PAUTAS DEL RETIRO MES DE NOVIEMBRE – 2010 DE LA

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CENTRO DE ESPIRITUALIDAD PAULINA
MÉXICO
PAUTAS DEL RETIRO MES DE NOVIEMBRE – 2010
DE LA SAGRADA ESCRITURA, BROTA LA VIRTUD DE LA ESPERANZA
INTRODUCCIÓN
Entre las virtudes teologales ocupa el segundo lugar la esperanza, virtud infusa que capacita al hombre para
tener confianza y plena certeza de conseguir la vida eterna y los medios, tanto sobrenaturales como naturales,
necesarios para alcanzarla, apoyado en el auxilio omnipotente de Dios. Aunque el motivo propio de la
esperanza es Dios, por voluntad del mismo Dios, también se puede poner en la Humanidad de Cristo, en la
Virgen, esperanza nuestra, Corredentora y Mediadora de todas las gracias, que no abandona a los hermanos de
su Hijo peregrinos en la tierra, y en los santos, que nos ayudan con su intercesión. Es por tanto la esperanza
cristiana una virtud teologal infundida por Dios. Teologal, porque tiene por objeto directo e inmediato al mismo
Dios, como la fe y la caridad. La esperanza, como hábito, reside en la voluntad, ya que su acto propio es un
movimiento del apetito racional hacia el bien, que es el objeto de la voluntad. Con estas mismas motivaciones
hemos querido en este mes, en el cual celebramos a aquellos que nos preceden en el reino de los cielos (Santos)
y a los que requieren de nosotros y del auxilio de nuestras oraciones (Difuntos) para crecer en la esperanza y en
el deseo de hacerlo todo cada día mejor para adquirir los meritos que necesitamos para formar parte de los que
gozan de la presencia de Dios.
POR LA ESPERANZA CONFIAMOS CON PLENA CERTEZA.
Calvino, Bayo, los jansenistas y algunos otros, dijeron que practicar el bien como la esperanza del premio de la
bienaventuranza, era inmoral y egoísta. Esta doctrina fue condenada en el Concilio de Trento. Su posición había
sido desautorizada por San Pablo a los Corintios: "El atleta se impone en todo una disciplina para ganar una
corona que se marchita; nosotros, una que no se marchita" (1 Cor 9, 25). "Nuestros padecimientos momentáneos
y ligeros nos producen una riqueza eterna" (2 Cor 4, 17). El fondo de la dificultad de los opositores a esta
virtud, era que consideraban que tenemos esperanza en Dios como si fuera un medio para el fin, es decir, lo
utilizamos. Pero no es así, pues por la esperanza esperamos de Dios porque sin él no podemos alcanzar su
posesión y su amor. Por la esperanza el cristiano se ordena y se subordina a Dios, no subordina él a Dios.
FUNESTAS FILOSOFIAS MODERNAS
El corazón del hombre contemporáneo late en una azorante situación de ansiedad y angustia. El hombre
apartado de Dios se encuentra en un callejón sin salida. Desconectado de su origen y su fin, no es extraño que la
angustia se apodere de su alma al verse «arrojado» sin rumbo en el torbellino del vivir. Este íntimo desasosiego
se acrecienta por la tremenda realidad actual; guerras, miseria, pobreza, inquietudes de todo orden. El mismo
creyente siente, a veces, el zarpazo del pesimismo que producen estas circunstancias adversas. Pero no entra en
los planes de Dios dejar al hombre abandonado al sufrimiento. Si bien el pecado introdujo el dolor en la tierra
como inevitable compañero del hombre, la divina Providencia puso en su humano vivir un elemento de
compensación que es necesario revalorizar hoy: la esperanza, cuyo fundamento es la indefectible promesa
divina del Redentor universal. La angustia del mundo tiene una solución; Cristo redentor. Fuera de El no hay
que buscar la salvación en ningún otro, pues no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo por el
cual podamos ser salvados (He 4,12).
