A propósito de Podemos. - Universidad Autónoma de Madrid

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A propósito de Podemos
Los ejes izquierda/derecha, ciudadanía/casta y democracia/oligarquía
Antonio Antón
Cuaderno de trabajo
Universidad Autónoma de Madrid
1
CUADERNO DE TRABAJO
Departamento de Sociología
Universidad Autónoma de Madrid
TÍTULO: A propósito de Podemos. Los ejes izquierda/derecha, ciudadanía/casta y
democracia/oligarquía.
AUTOR: ANTÓN MORÓN, Antonio
Profesor honorario
Correo electrónico: [email protected]
http://www.uam.es/antonio.anton
Madrid, marzo de 2015
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Índice
Introducción
1. Por qué y cómo se conforma un electorado indignado
2. Superación del eje izquierda/derecha y vigencia de la pugna por la
igualdad
3. Significado de casta
4. Democracia y ciudadanía frente a poder oligárquico
Bibliografía
3
A propósito del Podemos
Los ejes izquierda/derecha, ciudadanía/casta y democracia/oligarquía1
¿Qué necesita la democracia? Mayor autonomía de los políticos respecto de los
poderes económicos, recuperación de la idea fuerte de proyecto
político… Pero, sobre todo, es necesario un cambio cultural de fondo…
Donde no hay políticos libres, solo hay casta mantenida.
(J. Ramoneda, diario El País, 10-12-2012).
El único fin de los partidos es su propio crecimiento sin limitación alguna,
lo que significa una rotunda impostura en la medida en que
convierten el instrumento en fin en sí mismo.
(Simon Weil, +1943).
Introducción
Sin llegar al fatalismo de la cita de la filósofa Simón Weil, referida a la Europa de
entreguerras, hay que reconocer que es una poderosa tendencia de los partidos
políticos, particularmente sus grandes aparatos, considerarse un fin en sí mismos y
dejar en un segundo plano el bien común y la representación y mediación de los
intereses y demandas del conjunto de la sociedad. Sus estructuras superiores suelen
quedar presas de su propio interés corporativo, agravado en el caso de las cúpulas
gobernantes por su imbricación con la oligarquía económico-financiera. Además, como
dice Josep Ramoneda, si los políticos están dependientes del poder, no son libres y no
representan claramente las demandas de la ciudadanía, entonces son ‘casta
mantenida’ y la democracia necesita un nuevo y fuerte proyecto político de cambio y,
especialmente, cultural.
Existe un fuerte debate sobre las características y la vigencia de la polarización
entre izquierda y derecha, o bien su sustitución por otras dicotomías como la que
enfrenta la democracia a la oligarquía o la ciudadanía frente a la casta. Se trata de
analizar los discursos utilizados, su significado simbólico y su contenido real, así como
el alcance y las características de la pugna social y política, para ayudar a clarificar la
actividad transformadora resultante.
Primero, analizamos por qué y cómo se configura un electorado indignado,
contando con la experiencia de las elecciones europeas, el ascenso del voto estimado a
Podemos en distintos estudios demoscópicos y la perspectiva de las próximas
elecciones locales, autonómicas y generales.
1
Un extracto de este texto se ha presentado como Comunicación en el Congreso Andaluz de
Sociología, Málaga, 6, 7 y 8 de noviembre de 2014. Varios apartados se han publicado en distintos
medios de comunicación.
4
Segundo, aportamos varias reflexiones sobre el eje izquierda/derecha,
diferenciando el contenido sustantivo de esas expresiones y su valor simbólico o
metafórico. Partimos de la vigencia, incluso la mayor relevancia, de la acción por la
igualdad y la democracia, valores asociados a las mejores tradiciones de las izquierdas.
Pero reconocemos la confusión social, política y mediática sobre quién pertenece a esa
izquierda y, por tanto, qué significa esa palabra y cómo configurar una alternativa real
a la derecha, al bloque de poder liberal-conservador. En particular, la
socialdemocracia, en España y en Europa, aún se define de izquierdas (mirando al
centro según sus nuevos dirigentes), a pesar del giro al centro de su discurso y su
última gestión gubernamental, fundamentalmente, de derechas.
Tercero, profundizamos en el significado de casta y lo comparamos con otros
conceptos similares utilizados para denominar la oligarquía, los poderosos, el
establishment o las élites y clases dominantes.
Cuarto, explicamos el concepto y las características de la democracia, el sentido
de la dicotomía democracia/oligarquía y el significado de las palabras pueblo y
ciudadanía, así como su pugna contra el poder oligárquico y su necesario
empoderamiento o refuerzo.
1. Por qué y cómo se conforma un electorado indignado
La irrupción de un electorado indignado en las elecciones europeas, junto con
el debilitamiento del bipartidismo y la debacle socialista, ha modificado en España el
panorama político y los equilibrios del sistema de partidos políticos. También afecta al
ámbito sociocultural y al debate intelectual, implicando la necesidad de un esfuerzo
teórico para interpretar las claves e ideas fuerza de este proceso.
El ascenso electoral de Izquierda Plural y de otras fuerzas de izquierda y, sobre
todo, la emergencia de Podemos, con nuevos discursos y liderazgos, supone la
aparición de un polo de referencia alternativo a la izquierda del PSOE, con suficiente
representatividad ciudadana. Se ha generado un positivo reequilibrio de fuerzas que
rompe la completa hegemonía socialista anterior. Al mismo tiempo, abre la
oportunidad histórica de un cambio político-institucional sustantivo, de alternativa real
al monopolio de las élites gobernantes del bipartidismo, con sus políticas de austeridad
y su prepotencia. No solo tiene un carácter justo sino que esta dinámica abre la
posibilidad real del desplazamiento del establishment del poder institucional y el
avance de una ciudadanía activa y unas fuerzas políticas alternativas. Puede suponer el
comienzo de un ciclo político progresista que imprima una transformación profunda de
las políticas y estructuras socioeconómicas y una democratización sustancial del
sistema político. Es el temor de las capas dominantes que reaccionan de forma airada y
contundente para neutralizar ese proceso de cambio y descalificar a sus agentes más
significativos.
La cristalización de ese electorado alternativo y su fuerte impacto político ha
sido posible por la configuración en estos últimos cinco años de un campo sociopolítico
crítico, progresista y democrático. Se ha desarrollado un nuevo ciclo de la protesta
social y la movilización colectiva, con la articulación de un amplio y heterogéneo
movimiento popular, con altibajos pero persistente. Ha tenido un papel destacado el
movimiento 15-M (y sus derivados y similares), pero también otros grupos y
5
plataformas sociopolíticas, incluido el sindicalismo y las distintas mareas ciudadanas.
Esa ciudadanía activa (Antón, 2011, y 2013), implicada en la movilización social y la
participación ciudadana, que hemos cuantificado entre cuatro y cinco millones de
personas, es la base social más directa que ha condicionado el desarrollo de esta nueva
dinámica de la contienda política. Las ideas fuerza sobre las que se ha construido esta
movilización cívica son dos: 1) frente a las consecuencias injustas de la crisis, la política
de austeridad y recortes sociales y por los derechos sociales y laborales y la regulación
de la economía; 2) rechazo a la gestión antisocial e impopular de las élites dominantes,
económico-financieras y gobernantes, y apuesta por la democracia, la participación
ciudadana y la regeneración real del sistema político.
Vinculado con esa ciudadanía activa y sus actores más representativos, se ha
conformado una tendencia social más amplia. Se caracteriza por su indignación,
descontento y desacuerdo ante la deriva antisocial de la crisis y su gestión política
impopular. Hemos explicado que en torno a dos tercios de la población (entre el 60% y
el 70% o más según los temas), de acuerdo con distintas encuestas de opinión,
manifiestan su disconformidad con los recortes sociales y laborales, desconfían de los
líderes políticos que dirigen la gestión pública regresiva y legitiman la protesta social
progresista. Esa corriente social indignada o descontenta la definimos por esas
posiciones sociopolíticas básicas sobre cuestiones fundamentales de la realidad,
aunque en el terreno político-electoral no haya una traslación mecánica o en otros
aspectos sociales expresen preferencias diversas. Pero es suficientemente sólida y
persistente y con una orientación progresista, basada en valores democráticos y de
justicia social, como para hablar de una tendencia social de fondo positiva frente a la
involución social y democrática promovida desde el establishment.
Esa dinámica colectiva es la que ha posibilitado la conversión de parte de ese
campo sociopolítico crítico en el electorado indignado, con el impacto conocido de
debilitamiento del bipartidismo gobernante, particularmente del PSOE, y el
crecimiento de las fuerzas alternativas. Pero para la configuración de ese nuevo
espacio electoral indignado ha tenido un papel específico el liderazgo y el discurso de
Podemos (Iglesias, 2014; Monedero, 2013): han conseguido que una parte significativa
de esa ciudadanía crítica haya depositado su confianza y su delegación representativa
en sus portavoces, fortaleciendo su liderazgo público. O dicho de otro modo, los
representantes de Podemos han sabido transmitir unas ideas clave que han
sintonizado con la cultura, las demandas y las opiniones básicas de un amplio sector de
la ciudadanía indignada, más allá de sus votantes directos. El valor de su liderazgo y su
discurso no ha sido construir ese electorado desde la nada y desde arriba, por su
indudable habilidad comunicativa. Sería sobreestimar la capacidad constructiva de las
ideas y los líderes. Consiste en haber sabido expresar y dar visibilidad mediática a unas
ideas que sintonizaban con esas aspiraciones de la ciudadanía indignada, conseguir la
simpatía popular por su defensa pública de las mismas frente al establishment y
obtener el reconocimiento político y el aval de una parte popular relevante para
ejercer como nueva representación política.
Podemos tiene un gran mérito: haber ‘construido’ un mecanismo político, con
un carácter social y democrático, en un momento adecuado: su específica apuesta
electoral con su mensaje y sus líderes. Ha servido de cauce para que una parte
relevante de esa ciudanía crítica pudiese expresar unas posiciones o identidades
6
sociopolíticas en el campo electoral e institucional. Por otro lado, la innovación y la
valentía de llevar a cabo una brillante actividad comunicativa, con unos determinados
símbolos e ideas y un hábil liderazgo, no hubieran tenido tanto arraigo si no hubiera
estado creada ya, en el campo sociopolítico y con un amplio tejido asociativo, esa
ciudadanía activa, crítica con el poder y firme y participativa con unos objetivos
transformadores precisos: contra los recortes sociales y las élites dominantes y por los
derechos sociales y la democracia; junto con su experiencia solidaria, sus actitudes de
cambio y su cultura democrática e igualitaria.
Las propuestas fundamentales de su programa (Más democracia; Más
derechos; Más economía al servicio de la gente) han expresado una síntesis de las
demandas del proceso de protesta social durante estos cinco años y les han dado una
proyección de compromiso público y participación electoral. Han generado la
posibilidad de traducir esas exigencias de la ‘calle’ y desarrolladas en el campo social
en voto en las urnas. El reconocimiento adquirido por sus portavoces y activistas se ha
transformado en el apoyo a una nueva representación política y la correspondiente
ilusión de que su reflejo en la estructura político-institucional coadyuve al avance de
esas aspiraciones.
Esos tres ejes programáticos –democracia, derechos, giro económico-,
expresivos de los objetivos del actual movimiento popular progresista, han sido
suficientes para establecer una vinculación firme de este nuevo liderazgo político con
los movimientos sociales y la gente activa y recoger la simpatía de un amplio sector de
la ciudadanía descontenta. Necesitan mayor concreción y desarrollo. Son ideas fuerza,
emancipadoras y racionales, que parten del diagnóstico realista de los principales
problemas de la población y proyectan tareas fundamentales de la transformación
política y económica. Se está produciendo una fuerte pugna política y cultural y sus
dirigentes han demostrado capacidad explicativa y argumentativa. Han convencido a
gran parte de la población en esos dos niveles: apoyo directo en las urnas, y simpatía
más amplia pero (todavía) sin delegación representativa.
