Miradas - editorial agora

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Miradas
Ana P. Flores
Con los testimonios de:
Flora Cimorelli
Carmen Ramiro de Guede (Tota)
Diana Kordon
Cristina Cabib
Teresita Castrillejo
Rosa Isabella Valenzi
Flores, Ana
Miradas. - 1a ed. - Buenos Aires : Agora, 2009.
112 p. ; 20 x 14 cm.
Miradas
ISBN 978-950-9553-45-3
1. Derechos Humanos. I. Título
CDD 323
Fecha de catalogación: 09/02/2009
MIRADAS comienza con “M” de Memoria. En ella, pocas
veces registramos a todos aquellos anónimos que se opusieron
de mil maneras diferentes al fascismo, instalado en nuestra querida patria el 24 de Marzo de 1976.
Estas Miradas están basadas en hechos reales, que viví y
protagonicé junto a imborrables compañeros de ruta.
Valga entonces como homenaje, a los miles y miles de mujeres y hombres de nuestro pueblo que resistieron a la dictadura. A los que pelearon ayer, a los que pelean hoy, por un futuro
luminoso.
Diseño de tapa: Alejandro Saavedra, sobre obra de Diana
Dowek.
Fotografía: Alicia Coria.
Diseño gráfico: Vanesa Villalba.
© Editorial AGORA
Agrelo 3045 / Telefono: 011-4931-6157
www.editorialagora.com.ar
correo electronico: [email protected]
Ciudad Autónoma de Buenos Aires / República Argentina
Hecho el depósito que marca la ley 11.723.
Editado e impreso en la Argentina.
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Mi más profundo agradecimiento a Flora, Tota, Diana,
Cristina, Teresita y Rosa. Sus ejemplos de vida hicieron posible
que estas Miradas vieran la luz.
Me permito, tratando de seguir una coherencia con estos relatos, donde se entrecruza en forma continúa la realidad circundante con la personal, mencionar a Nicolás, mi hijo. Su impulso consecuente, ha contribuido a que este proyecto se hiciera
realidad.
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PRIMERA PARTE
Mirada
retrospectiva
I) Ese día…
…Era miércoles. Hacía muchos, muchos años que me preguntaba: ¿por qué odio tanto los días miércoles?. Buscaba y buscaba, revolvía, revisaba, hurgaba, buceaba, trataba de encontrar
motivos, trataba de comprender el por qué. Hasta armé una fórmula; más de uno me la escuchó enunciar: “el miércoles es un
día que está en el medio (siento una animadversión especial para los que se colocan en el medio), recién el jueves, empieza a tener un declive hacia el fin de semana”, decía...
Han tenido que pasar más de 30 años, para encontrar una
explicación aproximada a la realidad, que se lograra acercar un
poco más a una contestación de ese reiterado por qué?. Era
miércoles ese 24 de marzo. Ese fatídico miércoles 24 de marzo
de 1976.
Amanecimos con la noticia.
Recuerdo, el recuerdo, es tan nítido… Iba en el colectivo hacia el trabajo y a pocas cuadras de llegar lo divisé. Caminaba apurado y con la cabeza gacha, el delegado de la sección de Cuentas
Corrientes, un peronista que puteaba contra el gobierno de
Isabel Perón, como muchos, (me incluyo en esos muchos); pero
éramos también, aunque a veces no tuviéramos suficiente firmeza en el pulso, los que señalábamos a nuestros verdaderos enemigos: los golpistas. Por eso cuando me encontró en la empresa
no vaciló en decirme: “el otoño empezó mal”. Ni por asomo nos
imaginábamos que comenzaba algo más que una mala estación.
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Tampoco vacilamos en solicitar que se llamara una reunión
de Cuerpo de Delegados y plantear una medida en repudio al
golpe. Progresivamente fuimos disminuyendo. De nuestra primera propuesta: “Paro de actividades”, pasamos a: paremos un
par de horas, hagamos algo. Los antigolpistas estábamos en minoría y encima éramos mayoritariamente delegados del sector
administrativo. Perdimos. La mayoría, en el Cuerpo de Delegados abrigaba esperanzas; esperanzas alimentadas por usinas
nada inocentes, sobre que el golpe sería de tipo “peruanista” (se
le decía entonces, con aires nacionalistas y “democratistas”, en
alusión a Velazco Alvarado de Perú).
