REACCIONS A LA REFORMA DE LES PENSIONS Editorials dels principals diaris Sin empleo no hay solución DESPUÉS de largas negociaciones y con una escenografía muy estudiada de encuentros y desencuentros, Gobierno y sindicatos han alcanzado un acuerdo sobre las pensiones. Tras dos semanas de reuniones y alguna aparición de cara a la galería de Rodríguez Zapatero, el Ejecutivo ha conseguido «convencer» a las organizaciones sindicales afines, muy predispuestas desde el principio a buscar un entendimiento con el PSOE para evitar el riesgo de un nuevo fracaso en la movilización social. A su vez, el presidente del Gobierno consigue una apariencia de éxito en el diálogo con los sindicatos y encuentra un alivio para sus guiños a la izquierda, al tiempo que cumple —aunque sea a medias— las exigencias de Bruselas. Sin embargo, la opinión pública contempla el pacto con justificado escepticismo. Más allá del sentido de la responsabilidad de la oposición y de los empresarios para asumir medidas urgentes, lo cierto es que el problema de las pensiones no se reduce a gestionar razonablemente la escasez. Dicho de otro modo, la creación de empleo es la única garantía para el mantenimiento del sistema a medio y largo plazo. Por eso, mientras España siga a la cabeza de todas las estadísticas en materia de paro, lo único que cabe es poner parches para salir del paso, aunque el producto se venda envuelto en una foto de consenso que —a estas alturas— sólo engaña a los que están convencidos de antemano. Una y otra vez, Rodríguez Zapatero pretende ganar tiempo y maquillar su desastrosa gestión económica. Ahora se trata de mostrar las aparentes bondades de un reformismo tardío y desarrollado por mero oportunismo. De momento, el objetivo es doble: quedar bien con Angela Merkel ante su próxima visita y cerrar las heridas de una izquierda dispersa y fragmentada. Los sindicatos salvan el tipo, aunque ceden en lo esencial a cambio de algunas compensaciones de alcance limitado. Este Gobierno continúa sin generar confianza ni poner en marcha las políticas imprescindibles para facilitar la creación de empleo. Todo su esfuerzo, incluidas las negociaciones al máximo nivel, se concentra en aparentar éxitos ficticios que no servirán de nada una vez pasado el primer impacto mediático. En todo caso, la sociedad española muestra su madurez al contemplar con saludable distancia estos gestos de escaso contenido práctico porque no llegan a actuar sobre el fondo del problema. El futur d'una generació condemnada La reforma de les pensions pactada entre el govern espanyol i els sindicats que ens estan venent com un fet inevitable menys greu del que es podia esperar, significarà, tal com està prevista, un pas enrere indiscutible dels drets laborals conquerits fa molt de temps pels sectors més desfavorits de la societat i una destralada contra els horitzons dels joves. La principal novetat del preacord, que segurament serà ratificat el proper dia 1, és que les futures pensions ja no es comptaran a partir de l'edat de cada treballador sinó dels anys que hagi cotitzat. El llistó de la jubilació se situa en els seixanta-set anys amb caràcter general però amb una excepció important: els que acumulin trenta-vuit anys i mig de treballats ho podran fer en complir-ne seixanta-cinc i sense cap penalització. Certament, és millor això que no pas els quaranta anys que el govern espanyol pretenia imposar de bon principi, però aquest punt no pot emmascarar el caràcter retrògrad de la reforma en el seu conjunt. El nou sistema de càlcul perjudica de manera especial els joves, precisament el segment de la població més castigat per l'atur, perquè al trist horitzó laboral que actualment tenen al davant hi hauran d'afegir unes perspectives encara més descoratjadores pel que fa a la jubilació. Si ja és difícil que trobin feina abans de complir els vint anys ara s'hauran de resignar a la impossibilitat de retirar-se abans de complir seixanta-set anys. I al cim, amb la incertesa sobre els diners que quedaran a la caixa pública quan els arribi la jubilació. L'únic aspecte positiu d'aquest retrocés que han batejat amb el nom de reforma és que es busquen fórmules que permetin compatibilitzar d'alguna manera els anys que els progenitors passen cuidant els nens, i també la feina