Venta por el marido de bienes de la mujer que deban ser restituídos

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CAMPO
GONZALEZ
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Venta por el marido de bienes de la mUjer que deban
ser restituidos
Tesis presentada
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en Derecho y Ci(;r~cia~; Politicos
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A mIS PADRES
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HECTOR DE 1..\ ¡;,\CI!I.TAD y I'HESIIlI'NTI, DE TbIS:
DOCTOR
ANTONIO
JOSÉ CADA VID
CONSEJO DE EXAMIN¡\DORE~:
DOCTOR
EMILIO
FERRERO
DOCTOR
MIGUEL ABADÍA M(~NDEZ
DOCTOR
JOSÉ GNECCO
LABORDE
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INTRODUCC/ON
{Joco amigos ac largas
tando
dc antemano
pcíginas dc disculplJS y con-
con la bCIlevo/encia
nas que' nos hagan el honor dc lecmos.
de las 1)('J'sosc(¡{amos In (c-
Puede vender el marido,
sirz autorizaciórz judicial. los biencs de la mujer que
esté o pueda estar obligado a restituir erz especie.
sis ohje/o de nucstro
trabajo:
{Jura sos(eIlcrli:1. dividiremos
pitulos:
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Compraven/a.,
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VENTA POR EL f'\ftRIDO DE 91ENE5 VE LA f'\UJER
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CAPITULO
C01\'Tr{¡\TO
Vamos
a dividir
artículos:
tintos
se estudiarán
sobre
dad
este capítulo
en general;
en un Último
lo que
para
I
DE CO,'v\I'HAVE:'\T r\
en uno se tratará
mo contrato
ESPECIE
en
en dos articulas
haremos
es la Escritura
la compra-venta
si~uientes
de la compra-venta
luego
los elementos
artículo
los
precio
ligeras
Pública
y cosa,
y
anotaciones
como
de bienes
codis-
solemni-
raices.
Artículo 1
COmprll-l'(,I1!U
La definición
lo 1849
como rontratu
del Código
a dar
.!;,enerd:
de la compra-venta
Civil,
venta es un contrato
obliga
t'11
una cosa
la da el artícu-
que dice:
en que
"La compra-
una de las partes
y la otra a pagarla
se
en dine-
ro. Aquélla se dice vender y ésta comprar. El dinenero que el comprador
da por la cosa vendida se
llama precio.
De est:\ definición
trato,
!lO
sÓio porque
se deduce
lo
diga
que é~;te es un conde
manera
expresa
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-10-que
suele el Código dar a veces mal los nombres,
como cuando llama contrato la agencia oficiosa, artículo 1304- sino porque encontramos en ella los
requisitos de toda convención, cuales son: partes que
se obliguen, consentimiento en el acto o declaración,
que ese acto o declaración recaiga sobre un objeto
y que tenga una causa Ikita.
Las partes deben ser capaces, rigiendo sobre esto
las disposiciones generales de los contratos y además las privativas de la compra-venta, determinadas en el Capitulo I del Titulo 23 que la reglamenta, y que no comentamos, por estar ellas especificadas de una manera clara.
Si al contrato faltaran algunas de estas condiciones quedaría afectado de nulidad.
Pongamos un ejemplo: la compraventa de un caballo. Este contrato producirá todos sus efectos desde que las partes, siendo capaces, se pongan de acuerdo en la cosa y en el precio sin coacción ninguna,
cosa y precio que, en el caso contemplado, nada tienen de ilicitos ante la ley.
Comprobado que es éste un contrato, y tan importante que sólo le excede en trascendencia el de
sociedad conyugal, veamos ahora qué clase de contrato es, qué carélcteres tiene, qué condiciones le son
necesarias a su existencia. Reúne este contrato los
caracteres de bilúteral, de oneroso, de conmutativo,
de principal y de consensual.
Bilateral.-Son
bilaterales los contratos cuando
ellos engendran recíprocas obligaciones para las par-
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-
11-
tes, y del contrato que nos ocupamos nacen obligaciones mutuas: para el vendedor, de entregar la
cosa, y para el comprador, de pagar el precio estipulado, a diferencia de los contratos unilaterales, en
que Solamente se obliga una de las partes contratantes, como en el depósito gratuito.
Oneroso.-Contrato gratuito es el que produce utilidad para una de les partes y grav¿imenes para la
otra, y oneroso el que produce utilidades y gravámenes recíprocos. El contrato de compra-venta, crea
esos recíprocos gravámenes y utilidades: el vendedor se obliga al desprendimiento
de la cosa y el
comprador al desprendimiento del precio; recibe utilidad aquél al recibir éste y el comprador al recibir aquélla.
Conmutativo.-Los contratos suelen ser conmutativos y aleatorios. Son los primeros aquellos en que
lo que una parte da se mira como equivalente
de lo que da la otra, y los segundos, aquellos en
que lo dado por una de las partes es contingente,
incierto, depende del azar, del ólea. El contrato de
compraventa es, por lo general, conmutativo: lo regular es que se compre una cosa determinada por
un precio determinado también. Pero sucede, y esto
no es lo común, que se contrate sobre el azar, el
que puede ser de tres maneras: o en el precio, o en
la cosa, o en el precio y la cosa conjuntamente. Verbigracia: vendo determinada cantidad de trigo por
el valor que tengan doscientas cargas de café dentro de seis meses (contingencia en el precio); ven-
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-
12-
do la cosecha futura en un determinado precio (contingencia en la cosa); y, finalmente, habrá contingencia en el precio y en la cosa, si vendo la cosecha futura por lo que valgan las doscientas cargas
de café en el tiempo dicho.
Principal.-EI
contrato de compraventa es, por su
naturaleza, principal, es decir, tiene existencia propia por sí mismo, él se da el sér, a diferencia del
accesorio o de garantía, que tiene por objeto asegurar el cumplimiento de una obligación principal.
Consensual.--Los contratos son todos consensuales, pues si falta el consentimiento -elemento
esencial de toda convenciónno hay contrato, el contrato no ha existido. Pero según que la convención
sea perfecta por el simple consentimiento, como en
el mandato, o por el cumplimiento de requisitos impuestos por las leyes, como la venta de derechos hereditarios, que debe ser por escritura pública entre
nosotros, o por la entrega o tradición de la cosa,
los contratos toman el nombre de consensuales o simplemente consensuales, de solemnes y de reales.
