Conciencia y conocimiento en Sartre

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Conciencia y conocimiento en Sartre
Prof. Marta Bayarres
El propósito del presente trabajo es analizar la postura de Sartre con respecto a la
conciencia, y, a partir de dicho análisis extraer algunas conclusiones que podrían
desprender de dicha concepción, en lo referente al conocimiento de sí misma.
Creemos que en principio es preciso aclarar que para el filósofo la conciencia debe ser
entendida como actividad .Rechaza por tanto las posturas sustancialistas. El ser de la
conciencia no es otra cosa que la Intencionalidad . La conciencia es siempre
“conciencia de algo”. El punto de partida es entonces el carácter intencional de la
conciencia. Aquello de que se tiene conciencia, no está en la conciencia. “…Decir que
la conciencia es conciencia de algo significa que para la conciencia no hay ser, fuera
de esa obligación precisa de ser intuición revelante de algo; es decir, de un ser
trascendente”1 De esto se desprende entonces que lo que define a la conciencia es su
trascendencia.
Sartre se separa de Descartes al considerar que la objetividad no es el resultado de
constructos ideales. Plantea que si la conciencia es conciencia de algo, ese algo se
aparece a la conciencia como lo que no es ella misma.”El ser implicado por la
conciencia es el de esta mesa, el de este paquete de tabaco, el de la lámpara, más en
general, el ser del mundo”2
El filósofo señala que lo que caracteriza a la conciencia es su permanente emergente, es
decir, si esta deja de ser conciencia de algo, deja de existir.
1
2
Sartre, J.P., El Ser y la Nada; p. 30
Op. Cit.., p.31
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En “El ser y la nada”, el filósofo declara: “Sería vano imaginar que la conciencia
pudiera existir sin lo dado: sería entonces conciencia de sí misma como conciencia de
nada, es decir, la nada absoluta”3
Del mismo modo que para Husserl, la conciencia para Sartre es un flujo permanente, un
continuo de actos significativos a través de los cuales la conciencia se va construyendo a
sí misma.
Así vemos que el “Yo pienso” cartesiano no puede ser de ningún modo anterior a la
conciencia. En todo caso este sería algo para la conciencia, pero no algo de la
conciencia.
Esta caracterización de la conciencia podría llevarnos a pensar que la misma carece de
unidad.
Sin embargo es preciso aclarar que lo que Sartre pretende deslindar es la identificación
entre unidad e inmovilidad. El hecho de que la conciencia sea permanente movimiento,
no implica que no sea conciencia, que no pueda considerarse como una unidad. Su
unidad radica justamente en la permanencia del flujo. Flujo que nos remite entonces a lo
que trasciende a la propia conciencia.
La conciencia se trasciende por la intencionalidad. Para que sea posible la
trascendencia de la conciencia hacia algo que no es ella misma, es preciso la existencia
de ese algo.
El objeto trascendente hace posible la trascendencia de la conciencia. Cabría
preguntarse qué es la conciencia sin el referente de la no conciencia.
En “El ser y la nada”, el autor plantea:” La característica del ser de un existente es la
de no develarse a sí mismo, en persona, a la conciencia:…no hay ser que no sea ser en
una 4manera de ser y no sea captado a través de la manera de ser que a la vez lo
manifiesta y lo vela”
3
4
Op. Cit ; p. 558
Op. Cit., pp 232.
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El fenómeno de ser exige un ser transfenomenal. Esto es, hay un frente a la conciencia,
diferente de ella y necesario pues la propia intencionalidad de la conciencia lo reclama.
Por esto la relación primaria de la conciencia con el mundo no es gnoseológica sino
ontológica. A partir de este carácter fenomenológico es que Sartre define las cualidades
de la conciencia.
Señala como una de sus características la permanente emergencia.
Tal como el autor considera a la conciencia, sin su propiedad emergente, ésta se vería
reducida a la pura nada.
Cuando habla de constante emergencia se refiere a que los actos significativos dan
existencia a la conciencia.
Aquí se plantea el problema de cómo es posible la unidad de la conciencia si sólo existe
en función de la sucesión de las experiencias.
Ante este problema Sartre sale al paso planteando que el mismo flujo de la conciencia
constituye su unidad. Por lo tanto la permanencia del objeto de la intencionalidad, lo
trascendente a ella, le permite mantener su unidad.
Por otra parte señala como otra de sus características, la espontaneidad.
Rechazando las teorías que convirtieron los objetos externos en motivadores de ciertos
estados de conciencia, Sartre invierte los roles. Para que se produzca la emoción es
preciso la espontaneidad de la conciencia que aprehende el objeto como emotivo.
Como vemos, la conciencia queda definida como puro aparecer emergente y
espontáneo.
Podemos entonces entender a qué se refiere cuando habla del vacío de la conciencia.