dels becaris. El preacord no genera eufòria ni al govern que l'ha impulsat, que l'ha negociat a contracor, forçat per les pressions europees, ni tampoc als agents socials que seuen a l'altra banda de la taula negociadora. Els sindicats estan disposats a donar-hi el seu vistiplau però sense picar de mans, conscients que s'han limitat a amortir la bufetada a la classe treballadora. I els empresaris encara són més recelosos i ahir mateix es lamentaven perquè troben que durant tot el procés se'ls ha adjudicat un paper massa secundari. Pel que fa als mercats, això que ara governa els règims democràtics i en dicta les polítiques econòmiques, han reaccionat favorablement perquè es veu que els inversors valoren que els interlocutors hagin estat capaços d'arribar a un acord sense haver de recórrer a les mobilitzacions. Larga vida para la Seguridad Social Fumata blanca. El Gobierno ha logrado cerrar un principio de acuerdo con los agentes sociales y empresariales para reformar el acceso a la jubilación, que inyecta importantes dosis de solidez financiera a la Seguridad Social para, al menos, un par de generaciones. Nada es seguro en esta materia, porque todo depende de cuánto crezca la economía y con qué calidad lo haga, pero si todo se desarrolla correctamente, con un avance del PIB cerca del potencial, y si se logra llevar éste por encima del 2,5% anual, la Seguridad Social disfrutará de larga vida para solaz de sus cotizantes y sus pensionistas. El acuerdo logrado sobre las pensiones tiene una trascendencia capital, de corto y de largo plazo. Despeja las dudas sobre la posibilidad de que un problema financiero nacional estuviese enquistado y engordando cada día para explotar en unos años, cuando ya no tuviese remedio, en primer lugar. Pero esta circunstancia despeja también las dudas que lentamente se han ido alojando en la psique de la ciudadanía, y que, aun sin admitirlo, condiciona sus decisiones de consumo e inversión, porque hasta ahora no tenían la certeza de que van a disponer de un sistema de pensiones seguro. En España la continuidad de la Seguridad Social siempre se ha dado por descontada, puesto que los partidos políticos, cuando han estado en la oposición y cuando han estado en el Gobierno, siempre la han utilizado como una palanca electoral, de la que en ningún caso pueden prescindir, porque si la desprecian, tendrán la negativa de la gente. Pero el horizonte que proporciona la demografía en España no está convenientemente despejado para las próximas décadas: el envejecimiento esperado de la población y la expectativas tan negativas sobre el crecimiento económico y del empleo son dos nubarrones demasiado negros como para dar los problemas por resueltos. Por ello, además de la reforma de la Seguridad Social que disipa la niebla que la población pudiera tener respecto a su retiro, el Gobierno y los agentes socioeconómicos deben acompañar estos cambios con otros no menos consistentes en los mercados de bienes, servicios y factores para que la economía estire su crecimiento potencial y recupere los niveles de riqueza y reparto de la misma de antes de la crisis. El pacto logrado ahora, bien administrado, proporciona estabilidad financiera a la Seguridad Social hasta 2040, siempre que las variables crecimiento y empleo tengan un desempeño solo normal. Hoy puede parecer muy cuesta arriba elevar la edad de jubilación, o aumentar el número de años a considerar para calcular la pensión; pero solo así se refuerza la contributividad para que la prestación del retiro esté más directamente proporcionada a las cotizaciones realizadas que ahora, además de dar sostenibilidad a las cuentas del sistema. Además, la transitoriedad introducida en la reforma, de tal guisa que hasta 2027 no es efectivo en todos sus términos el retraso de la jubilación, es lo suficientemente flexible como para que nadie se sienta incómodo con las nuevas condiciones. Habrá que cotizar más años para jubilarse y para cobrar el 100% de la pensión, pero hoy hay más certezas de que se cobrará de las que había hace un mes. Habrá cotizantes que perderán una parte de lo que constituía su expectativa de pensión, pero no deben olvidar que una parte de esa expectativa no estaba financiada por sus aportaciones, sino por una norma que santifica el