En mucha gente descontenta y auto-identificada de izquierdas (y alguna de
centro progresista), al ver defendidas sus ideas también en ese cerrado ámbito
electoral, se han generado emociones positivas: alegría, por ver en el espacio
mediático sus ideas y personas afines; esperanza, por su impacto y su representación;
ilusión… por su conquista y la legitimidad social obtenida. Son actitudes subjetivas,
frente al aislamiento institucional, y enfrentadas a las emociones negativas que trata
de imponer el poder: frustración, desesperanza, miedo y resignación. No se puede
hablar peyorativamente de un plan basado en el emotivismo, de estímulo de las (bajas)
pasiones de la gente. Y mucho menos comparado con el abuso que hacen las grandes
formaciones políticas de sentimientos fundamentales y necesidades básicas de la
población: de seguridad y certidumbre si les apoya la ciudadanía; de miedo y caos si no
les apoya. Es como si la racionalidad o el sentido de la realidad estuviese en el
establishment, mientras las fuerzas alternativas por el cambio social y político fuesen
irracionales e irreales y siempre perjudiciales para la gente. Se trata también de una
pugna en el plano de la subjetividad, fundamental para reforzar la disponibilidad
popular para la indignación ciudadana, la resistencia cívica y la transformación social.
Además, en este caso, supone avanzar en la conformación de una nueva
representación política en el ámbito institucional (parlamento europeo y después en
7
las instituciones municipales, autonómicas y estatales), que amenaza la total
hegemonía de los poderosos y la garantía para su estabilidad y su gobernabilidad.
Junto con esos tres ejes programáticos los portavoces de Podemos han sabido
plantear un nuevo marco interpretativo del conflicto político-social. Han establecido
las ideas y polarizaciones claves que definen el nuevo proyecto y sus tareas
fundamentales. Se trata de superar la simple alternancia de izquierda (oficial)/derecha,
para presentar una alternativa al establishment o poder oligárquico desde la
reafirmación de la democracia y la ciudadanía, apostando por una transformación
profunda (proceso constituyente) del sistema político y económico. Volveremos sobre
ello después de aclarar el significado del eje izquierda/derecha y los conceptos de las
dicotomías planteadas.
2. Superación del eje izquierda/derecha y vigencia de la pugna por
la igualdad
Vamos a tratar varios aspectos para acercarnos a la valoración del eje
izquierda/derecha y definir la pugna sociopolítica actual y la posición de dirigentes de
Podemos de sustituirlo por otros ejes (democracia/oligarquía o ciudadanía/casta) que
expliquen mejor el conflicto social. Primero, las características ideológicas del
electorado, particularmente el autodefinido como de izquierda. Segundo, el significado
real y simbólico del eje izquierda/derecha. Tercero, una valoración global de nuestros
criterios interpretativos sobre las izquierdas, teniendo en cuenta el carácter
ambivalente del PSOE.
Auto-ubicación ideológica del electorado de PSOE, Podemos e Izquierda Plural
El Centro de Investigaciones Sociológicas –CIS- viene estudiando desde hace
tiempo la auto-ubicación ideológica de la población sobre el eje izquierda-derecha.
Utiliza una escala de 1 –extrema izquierda- a 10 –extrema derecha-. Los segmentos 1 a
4 se consideran auto-identificados como de izquierda, el 5 y el 6 de centro, y del 7 al 10
de derecha.
Según su Barómetro de julio de 2014 (publicado en agosto), la auto-ubicación
ideológica del conjunto de la población es la siguiente (en paréntesis los porcentajes
de mayo de 2010, cuando cobran fuerza las políticas de austeridad): segmentos 1-2:
9,9% (7,4); 3-4: 31,2% (24,7); 5-6: 28,4% (28,9); 7-8: 10,1% (9,5); 9-10: 2,8% (2,2); No
sabe y no contesta: 17,8% (27,3) –lo cual es un porcentaje relevante-. El total de la
izquierda suma 41,1% (32,1), el centro 28,4% (28,9) y la derecha 12,9% (11,7). O sea,
teniendo en cuenta la existencia de un porcentaje significativo que no se posiciona, la
gente auto-ubicada en la izquierda es similar a la suma de la situada en el centro y la
derecha. En estos cuatro años la gente que se sitúa en la izquierda ha crecido nueve
puntos, provenientes, sobre todo, del grupo no sabe-no contesta ya que la suma del
centro –baja medio punto- y la derecha –sube algo más de un punto- prácticamente no
varía. La media está en el punto 4,57. Pero considerando que una parte de las
personas de centro se consideran progresistas y más cercanas a la izquierda que a
‘esta’ derecha, el conjunto de izquierda y centro progresista tendría una ventaja
8
sustancial frente al centro-derecha (pendiente, claro, de la definición del 17,8%
restante que no se pronuncia).
Respecto del PSOE sumados sus votantes autodefinidos de centro (31,9%) y de
derecha (9,6%) son algo superiores a los de izquierda (39,7%) y la mayoría de estos son
moderados (21,9% del segmento 4). En las elecciones europeas la media de su base
electoral se autodefine de centro (cerca del punto 5) y también es visto de forma
similar por el conjunto de la sociedad (4,68).
Así mismo, el electorado en las europeas de IU-ICV se sitúa en el punto 3,4 de la
escala y el de Podemos en el 3,7, aunque la sociedad los ve más a la izquierda (2,67 y
2,46, respectivamente). Aunque hay que resaltar que es el electorado autoubicado de
derechas quien más a la izquierda ve a esas formaciones, desequilibrando las medias.
Es decir, la mayoría de los votantes de Izquierda Plural (para Podemos no hay datos
desagregados, aunque la apreciación podría ser similar) no la ven mucho más a la
izquierda que como se autodefinen a sí mismos. O, dicho de otro modo, sus votantes
tienen una posición ideológica cercana a la que perciben que ocupa esa formación.
Los datos de ese Barómetro de julio también expresan la suma del voto y la
simpatía, para el caso en que se convocasen ahora elecciones generales y según la
auto-ubicación ideológica. En la tabla 1 se han entresacado los porcentajes de cada
segmento ideológico con la distribución para cada uno de los tres agrupamientos.
Como se ve la media de voto + simpatía a Podemos (13,1%) es superior a la de IU/ICV
(7,1%). El PSOE tiene el 14,6% y el PP el 16,1%. Estamos hablando del conjunto de la
población y sólo expresa su opinión un 65,9%. El resto del 34,1% se pronuncia por
Ninguno (25,4%) o por voto en blanco, nulo o no sabe y no contesta. Por tanto, si
consideramos probables abstencionistas la suma de estos votos y los votos válidos en
esos casi dos tercios que se han definido por un partido, tenemos los datos siguientes
de tendencia de voto en esas supuestas elecciones generales: Podemos, 19,9%, casi el
doble que IU/ICV, 10,8%; es decir, en total reciben el apoyo de más del 30% de la
población; mientras, el PSOE, recibiría algo más del 22%, y el PP, el 24,4%. En la
distribución por cada segmento (son datos sobre el total) existen algunas diferencias
significativas. Podemos recibe un porcentaje mayor de las personas que se auto-ubican
en los segmentos 1 y 2, más a la izquierda, y en los segmentos 5 y 6, de centro, así
como de los que no saben o no contestan sobre su identificación ideológica; al mismo
tiempo, en los segmentos 3 y 4 o izquierda moderada, IU/ICV recorta alguna distancia
respecto de la media. Y muy pocos de los que se definen de derechas simpatiza con
ninguno de los dos.
Tabla 1: Porcentaje de voto + simpatía según la auto-ubicación ideológica2
Media
1
2
3
4
Podemos 13,1 30,8 29,3 23,8 16,8
2
5
9,5
6
7
8
3,4 3,7 1,7
9
0
10 Ns/nc
3,1 14,6
Hay que advertir que la comparación de los porcentajes hay que hacerla verticalmente entre
los tres partidos; sumadas todas las opciones serían el 100%. Pero no se pueden sumar horizontalmente,
porque cada segmento tiene una dimensión distinta: los centrales y, por tanto, sus porcentajes
contienen mayor población que los extremos.
9
IU/ICV
7,1
22,5 19,5 17,7 10,2 1,8 1,9 0
0
0
0
PSOE
14,6 12,5 10,6 23,0 33,2 13,4 3,4 3,0 0,9 2,8 0
Fuente: CIS–Barómetro de julio de 2014. 1: izquierda a 10: derecha.
2,2
16,1
En este plano ideológico, ambos tienen, sobre todo, simpatías ideológicas y
electorados de izquierda, y suman en torno a la mitad de los segmentos 1 y 2 y en
torno al 40% de los segmentos 3 y 4. Supone que entre la ‘izquierda social’ son
mayoritarios respecto del PSOE. La ‘transversalidad’, recepción de voto y simpatía de
los auto-ubicados ideológicamente en el centro (o derecha) es muy limitada y estaría
compuesta, como máximo y entre los dos, por el 11,3% del segmento 5 y el 5,3% del
segmento 6, aunque con una diferencia por debajo de la media en perjuicio de IU/ICV,
particularmente en el segmento 5 (centro-progresista).
El PSOE, alcanza el 14,6% de media, menos que el 20,2% correspondiente a la
suma de Podemos e IU/ICV (y descontando el porcentaje de los que no se han
pronunciado, el PSOE tendría el 22,2%, es decir, menos que el 30,7% de la suma de los
otros dos grupos a su izquierda). Estos tienen más peso que el PSOE en los segmentos
1, 2 y 3 y menor en los 4 y 5. Y todos ellos, especialmente IU/ICV, tienen escaso apoyo
en los segmentos de centro-derecha.
Según otros datos complementarios del CIS, la auto-ubicación global del
electorado de IU/ICV es la siguiente: izquierda (1-4): 70,6%; centro (5-6): 7,1%; derecha
(7-10): 0,8%; (el resto no se define). En todo caso, es significativa la diferencia de la
base ideológica de los electorados de ambos, Izquierda Plural y Podemos, con la del
PSOE, partido cuyos votantes que se sitúan en la izquierda no llegan al 40% del total.
En conclusión, las referencias ideológicas de la población en torno al eje
izquierda y derecha sí tienen relevancia para la orientación del voto electoral. No son
el factor exclusivo. En particular, el PSOE, a pesar de la amplia desafección electoral,
conserva una parte significativa de electorado autoubicado en la izquierda,
especialmente el moderado, y en el centro progresista. Aunque ese sector mantenga
cierto descontento hacia su gestión gubernamental todavía le sigue votando, ya sea
porque considera que es menos malo que el PP y constituye un freno, ya sea porque su
actuación regresiva está compensada por otros componentes progresistas. La cuestión
es que sigue existiendo una ciudadanía descontenta e indignada contra la involución
social y democrática, que constituye una mayoría de la sociedad y demanda otra
orientación socioeconómica y más democracia. Sus referencias ideológicas la sitúan,
fundamentalmente, en la izquierda y el centro progresista, y en sus referencias
electorales, aparte de la configuración del llamado electorado indignado (Podemos,
Izquierda Plural, Primavera Verde…), otra parte –similar- sigue votando al PSOE y otra menos relevante- a varias formaciones de ‘centro’ o centro-derecha (a quienes vota,
sobre todo, el sector conformista o conservador).
Para el convencimiento de ese electorado decisivo y la consecución de
mayorías sociales se establecen las distintas estrategias políticas y comunicativas: el
PSOE, intentando que se olvide la gestión de su cúpula gubernamental y con una
retórica ‘centrada’ y ambigua; Izquierda Plural, de acuerdo con su posición en el eje,
intentando hacer ver que el PSOE es de ‘derechas’ y que la alternativa es la auténtica
izquierda, y Podemos que la cúpula socialista es de la casta y la alternativa es la
ciudadanía y la democracia. La incógnita es la eficacia de cada discurso para conectar
10
con la realidad de la estrategia de cada agrupamiento político, explicar la justeza o no
de su discurso, enlazar con la mayoritaria cultura cívica, social y democrática, así como
la credibilidad de cada formación y su liderazgo para representarla.
Significado real y simbólico del eje izquierda/derecha
Para Podemos la polarización entre izquierda y derecha está superada. El
conflicto principal es entre los de abajo y los de arriba, el pueblo o ciudadanía
descontenta frente al poder oligárquico o la casta. Por otro lado, para el primer
ministro socialista francés, Manuel Valls, la izquierda va a desaparecer si no se
convierte al social-liberalismo e impulsa el pragmatismo centrista de la gestión de la
austeridad y los recortes sociales, es decir, se coloca más activamente al servicio del
poder económico. Es el camino iniciado por el líder del Partido Demócrata italiano,
Mario Renzi, referencia para la dirección del PSOE.
