Acto en Homenaje a las Víctimas del Terrorismo Kursaal, Donostia, 18 de mayo de 2008 Lendakari jauna Hemen bildu zareten lagun guztioi agur, agur t´erdi hona etorri naiz, ekitaldi honetan, zuekin batera egoteko, gaur oso egun berezia baita gu guztiontzat. Indarkeriak gure herrira ekarri dituen ondoriak dira hemen bildu gaituztenak; gure herritarrek bizi izan dituzten nahigabeak, sufrimenduak, giza eskubideen urraketa larrienak. Asko gara hemen bildu garenok; baina ezin dugu ahaztu asko direla ere hona agertzeko aukerarik izan ez dutenak. Eta asko dira, hona etorri gabe ere, gurekin daudenak; haien etxeetan, haien herrietan, gu hona ekarri gaituzten asmo eta sentimendu berberak baitituzte haien bihotzetan, haien buruetan. Eskertu behar diegu gure erakundeei, Eusko Jaurlaritzari, halako ekitaldia egiteko erabakia hartu izana; halako ekimenak behar baititugu indarkeriari aurre egiteko, indarkeriak ekarri dizkigun ondorioen aurrean elkartasuna adierazteko, elkartasuna sentitzeko; herri gisa, elkartuago, osasuntsuago izateko. Participar en un acto como el que nos reúne en este lugar provoca sensaciones que no siempre es fácil describir en toda su profundidad. Este es uno de esos momentos en que desearíamos dominar la magia de las palabras para ser capaces de superar el abismo que se abre entre nuestros sentimientos y la capacidad para transmitirlos de forma adecuada, para que quienes nos escuchan perciban con exactitud lo que sentimos. 1 Estar hoy aquí provoca, en primer lugar, un profundo sentimiento de tristeza. Tristeza por tener que constatar, sin excusas, que la barbarie ha anidado y anida entre nosotros. Con sus efectos devastadores sobre tantas personas, sobre tantas familias, sobre toda la sociedad. Sin embargo, debemos celebrar el estar reunidos para denunciar públicamente la terrible injusticia cometida con todos aquellos a quienes su ideología, su actividad política o profesional, o cualquier otra circunstancia, consciente o inconsciente, voluntaria o involuntaria, les convirtió en víctimas, en dianas de la crueldad. Hoy recordamos a cada una de todas las personas que tuvieron que arrostrar y padecer los peores efectos de la intolerancia, para afirmar en cada una de ellas nuestro compromiso contra el terror. Es una forma de ser leales con todos ellos; de compartir su sufrimiento; de demostrar que su trágica experiencia no nos es indiferente. De reafirmar nuestro compromiso por luchar para que no vuelva a ocurrir. No puedo evitar el sentimiento de estar teniendo un protagonismo que no me corresponde. Porque los únicos protagonistas de un acto como este deben ser, en primer lugar, quienes nos fueron arrebatados, quienes sufrieron en propia carne la violencia, quienes padecen secuelas, físicas o psíquicas, y ya no volverán nunca, por desgracia, a ser quienes fueron. Pero tampoco podemos olvidarnos de quienes – familiares, amigos, correligionarios, convecinos- han sentido -hemos sentido amputada con su desaparición o con su sufrimiento, una parte insustituible de nuestra experiencia vital, de nuestra experiencia humana. Por desgracia, la mayoría de nosotros, una parte muy importante de nuestra sociedad, aún en grados muy diversos, tiene una 2 experiencia cercana, algún nombre que ocupa un lugar especial en su corazón, en su memoria, por su especial cercanía afectiva a la víctima. Y ello, lejos de oscurecer la memoria de los demás, ayuda a hacerla más viva, a impedir que se diluya en el tiempo. Aquellas víctimas que nos son más cercanas, más nuestras, son el vínculo que nos une más estrechamente a todas aquellas a quienes no conocíamos personalmente. Lo mismo ocurre con los dos últimos asesinados, Isaías Carrasco y Juan Manuel Piñuel. Al sumarnos al dolor de sus familiares y amigos nos sumamos al dolor de todos los demás. El rechazo radical de la violencia, sin ningún tipo de matices, es un fundamento indispensable de la convivencia en libertad. El deber de respetar la vida y la integridad de toda persona no admite matiz alguno, ni disquisición de ningún tipo. Una sociedad, muy especialmente una sociedad democrática, no puede admitir en su seno actitudes de intolerancia como el terrorismo, que es su máxima expresión, porque es incompatible con sus propios fundamentos. No se trata de una cuestión de ideologías políticas; es algo previo a la confrontación de ideas y de proyectos: es el espacio común de convivencia sobre el que aquella se tiene que desplegar. Quien no acepta ese campo común de convivencia, quien no acepta sus reglas, no está preparado para vivir en sociedad, no está en condiciones de compartir una sociedad democrática. Diferentes proyectos son posibles. Pero cualquier proyecto, para