“El Amor Mariposa”, de Juan Meléndez Valdés - tras

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Comentario de “El Amor Mariposa”, de Juan Meléndez Valdés.
Por Rafael Roldán Sánchez.
Tema
El tema de este poema es la volubilidad del Amor.
Resumen
El Amor, molesto por el rechazo de unas muchachas, decide gastarles una
broma. Se transforma en mariposa y revolotea de un lugar a otro en busca de flores.
Cuando las muchachas lo ven, confundiéndolo con una mariposa real, intentan
atraparlo. Él, para que se diviertan con este juego, las esquiva de continuo. En el
momento en que más alegres y felices se encuentran las muchachas, el Amor revela su
auténtico ser, de modo que las muchachas intentan huir de nuevo, pero el Amor, sin
preferir a ninguna, las atrapa una tras otra con facilidad, puesto que aún conserva las
alas de mariposa.
Estructura
El texto puede dividirse en tres partes:
-Primera parte (Vv. 1º - 8º): causa del engaño planeado por el Amor.

Subparte (Vv. 1º - 4º): huida de las muchachas ante la presencia del
Amor.
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Subparte (Vv. 5º - 8º): enfado del Amor.
-Segunda parte (Vv. 9º - 32º): la broma del Amor.

Subparte (Vv. 9º - 12º): transformación del Amor en mariposa.

Subparte (Vv. 13º - 16º): elogio de la gracia del Amor como mariposa.

Subparte (Vv. 17º - 20º): vagabundeo de la mariposa por el campo.

Subparte (Vv. 21º - 32º): juego de las muchachas con la mariposa.
-Tercera parte (Vv. 33º - 44º): descubrimiento de la burla.

Subparte (Vv. 33º - 36º): transformación de la mariposa en el Amor.

Subparte (Vv. 37º - 40º): acoso del Amor a una y otra muchacha gracias
a las alas de mariposa.