El significado de izquierda es confuso porque conlleva dinámicas
contradictorias. Se formó hace dos siglos como defensa de los de abajo frente a las
oligarquías conservadoras. Pero gran parte de ella, las cúpulas socialdemócratas desde
su acción gubernamental, ha perdido esa identidad de defensa de las clases populares
y forma parte del establishment y sus compromisos con los poderosos, los de arriba.
Por otra parte, en distintas tradiciones, esa idea de las izquierdas se asocia a la
justicia social y la democracia, a la defensa de los derechos sociales y laborales frente a
los recortes, la austeridad, la corrupción o el autoritarismo de la oligarquía financiera y
las élites gobernantes. Muchas personas se auto-identifican con esa referencia
ideológica o conservan una cultura popular igualitaria que les permite fortalecer su
indignación contra la actual gestión regresiva y autoritaria de la crisis, oponerse al
poder establecido y desear un cambio social y político de progreso.
Se trata de analizar quién y qué es la izquierda para plantearse qué está
superado, en qué sentido se debe renovar y qué elementos –igualdad y democracia- se
deben reforzar para favorecer un proyecto transformador emancipador frente al
regresivo poder establecido.
La polarización de los de abajo frente a los de arriba (considerando que hay
sectores intermedios) se debe complementar con una orientación sociopolítica y
cultural basada en los valores de igualdad, libertad y democracia. Estas ideas y
aspiraciones son compartidas por capas populares que se autodefinen de izquierda o
centro progresista y les permiten diferenciarse del bloque de poder antisocial. Por
tanto, hay que asociar al pueblo o los de abajo con una política emancipadora,
democratizadora e igualitaria. Las categorías sociodemográficas, capas populares
frente a élites dominantes, se convierten en corrientes sociopolíticas, en actores o
sujetos, a través de su experiencia en el conflicto social y político y su cultura
democrática y social. El resultado de esa doble pertenencia, capas subordinadas y
experiencia emancipadora, constituye la mayoría social crítica, con una cultura
democratizadora y popular, necesaria para el cambio político. Es una fuerza
renovadora con una nueva orientación social e ideológica, que debe apoyarse en una
nueva teoría social crítica.
La representación política y cultural mayoritaria de la izquierda (o mejor,
izquierdas, en plural), en las últimas décadas, ha sido hegemonizada por la
11
socialdemocracia que, precisamente con su giro al Nuevo centro o Tercera vía, ha
abandonado sus prioridades fundamentales de profundizar realmente en la igualdad y
la democracia, particularmente en los derechos sociales, económicos y laborales.
Además, con la crisis sistémica, económica, político-institucional y europea, sus
aparatos gobernantes han aplicado una estrategia contraria a la justicia social y el
respeto a los derechos sociolaborales, han ejecutado unas políticas regresivas y
antisociales y han incumplido sus contratos con la ciudadanía. Es decir, su gestión
supone una involución en los valores democráticos y el respeto a los derechos
humanos, sin que se vislumbre una reconsideración autocrítica ni una reorientación
clara.
Por otra parte, históricamente se han realizado diversos intentos de conformar
una izquierda nueva o auténtica, diferenciada del giro centrista de la socialdemocracia
o de sus corrientes más economicistas o rígidas. En el terreno social han sido, desde los
años setenta, los nuevos movimientos sociales (feminismo, ecologismo, pacifismo…)
quienes han modificado, renovado y ampliado las tradiciones de la problemática social
y los discursos, reivindicaciones, sistemas organizativos y reconocimientos sociales y
políticos de las izquierdas (incluido los partidos verdes). En el ámbito político-electoral
la propuesta de Izquierda Unida es una reafirmación en las referencias de la izquierda
democrática europea, junto con distintas inercias organizativas y discursivas que
deberían superar, para que puedan aportar lo mejor su experiencia en la acción social
y democrática.
El contenido sustantivo de forjar una mayoría social frente al poder oligárquico,
basado en la participación popular contra la desigualdad y por la democracia podría ser
común entre Podemos e Izquierda Plural. La diferencia sería, sobre todo, de carácter
simbólico y de formas discursivas. Sin embargo, tiene implicaciones por su impacto en
la valoración de las tradiciones, la adecuación de los discursos a las nuevas realidades y
la legitimación de los distintos actores.
El PSOE vuelve a utilizar el rótulo de izquierda, aunque es una retórica
instrumental y no supone un giro a una política diferente a la del periodo anterior.
Pero en esta fase y con la cúpula y la orientación actual del PSOE, utilizar un
simbolismo compartido (izquierda) no clarifica esa diferenciación. A no ser que el
conjunto del PSOE y, en particular su aparato, se reconvirtiera hacia una auténtica
izquierda, cosa improbable, o claramente dejara de declararse de izquierda, dejando el
símbolo en manos solo de IU.
Ello no impide valorar elementos comunes y llegar a acuerdos concretos o a la
convergencia de posiciones parciales, como a veces ocurre entre distintas formaciones
políticas en foros parlamentarios, entre los sindicatos y las organizaciones
empresariales o entre otros movimientos y grupos sociales con instituciones diversas,
respecto de tal o cual reivindicación o actividad. Pero el hilo conductor ahora es cómo
hacer frente al cambio gubernamental, precisar los acuerdos necesarios, clarificar las
posibilidades para ello y situar el papel de esos símbolos y su contenido sustantivo.
Han adquirido mayor relevancia graves problemas sociales para la población: la
cuestión social, la desigualdad socioeconómica y la involución democrática y de
derechos. Y, paralelamente, la necesidad de la reafirmación ciudadana en los mejores
fundamentos de la izquierda: igualdad y democracia (o libertades y no dominación),
además de otros como la solidaridad, la laicidad o la acción contra toda discriminación.
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Se produce una paradoja. Por un lado, los valores clásicos de la izquierda
democrática europea de estos dos siglos tienen más importancia y vigencia para
transformar la realidad de desigualdad, empobrecimiento y subordinación, mediante
la participación popular frente al establishment. Por otro lado, la marca izquierda no es
clara para representarlos y fortalecerlos y ha sido instrumentalizada y anulada en el
ámbito institucional por la tercera vía (o nuevo centro) socialdemócrata. O bien, ha
sido asociada a otras realidades históricas del llamado socialismo real, con regímenes
autoritarios con su nueva nomenclatura dominadora y sin libertades democráticas, o
se vincula con discursos anquilosados y prácticas burocratizadas. O sea, partes
significativas de las izquierdas se han asociado con los de arriba, los poderosos o
dominadores, muchas veces con grandes déficits democráticos.
Por tanto, la contraposición simbólica izquierda/derecha es confusa, ya que en
la marca izquierda coexisten diversas tradiciones, unas buenas y otras menos buenas, y
distintos intereses sociopolíticos y corporativos. Pero lo significativo para la percepción
global de la población es que últimamente la ha gestionado, sobre todo, la
socialdemocracia con un discurso y una estrategia, según ellos mismos, de ‘nueva vía’
o ‘centro’. Gran parte de la población ve esa contraposición como la simple alternancia
de cúpulas gobernantes, hoy con similares proyectos en las cuestiones
socioeconómicas y políticas fundamentales. Ese eje no reflejaría una oposición sino
una línea de consenso, de limitada alternancia y sin alternativa. Se trata de superar ese
esquema que genera confusión, ya que la dirección de la izquierda mayoritaria
(socialdemocracia española y europea) ha hecho una reconversión ideológica hacia el
centro social-liberal y una última gestión gubernamental e institucional,
fundamentalmente, de derechas, no igualitaria y con déficit democrático.
En este periodo de crisis económica y política y de consenso básico entre
conservadores y socialdemócratas sobre la austeridad (flexible) y los temas de Estado,
a veces puede haber mucha confrontación mediática, incluso fuerte crispación, entre
el PP y el PSOE. Pero no suele obedecer a profundas diferencias estratégicas o de
opciones fundamentales, hoy bastante coincidentes, sino a temas menos relevantes.
Podemos decir que la diferenciación pública, cuando no hay consenso de fondo, se
establece entre dos cúpulas del poder establecido. Por una parte, una élite de
derechas, liberal-conservadora, consecuente con las políticas regresivas en todos los
aspectos, que quiere aparecer de centro-derecha, como la mayoría de sus votantes.
Por otra parte, otra cúpula de derechas, social-liberal, que quiere que le consideren de
centro-izquierda, como se identifica su base social, y es consecuente también con la
estrategia liberal-conservadora con algunos matices. La cuestión es que su retórica de
centro no ha tenido credibilidad, aunque la complemente con algunos aspectos de
izquierda, algunos significativos, por ejemplo en el tema del aborto, dando por
supuesto que una parte de su base afiliada y votante tiene posiciones de izquierda, de
justicia social y defensa de los de abajo. Normalmente el conflicto entre sus equipos
dirigentes no se produce en temas de Estado, ni en las grandes líneas socioeconómicas
o europeas. La polarización parcial, a veces, es tensa, y se instrumentaliza según las
conveniencias del marketing por el aseguramiento de la legitimidad de sus aparatos
respecto de sus respectivos campos electorales.
Esos giros –discursivo, al centro, y ejecutivo, a la derecha- de los aparatos
socialdemócratas no determinan que deba dejarse de utilizar esa expresión izquierda o
13
que, bien acotada, sea un elemento significativo de la identificación popular. Existen
amplios sectores sociales que se autodefinen de izquierdas, incluida cerca de la mitad
de la base socialista y la gran mayoría de los votantes y simpatizantes de Podemos e
IU/ICV. Mantienen vigentes los valores de justicia social, los derechos socio-laborales,
la redistribución y la democracia. Son actitudes progresistas y de izquierda que les han
llevado a la crítica a los poderosos y el apoyo a la protesta social frente a la política
autoritaria de austeridad. En la sociedad todavía existen esa cultura positiva de
izquierdas y suficientes energías sociales para defender la igualdad y profundizar la
democracia. Ahora bien, aparte de qué política de fondo hay que desarrollar, el
interrogante es qué símbolo es más útil para que se identifique la ciudadanía en su
pugna político-electoral con el establishment: ¿Disputar la marca que se ha vuelto a
apropiar la dirección del PSOE para camuflar su giro al centro, ahora que su marca
centrista con gestión de derechas no ha dado resultados y está asociada a políticas
socioeconómicas liberales sin respeto por la opinión ciudadana? ¿A quién considera la
gente cuando se habla de izquierda política?
El PSOE y sus bases sociales tienen un carácter ambivalente. Tienen
componentes de izquierdas, pero lo sustantivo de su aparato, su gestión y su proyecto,
político y socioeconómico, no son de izquierdas. La vocación de la nueva dirección de
volver a gobernar con similares estrategias y las mismas dependencias con el poder
establecido no augura un giro a la izquierda. Su estrategia comunicativa consiste, sobre
todo, en hacer olvidar su última gestión de derechas y mantener la ambigüedad sobre
una política centrada, sin diferencias sustanciales con la dominante en la Unión
Europea y el consenso de la socialdemocracia con el bloque de poder encabezado por
Merkel. La respuesta de la gente sobre quién o qué es izquierda, cuando menos, no es
sencilla y está presa de esa ambivalencia. Se puede resolver parcialmente haciendo
valer los valores en que se asienta la izquierda social y reafirmando el papel de una
izquierda política consecuente y renovada.
Refuerzo, renovación y superación de la izquierda
En relación con la izquierda se deben desarrollar tres tareas complementarias y
con una relación compleja entre sí: existen componentes a reforzar, otros a renovar y
algunos directamente a abandonar y superar. Hay que apoyarse en los valores
democráticos e igualitarios de la izquierda social, reforzarlos y representarlos, evitando
diferenciaciones artificiales o a efectos de legitimación particular. Definir los
adversarios reales, el campo de los aliados y el proyecto de cambio es la tarea común
de un polo diferenciado de la socialdemocracia y alternativo a la derecha. Igualmente,
hay que renovar y reelaborar el análisis, los proyectos y las ideas fuerza, junto con
nuevos esquemas analíticos y discursivos que simbolicen e interpreten el contenido
fundamental de los nuevos conflictos sociopolíticos y culturales. Debemos seleccionar
lo adecuado del pensamiento, la acción y los valores de las izquierdas (y otras
corrientes progresistas e ilustradas) y rechazar lo inadecuado. Realizar la
correspondiente valoración crítica de sus tradiciones más negativas, en particular y a
veces, su falta de sensibilidad democrática y de respeto al pluralismo y la existencia de
ciertos dogmatismos.