Alimentando esta desprotección, por otro lado, un traidor
como Casildo Herreras (Secretario General de la C.G.T.) diez
días antes, había declarado, en viaje a Uruguay; como para que
no quedaran dudas: “…yo me borré…”
La represión, que ya venía a un galope desenfrenado, había
desatado toda su furia, esa misma madrugada.
Comenzaba a asomar el siniestro panorama de los tiempos
por venir...
No fuimos los únicos. Si bien no lo supimos hasta mucho
tiempo después, (aún hoy la conciencia colectiva no lo registra
y el no registro responde a que se lo ha ocultado celosamente)
decenas de fábricas, privadas y estatales, seccionales ferroviarias, diferentes lugares de concentración de trabajadores, tanto
del campo como de la ciudad, discutieron medidas de repudio al
golpe ese mismo día.
En la mayoría de los casos con resultados como el obtenido
por nosotros. Los antigolpistas éramos minoría.
Otros lugares lograron hacer efectivas diferentes medidas.
Uno de los ejemplos más demostrativos fué el SMATA Córdoba.
Pararon todas sus fábricas. Esto en difíciles, qué digo difíciles?
dificilísimas condiciones, ya que su dirección había sido descabezada como parte de los preparativos golpistas. Algunos de sus
dirigentes encarcelados, su secretario general, René Salamanca
con orden de captura hasta esa misma madrugada, durante la
cual fue secuestrado. Pese a todas las dificultades, esas fábricas,
en algunas de las cuales trabajaban miles de obreros, decidieron
parar.
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II) Días sucesivos…
Dos o tres hechos, fueron demostrativos de lo que se nos tenía reservado a los habitantes de esta tierra.
En nuestro lugar de trabajo, en el mismo edificio, convivíamos el sector de producción (los obreros) y el sector administrativo. Teníamos dos entradas diferentes, de ingreso de personal.
A los pocos días del golpe, como todas las mañanas, llego al
trabajo y cuando voy a ingresar me topo con una mesa antepuesta al ascensor, es decir bloqueando su ingreso, con dos personas de vigilancia, una de las cuales era una mujer que tenía la
orden de revisar nuestras carteras y bolsas.
Fue una sorpresa total, quizás fue mi buena suerte, que me
permitió reaccionar como reaccioné en ese momento, la verdad
no sé... Yo llevaba en la bolsa algunos papeles que se podían definir como “comprometedores”. Hice el gesto de darle la bolsa y
ocultar alevosamente la cartera donde no tenía nada. La reacción fue la deseada: la vigilante me hizo pasar la bolsa y se dedicó a revisar minuciosamente mi cartera.
Contado hoy, a esta distancia, no provoca ni siquiera estupor: puedo asegurar que ese día llegué a mi sección temblando.
También sirvió de aprendizaje: desde ese día esos “papeles”
siguieron entrando a la empresa amparándose en la creatividad
popular, que por suerte es infinita.
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Nos enteramos que en la entrada correspondiente al ingreso del personal de planta, había sido armado el mismo mecanismo.
Para los obreros que usualmente eran revisados a la salida
de la fábrica, el mecanismo funcionaba de la siguiente manera:
cada tantos obreros que pasaban, sonaba una chicharra, era revisado el que estaba pasando en ese momento. A este control se
le sumaba que ahora, los revisaban uno a uno a su ingreso.
El segundo hecho fue de mayor tensión colectiva.
Deberían haber pasado un par de meses desde la instalación
de la dictadura. Sería mayo o junio.
Llegaron en camiones. Un contingente del ejército copó la
empresa. Pululaban, sus uniformes verdes estaban por todos lados. Modales de bestias, gritos estridentes. Su objetivo: in-ti-midar-nos. Sembrar el terror. Demostrar quién era el amo y señor
de todo cuanto existía. Nos hicieron abrir cajón por cajón de cada uno de nuestros escritorios. También ese día habíamos ingresado “papeles” como le dijo un compañero a una compañera “peligrosos para la dictadura”; y estaban en mi poder. Mis
compañeros de sección, que para decir verdad, en su momento
me habían votado como delegada, pero muy pocos, si bien las respetaban, compartían mis ideas, los hicieron desaparecer en un
abrir y cerrar de ojos. El doble piso de sistemas sirvió de escondite imbatible.