El contrato de compraventa no exige solemnidad
alguna- salvo cuando se refiere a bienes raíces, a derechos hereditarios o a servidumbrespara su perfeccionamiento y validez; ni requiere jamás la entrega de la cosa} luego nunca es ni será un contrato
real dentro de nuestro Derecho, que consagra los
mismos principios de la legislación romana. El contrato de compraventa, según nuestro Código, es perfecto desde que las partes han convenido en el pre-
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cio
y en la cosa, aunque
entregados.
la cosa
que
1)
Por
ni aquél
ni ésta
él no se adquiere
misma,
esa cosa
-
sino
sea
el derecho
entregada,
dominio sobre ella.
Este es uno de los puntos
hayan
sido
la propiedad
de
a esa propiedad,
a
a que se transmita
el
en que tanto nuestro
digo, como el de Chile, se separaron
CÓdigo francés,
el dominio
en Francia
el cual por el simple
dando
este
no sea consensual
contrato
aunque
se asemeja
sensual,
porque
esta
más
que acciones
cesa da acción
dor,
sucede
perfecciona
perfecto
real,
porque
queda
hecha
sino
por
El contrato
es
cipios
romanos,
una cláusula
provincias
los principios
que
nos ocupa
pero
de cesión.
país,
por
se acostumbraba
mediante
que
el comprador;
bueno
regido
an-
la costumbre
del Derecho
de la posesiÓn
adquiría
francés,
se reglaba
se desprendía
la
de
en aquel
y en otras
legalmente
se han puesto
será
su historia
lo que
que el contrato
la entrega.
el contrato
en algunas
contratos
no es la entrega
acuerdo,
y da por hecha
Para mejor explicamos
recordar
fran-
el compra-
estos
que las partes
tiguamente
no genera
y en Francia
términos,
el contrato,
en sí desde
ni real
No es con-
reivindicar
por la tradiciÓn;
en otros
que
y la compraventa
es que por el titulo
la tradiciÓn;
resultado
de contratos
personales
y no es contrato
por
más a éste.
real, pudiendo
se perfeccionan
que
clase
el
titulo transfiere
de las cosas,
tampoco,
Có-
de su modelo
Romano.
por los prinponer
en él
la cual el vendedor
de la cosa,
como
se dice
posesiÓn
vulgar-
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14-
mente, se daba ella por recibida. De tal manera se
generalizó esta cláusula en los contratos de compraventa, que por sí solos vinierc>n a transmitir e[ dominio de las cosas. Esta situación de hecho, introducida por la práctica, fue la que consagraron los
autores del Código Napo[eón.
¿Qué fundamento tendria nuestro legislador y cuál,
antes, el chileno, para separarse en esta materia de
su modelo, e[ Código francés? Quizá el deseo de
seguir la tradición clásica de los romanos, que daba a la compraventa un carácter definido y que se
compadece mejor con la mutua confianza que se deben [os hombres entre sí, pues fue el uso del crédito lo que convirtió en consensual este contrato,
real en sus comienzos.
Hechas estas anotaciones sobre elementos que pueden ser comunes a muchos contratos, pasemos a estudiar [as condiciones esenciales al de compraventa, cuales son, el precio y la cosa vendida, sin detenemos, como dijimos atrás, en el estudio de [a
capacidad de las personas para su celebración.
Artículo 11.
El precio.
Es el precio un elemento esencial a[ contrato de
compraventa y consiste en el valor en dinero, en
moneda, que se da por la cosa.
En los primeros tiempos la compraventa no existía, sino la permuta que era contrato in re. Teniendo uno una materia de más que a otro faltara y 50-
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15 -
brándole en cambio a éste la que aquél necesitara,
los dos permutaban sus excesos; pero era esto tan
rudimentario y dificultaba de tal modo las transacciones, que hubo necesidad de crear un elemento
común que sirviera de medida para el cambio, y fue
ese elemento la moneda.
Económicamente no hay diferencia alguna entre
la permuta y la compraventa, porque tanto es mercancía la cosa que se da por otra (permuta), como
el precio o dinero que se dé por la misma (compraventa). Pero en el campo legal, precisamente se
distinguen los dos contratos, porque en el uno, el
de permuta, se da una cosa por otra, y en el otro,
el de venta, se paga una cantidad de dinero (pecunia numerafa) por la cosa vendida.
Esta distinción se encuentra definida de una manera precisa en el Digesto, cuando dice: «Pero se
duda si hoy se podrá decir, que hay venta sin que
intervenga precio; verbigracia, si yo di la toga por
la tt'mica. Sabina y Casio juzgan que hay compra y
venta. Nerva y Próculo llaman a esto permuta y no
compra. Sabina testifica con Homero, el cual refiere que el ejército de los griegos compraba vino, metal, hierro y siervos en los versos siguientes:
«Aquí compraban vino los griegos de largas cabelleras,
Unos por metal, otros por limpío hierro,
Otros por pieles, otros por vacas
y otros por esclavos».
Pero estos versos parece que significan permuta,
no compra como éstos:
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16-
«Aquíjúpiter, hijo de Saturno, quitó segunda vez la mente
A Olauco,pues las armas trocó en Diómedes, hijo de Tydeo».
Más bien se dirá por esta sentencia lo que otro
tiempo dijo el mismo poeta: "Compró con sus posesiones». Pero es más verdadera la sentencia de
Nerva y Próculo, pues como una cosa es vender,
otra comprar, uno el vendedor y otro el comprador:
así también una cosa es el precio y otra la mercancía; y en la permuta no se puede discernir cuál sea
el comprador y cual es el vendedor. Mas la compraventa es de derecho de gentes; por eso se perfecciona
por el consentimiento, y se puede contraer entre los
ausentes por nuncio y por cartas».
