2010-06-23-CUENCA-IV-CUMBRE-DE-PODERES-JUDICIALES

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IV CUMBRE DE PODERES JUDICIALES DE
PAÍSES UNASUR
Cuenca, 23 de junio de 2010
“Desterrada la justicia que es vínculo de las
sociedades humanas, muere también la
libertad que está unida a ella y vive por ella”
Juan Luis Vives
Queridas amigas, amigos:
Existe mucha hambre todavía en nuestra
América, la región más injusta del mundo en
varios sentidos, pero paradójicamente existe
un hambre que parece haberse saciado: el
hambre de justicia.
Expondré más adelante por qué sostengo
aquello, pero primero déjenme decirles que
sin justicia, un valor fundamental en sí
mismo, no existirá desarrollo, ese Buen Vivir
de nuestros pueblos ancestrales. Las patas en
las que se sostiene el banco del desarrollo son
tres: producción, educación y justicia. Las
dos primeras sin la última, solo nos
convertirán en prósperos esclavos, o en
frustrados iluminados. Se requiere de las tres
para el buen vivir: la primera, para dotar a la
sociedad de la base material que permita
1
satisfacer
adecuadamente
nuestras
necesidades, basta de apologías de la pobreza
o del primitivismo; la segunda, para entender
nuestro lugar en el mundo, en la sociedad,
para entendernos nosotros mismos, como
decía Jhon Stuart Mill “Prefiero ser un
Sócrates triste, a ser un idiota contento”; y la
tercera, la justicia: para sentirnos ciudadanas
y ciudadanos que no son verdaderamente
tales sino cuando sus derechos y obligaciones
son reconocidos por un tercero imparcial,
facultado socialmente para ello, en virtud de
un encargo efectuado con fundamento en el
interés público.
Para que funcione esa justicia, se requieren de
adecuadas leyes y sistemas de justicia, pero
pocas veces el rol del ser humano es tan vital,
tan fundamental, tan crucial. Son esos
hacedores de justicia, esos jueces probos,
capaces,
hambrientos
de
justicia,
los
imprescindibles para cambiar la realidad de
nuestra América. Los jueces no solo son parte
importante
de
UNASUR,
son
parte
fundamental de UNASUR. Sin adecuados
sistemas de justicia en la región, será muy
difícil lograr el desarrollo, será muy difícil que
2
nuestros pueblos sientan los beneficios de la
integración y la integración fracasará.
Recuerden aquella frase “Un juez inicuo es
peor que un verdugo”, y yo añadiría: “puede
ser
el
peor
de
los
verdugos”.
Ser
administrador
de
justicia
no
puede
considerarse una profesión; es aquel “vocare”
latino, es decir, un llamado, una vocación.
Ustedes son los principales responsables, de
que las leyes no solo queden escritas en los
libros especializados para las altas autoridades
y los iniciados, sino que, se vuelvan carne y
sangre del día a día, que las vivan aquellos
que necesitan hacer valer sus derechos
laborales, las madres que velan por los
derechos de sus hijos menores, o las víctimas
de abuso sexual. Quizá nunca sea tan
necesaria como hoy aquella sentencia de
Albert Camus, al decir: “debemos estar no al
lado de quienes escriben la historia, sino junto
a quienes la sufren”.
No nos engañemos ni un instante: sin buenos
jueces, con aptitud y actitud, es decir, sabios
y con vocación de justicia, no habrá sistema
que funcione ni leyes que sirvan.
3
Pero el sistema, también es importante.
Nuestros países, además de compartir
historia, sueños, cuerpos y almas, comparten
por desgracia, muchas veces, una serie de
males endémicos que afectan la efectividad de
la administración de justicia y el ejercicio de
los derechos de los ciudadanos; uno de ellos
es la falta de eficiencia y eficacia en los
recursos judiciales: los usuarios del sistema
judicial se ven enfrentados a una serie de
procesos burocráticos, cerrados, lo que genera
conflictos legales, impunidad, abusos y
discriminación.
De acuerdo a los instrumentos de derecho
internacional y de las constituciones de los
países de UNASUR, los tribunales deben ser
independientes y ágiles en su actuación. La
Corte Interamericana de Derechos Humanos
ha establecido que no basta con que los
recursos judiciales existan formalmente,
sino que los mismos deben tener
efectividad.
