LA GALLINA Y LOS PATITOS (JORGE BUCAY)

Anuncio
LA GALLINA Y LOS PATITOS (JORGE BUCAY)
Había una vez una pata que había puesto cuatro huevos.
Mientras los empollaba, un zorro ataco el nido y la mató.
Pero, por alguna razón, no llegó a comerse los huevos antes de huir, y estos quedaron
abandonados en el nido.
Una gallina clueca pasó por allí y encontró el nido descuidado. Su instinto la hizo
sentarse sobre los huevos para empollarlos.
Poco después nacieron los patitos y, como era lógico, tomaron a la gallina por su madre
y caminaban en fila detrás de ella.
La gallina, contenta con sus nuevas crías, los llevó a la granja.
Todas las mañanas, después del canto del gallo, mamá gallina rascaba el suelo y los
patos se esforzaban por imitarla. Cuando los patitos no conseguían arrancar de la tierra
ni un mísero gusano, la mamá proveía de alimento a todos los polluelos, partía cada
lombriz en pedazos y alimentaba a sus hijos dándoles de comer en el pico.
Un día como otros, la gallina salió a pasear con su nidada por los alrededores de la
granja. Sus pollitos, disciplinadamente, la seguían en fila.
Pero, de pronto, al llegar al lago, los patitos se zambulleron de un salto en la laguna, con
toda naturalidad, mientras la gallina cacareaba desesperada pidiéndoles que salieran del
agua.
Los patitos nadaban alegres, chapoteando, y su mamá saltaba y lloraba temiendo que se
ahogaran.
El gallo apareció atraído por los gritos de la madre y se percató de la situación.
-No se puede confiar en los jóvenes -fue su sentencia-. Son unos imprudentes.
Uno de los patitos, que escuchó al gallo, se acercó a la orilla y les dijo: "No nos culpéis
a nosotros por vuestras propias limitaciones".
No pienses que la gallina estaba equivocada.
No juzgues tampoco al gallo.
No creas a los patos prepotentes y desafiantes.
Ninguno de estos personajes está equivocado. Lo que sucede es que ven la realidad
desde posiciones distintas.
El único error,
casi siempre,
es creer que la posición en que estoy
es la única desde la cual se divisa la verdad.
El sordo siempre cree que los que bailan están locos.
LAS LENTEJAS (JORGE BUCAY)
Un día, estaba Diógenes comiendo un plato de lentejas, sentado en el umbral de una
casa cualquiera.
No había ningún alimento en toda Atenas más barato que el guiso de lentejas.
Dicho de otra manera, comer guiso de lentejas significaba que te encontrabas en una
situación de máxima precariedad.
Pasó un ministro del emperador y le dijo: "¡Ay, Diógenes! Si aprendieras a ser más
sumiso y a adular un poco más al emperador, no tendrías que comer tantas lentejas".
Diógenes dejó de comer, levantó la vista, y mirando al acaudalado interlocutor
intensamente, contestó: "Ay de ti, hermano. Si aprendieras a comer un poco de lentejas,
no tendrías que ser sumiso y adular tanto al emperador".
Este es el camino de Diógenes. Es el camino de autorrespeto, de defender nuestra
dignidad por encima de nuestras necesidades de aprobación.
Todos necesitamos la aprobación de los demás. Pero si el precio es dejar de ser
nosotros mismos, no solo es demasiado caro sino que además se convierte en una
búsqueda incoherente: empezamos a parecernos a aquel hombre que buscaba su
mula por todo el pueblo, mientras iba cabalgando... su mula.
DIOGENES (JORGE BUCAY)
Dicen que Diógenes iba por las calles de Atenas vestido con harapos y durmiendo en los
zaguanes.
Cuentan que, una mañana, cuando Diógenes estaba amodorrado todavía en el zaguán de
la casa donde había pasado la noche, pasó por aquel lugar un acaudalado terrateniente.
-Buenos días -dijo el caballero.
-Buenos días -contestó Diógenes.
-He tenido una semana muy buena, así que he venido a darte esta bolsa de monedas.
Diógenes lo miró en silencio, sin hacer un movimiento.
-Tómalas, no hay trampa. Son mías y te las doy a ti, que sé que las necesitas más que
yo.
-¿Tú tienes más? -preguntó Diógenes.
-Claro que sí -contestó el rico-, muchas más.
-¿Y no te gustaría tener más de las que tienes?
-Sí, por supuesto que me gustaría.
-Entonces guárdate estas monedas, porque tú las necesitas más que yo.
UN BONITO CUENTO (PAULO COELHO)
Un hombre, su caballo y su perro mueren en un accidente. El hombre tardó un tiempo
en darse cuenta de que los tres estaban muertos. La caminata era muy dura, larga, cuesta
arriba y el sol daba de frente. Los tres estaban empapados en sudor y tenían mucha sed.
Precisaban desesperadamente agua.
En una curva del camino avistaron un portón magnífico, todo de mármol que conducía a
una plaza calzada con bloques de oro, en el centro de la cual había una fuente de donde
brotaba agua cristalina. El caminante se dirigió al hombre que desde una garita guardaba
la entrada:
-Buen día -dijo el caminante.
-Buen día -respondió el hombre.
-¿Qué lugar es este tan lindo? -preguntó el caminante.
-Esto es el cielo -respondió el hombre.
-¡Qué bueno que nosotros llegamos al cielo! Estamos con mucha sed -dijo el caminante.
-Usted puede entrar a beber agua a voluntad -dijo el hombre señalándole la fuente.
-Mi caballo y mi perro también están con sed - replicó el primero.
- Lo lamento mucho -le dijo el guarda- Aquí no se permite la entrada de animales.
El hombre se sintió muy decepcionado porque tenía mucha sed, mas él no bebería
dejando a sus amigos con sed. De esta manera prosiguió su camino.
Después de mucho caminar cuesta arriba con el cansancio y la sed multiplicados,
llegaron a un sitio, cuya entrada estaba marcada por un portón viejo semiabierto. El
portón daba a un camino de tierra, con árboles a ambos lados que le hacían sombra.
A la sombra de uno de estos árboles estaba un hombre recostado, con la cabeza cubierta
por un sombrero, parecía que dormía...
-Buen día- dijo el caminante.
-Buen día- respondió el hombre.
-Estamos con mucha sed, yo, mi caballo y mi perro.
-Hay una fuente en aquellas piedras- dijo el hombre indicando el lugar -Pueden beber a
voluntad.
-Muchas gracias- dijo el caminante al salir.
-Vuelvan cuando quieran- respondió el hombre.
-A propósito- dijo el caminante -¿Cuál es el nombre de este lugar?
-Cielo- respondió el hombre.
-¿Cielo? Mas si el hombre de la guardia de al lado del portón de mármol me dijo que
allí era el cielo.
-Aquello no es el cielo, aquello es el infierno. El caminante quedó perplejo.
-Mas entonces- dijo el caminante -esa información falsa debe causar grandes
confusiones.
-De ninguna manera- respondió el hombre -ellos nos hacen un gran favor, porque allí
quedan aquellos que son capaces de abandonar a sus mejores amigos.
Descargar