Puede suceder que no todo el equivalente de la
co'sa vendida se dé en dinero, y entonces, para poder calificar el contrato, será preciso saber cuánto
vale la cosa adjunta al dinero, y, según que la cosa
o el dineru tenga el mayor valor, el contrato será
de permuta o de venta. Pongamos un ejemplo: Juan
da por su fundo a Pedro seis caballos y mil pesos
en dinero: para saber qué contrato es éste, hay que
valorar los caballos, y si éstos tienen un valor mayor de mil pesos, el contrato será de permuta; si
valen menos de esta cantidaJ o lo mismo, habrá
compraventa.
Obsérvese que siendo iguales los valores del dinero y de la cosa, nuestro Código le da la preferencia a la compraventa, yeso por ser ella un contrato
más usado y por lo mismo de una reglamentación
más perfecta.
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1/ -
Una
condición
rio; esto
del precio
lo exige
la existencia
ciÓn; y de aqui, que
ésta
sea ficticia
venta
tonces
para
una
o deje
condición
determinado,
especiales.
Así, verhigracia,
del contrato,
dado del caso su fijaciÓn.
Es determinado
el precio
nera precisa
modo
voluntad
podrá
de
Mas
caso
el precio
está
de
no es indispensahle
así fijado
que
su fundo
La ¡sabe/a
del precio
Ull
tercero,
que
que
en el acto de la convenél pueda
por igual
el suyo,
fijarlo otra persona
las partes;
como si Pedro
en el momento
ejemplo-
diciones.
La fijación
se fija de ma-
es exacta
quede
vendió
sien-
todo el cui-
su fijación
que basta
mismo
porque
esta la mejor for-
ción,
Pablo
y perfectamente
siendo
ese precio
vende
compra-
La ¡sabe/a, verbigracia,
En este
del contrato.
Pedro
si
determinado,
ma de fijarlo:
sino
cuando
el fundo
mil pesos.
directo
mismo
no hay
requiere
por medio de guarismos,
a Juan
en-
no hay verdadero
o, al m~nos, determinable,
dice vender
de compra-
que se regirá
es que sea cierto
do él de la esencia
por cien
de ser
es vil, y por lo tanto
éste
se-
en él,
en donación,
leyes
venta.
Otra
formal,
esa seriedad
casa en un centavo,
precio,
sea
misma de la conven-
si no hay
o nula,
trocarse
por sus
se vende
es que
fijarse,
-para
corno
si
seguir
el
precio
que aquel
reunía
las mismas
puede
también
y si el tercero
que convengan
mas si no se pusieren
en que
dejarse
cona la
no lo fijare,
en designar
de acucrdo
en la
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-
18-
designación, no habrá contrato, porque le falta un
elemento esencial. De paso, bueno será decir, que
hay que distinguir si el tercero se obligó o no a
la fijación del preci0, y en el caso de que se hubiera obligado, su obligacion es de hacer, y, al no
cumplirla, incurre en falta que le impone pagar indemnización de perjuicios que la parte o partes damnificadas pueden recabar de él.
De una manera terminante prohibe nuestra ley que
el precio quede al arbitrio de una de las partes, cosa
muy puesta en razón y por demás jurídica, pues fuéra de que habría el riesgo de que la parte a quien
tocara fijarlo pudiera dar o uno muy alto o uno muy
bajo, según más le conviniese, hay un argumento
que va al fondo del asunto: uno de los atributos
esenciales del contrato que analizamos es el precio, de manera que en él deben concurrir las voluntades, y mal pueden concurrir si una sola de las
partes ha de determinarlo. Tocando a una sola esta
determinación, faltaría el consentimiento, elemento de
toda convención, pues una sola de las partes habría
de someterse a lo que la otra indicara, no siendo,
en consecuencia, libre este consentimiento. (1) Ya en
el Libro XVIII del Digesto encontramos la siguiente
disposición sobre este punto, en lo que respecta al
comprador, disposición que es en el fondo la misma
nuéstra con respecto a ambos contratantes: «Conste que no se perfecciona el negocio cuando al que
(lJ Argumento análOl{o aduce en sus comentaríos
Fernando Vélez.
al Códi¡:o Civil don
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19 -
quiere comprar le dice el vendedor estas palabras:
"en lo que quieras, en lo que juzgares justo, en
cuanto estimares te lo venderé"». De manera que es
ésta una regla antiquísima, regla perfectamente fundada, como antes demostrámos.
Como lo insinuámos arriba, el precio debe ser
equivalente, esto es, debe ser igual al valor de la
cusa. Mas, como podría suceder que eso de la equivalencia del precio fuera fuente de innumerables
pleitos-los
que la sociedad trata de prevenir y evitar, por serie altamente perjudiciales para su orden
y desarrollo---se ha establecido la presunción de que
el precio dado por la cosa es el valor que ella justamente tiene en el momento actual de la celebración
del contrato, salvo que sea tánta la diferencia, que
sea tan marcada la injusticia, que, n bien la cosa
vale más del doble del precio dado por ella, o el
precio excede al doble del valor de la cosa, falta
de equidad que por ser tan manifiesta procura la
ley subsanar por medio de la acción conocida con
el nombre de acción de rescisión de la venta por lesión enorme. Esta acción, a la vez que facilita la
enmienda de una injusticia, la evita también, pues
ciertas personas se cuidarán de hacer contratos de
tal manera leoninos, si ha de pesar sobre ellas una
acción rescisoria que puede ser intentada durante
cuatro años, según nuestras disposiciones
legales.
Es ésta una magnífica sanción conlra el abuso y la
usura.
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-
20 --
Articulo /11.
La cosa.
La regla general que consagra el artículo 1866 de
nuestro Código es que pueden venderse todos los
bienes corporales o incorporales, y la excepción son
aquellos para los cuales la ley ha prescrito prohibición, lo que es muy natural, pues entonces se contraería una obligación sobre una cosa imposible:
imposibiUum nulla est ob/igatio.
No puede ser objeto tampoco de un contrato de
compraventa una universalidad, como si se dijera,
vendo todos mis bienes o vendo tal cuota de eIlos.
Esto con el propósito de evitar dificultades y pleitos, pues la cosa no quedaría perfectamente determinada, lo que es necesarisimo, porque siendo de la
esencia de este contrato el elemento cosa, ella ha
de quedar perfectamente definida.