Subparte (Vv. 41º - 44º): comparación entre el enamoramiento pasajero
del Amor y los hábitos de la mariposa.
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Comentario crítico
Este poema es una buena muestra del gusto de Meléndez Valdés por la poesía
anacreóntica. En este tipo de poesía, consagrada a la sensualidad y el disfrute de los
sentidos, el amor solía presentarse a través de una alegoría que le daba cuerpo y forma y
que lo envolvía en una historia, para que el lector compartiera más el placer de los
amantes que sus sentimientos. El lector se sumerge así en un ambiente donde el amor se
identifica con la alegría y la felicidad, porque, cuando el objeto del amor es el placer, el
sufrimiento del desamor y el desengaño no tienen cabida en él. El amor es simple gozo,
en todas las acepciones del término, y, por tanto, se desarrolla como un juego, el juego
de la seducción en el que el rechazo y la atracción son sólo actitudes simuladas para
estimular ese juego y avivar el deseo del otro.
Esta concepción del amor se revela admirablemente en el papel que corresponde
a las “zagalas” en el poema. Primero, huyen de las “armas” del dios Amor, porque no
quieren ser alcanzadas por sus flechas y quedar enamoradas. Pero hay que pensar en la
ambigüedad del término “armas” que, dentro del tono festivo del poema, puede aludir a
las “armas” eróticas con que la naturaleza ha dotado al sexo masculino. Las muchachas
estarían, quizás, escapando de un acercamiento brusco y directo del Amor, donde no
habría lugar para la confusión entre el amor y el juego. Más adelante, sin embargo, se
dejan engañar y se embelezan ante la belleza de la mariposa. Quedarían opuestas dos
formas de Amor: una descarnada, donde se pretende alcanzar sin más lo que se desea, la
mujer; otra más sutil, donde el Amor es un arte cuyo fin es atraer al otro, fingir ser lo
que no se es, hacer que se confíe y despertar su interés y curiosidad hasta que, sin darse
cuenta, la persona amada resulta ser, tras este juego, la persona que está enamorada.
Vemos en el poema cómo el “Amor mariposa” logra despertar “en sus pechos incautos/
la ternura más grata”, (vv. 29-30) y cómo ellas se abandonan a ese sentimiento “dando
alegres risadas”, (v. 34), pleonasmo que revela que ya han sucumbido a la treta del
Amor, pues es éste el momento que él escoge para descubrir su traición.
El juego de la seducción desemboca en un intercambio de papeles entre el
amante y la amada, entre quien ama, que pasa a ser amado, y quien desdeña ese amor,
que pasa ahora a amar. Pero, como en la poesía anacreóntica el amor es más diversión
que pasión, el ciclo de la seducción no se detiene ahí, sino que vuelve a empezar de
nuevo para que ahora el seducido se convierta en seductor. O, al menos, así podrían
interpretarse los versos finales: “También de mariposa/ le quedó la inconstancia:/ llega,
hiere, y de un pecho/ a herir otro se pasa”, (vv. 41 – 44). Si el poeta achaca al Amor su
“inconstancia”, debe ser por contraste con la herida de amor que provoca en las
muchachas, que sería la herida de un amor fiel. Sin embargo, si el Amor va del pecho de
una muchacha al de otro, no puede permanecer en ninguno, es decir, el amor que sienten
las muchachas es igual de voluble que el del dios que las hiere. Lo propio de este amor
es no amar a nadie en concreto. Meléndez Valdés sugiere con ironía y habilidad esta
contradicción de un amor que no ama en la paradoja del verso 42º, “le quedó la
inconstancia”, al destacar que lo único inamovible en el amor, lo que “quedó”, es el
cambio, “la inconstancia”. En los dos últimos versos, el hipérbaton con que adelanta el
complemento “de un pecho” al verbo que lo rige, “pasa”, permite que el verso 43º
comience con el verbo “llega” y el 44º termine con el verbo “pasa”, con lo que la
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estructura de los versos refleja y enfatiza el movimiento de acercamiento, “llega”, y
retirada, “pasa”, que define al amor superficial y gozoso de este tipo de poesía.
En torno a este amor que “llega” y “pasa” y no arraiga en ningún pecho se
organizan también los demás elementos del poema. El desarrollo de la acción se sitúa en
un marco bucólico, recreación del mundo de los dioses latinos como corresponde a los
gustos neoclásicos. Al poeta le ha bastado un solo verso para introducirnos en este
espacio. La referencia “zagalas” en el v. 2º apunta a la condición de pastoras de las
muchachas, además de a su juventud, subrayada por el adjetivo “lindas”. Pero, además,
la hipérbole “mil lindas zagalas”, con su número desproporcionado, indica que se
trataría más bien de falsas pastoras, de un grupo de jóvenes que acude al campo a
divertirse y su huida del dios Amor formaría parte de esa diversión.
Aunque se dice que las muchachas huyen “medrosas”, (v.3º), “por mirarle con
armas”, (v. 4º), el Amor resulta tan poco temible que el poeta sólo cree apropiado para
describirlo el diminutivo: “los bracitos en alas/ y los pies ternezuelos/ en patitas
doradas”, (vv. 10º-12º). Los diminutivos dibujan la imagen de un amante dulce, infantil
