Algunos factores diferenciadores del habla masculina y femenina

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Algunos factores diferenciadores del habla masculina y femenina
Yelena Zernova
Universidad Estatal de San Petersburgo
Que hombres y mujeres hablan de forma diferente no es ya ningún descubrimiento
científico. Y desde los trabajos de los etnolingüistas, que afirman la existencia de lenguajes
femeninos propiamente dichos en varias culturas humanas, hasta las últimas investigaciones
relativas a las diferencias lingüísticas actuales entre los dos sexos esta cuestión sigue siendo
uno de los problemas centrales de la sociolingüística.
Por una parte es indudable que la diferenciación sexual es la dicotomía más importante
que caracteriza al género humano; por otra, la lengua debería también, no obstante, reflejar la
unificación de los hábitos del discurso que se observa en la sociedad moderna. El aumento del
interés de los especialistas por este tema está directamente vinculado con el auge de la
ideología feminista en el mundo anglosajón en los años setenta. Los trabajos de aquella época
se caracterizan por una interpretación tendenciosa de las particularidades femeninas del habla
y la aspiración a presentarlas únicamente como manifestación del sexismo lingüístico. Los
hombres y las mujeres son descritos como grupos opuestos social y lingüísticamente, pero
homogéneos en su interior. Como resultado de tal interpretación surge en la lingüística la
noción del "genderlect", o sea, dialecto determinado por el sexo del hablante. En términos
más generales, se consideran en calidad de características propias del "genderlect" femenino
las siguientes:
1. Las mujeres tienden a un discurso más "correcto", más estándar que los hombres;
2. El habla femenina se caracteriza por una mayor cortesía en comparación con la
masculina;
3. En el proceso del discurso la mujer manifiesta mayor expresividad y menor
seguridad que el hombre;
4. El habla femenina es menos oficial, más íntima.
La noción de "genderlect" ha sido criticada, y con justicia, por parte de muchos
especialistas, que opinan que la aplicación de este término crea un cuadro demasiado
abstracto, ya que supone que las diferencias existentes en el código básico usado por los
hombres y las mujeres son más relevantes que las semejanzas y diferencias en concordancia
con las cuales los hombres y las mujeres utilizan los rasgos específicos de los códigos
cruzados. 1
En los años noventa la investigación de los "genderlects" adquiere una orientación
distinta. Junto al enfoque "feminista" del problema, que recibe un desarrollo activo en varios
países (España entre ellos) precisamente en la última década, surge un viraje nuevo en el
tema: los lingüistas prestan atención a que el lenguaje femenino, igual que el masculino, no es
tan homogéneo como se había intentado presentar antes, y a que no parece legítimo afirmar la
existencia de "genderlects" en la lengua, ya que sus rasgos diferenciadores pueden estar
determinados por factores sociolingüísticos de otra índole (como son, por ejemplo, los
criterios de grado de formación, estado social, edad, etc.), así como por las particularidades
psicológicas del hablante. Ya con más distinción empieza a ponerse de manifiesto la
1
Language, Gender and Society ,Cambridge, 1983, p. 14.
necesidad del desplazamiento del centro de gravedad en las investigaciones del "genderlect"
del campo del análisis del sistema lingüístico a la esfera del estudio del habla. Las tareas que
se plantean en el orden del día ante los investigadores de la diferenciación social del lenguaje
han quedado formulados en los últimos trabajos de los lingüistas rusos: es necesario
determinar si existen diferencias en el habla (¡no en la organización del sistema lingüístico!)
de los dos grupos fundamentales en que se divide la comunidad humana y, de existir éstas, en
qué consisten. Para contestar a esta pregunta hace falta investigar cómo hablan en realidad los
hombres y las mujeres en distintas colectividades sociales y lingüísticas.2
Para obtener una idea general de una situación lingüística es necesario estudiar paso a
paso sus componentes, procurando discernir los más significativos. Al seleccionar los
fenómenos concretos de análisis, parece lógico primero prestar atención a aquellos que fueron
señalados como indicios relevantes del habla femenina ya en la etapa inicial del estudio del
"genderlect", así como en los trabajos de psico- y etnolingüistas. Prácticamente en todas las
obras de tipo general sobre el tema "lenguaje y el sexo" se habla del carácter afectivo y
expresivo del habla femenina. La necesidad de estudiar y sistematizar los procedimientos
sobre la fuerza expresiva del lenguaje y elaborar a base de este estudio criterios
diferenciadores del habla femenina y la masculina parece evidente. En esta tarea un lugar muy
importante lo ocupan los medios de la apreciación lingüística. "En el campo léxico nada
diferencia los sexos mejor que la elección de los determinantes", afirma Deborah Cameron3.