reparto generacional, pero también un reparto intrageneracional con un trasvase exagerado del esfuerzo de las carreras ricas de cotización hacia las carreras pobres. Con los nuevos mecanismos de jubilación, el ahorro del sistema será significativo en una veintena de años, cuando hayan madurado todos los cambios introducidos ahora; la partida de pensiones será de un 12,5% del PIB frente a un 15,5% esperado si no se hace nada; será algo financiable frente a algo infinanciable si nada cambia. Gobierno y sindicatos deberían hacer un esfuerzo para acortar los plazos de la transitoriedad, porque hay más necesidad de ahorro de recursos y de aportaciones adicionales de lo que el Gobierno admite. Pero cierto es que es mejor esto que la pasividad practicada por Zapatero en este asunto desde que llegó al Gobierno, cuando comentó sin ruborizarse que "no descarto que algún día alguien tenga que hacer algo con las pensiones". Cosas de la crisis. Pensions: la reforma inevitable És una situació desagradable però inevitable. El sistema espanyol pot fer fallida. Cal acontentar la Unió Europea El Govern del PSOE i els sindicats han fermat la reforma de les pensions. A la pràctica, es tracta de retardar l'edat de jubilació excepte per als treballadors que faci 38,5 anys que cotitzen. És una situació desagradable però inevitable. Ni el Govern ni els sindicats no tenen cap tipus de marge. La possibilitat de fallida del sistema de la Seguretat Social es considerava pràcticament ineludible d'aquí a una dècada. L'actual crisi econòmica i la pertinença a l'Europa de l'euro han precipitat els esdeveniments. Tres factors han conduït a aquesta situació. El primer és la inversió de la piràmide poblacional; el segon és que l'esperança de vida és cada cop més alta i el tercer, que és molt possible que l'Estat espanyol hagi de suportar desocupació estructural durant molts de lustres. És evident que aquesta reforma és fruit de les imposicions de la Unió Europea, començant per Alemanya. Estan farts d'excés de despesa pública a Espanya. En tot cas, aquest acord salva les pensions quan el major risc era que el sistema entràs en perill de fallida. El primer gran pacto El acuerdo de pensiones es un éxito político para el Gobierno y un precedente para los sindicatos El pacto social sobre pensiones, prácticamente cerrado, tiene una importancia política que difícilmente puede ser menospreciada. De entrada, es un acuerdo de largo alcance, probablemente el único que consiga un amplio apoyo, político y de los agentes sociales, de entre la cadena de reformas económicas en que se ha embarcado el presidente Zapatero. Es un éxito también para UGT y CC OO, puesto que rompe con la perniciosa actitud hostil, basada en la numantina defensa de derechos que la situación de la economía y el empleo no respaldan, hacia la negociación con Gobierno y empresarios. No menos importante es el esfuerzo de los negociadores por despejar las dudas que pueda suscitar entre los inversores la hipótesis de un eventual colapso del sistema, que lógicamente llevaría a que el Presupuesto tuviera que hacerse cargo del de las pensiones. El riesgo queda minimizado, a cambio de un recorte medio de las prestaciones de un 12% para el conjunto del sistema. A este éxito político debería adherirse el PP como demostración práctica de que los consensos no tienen por qué mermar votos; de que no tiene sed de poder disfrazada de sed de urnas. Las reformas suelen ser molestas (a veces muy dolorosas) pero, para que surtan efecto, necesitan estabilidad y voluntad de mantenerlas aunque cambie el partido gobernante. EL PP daría un mensaje de apoyo firme a la estabilidad económica si hiciese constar su voluntad de aplicarla cuando gobierne. El contenido pactado dista mucho de una reforma radical que trastoque drásticamente las expectativas vitales de los trabajadores. Gobierno y sindicatos han aceptado que el objetivo principal era prolongar la vida laboral efectiva del asalariado, antes que imponer fechas rígidas de jubilación. Por esa razón, aunque consta un aplazamiento de la edad de retiro (desde los 65 años actuales hasta los 67), lo más importante es la detallada casuística que se establece para relacionar vida laboral y jubilación. Así, un trabajador sólo podrá jubilarse a los 65 años