TA TA – Qué duro es ser un bebé

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TA-TA
¡Qué duro es ser un bebé!
Hola, me llamo Álvaro y tengo 15 meses.
Muchos pensaréis que ser un bebé es fácil, pero la verdad
es que es muy duro. Para empezar no puedo
comunicarme porque no sé hablar, llevo siempre una
cosa mojada en el culete que se llama pañal y que
sinceramente es bastante incómodo, me atan en el
carrito cuando vamos a la calle, y duermo en una especie
de cárcel con barrotes… esta es la historia de mi vida:
Todo comenzó una cálida noche de octubre, cuando
vine al mundo en un pis-pas, como dice mi madre,
porque yo no fui tan remolón como mi hermano, que
se tiró 8 horas el tío en la tripa hasta que salió. No, yo
fui mucho más bueno y nací en un par de horitas. Y no
entiendo por qué mi madre se tiró media hora llorando
cuando me pusieron sobre su pecho, si se me dio muy
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bien eso de nacer… Y además repetía todo el rato, “Qué
chiquitito es, qué chiquitito es”. ¿Y qué esperaba?
Vamos, ni que mis padres fueran Pau Gasol… Y
recuerdo que había una enfermera que decía “Si parece
un duendecillo”. Y yo pensaba para mis adentros… “¿Un
duendecillo? Pues no te digo lo que pareces tú, guapa”.
Los primeros meses de mi vida fueron un poco
aburridos. No hacía otra cosa que comer y dormir, lo
cual es una actividad bastante limitada para una persona
curiosa y con tantas inquietudes, como soy yo. También
decían que era un niño muy bueno. Hasta que cumplí
los siete meses, y entonces descubrí el apasionante
mundo del gateo, con todas las posibilidades que se
abrieron en mi camino: juguetes a mi alcance, cajones a
mi alcance, aparatos eléctricos a mi alcance… Y justo
entonces, cuando empecé a interesarme por el mundo,
resulta que los mayores decidieron que había pasado de
ser un niño bueno a ser un niño malo. Y la verdad, no sé
por qué, si yo no he cometido ningún atraco. Pero ya se
sabe que los mayores tienen un concepto un tanto
peculiar del bien y del mal.
Yo solamente sé decir algunas sílabas: TA, PA, MA, NA,
NE, TE, y poco más, porque mi lengua, mi boca y mis
cuerdas vocales aún no están preparadas para emitir
otros sonidos. ¿Os imagináis que tuvierais que
comunicaros solamente con estas sílabas? Difícil,
¿verdad? Pues eso es exactamente lo que me pasa a mi
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cada día.
Mis padres se empeñan continuamente en que les llame
PAPÁ y MAMÁ, pero no entienden que esas palabras
significan muchas otras cosas. PAPA puede significar
“quiero jugar al parchís” o también “quiero que me
cuentes mi cuento favorito” o incluso “quiero probar
eso que estás comiendo”. MAMA casi siempre significa
“cógeme” o “tengo miedo” o “sácame de la cuna” y
solamente lo digo cuando estoy llorando.
Pero mi palabra favorita sin duda es TATA. La digo todo
el rato, a veces bajito y otras veces bien alto. TATA casi
siempre significa Víctor, mi hermano mayor, mi superhéroe al que intento imitar en todo. Pero también lo
uso para llamar a mi tita, a mi primo Daniel y a mi prima
Andrea, con quienes me lo paso muy bien porque les
encanta cogerme y lanzarme por los aires. Mi prima
Paula es PA, pero PA también lo uso cuando me
preguntan los mayores: “Álvaro ¿tú que comes?” y yo
digo “PA” y se parten de la risa, no me preguntes por
qué. Y también cuando quiero que me den una pelota
digo “PA”, así que imagínate qué lío. Si algún día quiero
decirle a mi padre que me dé un trozo de pan y una
pelota para jugar con Paula tengo que decir PA-PA-PAPA-PA… y claro, no se enteran. Entonces me desespero
y ya no hago ningún otro sonido más que una especie
de gruñido, algo así como ummmmggg, ummmggg, y
señalo con el dedo cuando quiero algo, lo cual resulta
mucho más efectivo que intentar hablar, sobre todo si
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va acompañado de gritos y berridos que me dejan
afónico, pero ¡qué le voy a hacer, si es que no me
entienden!
Es que los mayores son tan raros… Fíjate si serán raros
que se pasan el día cantándome canciones absurdas
como una que dice: “Soy una taza, una tetera, una
cuchara y un cucharón…” que yo miro a mi madre
haciendo unas posturas rarísimas con los brazos mientras
la canta y me digo para mi, pero mamá, ¡cómo vas a ser
una taza!, eso es imposible… pero nada, chico, que ella
se empeña una y otra vez en que es una taza, así que
habrá que dejarla tranquila a la pobre.
