Discurso del representante de la promoción, Guillermo María Sanz Junoy, graduado en Ingeniería Técnica de Informática de Gestión. Señora Magnífica Rectora; señor Durán, padrino de la promoción, señores vicerrectores; señores directores, señores profesores, consultores, tutores; personal de gestión; representantes de los estudiantes en las comisiones de estudio y Campus; compañeros; familiares y amigos. En primer lugar, quiero agradecer a esta universidad la oportunidad que me ha dado de realizar este discurso en nombre y representación de todos los que hoy nos graduamos. Es para mí un inmenso placer y un verdadero honor poder hacerlo y he de reconocer que, si bien cuando me lo propusieron no dudé un instante, a los pocos minutos empezaron a recorrerme el cuerpo unos nervios que, aún a día de hoy, no he conseguido superar. Es sin duda alguna mi PEC más dura, aunque también la más satisfactoria. Ha sido mucho el tiempo dedicado a estas palabras, porque han sido muchos los semestres, muchas las experiencias vividas y muchos los pensamientos que, una y otra vez, han venido a mi mente para este día. Delante del ordenador, he tratado de organizar las ideas para compartir con vosotros mi experiencia en la UOC, que estoy seguro de que no dista mucho de la que todos vosotros habéis tenido. No temáis, sin embargo, porque voy a ser breve. A buen seguro que tenéis las mismas ganas que yo de salir y enseñar orgullosos vuestro título a quienes hoy comparten con nosotros este emotivo acto. Hace poco más de un año tuve el privilegio de asistir al acto de graduación de la promoción 2006-2007, en calidad de representante de los alumnos en la Comisión de Estudios de Informática, Multimedia y Telecomunicación. Durante la espera inicial, me fijé en una enorme pantalla en la que, sobre un fondo blanco, podía leerse un enorme ¡ENHORABUENA! Reflexioné, entonces, sobre la cantidad de veces en que había pensado y escuchado esto mismo a lo largo de mi trayectoria como estudiante de la UOC. Eso sí, con un significativo cambio de orden en las sílabas: «EN BUENA HORA». En buena hora había decidido continuar mi formación, en buena hora había decidido hacerlo virtualmente, en buena hora me había metido en este lío. Estoy convencido de que este mismo sentimiento lo habéis sufrido también vosotros. Pero hoy, por fin, podemos escuchar esa enhorabuena que tanto hemos anhelado y de la que tan orgullosos nos sentimos, y por la que se sienten tan orgullosos quienes nos han acompañado en este largo caminar. Esta felicitación que recibimos ahora, no sólo nosotros, sino los profesores – consultores y profesores que nos han ayudado a aprender a aprender–, tiene un significado que va más allá de la misma felicitación. Es la constatación de la existencia de un nuevo estatus: la incorporación de un nuevo grupo de personas a una forma de entender el aprendizaje. En definitiva, supone la incorporación a la comunidad UOC, que aporta una «personalidad» concreta a nuestro proceso de formación. Al margen de los conocimientos específicos reconocidos mediante un título –el que hoy recibimos–, los estudiantes de la UOC aprendemos a utilizar, de forma inteligente e intensa, las TIC, que constituyen el motor de la sociedad de la información, la SI. No nos queda otra, porque el modelo se basa precisamente en ello. Quizá en el caso de los que hemos estudiado Informática, Multimedia o Telecomunicación sea menos evidente la diferencia respecto a un alumno de la universidad presencial, pero en otros ámbitos, el alumno UOC está claramente diferenciado: además de los conocimientos específicos de la titulación, está preparado no sólo para ser un actor de la SI, sino también para liderarla en su ámbito formativo, porque ha adquirido estas competencias transversales que caracterizan a esta universidad. A aquellos que no lo hayáis hecho ya, os recomiendo la lectura del libro del profesor Castells, La transformación del trabajo, donde explica en detalle este aspecto. A esto hay que sumar el hecho de que nuestra media de edad, todavía muy superior a la de la universidad convencional, permite que cabezas ya maduras contribuyan plenamente al desarrollo de los ideales universitarios. Esta conjunción de madurez y conocimiento, forzosamente, ha de suponer el surgimiento de personas creadoras de una nueva sociedad más comprometida con el desarrollo social, humano y económico de un mundo globalizado. Estamos en un momento de transición del sistema universitario actual al propuesto en el espacio europeo de educación superior, lo que en algunos genera ciertos temores y desconfianzas. Sin embargo, la UOC hace tiempo que incorporó a su sistema de valoración los principios que recoge el citado espacio. Así, el verdadero valor de la asignatura radica no tanto en el esfuerzo docente, que siempre es superlativo, como en el que debe realizar el alumno para adquirir los conocimientos propios de cada asignatura. Además, el estudiante UOC demuestra a lo largo de su andadura una capacidad de sacrificio y una