con la pensión completa si ha cotizado durante 38,5 años. Para el resto de los trabajadores será necesario cotizar durante 37 años para retirarse con la pensión completa a los 67 años. La negociación ha hecho posible un acuerdo que se antojaba difícil (el Gobierno pensaba que el mínimo de cotización para jubilarse a los 65 eran 40 años), pero en otros apartados el Ministerio de Trabajo se ha mostrado inflexible. Así, para calcular la pensión se tendrán en cuenta los últimos 25 años, en lugar de los 15 en la actualdiad. Lo más discutible de la reforma es la excesiva duración del periodo transitorio para ampliar la edad de jubilación. Tal como está pactado, empezará en 2013 y acabará en 2027, de forma que la vida laboral aumentará a un ritmo de un mes y medio por año. De esta forma se respetan con más propiedad los derechos de los trabajadores; pero un periodo transitorio de 10 años tampoco hubiera mermado tales derechos, hubiese establecido un plazo igualmente razonable y habría transmitido la voluntad política firme de buscar la solvencia del sistema con más rapidez. La cuestión capital es si esta reforma cancela definitivamente el riesgo de un colapso del sistema. La respuesta es que, muy probablemente, el riesgo queda prácticamente conjurado durante los próximos 40 años. Sobre todo si la economía española regresa a tasas de crecimiento superiores al 2% y crea cantidades razonables de empleo. La importancia de la reforma es que rompe con la idea de que el sistema de pensiones es intocable e instaura el precedente de que puede revisarse periódicamente para corregir las deficiencias sin que ello constituya un drama social. Por lo demás, es un éxito político que cabe atribuir a la insistencia del Gobierno y a la flexibilidad de los sindicatos, que ojalá trasladen a otras negociaciones. Un pacto social que garantiza las pensiones El Consejo de Ministros aprueba hoy el proyecto de reforma del sistema público de pensiones. El Gobierno ha alcanzado un acuerdo con sindicatos y patronal para endurecer las condiciones de acceso a la jubilación y reforzar sus garantías de futuro. Básicamente, se retrasa dos años la edad legal de jubilación, hasta los 67, con un mínimo de 37 de cotización para conseguir el 100% de la pensión; se abre la posibilidad de jubilarse a los 65, siempre y cuando el trabajador cuente con una carrera laboral de 38,5 años; y se eleva de 61 a 63 años el tope mínimo de las prejubilaciones. Para compensar a las mujeres que hayan estado al cuidado de sus hijos y a los jóvenes becarios, ambos colectivos contarán con la posibilidad de sumar a su historial dos años de cotización. También se ampliará la base de cálculo para establecer la cuantía de la pensión de los 15 años actuales a 25. Las reformas eran inevitables y es un éxito para el Gobierno que haya conseguido hacerlas con el acuerdo de los sindicatos. La primera consecuencia es que se atienden las necesidades del sistema público pensando en el futuro, como se hizo en 1995 con el Pacto de Toledo, respondiendo así a los cálculos demográficos que anunciaban problemas en el plazo de 20 años. El acuerdo también va a contribuir, como ya pasó hace 16 años, a que se tome conciencia de la importancia de los planes privados de pensiones complementarios, sobre todo para las personas que se incorporen tarde al mercado laboral y que tendrán difícil acumular trayectorias de cotización tan dilatadas. Otra consecuencia importante es el mensaje que el país lanza a los mercados y a la UE sobre su capacidad para alcanzar acuerdos en materias difíciles y sensibles. El pacto se suma, además, al anuncio de la segunda reestructuración del sistema financiero con el consenso de las entidades afectadas, otro capítulo sobre el que la UE estaba expectante. Mientras tanto, el PP, que según las encuestas puede llegar al Gobierno en un año, se pone de perfil. Dice que no contaron con él para la negociación, cuando no ha dejado de menospreciarla desde su inicio, de la misma forma que calificó de tardía e improvisada la reforma de las cajas. Una actitud muy poco responsable. El parche de las pensiones Por una vez y sin que sirva de precedente, el presidente del Gobierno ha cumplido los plazos como había anunciado y tras el principio de acuerdo alcanzado con los sindicatos