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Por tanto, se trata de cambiar discursos, renovar representaciones y liderazgos
y elaborar nuevos símbolos que expresen mejor las identidades colectivas
transformadoras en un sentido igualitario, emancipador y democrático. Y para ello es
necesario contar con la experiencia en la lucha democrática y social, la
representatividad y las mejores tradiciones culturales de las izquierdas
transformadoras. Lo nuevo no puede prescindir de las mejores características de lo
viejo. Elementos tradicionales en la acción democrática y de izquierdas,
convenientemente renovados, son fundamentales en la nueva época. Pero habrá que
superar la debilidad en el campo simbólico y discursivo para expresar claramente un
proyecto político transformador y democrático, así como sus bases sociales y las
alianzas, y abordar el hecho de que una parte del sector de centro-izquierda todavía
considera que la dirección socialista les representa políticamente.
No obstante, la consolidación y ampliación del proyecto de cambio, se apoya,
sobre todo, en la gente de izquierda. Sin embargo, desborda la gente auto-identificada
con la izquierda, su base se asienta entre la ciudadanía descontenta y crítica con el
poder establecido por su estrategia regresiva. Su cultura es progresiva en lo social y
democrática en lo político. Incluso aunque algunas de esas personas se auto-ubiquen
en el centro-derecha, su oposición a los recortes sociales o a la corrupción de las
grandes instituciones, su talante crítico, social y democrático les distancia del bloque
de poder regresivo y autoritario, y es progresivo.
Hemos expuesto la polarización o dicotomía entre izquierda y derecha. Por un
lado, con la crisis sistémica y la gestión autoritaria y antisocial de las élites
gobernantes, incluida la socialdemocracia, se han revalorizado los temas y valores
clásicos de la izquierda democrática europea: justicia social (igualdad socioeconómica
y derechos sociolaborales) y democracia (libertades, participación, no-dominación).
Igualmente, en el plano relacional e histórico, se ha configurado una ciudadanía
indignada, de carácter popular, emancipador y democrático. Y junto con la
movilización social de una ciudadanía activa, se ha abierto una pugna de fondo frente a
la gestión regresiva de los poderosos, cuestionando su legitimidad. Por otro lado, la
gran mayoría de votantes de Izquierda Plural y Podemos, así como la mitad de los del
PSOE, se sitúan ideológicamente en la izquierda, es decir, comparten esos valores
básicos. Finalmente, hemos señalado los problemas para la identificación de la
ciudadanía con la izquierda política dada, cuando menos, la ambivalencia de la
pertenencia de la socialdemocracia a ese bloque –diferenciando cúpulas de su base
militante y votante-. El vocablo izquierda no es unívoco y se presta a confusión, pero
dentro de las izquierdas hay experiencias, tradiciones y valores fundamentales para
aportar en la nueva época. Está vigente el conflicto de gran parte de la misma con la
derecha y la involución social y democrática y hay un sentido de pertenencia entre
amplios sectores de la sociedad, basado en esos valores de la igualdad y la
emancipación asociados a la izquierda. Todo ello sigue vigente, no está superado, se
debe realzar y formar parte de la identificación popular.
En resumen, falta por profundizar el contenido de las izquierdas, renovar su
pensamiento, sus discursos y sus estructuras organizativas y, específicamente,
reelaborar y resignificar sus signos y sus símbolos. Pero, sobre todo, hay que definir de
otra forma los polos del conflicto social, por una parte, las capas dominantes y, por
otra parte, el sujeto emancipador, la ciudadanía crítica y sus principales actores, con
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un proyecto transformador por la igualdad, la libertad y la democracia. Es la virtud de
Podemos de resituar los ejes del conflicto entre las capas populares y el poder
establecido, entre el desarrollo de la democracia y el autoritarismo de la oligarquía. A
partir de ahí hay que elaborar y complementar los nuevos ejes con un nuevo proyecto
de cambio, con una teoría o pensamiento críticos entre los que caben los mejores
valores igualitarios y democráticos de la acción popular emancipadora, de izquierdas y
progresista.
3. Significado de casta
La palabra casta ha tenido un fuerte impacto mediático. Le ha puesto un
apelativo peyorativo a unas élites dominantes, hoy día, impopulares y autoras de una
gestión regresiva, política y socioeconómica. Apunta a la existencia de una minoría
oligárquica que busca reforzar sus privilegios y su poder a costa de mayor desigualdad
y subordinación para la mayoría de la sociedad. De ahí su relevancia pública, por un
lado, por su conexión con la deslegitimación ciudadana de los poderosos y, por otro
lado, por la reacción airada de ese grupo dominante aludido ante su identificación y su
descalificación.
El concepto de casta
La utilización de la palabra casta es muy variada y afecta a cuáles son sus
significados exactos, sus características y su amplitud. Según el diccionario de la Real
Academia de la Lengua, casta es un “grupo que forma una clase especial y tiende a
permanecer separado de los demás por su raza, religión, etc.”. Según el diccionario de
María Moliner sería un “grupo constituido por individuos de cierta clase, profesión,
etc. que disfrutan de privilegios especiales o se mantienen aparte o superiores a los
demás”. Según la acepción académica (y popular) sería un grupo separado o
distanciado de las capas populares, con una situación privilegiada y ventajosa.
Tenemos ya dos criterios de selección: por encima de las capas populares o la gente
normal y corriente, y con ventajas comparativas. Es decir, serían capas altas o élites
dominantes con privilegios especiales y no merecidos que abusan de su posición de
poder y estatus. Pueden derivar de su colocación dominante en la economía (o la
herencia) o por su posición de control de los recursos públicos que utilizan en
beneficio propio (más o menos legales o corruptos).
En este caso hablamos, sobre todo, de la casta política en un doble sentido. Por
un lado, a su vinculación y defensa de los intereses del poder económico-financiero –la
casta financiera-gerencial-, no de la mayoría de la sociedad. Favorecen una
acumulación de ventajas y poder hacia una élite dominante junto con los privilegios
corporativos hacia los gestores que lo dirigen. Por otro lado, a las personas y grupos
que, con una gestión corrupta o mafiosa de los recursos e instituciones públicas,
obtienen beneficios ilícitos, económicos, de estatus y poder. En esa circunstancia se
puede confundir con solo un comportamiento criminal o corrupto. Pero el aspecto
principal es su conexión con el primer caso, con la participación y complicidad de
núcleos de poder, con supuesta impunidad. Por ello existe también una
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responsabilidad de los altos organismos institucionales o partidarios, controladores o
supervisores, así como por la falta de adecuación y aplicación estricta del sistema
legislativo, judicial y penal.
Esa casta se ha conformado por unas élites dominantes mediante su gestión de
políticas antipopulares, con incumplimiento o alejamiento de sus compromisos
sociales y democráticos. Se ha producido durante un periodo decisivo de crisis donde
la población ha visto grandes polarizaciones sociales y económicas: por un lado,
agravamiento de las condiciones socioeconómicas y mayor subordinación y
desconsideración hacia la mayoría de la sociedad; por otro lado, enriquecimiento sin
límites, prepotencia y autoritarismo de capas dominantes. Pero ante esa ofensiva
antisocial de los poderosos también se ha generado una pugna sociopolítica y cultural:
la activación de una ciudadanía indignada y un amplio proceso de deslegitimación del
establishment, con riesgo para la estabilidad de su estatus por lo que reacciona de
forma airada. Es pues una minoría dirigente, incrustada en las altas instituciones, que
impone privilegios y beneficios para los poderosos –económicos y políticos- en
perjuicio de la mayoría de la ciudadanía y del interés general de la sociedad.
Por esa vía, y al margen del contenido peyorativo que refleja y que quizá le ha
dado un mayor impacto mediático, llegamos a un contenido similar al de otros
conceptos utilizados aquí y en distintos ámbitos para definir ese bloque de poder
oligárquico y prepotente. Unas palabras incluyen directamente la oligarquía
económica-financiera (según el diccionario de María Moliner): establishment, “clase
social influyente que intenta mantener el orden establecido”; poderosos, “clase
compuesta de ricos e influyentes (que controlan y gestionan el poder)”. O corporate
clase, capa gerencial, inversora-especuladora e institucional-gestora. Otras
expresiones, al igual que ‘casta’, se refieren más, aunque con íntima imbricación con el
poder económico-financiero, al ámbito de las altas instituciones políticas: capas
gobernantes, élites dominantes, clase política, bloque de poder liberal-conservador
(representado por Merkel) o simplemente Troika (FMI-CE-BCE)… Y, finalmente,
oligarquía en su doble acepción: 1) grupo minoritario de personas que asume la
dirección de una organización sin dejar intervenir a los demás, y 2) organización
política en que el poder es ejercido por una clase social dirigente. O sea, puede ser un
régimen político, elitista y autoritario, o bien su prepotente clase dirigente.
Cabe una aclaración complementaria sobre la amplitud de algunas de estas
palabras, dada su relativa ambigüedad. Por ejemplo, élite (siguiendo con el diccionario
María Moliner) significa “grupo selecto de personas, por pertenecer a una clase social
elevada o por destacar en una actividad”. O sea, existen élites científicas, artísticas,
deportivas, profesionales y también élites económico-financieras y élites políticoinstitucionales. El aspecto de tener una función destacada no sería objeto de crítica; en
ese sentido podría incorporar al conjunto de expertos, técnicos, gestores y
profesionales, o sea, a las clases medias con un status más selecto que las capas
trabajadoras o precarias. Cuando la población critica a las élites, lo puede hacer solo
por sus comportamientos elitistas, separados del pueblo llano, pero sobre todo se
refiere al otro aspecto de ‘clase social elevada’. Su particularidad actual es que ejercen
un poder económico e institucional en provecho propio y en perjuicio de la mayoría de
la sociedad. Esa nueva realidad relacional e histórica del comportamiento antisocial de
las actuales élites dominantes es lo que las hace odiosas para la mayoría de la
17
población. Así, se debe acotar su significado político deslegitimador y evitar introducir
a capas sociales que no participan de ese componente de clase alta con un papel de
dominación y posesión. Por ello hay que precisar su sentido principal de élites
‘dominantes’ y prepotentes, que abusan de su poder, con un papel selectivo y
destacado en el control de la estructura económica e institucional, caracterizada
últimamente por su gestión regresiva.
Similar enfoque hay que dar a la expresión clase política o políticos. Hemos
analizado detalladamente el amplio desprestigio de la clase política y la exigencia de
democratización (Antón, 2013: 171-199). La población cuando habla de políticos no se
refiere al conjunto de representantes y gestores de la cosa pública, sino
específicamente a los componentes de los grandes aparatos político-institucionales. En
particular, expresa la crítica a los gobernantes que, con la estrategia regresiva e
impuesta de la austeridad, están gestionando las políticas y los recursos públicos en
beneficio de una minoría pudiente, en perjuicio de la mayoría social y en contra de su
opinión mayoritaria. Incluso cuando la mayoría de la ciudadanía critica a la ‘política’ no
se refiere a toda la actividad pública y representativa de los distintos actores
sociopolíticos, sino a la gestión de la ‘clase política’ (Estudio 2916 del CIS, octubre de
2012).
Como se ha demostrado en estos últimos tiempos, con la masiva participación
ciudadana en la protesta social progresista y su gran legitimidad social, así como con el
amplio apoyo a opciones electorales alternativas, la mayoría de los sectores críticos y
del conjunto de la sociedad no es antipolítica y ‘no pasa’ de los asuntos públicos sino
todo lo contrario: ha fortalecido una conciencia cívica, una cultura ética, participativa y
democrática, rechaza estas políticas antisociales y sus gestores y apuesta por un
cambio de estrategias políticas y de políticos. O sea, la mayoría de la ciudadanía exige
la renovación de esas élites y la profunda regeneración democrática del sistema
político. Incluso llegando más allá, a la demanda de recambio de esta clase política con
la opción de que Lo mejor para renovar y revitalizar nuestra actual vida política sería
que…surjan nuevos partidos, plataformas o agrupaciones que compitan con los
actuales partidos y que permitan así a los ciudadanos un número más amplio de
opciones por las que poder votar, la eligen ya en el año 2013 (datos de Metroscopia, en
el diario El País del 2 de junio) el 70% de los encuestados y sólo el 25% apoya la
continuidad de los mismos partidos.
