Crítica aparecida en el número 703 de Cuadernos Hispanoamericanos Enero de 2009 Saber gozar de Platón “Saber gozar. Estudios sobre el placer en Platón” es el título de una obra escrita por Beatriz Bossi para compartir algo que para ella es profundamente significativo: “El sabio acaba siendo el verdadero sibarita, no porque viva para el placer, sino porque, viviendo para el bien, es el único que está en posición de gozar de los mejores placeres de la vida” Esta frase cierra el libro; y la siguiente dedicatoria, entre otras, lo abre: “A mis hijos, Nicolás y Patricio, principales destinatarios ocultos de estas cuestiones vitales.” Y lo que hay entre medias es un estudio meticuloso y apasionado de cuatro diálogos platónicos (Protágoras, Gorgias, Fedón, República y Filebo), los cuales, a juicio de la autora, explicitan sin contradicciones la posición de Platón respecto al placer. En la introducción a su libro Beatriz Bossi afirma que los textos de Platón son susceptibles de una nueva lectura que, por un lado –siguiendo la línea de Charles Kahn-, ofrecería una visión unitaria de toda su filosofía, y, por otro, pondría esa unidad de sentido al servicio del problema filosófico del placer. Y esa idea unitaria la expresa la autora de muy diversas maneras –demasiadas quizás- a lo largo de su obra. Por ejemplo así: “Sócrates se enfrenta con diversos adversarios en diferentes situaciones. Sin embargo, podemos constatar que una misma tesis flota y reflota a través de todos los mares: el placer, i.e., el verdadero placer, el placer en cuanto tal, está siempre acompañado de una cierta medida que es preciso conocer. Ha de ser calculado o sopesado con antelación porque se presenta en un amplio espectro de posibilidades”. Y así: “A mi modo de ver, el poder de la sabiduría consiste en que determina y manda lo que es bueno, y una vez realizado resulta auténticamente placentero para el sabio porque trae serenidad al alma y la salva del movimiento impulsivo estéril. Calcular los placeres es conocer su medida, más allá de las apariencias”. Calculo y medida son dos palabras especialmente reverenciadas por Beatriz Bossi en esta obra obra; convencida –por influencia de Sócrates/Platón y seguramente también por la influencia de su propia experiencia vital- de que para gozar, para gozar de verdad, hay que alcanzar la sabiduría. ¿Qué sabiduría? Obviamente, la que destilan las obras de Platón. Sostener que la filosofía de Platón está al servicio del placer es una aventura hermenéutica arriesgada. Es difícil olvidar a Sócrates diciendo, en el Fedón, que “el placer no es una preocupación del filósofo”. Beatriz Bossi es consciente de ese riesgo y de estas palabras del maestro de Platón; pero su esfuerzo es fructífero y, tras un minucioso análisis de los cuatro diálogos elegidos, consigue que brille sobre ellos una sola idea. Y consigue además que esa idea rompa o, al menos, mitigue, el antipático dualismo cuerpo-alma que tan claramente delimita Sócrates en el Fedón o en la República; y, sobre todo, esa denigración de lo placentero que, aparentemente, caracteriza todas las opiniones y batallas dialécticas del Sócrates platónico. Uno de los más importantes escollos que Beatriz Bossi tiene que salvar es el así llamado “intelectualismo socrático”, que el propio Aristóteles creyó necesario refutar. Ese tipo de intelectualismo se podría resumir en esta frase: “Quien conoce el bien, hace el bien. El malo es, simplemente, un ignorante.” Aristóteles criticó esta idea de Sócrates alegando que el intelecto no siempre controla las pasiones; que no vale con saber para obrar bien. Beatriz Bossi, sin olvidar los argumentos aristotélicos, se arriesga a rescatar lo que parecía ser una ingenuidad de Sócrates y nos ofrece una interpretación novedosa que tiene gran potencialidad pragmática. Según esta autora, Platón dice lo siguiente en el fondo de sus obras: el placer y el bien son lo mismo. No hay placeres malos porque eso implicaría la existencia de bienes malos. Todos buscan el placer, tanto el hombre virtuoso como el que está esclavizado por las pasiones. Pero sólo el sabio, que sabe medir y calcular, que ha conseguido otorgar la soberanía a la razón, está capacitado para distinguir entre los placeres aparentes (que no dan felicidad) y los placeres verdaderos (que sí la dan). El ignorante no sabe que no hay que buscar el placer, sino el bien, a través de la virtud y del esfuerzo continuado, y que sólo así, paradójicamente, alcanzará un placer que ni siquiera puede imaginar. Por eso el ignorante vagabundea desesperado, bebiendo en placeres aparentes que aumentan su sed y le condenan a la infelicidad. El sabio y el ignorante buscan lo mismo: el placer de verdad (la felicidad); pero sólo el primero sabe que placer y bien son lo mismo. Según Beatriz Bossi la incontinencia, que Aristóteles denominó akrasia, sería entendible desde el intelectualismo socrático, pues aquel que hace algo esclavizado por la pasión cree que va a conseguir placer. Llegados a este punto, y seducidos por estas reflexiones sobre la sabiduría y el placer, cabría preguntarse qué hay que saber y hacer para ser sabio y, por lo tanto, para convertirse