presenta hoy por fin, 28 de enero, la reforma de las pensiones. A partir de ahora, si Dios no lo remedia, las pensiones se verán recortadas al ampliar el periodo del cómputo de las pensiones de 15 a 25 años en dos tramos, y la vida laboral de los españoles se prolongará de manera obligatoria hasta los 67 años para las trayectorias que no lleguen a los 38,5 años. Grosso modo, el acuerdo significa que, con una tasa de paro juvenil del 43% como la española, y teniendo en cuenta que la reforma dispondrá un largo periodo transitorio que podría durar hasta el 2030, prácticamente todos los españoles –salvo las excepciones hechas en función de la peligrosidad del puesto de trabajo– se jubilarán a los 67 años. Lo primero que cabe preguntarse es cuál es el precio que han puesto CC OO y UGT para aceptar el retraso en la jubilación. Según todos los indicios, el trágala sindical tiene como moneda de cambio la negociación colectiva y las políticas activas de empleo en un contexto de suavizar la reforma. Presumiblemente, un acuerdo así permitiría a los sindicatos salvar la cara –las bases de afiliados creen lo contrario– al tiempo que el Gobierno conseguiría tranquilizar a los mercados, saldría reforzado de cara a las elecciones de mayo y políticamente dejaría aislado al Partido Popular. Pero al margen de los objetivos estratégicos de Gobierno y sindicatos, y a la espera de que se vayan despejando las incógnitas que subsisten en torno a la reforma, esta parece otra chapuza más de un Gobierno que ha convertido la improvisación, la tibieza en las medidas y la cortedad de miras en sus señas de identidad a la hora de abordar las reformas estructurales. Así lo hizo con la reforma laboral, que sirve para todo menos para crear empleo, que es lo que necesita el país. Ahora repite la jugada con las pensiones, que acabarán quedándose en un mero apaño cosmético, en un parche que sólo sirva para aplazar el problema, pero no para solucionarlo. Querámoslo o no, el sistema de pensiones español es insostenible. Dada su naturaleza piramidal de reparto, para que continúe funcionando la base de la pirámide tiene que ser ancha y el vértice estrecho. Algo que, con nuestra estructura demográfica actual, inmersos en un proceso de envejecimiento acelerado de la población y con la tasa de natalidad por los suelos, el modelo de reparto está condenado al colapso cuando no a la quiebra irremediable. Llegará un momento en que los jubilados serán tantos o más que los trabajadores, haciendo inviable el sistema. En la actualidad el número de pensionistas es de 8,75 millones de personas, mientras que el de cotizantes sigue bajando y ya es de 17,4 millones, con una relación de dos cotizantes por pensionista. Las expectativas no pueden ser peores. Ayer mismo, el Instituto Nacional Estadística (INE) publicaba los datos de Movimiento de Población, según los cuales, entre enero y junio de 2010 nacieron 235.373 niños, 10,57 por cada 1.000 habitantes, lo que supone una caída de la tasa de natalidad del 3,2%, la más baja del último lustro. A juicio del propio INE, el descenso de la natalidad tiene que ver con el efecto combinado de una menor fecundidad y de una reducción progresiva del número de mujeres en edad fértil, ya que el número de hijos por cada mujer se redujo hasta 1,38 de media entre enero y junio de 2010, en línea con el descenso registrado en 2009. Estos datos sitúan a España en la cola del mundo en natalidad, mientras el número de pensionistas sigue creciendo. Un problema grave cuya solución en un horizonte de 50 años pasaría por una política de fomento a la natalidad y de apoyo a la familia como ha hecho la mayoría de nuestros vecinos europeos. Pero, claro está, este es un discurso que no le interesa fomentar a este Gobierno socialista, cuya cortedad de miras no alcanza más allá de un electoralista cheque bebé de quita y pon. El Gobierno es consciente de esta amenaza que pende sobre un sistema con los días contados que, por otro lado, considera sagrado e insustituible, como recientemente ha consensuado con todos los partidos del arco parlamentario. Y, claro, no hacen nada por cambiarlo. Ni el PSOE –y los partidos a su izquierda, que ven en las pensiones una herramienta clientelar–, ni el PP están dispuestos a transitar de un sistema