La crítica popular a esa actuación política de las capas gobernantes, prepotente
y regresiva socialmente, es clara y contundente. Según la encuesta postelectoral del
CIS, de junio de 2014, a la pregunta Los/as políticos no se preocupan mucho de la gente
como Vd., las respuestas de la población son las siguientes: Muy de acuerdo, 46,2%. De
acuerdo, 37,3%. En desacuerdo, 12,7%. Muy desacuerdo, 1,3%. El que más del 80% de
la población considere que las y los políticos no se preocupan suficientemente por la
gente supone un cuestionamiento democrático a esa élite política, ya que considera
que sus prioridades son otras, el beneficio de la minoría poderosa y el suyo propio. Es
una crítica en toda regla a una función que, en lo fundamental, no se considera
representativa del interés de la sociedad o del bien común. Estos datos no son nuevos;
similares conclusiones proporcionaban ya las encuestas de Metroscopia, publicadas
(diario El País) los días 5 de agosto de 2012 y 13 de enero y 2 de junio de 2013. Pero a
continuación hay que añadir y remarcar que “cuando la ciudadanía critica a la política
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o rechaza a los políticos se están refiriendo a la gestión institucional actual de la clase
política gestora, fundamentalmente, a las élites o los aparatos de los grandes partidos
–bipartidismo- con responsabilidades gubernamentales en los recientes planes de
ajuste y austeridad y con incumplimiento de sus compromisos con sus electorados”
(Antón, 2013: 175).
La importancia de la ‘casta’ para Podemos
¿Cuál es el significado que le dan portavoces de Podemos a la palabra casta? No
está muy acotada y su utilización por algunos activistas tiene los riesgos de una
inclusión desproporcionada de sectores que, aunque pueden avalar el papel y la
política de la casta, no son los gestores directos del poder regresivo, ni gozan de la
superioridad jerárquica y los privilegios y ventajas que ofrece su actividad o su estatus,
o su aprovechamiento ilegítimo. El extremo es considerar como casta a todos los que
reúnen una de las dos condiciones: privilegios especiales y pertenencia al poder
institucional. O bien, no diferenciar la gravedad o levedad de esas dos circunstancias y
su persistencia o no. Todas las personas que cometen delitos, fraude y corrupción, lo
deben pagar. Las élites gobernantes, responsables de una gestión regresiva y
autoritaria, deben ser denunciadas públicamente, merecen un juicio político con el
rechazo de la mayoría de la sociedad y, democráticamente, ser desalojadas del poder.
Para evitar la confusión política sobre quién es el adversario (la clase
dominante), neutralizar los efectos sectarios o contraproducentes de una utilización
indiscriminada de esa palabra, ampliar la base social de apoyo propio y favorecer el
aislamiento de la auténtica casta, hay que delimitar las características y composición
de ese grupo social poderoso pero minoritario. Al revés, la propia casta y sus
defensores intentan difuminar esos rasgos oligárquicos, de forma retórica amplían su
composición para demostrar lo erróneo de esas descripciones y defenderse de las
críticas y, particularmente, pretenden legitimar su posición y garantizar su estabilidad y
continuidad, desacreditando las voces críticas adjudicándoles un carácter sectario e
irreal. En ese sentido hay que evitar una utilización extensiva y unilateral del término.
Por tanto, es fundamental la definición de la ‘cosa’ y ver luego cómo se
nombra. Existen dos trampas posibles en la palabra casta: 1) la excesiva extensión de
su contenido, porque facilita la defensa del núcleo duro, la auténtica casta, aleja a
sectores significativos bajo su influencia y desacredita a los críticos; 2) no valora la
ambivalencia de las élites políticas gobernantes, su distinto grado de implicación en las
políticas regresivas, así como su prepotencia y duración. Una expresión afortunada en
el plano mediático para esclarecer el comportamiento y la función de unas élites
dirigentes antisociales y desmontar su embellecimiento, utilizada sin estas
prevenciones, puede ser útil como cohesión de sectores muy convencidos, pero
generar dificultades para seguir deslegitimando ante la mayoría de la sociedad a la
auténtica casta, este bloque dominante.
En ese sentido conviene distinguir casta –élite u oligarquía que controla el gran
poder institucional en su beneficio-, no toda corrupta aunque con un carácter
antisocial e ilegítimo, de políticos corruptos o privilegiados que pueden ser de la casta
o de instancias inferiores a los grandes aparatos políticos o institucionales. Tampoco se
debiera referir al conjunto del sistema político, ni a todos los políticos o representantes
19
políticos. Solo a la minoría gobernante o con una gestión institucional, con dinámicas
corporativas de representación de las minorías pudientes, políticas antisociales hacia la
mayoría de la población, sin tenerlas en cuenta –déficit democrático- y buscando
posiciones de ventaja económica y de poder.
Para ser incluido en el concepto de casta sería necesario no solo la condición de
políticos profesionales, sino su imbricación con los intereses de la oligarquía
económica, su función de gestión de la austeridad antisocial y autoritaria y, todo ello,
con privilegios especiales de carácter corporativo o elitista y distanciados de la
población. Así, constituye un poder poco legítimo y con mucho de dominación y abuso
de poder hacia la ciudadanía. Tendría similitud con el otro concepto utilizado por la
dirección de Podemos: oligarquía, como grupo dirigente, dando por supuesto que en
ese concepto se incluye no solo a la casta política sino también a la minoría que posee,
controla y dirige el poder económico-financiero, es decir, a la casta financieracorporativa.
Los poderosos ponen el énfasis en su carácter representativo, sus vínculos con
la ciudadanía y su legitimidad electoral, su función neutra e imprescindible para la
gestión compleja, económica e institucional. Justifican así la continuidad o la
ampliación de su poder, beneficios y privilegios. Dejan en un segundo plano lo que hoy
es el aspecto dominante y principal: el carácter regresivo e impopular de su gestión y
la función ejecutiva y distanciada de sus representados y la ciudadanía, con el abuso
del poder que le permite su estatus. Por tanto, hay escalas en esa limitada
representatividad y responsabilidad ejecutiva frente a la mayoría de la sociedad. El
acento lo ponemos en los responsables gubernamentales y de la alta administración
pública, así como en los aparatos superiores de sus grandes partidos con una gestión
de las altas instituciones, con apropiación de privilegios y beneficios corporativos
especiales y con impacto en las desventajas y desigualdades de la población.
Existen ventajas, privilegios y desigualdades en muchos ámbitos de la sociedad.
En las relaciones de género, entre ciudadanos autóctonos e inmigrantes, en las
relaciones interétnicas, en la escuela, en el mundo empresarial. Particularmente, hay
relaciones jerárquicas y estatus desiguales en el mundo asociativo, sindical y político,
así como en la administración pública, respecto a las personas subordinadas o bien a
los simples socios, usuarios o clientes. Hay capas que reciben beneficios significativos
por complacer, avalar o colaborar con los núcleos de poder. También existen personas
corruptas, delincuentes, criminales y grupos mafiosos de distinta calaña y categoría. A
todos ellos debe recaer el imperio de la ley del Estado de derecho, sin favoritismos y,
por supuesto, con las necesarias medidas de prevención, reciclaje y reinserción social.
No obstante, unos pueden ser de la casta y otros no. Hay que establecer el grado de su
conexión con el poder, su acumulación de ventajas ilegítimas y los efectos para el
conjunto de la sociedad. No todo el que se apropia de privilegios y ventajas
inmerecidas o comete delitos merece la calificación de perteneciente a la casta.
Muchas de esas situaciones tienen una diferencia cualitativa con la casta, como
capa dominante que controla los grandes resortes del poder institucional y económico
y se sirve de ellos para reproducir y ampliar la desigualdad y someter y explotar a la
mayoría de la sociedad. Tiene un poder inmenso que impone sus intereses oligárquicos
por encima de los de la población en su conjunto. Por mucho que pretende justificar
ese proceso de acumulación de poder como complementario o imprescindible para el
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bienestar colectivo (o la recuperación económica y del empleo), la realidad cada vez
más reconocida por la población es la contraria. Su prioridad es el beneficio privado de
unos pocos y su posición de dominio. Por el contrario, la ciudadanía indignada y el
movimiento popular progresista tienen una aspiración universalista: debilitar su poder;
garantizar la igualdad y los derechos ciudadanos, y satisfacer las demandas del
conjunto de la sociedad, especialmente de los sectores más desfavorecidos.
La casta como cultura y la ambivalencia del sistema político
Por otra parte, dentro del campo crítico (Fernández-Llebrez, 2014), existen
otras interpretaciones más limitadas del contenido de la palabra casta: Sí existiría y
tendría una relevancia política, pero sería solo una “forma de comportamiento
específico en el seno de la élite política”, no “una condición de la política actual
insertada en las instituciones democráticas”; o sea, consistiría en cierta “cultura
directiva” que desvirtúa la democracia, pero que “no queda identificada con el
conjunto del sistema”.
Desde luego, no hay que confundir casta, tal como la hemos definido, con el
conjunto del sistema político. Pero esa definición solo por la cultura directiva y el
comportamiento de cierta élite política, aspectos que también posee, diluye el
carácter institucionalizado y de poder que tiene esa minoría gobernante y gerencial
que, en estos tiempos, está imponiendo, frente a la opinión de la mayoría de la
ciudadanía, una gestión antisocial y poco democrática, en perjuicio de las capas
populares y en beneficio, sobre todo, de una minoría rica y elitista. Y este contenido
sustantivo, grupo superior que abusa de su poder en beneficio propio o de la
oligarquía y en perjuicio de la ciudadanía, es el fundamental para esclarecer, por una
parte, las clases dominantes de la sociedad y, por otra parte, el proceso de
deslegitimación de la mayoría popular contra esa élite poderosa.
Por tanto, esa definición de casta por una cultura directiva o comportamiento,
no incorpora suficientemente ese componente institucional de la élite dirigente –
política y económico-financiera- que tiene, sobre todo, un carácter de dominación,
autoritarismo y desprecio a la mayoría de la gente. Las capas gobernantes tienen
también un carácter ambivalente. Por un lado, tienen un componente representativo
de la ciudadanía, incluso gestionan actividades más o menos neutras o por el interés
general de la sociedad. Pero, por otro lado, poseen un componente oligárquico, de
dominación, prepotencia y antisocial. Y, en estos tiempos, esas características han
configurado el rasgo principal de la mayoría de las clases gobernantes, especialmente
en el sur europeo.
En definitiva, la palabra casta (política) señala a los miembros del poder
institucional o gubernamental, ejecutor de las políticas de austeridad impuestas a la
ciudadanía, con incumplimientos de sus compromisos sociales y democráticos, con
ventajas y privilegios para la minoría poderosa y desigualdades y desventajas para la
mayoría de la sociedad.
No se trata solo de acertar con el diagnóstico de las características y el sujeto
de ese poder oligárquico sino, sobre todo, la cuestión crucial son las medidas y
alternativas para derrotarlo, frenar sus ventajas y privilegios, neutralizar las graves
consecuencias sociales por su gestión y profundizar la democracia.
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En un plano más general, en las actuales sociedades europeas, las expresiones
régimen político, sistema político y estado reflejan también una realidad ambivalente.
Por un lado, tienen el componente democrático y representativo de la ciudadanía. Por
otro lado, son instrumentos de dominación y control social en favor de las clases
dominantes. Además, ejercen funciones más o menos neutras o positivas, necesarias
en una sociedad compleja: desde las garantías de protección social pública y los
servicios públicos y prestaciones sociales hasta los sistemas de mediación institucional
y gestión de recursos públicos y la regulación de los mercados privados. Son los
mejores aspectos del Estado social, democrático y de derecho del Estado de bienestar
europeo. Así, esos componentes institucionales y sus correspondientes gestores y
empleados públicos son los más apreciados por la ciudadanía, según hemos explicado
antes. Evidentemente, cuando se utilizan expresiones críticas contra el régimen, el
sistema o el estado, las personas se están refiriendo a sus componentes oligárquicos,
regresivos y autoritarios, que se han reforzado últimamente. Y, precisamente, su
rechazo va unido a la exigencia y las garantías por la consolidación de los otros
componentes: la democracia, los derechos sociolaborales, los servicios públicos y la
regulación de la economía en función del bienestar de la población.
