63((&+ 3DVFDO/DP\ Comisario europeo de Comercio /D SROtWLFD FRPHUFLDO \ OD &RQYHQFLyQ XQHMHPSORTXHKD\TXHSHUIHFFLRQDU Groupe action extérieure de la Convention %UXVHODVGHRFWXEUHGH Excmo. Sr. Presidente, Señoras y Señores: Les agradezco profundamente que me hayan invitado a aportar mi testimonio ante su grupo de trabajo, y ello por dos razones: en primer lugar, porque se trata de uno de los grupos más importantes de la Convención. Y no es que mi capacidad de discernimiento esté influida por deformación profesional alguna, sino porque la política exterior, en mi opinión, tiene que ser prioritaria si queremos dar a Europa los medios necesarios para actuar en el plano internacional en la posición que se merece. Las expectativas de la población europea lo confirman, sondeo tras sondeo: cuando se les hace la pregunta, los dos tercios de los ciudadanos desean una política exterior común . La segunda razón es que creo poder opinar sobre un ámbito, la política comercial, con uno de los mayores grados de integración de todas nuestras políticas. Una política con una reputación de eficacia bien ganada gracias a un mecanismo de relojería bien engrasado y a la que únicamente se ha podido llegar por medio de una práctica muy perfeccionada a lo largo de los años. Y debemos tener presente que este edificio es frágil y hay que renovarlo para afrontar el porvenir. Creo, sin embargo, que esta experiencia podría servirles de inspiración para sus reflexiones sobre el conjunto de la acción exterior de la Unión. Éste, y no otro, es el sentido de mis observaciones de hoy. ¢3RUTXp VH FRQVLGHUD KR\ XQ p[LWR OD SROtWLFD FRPHUFLDO FRP~Q" A mi entender, por tres razones: la primera es la voluntad de actuar conjuntamente; la segunda, un proceso de toma de decisiones, en conjunto, equilibrado y eficaz y la tercera, una plataforma política ampliamente compartida. (QSULPHUOXJDUXQDYROXQWDGSROtWLFDHQFDUQDGDHQXQDFRPSHWHQFLDTXHQR VHSRQHHQGXGD. Es evidente: la unión aduanera y el mercado interior exigen de los Estados miembros poner en común tanto su régimen arancelario en las fronteras exteriores como las medidas de defensa comercial y también la competencia para suscribir acuerdos comerciales con terceros países. En cierto sentido, la política comercial común es la cara externa del mercado común y, desde un principio, quedó claramente enunciada la voluntad común "primaria" de actuar juntos. Esta puesta en común no se hizo de la noche a la mañana ni se ha completado aún. Como el mercado común, la unión aduanera se hizo por etapas. Además, si bien la de suscribir acuerdos con países terceros es una atribución que compete en gran medida a la Comunidad, siguen en manos de los Estados miembros algunos sectores importantes de la gestión administrativa: por ejemplo, la gestión de las aduanas y la promoción de las exportaciones o de las inversiones bilaterales. Dicho de otro modo: se ha mantenido cierto grado de división funcional de las tareas entre la Comunidad y los Estados miembros, con arreglo al principio de subsidiariedad, y esta división funciona de manera satisfactoria para todos. En segundo lugar, un proceso de toma de decisiones globalmente equilibrado y eficaz. ¿Qué condiciones requiere la eficacia? 2 Primero, unas responsabilidades bien delimitadas. La Comisión, que tiene en exclusiva el derecho de iniciativa, propone un mandato de negociación, pero es el Consejo el que dispone. La Comisión negocia, pero es el Consejo el que aprueba o rechaza el acuerdo. Y el Consejo decide, en general, por mayoría cualificada, en aplicación del método comunitario. Y esto no está exento de significado. En el caso de la negociación en curso con el Mercosur, por ejemplo, el mandato ocupa nada menos que 30 páginas. Segunda condición: el diálogo permanente entre la Comisión y los Estados miembros. Cuando surge una cuestión política, el Comisario acude al Consejo de Asuntos Generales para hablar de ella y recoger una orientación política. Por lo que a mí respecta, puedo decir que esto se produce cada dos meses más o menos. Para las "grandes" negociaciones, como la de Doha, el Consejo celebra una reunión permanente LQVLWX. En Doha, di cuenta varias veces al día de la evolución de la negociación y solicité de los Estados miembros su opinión sobre las orientaciones que yo deseaba tomar en nombre de la Comisión. Desde un punto de vista más técnico, el llamado comité del artículo 133, que reúne a expertos de los Estados miembros, desempeña un papel regulador permanente. Y no exagero cuando digo permanente: con una reunión semanal y 8 puntos como