Exceptúa nuestra ley el caso en que la venta se
efectúe por escritura pública, siempre que en eIla
se indique, por lo menos, o el género o la especie
o la cantidad vendida, presentes o futuras, dándole
valor entonces al contrato. Esta excepción se explica por la calidad de solemne con que queda revestida la convención, además de que no deja de exigirse una especificación o determinación, ya con respecto al género, ya con respecto a la especie, ya
con respecto a la cantidad (1).
(1) Artculo
1867 del Códj~o Civil.
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-- - 21 ---
La prohibición de que hablamos, sentada de una
manera categórica, acarrea, cuando se la contraviene, una nulidad absoluta, según los términos del
artículo 6.°, inciso 2.°. El señor Vera, al comentar
el artículo 1811 del Código de Chile, igual al que
nos ocupa, se expresa así: «¿Por qué es esta nulidad? Ella no nace de razones intrinsecas de las cosas sino por la forma del contrato. Es nulo porque
el monto de las cosas es indeterminado y daría lugar a dudas y cuestiones. Puede suc(~derse en todos
los bienes, hacerse donación de todos ellos, pero
determinándolos
y no expresándolos
en general, como lo sería si dijera: vendo mis bienes a Pedro. Lo
mismo se aplica a la venta de una cosa. Cesando
la vaguedad, no existiendo, el contrato es válido, y
por eso la excepción de este artículo 1811 es demasiado justa».
¿Puede el condueño vender el derecho que tiene
sobre una cosa indivisa? Sí. Y en esto lluestro CÓdigo se separa de lo que disponía la ley española,
que consagraba el derecho llamado de corte y tanteo, en virtud del cual el condueño debía ser preferido en la venta que hiciese otro condueño. El derecho de corte y tanteo era una especie de limitación al derecho absoluto de dominio, en razÓn del
cual puede el propietario disponer libremcnte de sus
cosas a favor de quien le plazca.
Igualmente puede venderse una cosa que no existe pero cuya existencia se espera racionalmente (reí
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-
22-
esperata), siendo en este caso condicional el contrato, según que el objeto de él llegue o no a la existencia, a menos que se exprese lo contrario. Así, si
se venden tantas fanegadas de la próxima cosecha
y la cosecha llega, habrá contrato, y si se pierde,
no lo habrá por falta de objeto.
No habrá contrato tampoco si el objeto no es racionalmente posible, como si se vende la próxima
cría que nazca con dos cabezas, porque esto no es
lo racional, y se exige que la cosa sea posible racionalmente.
Mas si se ha jugado el álea, el contrato tendrá
existencia aunque el objeto futuro prometido no llegue al sér, y puede el álea resultar o de cláusula
expresa del contrato, o de la naturaleza del mismo,
como si se vende la cosecha próxima. En este caso,
si la cosecha se perdiere, el comprador quedaría
siempre obligado en virtud del contrato, que sería
como puro y simple, porque la materia era la suerte, y no se vicia el principio de que todo contrato
debe tener por objeto una cosa real.
Conforme con la teoría que mencionámos antes,
es la disposición que declara sin efecto el contrato hecho sobre una cosa que se creía existente y que
realmente no existe. No tiene efecto la convención,
porque en ella ha faltado un elemento: el elemento
objeto sobre el cual recaiga. Creemos que esta es
la razón y quizás no la que da nuestro eminente
profesor de la materia, doctor González Valencia,
en sus conferencias inéditas, al decir: « Evidente-
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-
23 --
mente no existe el contrato porque falta un elemento que es una obligación de una parte, quedando -de hecho- en suspenso o deshecha la obligación
de la otra; asi, la obligación del comprador, es entregar el precio, pero si la falta de objeto hace inexistente la obligación del vendedor, por la misma
razón dejará de existir la del comprador y ya no tendrá causa". Aceptada la argumentanción anterior, ella
podría aplicarse también al caso en que la cosa pereciera por caso fortuito, dejando éste sin efecto el
contrato. N6. Creemos que lo que pasa es distinto:
en el primer caso, cuando se vende una cosa que se
creía existente y que re;¡lmente no existe, este contrato nace muerto, no tiene, ni ha tenido vida jamás;
mientras que en el segundo caso, el caso fortuito,
el contrato, en el momento de su celebración, contenía todos los elementos requeridos para su sér.
Mas si no es que la cosa no existe en el momento de perfeccionarse el contrato, sino que de ella falta lIna parte considerable, queda a voluntad del comprador continuar o desistir de la convención. En este
supuesto verdaderamente el objeto no falta, pero en
atención a que la cosa, muy mermada, es posible que
no llene los fines del comprador, y que, por el contrario, pueda acarrearle perjuicios, se le da esta facultad potestativa, asimilando la convención -en el
caso de desistimiento- --a aquella sin efecto por carencia de objeto. Pero si el vendedor ha obrado con
dolo, vendiendo lo que él sabía carecia de existencia en el todo o en parte considerable, deberá al
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24 -
comprador de buena fe una indemnización de perjuicios. ¿Y si el dolo ha existido en ambos? Ninguno se deberá indemnización alguna, pues el dolo
del uno se compensa con el dolo del otro.
Pasemos ahora a estudiar el artículo 1871, que dice: «La Vtnta de cosa ajena vale, sin perjuicio de
los derechos del dueño de la cosa vendida mientns
no se extingan por el lapso de tiempo".
De acuerdo con el sistema de nuestro Código es la
disposición transcrita. Siendo entre nosotros la compraventa un contrato consensual, la venta de cosa
ajena vale, pues por medio de él sólo se contraen
obligaciones personales y ningún derecho se da sobre la cosa.
Para mayor claridad, recordemos cuál fue en el
Derecho Romano la génesis dcl contrato de compraventa, en su principio real, y algo de su historia.
En los comienzos del Derecho, cuando la moneda no se conocía aún, las cosas se cambiaban unas
por otras (permutatio) y era esta una convención
real (in re) en que cada parte transmitía la propiedad sobre aquello que daba. Luégo las necesidades,
según lo hicimos ver en el artículo anterior, crearon la moneda, que facilita enormemente el cambio.