Es cierto que muchas de estas ineficiencias
vienen de procedimientos absurdos creados
frecuentemente por poderes legislativos,
ejecutivos… Y en esto, un mensaje muy claro,
4
compañeros, no nos podemos dar el lujo de
romanticismos, no hemos tenido los pies bien
puestos sobre la tierra: esa falta de
pragmatismo muchas veces puede llevar al
fracaso y es uno de los mayores peligros para
nuestros procesos de cambio…
Muchos de estos procedimientos vienen de
poderes legislativos y ejecutivos, y sabemos
que especialmente desde los años noventa, la
administración
pública,
por
el
desmantelamiento del Estado a manos de
políticas de ajuste neoliberal, sufrió una
“escasez real de recursos”, que disminuyó la
capacidad de mejorar la situación de nuestros
sistemas judiciales.
Pero, nuevamente, no
nos engañemos: la falta de agilidad del
poder judicial se basa principalmente en
la falta de un compromiso a favor del
cambio estructural por parte de los
administradores del sistema judicial.
Lo demuestra Cuenca, donde también hay
escasez de recursos, pero donde la justicia
marcha muchísimo mejor que en el promedio
nacional.
Finalmente, en estos puntos, las leyes justas
son fundamentales, aquellas que respondan a
5
nuestras realidades y pongan en el centro de
todo al ser humano. Lamentablemente, quizás
la mayor crisis que ha sufrido América Latina
en las últimas décadas, ha sido la crisis de
ideas. Hemos padecido una verdadera crisis
del pensamiento latinoamericano. Y esto, se
ha reflejado también en las leyes que se
establecieron en la región. ¿Cómo entender
las leyes antidrogas que se impusieron a lo
largo y ancho de Sudamérica, a inicios de los
años noventa? Estas leyes, como en el caso
ecuatoriano -pero eran igualitas en toda la
región-, ni siquiera diferenciaban entre
consumidor de droga, transportador o gran
narcotraficante, e imponían las máximas
penas existentes, superiores incluso a las de
homicidio agravado.
Por ellas se llenaron
nuestras cárceles de madres solteras, padres
desempleados, en fin, rostros de la pobreza.
Todos sabemos que estas leyes tan injustas y
ajenas a nuestra realidad fueron impuestas
por Estados Unidos como parte de su sesgada
lucha contra el narcotráfico. Sin embargo,
también fueron agenciosamente aceptadas
por nuestros políticos, y en base a ellas,
jueces obsecuentes se empeñaban en los
correspondientes juicios en poner las máximas
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penas, para así no perder la visa respectiva;
lo cual, insisto, llenó nuestras cárceles con
rostros de la pobreza. Ojalá nunca más esto
vuelva a pasar en nuestra América. En
nuestro gobierno, dimos una amnistía general
a
miles
de
las
llamadas
mulas
o
transportadores de drogas, muchas de las
cuales tenían ocho, diez años de cárcel, por
haber intentado llevar unos cuantos gramos
de droga a Estados Unidos o Europa. No nos
equivocamos, la reincidencia de las personas
liberadas, que solo con un gran esfuerzo de la
imaginación y de la maldad se podrían llamar
delincuentes, es prácticamente nula.
Con una pequeña digresión y comentando
algo que mencionó el doctor Troya, respecto
al Defensor Público, que no es el Defensor del
Pueblo, eso es otra cosa: cuando llegamos,
nuestras cárceles estaban repletas de presos
sin sentencia, y tal vez como un reflejo de los
signos de los tiempos, se había puesto mucho
énfasis en la Fiscalía, en el acusador público,
pero no en el defensor público, y eran presos
que
no
tenían
quien
los
defienda.
Urgentemente organizamos esa Unidad de
Defensoría
Pública,
contratamos
200
abogados defensores, y hoy podemos decir
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que Ecuador está prácticamente liberado de
presos sin sentencia.