constancia que quedan fuera de toda duda y que, al final, terminan siendo una característica común a todos nosotros. Así que hoy recibimos tres títulos por el precio de uno: el que tenemos en la mano y otros dos —virtuales, como no— a la constancia y al sacrificio. El sacrificio, además, lo hacemos extensible a nuestros familiares y amigos. Con ellos, compartimos pruebas de evaluación continua, prácticas, exámenes y pruebas de validación. Pero además, nos han permitido estar ausentes en tantos y tantos actos de la vida cotidiana, procurándonos una falsa sonrisa para darnos ánimo. A veces nos habremos sentido un poco egoístas con ellos: habremos pensado en que nos estábamos perdiendo esa tarde de parque con nuestros hijos, sin pensar en que ellos se han visto obligados a renunciar a nuestra compañía. El mérito de este título no es nuestro, o, al menos, no es sólo nuestro. Nosotros hemos hecho la parte más fácil: estudiar y aprobar. Ellos han estado ahí todo el camino, en el borde de la carretera, animándonos como el que anima a un ciclista en la subida a un puerto: esperando horas y horas a que pasáramos por delante – esto es, a que saliéramos del cuarto de estudio o dejáramos el ordenador de lado– para aplaudir nuestro esfuerzo y darnos ese trago de agua que nos permitía seguir escalando. Por eso la satisfacción que ahora sentimos todos nosotros se incrementa con el agradecimiento a quienes han puesto lo mejor en este esfuerzo: a nuestras parejas, a nuestros hijos, a nuestros amigos. En definitiva, a quienes han sido el mejor ejemplo de generosidad y entrega. Además de todo esto, hemos aprendido a utilizar con soltura dos nuevas variables, que para muchos de nosotros eran totalmente desconocidas: el crédito y el semestre. Así, por ejemplo, cuando nuestro jefe nos encarga una tarea, somos capaces de calcular el esfuerzo en créditos que nos va a suponer. O hemos aprendido que las Navidades son, en realidad, el final del primer semestre. Estad tranquilos. La vuelta a las medidas tradicionales —mes, semana, día, hora— es sencilla. Otra de las características de los miembros de la comunidad UOC reside en que nosotros no envejecemos; no engordamos ni adelgazamos; a nosotros no nos salen canas, no se nos cae el pelo. Al menos, eso es lo que parece cuando vemos nuestras fotos en el Campus. Cuando entramos a formar parte de esta comunidad, nos piden una fotografía para acompañar nuestro perfil en el Campus. Nos cuesta encontrar esa foto que nos sobró en la última renovación del DNI o del carné de la biblioteca, pero al final la encontramos. Nos gusta y la enviamos a la UOC. Pasan los semestres —muchos— y nuestra foto permanece invariable junto a nuestro nombre. Luego, llegamos a un examen, nos sentamos junto a un desconocido, hacemos nuestra prueba y nos marchamos. El que estaba al lado era nuestro compañero de prácticas; el que vigilaba el examen, nuestro consultor. Pero no hemos sido capaces de reconocerlos, porque en nuestra aula nadie tenía ese aspecto. La virtualidad es, en ocasiones, muy dura. Nuestros únicos compañeros incondicionales han sido Hewlett-Packard, ACER, IBM o nuestro querido «clónico». A estos compañeros los conocemos bien, por la cantidad de horas que hemos trabajado codo con codo. ¿Quién no le ha hablado al ordenador en alguna ocasión durante este tiempo? Pero es importante que, como individuos sociales que somos, podamos compartir experiencias, dudas, inquietudes y enhorabuenas con el resto de los integrantes de la comunidad. Por este motivo quiero hacer dos solicitudes: que renovemos nuestras fotos para que, si nos encontramos en algún sitio, podamos reconocernos; y, a la UOC, que coordine algún tipo de encuentro presencial –al menos, una vez al año– donde podamos comprobar que, tras la juvenil imagen captada en la foto que acompaña nuestro perfil, hay una persona con las mismas inquietudes, los mismos problemas y las mismas ilusiones que el resto. La importancia de la comunidad UOC no está en sí misma ni en los que la componemos, sino en la manera en que sus miembros participamos en ella. La comunidad seguirá creciendo en la medida en que nuestra participación siga siendo activa. No debemos olvidar que, tanto aquellos que hemos decidido incorporamos de nuevo al «en buena hora», como los que ya ven finalizado su proceso de formación en el ámbito UOC, mantenemos abiertos todos los canales que nos permiten contribuir al crecimiento de nuestra comunidad: espacios de foros, comisiones de estudio y de Campus, grupos, etcétera. Mis últimas palabras no pueden ser sino de ánimo. La juventud y todos los valores positivos que tradicionalmente la representan permanecerán en nosotros, a pesar del transcurso de los años, siempre que mantengamos nuestra mente abierta a nuevos conocimientos. Nuestra formación no acaba hoy, y el título que recibimos debe suponer un incentivo para continuar en el empeño por hacer de nosotros mismos creadores de valores que mejoren la sociedad en la que nos desenvolvemos. Muchas gracias.