Entonces nació la compraventa: ya no se cambiaba
una cosa por otra, sino por una cantidad de dinero llamada precio (pretium). Pero, evolución de la
permuta o permutatio, participaba de su genitora el
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-
2') --
de ser real, y tomaba el nombre de venundatia. Más tarde, el desarrollo del crédito, que hacía ncsesarios plazos, ya para el pago del precio, ya para
la entrega de la cosa, la transformó en contrato consensual, permitiendo
que fuera perfecta desde que
las partes se pusieran de acuerdo en las obligaciones mutuas que se impusieran,
y se llamó entonces
tmptio venditio. De tal manera que en este último sistema el vendedor no transmitía
la propiedad
de la
cosa, sino que se obligaba a transmitirla.
Consecuente
con el sistcma dicho encontramos
en el Libro XVIII
del Digest(): "No se duda que cualquiera pueda vender la cosa ajena; porque se verifica compra y venta, pero se le puede quitar al comprador".
y la ley española, que sigue en la materia que
analizamos
los principios
del Derecho rom.:¡no, tiene una disposición análoga:
"V:lle la venta de cosa
ajena; y si el comprador de mala fe la restituye en
juicio a su dueño, no debe el vendedor pagarle el
precio, si no es que se oblig-ase a hacerlo. pero si
la compra ignorando que es ajena, será obligado el
vendedor a satisfacerle el precio con todos los daños
y perjuicios
originados»
(1).
En cambio, en el Derecho francés, esta venta es
nula: «La venta de cosa ajena es n u la. Puedc dar
lugar a daños e intereses cuando el comprador ignora q lIC fueril de Giro», d ice el a rtícul
1599 del
CÓdigo de Francia.
carácter
¡)
(:) p;¡:ti.l;¡ \', Titulo \'.
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26-
¿Por qué esta diferencia? Porque en Derecho
francés por el simple contrato se adquiere el dominio de las cosas, y nadie puede dar lo que no tiene: así, si el vendedor no es dueño de la cosa, no
tiene su dominio, ¿ cómo puede transmitirlo?
Son lógicos ambos códigos, el francés y el colombiano, en sus dos opuestas disposiciones sobre la
venta de cosa aiena, prohibida en aquél, permitida
en éste. Siendo en Francia el contrato de compraventa título y modo a la vez, por medio del cual se
transfiere el dominio, mal podría permitir esta venta,
pues el vendedor jamás transmitiría sobre ella un
dominio, una propiedad que no tiene. Entre nosotros
el vendedor no transmite dominio alguno, apenas se
obliga (contrato en que un] de las partes se OBLIGA
a dar una cosa .... Articulo 1849) a entregar la cosa
al comprador, y no hay nada imposible, ni nada de
ilícito en que se obligue a entregar la cosa ajena, cuya
propiedad pu~de adquirir después. El contrato es
perfccto desde que las partes se han puesto de acuerdo en cl precio y en la cosa materia de él, y así
perfecto, nacen, en el vendedor, el derecho de pedir el pago del precio, y en el comprador, el de exigir la entrega de la cosa. Imposibilitado el vendedor -cn la venta de cosa ajena- para cumplir su
obligación, queda al comprador la vía judicial para
que se le pague una indemnizaciÓn de perjuicios si
el vendedor obró de mala fe (1), fundado en el mis(1) Sentencia de la Corte Suprcma de Justicia, del 23 de agosto de 1899.
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mo contrato, que, como dijimos, es perfecto por el
simple consentimiento.
Dice a este respecto Pothier, lo que creemos oportuno transcribir: «Puede uno vender válidamente no
sólo su propia cosa, si que también la cosa de otro
sin consentimiento de aquel que sea su propietario. Es cierto que el que vende la cosa de otro no
puede sin el consentimiento del propietario transferir la propiedad de una cosa que no le pertenece,
según la siguiente regla de Derecho: "Nemo plus
juris in alium trans/erre potest quam ipse habet" 1 54
D. de R. J.; pero el contrato de venta no consiste
en la traslación de la propiedad de la cosa vendida;
basta para que sea válido que el vendedor se haya
formalmente obligado a hacer adquirir al comprador la cosa vendida; y la obligaciÓn que ha contraído no deja de ser válida, aunque no esté en su
poder el cumplirla, en virtud de denegarse el propietario de la cosa a consentir la venta de la misma.
Basta que lo que el vendedor ha ofrecido sea una
cosa posible en sí por más que no estuviera en su
poder; lo que debe deducirse es que se ha obligado sin fundamento alguno».
Ahora, si se compra la cosa propia, la convención
no vale, no tiene existencia jurídica. Vno de los efectos de la compraventa es dar acción al comprador
para reclamar la cosa vendida, y si ya el comprador tiene este derecho y el vendedor la obligación
por un título anterior, el nuevo contrato no surtirá
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sus efectos. De tal manera que si ha sido pagado
el precio, puede el comprador repetirlo, porque la
causa del precio es la obligación de la cosa, y si
ésta no se obliga, no tiene causa aquél: si compro
un caballo propio que creía ajeno y luégo descubro
que es mío, el precio dado debe devolvérseme, como
que carece de causa su pago, pues yo tenía, desde
antes de la convención, derecho a ese caballo.
Artículo IV.
Escritura
Pública como solemnidad en el contralo de compraventa
de bienes raices.
Visto lo anterior, en lo que queda definido el carácter de contrato simplemente consensual que es
la compraventa, demos una ligera ojeada acerca de
una de sus excepciones: la compraventa de bienes
raíces, que deja el carácter de consensual y se eleva a la categoría de solemne, exigiendo nuestra ley
que ese contrato se haga por medio de escritura pública. Este requisito viene a ser de la esencia de la
convención, de tal modo, que si no se le da cumplimiento, no hay contrato, él no tiene existencia.
Escritura pública es el documento otJrgado ante
Notario o el que haga sus veces, e incorporado en
el respectivo protocolo (1).
De la definición deducimos que el instrumento llamado escritura pública, debe ser otorgado ante un
funcionario designado por las leyes, entre nosotros
(1) Artículo 1758 del Código Civil.