promedio cada semana, pueden ustedes comprender que el comité es un excelente barómetro para medir la importancia que los Estados miembros atribuyen a los diversos temas que se debaten. ¿Qué impacto tienen estos mecanismos? De hecho, hacen difícil que la Comisión pueda ir en contra de la voluntad de más de un Estado miembro, sencillamente porque la mayoría cualificada, por sí misma, incita al debate y a la toma de decisiones por consenso. En mi opinión, ahí es donde se pone en juego la verdadera igualdad entre Estados miembros. En otras palabras: en política comercial no hay ningún Exocet incontrolado. ¿Cómo lo hemos conseguido? (VWH HV HO WHUFHU LQJUHGLHQWH XQD SODWDIRUPD SROtWLFD FRPSDUWLGD GH DTXt HQ DGHODQWH. El objetivo inicial de la unión aduanera era, y cito el Tratado: "FRQWULEXLU DOGHVDUUROORDUPRQLRVRGHOFRPHUFLRPXQGLDODODVXSUHVLyQSURJUHVLYDGHODV UHVWULFFLRQHV D ORV LQWHUFDPELRV LQWHUQDFLRQDOHV \ D OD UHGXFFLyQ GH ODV EDUUHUDV DUDQFHODULDV". Eso no significa que este objetivo, y la manera de alcanzarlo, hayan sido acordados con toda facilidad entre nuestros Estados miembros. Suelo decir que algunos de mis predecesores dedicaban más tiempo a poner de acuerdo entre sí a los Estados miembros que a negociar con los terceros países. Afortunadamente, eso ya pasó. O, por lo menos, eso es lo que yo veo actualmente. Y ¿porqué? Ante todo, porque cada sector de opinión ha ido madurando y manteniendo un diálogo con los demás. Los Estados miembros calificados de "proteccionistas" admiten ya que la apertura comercial es un factor esencial de crecimiento y competitividad. Los Estados miembros considerados "liberales" han aceptado que la liberalización debe reglamentarse para encuadrar las actividades de los protagonistas económicos, para compensar los efectos de la apertura, por ejemplo, sociales o sectoriales, y para tener en cuenta las nuevas demandas sociales. En resumen, y gracias a este debate profundo, contamos ya con una doctrina europea que guíe nuestra política comercial: apertura de los mercados \ normas para regularlos. 3 El control, por lo tanto, puede servir para crear un consenso político. Yo diría, resumiendo, que disponemos ciertamente de los dos elementos básicos indispensables para la buena marcha comunitaria: una voluntad y una visión compartidas. Pero sólo gracias a nuestros acuerdos institucionales (el método comunitario) puede producirse la catálisis y sintetizarse ese producto raro y costoso: ODFRQILDQ]D. Esa es la clave, en nuestra Unión como en cualquier grupo humano con valores comunes. ¿Por lo tanto, no habría que cambiar nada? ¡Por supuesto que sí! Actualmente hay algunos obstáculos de los que nos tenemos que desembarazar para seguir avanzando. En pocas palabras, los desafíos a los que hay que responder son: la ampliación y su impacto para la eficacia de la política comercial; la nueva visibilidad de las cuestiones comerciales y el imperativo de legitimidad. (Q SULPHU OXJDU OD DPSOLDFLyQ VXSRQH XQ UHWR SDUD OD HILFDFLD GH OD SROtWLFD FRPHUFLDO. Lo que Alain Lamassoure llama la revolución del número va a poner de manifiesto que, incluso después del Tratado de Niza, sigue habiendo barreras para la eficacia de la política comercial. ¿De qué barreras se trata? En primer lugar, la regla de la mayoría cualificada tiene excepciones. El nuevo artículo 133 ha mantenido, en distintos grados, la unanimidad en algunos sectores, como servicios, inversiones y propiedad intelectual. Es un mecanismo de decisión mal adaptado a la naturaleza de los nuevos acuerdos que la Unión tendrá que celebrar en los próximos años, en la OMC o en acuerdos bilaterales como los que se concluyan con Mercosur. Nuestras negociaciones comerciales se refieren cada vez menos al comercio de mercancías y a la reducción de las barreras arancelarias. Contemplan cada vez más la negociación de nuevas normas, precisamente en ámbitos esenciales como los servicios, la inversión y la propiedad intelectual (las indicaciones geográficas, por ejemplo). ¿Cómo una Unión con 25 miembros va a poder celebrar eficazmente acuerdos por unanimidad cuando a otros les resultará tan fácil dividirnos? Para mí, este es un tema importante de preocupación. Es esencial que el Convenio generalice el mecanismo de la mayoría cualificada en la política comercial, como para el conjunto de las otras políticas comunitarias. Además, el carácter mixto de las competencias – comunitarias y nacionales - crea situaciones inexplicables y que afectan a la credibilidad de la Unión. ¿Cómo puedo explicar a nuestros socios, en el ámbito que me concierne, que, de