Este coloniaje intelectual nos ha llevado a
situaciones tan absurdas como dotar al capital
con más derechos que los países y que los
propios seres humanos. A partir de los años
noventa proliferaron en América Latina los
tratados
de
“protección
recíproca
de
inversiones”,
supuestamente para dar
“seguridad jurídica” al capital. Estos tratados
imponen pactos que atentan contra la
soberanía de nuestros países, ya que
cualquier transnacional, sin ningún requisito
previo, puede llevar a un Estado soberano a
un centro de arbitraje.
Pero si se quiere
denunciar en América Latina ante organismos
internacionales un caso de atropello a los
derechos humanos, primero, ahí sí, se tienen
que agotar las instancias judiciales del
respectivo país: el capital con más derecho
que los seres humanos.
No solo aquello:
tribunales de arbitraje como el Centro
Internacional de Arreglo de Diferencias
Relativas a Inversiones (CIADI), del Banco
Mundial, más allá de juzgar si la transnacional
tuvo la razón o no, pueden dictaminar si la
sanción legalmente impuesta es demasiado
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severa; es decir, pueden pronunciarse, juzgar,
las leyes de un Estado soberano, las cuales
además debieron ser conocidas por el
inversionista. No existe algo análogo para los
seres humanos. Por ejemplo si alguien, de
acuerdo con las leyes de los Estados Unidos,
es condenado a muerte y considera, como
muchos creemos, que, excepto en defensa
propia, nada justifica quitarle deliberadamente
la vida a una persona, no tiene en este caso
ninguna instancia internacional a la cual
acudir para juzgar la severidad de las leyes
estadounidenses. Nuevamente: el capital con
más derecho que los seres humanos.
Además, dentro de esta lógica perversa, lo
coherente sería que el CIADI también juzgara
los casos en que las leyes creadas por
gobiernos entreguistas sean excesivamente
beneficiosas para las transnacionales, pero
obviamente esto jamás ocurre. También es
importante destacar que los tratados de
protección
recíproca
de
inversiones
supuestamente establecen iguales derechos y
obligaciones entre los países firmantes.
¿Alguien puede creer que Estados Unidos
aceptaría que un tribunal arbitral juzgue sus
leyes?
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Los abusos a los que se está llegando en base
a estos tratados son gravísimos. Ecuador
sufre en estos momentos una persecución de
parte de la petrolera Chevron, por un juicio
absolutamente privado que le impusieron
comunidades indígenas de la Amazonía, por
supuesta
contaminación
ambiental.
En
retaliación, utilizando estos tratados, Chevron
ha impuesto varios procesos de arbitraje
contra el Estado ecuatoriano, uno de ellos por
demora en aplicación de justicia, ya que por la
lentitud de nuestro sistema judicial, pero
también por incidentes judiciales generados
por los abogados de la propia empresa –
lamentablemente abogados ecuatorianos que
venden a su propia Patria por un mendrugo de
pan- cerca de siete juicios interpuestos por la
empresa
demoraron
varios
lustros
en
resolverse. Durante el proceso arbitral, los
juicios finalmente terminaron a favor del
Estado y en contra de la transnacional, pero
en forma inaudita, el supuesto laudo arbitral
de UNCITRAL, no establece indemnización a
favor de la petrolera por la demora en la
administración de justicia, sino que revierte
las sentencias, y condena al país a pagar
cerca de 700 millones de dólares. Es decir, se
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acabó la seguridad jurídica, la independencia
de nuestros tribunales y la soberanía de
nuestras naciones, Por supuesto, estamos
solicitando la nulidad de esta monstruosidad,
pero ojalá todos entendamos la gravísima
situación que está sucediendo. Estos tratados
supuestamente
establecen
obligaciones
recíprocas, insisto, entre los países firmantes.
Cabría preguntarse nuevamente si Estados
Unidos estará dispuesto a aceptar que un
tribunal
arbitral
revierta
sentencias
ejecutoriadas de sus cortes.
Es claro que la tan cacareada seguridad
jurídica ha sido solo para las transnacionales
y no para nuestros Estados; y que, los
tratados se aplicarán siempre y cuando no
perjudiquen los intereses de estas compañías.