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llamado
2lJ -
Notario, en e[ cual deposita
el Estado
la
fe pública.
¿Por qué esta excepción en [o relativo a los bienes raíces? Porque la ley quiere rodear de las mejores seguridades la principal de las riquezas, y si
bien es cierto que no se justificaría esta razÓn en
naciones de mucho progreso, y, por lo mismo, de
un gran movimiento económico, en donde ha quedado desmentido aquel antiguo aforismo de res mol'i/c, res vi/e-ya
que la principal de sus riquezas es
la mueble,-sí
se justifica entre nosotros, país incipiente, de poquísimas empresas, en donde todavía
es algo cierta la máxima citada, pues no cabe duda
de que la más valiosa de nuestras propiedades es
la inmueble. Por medio de la escritura pública ha
querido la ley revestir de mayor seriedad el acto y
darle mayor publicidad también.
Las condiciones generales que debe llenar un instrumento público son: que en su confección tome
parte un funcionario público, aquel a quien la ley
faculta para la celebración de estos actos, funcionario en el cual el Estado deposita su confianza; que
el instrumento que se haga ante él, sea de aquellos
para los cuales esté facultado y que ese instrumento esté dentro de su j~risdicción; que se observen
en su otorgamiento todas las formalidades legales
que le correspondan;
que sea hecho con la intervención personal del funcionario en la ley indicado,
y que el instrumento se autorice en el lugar en donde el funcionario ejerza sus funciones. Estas, más
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-
o menos, son los condiciones que enumera el expositor Ricci en su famoso Tratado de Pruebas judiciales. Si alguna de ellas faltare, el documento perderá el valor de auténtico o público.
Además, la escritura pública, como título del contrato de compraventa dp. bienes raíces, debe llenar
las condiciones esenciales de ese contrato, pues no
puede hacerse distinción real entre el contrato y la
solemnidad, ya que aquel es por ésta. De manera
que en la escritura han de quedar fijados perfectamente las personas, el precio y la cosa, elementos
esenciales de la compraventa: «En efecto-dice
una
sentencia de la Corte Suprema de Justicia publicada en la Gaceta judicial número 612 de 19 de noviembre de 1898- en el contrato de compraventa es
de esencia que las partes convengan en la cosa y
en el precio, porque si alguna de estas circunstancias faItare, no existe el contrato; como la compraventa de bienes raíces es contrato solemne, porque
necesita para su existencia legal la formalidad ireemplazable del otorgamiento de escritura pública (Artículo 1865 de la obra citada) (1), es indispensable
también que la escritura determine de manera inequívoca, por lo menos, las circunstancias esenciales de este contrato, que son la cosa vendida, el precio y las personas contratantes».
Quizás se nos diga que en la compraventa de bienes raíces el título no «hace fe en juicio ni ante nin(1) CÓdigo Civil de Cundinamarca.
nacional.
que tenia la misma disposición
del
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.-
Jl
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guna autoridad, empleado o funcionario. si no se ha
inscrito o registrado» (1), y que siendo el registro
la tradición, la que no puedc hacer otra persona que
el dueño, al venderse el inmueble ajeno, el registro
-o lo que es lo mismo, la tradiciónno tendría
valor, dando por resultado que el comprador poseyera un titulo quc no podría probar.
Contestamos que por el registro no se verifica la
tradición, el traspaso del dominio, pero aun concediendo esto en gracia de discusión, argtiimos: el registro surte dos efectos: crea la prueba, y verifica
la tradición, pero puede producir tino solo de ellos
sin que el otro se produzca: Vende Juan una hacienda que no es suya a Pedro, y extiende la escritura,
que luégo se registra: se cumple el primer efccto
del registro, o sea la adquisición de la prueba plena,
en cuya virtud puede Pedro demandar a Juan; pero
no se cumple el segundo, la tradición, porque sólo
el dueño es apto para hacerla (2).
Esta interpretación nos parece la más acertada y
jurídica, porque armoniza mejor con la definición en
general que se da de compraventa y con el sistema
adoptado en nuestro Código Civil, sistema que culmina en el articulo 1871, consagrando la venta de
la cosa ajena.
(1) Articulo
2673 del Códi¡(o
(2) Artículo
740 del Cóuigo
Civil.
Civil.
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-
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--
CAPITULO
II
ENAJENACI6N
En ninguna parte de nuestro Código Civil encontramos definido lo que es la enajenación, aunque
de las disposiciones generales de él podemos deducir que es el acto por el cual nos desprendemos del
dominio de una cosa (1). A falta de definición legal
ocurrimos a un Diccionario jurídico.
Dice el autor Escriche en su Diccionario de Legislación y jurisprudencia: "Enajen;lciÓn es el acto
por el cual se trasfiere a otro la propiedad de una
cosa a título gratuito u oneroso». Por la definición
queda sentado claramente que enajenar es tr:lspasar
a otro el dominio o propiedad de una cosa.
y ¿cómo se trasmite ese dominio o propiedad?
Nos lo dice también el mismo autor: «La tradición
es el único modo que hay de trasferir el dominio o
propiedad de una cosa que pertenece a otro, cuando
se hace en virtud de título traslaticio de propiedad
como venta, permuta, donación, y esto por el dueño
que sea capaz de enajenar sus bienes». y nos lo
dice, además, el artículo 673 del Código Civil, al
enumerar los modos de adquirir el dominio: ocupaciÓn, accesión y tradición. Al CGntrato de compraventa no corresponde como m~d..) sino la tradición,
que es la que se hace en virtud de un título tras(1) Artículos
204, 521, 575, 708, 709, 742, 749,
Y 1567, entre otros IIlUCllOS
del Código Civil.
1164, 1181, 1324, 1401, 1521
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laticio de propiedad, pues son los otros dos modos,
originario el uno, y, aunque derivado el otro, él se
verifica sin el previo acuerdo de voluntades,
sin que
haya una persona que trasfiera y otra que acepte
la propiedad,
y la tradición
de las cosas consiste
«en la entrega que el duelio hace de e!las a otro, habiendo por una parte facultad e intención de transferir el dominio y por otra la capacidad e intención de
adquirir/o», en virtud de un título traslaticio
de propiedad (1).