ser legítimo, debe estar empapado de convicción democrática. Considerar que es posible el recurso a la violencia invalida el proyecto al que se vincula, porque afecta a su concepción misma. Medios y fines no son independientes. Koldo Mitxelena, nuestro añorado amigo, cuyo 3 magisterio sigue creciendo con el tiempo, lo dijo con claridad: “Los medios, y esta es la tragedia de los enemigos del gris, configuran inexorablemente los fines a los que dicen servir”. Esto es lo que muchos aprendimos de nuestros mayores, de nuestros padres; y esto es lo que practicó en su conjunto el Gobierno Vasco del Lendakari Agirre y también los que han tomado su relevo. El radical rechazo del terrorismo no nos puede hacer olvidar nuestros fundamentos; no nos puede hacer olvidar las exigencias de una sociedad democrática y sus límites. Tampoco en la lucha contra el terrorismo una sociedad democrática puede negarse a sí misma. Solo así podremos garantizar el triunfo de la convivencia en libertad. Lejos de debilitarnos seremos más fuertes. Frente a algunos cantos seductores, no debemos olvidar que en democracia no hay seguridad sin libertad. Lo que sí debilita la democracia es que haya habido que lamentar la existencia de víctimas provocadas por quienes, en la lucha contra ETA, no tuvieron claro la necesidad de esos límites. En los terribles primeros años 80 hubo que afrontar la necesidad de movilizar a la sociedad; y recuerdo con nitidez el llamado ‘Manifiesto de los 33’, firmado por intelectuales de diferentes adscripciones políticas. Un manifiesto que para muchos, sigue siendo un referente moral y político, por su gesto de reacción cívica. Muchas de sus ideas siguen vigentes hoy. Y tenemos que volver a afirmar que “el rechazo de la violencia no debe limitarse... a invocaciones platónicas, sino que debe materializarse prácticamente, en actuaciones concretas vinculadas a nuestra cotidiana vida social y política.” Hoy como ayer es prioritario deslegitimar social y políticamente a ETA. Señalarle como el mayor obstáculo para el desarrollo 4 democrático del pueblo vasco. Y hoy como ayer es decisivo afirmar, que “a la hora de encaminarnos por la sendas de la libertad y la democracia, los vascos nos encontramos en la necesidad de denunciar una situación de la que no saldremos si no nos protegemos de nuestros ‘salvadores’ y no logramos salvarnos de nuestros ‘protectores’”. Los ciudadanos vascos anhelamos vivir en libertad. En palabras del Lehendakari Ibarretxe, pronunciadas en un acto similar al de hoy, en abril de 2007: “Libertad para vivir sin la amenaza de la coacción, la persecución y el asesinato. Libertad para las ideas, libertad de pensamiento y libertad para elegir.” Y los que amamos la libertad no podemos ser indiferentes a que todos no tengan la misma libertad para defender sus ideales. Gure gizarteak lan handia egin beharra dauka sustraiak moralki errotzeko, fruitu moral zalantzarik gabeak eskaintzeko. Familiak eta eskolak helburu izan behar dute hura, haien ezinbesteko lana baita; Eta helburu nagusia izan behar du erakundeentzat. Etengabeko zaintza behar du. Bestela, arrisku bizia dugu gure balore zibilak zirtzildu eta galtzeko. Es una tarea de toda la sociedad, no solamente de las Instituciones. De todos y cada uno de los ciudadanos. De las Instituciones esperamos liderazgo político y moral, ausencia de crispación y un esfuerzo de integración popular para aumentar la cohesión social. Pero también se espera de nosotros coraje cívico para defender todos los derechos humanos. Se espera de nosotros que no miremos a otro lado y que alcemos la voz allí donde el crimen sea enaltecido, justificado o disculpado. 5 No podemos olvidar que tenemos una deuda pendiente con la memoria, que debemos saldar con profunda honestidad. Pero la memoria es materia frágil, que debe ser tratada con finura, con delicadeza, porque, en caso contrario, corremos el riesgo de destrozarla para siempre. La víctima interpela al sentido más profundo de la dignidad humana; nos llama a encontrarnos en su sufrimiento, a ponernos en su lugar. No podemos abandonarlas, ignorar su situación, desentendernos de su drama. Este es el humilde testimonio que yo puedo dar hoy aquí. Que quedase constancia de mi recuerdo solidario de todos aquellos que, en cualquier forma y grado, han sufrido las terribles consecuencias del terrorismo y mi afecto fraternal a todos aquellos que, habiéndolo padecido, siguen hoy entre nosotros, así como a todos los familiares y amigos de quienes, por desgracia, ya no están con nosotros. Un testimonio que quiere proclamar que no debemos olvidarles, que no queremos olvidarles, que no les vamos a olvidar. Pedro Miguel Etxenike 6