Por ejemplo, el tratado firmado entre Ecuador
y los Estados Unidos de América y al cual se
acogían empresas norteamericanas como la
petrolera
Occidental Petroleum (OXI)
estipulaba que en cuestiones tributarias no
cabía arbitraje, por lo que estos casos
quedaban en la jurisdicción de jueces
nacionales. Por lo tanto, cuando en el año
2002 OXI demandó la devolución del impuesto
al valor agregado (IVA) por sus labores de
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extracción de petróleo, distorsionando el
sentido del mecanismo de “draw back” para
fomento
de
las
exportaciones
lamentablemente,
nuevamente
con
el
“asesoramiento” de los mismos y bien
conocidos
abogados
ecuatorianos—,
y
posteriormente llevó el caso ante el Tribunal
Comercial de la Corte Superior de Londres, lo
que correspondía era una respuesta enérgica
del Ecuador de no someterse a dicho tribunal,
por así expresamente excluirlo el tratado
respectivo.
Sin embargo, el Gobierno del presidente
Gustavo Noboa -por medio de su canciller
Heinz Moeller-, “negocia” con el Gobierno de
Estados Unidos el tema, y acepta “responder
rápidamente” al procedimiento arbitral y
“acelerarlo”, considerando que sus decisiones
son obligatorias para las partes y de ejecución
automática, y apenas insinuando que podían
objetar jurisdicción. Todo este entreguismo
obedeció a presiones para obtener la
renovación de las preferencias arancelarias
que el Gobierno de Estados Unidos otorga a
los países andinos (las famosas ATPDEA),
preferencias que, por otro lado, fueron
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instauradas durante el primer Gobierno del
presidente Bill Clinton como compensación por
los ingentes recursos que los países andinos
destinan a la lucha antidroga, y que ahora se
utilizan como instrumentos de presión política
a nuestros países.
Como se insinuaba desde un principio, el país
perdió el arbitraje, al cual no estaba obligado,
y que nunca debió aceptar, por lo que fue
“condenado” a pagar la suma de 100,78
millones de dólares, pese a que las
preferencias arancelarias apenas representan
un beneficio anual de alrededor de 40 millones
de dólares.
Felizmente, todo esto está cambiando, pero
tenemos que acelerar el paso. Nunca más
responder a paradigmas totalmente ajenos a
nuestra realidad. Entender que somos
diferentes. Allá, quemar la bandera nacional
es expresión de libertad, acá es un delito.
Allá, poseer armas de toda clase son derechos
ciudadanos, acá los prohibimos por el bien
común. Allá, hacer lobby ante el Congreso y
el Gobierno a favor de intereses particulares
es una práctica legal a la que se dedican
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poderosos personajes y corporaciones. Acá,
eso se llama corrupción. A hablar con voz
propia, a marchar con nuestros propios pies,
como decía el gran José Gervasio Artigas, y
con sentido de urgencia, sin perder tiempo,
sabiendo que en la demora está el peligro,
como decía nuestro gran Eloy Alfaro Delgado.
Así por ejemplo, en esta Unión Suramericana
se vuelve impostergable construir una mirada
conjunta sobre la justicia indígena, donde
avancemos hacia una unidad de criterios y no
hacia una suerte de anarquismo, sin Dios ni
ley, sin límites y sin garantía de los derechos
humanos.
La justicia indígena, debe circunscribirse a
tratar
los
conflictos
internos
de
las
comunidades, dejando los crímenes de acción
pública, los crímenes mayores, como el
asesinato, en manos de la justicia ordinaria.
Es necesario tener en cuenta las formas de
justicia alternativa, que pueden ser muy
eficaces y ágiles para ventilar y absolver
conflictos internos comunitarios,
delitos
menores, cuestiones que atañen a la
costumbre, a los códigos a veces no escritos,
pero que son respetados y deben prevalecer
en el ámbito, insisto, comunitario. Han
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surgido en el Ecuador algunos conflictos,
algunas confusiones, en las que hace falta
establecer con claridad los ámbitos de
pertinencia de la ley y la justicia. El respeto a
la plurinacionalidad e interculturalidad,
características que de acuerdo a nuestra
nueva constitución definen al Estado
ecuatoriano, no excluye el respeto a
principios universales que son conquistas
de la humanidad, como la prohibición de
la tortura y los tratos infamantes.