No posee sustancialidad. Sin la intencionalidad la conciencia no es nada. En todo caso
lo único que la define es el movimiento, el permanente intento de huir de sí, para
constituirse. La unidad de la conciencia es posible a partir del objeto trascendente. Por
eso el otro existe realmente. Necesito del otro para captar mi ser en plenitud.
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La comunicación con el otro no se da en el orden del conocimiento, se da en el orden
del ser. En “El ser y la nada”. Sartre afirma” no debo encontrar en mí razones para
creer en la existencia del prójimo, sino que debo encontrar al prójimo, como no siendo
yo” 5
Dicho de otro modo el encuentro del otro implica mi propia nihilización. Sin embargo,
de no existir el otro, no existo yo. Parecería que el aparecer propio de la conciencia es
un desaparecer. Aparezco como objeto para el otro, en tanto el otro aparece como objeto
para mí.
Si todo conocimiento es conciencia de ser conocimiento, conocer implica que uno
conoce. Deberíamos suponer entonces, que la conciencia es totalmente transparente a sí
misma, y que, por lo tanto no queda lugar alguno para el inconsciente.
No vemos como sería posible que la conciencia se engañara a sí misma y no
reconociera que se está engañando. Cómo es posible que yo me engañe
intencionalmente. El engaño no intencionado no sería engaño.
La posibilidad de autoengaño residiría en la separación entre dos mentes, la del
engañador y la del engañado. Pero el caso es que Sartre no acepta la posibilidad de la
existencia de contenidos ocultos a la conciencia.
Lo que el Psicoanálisis define inconsciente, Sartre lo caracterizaría como Mala Fe.
Si la fe es una forma de creencia, la Mala Fe implica un problema de creencias.
Se trata de un enmascaramiento de la verdad para mí, porque engañador y engañado
somos el mismo.
Ahora bien, si nos atenemos a las afirmaciones de Sartre con respecto a que el hombre
nunca pierde conciencia de lo que es, entonces deberíamos concluir que el engañador
sabe de su engaño. En otras palabras no se trataría de un auténtico engaño, porque el
engañado es conciente de que se engaña, pero entonces, no se engaña.
5
Op. Cit ; pp.308-309
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Quien podría estar en mejores condiciones para descubrir el engaño, es decir para
develar la verdad?. La primera persona o la tercera persona? Tal vez la tercera persona
posea más autoridad para desenmascarar al engañador.
Sin embargo parecería que la primera persona no pierde su autoridad, en la medida que
el sujeto siempre es conciente.
Pero no olvidemos que para que se produzca la aparición del ser-para sí, en otras
palabras de la conciencia de mí mismo, es preciso que antes se dé el ser-para-otro. La
presencia del otro frente a mí, como lo que es y lo que no soy yo es condición de la
posibilidad de mi autoconocimiento. No es posible el para sí, si no media el proceso de
nihilización frente al en- sí, que no es yo. El en-sí parece tener primacía sobre el para-sí.
De este modo nos encontramos ante la siguiente situación: la tercera persona es
fundamental para desocultar lo que oculta la primera persona. En otras palabras, el en-sí
que se me opone, es condición de mi para-sí.
En este sentido tal vez podamos entender que los otros son fundamentales para que yo
logre desocultar el ser que soy.
Del mismo modo, yo, desde mi perspectiva de tercera persona y como un en-sí que
niega al otro, soy la condición de su para sí. También en esa medida mi autoridad sobre
el otro se impondría.
En este contexto podríamos arriesgar la hipótesis de que, si tal como afirma Sartre, no
existen diferentes compartimentos en la mente, y por lo tanto el sujeto siempre es
conciente, entonces la Mala fe es una estrategia conciente.
El sujeto que actúa de Mala fe, no se engaña, no desconoce que está actuando de Mala
fe. Simplemente trata de fingir lo que no es. Si no existe la posibilidad del autoengaño,
entonces no hay pérdida de autoridad de la primera persona. Pero de todos modos si la
conciencia reflexiva es el resultado de la nihilización del sí-mismo frente a otro en -sí
que se le opone, entonces la autoridad de la primera persona tendría, desde el punto de
vista de su génesis, al otro.
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En ese sentido, creemos que así como el sujeto no puede autoengañarse sin conocer su
engaño, tampoco puede engañar al otro. El otro se constituye en algún sentido como el
testigo exterior de su conciencia. En ese sentido podría tal vez interpretarse la
afirmación sartriana: “El infierno son los otros”.
Bibliografía
Barreto, William; El hombre irracional, Ed. Siglo Veinte, Bs.As. 1967
Cabanchik, S.; El Absoluto no sustancial; Ed. Luis O. Tedesco, Bs.As., 1985
Mouillie, J.M.; Sartre, Conscience, ego et psyché ; Philosophies Presses Universitaires
de France ; Paris, 2000
Sartre, J.P.; El Ser y la Nada, Ed. Losada, Bs.As.;1972
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