EL EXISTENCIALISMO
Este clima de pesimismo ideológico práctico y de angustia desesperanzada ha sido creado por la filosofía
existencialista, que ha acentuado de manera aguda la idea de «nihilidad radical» de la existencia humana. El
hombre, según Heidegger, es «un ser amenazado de ruina, sin apoyo en el pasado, porque fue arrojado a la
existencia desde la nada; ni en el presente ni en el futuro, porque rueda al abismo de la muerte». Desde
entonces, «la cuestión acerca de la nada no sólo es una pregunta metafísica, sino abraza y comprende la
metafísica entera. El ser hunde sus raíces en la nada, vive transcendiendo o sobrenadando a esa nada y está
abocado a un fatal anonadamiento. De ahí que la muerte acecha la vida humana, que ha sido arrojada al mundo
para en él morir y que en él vive muriendo, pues ser, es morir. Y la angustia nos pone delante de nuestro propio
destino, que es el de ser para morir. Es lo que ha expresado Heidegger con la fatídica frase, radical oposición al
dogma cristiano: Ex nihilo omne ens qua ens fit. En el plano antropológico y ético, esta metafísica
heideggeriana de la existencia se traduce en una filosofía de la angustia y de la desesperación. No cabe actitud
alguna esperanzada y optimista ante la vida si la experiencia humana, la que descubre la dimensión de radical
finitud y temporalidad de nuestra existencia y nos da la conciencia de nuestro verdadero ser, fuera esta radical
nihilidad, de un ser-arrojado que emerge de la nada y se pierde en la nada de su origen. A tal filosofía de la
angustia y la desesperación, empeñada en cerrar la existencia humana en sí: misma, sin apertura a Dios, fuente
del ser y de la esperanza, se había ya opuesto Santo Tomás desde el mismo plano metafísico: «No es verdad que
el movimiento propio de un ser que procede de la nada se dirige a la nada. La dirección hacia la nada no es el
movimiento propio de la naturaleza, la cual siempre se dirige al bien, que es el ser; la dirección hacia la nada se
presenta precisamente por la falta de ese movimiento propio» Ser criatura significa, sin duda, «estar
sosteniéndose dentro de la naturaleza», como Heidegger dice, puesto que el ser creado ya no «es» su esencia,
sino que «se hace» entre los límites del ser y la nada; pero ser criatura significa, además, estar fundamentándose
en el ser absoluto y estar orientándose naturalmente hacia el ser divino al mismo tiempo». Desde entonces, «el
camino del hombre en camino», no es un desorientado ir y venir desde el ser y la nada; lleva al ser y se aparta
de la nada, lleva a la realización y no al aniquilamiento, aunque la realización «aún no» se cumple... Para el
hombre, que en su estado de hombre en camino experimenta ser criatura, el «ser que aún no es», sólo hay una
respuesta a esa experiencia, que no puede ser la desesperación, pues el sentido de la existencia creada no es la
nada, sino el ser...La única respuesta que corresponde a la situación real de la existencia humana es la
esperanza. La esperanza es justamente la virtud primaria correspondiente al estado de hombre en camino, es la
auténtica virtud del aún no. Surge así, toda una filosofía de la esperanza, capaz de contrarrestar la marcha
trágica del existencialismo o vitalismo ateos hacia la angustia y la desesperación de Heidegger, Nietzsche,
Hegel y Sartre. Nietzsche, llama a la esperanza la «virtud de los débiles» que hace del cristiano un ser inútil, un
segregado, un resignado, un extraño al progreso del mundo. Otros hablan de «alienación», que mantendría a los
cristianos al margen de la lucha por la promoción humana. Pero «el mensaje cristiano -ha dicho el Concilio-,
lejos de apartar a los hombres de la tarea de edificar el mundo..., les compromete más bien a ello con una
obligación más exigente» (Gaudium et spes núm. 34, 39 y 57, así como el Mensaje al mundo de los Padres
Conciliares, del 20 octubre 1962).