No siempre es fácil establecer qué es
“costumbre” o “tradición” auténtica. Por lo
demás, no todo lo que es costumbre es
necesariamente válido, justo. En toda
sociedad o cultura existen valores y antivalores, hay costumbres que merecen ser
superadas -incluso olvidadas- y costumbres
que merecen consagrarse en la tradición.
Tenemos que ser rigurosos y exigentes con
nosotros mismos para lograr la mejor
conciliación
posible,
la
más
sabia
compenetración de los sistemas comunitarios
de justicia. Como región, como Patria Grande,
somos también una nación de naciones,
formamos parte de una gran constelación de
culturas, de costumbres y usos locales, de
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lenguas, de pueblos; pero, somos al mismo
tiempo una región con muchos valores en
común: el RESPETO, la FRATERNIDAD, la
SOLIDARIDAD, la profunda estima por la
dignidad humana.
El neoliberalismo, el capitalismo salvaje, al
elevar el egoísmo a la categoría de suprema
virtud individual y social coadyuvó a
corromper la sensibilidad de las personas,
corromper la sensibilidad de las sociedades. El
hambre de justicia fue remplazada por la
competencia y la indiferencia ante el dolor
humano.
La inseguridad ciudadana, si bien es un
problema de la justicia, es un fenómeno
multicausal, en dónde la pobreza tiene una
relación directa con la delincuencia. Los
conceptos, los mecanismos de la acción
jurídica no constituyen una ciencia exacta.
Sabemos que la injusticia estructural tiene
mucho que ver con la criminalidad, con la
comisión de delitos. Sabemos que los
delincuentes se ubican en altísimo porcentaje
en los extremos excluidos; sabemos que
existe una alta violencia estructural que, junto
con la exclusión, fomentan el delito. Pero
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sabemos asimismo que no hay solución fácil ni
rápida, y que existe al mismo tiempo la
urgencia de desalentar y controlar que las
personas incurran en cierto tipo de delitos.
Nuestro gobierno y los gobiernos de
Suramérica no solo estamos preocupados por
esta realidad sino que estamos ocupados en la
misma; estamos dispuestos a no permitir que
las inequidades se profundicen sino a que las
equidades se acentúen y podamos construir
las sociedades del siglo XXI, sin privilegios de
pocos.
Nuestras miradas han estado nubladas mucho
tiempo por los consabidos intereses, la nueva
realidad se presenta como una constelación de
rupturas y quiebres que deben constituirse en
oportunidades para aprender, crecer y dar
nuevos saltos y pasos en busca de una justicia
que garantice la tutela judicial efectiva para
todas y todos. El Estado de derecho, el
imperio de la Ley.
Por estas razones, entre muchas, el sistema
judicial de los países miembros de UNASUR
debe ser visto con ojos críticos y ser
reorganizado a gran escala. Esta situación
implica el esfuerzo de todos los actores
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involucrados. Tenemos una tarea urgente, y
es la de coordinar nuestros sistemas
legislativos y judiciales para conseguir una
LEGISLACIÓN COMÚN que nos permita
combatir de forma organizada, coordinada y
efectiva muchos problemas, entre ellos -y
básicamente- el crimen organizado.
No hay horizonte de progreso real, de paz
social, de buen vivir posible, allí donde
campea el hampa, allí donde los ciudadanos y
ciudadanas pierden el bien más preciado: la
tranquilidad, la paz, el derecho a caminar sin
miedo por las calles. Es el bienestar de las
ciudadanas y los ciudadanos, la tranquilidad
de los niños y los jóvenes, lo que ante todo
nos debe preocupar, empezando con aquellos
que están en situaciones más vulnerables.
Siempre se deben respetar las garantías, los
derechos humanos, el debido proceso, pero
con energía debemos garantizar la seguridad
de nuestros pueblos, la seguridad ciudadana.
Creemos en la rehabilitación a través de un
adecuado proceso de reinserción social. La
sola pena, la sola extensión de penas o su
acumulación no son en principio suficientes,
pero pueden ser necesarias, no pueden ser
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estas medidas excluidas en el análisis para
enfrentar un problema tan grande como la
inseguridad. Pensamos que en Ecuador vamos
a lograr resultados positivos con un
tratamiento inteligente dirigido a delitos
puntuales, a cierto tipo de crímenes que ya
estamos enfrentando con toda entereza.