Escriche parece que confunde en sus definiciones
el significado
de la enajenación con el de la tradición, y por eso nos acogemos a la definiciÓn dada
al principio, pues es posible que una persona enajene una cosa, se desprenda
de su propiedad,
sin
trasmitirla
a otra, como si voluntariamente
la bota
o abandona.
Como se ve, sólo el dueño, el propietario,
el que
tiene el derecho de dominio sobre una cosa es capaz de enajenarla, pues quien no es dueño no puede
trasferir un dominio que no tiene.
En la compraventa,
contrato
consensual
y a veces solemne, ¿ se trasmitirá el dominio de las cosas?
No, porque ella es un título, y sólo por el modo
llamado tradiciÓn se traspasa
ese dominio.
La enajenación, en el contrato que estudiamos,
es
una combinación
del título y del modo, se convierte
con ambos pero no es uno solo de ellos: el agua
es el resultado de combinar el oxígeno con el hidró-
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geno, pero ni es el oxígeno, ni es el hidrógeno. Aquel
a quien se enajena una cosa es su propietario, adquiere sobre ella el dominio; aquel a quien se vende no adquiere este derecho, sino únicamente el de
pedir su entrega, el derecho a que se le haga propietario. Si una cosa por el hecho de venderse quedara enajenada, ¿podria permitir nuestra ley que se
vendiera la cosa ajena? No. Sería esto un imposible juridico, una flagrante contradición de nuestro
Código en que no se ha podido incurrir, ni se ha
incurrido.
Refiriéndose a la transmisión de la propiedad, dice Pothier: «El contrato de compraventa no puede
por sí solo producir este efecto. Los contratos sólo
crean las obligaciones personales entre los contratantes; por consiguiente, sólo la tradición puede
transferir la propiedad de la cosa objeto del contrato, según esta regla: "Traditionibus, non nudis
conventionibus dominia transferantur", y como consecuencia de esto, 1uégo agrega: «De esto se sigue
que el comprador de una cosa que todavia no le
ha sido entregada, no puede con fundamento entablar demanda de reivindicación sobre esta cosa, porque aún no tiene el dominio de propiedad que tan
sólo puede adquirir en virtud de la tradición, que
debe hacérsele en cumplimiento del contrato».
La acción para hacer efectivo el derecho de dominio es la reivindicatoria, acción real que puede intentarse contra cualquiera y que puede entablar solamente el propietario; la acción que genera el con-
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trato de compraventa es personal, sólo prospera
contra el ea-contratante.
Estas acciones son efectos
del dominio en el primer caso, del contrato en el segundo. Y si es regla de filosofía que las causas se
conozcan por sus efectos, y si el resultado del dominio, de la propiedad, que, como vimos arriba, se
confunde con la enajenación - ya que es propietario el que tiene el titulo y el modo-- es la acción
real de reivindicación, y el resultado de la venta
es una acción personal, es porque las causas no son
idénticas, no son las mismas: una es la venta, otra
es la enajenación: uno es el título, otro el resultado del título y el modo.
En la Legislación de Partidas Españolas, que consagra el sistema de la legislaciÓn romana y en donde, por lo tanto, la venta es consensual, no es más
que un título, como entre nosotros, encontramos perfectamente demarcada la distinción en la disposición
que copiamos: «15. No se puede vender ni enajenar el hombre libre, la cosa sagrada, religiosa o
santa, los caminos, exidos, ríos y fuentes del rey
o del común de algún concejo .... » (1).
Es por demás jurídica la diferencia que hace la
parte transcrita entre venta y enajenación, pues ésta
es un acto real, que va a la cosa, y aquélla es consensual, generadora de obligaciones entre los contratantes. La disposición española es lógica con los
principios que informan su legislaciÚn. Y si son los
mismos los principios de nuestro CÓdigo Civil, ¿por
(1) Partida V, Titulo
v_
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qué no hemos de aplicarla y ocurrir a ella para su
interpretación? ¿Por qué hemos de darle otra interpretación que no es, ni remotamente, consecuente?
Es cierto que el artículo 1866 de nuestro Código no
permite que se venda lo que no se puede enajenar,
de donde pudiera pensarse, en el primer instante,
que si no se permite vender lo que no se permite
enajenar, es porque la venta es una enajenación.
Pero fijando un poco el pensamiento, se descubre
claramente que no es esa la verdad, sino que por
prohibirse la enajenación de ciertas cosas, esas cosas quedan fuéra del comercio j la obligación que
se contrajera sobre ellas tendría un objeto imposible (imposibilillm nulla est obIZrtatio), pero no se deduce que la venta sea enajenación: cuando el sol
se oculta, dejándonos en completa oscuridad, no podemos ver los cuerpos, y a nadie se le ocurrirá decirnos, por eso, que la vista sea el sol.
No cabe duda, pues, que no es la compraventa
una enajenación; puede ser su principio, pero no se
confunde con ella. Es el títu lo, la causa del derecho a la cosa, cosa que se adquiere por la tradición o entrega, y cuando esta tradición o entrega
se ha hecho en virtud de ese titulo u otro cualquiera traslaticio de dominio, queda enajenada, queda
realizada su enajenación.
Con los razonamientos anteriores nos parece haber demostrado plenamente que la compraventa no
es enajenación entre nosotros, y que no hay lugar
a mayores argumentaciones.
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Pasemos, pues, al estudio dc la venta de los bienes de la mujer que el marido esté o pueda estar
obligado a restituir en especie.
CAPITULO III
VENTA DE LOS BIENES DE LA .\\UjEH
QUE EL MAHIDO
ESTÉ O PUEDA ESTAH OBLIGADO
A HESTITum
EN ESPECIE
Estudiada, cn el primer capítulo, la compraventa;
examinado en el segundo lo que es la enajenación;
demostrado a la luz de los principios jurídicos y a
la de nuestra ley, de manera que consideramos incontrovertible,
que aquélla no es ésta; iluminados
para esta diferencia por textos expresos de legislaciones qlle siguen idéntico sistema al de nuestro CÓdigo, creemos poder entrar a demostrar que pueden
venderse, sin autorización judicial, los bienes raíces
de la mujer que el marídl) esté o pueda estar obligado a restituir en especie.