Otras veces mi padre me canta una canción que dice Mu,
mu, mu, Tin, tin, tin, la vaquita de Martín, y luego dice
la, la, la, la, la, la, la, la, la, la, la, la, laaa - la, la, la, la, la,
la, la, la, la, la, la, la, laaa, que la verdad es que el que
inventó la letra se debió quedar calvo el tío.
Pero la peor sin ninguna duda es la que me cantan
siempre para dormirme, y es que mi madre dice que esta
es la nana que le cantaba su madre, y a su madre se la
cantaba su abuela, y a su abuela su bisabuela… y así
hasta el infinito, pero es que fijaos en la letra:
“Duérmete niño chiquito,
mira que viene la loba,
preguntando de casa en casa
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por ver los niños que lloran”
¿Y pretenden que me duerma con esta canción? Pero si
dice que va a venir una loba a comerme. Menuda
tranquilidad, vamos para dormir a pierna suelta. ¡Y
encima pretenden que no llore! Yo es que de verdad, a
los mayores cada día les entiendo menos.
Es como el tema de la comida. Vamos a ver, que yo soy
pequeño pero no soy tonto, y sé perfectamente que en
la vida hay cosas riquísimas como el chocolate, los
ganchitos, las patatas fritas, el helado… entonces ¿me
puedes explicar tú a mi por qué narices se empeñan en
darme de comer unos purés asquerosos? hombre, por
favor, una cosa pastosa de color verde o marrón que
además está sosa, ¿pero qué clase de broma es esta? Y
encima vienen con la cuchara diciendo “Mira que rico
está el puré, mira que puré tan rico” ¿Y si está tan rico
como dicen, por qué no se lo comen ellos? Y luego se
sorprenden de que lo escupa y que les de manotazos en
la cuchara… si es que no hay quien les entienda.
Eso sí, luego de postre para compensarme por haberme
comido su puré repugnante me premian con un yogur.
¿Ves? eso sí me lo como sin rechistar, y se preguntarán
¿por qué? pues jopetas, porque el yogur está rico y el
puré no, que es que tampoco hay que ser un lince para
darse cuenta, ¡vamos, digo yo!
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Hoy estoy muy contento porque me han dejado
comerme el petit-suisse yo solito. Sí, señor, como un
campeón. Claro que no sé para qué me dan una cuchara,
si todo el mundo sabe que el petit suisse se come mucho
mejor con los dedos, y la verdad es que no sé por qué mi
madre se ha echado las manos a la cabeza cuando se ha
dado la vuelta y me ha visto con la cara, las manos, la
ropa, la trona y el pelo lleno de petit suisse. Si ya te digo
yo que son tan extraños…
Yo creo que mi madre es un poco histérica. Grita
cuando toco los botones de la lavadora o cuando giro la
rueda del horno. Grita cuando intento meter un palito
en una cosa que se llama enchufe. Grita cuando me
como la crema hidratante o cuando me meto cosas
pequeñas en la boca. Grita cuando hago olas en la
bañera y se moja todo el suelo del baño. Y grita también
cuando me doy cabezazos contra el suelo… Yo es que
creo que no me entiende. Yo uso la cabeza para todo,
sobre todo para comprobar la dureza de las cosas: el
suelo, las paredes, los muebles, las rodillas de la gente…
y mi padre que es científico debería estar contento de
que use métodos empíricos para aprender ¿no? pues
nada, que él también grita cuando estoy investigando el
mundo. ¡Qué familia más rara tengo!
Se pasan todo el día pidiéndome que haga siempre las
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mismas cosas, que vete tú a saber por qué les hace una
gracia tremenda: las palmitas, los lobitos, que tire besos
con la mano, que diga dónde está la boca, la nariz, las
orejas…, que diga qué ruido hace el coche, y el perro, y
el cerdo… que diga quién soy yo y yo digo “NENE” y se
tronchan… Me preguntan: ¿Cuántos añitos tienes? Y yo
levanto un dedo y digo “TEEEE”, y se desternillan…Eso
TODOS los días, y digo yo, ¿es que todavía no lo han
aprendido con la de veces que lo he hecho? jolín que yo
sólo tengo 15 meses y ya me lo sé…
Otra de esas cosas ridículas que me piden que haga es
darme manotazos en la cabeza mientras cantan:
« Date, date, date
Date en la cabeza,
Date, date, date
pero no te mates »
Que no me digas tú a mi que la cancioncita no tiene
delito…Y claro, pues yo qué voy a hacer, pues darme en
la cabeza cada vez más fuerte, con lo que me gusta a mi,
y luego me dicen… Nooo, no te des en la cabeza…
Pero bueno, ¿en qué quedamos?
Me van a volver loco. Primero se empeñaron en que
aprendiera a andar. Y con lo que me gusta a mi conocer
mundo pues desde los diez meses empecé a correr como
un loco pero agarrándome, claro, porque si no me caía,
que según decían mis padres casi acaban deslomados de
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sujetarme mientras iba de un lado a otro.