LA ESPERANZA Y EL DON DE TEMOR
Como el cristiano puede poner obstáculos a la ayuda de Dios mediante su gracia, Santo Tomás relaciona la
esperanza con el don de temor. Según él, el temor puede ser mundano; que para evitar un mal temporal no duda
en ofender a Dios; servil, que obedece a Dios por temor a su castigo, con castigos temporales o castigo eterno; y
filial que no quiere ofender a Dios porque le ama y teme su separación. Este temor filial es el relacionado con el
Don de temor.
EXCESOS EN LA ESPERANZA
A la esperanza se opone por defecto la desesperación y por exceso la presunción, como los pelagianos, que
esperan conseguir la bienaventuranza por las propias fuerzas naturales humanas. Lutero espera salvarse por la fe
sin las buenas obras, por eso él no admite más virtud teologal que la fe. Ni esperanza ni caridad. Calvino la
espera por la predestinación absoluta de Dios, con buenas obras o a pesar de las malas. Sin llegar a estos
extremos heréticos, es pecado de presunción contra la esperanza esperar con temeridad la bienaventuranza por
medios no ordenados por Dios. El que espera o pide la ayuda de Dios para pecar, peca gravísimamente. Pecar
por esperar en la misericordia de Dios, es abusar gravemente de la misma; si se peca por fragilidad, confiando
en la misericordia de Dios, no hay presunción, porque el motivo del pecado es la pasión y la debilidad humana;
no la esperanza de la misericordia y del perdón. Aunque es un pecado grave contra la caridad para sí mismo.
Esta es la doctrina de Santo Tomás (II-II, 21, 2) que acepta san Alfonso María de Ligorio. También, y este es
muy corriente, es pecado esperar la ayuda de Dios, cuando se ruega a Dios sin dar con el mazo. El que no se
prepara esperando que el Espíritu Santo le ayude, espera temerariamente, porque Dios no auxilia la pereza.
Santa Teresa escribe que "tenga esperanza el que haya practicado grandes virtudes". Y aconseja "esperar en la
misericordia de Dios, que nunca falta a los que en El esperan". Y San Juan de la Cruz: "Esperanza de cielo tanto
alcanza cuanto espera".
SIMBOLOS, EMBLEMAS Y METAFORAS DE LA ESPERANZA EN LA LITURGIA
Jesús había dicho a los Apóstoles: “Vuestra aflicción se convertirá en alegría”. La Liturgia visualiza el cambio
de la aflicción por la alegría en primer lugar y de modo antonomástico, con la brillantez del Cordero Vivo, pero
como inmolado, que es Cristo crucificado. En él se contempla la eterna providencia de Dios y su benignidad,
que no es indiferencia ni debilidad, sino suprema fuerza. Cuando admiramos la creación percibimos como el
canto de los ángeles, y nos unimos al canto del Aleluya Pascual. Viendo al Cordero, comprendemos lo que
significa la adoración. Todas las palabras del Resucitado rebosan alegría, la alegría de la liberación, por la que
nos dice: ¡Si vierais lo que yo he visto y veo!... Cuando lo veáis, no lloraréis, sino reiréis. Antiguamente, el risus
paschalis, la risa pascual, formaba parte de la liturgia y la homilía pascual contenía una historia con vocación de
suscitar la risa, para provocar que la iglesia retumbase en carcajadas. Era una forma superficial y exterior de
alegría cristiana, pero en realidad era algo muy bello convertir la risa se hubiese un símbolo litúrgico. Y hoy
escuchamos todavía el juego de los ornamentos, la risa de las campanas, de la música, de las luces. Cuando
Haydn dijo, que cuando componía su música pensando en Dios sentía alegría, estaba cantando la esperanza:
«Yo, apenas quería expresar palabras de súplica, no podía contener mi alegría, y hacía lugar a mi ánimo alegre y
escribía allegro sobre el Miserere». La claridad y la alegría, unidas al pensamiento de la Pascua, evocan
necesariamente la Esperanza, que siendo inconcebible, pues nos es conocida sólo a través de la Palabra y no a
través de los sentidos y ahora pensamos con los sentidos, necesitamos ver esa Palabra representada por
símbolos. Por eso la esperanza es traducida desde siempre por símbolos que hacen presagiar lo que nos dice la
Palabra.
