo, escritor, y orador romano César, por ejemplo, no usa en sus trabajos. A mediados del siglo II de la era Cristiana, por ejemplo el gran jurista Gaius y renombrado profesor de la época, ya lo ve como sinónimo de homo, homo hominis, es decir algo semejante a lo que llamamos, hoy en día, ser humano. La acepción se mantendrá desde entonces y plasmará en la conspiración de Justiniano I en Bizancio en el siglo VI. En esas oportunidades, he explicado las razones por las cuales me inclino por asignar importancia como motor de este pasaje que retira el término del terreno teatral donde se usaba originalmente para usar la máscara empleada por los actores para hacer resonar la voz, o sea personare y remarcar su características, personaje, en un periplo bastante semejante al de su gemelo griego Prósofon a la difusión en Roma de las ideas estoicas. Especialmente en aquel aspecto que mostraba a la vida como una obra de teatro y a los seres humanos como actores en ella, cosa que se ve, por ejemplo, en Epicteto. El concepto de humanitas, humanidad, es una construcción romana, como explica entre otros Adolfo Levi, hecha sobre bases griegas. Probablemente tuviera su importancia fundamental en la filosofía política de la República mundial que con altibajos se fue erigiendo primero en forma tímida, desde el fin de la guerra contra Cartago y más clara y decididamente luego al terminar las luchas civiles en Roma e instaurarse el principado bajo los auspicios de Augusto. Es muy posible que el antecedente de esta idea pueda encontrarse en el ecumenismo alejandrino de probable inspiración aristotélica. Es notable como la figura de Alejandro Magno va ganando lugar como referente en los líderes políticos de la Roma posterior a las guerras fenicias. Y la concreción de la inconclusa gesta del joven monarca macedonio, va siendo asumida como un desafío por Roma que además se presenta al mundo en el período de Augusto como la nueva Troya, renacida de las cenizas salvadas con justicia por los dioses a través de Eneas de la traidora estratagema griega del caballo de madera. El más culto y exitoso de los príncipes romanos, Marco Aurelio, cuyo período 161 a 180 marcó el clima de esa larga etapa, hablaba del “pueblo de todos los seres humanos”. Marco Aurelio (121-180), estatua ecuestre, Museo Capitolino El propio emperador descendiente de españoles como otros príncipes de su dinastía, dinastía de los antoninos, era un ejemplo. Tres décadas después de su muerte en 212, el príncipe Caracalla de origen africano, es el primer príncipe negro que gobierna el Imperio Romano, emite un decreto o constitución “La constitutio antoniniana” dando la ciudadanía romana a todos los extranjeros libres, con excepción de los peregrinus delitiquis que eran muy poquitos, que habitasen la Ecumene. El término ecúmene que aparece en el original griego de la constitutio antoniniana que ha llegado hasta nosotros fue inicialmente un adjetivo del sustantivo gea, tierra, haciendo referencia a la tierra habitada. Sin embargo, ya Herodoto lo emplea para mencionar el mundo ocupado por los griegos en contraposición al mundo de los bárbaros y luego esa acepción se adecua a la realidad romana. De manera que Caracalla hizo ciudadanos a los habitantes del mundo romano en un sentido histórico pero a todos los seres humanos libres que no fueran peregrinos deliticios en una interpretación literal. Sin embargo, aunque la idea de humanidad, inseparable de la de ciudanía en una República Politeia de características universales, creciera y se fortaleciera en Roma, no sucedió lo mismo con la noción de ser humano. Y en general, el sentido de esta última expresión fue cubierto por el sustantivo homo hominis que aunque vinculado a la imagen del hombre masculina, abarcaba al vir, varón y a la muller, mujer. En el digesto de Justiniano, especialmente en su Libro I la sinonimia entre homo y persona es reiterada y permanente, se da por sentada. Ambas palabras se van turnando como se suele hacer entre sinónimos para evitar cacofonías. El nombre de título V del Libro I es de statu hominum, del Estado de los seres humanos, de los homines pero su equivalente en las instituciones de Justiniano obra concebida en paralelo como texto de estudio y también dirigida por el jurista Triboniano, el mismo que dirigió el Digesto, lleva la denominación de iure personarum, del ius de las personas. Triboniano (500-547), jurista bizantino El título de las instituciones se abre con la división atribuida al jurista Gaius, de quien ya hablamos antes, del ius personarum, ius de las personas según que los homines sean libres o siervos, clasificación que aparece también en el digesto. Siguen cinco parágrafos, todos ellos dedicados a la esclavitud, mostrando que el esclavo sí era