La oligarquía financiera y las clases dirigentes se parapetan de esas justas
críticas tras la legitimidad de la función positiva o neutra de las grandes instituciones o
sistemas democráticos que controlan. Su aparato mediático las desecha como
inexistentes y, en segundo término, como secundarias. Y hay que hacer hincapié en
que aun admitiendo la ambivalencia, la complejidad y la multilateralidad de la
composición, el papel y las políticas de esas élites dominantes, el aspecto principal
debe ser de crítica y deslegitimación al grueso de su gestión que es regresiva e
impositiva, al menos en esta fase histórica y en países como España. Y en sentido
positivo, reafirmar la defensa de la igualdad y la democracia.
La conclusión es que la tarea fundamental de las fuerzas alternativas es la
derrota de la casta como bloque de poder, su sustitución por una representación más
democrática y el giro social de las políticas socioeconómicas. Supone una
transformación profunda del sistema político y las estructuras económicas y sociales,
con una orientación emancipadora e igualitaria.
El rechazo ciudadano a esa gestión impopular de las élites dominantes es
evidente. Es legítima la crítica a las insuficiencias básicas de este régimen o sistema
político (con una Transición inmodélica, según expresión de Viçens Navarro),
acentuadas en estos momentos de crisis sistémica, políticas de austeridad y
deslegitimación social de sus gestores. Pero hay que evitar caer en la unilateralidad de
asociar al conjunto del Estado o del sistema político solo con su componente
oligárquico y de dominación o el carácter regresivo e impopular de sus principales
gestores o gobernantes. Considerando que los rasgos antidemocráticos y antisociales
de las clases dominantes son los principales en el momento actual, la prioridad es
concentrarse en la oposición cívica y democrática frente a ellos.
En la opinión ciudadana se ha superado parcialmente el embellecimiento de
este sistema derivado de la época en la que solo se divulgaban sus rasgos positivos: la
democracia, el ascenso socioeconómico y cultural, la protección social, la distribución
pública… Ahora han aparecido abiertamente sus rasgos más oscuros que antes estaban
soterrados, particularmente en la opinión publicada en los grandes medios. La pugna
22
sociopolítica y de legitimación social es dura y compleja. No hace falta dificultarla más
dando mayor amplitud o consistencia a los adversarios del núcleo duro oligárquico. Se
deben sortear sus parapetos (su componente representativo) y sus defensas (su labor
no estrictamente antisocial), reconociendo su ambivalencia, para tener mayor
legitimidad social frente a su principal componente oligárquico, prepotente y
regresivo.
Casta y clase social
En algunos ámbitos de la izquierda, particularmente la de tradición marxista, se
ha opuesto al discurso de la casta el de la clase social. Es una polarización falsa que
puede estar condicionada por unos supuestos reflejos identitarios o, simplemente, de
oportunidad y efectos propagandísticos, al utilizarse como bandera, la primera por
portavoces de Podemos, la segunda por dirigentes de IU. El asunto es evitar los
malentendidos para señalar los puntos similares sustantivos y poder reflejar una ideafuerza común.
Con la palabra casta se pueden denominar características y situaciones
diversas, y de hecho así ocurre. No obstante, tal como hemos explicado, esa palabra, y
todavía más ligada a la de oligarquía como élite dirigente, ha servido para definir
aspectos fundamentales de las capas dominantes, visibilizar en la sociedad su carácter
impopular y regresivo y superar las interpretaciones embellecidas del poder
oligárquico. Ha sabido enlazar con la extendida opinión popular del descrédito de las
élites gobernantes y financieras, y darle una carga crítica y éticamente peyorativa. Es
decir, en lenguaje marxista tradicional, ha definido y ‘desenmascarado’ a la clase
dominante, a componentes y actuaciones fundamentales de la misma, de su dominio
frente a las clases populares, subordinadas y explotadas. No tiene mucho sentido
oponer a esa categoría otra como ‘clase burguesa’, hoy con poca capacidad
comunicativa. Se pueden utilizar otras, también de la tradición marxista o weberiana,
como clase dominante y oligarquía, con un contenido similar a la novedosa (y también
clásica) casta.
Como hemos señalado, hay diversas expresiones similares aunque con diversos
matices. Es necesario analizar las insuficiencias de cada expresión y las utilizaciones
unilaterales o contraproducentes. Pero lo sustancial es la caracterización rigurosa del
poder oligárquico o las capas dominantes, ponerse de acuerdo en lo relevante de su
gestión y sus estrategias. Ese análisis es fundamental porque define el ‘adversario’,
responsable principal de la desigualdad y la dominación, a frenar y vencer. Luego viene
la capacidad para expresar el significado más adecuado a la realidad y, al mismo
tiempo, de mayor impacto deslegitimador, así como que sirva para sintetizar las ideas
de la gente crítica y hacer pedagogía con ella.
A nuestro parecer, los dirigentes de Podemos no confunden casta con el
conjunto del sistema político o con la democracia, incluso con todos los políticos. La
llamada casta o élite dominante tiene una especial relevancia en el control de los
mecanismos del poder institucional y su imbricación con el poder económicofinanciero. La casta política, a la que se suele referir en el ámbito mediático, unida a la
casta económico-financiera tiene gran parecido con la oligarquía, palabra que también
utilizan los portavoces de esa organización.
23
Aparte de la interconexión de altos gestores públicos con distintos lobbies
privados y empresariales, son habituales las llamadas ‘puertas giratorias’ entre
exdirigentes gubernamentales y altas responsabilidades en las grandes empresas o
multinacionales (líderes socialistas como Schroeder, Blair o Felipe González dan prueba
de ello). El resultado es que esos aparatos o capas dirigentes abusan de sus privilegios
con prepotencia ante el resto de la sociedad. Algunos son directamente corruptos.
Otros, para mantener su estatus ventajoso, subordinan a sus propios afiliados y cargos
intermedios utilizando todos los resortes disponibles para imponer disciplina y
ausencia de disidencias.
Por tanto, la cristalización de esa casta, en este contexto y con sus actuales
políticas antisociales y no democráticas, supone una involución social y democrática
del régimen político. Abre la necesidad de un cambio sustancial, con un proceso
constituyente, con participación cívica y nuevos y legítimos representantes políticos.
No es un núcleo de poder cualquiera o en otros momentos económicos expansivos o
de avances sociales y democráticos. Hay que hablar de su función específica en estos
momentos. Y el importante papel regresivo y antipopular de esta casta le confiere un
carácter especialmente negativo, en los planos democrático, social y ético. La solución
no es cambiar una casta por otra, sino impedir esa función social de dominación
antisocial, desprecio democrático y privilegios especiales. Es decir, se trata de debilitar
el poder oligárquico, revalorizar el papel de la política como gestión pública de la
representación de la sociedad y la subordinación de la economía, junto con la
participación de la ciudadanía y el respeto a sus demandas. Se trata de profundizar en
una democracia social y participativa.
Hay una fuerte pugna sociopolítica y cultural por la interpretación y la
legitimidad de los distintos actores sociales y políticos, básicamente en dos campos:
por un lado, el bloque de poder liberal-conservador con su política de austeridad
(flexible), con el consenso de la socialdemocracia europea, y por otro lado, la
ciudadanía indignada contra los recortes sociales y la actuación prepotente de los
poderosos junto con la movilización popular y el ascenso de las fuerzas políticas
alternativas.
En particular, las direcciones socialdemócratas tienen una responsabilidad por
su gestión gubernamental regresiva. El PSOE y su medios afines continúan en la
ambivalencia. El aparato socialista no se ha distanciado suficientemente del poder
liberal-conservador, dominante en la Unión Europea. Su retórica actual pretende hacer
creer que se diferencia de la derecha, pero en lo sustancial no ha cambiado de
estrategia, evita un giro hacia la izquierda y pone el foco de atención en la crítica
contra Podemos. Es dudoso que esa posición retórica consiga credibilidad ante la
sociedad y le permita recuperar su base social desafecta. En caso de fracasar con esa
imagen centrada, su responsabilidad de Estado le inclinaría a reforzar los pactos con el
PP y descartar una política y unos acuerdos para un cambio político realmente
progresivo.
En el campo crítico y alternativo, aunque con un relativo esfuerzo
interpretativo, debiera ser fácil profundizar y encontrar elementos de acuerdo en el
análisis de los poderosos o clase dominante y la dependencia que imponen a los
grandes mecanismos económicos y políticos. Es la base para diseñar un programa
alternativo al establishment y una actuación unitaria.
24
4. Democracia y ciudadanía frente a poder oligárquico
Dicotomía supone división de una realidad en sus dos partes fundamentales.
Hemos explicado la polarización entre izquierda y derecha. Es un conflicto definido en
el campo político-ideológico, en particular ante la cuestión social y los modelos
socioeconómicos y políticos. Es fundamental en la historia del capitalismo en estos dos
últimos siglos. Expresa la polarización de la sociedad capitalista (o de economía de
mercado) frente a sus características fundamentales de desigualdad y dominación
impuestas por el poder oligárquico (económico-financiero y político-institucional) a las
mayorías de las sociedades y los pueblos. Esa dinámica binaria es paralela y está
conectada, no de forma determinista o exclusiva, con el conflicto de intereses y
demandas de los dos principales polos del poder político y el dominio de los recursos
económicos: las clases dominantes (burguesía, oligarquía, casta…) y las clases
subordinadas (capas populares o clases trabajadoras y medias, ciudadanía, pueblo o
gente corriente…). Existen otras divisiones fundamentales, vistas desde el punto de
vista dicotómico. La principal, por sus implicaciones geoestratégicas, políticas y
culturales es la diferenciación según el estatus nacional o identitario (nacionales y
extranjeros, ‘nosotros’ y ‘ellos’). En fin, hay otras divisiones relevantes como las de
sexo (varón-mujer) y edad (joven-adulto), o por preferencias religiosas, culturales y de
orientación sexual.
Para establecer una diferenciación en un eje determinado conviene definir sus
polos en el mismo plano. Por ejemplo, respecto del poder y el control económico y
social, portavoces de Podemos señalan una posición binaria: arriba estaría la oligarquía
y la casta y abajo la ciudadanía, el pueblo o la gente normal y corriente y su expresión
democrática. Considerando que lo primero es una minoría dominante cabría un
concepto que exprese a la mayoría de la sociedad subordinada (popular) y distinta de
esa élite dominante. Aunque también se podría establecer el antagonismo con el
conjunto de la sociedad (ciudadanía o pueblo como población total). Se puede
considerar que un poder oligárquico y prepotente (por ejemplo, los poseedores del
capital financiero y especulativo) perjudica a toda la humanidad (y la naturaleza). Y, al
contrario, que un poder cívico y democrático, apoyado en la mayoría popular, puede
beneficiar al conjunto de la sociedad (y la sostenibilidad del planeta). La conclusión es
que para hacer respetar los derechos humanos universales y garantizar la libertad o
no-dominación y la igualdad de todas las personas habría que someter a ese poder
dominador a la democracia o, dicho de forma más suave, regularlo. Es decir, debilitarlo
hasta quitarle su poder de dominación, respetando, desde luego, los derechos
individuales de sus componentes. La representación mayoritaria de la ciudadanía actúa
legítimamente en nombre del conjunto de la población frente a una minoría poderosa.
No es falta de respeto al pluralismo o la libertad (aunque el Estado restrinja su derecho
absoluto a la propiedad y gestión privada de sus recursos), sino garantía de libertad e
igualdad para la mayoría que se desembaraza de su dominación.
El valor de la democracia
25
Democracia es un sistema de participación de la ciudadanía o el pueblo en los
asuntos públicos. Su contrario sería dictadura, como ausencia de participación y
libertades, u régimen oligárquico, como gobierno prepotente de unos pocos. La
distinción democracia/oligarquía está en el ámbito de las formas o procedimientos de
gobierno y en el carácter de sus instituciones públicas. Al señalar el énfasis en la
democracia los portavoces de Podemos ponen el acento en un aspecto crucial: la
involución democrática del régimen político actual y la necesidad de fortalecer la
democracia como sistema político representativo de la población y como participación
ciudadana. Se revaloriza la ‘política’ para hacer frente a la oligarquía institucional y
económico-financiera. Además, otro elemento no menor, dadas las acusaciones del
establishment por su supuesta condición totalitaria, antipluralista, incluso liberticida y
violenta, es la reafirmación en una alternativa nítidamente democrática, elevada a la
categoría de eje central de su proyecto, con la aspiración de conformar las principales
identidades colectivas. Democracia define un contenido sustantivo de un régimen con
libertades democráticas y representación y pluralidad políticas, con fórmulas de amplia
participación ciudadana. Tres aspectos se pueden matizar en los ejes propuestos.