EL CORDERO NUESTRA ESPERANZA
Con la visión del Cordero vemos los cielos abiertos de par en par. Dios nos ve y actúa, aunque de forma diversa
a como pensamos. Desde él podemos pronunciar de un modo completo el primer artículo de fe: yo creo en Dios,
Padre omnipotente. Sólo a partir del Cordero sabemos que Dios es realmente el Padre y es realmente
omnipotente. Quien lo ha entendido no puede estar ya verdaderamente triste y desesperado. Quien lo ha
comprendido no experimentará la angustia extrema cuando él mismo esté en la condición del Cordero. La
esperanza nos invita, no sólo a escuchar a Jesús, sino a ver desde el interior. La esperanza nos anima, mirando al
que ha muerto y ha resucitado y a descubrir los cielos abiertos. Algo de la luz de Dios penetra en nuestra vida.
Y surge en nosotros la alegría. Cada persona en la que ha penetrado algo de esta alegría puede ser una apertura
por la que el cielo mira a la tierra y nos alcanza. Es lo que prevé la revelación de Juan: todas las criaturas del
cielo y de la tierra, bajo la tierra y en el mar, están colmadas de la alegría de los salvados. Y se cumple la
palabra que Jesús dirige en la despedida: «Vuestra aflicción se convertirá en alegría». Y, como Sara, los
hombres que creen, dicen: «¡ Dios me ha dado motivo de alegre sonrisa. Quien lo sepa, sonreirá conmigo!»,
escribe Ratzinger en Imágenes de esperanza.
NOS SACÓ DE LA ESCLAVITUD
Un obispo del siglo II, Melitón de Sardes, ciudad de Asia Menor, se expresa así: «Cristo bajó del cielo a la tierra
por amor a la humanidad sufriente, se revistió de nuestra humanidad en el seno de la Virgen y nació como
hombre... Lo apresaron como un cordero y como un cordero fue degollado, y de este modo nos rescató de la
esclavitud del mundo... Él nos sacó de la esclavitud a la libertad, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida,
de la opresión a una realeza eterna; e hizo de nosotros un nuevo sacerdocio y un pueblo elegido para siempre...
Él es el cordero mudo, el cordero degollado, el hijo de María, cordera sin mancha. Él fue tomado de la grey,
conducido a la muerte, inmolado hacia el atardecer, sepultado en la noche». Al final, el mismo Cristo, el
Cordero inmolado, dirige su llamamiento a todos los pueblos: «Venid, por tanto, vosotros que sois estirpe de
hombres manchados por los pecados, y recibid el perdón de los pecados. Yo soy, de hecho, vuestro perdón, yo
soy la Pascua de salvación, yo soy el cordero inmolado por vosotros, yo soy vuestro rescate, yo soy vuestro
camino, yo soy vuestra resurrección, yo soy vuestra luz, yo soy vuestra salvación, yo soy vuestro rey. Yo soy
quien os conduce a las alturas de los cielos, yo os mostraré al Padre que vive desde la eternidad, yo soy quien os
resucitará con mi diestra».
DANTE Y EL SALMISTA
Para el Beato Papa Juan XXIII, la segunda entre las siete «lámparas de la santificación» era la esperanza. Dante,
en su Paraíso (cantos 24, 25 y 26) imaginó que se presentaba a un examen de cristianismo. El tribunal era de
altos vuelos. « ¿Tienes fe?», le pregunta, en primer lugar, San Pedro. « ¿Tienes esperanza? », continúa Santiago.