Pero asimismo, debe existir en Suramérica
una clara, firme y coordinada legislación en
defensa de los problemas comunes como el
crimen organizado, y también en defensa del
logro que no podemos dejar que nos
arranchen, como por ejemplo: la democracia,
las instituciones democráticas. Debemos tener
sistemas coordinados de legislación para
defender a las autoridades legítimamente
electas, especialmente aquellas de elección
directa. Los atentados contra la democracia
deberían configurar delitos imprescriptibles y
ser procesados desde una legislación común y
universalmente adoptada por todos los
Estados miembros de UNASUR.
Si queremos dejar atrás aquellos males que
tanto daño nos hicieron en el siglo pasado, no
pueden repetirse en nuestra región casos
como el de Honduras, golpes de Estado,
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groseras intromisiones del poder militar en el
ámbito de la sociedad civil.
Tras
décadas
de
inestabilidad,
de
ingobernabilidad, el Ecuador ha logrado
redefinir con absoluta precisión y claridad los
ámbitos
institucionales.
Hemos
logrado
comprender que no hay futuro de bienestar
para los pueblos mientras sus instituciones
armadas no tengan definido su rol profesional
y claramente establecidos los límites de su
legítimo accionar. Nuestra integración en la
defensa regional debe tener relación directa
con la integración jurídica para mantener a
salvo la integridad del sistema democrático,
con base en el respeto a la voluntad del
soberano, en cada una de las repúblicas y
naciones de la Unión Suramericana.
Un acuerdo tácito de las élites burguesas,
renuentes a perder espacios de poder para el
manejo
de
sus
intereses
particulares,
atraviesa por la nefasta manipulación de
ciertos medios de comunicación de propiedad
de esas mismas élites.
Esos medios de comunicación que muchas
veces tienden a asumir la condición de jueces
y se adelantan a pronunciar sentencias
20
implacables, a tal punto que hay quienes
consideran que no existe peor desgracia que
caer víctima de un sicariato de tinta; es decir,
ser víctimas de cierto periodismo que actúa
sin ética, que acusa y descalifica, abusa de su
poder y lesiona honras y nombres... Los
medios suelen ser un poder sin contrapoder.
Nadie puede reclamar para sí un poder
ilimitado, excepto ellos. ¿Es eso correcto?
Debemos enfrentar estos problemas sin
temores, sin tabúes, precisamente impuestos
por aquellos que se autoproclaman adalides
de la libertad de expresión.
Desde
estas
perspectivas,
planteamos,
entonces, la integración de estrategias
técnicas y
gerenciales,
el mejoramiento
continuo, la definición de estándares de
eficiencia y eficacia y sobre todo, esa
insaciable hambre de justicia que deben tener
nuestros administradores de justicia.
La idea de justicia inalcanzable, por verla cada
vez
más
lejana,
nos
llevaba
a
la
desesperanza; hoy, por voluntad mayoritaria
de
nuestras
ciudadanas,
de
nuestros
ciudadanos, tiene que transformarse la
justicia, como lo decía el doctor Troya, en un
verdadero servicio público.
21
Por ello, estos sistemas deben ser públicos, no
pueden ser propiedad de nadie en particular,
peor aún de gremios o intereses privados;
peor aún pueden ser instancias que vulneren
nuestras soberanías y que nazcan de
imposiciones comerciales, mercantilistas, es
aquí donde esta gran nación suramericana,
congregada en la UNASUR, tiene uno de sus
mayores retos, debemos construir ya la
definición
conjunta
de
Justicia
Suramericana; debemos construir ya ese
gran
concepto
de
soberanía
Suramericana.
Eso solo vamos a lograrlo juntos. Por ejemplo,
en el problema de los tratados de protección
recíproca de inversiones, si solo un país
denuncia esos tratados, ese país puede ser
devastado, los capitales irían hacia los países
que les ofrecen más garantía. Pero si todos
juntos
denunciamos
esos
tratados
indignantes, esos tratados humillantes, esos
tratados abusivos, el capital seguirá viniendo
a la región, porque lo que busca es estabilidad
y aquí tenemos muchísimos proyectos
rentables. Y en una infinidad de cosas, la
respuesta está en la acción colectiva: si nos
ponemos a competir en cuanto a impuestos -y
22
Usted es especialista tributario, doctor Troya-,
quien va a ganar es el gran capital, vamos a
transferir riquezas hacia los países más ricos;
debemos coordinar también nuestro sistemas
tributarios y no competir para traer capitales
en base a beneficios impositivos.