hecho, adoptamos dos acuerdos, uno comercial, que puede entrar en vigor a partir de la firma y la ratificación por el Consejo y otro, correspondiente a los aspectos políticos y de cooperación al desarrollo, que debe esperar a veces 7 años para entrar en vigor? Cuando nuestros socios creen haber celebrado un Acuerdo de Asociación con la Unión Europea, descubren que, en realidad, se trata de un acuerdo con 16 socios, y en breve 26, la Comunidad y cada uno de sus Estados miembros. Un último tipo de obstáculo para la eficacia de la política comercial es que cada vez hay más negociaciones internacionales que tienen una dimensión comercial. Por ejemplo, las normativas sobre protección del medio ambiente o las normas sanitarias. En estos ámbitos, la competencia comunitaria externa no está claramente establecida de entrada, mientras que sí lo está internamente. Más exactamente, lo está en virtud del principio jurisprudencial de que sólo las materias que son objeto de una legislación comunitaria interna forman parte de la competencia externa de la Comunidad. 4 Capítulos enteros de estas políticas permanecen así en el ámbito borroso de la competencia compartida entre la Unión y sus Estados miembros. Así, la competencia exclusiva en materia comercial se ve socavada en temas que están íntimamente vinculados con ella. Y las decisiones se toman por unanimidad, mientras que el método de decisión interno es la mayoría cualificada. ¿Se ha visto alguna vez que un equipo de fútbol juegue con reglas de juego diferentes la fase de calificación y la fase final de la Copa del mundo? Por esta razón no puedo sino acoger con satisfacción las reflexiones de Louis Michel y suscribir el consenso que parece alcanzarse en su grupo para prever que el componente externo de las competencias comunitarias se decida según las mismas normas, es decir, por mayoría cualificada. (Q sHJXQGR OXJDU OD QXHYD YLVLELOLGDG GH ODV FXHVWLRQHV FRPHUFLDOHV \ HO LPSHUDWLYRGHOHJLWLPLGDG. La política comercial siempre ha sido un tema sensible. Al regular la división internacional del trabajo, pone en cuestión a puestos de trabajo, cualificaciones o logros consolidados. Pero hoy día es el teatro de un enfrentamiento más permanente entre la globalización y preferencias colectivas que son indicadores de identidades, o incluso de soberanía, como atestiguan los debates sobre el aspecto social, sobre el medio ambiente o sobre el principio de cautela. Eso exige más responsabilidad, más transparencia, y más control político. Ahora bien, nuestros mecanismos institucionales no están adaptados. La carencia más flagrante es la exclusión del Parlamento Europeo del proceso de toma de decisiones. A pesar de la propuesta de la Comisión, el Tratado de Niza no previó la asociación del Parlamento Europeo a la celebración de los acuerdos comerciales. Y ello tras casi 10 años de que, para que el Parlamento Europeo pudiera dar su dictamen sobre los acuerdos de la Ronda Uruguay, hubiéramos utilizado la artimaña de sus consecuencias institucionales, es decir, ¡una base distinta del artículo 113 de entonces! A mi juicio, ésta es una fuente de debilitamiento de la legitimidad de la política comercial, siendo así que habría sido mucho más provechoso el aumento de la responsabilidad del Parlamento Europeo si éste hubiera participado en la decisión. Los esfuerzos actuales de la Comisión para informar mejor al Parlamento Europeo y asociarlo en mayor medida a nuestras opciones no bastarán para colmar este vacío. Como para el conjunto de las otras políticas comunitarias, espero que el Convenio sepa dar este nuevo poder al Parlamento Europeo como ha recomendado el grupo de Giuliano Amato. Pero hay otro tema de preocupación para la legitimidad a largo plazo de la política comercial. Se trata de la insuficiente transparencia de los trabajos del Consejo y, en consecuencia, la falta de información no sólo del Parlamento Europeo sino también de la sociedad civil y los parlamentos nacionales. Cuando actúa en calidad de legislador, vemos desarrollarse un consenso para que el Consejo discuta y decida públicamente. Ésta será una primera forma de remediar este problema. Queda por inventar una fórmula con la que el debate con la sociedad civil pueda encontrar un lugar de expresión más permanente. La Comisión se comprometió con esta vía y seguirá en este sentido. El Parlamento Europeo podría ser un enlace natural. ¿No podría el Parlamento Europeo crear un Comité de consulta con la sociedad civil sobre la política comercial, que consolidaría la práctica actual de las audiencias públicas? 