Sin embargo, ignoramos de la existencia de estudios dedicados al funcionamiento de
determinantes, sobre todo de adjetivos como representantes más significativos de esta
categoría, en el aspecto de la diferenciación sexual del lenguaje.4
Procurando rellenar esta laguna, hemos realizado un estudio del uso de los adjetivos y
sus equivalentes funcionales (grupos nominales "N de N") en el habla coloquial española. Se
han analizado grabaciones del habla espontánea de los habitantes de Madrid, Barcelona y
Santiago de Compostela.5 El habla femenina y la masculina están representadas en fragmentos
iguales. El número de encuestados fue de 60 personas (30 varones y 30 mujeres).
El análisis se centra en la semántica y sintaxis de las unidades adjetivales. Se plantea
la tarea de establecer si el significado del adjetivo y su posición en la oración son indicios
relevantes del habla femenina y la masculina.
Los adjetivos extraídos del texto de las grabaciones (cerca de 3000 lexemas) se
subdividen en calificativos y relativos. Los grupos preposicionales con valor adjetival (N de
N) en la mayoría de los casos se examinan aparte, pero en el caso del análisis semántico se
unen a los adjetivos relativos.
Nuestro estudio ha permitido constatar que la característica calificativa del objeto
prevalece sobre la relativa tanto en el habla femenina, como en la masculina. Pero en su
interior esta tendencia general no es nada homogénea. La definición relativa tiene una
representación mucho más amplia en el lenguaje de los hombres que de las mujeres. En
término medio las mujeres utilizan los adjetivos relativos dos veces menos que los varones.
Un cuadro parecido se observa en el funcionamiento de los grupos "N de N", que muestran la
proporción 1:1,8.
2
Zemskaia, E.A., Shmeliov, D.N. (otv. red.), Russkiy yazik v ego funktsionirovanii. Kommunikativnopragmaticheskiy aspekt , Moscú, 1993, p.101.
3
Cameron, Deborah. Feminism and Linguistic Theory , London, 1992, p. 96.
4
Cabe señalar con relación a esto que incluso en la Gramática femenina de Ángel López García y
Ricardo Morant, que por primera vez en la lingüística intenta representar de una manera sistemática las
tendencias del código femenino, hay capítulos dedicados a pronombres, interjecciones, pero faltan estudios del
adjetivo.
5
Se utilizan los materiales editados por los lingüistas de la Universidad Complutense (El habla de la
ciudad de Madrid, Madrid, 1978) y las grabaciones hechas por la ponente en España.
La interpretación de este fenómeno reviste carácter extralingüístico y parece evidente.
El papel que sigue desempeñando la mujer en la sociedad española, a pesar de los grandes
cambios de los últimos años, su relativamente escasa incorporación al ámbito de la
comunicación oficial junto a la frecuente limitación del campo de sus intereses a los cuidados
cotidianos de su familia no contribuyen a su entrada a aquellos ámbitos del discurso que
plantean la necesidad de expresar otro tipos de relaciones entre los objetos de la realidad. La
mujer tiende en grado mucho mayor a la característica calificativa y apreciativa de las
personas y cosas de las que habla. El carácter extralingüístico de las causas que forman la base
del fenómeno indicado se hace más evidente al estudiar los parámetros que caracterizan el
corpus de los informantes. El análisis estratificado demuestra que la aparición de los adjetivos
relativos en el habla popular en general es un fenómeno mucho menos frecuente en
comparación con el habla culta: un adjetivo relativo en el habla popular masculina
corresponde en términos medios a cinco calificativos; en la femenina esta proporción es
mayor y equivale a 1:6.
Cuanto más culta, más instruida es la mujer, tanto más especializado es el tema que
elige para la conversación y tanto más propia de ella es una caracterización relativa del
objeto. Se puede citar como ejemplo la charla de una profesora de psicología evolutiva de la
Universidad de Santiago de Compostela con su colega sobre temas profesionales. Las
unidades adjetivales en esta charla se distribuyen de la siguiente manera: 55 calificativos, 43
relativos y 39 grupos "N de N". Como vemos, estos datos no corresponden de ninguna manera
a las tendencias generales arriba mencionadas.