El Cuerpo de Delegados no había vuelto a reunirse, ya que,
cualquier actividad gremial había sido prohibida. Ahora avanzaban a desmembrarlo. Mientras con dolor mezclado con bronca,
presenciábamos como algunos arreglaban su retiro, a mitad de
año nuestro delegado general de Administración, que formaba
parte de la Comisión Interna fue despedido. Causa: ser un firme
defensor de los derechos de los trabajadores. Y como parte imprescindible de esta defensa, su inclaudicable posición antigolpista antes del 24 de marzo y su firme posición de resistencia a
la dictadura desde el mismo 24 de marzo en adelante. Los compañeros de administración juntamos su sueldo mes a mes durante el resto de todo ese año 1976. Todos los meses realizábamos una colecta a tal fin. El miedo, el no te metas, etc.etc. no
pudo impedirnos practicar la solidaridad, con un compañero
que se había ganado toda nuestra confianza y todo nuestro respeto y cariño.
A las mujeres, nos hicieron ir a los baños para abrir los armarios donde dejábamos nuestros abrigos, algunas otras prendas también, ya que la empresa nos proveía de guardapolvos y
era también el lugar donde dejábamos los elementos para nuestra higiene personal femenina. No respetaban nada.
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III) Meses Posteriores…
El clima era cada vez más denso. Sin embargo, no fue impedimento para que realizáramos una manifestación en conmemoración del Cordobazo el 29 de Mayo en Primera Junta. Si
bien participamos varias decenas de personas, la misma contó
con el ostracismo más absoluto de los medios de comunicación.
La hicimos en momentos, en que en la Argentina se asesinaban
entre 70 a 100 personas por día, hecho que nosotros como la
inmensa mayoría de la población todavía desconocíamos.
Cada día que pasaba nos íbamos enterando de más atrocidades. Sin duda, las mismas hubieran logrado hacer palidecer al
régimen nazi.
A los emblemáticos casos sucedidos en la misma madrugada del 24/03/1976: los asesinatos del mayor Bernardo Alberte,
peronista, edecán del Gral. Perón durante su segunda presidencia, delegado de Perón durante una parte de su exilio en
Madrid, la que coincide con los años de la dictadura de Onganía,
y secretario del Movimiento Peronista, y de Isauro Arancibia,
uno de los fundadores de la Confederación de Trabajadores de
la Educación de la República Argentina (CTERA), dirigente de
la Agremiación de Trabajadores de la Educación Provincial
(ATEP) gremio de base de CTERA en Tucumán, y el secuestro
de René Salamanca, comunista revolucionario, dirigente sindical clasista, Secretario General del S.M.A.T.A Córdoba, se sumaban decenas, centenares de casos de dirigentes sindicales,
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políticos y religiosos como el asesinato de Monseñor Angelelli y
de curas y personas que trabajaban con él en la diócesis de La
Rioja.
Miles y miles de obreros, docentes, profesores, empleados,
estudiantes, técnicos, profesionales, amas de casa, obreros rurales, campesinos, productores agropecuarios, comerciantes, empresarios, periodistas, escritores, artistas, deportistas, eran secuestrados de sus casas, lugares de trabajo, en plena calle, en
cines, en negocios, en iglesias, en aulas, en hospitales, en campos; y no se sabía, nunca más, nada de ellos. Era como si se los
tragara la tierra. Así supimos que ocurrió con algunos activistas
de nuestro lugar de trabajo.
Incontables lugares eran copados por unidades de las fuerzas armadas, con contingentes que permanecían instalados día y
noche, durante meses, así fue en fábricas como la Mercedes Benz,
la Ford , la Chrysler, el INTI, el INTA por nombrar sólo algunos.
Este clima agobiante, irrespirable, de persecución cotidiana,
se alimentaba con hechos espeluznantes, como el de los Padres
Palotinos en la Iglesia de San Patricio, macabros hallazgos, como
la aparición de un camión por Pilar con decenas de cadáveres
colgados de ganchos de carniceros y otro del mismo tenor en pleno centro de la capital. Comenzaban a aparecer flotando cadáveres en las costas de Uruguay, llevados por las corrientes…
En medio de este horror, venciendo el miedo instalado, en
octubre de 1976, un gremio, el de Luz y Fuerza cuyo secretario
general era Oscar Smith, comienza una huelga. A la distancia
(estamos hablando de octubre/1976) podemos calificarla sin
exagerar de una huelga heroica. Y podemos agregar que el solo
hecho, de haber tenido esa actitud digna como dirigente sindi18
cal le valió a Oscar Smith, su secuestro y desaparición en el mes
de febrero/1977.