persona en Roma, simple y sencillamente porque era un miembro de la humanitas. Por su parte, el título V del digesto, comienza con otro famoso texto de Gaius, de sus instituciones que dice “todo el ius que usamos pertenece a las personas o a las cosas o las acciones”. En su obra, Gaius, decía acto seguido digamos que fue primeramente acerca de las personas pero los compiladores del Digesto, en el siglo VI prefirieron una hermosa frase, traductor simultáneo, tomada del iure epitomarum de un misterioso Hemogeniano del que sabemos muy poco, que aparentemente vivió en el siglo III y II de la Era Cristiana. Como se ha dicho, que es por causa de los homines, o sea de los seres humanos que se ha constituido todo el ius. Hablaremos primero del estado de las personas y después de lo demás. Claramente homo y persona son empleados como sinónimos, acto seguido, los compiladores regresan a Gaius, instituciones y lo toman casi literalmente. En efecto la principal división del ius de las personas, es esta, que todos los homines o son libres o son esclavos. Así, dice Gaius (Gaius, D. 1.5.3): “Summa itaque de iure personarum divisio haec est, quod omnes homines aut liberi sunt aut servi”. Nuestro traductor aclara que “La máxima división del ius de las personas es que todos los homines o son libres o son siervos”, mostrando que homo y persona se consideran sinónimos y que se alternan los dos vocablos. A continuación se trata de los esclavos siempre considerados homines, o sea, personas. Más adelante, en el título VI se vuelve a Gaius. Del ius de las personas se sigue otra división, que algunas personas son de su ius y algunas están sujetas al ius ajeno. Entre las personas sujetas al ius ajeno, Gaius incluye, claramente, a los esclavos de sus amos, o sea a los siervos. Es claro. Todo ser humano, homo, era persona, los esclavos son la mejor demostración, pero no la única porque en el título V de statu hominum, se trata también de las mujeres, de los hermafroditas, y por supuesto del concebido. Los juristas romanos, como enseña Pierangelo Catalano, no realizaban abstracciones. No hablaban, por ejemplo, de la personalidad, sino de la persona, no hablaban de la concepción, sino del concebido. Los conceptos generales fueron elaborados en su mayoría desde la Edad Media por los romanistas, no por los romanos. La idea abstracta, que generó la disociación sobre persona, fundamentalmente fue la idea de capacidad de derecho. En su forma actual, esta noción fue construida Friedrich Karl von Savigny en el siglo XIX. Augusto Teixeira de Freitas, el gran jurista brasileño en su esbozo, elaboró el concepto normalmente traducido como capacidad de derecho, como característica de la persona, interpretando correctamente los textos justinianeos. El Dr. Berbere habló algo de esto. Sin embargo, aunque en el gran jurista alemán, esta noción se elevaba sobre la noción de persona aún no se independizaba de ésta. La separación entre hombre, mann y en consecuencia entre ser humano y persona, se concreta en 1891 por mano de su discípulo Bernhard Windscheid y cuajaría finalmente en el Art. 1 del Código Civil Aleman aprobado en 1896 para entrar en vigor el 1 de enero de 1900. Este concepto es la capacidad de derecho de los seres humanos comienza con la terminación total del nacimiento. Sobre esa fase trabaja Jan Densel, en cuya teoría pura del derecho, la noción de persona es una construcción artificial, un concepto antropomórfico creado por la ciencia jurídica, porque a su criterio, el hombre no es una noción jurídica sino biológica, al hombre lo define la ciencia de la naturaleza en cambio la persona dice, es un concepto jurídico, ergo, continúa, estas dos nociones definen objetos totalmente diferentes y el resultado de esta ecuación separatista no se hace esperar. Si el hombre es una realidad natural, la persona es una noción elaborada por la ciencia del derecho, de la cual esta podría, por lo tanto, prescindir. La noción romana de persona como homo, queda así, muerta en la doctrina internacional o, por lo menos, herida gravemente con pocas posibilidades de recuperación. En 1973 al emitir su voto mayoritario en el Fallo Roe vs. Wade de la Corte Suprema de los EEUU, el ministro Harry Blackmun, integrante de la Corte deja establecido que el aún no nacido, no quedará incluido a los efectos del ordenamiento estadounidense dentro del concepto de persona. Al hacerlo, Harry Blackmun cita de modo indirecto un trecho del Digesto Justiniano, en forma completamente tergiversada, mostrando, al mismo tiempo, su necesidad de basarse en fuentes romanas y su patética falta de preparación en el manejo de éstas. Preocupado por la idea de los humanos no personas, el escritor socialista de ciencia ficción Philip K. Dick publica al año