Al mismo tiempo, en el habla femenina analizada no se encuentra un solo caso de
preponderancia de los adjetivos relativos o grupos "N de N" sobre los adjetivos calificativos,
lo que sí se observa, aunque muy raramente, en el habla de algunos hombres. Ese es
precisamente el cuadro que del funcionamiento de los nombres adjetivos encontramos en el
habla de un ingeniero químico en conversación con un amigo suyo: 50 adjetivos relativos y 88
grupos preposicionales contra sólo 45 adjetivos calificativos. El tema de la charla no es
puramente profesional, aunque el informante habla también, entre otras cosas, de los estudios
y del trabajo.
En cambio, muy típica del habla femenina coloquial es una situación en la que en el
transcurso de una conversación de una hora la informante no utiliza ningún adjetivo relativo.
Este fenómeno se encuentra en nuestro material en 11 casos de los 15 que hemos analizado,
siendo las informantes mujeres semianalfabetas (campesinas, vendedoras de verduras en el
mercado, empleadas de la limpieza, etc.) y hablando sobre temas estrictamente cotidianos,
corrientes. Claro está que incluso en estas charlas surge la necesidad de expresar una
característica relativa del objeto, pero entonces se usa la construcción "N de N", que sin
embargo tampoco es muy frecuente en este tipo del habla. Situaciones análogas a la
mencionada son mucho más raras en el lenguaje de los hombres pertenecientes a la capa
inferior de la sociedad (sólo 2 casos de los 15).
La primera conclusión que se sigue de nuestro estudio consiste en que las mujeres y
los hombres se comportan de modo distinto con relación a una de las características globales
de los medios de expresar la calidad del objeto: valor calificativo / valor relativo.
Examinemos ahora el significado léxico de las unidades adjetivales en uso. La tendencia que
fue registrada aquí de hecho es una continuación lógica de la examinada antes. Las mujeres,
en grado mayor que los hombres, tienden a usar adjetivos cuya semántica representa de modo
notable el aspecto apreciativo o expresivo, atenuando o hasta borrando en muchos casos el
valor denotativo. Se trata de los adjetivos propiamente apreciativos del tipo bueno, malo,
bonito, feo, precioso, magnífico, estupendo, horrible, etc. Hay que señalar que las mujeres
muestran una preferencia evidente por los determinantes de sentido positivo, rehusando las
características negativas.
Desde luego, no sería correcto afirmar que los hombres no utilizan en su discurso estos
lexemas. Figuran, sin duda, en el habla masculina, y son bastante frecuentes. Pero su peso
específico en el número total de los adjetivos "masculinos" es considerablemente menor en
comparación con los "femeninos" (la proporción general es 1:2), y además entre los hombres
la apreciación de los objetos y fenómenos reviste con más frecuencia carácter cuantitativo que
calificativo, lo que se manifiesta, en particular, en la predominancia de unidades adjetivales
que representan el campo semántico "grande-pequeño" en el habla masculina, mientras que en
el habla femenina se concede preferencia al empleo de lexemas del campo semántico "buenomalo".
Con todo esto, el análisis del material lingüístico no permite afirmar que existan
lexemas puramente "femeninos" o "masculinos", en una lista que determinados lingüistas
intentan elaborar. Desde luego, tenemos fijados en nuestro material casos singulares del uso
de tal o cual unidad léxica en el lenguaje de uno o varios hombres, o de varias mujeres. Sin
embargo, estos datos no pueden servir de base para atribuir tales lexemas a la categoría de
rasgos específicos de tal o cual grupo social, ya que su frecuencia es mínima. Como ya he
señalado anteriormente, el estudio fue realizado a base de un amplio material lingüístico, así
que con toda razón se puede deducir que las preferencias en la elección de un adjetivo
concreto en la comunidad lingüística femenina o masculina se ajustan a un nivel de tendencias
más generales y están determinados en mayor medida por la predilección individual del
hablante.
Un indicio mucho más importante de la diferenciación sexual del lenguaje es la
presencia/ausencia del componente de expresividad en la semántica de los determinantes. Con
relación a este criterio el habla de los hombres y las mujeres se diferencia de un modo notable.
Llama ante todo la atención la distinta actitud de estos dos grupos sociales con
relación a la expresión de la medida de intensidad apreciativa designada por el determinante.
Los grados de la apreciación pueden ser representados en una escala situada entre dos polos
ocupados uno - por el cuantificador un poco, y otro - por diferentes formas del elativo.