en uno de los privilegiados degustadores de los placeres verdaderos –que suponemos más suculentos que los aparentes-. La respuesta que vislumbramos dentro del círculo hermenéutico Beatriz Bossi-Platón-Sócrates es tan huidiza y hechizante como un arco iris. En primer lugar se nos dice que ese gran placer final será, simplemente, calma, paz en el alma, lo cual quizás no sea atractivo para todos los seres humanos –o sólo lo será para los pocos privilegiados que, en un momento de sabiduría, intuyan que esa paz es lo más sublime que se puede experimentar desde la condición humana-. Se nos dice además –vía Sócrates- que esa sabiduría que tiene la llave del placer no es meramente teorética, como sería la de Aristóteles y, por lo tanto, no es transmisible. Esta sabiduría que nos abriría las puertas al placer de verdad estaría ligada a una praxis, a un entrenamiento, a un esfuerzo… del virtuoso: del que es ya virtuoso; hasta el punto de que, apoyándose en un poema de Simónides, Sócrates-Platón-Bossi nos dirán que si difícil es llegar a ser sabio, serlo es imposible. Este viscoso nudo de palabras lo deshace Beatriz Bossi con esta interpretación: si somos virtuosos, tenemos la posibilidad de esforzarnos para alcanzar la sabiduría; pero nos resultará imposible mantenerla, pues, en tanto que seres humanos, nuestra razón está condenada a brevísimos instantes de soberanía. Y es más: la virtud –imprescindible para ser sabio- no es un don y no es enseñable. Sócrates-Platón-Bossi nos dirán algo tan alarmante como que es un regalo de los dioses. Esta referencia a unos dioses que nos concederían la virtud –y por tanto la posibilidad de acceso a la felicidadson el único guiño sustantivo que esta obra hace a la metafísica platónica. Pero es un guiño inquietante y hasta desmoralizador. Basta leer lo que afirma Beatriz Bossi en la página 149 de su obra: “La idea de que los hombres son posesiones –y hasta marionetas- de los dioses se mantiene en Platón en diferentes momentos y de hecho se repite dos veces en las Leyes.” Si somos marionetas de esos mismos dioses que nos concederán o no la gracia de ser virtuosos y, por tanto, la posibilidad de que, mediante el esfuerzo, podamos ser sabios y felices, ¿de qué nos vale lo que nos transmite Platón en sus obras? ¿Será que esta sabiduría está destinada realmente a ellos, que en realidad somos nosotros en otro plano ontológico? Pero Saber gozar es una obra que elude de la Metafísica. En todo momento parece que se están rescatando buenos consejos para que el ser humano pueda alcanzar la felicidad en vida: en esta vida, o en esto que llamamos “vida”. Sin más. Pero en la filosofía platónica la Metafísica es ineludible; y en concreto su descripción de los diversos mundos por los que circulan las almas. Beatriz Bossi da por sentado que los relatos sobre “el más allá” que aparecen en las obras de Platón son falsos: mitos solo salvables en cuanto recursos expresivos, alegorías que facilitan la comunicación de las cuestiones filosóficas. Pero las convicciones físicas y metafísicas de Platón son firmes y las expresa sin titubeos en sus obras. En la República, por ejemplo, Sócrates cita a Er, el armenio, cuya alma accedió al “más alla´” y pudo relatar después lo visto allí; porque así lo quisieron los dioses, para utilizarle como mensajero de la verdad. Y la verdad es que es allí, en el reino de las almas, y en presencia de Láquesis, se elije el tipo de vida que luego se vivirá. La sabiduría –almacenada durante la vida- habrá que desplegarla en ese momento, porque inmediatamente después se nos asignará un demonio que será el encargado de que esa vida elegida sea inamovible. Según lo anterior, la sabiduría que nos proporciona Platón a través de sus textos sólo la podremos utilizar cuando hayamos muerto y se nos ofrezcan –otra vez- diversos modelos de vida a elegir. No obstante las reflexiones anteriores, considero que Saber Gozar es un trabajo que, sin ser especialmente fluido ni ordenado, aporta sugerentes perspectivas de la filosofía de Platón desde un rigor académico al que no le falta pasión. Una pasión que quizás haya destronado más de una vez a la razón a la hora de “medir” y de “calcular” los textos platónicos. Beatriz Bossi en esta obra nunca ve contradicciones en esos textos, sino, siempre, aparentes contradicciones. Y el sabio bicéfalo formado por Sócrates y Platón será para ella, siempre, infalible. Pero la devoción, y sus consecuencias hermenéuticas, no impiden afirmar que estamos ante un buen libro de Filosofía. En él hay reflexiones cruciales sobre el arte de vivir… y muchos consejos para saber gozar de Platón –lo cual no es poco-. Pero sobre todo encontramos en él la mejor de las intenciones posibles: el amor. Este libro es en realidad un precioso regalo que una madre (Beatriz Bossi) ha hecho a sus hijos (Nicolás y Patricio), convencida de que Platón puede ayudarles a ser sabios y, por tanto, felices. Ni más ni menos. La contemplación de esta simbiosis entre la erudición académica y el amor de una madre puede regalarnos a nosotros, los lectores de la obra, muchos momentos de felicidad. Aunque no seamos sabios. David López Sotosalbos Noviembre 2008