Dice el artículo 1810 en su primer inciso: «No se
podrán enajenar ni hipotecar los bienes raíces de la
mujer, que el marido csté o pueda estar obligado a
restitur cn especie, sino con voluntad de la mujer
y prcvio dccreto de Juez o de Prefecto, con conocimiento de causa».
Es este artículo una preciosa garantía para la mujcr, garantía como compensaciÓn a las amplias facultades del marido, administrador
de la S(lciedad
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conyugal. Por este texto se prohíbe que el marido
constituya un derecho real sobre ciertos bienes de
la mujer sin llenar determinados requisitos, entre
ellos, que el juez autorice la constitución de esa clase de derechos que serían una enajenación. No se
deja esa enajenación a la voluntad del marido, ni a
la de éste acompañada de la de su esposa, porque
podría suceder que un marido poco juicioso dilapidara la fortuna de su mujer rica, y que por el natural ascendiente que tuviese sobre ella, sér débil y
amante, consiguiera autorizaciones que pudieran lIevarIa hasta la ruina.
Pero el que no se permita pura y simplemente la
enajenación de esos bienes, no quiere decir que ellos
no puedan ser vendidos, que no puedan ser objeto
de una obligación emanada de un contrato de compraventa. Para que una cosa pueda obligarse en esta
clase de contratos basta que sea posible en sí, pues,
como muy acertadamente lo dice Pothier, «basta que
lo que el vendedor ha ofrecido sea una cosa posible en sí, por más que no estuviera en su poder;
lo que debe deducirse es que se ha obligado sin fundamento alguno».
¿ y es o no posible que el marido -dentro
de la
ley- entregue los bienes de su mujer, que esté o
pueda estar obligado a restituir en especie y a cuya
entrega se obligara por el contrato de compraventa?
La respuesta afirmativa no se hace esperar. Bien puede el marido conseguir la autorización judicial y hacer entonces la tradición de los bienes.
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3<) ---
Es el artículo 1810 más amplio que el 1871 que
permite la venta de la cosa ajena, sobre la cual el
vendedor no podrá jamás transmitir la propiedad
mientras esa propiedad no adquiera, pues el primero,
el 1810, sí permite que se transmita la propiedad sobre un bien que no es del enajenante, que no es del
marido, sino de la mujer. Y si este artículo 1810
permite ese acto al marido, a fortiore, tenemos que
concluir que permite la venta, que en nada afecta la
cosa vendida. Hay otro :ugumento, además, de no
poco peso: si cualquier extraño puede vender los
bienes de mi mujer, ¿por qué a mí, que soy su esposo, que vivo con ella profesándonos mutuo afecto,
que juntos hemos forr.1ado una familia teniendo unos
mismos hijos, por qué, digo, se me ha de prohibir
que los venda? ¿ Por qué el marido ha de estar en
una condición inferior a la de los extraños? No se ve la
razón, ni es posible que se vea, con una recta hermenéutica jurídica, a la luz de nuestras disposiciones
legales.
¿ Que se trata por esta disposición de poner a salvo los bienes de la mujer contra el mal uso que
pudiera hacer de ellos el marido? Está bien, y por
eso se le impide que los enajene sin la observancia de ciertas prescripciones, pero como vender no es
enajenar, es la venta consensual o solemne, y un acto
real la enajenación, en nada se afectan los bienes con
que sean vendidos, como no se afectan tampoco los
ajenos cuando se venden: «Es cierto que el que vende la cosa de otro no puede sin el consentimtento
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del propietario transferir la propiedad de una cosa
que no le pertenece, según la siguiente regla de Derecho: "Nema plus juris in alicum trans/erre potest
quam ipse habet". L. 54 D. de R. J.; Pero el contrato
de venta no consiste en la traslación ae la propiedad
de la cosa vendida» (1).
De tal manera que mientras no haya la tradición,
no quedarán afectados los bienes de la mujer, y como la tradición transmite el dominio, ella será nula
si no se ha obtenido antes la autorización judicial,
ya que para enajenar se exige esa autorización.
Como para que el juez dé la autorización de que
se ha venido hablando, es menester que se pruebE' una de estas dos circunstancias:
utilidad o necesidad manifiesta para la mujer (2) -prescindiendo
de la autorización que concedan las Capitulaciones
Matrimoniales, que jamás se celebran en nuestro
país,expondremos sendos casos en que quede demostrado
que la doctrina que sostenemos, que en
nada daña a la mujer, puede, en cambio, serie sumamente conveniente:
Un hombre casado con una mujer propietaria de
una buena casa en la ciudad y de un campo de difícil administración
por la dístancía y que poco o
nada produce. Por un accidente cualquiera, la casa
sufre graves desperfectos cuya reparación debe ser
inmediata, si se quiere evitar su total ruina. Pero
los esposos no tienen de qué echar mano sino del
(J) Pothicr.
(2) Articulo
1810 del C6Ji¡¡O
Civil.
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campo para reparar la casa. ¿ Qué cosa más útil que
su venta, cuya enajenación no podría impedir el juez?
Mas, si fuera indispensable para venderla la autorización judicial, llegaría ésta tarde, cuando ya el
edificio se habría caído, cuando quizás el matrimonio se hubiese arruinado.
Otro caso seria una gravedad en la familia, en la
misma mujer propietaria, enfermedad que exigiera
la inmediata traslación al antiguo continente. Pues,
si la sociedad conyugal no tenía para el viaje, ni
el marido tampoco, y fuera necesaria la autorización
judicial para vender los bienes raíces de la mujer,
la vida de ésta peligraría esperando esa autorización que el juez no podría negar jamás en vista
de la necesidad.
Creemos haber dejado demostrado no sólo el fundamento jurídico de nuestra tesis, sino que ella es
útil, equitativa y necesaria, y que no es, como pudiera pensarse en el primer momento, en nada lesiva a los intereses de la mujer.
Vista. Puede publicarse.
El Presidente
de tesis,
A.
J.
CADA VID
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