Y después cuando a los doce meses empecé a andar yo
solito, resulta que no me dejan solo ni un instante, y no
paran de decirme que no me suba al escalón de la
cocina, que no corra mirando para atrás, que no me
suba a la cama, al sillón, a la mesa del ordenador… Y
encima cuando vamos a la calle me sientan en el carrito
y me atan. ¿Y para eso he aprendido yo a andar? Venga
hombre…
La semana que viene van a llevarme a un sitio nuevo que
se llama “guardería” y dicen mis padres que lo voy a
pasar muy bien allí porque voy a jugar con muchos
niños y niñas y hay muchos columpios y que me van a
cuidar muy bien, pero no sé por qué a mi me da en la
nariz que hay algo raro en todo esto porque cuando se
enteró mi hermano de que iba a ir a su guardería se le
puso una sonrisa maliciosa en la cara como diciendo:
“ahora te vas a enterar de lo que vale un peine”.
Además me ha contado que en ese sitio los niños te
muerden, te arañan, te tiran arena en los ojos y te
obligan a comer una papilla aún más asquerosa que la de
mis padres…
Claro que lo peor es cuando vamos a un sitio que se
llama médico. El otro día fuimos a que me pusieran una
vacuna. Y yo iba tan contento porque me acordaba de
mi canción favorita, la que dice:
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“Todas las brujerías
del brujito de Gurubú
se curaron con la vacu
con la vacuna luna luna lu”
Pero cuando vi que ese señor de blanco venía con una
aguja enorme y me pinchó en las piernas cuatro veces
nada menos… porque sólo tengo siete dientes, que si
no le habría pegado un buen mordisco. Y es que esas
personas de blanco te desnudan, te ponen en un sitio
para ver cuánto pesas, te estiran encima de una cosa fría
para medirte, te meten un palo en la garganta y una cosa
puntiaguda en los oídos, te tocan la colita y la aprietan
los muy asquerosos, te estrujan la cabeza por todas
partes, y luego te ponen una cosa redonda y helada en la
espalda y en el pecho, mi padre dice que se llama
“estetoscopio” pero yo lo llamaría “estostafrío” jope, y
encima te dicen que no llores, pero ¿cómo no vas a
llorar con la de perrerías que te hacen? Yo creo que mi
madre casi lloró sólo de verme, pero se contuvo las
lágrimas porque a los mayores les da vergüenza llorar…
¿lo ves como son raros?
Yo lloro casi por todo, porque a mi no me da ninguna
vergüenza. Lloro cuando tengo hambre, lloro cuando
tengo miedo, lloro cuando no me hacen caso, lloro
cuando me duelen los dientes… y es que claro, no os
podéis imaginar cómo duele que te salgan los dientes,
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claro, como los mayores no os acordáis pues no podéis
haceros una idea y os sorprendéis de que algunas noches
nos despertemos tres o cuatro veces aullando de dolor.
Y encima esos días no se os ocurre otra idea que darnos
una cosa repugnante de color rojo que se llama Apiretal,
o si no, otra cosa todavía más asquerosa de color naranja
que se llama Dalsy, que viene mi padre con la jeringuilla
llena de ese líquido vomitivo y me dice “Ummmm, ya
verás lo bueno que está” y luego me lo mete en la boca
a chorro limpio, que casi me atraganto. Y yo pienso, “si
estuviera tan bueno no estaría el bote lleno, ya se lo
habría tomado todo mi hermano…” pero como no
puedo hablar, pues nada, a llorar otra vez.
Pero no creáis que lloro todo el rato, qué va. También
me río mucho. Me río cuando mi padre me hace
cosquillas, cuando mi hermano juega conmigo a la
pelota, cuando mi madre dice “que te cojo, que te cojo”
y sale corriendo detrás de mi, cuando mi abuela Juanita
se pone una cosa en la cabeza y dice “compren pan, y
bolitas de azafrán… (¡qué chorrada más grande!),
cuando mi tita Virginia y mi tito César juegan conmigo
a los dardos, cuando mis abuelos Vicenta y Julián me
persiguen por toda la casa, cuando mi primo Daniel me
hace “cucu-tras”, cuando mi prima Andrea se esconde y
dice “¿Dónde está el bebé?”, cuando mi prima Paula
juega conmigo en la mini-piscina de bolas que me
trajeron los Reyes Magos en casa de los abuelos, cuando
mi tita María y mi tito Chus me hacen pedorretas,
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cuando mi vecina Lucía me zarandea, cuando cualquier
desconocido me hace cuca-monas por la calle, cuando
me ponen el vídeo de los payasos de la tele cantando “El
auto de papá”, cuando veo a Pocoyo, cuando me quito
los calcetines yo solito, cuando meto la pieza del círculo
en el juguete de las formas, cuando me tiro un pedete,
cuando me toco la colita en la bañera, …
En definitiva, sí, soy un bebé feliz, pero estaréis de
acuerdo conmigo en que ¡ES MUY DURO SER UN
BEBÉ!
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