Profundizar la democracia fortaleciendo su carácter social
En primer lugar, la denominación del eje político democracia/oligarquía no
incorpora el contenido y la orientación social del sistema político y sus tareas respecto
de la economía y las estructuras sociales desiguales. Es un elemento central en el
actual contexto para la identificación de la ciudadanía crítica y la definición de un
proyecto transformador. Se podría deducir que con un régimen más democrático y
participativo, las demandas populares y del conjunto de la sociedad se mostrarían más
abiertamente e influirían en las élites políticas para que incorporen una orientación
social progresiva. El componente anti-oligárquico (como sistema) o democrático
(igualdad jurídico-política) llevaría, casi automáticamente, al componente social y
económico (igualdad socioeconómica). Ese sentido se puede reforzar con la
revalorización de la ciudadanía frente a la casta. El empoderamiento de la ciudadanía,
del pueblo, lleva al enfrentamiento con la casta, como grupo de dominación y
privilegios, y de ahí surgen las demandas ciudadanas que serían populares,
emancipadoras e igualitarias.
No obstante, el paso de un plano (democracia/estructura política) a otro
(igualdad social/estructura social y económica) está lleno de mediaciones y no está
determinado mecánicamente, en una dirección o la contraria. Especialmente, a efectos
de configurar un marco global o unos símbolos con aspiraciones identificadoras, es
preciso explicitar ese componente de igualdad social que no aparece directamente en
esos ejes y que afecta a otros campos sociales no solo económicos, como la igualdad
de género. Es también un puente con las tradiciones de las izquierdas democráticas
que, precisamente, tienen este componente de la igualdad como central. En su
contrario, la crítica al eje izquierda/derecha y la defensa de estos ejes alternativos no
debe ser a costa del gran valor de la igualdad o infravalorar la experiencia popular de y
frente a la desigualdad.
Para realzar este aspecto básico se puede hablar de una alternativa de
democracia social o avanzada socialmente, es decir, que busca la igualdad en todas las
26
estructuras sociales y tiene una capacidad regulatoria de la economía para ponerla al
servicio de la sociedad. Por ejemplo, para acentuar este rasgo de las demandas
populares, la democracia social se puede oponer no al componente lógico de sistema
oligárquico sino a una finalidad transformadora sustancial: frente a la desigualdad.
Este punto débil deriva del enfoque ambiguo de la teoría populista que hace hincapié
en la lógica del enfrentamiento político dejando en un segundo plano el contenido
sustantivo o ideológico de su orientación (Antón, 2015).
La ciudadanía es el sujeto de la democracia
En segundo lugar, la ciudadanía es el sujeto de la democracia, quien tiene que
diseñar y decidir sobre los tipos de sociedad e instituciones públicas a construir,
respetando los derechos humanos universales y la autonomía del sujeto individual.
Frente al gobierno de unos pocos y el poder de la oligarquía se levanta el pueblo
soberano y se pone el acento en su capacidad constituyente. No significa,
necesariamente, que todas las instituciones actuales o todas las leyes y normas
regulatorias y de convivencia sean negativas o haya que partir de la nada. Hablar de
proceso constituyente es conveniente para fortalecer ese espíritu democrático,
participativo desde abajo y transformador. Pero sigue siendo un procedimiento
participativo para un cambio que se supone profundo y que hay que definir más y
mejor. Hoy ya se habla de reformas constitucionales sustanciales: estructura territorial,
forma de Estado –Monarquía o República-, garantía de los derechos sociolaborales –
incluida derogación del artículo 135 y demás leyes regresivas-, capacidad institucional
de regulación económica -la propiedad privada y los mercados-, proyección solidaria y
democrática en la construcción europea… Solo para ello casi se necesitaría una nueva
Constitución, es decir, un proceso constituyente con una amplia voluntad popular de
configurar un Estado social, democrático y de derecho más avanzado, respetuoso con
la realidad plurinacional y los legítimos derechos nacionales y que permita una salida
justa de la crisis y un largo periodo progresista.
Sin embargo, es insuficiente quedarse en la llamada a la consulta de la opinión
del pueblo o la ciudadanía dando por supuesto, desde una posición esencialista o
determinista, que la mayoría de la sociedad siempre va a optar por lo más avanzado o
progresivo. La hegemonía ideológico-cultural o la conformación del sentido común
mayoritario en la población, en las sociedades con fuertes desigualdades en la
estructura social, política y económica, está condicionada por ellas. Las clases
subalternas, no todas ni en el mismo grado, adquieren una identificación popular a
través de un comportamiento de antagonismo sociopolítico, democrático e igualitario,
con el poder autoritario y regresivo. En condiciones de subordinación, la actitud crítica
de las mayorías sociales se refuerza con la participación en el conflicto social y político
frente a la dominación y la explotación. Hay que combinar la mayor exigencia de
radicalidad democrática y la capacidad expresiva de la ciudadanía con el
reconocimiento de las mediaciones de todo tipo que tiene la formación de las
opiniones, preferencias e identificaciones de la población.
Una visión constructivista extrema sobrevalora el papel decisivo del activismo
ideológico-cultural de un fuerte liderazgo intelectual o político para articular grandes
procesos sociales y conformar identificaciones colectivas. Es también el error de la
27
tradición leninista de las vanguardias revolucionarias. Ahora estaríamos en el polo
contrario, la sobrevaloración de las transformaciones culturales y las actitudes políticas
que vienen de abajo, a partir de una relativa espontaneidad de la acción popular y
derivadas (casi automáticamente) de sus condiciones de subordinación, marginación y
explotación. Se vuelve a reproducir el riesgo de caer en el eje, antes aludido, entre
elitismo político y cultural o constructivismo y estructuralismo determinista
(económico o institucional). La conjunción de discurso y acción comunicativa, por
arriba, con predisposición popular o ciudadana, por abajo, conformaría un nuevo
campo sociopolítico y una hegemonía cultural frente a la oligarquía y la casta. Esos dos
polos son fundamentales. Pero se volvería a infravalorar un elemento clave: las
realidades, más o menos ambivalentes, que configuran esos polos y median entre
ellos. Es decir, el hecho de que la conformación histórica y relacional de los sujetos y
actores sociopolíticos se realiza a través de un costoso, complejo y diversificado
proceso de participación y debate en la pugna sociopolítica y también cultural. Esa
‘experiencia’ popular, con sus mediaciones institucionales, organizativas y culturales,
su diversidad interna y su interacción con los grupos de poder, es clave para explicar y
configurar los procesos sociales.
Frente a minoría poderosa, mayoría democrática
En tercer lugar, la ciudadanía, o de forma similar el pueblo soberano, se
contrapone a la casta. A través de su expresión democrática se enfrenta a la oligarquía
como sistema de dominación de una capa minoritaria, prepotente y con privilegios.
Existen dos realidades no antagónicas sino complementarias: el conjunto de la
sociedad (ciudadanía, pueblo, población…), y la parte mayoritaria de la misma, las
capas populares (pueblo –como la parte modesta-, gente –normal y corriente-)
diferenciadas de las clases elevadas. La palabra pueblo tiene la doble acepción y
conviene precisar su uso en un sentido u otro. Cuando se utiliza para denominar el
conjunto y oponerla a una parte (casta u oligarquía) no supone necesariamente el no
reconocimiento de la pertenencia de los miembros de la élite dominante a esa
sociedad y, por supuesto, a sus libertades y el respeto de sus derechos humanos. La
cuestión es que se disputa la representación del interés general de la sociedad, del
bien común de la población. Las minorías oligárquicas, las clases dominantes, siempre
han querido ser consideradas como representantes de esos bienes colectivos y
universales (compaginados con sus beneficios privados y su poder). La cuestión es que
la mayoría popular sí puede decidir, legítima y democráticamente, una norma para
toda la sociedad y exigir su respeto a la minoría disconforme (en este caso, los
poderosos) sin faltar a sus derechos fundamentales. Por supuesto, las mayorías deben
reconocer a las minorías y respetar sus derechos.
En distintas tradiciones europeas se ha aplicado la regla democrática de la
mayoría para decidir asuntos que afectan al conjunto, aunque sin confundir los dos
planos. No se trata solo de la figura básica de la democracia: las decisiones, cuando no
hay consenso, las define la mayoría (a veces, cualificada) respetando la pluralidad
existente. Es el principio de acatamiento a la ley (legítima) y, en esta situación, la
mayoría de la ciudadanía y el Estado del derecho se la podrían imponer al minoritario
poder oligárquico (ilegítimo). La tradición liberal-progresista deslegitima la tiranía, la
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dictadura y el antiguo Régimen, reafirmándose en el pueblo emergente. La idea
marxista defiende el componente universalista de las clases trabajadoras y populares
en su afán de destruir a la burguesía como clase social dominante, no a los individuos,
y así beneficiar a la mayoría y al conjunto de la sociedad. Incluso tradiciones cristianas,
apoyándose en los evangelios, atacan a la riqueza en nombre de los pobres y exigen
que los ricos dejen de serlo, cumpliendo una misión liberadora para todos.
Pues bien, según esa lógica transformadora, la mayoría de la ciudadanía o el
pueblo puede pretender que la clase dominante se disuelva (o debilite) y sus
miembros solo formen parte de la sociedad como unos individuos más, no de una capa
superior y autoritaria. Se les impide su pertenencia a la élite dominante, sus funciones
de dominación y los privilegios acarreados porque la mayoría de la sociedad y sus
instituciones representativas la neutralizan o diluyen. Pero esos individuos forman
parte de la sociedad democrática y están incluidos en ella como unos ciudadanos más,
con sus derechos y deberes (incluido también el cumplimiento de penas por sus
delitos).
De forma similar, cuando se habla de la mayoría de la ciudadanía o de las capas
populares (o el pueblo como gente corriente) sus representantes legítimos asumen su
capacidad representativa y decisoria sobre las instituciones y normas del conjunto, es
decir, de aplicación universal para la población. Por supuesto, respecto del
establishment y también dentro de las capas populares, puede haber distintos
intereses, demandas, opiniones y preferencias. Y es imprescindible reconocer la
pluralidad y arbitrar mecanismos que faciliten amplios consensos sobre intereses
comunes a toda la sociedad y el respeto a los valores universales, individuales y
colectivos, de todos los individuos y grupos sociales. Pero no se puede decir que
aplicar la regla democrática de la mayoría ciudadana frente a la minoría de
privilegiados del poder oligárquico sea un gesto de dictadura. Para ser plenamente
democrático hay que combinar la legitimidad representativa de las mayorías,
expresada libremente y con igualdad de oportunidades, con la tolerancia, el
reconocimiento y la integración de las minorías, el respeto de la diversidad y el
pluralismo y el consenso básico para garantizar una convivencia pacífica. Pero no se
puede avalar a los poderosos que, por una simple subida de impuestos progresiva o la
restricción a sus ventajas y privilegios, claman al cielo por la falta de respeto a su
libertad y el autoritarismo del Estado. Y no los matan o los llevan a la guillotina como
acusa Esperanza Aguirre, presidenta del PP de Madrid, a los dirigentes de Podemos.
A lo largo de la historia, la ausencia de respeto al pluralismo y la diversidad, así
como las políticas de exclusión o marginación hacia minorías disidentes o diferentes se
han pretendido justificar por la jerarquía de un supuesto bien mayor. Según qué
tradiciones políticas e ideológicas ha sido en nombre de Dios, la Patria y el Estado.
Igualmente, se han cometido atrocidades con el pretexto de defender al proletariado o
el pueblo, incluso para el supuesto avance de la civilización, el socialismo, la
democracia o los derechos humanos. La alternativa de los poderes autoritarios y
grupos fundamentalistas para los disidentes u opositores es la asimilación, la rendición
y el sometimiento o, bien, el aislamiento, la expulsión y la represión.