5 Otra sugerencia: ¿Por qué no extender ese mecanismo de consulta a representantes de los parlamentos nacionales, dado que aún está en gran medida por desarrollar el debate nacional sobre lo que está en juego en el terreno comercial? Como pueden ver, nada es perfecto. Los logros que se han considerado más positivos - de los que forma parte la política comercial - también se tienen que perfeccionar. Ateniéndome a las mejoras de carácter constitucional, me parece que las que acabo de sugerir cubren perfectamente los objetivos del Convenio: eficacia, legitimidad y simplificación. Voy a referirme ahora a lo que podría inspirar el resto de su trabajos en el ámbito de las relaciones exteriores de la Unión. En el fondo, ¿cuál es la receta de una acción exterior eficaz y legítima? A mi juicio, la fórmula es el equilibrio dinámico entre el contenido de las políticas y el proceso de toma de decisiones. Ya lo he dicho: para tener éxito, una política común debe, en primer lugar, apoyarse en una voluntad de actuar conjuntamente y en una plataforma ideológica compartida. ¿Existe la voluntad de actuar conjuntamente en el ámbito de la política exterior? El Convenio deberá responder a esta pregunta, de la que se deriva todo lo demás. En este sentido, no hay compromiso posible. Debemos evitar utilizar el argumento de la coherencia como coartada para la disolución de políticas que dan resultados cada día. Me explicaré. Si el objetivo es efectivamente llegar a una política exterior más integrada, es decir, aprovechando toda la gama de los instrumentos posibles, entonces la localización de las competencias, agrupadas bajo una cobertura común, sólo puede realizarse en el seno de la Unión y, permítanme añadir, en la fusión de los tres pilares. Cualquier otra solución llevaría el germen de la destrucción del acervo y, con él, de la política comercial. En cuanto a la plataforma ideológica, ¿tenemos razones para inquietarnos? No creo que sea así. Entre los europeos hay ya un consenso bastante generalizado sobre los objetivos y los principios de nuestra política exterior. Los objetivos se agrupan en torno a un tríptico: paz, multipolaridad y desarrollo sostenible en el sentido amplio del término, económico, ecológico y social. Nuestros compromisos en el campo de la prevención de conflictos, nuestro apoyo a la formación de entidades regionales, nuestro liderazgo con ocasión de la última cumbre de Johanesburgo lo demuestran claramente. Los principios de acción se derivan fácilmente de estos objetivos: la regla del derecho por oposición al derecho del más fuerte, prioridad del multilateralismo por oposición al unilateralismo y solidaridad en favor de los países más pobres. ¿Tan difícil es traducir estos valores comunes en una acción común? No creo que sea así, siempre que previamente se haya desarrollado un debate de fondo. Ningún Estado, ningún parlamento nacional aceptaría remitirse a la Unión si este debate sobre los objetivos y los principios no se ha producido. O, en ese caso, nosotros no produciríamos más que tapaderas institucionales. ¿Hay que lanzarse inmediatamente a la acción? Apoyándome en la experiencia de la integración europea, yo soy de los que creen que se podría perfectamente alcanzar el objetivo final por etapas, de acuerdo con un calendario establecido. 6 Creo que la primera etapa debería consistir en proporcionar a nuestras relaciones económicas exteriores los instrumentos de los que hoy carecen. Y hay dos razones para ello. En primer lugar, la ausencia de una representación de la zona euro en el FMI o en el Banco Mundial, en especial, obstaculiza considerablemente todas nuestras políticas exteriores comunes, ya sea la política comercial, o también, como confirmará sin duda Poul Nielson, la política de desarrollo. Ejemplo reciente es nuestro silencio ensordecedor a propósito de la crisis argentina. Por otra parte, mientras que prácticamente todos los aspectos de la integración económica europea tienen ya una dimensión exterior, no seremos capaces de preservar este patrimonio común, ni menos aún de influir en el orden del día internacional, si no proyectamos al exterior nuestras políticas internas, nuestro modelo europeo. Me explicaré. En la mayoría de las organizaciones internaciones, y no sólo en la OMC, hay ya un orden del día legislativo, con votos, que afecta directamente al nuestro. La Unión Europea debe poder adoptar rápidamente decisiones conformes con nuestras prioridades políticas internas. Con demasiada frecuencia no es éste el caso, ya que la UE no actúa verdaderamente en común en