Boletin 4 - Centro de asesoria educativa y psicologica

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Centro de Asesoría Educativa y Psicológica
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BOLETIN Nº 4 - MAYO 2008
LA RELACIÓN DE AYUDA EN EL DUELO
El diccionario de la Real Academia de la Lengua lo define como “Dolor, lástima,
aflicción o sentimiento. Demostraciones que se hacen para manifestar el sentimiento
que se tiene por la muerte de alguien”. También se refiere a la reunión de parientes y
amigos cuando alguien fallece.
El DSM-IV habla del duelo en los siguientes términos: “Esta categoría (diagnóstica)
puede usarse cuando el objeto de atención clínica es una reacción a la muerte de una
persona querida. (…) La duración y la expresión de un duelo “normal” varía
considerablemente entre los diferentes grupos culturales. (…) Como parte de una
reacción de pérdida, algunos individuos afligidos presentan síntomas característicos de
un episodio de depresión (…)”.
Todavía hoy se acepta como válida la distinción que Freud hizo, en 1917, entre duelo y
melancolía. El pesar normal, o duelo, no solo es el resultante de la pérdida de un ser
querido, sino que puede surgir de otro tipo de pérdidas. Freud caracterizó los rasgos
de este duelo normal como un profundo abatimiento, una falta de interés por el mundo
exterior, una menor capacidad de amar o interesarse por los demás y una inhibición de
la actividad. Sin embargo, la melancolía incluye todos esos rasgos mas uno adicional:
una disminución de la autoestima, expresada en auto-reproches…
El duelo, por tanto, constituye un impacto que afecta a todas o varias de las
dimensiones de la persona: física, emocional, mental, social y espiritual.
Hay que puntualizar, no obstante, que existen algunas ideas preconcebidas acerca de
lo que las personas deben vivir cuando sufren alguna pérdida irreparable. Dichas ideas
preconcebidas se reflejarían en la afirmación de que, para superar con éxito esta dura
prueba, la persona a de pasar por un período de intenso sufrimiento (depresión y
desesperación), pensando intensamente sobre dicha pérdida, para llegar a una fase –
relativamente corta- en la que se “acepta” plenamente la pérdida.
Es verdad, según nuestra experiencia, que es relativamente frecuente el bajo estado
de ánimo y la tristeza, pero no son ni universales, ni de una gravedad extrema. Por
otra parte, es innegable que hay muchas personas que no reaccionan deprimiéndose ni
sintiendo ese desgarro o desesperación que algunos estudios presentan como
prácticamente necesario para elaborar un duelo sano, lo cual no impide que
experimenten algún tipo de dolor. Otra cosa es la ausencia absoluta de sufrimiento
ante una pérdida, algo probablemente psicopatológico.
Por eso conviene puntualizar qué entendemos por “elaboración del duelo”.
La elaboración del duelo consiste en aprender a pensar sin culpa sobre la pérdida,
expresar los sentimientos que ésta provoca, compartiéndolos en un clima de respeto y
sin obsesiones, analizar las consecuencias que dicha pérdida está suponiendo para el
superviviente y poner en práctica conductas tendentes a afrontar la vida en toda su
riqueza. Y esto lo hacen muchas personas sin especiales ayudas externas.
Pero para aquellas personas que están teniendo dificultades en su ajuste emotivo o
práctico la elaboración del duelo constituirá una tarea beneficiosa, sabiendo que no se
trata de una experiencia pasiva, sino de un proceso lleno de dinamismo interno, en el
que siempre sirven de ayuda la escucha y la comprensión de los demás y el apoyo de
personas en la misma situación
FINALIZAR EL DUELO
¿Cuándo ha acabado el duelo? Muchas personas acuden a centros especializados
buscando que se les ayude a eliminar el inmenso dolor que, como un pesado fardo,
lastra sus vidas. Pero no siempre resulta fácil ni rápido. En cierto sentido, el duelo no
se acaba nunca; siempre nos quedará la pena, que hará que no volvamos a ser los
mismos de antes. Acertaremos a invertir nuestra energía y nuestro afecto en nuevos
roles, en nuevas tareas o en otras personas, pero el vacío dejado en nuestra vida por
la persona querida fallecida no se llena completamente. Q uizá la siguiente cita de una
carta de Freud a un amigo, cuyo hijo había muerto, nos resulte útil.
“Encontramos un lugar para lo que perdemos. Aunque sabemos que, después de
dicha pérdida, la fase aguda de duelo se calmará, también sabemos que
permaneceremos inconsolables y que nunca encontraremos un sustituto. No importa
qué es lo que llena el vacío, incluso si lo llena completamente; siempre hay algo mas”.