El análisis del material lingüístico desde este punto de vista muestra que los hombres
mencionan el grado mínimo de la calidad más a menudo que las mujeres. A medida que va
aumentando la intensidad apreciativa, el centro de gravedad va desplazándose hacia las
mujeres. El intensificador bien se encuentra en 136 casos femeninos contra 15 masculinos,
muy - en 430 femeninos contra 107 masculinos. Otros indicios del elativo (tan, bastante,
demasiado, adverbios intensificadores en -mente, sufijo -ísimo, prefijos super-, hiper- re-6,
reque-, requete-, etc.) se emplean en el habla masculina con menor frecuencia en comparación
con la femenina (la proporción es 1:1,8).
En el ámbito de los sufijos merecen atención especial los diminutivos y aumentativos
que no sólo sirven para expresar el grado elativo, sino también dan más fuerza expresiva al
lenguaje. Sin duda, es una de las tendencias características del habla de las mujeres. Por
ejemplo, la forma neutral del adjetivo grande se encuentra 210 veces en el habla masculina
contra 102 en la femenina, pero el empleo de la misma raíz con sufijos intensificadores
cambia completamente la proporción: grandecito - 16 femeninos contra 2 masculinos;
grandote - 34 contra 3. Igual pasa con el adjetivo chico (chiquito, chiquillo) y con muchos
6
Los autores de la "Gramática femenina" señalan el uso de los intensificadores re- y so- "de carácter
colérico, y en los vocativos de los piropos" como una de las tendencias varoniles (op. cit., p. 104). Puede ser un
caso particular, pero el material de que disponemos evidencia que el empleo del prefijo -re con adjetivos
calificativos es en general un fenómeno más extendido en el habla femenina.
otros. El cuadro que se perfila está muy claro: el componente expresivo en la semántica de los
determinantes es más bien propio del habla femenina.
Es notable también la diferencia en el uso de los adjetivos que encierran en el mismo
significado léxico la semántica del elativo. Calificadores expresivos como maravilloso,
fantástico, precioso, estupendo, extraordinario, terrible, fatal y muchos otros figuran en el
lenguaje de las mujeres con una frecuencia casi superior al 50% con relación a los varones.
Es mucho más propio de las mujeres el duplicar los semas elativos, lo que se
manifiesta en la reunión de dos o más indicios del supremo grado de cualidad: el léxico
(adverbio intensificador) y el morfológico (sufijo) - muy traviesillo, tan grandote, demasiado
carísimo, muy curiosón, tan buenazo, etc.; el sintáctico (iteración) y el morfológico (sufijo) es rapidito rapidito; dos léxicos (dos adverbios, o un adverbio y un adjetivo de valor elativo) mucho muy duro, completamente horroroso, muy tremendo, etc. La iteración del mismo
intensificador con el fin de crear más fuerza expresiva es también una de las tendencias
características de las mujeres: es muy muy muy distinguido, muy muy muy generoso; es
preciosísimo pero preciosísimo.
Diferencias bastante notables se ponen de manifiesto en la semántica del portador de la
cualidad expresada por el nombre adjetivo. El análisis demuestra que los hombres y las
mujeres diferencian el empleo de los calificadores con relación a la siguiente
subcategorización semántica: "persona" - "no persona (cosa)" - "noción abstracta". Las
mujeres tienden a elegir a personas en calidad de objeto de calificación 1,6 veces más
frecuentemente que los hombres. Y al contrario: una cosa (no persona) se modifica con ayuda
del adjetivo en el habla femenina con una frecuencia 1,5 veces menor que en la masculina.
Una noción abstracta (sobre todo el estado de una persona) se comenta por las mujeres un
poco más que por los hombres (la proporción es 1,1:1). Estos datos evidencian el hecho de
que las mujeres centran más su atención en las personas y sus emociones, mientras que los
varones prefieren comentar la situación fuera del ser humano, tendiendo a elegir temas
profesionales para sus conversaciones.
La posición sintáctica del adjetivo exige un comentario especial. Como es sabido, el
adjetivo en la oración puede intervenir en calidad de miembro predicativo o atributivo. Los
adjetivos atributivos, a su vez, se distinguen en concordancia al orden lineal de los elementos
del sintagma nominal, o sea pueden emplearse antepuestos, o pospuestos al nombre
sustantivo.