de reparto a uno de capitalización. Todos parecen haberse puesto de acuerdo en ir parcheándolo para que dure más años y trasladar el problema a las generaciones venideras. El cambio a un sistema más eficiente haría el camino más fácil a los trabajadores que se encuentran en este momento cotizando y, no digamos ya, para los jóvenes, que con una tasa de paro del 43%, aún no se han incorporado al mercado laboral. Todos, a excepción posiblemente de los partidos políticos, que perderían con ello una inigualable arma electoral, ganarían con el cambio. Empezando por los trabajadores, que podrían retirarse antes y con mucho más dinero en el bolsillo. Y si no que les pregunten a los chilenos. Ese cambio, sin embargo, está aún lejos de producirse. Zapatero, de momento, pretende seguir arrogándose con más leyes liberticidas la capacidad de decidir cuándo se jubilan los españoles y con cuánto dinero. Es el comportamiento propio de alguien que personifica el más rancio socialismo. Quizá habría que prejubilarle –si es que no lo han hecho ya sus compañeros de partido– y, con él, al sistema de pensiones que defiende. Acuerdo por la confianza El Gobierno anunció ayer un principio de acuerdo con los sindicatos y los empresarios sobre la reforma de las pensiones. Zapatero solventó los aspectos más espinosos de la negociación en una cena con los líderes sindicales que se prolongó hasta la madrugada. El resultado ha descafeinado el proyecto inicial del Gobierno que fijaba la jubilación obligatoria y generalizada a los 67 años. La necesidad del presidente de presentar a la sociedad un pacto con los agentes sociales, especialmente con los sindicatos, provocó que esa frontera de los 67 años se transformara en no forzosa ni innegociable. Y así se plasmó en el premonitorio voto particular pactado por PSOE y CiU al Informe de Recomendaciones del Pacto de Toledo. El acuerdo con los agentes sociales contempla un marco flexible y con muchas excepciones, como querían los sindicatos, en el que se establece la jubilación a los 65 años con 38,5 años cotizados y no los 41 de la propuesta inicial del Gobierno. Habrá condiciones particulares también para trabajadores con oficios penosos. Finalmente, para jubilarse con la pensión íntegra a los 67 años, habrá que sumar una cotización de 37 años. Y todo ello a partir de 2027. El periodo de cómputo de las pensiones tendrá en cuenta los últimos 25 años de vida laboral en lugar de los 15 actuales. Los sindicatos han logrado que los periodos transcurridos como becarios o el tiempo dedicado al cuidado de un hijo tras su nacimiento sumen hasta dos años cotizados. El compromiso tiene la virtud no sólo del consenso generado en un reforma fundamental, sino que actúa contra la crisis de confianza y de crédito. Otra cosa es que esta reforma garantice por sí sola y para siempre la sostenibilidad del sistema de pensiones, que es lo que estaba en cuestión. Se han adoptado cuidados paliativos a largo plazo, pero hay que curar una patología afectada por la masiva destrucción de puestos de trabajo, que reduce las cotizaciones, y una baja demografía que impide el relevo generacional, imprescindible para soportar nuestro modelo de reparto. Por tanto, hay que felicitarse por el pacto social alcanzado, pero conviene no equivocar el diagnóstico ni las necesidades de futuro. La revisión periódica de los parámetros del sistema será casi obligatoria para acometer las modificaciones precisas. Y, sin embargo, todo ello servirá de poco si el país no crea el trabajo suficiente, porque el futuro de las pensiones depende sobre todo del empleo, y no al revés. Aunque el Gobierno tiene razones para sentirse satisfecho porque ha logrado evitar un escenario de conflicto social, ha cumplido con la Unión Europea y ha mandado una señal positiva para los mercados, la reforma de las pensiones sólo es un paso para solucionar la crisis, que depende de otras variables. El acuerdo con los agentes sociales, bien recibido en general por los grupos políticos, y el compromiso de los partidos plasmado en el Informe de Recomendaciones del Pacto de Toledo conforman un marco que va en la dirección correcta. Se recortan las pensiones para salvar el sistema. Un sacrificio relevante por un bien superior, al que muy probablemente seguirán otros.