siguiente 1973, en su cuento The pre-persons, Las Pre Personas es una obra maestra del humor negro y de la reducción al absurdo. Creo que no se ha escrito nada tan impactante sobre este tema. Si la determinación del momento en que un ser humano comienza a ser persona y este estado está librado a los jueces o legisladores, Philip Dick, imagina irónicamente un futuro cercano, en el que el umbral ha sido llevado por la Corte Suprema de los EEUU a los doce años, etapa en la que normalmente se desarrolla la habilidad para entender el álgebra. Hasta entonces, el niño no es persona, es pre persona como el feto en el fallo Roe vs Wade. Si se lo mata no se comete homicidio, se comete aborto. Freitas, el gran jurista brasileño, normalmente admirador de Savigny, se revela en este punto contra su inspirador. En su esbozo, en su proyecto de Código Civil para Brasil que nunca llega a ser Código Civil allá, dice ”para nosotros, para la civilización actual, todo hombre es persona pues no hay hombre sin la susceptibilidad de adquirir derechos, susceptibilidad que no llamo capacidad de derecho, tratándose de personas, porque solo lo sería en relación a entes que no fueran personas”. En su proyecto de Código Civil seguido por Vélez Sarsfield en estos aspectos, Freitas procura ceñirse a la comparación romana entre persona y homo. Esta alternativa, sin embargo, no triunfa en Brasil, si bien Clóvis Beviláqua, la mantiene en su proyecto a fines del siglo XIX. En el Código Brasileño de 1916 prima la influencia del Código Alemán que es prácticamente traducido al portugués y este criterio se mantiene en el Código Civil Brasileño actual del año 2003. La pregunta que nos hacemos es, entonces, hasta qué punto tiene sentido o utilidad, existir en el concepto de persona en la terminología jurídica en el siglo XXI. La idea de persona surgió entonces en Roma ante la ausencia de un término que realmente definiera en la ciencia jurídica y en el habla corriente al miembro de nuestra especie. Fue construida como expresión técnica inclusiva a través de la cual se reconocía un status especial, diferente desde las cosas y desde los animales, los otros animales de que habla el jurista Ulpiano, a todos los homines, fueran romanos o extranjeros, hombres o mujeres, libres o siervos, nacidos o aún in útero. Todo ius en el sentido de potestad exigible mediante una acción o defendible por medio de una excepción, lo era de una persona y solo las personas tenían iura porque, como veíamos en Hermogeniano, es por causa de los homines que se constituyó todo el ius. Tras los cambios conceptuales traídos por fuera de las pandectas alemanas, especialmente por Savigny, por su otro discípulo Puchta y por Vinyay, plasmados en el Código Civil Alemán de 1900 y posteriormente llevados al extremo de la argumentación filosófica como veíamos en la teoría pura de Hans Kelsen, el concepto de persona se ha transformado en una noción excluyente, no incluyente como era sino excluyente que puede ser empleada para privar a algunos homines de los derechos que otros a se les reconoce y de os cuales gozan. El ejemplo más contundente lo constituye el fallo Roe vs Wade, que veíamos antes. Pero la acepción de persona, podría ser empleada mañana, también, para negar prerrogativas esenciales de derechos humanos a cualquier grupo humano determinado sin siquiera tomarse el trabajo de deshumanizarlo antes. Desde que la construcción de la teoría de los derechos humanos ingresara en su etapa actual, tras la terminación de la Segunda Guerra Mundial, una nueva expresión ha cobrado carta de ciudadanía en todo el planeta con el sentido de la antigua palabra homo. Me refiero a la expresión ser humano. Las prerrogativas fundamentales que se reconocen a todo ente perteneciente a la especie Homo sapiens sapiens, por el solo hecho de esa pertenencia, se llaman derechos humanos y no derechos personales. En la práctica el concepto de persona ha sido dejado de lado como si inconscientemente se hubiese notado su problemática actual. Venus de Willendor (30.000 aC) Diosa de la fertilidad o Diosa Madre Creo, por tanto, que ha llegado la hora de preguntarnos seriamente si no deberíamos prescindir del concepto de persona y sustituirlo por el concepto de ser humano o simple y sencillamente, sustantivar el adjetivo humano. Decir directamente humano como del perro decimos perro y no ser perro, empleando siempre la palabra como neutro, no como masculino, después de todo, claro, lo del perro y lo del gato. Pienso que el nuevo Código Civil y Comercial, desgraciadamente no lo ve así. Si se va a aplicar, podría ser una buena oportunidad para poner en práctica ese cambio y así lo propongo, humildemente. Esta es la sencilla finalidad de esta brevísima exposición. Muchas gracias.