Resulta que la conducta sintáctica del adjetivo también refleja las prioridades de las
mujeres y de los hombres. Las mujeres tienden a calificar el objeto según el modelo
predicativo, formando la proposición con el determinante en calidad del núcleo informativo,
por ejemplo: Pepita es guapa. Los hombres, al contrario, prefieren emplear los adjetivos en
las frases atributivas que entran, de un modo íntegro, en tal o cual enunciado (Hay una
leyenda bonita del templo de Minerva. Por una parte, este fenómeno evidencia la tendencia de
la mujer a emitir juicios sueltos, basados de estructuras sintácticas más cortas y simples que
las de los hombres, mientras que éstos tienden a emplear oraciones más largas y complicadas
con frases nominales integradas en ellas. Por otra parte estas tendencias son prueba del
carácter más categórico, más perentorio del habla masculina en comparación con la femenina:
antes de desarrollar el enunciado con una frase atributiva, primero la mujer la construye a
través de la presentación predicativa del determinante, tanteando así, de un modo consciente o
inconsciente cuál será la reacción del interlocutor a su afirmación, como si estuviese
sondeando el terreno antes de pisarlo. El hombre, al contrario, tiende a representar la
característica del objeto con mayor seguridad, sin haberla introducido previamente.
En lo que concierne a la posición y valor funcional del adjetivo atributivo, a grandes
rasgos tanto los hombres como las mujeres dan preferencia a los determinantes pospuestos,
significativos desde el punto de vista informativo, con la única diferencia de que los hombres
se inclinan un poco más por la posposición del adjetivo. La correlación general de los
adjetivos pospuestos y los antepuestos se expresa en la proporción 2,2:1 en el habla masculina
y 2:1 en la femenina. La única excepción se da en el habla popular femenina, en la cual los
adjetivos antepuestos predominan sobre los pospuestos (en la proporción 1:0,9). Pero la
interpretación de este fenómeno está bien clara y se explica por el cuerpo léxico de
determinantes en este tipo del lenguaje: la mayor parte de los determinantes en el habla
popular de las mujeres la forman los adjetivos de uso frecuente mucho, grande, bueno, malo,
vario, distinto, y otros, que suelen anteceder al sustantivo. En el lenguaje culto tales unidades
léxicas se emplean con relativamente menor frecuencia, y además, las personas que dominan
la norma lingüística suelen ser más sensibles a los matices de la diferenciación semántica con
relación a la posición del adjetivo: la tendencia normativa reserva para los determinantes
informativos (los más frecuentes en el lenguaje coloquial) la posposición. Cabe señalar que
los hombres en general fijan de manera más correcta que las mujeres el lugar del adjetivo
atributivo: la inmensa mayoría de los adjetivos antepuestos en el habla de los varones son
determinantes integrales, no (o poco) informativos, lo que corresponde a las tendencias
normativas del habla culta. Así que en este aspecto del funcionamiento del adjetivo atributivo,
según el material de que disponemos y en contra de la opinión difundida, resulta ser más
correcta el habla masculina, y no la femenina.
Los resultados del análisis efectuado representan distintos retratos sociolingüísticos de
mujeres y de hombres. Para concluir, enumeraremos brevemente sus características
principales:
1. Las mujeres son más propensas a comentar cuestiones relacionadas con el hombre
en general, y con la hablante y su interlocutor en particular, mientras los varones
muestran mayor interés por el mundo de las ideas y las cosas que por la persona y
sus emociones, lo que se refleja en la mayor frecuencia con que las mujeres eligen a
la persona en calidad del portador de la cualidad.
2. Es más propio de las mujeres dar una característica calificativa de personas o cosas
que determinar distintos tipos de relaciones entre los objetos, en algo que se pone
de manifiesto en el menor peso específico de los adjetivos relativos en el habla
femenina en comparación con la masculina. Dentro de la categoría de los adjetivos
calificativos las mujeres tienden más a los calificadores puramente apreciativos, de
semántica positiva ante todo.
3. Por regla general, las mujeres son más emocionales y expresivas en su conducta
lingüística en comparación con los hombres, poniéndose ello de manifiesto en la
predominancia de diversas formas del elativo en el habla femenina, en la elección
de los sufijos apreciativos y en el empleo de lexemas de carácter expresivo.
4. La menor seguridad de las mujeres en la expresión de sus ideas se refleja en la
preferencia que manifiestan por el empleo predicativo del adjetivo, que puede
considerarse como un paso introductivo, previo, antes de emitir un juicio más
categórico.
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