Por tanto, hay que reafirmar los criterios democráticos básicos ante la
presencia de divergencias: la tolerancia, el respeto y el reconocimiento del ‘otro’, el
diálogo, los procedimientos consensuados para abordar los desacuerdos y, en todo
29
caso, la garantía de convivencia social, cultural e interétnica ante la persistencia o la
profundidad de las diferencias. Incluso ante oligarcas criminales y terroristas hay que
respetar sus derechos humanos y las reglas del Estado de derecho.
Esta doble dinámica democrática de combinar las decisiones por mayoría con el
respeto a la minoría y sus derechos no siempre es bien comprendida y aplicada.
Avanzamos una reflexión sobre un aspecto problemático de la teoría populista. E.
Laclau, intelectual argentino post-marxista, influyente en los movimientos populares
latinoamericanos y en algunos dirigentes de Podemos, y que se autodefine como
populista de izquierda; refiriéndose a la relación y el conflicto del pueblo con el poder
oligárquico, expone lo siguiente:
En el caso del discurso institucionalista… todas las diferencias son
consideradas igualmente válidas dentro de una totalidad más amplia. En el caso
del populismo, esta simetría se quiebra: hay una parte que se identifica con el
todo. De este modo, como ya sabemos, va a tener lugar una exclusión radical
dentro del espacio comunitario… El rechazo de un poder realmente activo en la
comunidad requiere la identificación de todos los eslabones de la cadena
popular con un principio de identidad que permita la cristalización de las
diferentes demandas en torno a un común denominador (2013: 108).
El no reconocimiento de la minoría o del ‘otro’ lleva a anular sus derechos y
excluirlos de la comunidad. El que, además, ese pensador lo considere un rasgo del
populismo lo contamina con un componente claro de falta de sensibilidad democrática
y respeto al pluralismo en la sociedad. El problema aquí no es una visión dicotómica
con dos partes diferenciadas, o que la mayoría decida una norma para todos. Ambas
cosas podrían ser compatibles con el establecimiento de cooperación y diálogo, o
incluso de una fuerte pugna entre ambas partes, pero con respeto a los derechos
humanos y a valores comunes para toda la humanidad. El error es que a una parte de
la ciudadanía, aunque se refiera a la capa dominante o autoritaria y no sea extensible a
una parte popular, se le ‘excluye’ de la comunidad con el pretexto de su no
reconocimiento como parte del conjunto. Se traspasa la frontera del no respeto a los
derechos humanos de una minoría que, aunque sea o haya sido poderosa y cruel,
también forma parte de la ciudadanía. El estado de derecho hay que aplicarlo sin
excepciones.
Otra cosa es valorar que unas demandas democráticas de capas populares sean
más justas que las políticas del poder oligárquico y aspiren a conseguir la legitimidad y
la hegemonía cultural en la mayoría de la sociedad. Supondría conformar unas
demandas ciudadanas comunes y construir una identidad popular, admitiendo su
heterogeneidad interna pero diferenciada de las clases dominantes. Esa hegemonía
cultural y política consiste en una superioridad democrática de la mayoría de la
ciudadanía emancipadora, que le da mayor legitimidad cívica y autoridad moral y
política frente a la minoría poderosa regresiva, amparada en su gran poder económico
e institucional pero con menor legitimidad social. No supone exclusión o eliminación
de los miembros de las élites dominantes sino freno a sus demandas ilegítimas y
exigencia de cumplimiento de las reglas democráticas, en esta ocasión, gestionadas
por la mayoría popular progresista. Ahora vamos a clarificar el concepto de pueblo.
30
Significado plural de pueblo y consistencia transformadora
La utilización de expresiones colectivas, ciudadanía, pueblo… (en los dos
sentidos, de conjunto y parte mayoritaria de la sociedad) no presupone ni conlleva
necesariamente una visión intrínseca unitarista, de no reconocimiento de la diversidad
o de marginación a partes minoritarias, ya sean de las élites o de capas subalternas y
personas diferentes.
La palabra pueblo (diccionario María Moliner) quiere decir: 1) Conjunto de los
habitantes de un país (o una comunidad) o de todos los gobernados; 2) Conjunto de
personas que viven modestamente de su trabajo. En esta segunda acepción sería la
gente corriente o el pueblo llano, es decir, la parte de la sociedad diferenciada de las
élites o la casta, significado similar al que ofrece el Diccionario de la Real Academia
Española-DRAE en la segunda acepción: “Población de menor categoría, o gente
común y humilde de una población”. La palabra pueblo no conlleva un déficit
democrático en relación a la palabra ciudadanía que es, precisamente, la que Podemos
suele utilizar como referencia frente a casta en el otro polo del antagonismo. Es un
exceso sin fundamento decir que el uso de esa palabra sea sinónimo de antipluralista
porque pueblo remite a una unidad incompatible con el reconocimiento de sus partes
constitutivas. Esta expresión, al igual que otros conceptos globales, permite la
desagregación interna de los distintos individuos, habitantes o personas, así como
ocurre con los diversos grupos sociales y las diferentes naciones, grupos étnicos y
clases sociales.
Existen corrientes fundamentalistas o totalitarias (neofascistas, nacionalistas o
comunitaristas-identitarias extremas) con una visión esencialista (organicista) que
pretenden anular al sujeto individual u otros grupos diferentes. Esa posición sí es
incompatible con la percepción usual de un pueblo compuesto por grupos sociales
diversos, por personas autónomas y concretas con sus derechos individuales y
colectivos. Pero es poco objetivo asociar a Podemos con esas posiciones totalitarias y
antipluralistas, tal como hacen algunos portavoces de la derecha mediática (y también
de la socialdemocracia).
A cualquier palabra se le puede dar un significado compacto y monolítico sin
aceptar la diversidad interna de su contenido. Es el caso no solo de pueblo sino las
citadas de nación, grupo étnico o clase social. Pero también de grupos pequeños como
la familia o la pareja en las concepciones patriarcales, o el propio individuo, única
realidad existente según el fundamentalismo individualista, postmoderno y liberal
extremo. Pero deducir el supuesto déficit democrático del pensamiento de Podemos a
partir del uso de la palabra pueblo como eje de su discurso frente a las élites
dominantes es, cuando menos, tendencioso.
Algunas formulaciones del entorno de este partido-movimiento son de línea
gruesa para reforzar el empoderamiento del pueblo o la ciudadanía y romper el
monopolio del poder oligárquico. Su atrevimiento con esa tarea legítima es respondido
por una ofensiva ideológica conservadora para deslegitimar los fundamentos de sus
críticas y volverlas contra ellos, tal como se escucha desde los portavoces del
establishment: “Podemos es el que tiene una ideología totalitaria y antidemocrática y
nosotros (los poderosos) somos los demócratas, respetuosos de la libertad y los
31
derechos humanos”. La pugna cultural y de legitimación social es dura y compleja. La
ambición del desafío al poder establecido exige afinar las críticas y evitar ideas
ambiguas o que se presten a confusión. Conviene siempre precisar convenientemente
los argumentos y no dar pie o facilitar campañas de tergiversación y aislamiento,
sabiendo que los errores van a ser utilizados, desproporcionadamente, como ejemplos
de grandes deformaciones ideológicas y de comportamientos dictatoriales, mucho más
peligrosos cuando se tenga más poder institucional.
Podemos y su apuesta por la democracia y el refuerzo de la ciudadanía
Podemos ha definido y propuesto elementos básicos de un proyecto político:
un adversario (casta, sistema oligárquico), una base social de apoyo (ciudadanía o
pueblo –descontento-), un programa (más democracia, más derechos, economía al
servicio de la gente) y una estrategia transformadora (nuevo campo electoral,
movilización social y participación cívica, proceso constituyente). Hemos visto los
límites e insuficiencias de cada uno de esos aspectos. Pero globalmente constituyen
pilares de una alternativa al poder establecido y sus políticas regresivas y autoritarias y
señalan un camino transformador. Todo ello ha sido suficiente para enlazar con el
apoyo y la simpatía de una parte significativa de la ciudadanía indignada y el
movimiento popular. Pero hay que profundizarlo y matizarlo para acometer las nuevas
tareas que aparecen por delante: fortalecer un polo alternativo unitario, social y
político, ganar representatividad y peso en las instituciones políticas y apostar por el
cambio político y la transformación socioeconómica.
Dejamos al margen la valoración crítica que merece el rechazo global al
conjunto de este proyecto, tachado de totalitario y extremista, venido desde el poder
establecido y su aparato mediático. También se apunta a esa descalificación la
dirección del partido socialista e intelectuales afines. Así, Pedro Sánchez, su Secretario
General, al definir su estrategia política, insiste en desacreditar a Podemos como un
grupo populista que sigue el modelo ‘venezolano’, sin libertad ni progreso y, además,
¡son aliados del PP! (con el desacuerdo de Pérez Tapias, de Izquierda Socialista, que
representa al 15% del PSOE y pide un acercamiento). Ello aunque Pablo Iglesias,
portavoz de Podemos, recalque que la situación latinoamericana es distinta a la
española y que su objetivo fundamental es combatir a la casta y su dominio y
privilegios, profundizar la democracia y ensanchar la libertad y la participación
ciudadana.
Cabe citar algunas interpretaciones no equilibradas, basadas en puntos débiles
o parciales, que llevan a elaborar un diagnóstico sesgado sobre Podemos. Existen
análisis que ponen el acento en la inexistencia o irrelevancia de la casta, su concepción
antipluralista del sujeto ciudadanía o pueblo, su inconsistencia, la inconcreción de su
programa y, en fin, la falta de estrategia transformadora y el carácter mítico o
formalista de su propuesta de proceso constituyente. En ese sentido, se hace
abstracción del contenido sustantivo de casta, el poder establecido, regresivo,
prepotente y con ventajas especiales, y se infravalora la amplitud de una ciudadanía
indignada, su composición de capas populares y el impacto del movimiento de
protesta social progresista. Así mismo, no se valora suficientemente que sí han
definido unas ideas clave –democracia, derechos, economía al servicio del pueblo32
frente al poder establecido y que sus mensajes han sido comprendidos y sus líderes
aceptados por un sector significativo de la ciudadanía crítica y descontenta.
Distintas posiciones del ámbito progresista reconocen la influencia social y
política de este fenómeno y el incremento de espacios de participación ciudadana, es
decir, lo más evidente. Pero algunas de ellas achacan este hecho, sobre todo, a la
oportunidad y el acierto en la difusión de una buena campaña comunicativa
(publicitaria), con unos lemas populistas y basados en el estímulo de las emociones
populares. O sea, no valoran suficientemente el proceso de conformación de la actual
polarización sociopolítica entre, por un lado, élites dirigentes que aplican una política
regresiva y prepotente y, por otro lado, una ciudadanía indignada, con un fuerte
movimiento popular, progresista y democrático. Es la base consistente en que se ha
apoyado un proyecto político-electoral cuyos componentes principales han sido
realistas, transformadores y explicados con argumentos racionales, y cuyos mensajes
sintéticos han conectado con la cultura cívica y han facilitado el apoyo popular a su
liderazgo. La consecuencia es la infravaloración de la construcción de un polo de
referencia alternativo, diferenciado de la socialdemocracia y, según los últimos datos,
de similar peso representativo.
En definitiva, este nuevo proyecto político, que acaba de nacer en una
coyuntura crítica, todavía es frágil y necesita maduración. Pero se asienta en una
realidad de, por una parte, desigualdad social y autoritarismo institucional y, por otra
parte, una amplia conciencia popular crítica y fuertes demandas ciudadanas de
cambio. Permite aventurar, si acierta en el desarrollo de sus posiciones clave y la
convergencia con el resto de fuerzas alternativas, que puede condicionar todo el
panorama político. En particular, para evitar ambigüedades y precisar los objetivos se
debería dar un paso más: clarificar lo que vale y lo que no vale del actual régimen
político y las distintas izquierdas, explicar el alcance o profundidad del cambio a
desarrollar con las fuerzas políticas y movimientos afines, evaluar el suficiente apoyo
popular para obtener una amplia legitimidad ciudadana, elaborar un programa
alternativo en el ámbito democrático (constitucional o de la arquitectura institucional,
territorial y las leyes básicas del Estado) y en los planos socioeconómico y de la
construcción europea, utilizar un discurso riguroso y promover una dinámica
organizativa transparente, unitaria y democrática.
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