El duelo finaliza cuando la persona es capaz de hablar del fallecido (y con el fallecido)
sin el dolor que sacude todo el ser; cuando es capaz de pensar en él sin
manifestaciones físicas como llanto inconsolable, alteraciones del sueño u opresión en
el pecho; y, finalmente, cuando el superviviente es capaz de invertir sus energías y sus
afectos en nuevas relaciones, aceptando los retos que la vida le plantee. Ha
recuperado el interés por la vida (y por los demás) y se siente, de nuevo, esperanzado.
Superado el duelo, es una tristeza diferente la que ocupa el lugar. Muchas veces,
también la persona ha adquirido una visión distinta del mundo y de los demás, y otros
valores se erigen en principales para ella.
ES EL DUELO UNA ENFERMEDAD
Estrictamente hablando, no. Pero hay que tener en cuenta que el duelo es muchas
veces una desviación del estado de salud y bienestar. Se necesita un tiempo para
volver a un estado de equilibrio emocional.
Por otra parte, existen pruebas que nos llevan a afirmar la clara vulnerabilidad de la
persona en duelo. Este puede ser un factor en el desarrollo de una amplia gama de
trastornos físicos y emocionales. No se afirma que la pérdida y el pesar que conlleva
sea la causa del trastorno, sino que “el duelo pone a la persona en un estado de
vulnerabilidad física y, por tanto, puede ser considerado una enfermedad, si bien
temporal”.
Los datos de numerosos estudios demuestran un superior índice de mortalidad en
viudas, algún tiempo después de fallecido el marido.
La depresión clínica se desencadena en algunas personas como complicaciones del
duelo. Asimismo, es frecuente la expresión de reacciones en términos de síntomas
somáticos, como ardor de boca, trastornos gástricos, cefaleas, hipertensión, opresión
en el pecho y otros, sobre todo en personas de avanzada edad.
Por lo tanto, hay que decir que el duelo puede ser considerado como una enfermedad
cuando introduce factores de desequilibrio en uno o varios de los elementos de la
persona (el somático, el mental, el social, el emotivo o el espiritual). El equilibrio o la
armonía perdidos pueden ser recuperados por la persona misma o no. En este último
caso, lo más sensato es buscar ayuda.
Sin embargo, puede ocurrir que la persona que ha sufrido una separación irreparable,
como es la pérdida de un ser querido, busque un tipo de ayuda que, siendo
comprensible en su situación, no le ayude a crecer como persona. Trataremos de
explicarlo.
¿CONSOLAR O AYUDAR A VIVIR?
Toda separación de algo o alguien que apreciamos lleva consigo, como sello
identificativo, el sufrimiento. La vida esta jalonada de separaciones, de pérdidas.
Nuestra existencia se desarrolla entre la esperanza de vida y la angustia de muerte.
Hay que dejar de ser niño para alcanzar la madurez; se da la separación entre padres
e hijos; pero también podemos padecer la separación (pérdida) de la salud, o la
pérdida de fuerzas y lozanía por el deterioro orgánico en la vejez.
En la petición de ayuda puede fácilmente interpretarse como una petición de consuelo
más o menos explícita. Desde enfoques humanistas de la relación de ayuda, o desde
la religión, se ha caído a veces en este reduccionismo, entendiendo la práctica pastoral
como “la agencia que dispensa el consuelo de la religión”, o la actividad terapeútica
como un acercamiento que niega la angustia existencial.
El encuentro y el acompañamiento deben estar destinados a ayudar a vivir sin negar la
realidad de la muerte, ayudar a superar la angustia de la separación. Dicha angustia de
separación de la persona querida produce mucho sufrimiento y lleva a muchas
personas a aferrarse desesperadamente a los anhelos de recuperación del difunto o a
los objetos que le pertenecían.
La relación de ayuda de inspiración humanista, precisamente por que no pretenden
ignorar la finitud de la existencia, han de ayudar a amar la vida. Con palabras de Víctor
Frankl:
“Viviendo como vivimos en presencia de la muerte, como el límite infranqueable de
nuestro futuro y la inexorable limitación de nuestras posibilidades, nos vemos
obligados a aprovechar el limitado tiempo de vida de que disponemos y a no dejar
pasar en balde, desperdiciándolas, las ocasiones que solo le brindan una sola vez y
cuya suma “finita” compone la vida”.
Dicho esto, concluyamos este tema resaltando que la relación de ayuda en el duelo
tiene como objetivo lograr una estabilidad emocional aceptable, recuperando la
esperanza para seguir viviendo y actuando, y “resituar” al fallecido en la vida del
doliente de una manera distinta.
EQUIPO CAEP
NOTA : Tomado del libro LA RELACIÓN DE AYUDA EN EL DUELO, de Ezequiel Sánchez
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