En cuanto a coordinación, como decía hace un
par de semanas en la inauguración de otro
evento análogo a este, la Reunión de
Parlamentos de UNASUR -¡Qué bello vivir
tantos acontecimientos que tienen relación
con nuestra integración, con la construcción
de esa patria grande que nos enseñaron
nuestros próceres!-; cómo decía hace un par
de semanas: “coordinar nuestras políticas
laborales para nunca más caer en el absurdo
de competir, precarizando las condiciones
laborales, flexibilizando (ese es el eufemismo
que se utiliza) “flexibilizando” el trabajo con
leyes que legitimaban… -no legitimaban,
nunca
se
legitimó-,
legalizaban
la
explotación laboral, como las leyes que se
impusieron en este país en los últimos años:
tercerización, intermediación, contrato por
horas. Nuevamente, si nos ponemos a
competir de esa forma, nuestros trabajadores
serán sacrificados en el altar del gran capital,
23
y el que se lleve los beneficios será ese capital
y los países más ricos del mundo.
En todas estas acciones, frente a todos estos
problemas la respuesta es colectiva, sobran
los resultados concretos que puede haber con
una adecuada integración, coordinación,
cooperación entre nuestros países.
Así, en esta Cumbre, me permito plantear a
ustedes
la
creación
del
Consejo
Suramericano de Justicia de UNASUR; y
les insisto, esta Cumbre, como decía el doctor
Troya, no es solo parte de la integración, es
fundamental para la integración; creo que he
dado algunos ejemplos de aquello, tenemos
que crear este Consejo Suramericano de
Justicia de UNASUR, instancia que deberá
construir y estructurar todo el sistema jurídico
y judicial multinacional.
El Consejo Suramericano de Justicia también
deberá procurar la coordinación perentoria y
prioritaria de los sistemas de justicia de
UNASUR, y del sistema de justicia de
UNASUR, así como deberá trabajar en la
coordinación de las actividades no menos
urgentes de cooperación en materia de
formación y capacitación judicial, facilitando
24
procesos
de
entrenamiento
entre
las
diferentes instancias que componen nuestros
sistemas de justicia y promoviendo la
cooperación académica entre los centros de
estudios del Derecho.
Bienvenidos a nuestro Ecuador, queridas
amigas y amigos, hermanos de UNASUR,
bienvenidos a la casa de UNASUR, Ecuador es
la sede de UNASUR, cuando la integración se
consolide, o sea, Washington es la capital de
los Estados Unidos, la capital de Suramérica
será la capital de nuestra república, Quito,
bienvenidos a la Ciudad de Cuenca, la Santa
de los 4 ríos, ciudad extremadamente
hermosa, ojalá tengan tiempo para visitarla,
probar su gastronomía, interlocutar con las
cuencanas y los cuencanos.
Bienvenidas, bienvenidos en nombre de las
ecuatorianas y de los ecuatorianos a esta
región de nuestra América, tierra bendecida
en donde vivimos un verdadero cambio de
época, irrepetible y único, que nos exige
desde la urgencia de nuestros pueblos,
reflexión permanente, autocrítica, voluntad
para cambiar el porvenir y no conformarnos
con maldecir la miseria. Ya no podemos ni
debemos culpar a vecinos o ajenos; no
25
podemos ya acusar a superados destinos
manifiestos, no podemos endilgar nuestros
deberes a nadie, somos responsables de
nuestra propia historia; porque desde ahora lo
que hagamos o dejemos de hacer por
nuestras patrias, por la Patria Grande, es
nuestra responsabilidad. Sobre las bases de
nuestra historia común, de nuestros sueños y
esperanzas
inauguremos
el
futuro
de
integración, de unidad sudamericana.
¡Hasta la victoria siempre, compatriotas!
Rafael Correa Delgado
PRESIDENTE CONSTITUCIONAL
REPÚBLICA DEL ECUADOR
DE
LA
26
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