ninguna de las grandes organizaciones internacionales, con excepción de la OMC. Llego ahora al segundo punto, el proceso de toma de decisiones. Como he dicho hace un momento, tenemos que lograr construir lo esencial, la confianza entre nosotros. (VWD FRQILDQ]D VXSRQH XQD PDQLIHVWDFLyQ GHO LQWHUpV JHQHUDO \ XQ FRQWURO SROtWLFR GH TXLHQ OR HQFDUQD En mi opinión, la manifestación y la defensa del interés general de la Unión no puede proceder de la mera suma de los intereses de los Estados miembros. Un Estado miembro siempre será sospechoso de pensar primero en sus intereses nacionales. En una Unión de Estados, y dado que desgraciadamente el sentido del interés común no es innato, la confianza tampoco viene dada. Por lo tanto, se necesita un PHFDQLVPR UHGXFWRU GH OD GHVFRQILDQ]D R PHMRU D~Q XQ catalizador de confianza, es decir, un órgano dotado de facultad de iniciativa y de capacidades institucionales, que pueda hacer propuestas, recibir un mandato y negociar para el conjunto de la Unión. Actualmente, la mera coordinación de posiciones ya no es suficiente. Jean Monnet, que el Presidente Giscard d'Estaing gusta de citar, decía textualmente: "Demasiadas veces me he topado con los límites de la coordinación. Es un método que fomenta el debate, pero que no da lugar a una decisión". Como ustedes han podido comprender, creo que este órgano catalizador de confianza ya existe y tiene nombre: la Comisión. Evidentemente, debe haber un control político del ejercicio del mandato y, después, para la aprobación de los resultados. En el caso de la política comercial, éste es el mecanismo que ha permitido progresivamente el establecimiento de una relación clara entre el negociador y sus mandatarios. En el fondo, el representante de la Unión sólo tiene fuerza frente a sus interlocutores si estos últimos han identificado con claridad el control político al que está sujeto a través de un mandato negociado políticamente y de los mecanismos de supervisión, tanto políticos como técnicos. Permítanme aquí sugerir un paralelismo entre la supervisión de la que es objeto el Comisario de comercio y la del Alto Representante: la diferencia es clara ... 7 Además, creo profundamente en las virtudes del debate político interno a la hora de elaborar la postura de la Unión. Dar un mandato y verificar, a continuación, su ejecución compromete la responsabilidad de quienes dan ese mandato. A partir de ahí, no es posible una carrera en solitario: cada Estado miembro, cualquiera que sea su posición, tiene la responsabilidad de defender la postura de la Unión. No me permitiría la presunción de enumerar los casos en los que no sucede así en materia de política exterior ... Dejo a otros la tarea de proponer cambios en determinados ámbitos de política exterior, como la defensa o la prevención de las crisis, para los que comprendo que se busquen acuerdos específicos. En cualquier caso, considero esencial que se llegue a una unificación de nuestros mecanismos en lo que algunos califican de "soft diplomacy". Pero me voy a situar en una posición pragmática: es perfectamente posible que en una primera etapa el control político de los Estados miembros sea más estricto de lo que lo ha sido en el caso de la política comercial. Lo que importa, a mi juicio, es dar el paso y confiar a un representante de la Unión la tarea de representarla y de comprometerla en las instancias internacionales. Y digo bien XQ representante. No se trata de hablar con una sola "voz", como dicen nuestros amigos los diplomáticos, sino por una sola "boca". Es menos elegante, pero sólo así podremos contar con la confianza de nuestros interlocutores en los momentos cruciales para adoptar decisiones con nosotros. ¿Qué cabe esperar de esta dinámica entre el procedimiento y el fondo? Si algo nos puede enseñar la experiencia es que una buena dosificación es garantía de eficacia y legitimidad. Y lo que es aún más importante, genera cohesión gracias al debate interno que precede a cualquier posicionamiento de la Unión. Una vez realizado este trabajo de "ajuste", la Unión es más difícil de dividir. Es más capaz de negociar y de hacer prevalecer lo que constituye, a mi entender, el núcleo esencial de una política exterior: una búsqueda infatigable, una articulación difícil, una tensión permanente entre valores e intereses. Esto es así para cada uno de nosotros, para nuestras familias políticas, para nuestras colectividades nacionales. Ha llegado el momento de que también lo sea para la Unión Europea. Son ustedes, señoras y señores de la Convención, quienes deben hacerlo posible. 8