«¿Tienes caridad?», termina San Juan. « Sí, responde Dante, tengo fe, esperanza y caridad». Lo demuestra y
pasa el examen con la máxima calificación. El que vive la esperanza viaja en un clima de confianza y abandono,
pudiendo decir con el salmista: «Señor, tú eres mi roca, mi escudo, mi fortaleza, mi refugio, mi lámpara, mi
pastor, mi salvación. Aunque se enfrentara a mí todo un ejército, no temerá mi corazón; y si se levanta contra
mí una batalla, aun entonces estaré confiado». Al salmista no le han salido siempre bien todas las cosas. Sabe
también, y lo dice, que los malos son muchas veces afortunados y los buenos oprimidos. Incluso se lamentó de
ello alguna vez al Señor. Hasta llegó a decir: «¿Por qué duermes, Señor? ¿Por qué callas? Despiértate,
escúchame, Señor». Pero conservó la esperanza, firme e inquebrantable. A él y a todos los que esperan, se
puede aplicar lo que de Abrahán dijo San Pablo: «Creyó esperando contra toda esperanza» (Rom 4, 18). Lo que
sucede, es que se agarró a tres verdades: Dios es omnipotente, Dios me ama inmensamente, Dios es fiel a las
promesas. Y es Él, el Dios de la misericordia, quien enciende en mí la confianza; gracias a Él no me siento solo,
ni inútil, ni abandonado, sino comprometido en un destino de salvación, que desembocará un día en el Paraíso.
EL ALELUYA
San Agustín un día de Pascua predicaba sobre el Aleluya. El verdadero Aleluya, dice, lo cantaremos en el
Paraíso. Aquel será el Aleluya del amor pleno; éste de acá abajo, es el Aleluya del amor hambriento, esto es, de
la esperanza. Una señora desconocida fue a confesarse con el Padre Luciani, después Papa Juan Pablo I, el de la
sonrisa. Estaba desalentada, porque -decía- había tenido una vida moralmente borrascosa. ¿Puedo preguntarle
cuántos años tiene? -Treinta y cinco. -¡Treinta y cinco! Pero usted puede vivir todavía otros cuarenta o
cincuenta años y hacer un montón de cosas buenas. Entonces, arrepentida como está, en vez de pensar en el
pasado, piense en el porvenir y renueve, con la ayuda de Dios, su vida. Y le hablé de San Francisco de Sales,
que habla de «nuestras queridos defectos». Y expliqué: Dios detesta las faltas, porque son faltas. Pero, por otra
parte, ama, en cierto sentido, las faltas en cuanto que le dan ocasión a Él de mostrar su misericordia y a nosotros
de permanecer humildes y de comprender también y compadecer las faltas del prójimo.