Ese era el precio, precio demasiado alto, elevadísimo, por
defender conquistas y derechos. A pesar de todo, una resistencia, en la mayoría de los casos sin estridencias, silenciosa y persistente, aprendiendo de cómo el agua horada la piedra, iba intentando tomar forma.
Contemporáneamente a esto me va a buscar un grupo de civil a una dirección que tenía asentada en la Facultad, ya que había cursado algunas materias de Sociología. Se presentan como
Concentración Nacional Universitaria (C.N.U.) Van a la casa de
departamentos y recorren el barrio. Mis padres hacía un tiempo que se habían mudado de esa dirección. El encargado de la
casa de departamentos conocía la nueva dirección de mis padres. Lo unía a ellos –fundamentalmente a mi mamá–, lazos
afectivos profundos, ya que ella había logrado hacer reaccionar
a su hijo, cuando era un bebé, de unas terribles convulsiones.
No sólo, no les entregó la dirección de mis padres sino que sin
dudarlo y dejando pasar un tiempo prudencial, a las horas, le
fue a avisar a mi mamá, a la que le dijo que me comunicara que
tuviera mucho cuidado porque la mano venía muy pesada.
Yo ya no vivía con mis padres, nos habíamos mudado poco
tiempo antes del golpe a un diminuto departamentito de 1 ambiente con una de mis hermanas, respetuosa de mis ideas que si
bien compartía desde lo teórico no en la práctica cotidiana.
Recuerdo que teníamos un sofá, del cual se sacaba una cama de
abajo; ese sofá, una mesa, un par de sillas y una biblioteca era
todo lo que entraba en ese único ambiente.
Por ese tiempo, me piden si puede quedarse en casa una
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compañera que venía del interior corrida por la represión. Lo
hablé con mi hermana que no opuso ninguna resistencia a recibirla, aunque era totalmente consciente del peligro que ello implicaba. Estuvo algunos días en nuestro departamento, compartimos la cama (de las dos que teníamos, la más grande). Jamás
supimos nada de ella, ni de dónde venía, ni hacia dónde iba.
Después de los días que necesitó vivir en casa, se fue tan silenciosamente como vino.
IV) Un año después…
Al cumplirse un año del golpe de Estado la situación era absolutamente desastrosa.
La Argentina se había convertido en un gran campo de concentración.
Hacía un año que vivíamos esta terrible noche, pero todo
parecía indicar que la oscuridad era todavía más impenetrable
que a sus comienzos.
Las vivencias personales ayudaban para que esto se sintiera
así. A mitad de año me despiden. Causa: haber sido elegida, en
su momento, delegada. Flotaba en el motivo del despido, la nefasta Ley de Seguridad Nacional.
El día del despido me impide el ingreso a la empresa la ya
mencionada vigilancia de la puerta. Yo me quedo en la vereda y
aviso a los que van llegando, entre ellos el jefe de mi sección con
el que habíamos, desde ya, tenido posiciones muy diferentes, en
más de una oportunidad, pero siempre en el marco de un mutuo
respeto. Para hacer honor a la verdad, debo decir que le comunica a la vigilancia que bajo su responsabilidad yo voy a ingresar
con él a charlar a su oficina. Efectivamente lo hacemos, conversación que dura unos pocos minutos, suficientes para arreglar
vernos unos días después, donde él iba a tratar de llevarme algunos contactos para ver si me podían dar trabajo, si bien no
era mi prioridad en esos momentos. Esta entrevista se realizó a
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los pocos días. Pero no fue por esta vía que conseguí, tiempo
después, un nuevo trabajo.
Volvamos a la empresa. A los minutos llega la vigilancia a
la oficina de mi jefe y dicen que tienen orden de llevarme a la
Gerencia de Relaciones Industriales, ya que el gerente habiéndose enterado que me habían hecho entrar, quiere verme y hablar conmigo. Soy escoltada como si fuera una delincuente.
Tenemos una conversación muy tensa donde la frase que me
acuerdo puso fin a la misma, fue cuando le dije: “Mala suerte
doctor la suya: tiene que seguir echando buenos empleados”.
Porque nosotros éramos combativos, nos prendíamos en todas,
la lucha era casi un principio indiscutible, pero un mínimo reflejo y salvando las distancias, habíamos aprendido algo de eso
que había impulsado y practicado Salamanca: que los dirigentes
tenían que rotar cada tanto a la producción. Nosotros cuando
no teníamos que cumplir funciones de delegados, éramos intachables empleados. A partir de ese momento cumplen a rajatabla la orden terminante que les habían dado: no podía permanecer ni un minuto dentro de las instalaciones de la empresa.