y juguetón, tal y como ha sido retratado muchas veces el dios Amor, pero también tal y
como los poetas anacreónticos se imaginan al amante ideal, que embauca disfrazando
con ternezas su virilidad. Lo que temen las muchachas son las armas del Amor. No se
asustan del Amor, sino de amar, de estar enamoradas. ¿Por qué? Porque en el amor lo
divertido es incitar el deseo ajeno, alentar la esperanza en los corazones de los otros.
Enamorarse, por el contrario, puede llevar al sufrimiento, o al menos eso sugiere la
hipérbole que califica la trama del Amor como “una burla (…) extremada”, (vv. 7º - 8º).
Y el propio Amor entiende que en la reacción de las muchachas hay mucho más de
coquetería que de miedo, pues no reacciona ni con sorpresa ni con indignación. El
“picado” que retrata sus sentimientos en ese momento, destacado por el poeta mediante
un hipérbaton en el v. 5º, representa más la actitud del jugador que quiere la revancha
que la de un amante despechado.
Su metamorfosis en mariposa acentúa esta visión de las relaciones eróticas como
un pícaro juego. El poeta desposee al Amor de cualquier rasgo masculino, ya que
difícilmente se puede relacionar a la mariposa con la masculinidad. Puestos a identificar
la mariposa con una persona, se la identificaría más con la delicadeza y ternura de la
mujer que con las cualidades vinculadas generalmente al hombre. El estilo de los versos
en que se relata el periplo de la mariposa en su búsqueda de las muchachas, insiste en
remarcar esos atributos más bien femeninos. Primero, la belleza de la mariposa, que se
alaba hasta el extremo en las exclamaciones de la cuarta estrofa, cuya fuerza expresiva
se intensifica con el paralelismo de los vv. 14º y 15º, con el hipérbaton del v. 16º, que
coloca al sol en primer término del verso para indicar su inferioridad en contraste con la
mariposa, y, sobre todo, con la aliteración del verso16º, (“de su purpura y nácar”),
donde el brusco paso de la repetición tres veces de la vocal más cerrada, la u, a la
repetición el mismo número de veces, de la vocal más abierta, la a, genera una
impresión casi de euforia.
Tras la deslumbrante hermosura de la mariposa, en la siguiente estrofa triunfa la
gracia de la mariposa. En efecto, toda la estrofa está construida sobre recursos rítmicos
que crean la impresión de un movimiento ligero mediante la mezcla, aquí muy eficaz,
de recursos de repetición con pequeñas variaciones. El más obvio de estos recursos es la
anáfora de “ya” en los tres primeros versos de la estrofa, (17º - 19º), que evoca la
rapidez con que la mariposa va de un sitio a otro. La variación se introduce en este
recurso por la aparición de “y”, en lugar del anterior “ya”, al principio del v. 20º. Pero
esta “y” origina un nuevo recurso de repetición, un polisíndeton, que destaca ahora la
intención seductora del vuelo de la mariposa: “y otra ronda y halaga”. Se manifiesta
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con claridad, en este verso, que el errar de la mariposa de flor en flor persigue tan sólo
exhibir su belleza.
El otro recurso de repetición que sobresale es el paralelismo de los vv. 17º y 18º,
que, unido a variación semántica que implica la antonimia de los dos verbos con que
terminan estos versos, “se pierde” (movimiento)/ “se para” (quietud), sugiere que la
ligereza del vuelo de la mariposa viene motivada en parte por la propia ligereza de su
carácter, incapaz de detenerse en nada. Una última repetición es la del pronombre “otra”
seguido de un verbo al comienzo de los vv. 19º y 20º, que parece dar inicio a un nuevo
paralelismo que, sin embargo, queda truncado por una nueva variación, al aparecer en el
v. 20º un verbo en lugar del adjetivo del v. 19º, de manera que vuelve a prevalecer la
impresión de que no hay nada que detenga por mucho tiempo el aleteo de la mariposa.
Los recursos de repetición sugieren el movimiento armónico, grácil, del vuelo de la
mariposa; las variaciones, en cambio, indican que, en su vuelo, la mariposa vaga sin
descanso ni rumbo fijo.
Vemos, en conclusión, con qué esmero el poeta ha ido enlazando gradualmente
las cualidades más conocidas de las mariposas con aquéllas que definen el amor
anacreóntico. El vuelo ligero de la mariposa recuerda el galanteo alegre y superficial de
un amante, que insinúa lo que pretende, pero que nunca llega a decirlo del todo porque,
si así lo hiciera, el amor dejaría de ser una diversión. Sus colores llamativos declaran
que la esencia de este amor se encuentra en la apariencia, pues un amor que sólo aspira
al placer y al juego no puede ser seducido nada más que por lo superficial, por aquellos
aspectos tan livianos e intrascendentes como la el encanto de la mariposa. La necesidad
de la mariposa de libar de una flor a otra facilita al poeta ejemplificar la “inconstancia”
de este tipo de amor, que, a juzgar por los últimos versos del poema, es el único que
puede existir. Si el amor no es pasajero, caprichoso, ligero como la mariposa, no es
amor.
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