LA ESPERANZA PARA EL MUNDO
En el Concilio, los Padres Conciliares dirigieron un «Mensaje al mundo» que decía: la tarea principal de
divinizar no exime a la Iglesia de la tarea de humanizar. La Gaudium et spes y la Populorum Progressio,
presentando y recomendando las soluciones de los grandes problemas de la libertad, de la justicia, de la paz, del
desarrollo. Pero es un error afirmar que la liberación política, económica y social coincide con la salvación en
Jesucristo; que el Regnum Dei se identifica con el Regnum hominis. En Friburgo, durante la 85 reunión del
Katholikentag, se habló sobre «el futuro de la esperanza ». Se hablaba del «mundo» que había de mejorarse y la
palabra «futuro» encajaba bien. Pero si de la esperanza para el « mundo » se pasa a la que afecta a cada una de
las almas, entonces hay que hablar también de « eternidad ». En Ostia, a la orilla del mar, en una famosa
conversación, Agustín y su madre Mónica, « olvidados del pasado y mirando hacia el porvenir, se preguntaban
lo que sería la vida eterna » (Confes IX, 10). Esta es la esperanza cristiana; a esa esperanza se refería el Beato
Papa Juan XXIII y a ella nos referimos nosotros cuando rezamos: « Dios mío, espero en vuestra bondad la vida
eterna y las gracias necesarias para merecerla con las buenas obras que debo y quiero hacer. Dios mío, que no
quede yo confundido por toda la eternidad ». También nuestro Fundador el Beato Santiago Alberione, nos dirá
en el su libro “leed las Sagradas Escrituras” lo siguiente: el objeto de la esperanza es doble: el paraíso y las
gracias necesarias para conseguirlo. Veamos pues cómo la Biblia conserva vivo en nosotros el pensamiento del
paraíso y acrecienta la confianza de recibir de Dios los medios necesarios para merecerlo. Leemos en el libro I
de los Macabeos que Judas, escribiendo a los romanos para establecer con ellos una alianza de fraternidad y
amistad, les dice: “Ahora nosotros sin sentir necesidad (de estas alianzas), pues gozamos de la consolación de
los libros sagrados que tenemos en nuestras manos”, renuevan _ añaden seguidamente_ ese pacto de fraternidad
y concordia no por sentirse necesitados de los romanos, ya que en recibir la ayuda del cielo radica su única
esperanza, bien firme por estar en las promesas divinas escritas en la Biblia. La esperanza que comenzó a brillar
en el ánimo de Adán y Eva cuando, después del pecado, Dios les prometió al Redentor, fue creciendo hasta la
venida de Jesucristo. La esperanza del Mesías era muy viva no solo entre los hebreos, sino también entre los
paganos. Por considerarlo el príncipe de la paz y por haber sido anunciado por Isaías, todos anhelaban su
venida, deseando vivamente la paz. El magnífico ejemplo de esperanza de Job, quien, probado por Dios de mil
maneras, nunca se desanimó ni se abatió. Sabía que su Dios era justo y que se compadecería de él.
En los
momentos de mayor sufrimiento exclamaba: “Más bien sé que mi defensor está vivo y que él, el último, sobre el
polvo se alzará, y luego de mi piel de nuevo revestido, desde mi carne a Dios tengo que ver. Aquel a quien veré
ha de ser mío, no a un extraño contemplarán mis ojos; ¡y en mi interior se consumen mis entrañas!” (Job 19,2527). ¡Qué fuerza imprime a nuestra esperanza la simple lectura de este acontecimiento bíblico! Y si nuestra
esperanza se anima tanto leyendo los libros del Antiguo Testamento, ¿qué decir si leemos los del Nuevo? ¡Qué
sublime ejemplo de esperanza nos dio la Santísima Virgen cuando, invitada por las piadosas mujeres para que
las acompañara al sepulcro a embalsamar el cuerpo de Jesús, declinó la invitación porque creía firmemente que
su Hijo resucitaría, tal como lo había leído una y otra vez en los profetas!
TEXTOS PARA PROFUNDIZAR LA VIRTUD DE LA ESPERANZA
Lc. 2,29-32
1Cor 15,20-34
Sal. 25/26,1-12
Job 19,25-27
PARA REFLEXIONAR
1. Como persona que tienes la gracia de poder día con día vivir la virtud de la esperanza, pregúntate:
¿Con cuales actitudes de mi vida, reflejo a los demás que soy una persona de esperanza?
2. Frente al desanimo que puede invadir mi vida y la vida de los demás
¿Qué hacer para no perder la esperanza y animar a los otros para que no se dejen vencer y aumenten su
confianza en Dios?
3. En este momento particular de tu vida y en la distinta etapa en que te encuentres (aspirante, postulante,
novici@, profes@)
¿Qué consideras que podemos aportarle a nuestro mundo hoy, como signos de esperanza siendo Familia
Paulina?
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