Semanas después escribo una carta que reparto a la hora de
entrada de administración en las paradas de colectivos. Era demasiado peligroso hacerlo en la puerta misma de la empresa.
Todos aquellos a los que pude abordar recibieron sin ningún
problema mi carta, en la que denunciaba la situación que vivíamos, marcando a fuego como responsable a la dictadura violovidelista. En algunos de sus párrafos decía…
tonces porque pretenden someternos haciéndonos agachar
la cabeza hasta aplastárnosla. Porque pretenden romper
nuestra unidad con los compañeros de fábrica.
Me despiden por ser una argentina que nunca ha dudado en
defender nuestra patria contra las garras del imperialismo
de turno, teniendo conciencia de que si no defendemos el suelo donde nacimos no nos estamos defendiendo nosotros mismos. Porque permitiendo que nuestra patria sea fácil presa
de uno u otro imperialismo también lo seremos los trabajadores que la formamos.
¿Quiénes me despiden? Son aquellos que durante el gobierno
de Isabel Perón no vacilaron en deteriorar la producción,
suspender a padres de familia, con el objetivo de dar paso a
los planes de Videla y Martínez de Hoz. Y son los que hoy,
merced a esos planes, se llenan los bolsillos a costa nuestra y
de nuestro trabajo.
Desde la implantación de la dictadura de Videla, la peor en
nuestra historia de argentinos, la patronal ha aprovechado
para apretar el torniquete de la explotación y la represión
en fábrica…”
Agosto/1977
Los compañeros que pudieron recibirla, se las alcanzaron a
los que venían por otro lado y a los cuales me había sido imposible abordar. También armamos un mecanismo para que entrara a
fábrica. Un compañero con su coche me vigilaba a poca distancia.
“Mis cinco años de trabajo en la empresa, hablan con claridad de mi desempeño como trabajadora, reconocido en estos
últimos días por mis superiores inmediatos. Me despiden en-
Desde lo represivo, el ambiente era asfixiante. Su correlato,
una situación socio-económica cada día más difícil para el conjunto del pueblo.
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Había caído a límites inimaginables el poder de compra. Miles
de chimeneas habían dejado de funcionar con su respectiva consecuencia de desocupación. Su contracara: la bicicleta financiera
comenzaba a instalarse gracias a la política económica del ministro de Economía José A. Martínez de Hoz. La famosa 1050 dejaba,
mientras tanto, a miles de pequeños propietarios en la calle.
Necesité unos meses, para adecuarme a la nueva situación y
ponerme a buscar trabajo. Tenía una dificultad objetiva. No podía dar como antecedente de trabajo la empresa donde me habían despedido y tampoco podía decir que no había trabajado
durante casi cinco años ya que en mi especialización implica un
siglo de no estar actualizada. Entonces uno de mis ex-compañeros, que brindaba servicios por su cuenta a otras empresas,
me otorga certificados de trabajo falsos, donde consta que había
trabajado con él, durante gran parte de esos casi cinco años.
Con esos certificados de trabajo, y unos buenos antecedentes
míos que brindó un vendedor, al que consultaron, a los tres meses entré a trabajar.
Fue el 30 de abril de ese año, abril de 1977. Sencillas mujeres llevadas por el amor a sus hijos, comenzaron a reunirse en la
plaza, en nuestra plaza, en la plaza que ha sido testigo de grandes acontecimientos protagonizados por el Pueblo y la Nación
Argentina. Como casi siempre sucede con los grandes protagonistas de la historia, ellas ignoraban absolutamente la trascendencia que tendría su decisión.
Habían nacido las Madres de Plaza de Mayo.
Los certificados me los dio un excelente compañero, quien
me los ofreció cuando supo que yo tenía dificultades para “rellenar” esos casi cinco años, pero los antecedentes los dio alguien
a quien yo no había visto nunca. Dicho vendedor, sí conocía a
mi hermano. El ambiente de sistemas en esos tiempos era muy
limitado y es como que casi todos se conocían. Cuando lo consultaron, él respondió dando buenos informes sobre mi trabajo.
Como le dijo a mi hermano: “…todo el mundo sabe que tu hermana es de izquierda pero a mi me preguntaron si hacía bien
su trabajo.” ¡Sin palabras!.
En esos meses que estuve sin trabajo, me enteré de la existencia de Ellas.
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