Atrapando un sueño

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Condenado por los dioses a vivir su
existencia sin emociones, Xypher
escoge la búsqueda de las mismas,
para sentir otra vez en los sueños
de los humanos, sólo para
encontrarse a sí mismo condenado
a morir. Pero se le da una última
oportunidad
como
indulto.
Convertido en humano durante un
mes, debe redimirse en ese tiempo
o Hades le devolverá al Tártaro y a
su tortura.
Simone Dubois es una forense, a la
cual no le asusta cualquier cosa,
especialmente por ser una psíquica,
además de poder ver y oír a las
personas con las que está
trabajando. Cuando le llevan a otra
víctima, no piensa demasiado en
ello, hasta que él se levanta de la
mesa y empieza a irse.
Xypher no quiere perder el tiempo
con esa mujer humana y sus
preguntas. Pero no pasa demasiado
tiempo antes de que los misteriosos
atentados contra la vida de Simone
obliguen a Xypher a permanecer
entre la mujer que está empezando
a tocar el corazón que pensaba
había muerto hace tiempo y el
peligro que amenaza la vida de ella.
Sherrilyn Kenyon
Atrapando un
sueño
Cazadores Oscuros 14
ePub r1.0
Fénix 23.02.14
Título original: Dream Chaser
Sherrilyn Kenyon, 2008
Traducción: Ana Isabel Domínguez
Palomo y M.ª del Mar Rodríguez Barrena
Editor digital: Fénix
ePub base r1.0
Prólogo
El odio es una emoción amarga y
destructiva. Se introduce en la sangre y
causa una infección, propagándose sin
motivo alguno. Es subjetivo y empaña
hasta los ojos más perspicaces.
El sacrificio es un acto noble y
compasivo. Es el acto de alguien que
valora las vidas de los demás por
encima de la suya. El sacrificio surge
del amor y de la honradez. Es heroico.
La venganza es un acto de violencia.
Permite a los que sufrieron un agravio
recuperar parte de lo que les quitaron. A
diferencia del sacrificio, beneficia a
quien la ejerce.
El amor es engañoso y sublime. En
su forma más pura saca a relucir lo
mejor de todos los seres. En su forma
más retorcida es una herramienta que se
utiliza para manipular y arruinar a
cualquiera lo bastante imbécil para
sentirlo.
No seas imbécil.
El sacrificio es para los débiles. El
odio corrompe. El amor destruye. La
venganza es el don de los fuertes.
Sigue adelante, pero no con odio ni
con amor.
Sigue adelante con un objetivo.
Recupera lo que fue robado. Haz que
los que se rieron de tu dolor paguen. No
con odio, sino con una lógica fría y
racional.
El odio es tu enemigo. La venganza
es tu amiga. Aférrate a ella y deja que
guíe tus pasos.
Que los dioses se apiaden de
aquellos que me agraviaron, porque yo
no me apiadaré de ellos.
Xypher leyó las palabras que había
escrito en el suelo de su celda con su
propia sangre siglos atrás. Desgastadas
y apenas legibles, eran un recordatorio
del motivo que lo había llevado a ese
lugar y a ese momento.
Eran un juramento sagrado que se
había hecho a sí mismo.
Cerró los ojos y extendió el brazo
izquierdo para que las palabras se
disolvieran en una neblina que se alzó
del suelo y se asentó en su brazo.
Símbolo tras símbolo, palabra tras
palabra, las letras, que seguían siendo
de un color rojo sangre, se grabaron en
su piel. Siseó al sentir la quemazón. El
dolor lo ayudaba. Le daba fuerzas.
Pronto sería libre durante todo un
mes. Un mes en el que dar caza y matar.
Aquella por la que se había sacrificado
pagaría, y si en el proceso él conseguía
la libertad… Bien.
Si no era así…
En fin, a veces la venganza merecía
el sacrificio. Al menos en esa ocasión
moriría sabiendo que nadie estaba
riéndose de él.
1
Café Maspero
Nueva Orleans, febrero de 2008
—¿Nunca has sentido la tentación de
meter la cabeza en una licuadora y darle
al botón?
Simone Dubois frunció el ceño antes
de echarse a reír por el comentario de
Tate Bennett, el médico forense de
Nueva Orleans, que estaba sentado
frente a ella a la oscura mesa de madera.
Como de costumbre, Tate iba
impecablemente vestido con una camisa
blanca y unos pantalones de pinzas
negros. Su piel era oscura y perfecta,
gracias a su herencia criolla y haitiana.
Era muy guapo, con rasgos afilados y
definidos, y a sus ojos oscuros no se les
escapaba ni un solo detalle.
Su atuendo impecable era todo lo
contrario a los vaqueros desgastados y
la sudadera azul que llevaba ella; por no
hablar de los rebeldes rizos castaños
que tenían vida propia y que se negaban
a obedecer al peine. El único rasgo de
su persona que consideraba digno de
mención eran sus ojos de un color
verdoso, que adquirían un tono dorado
cada vez que el sol se reflejaba en ellos.
Se limpió los labios con la
servilleta.
—Pues la verdad es que no… Pero
sí que me he sentido tentada de meter las
cabezas de los demás. ¿Por qué?
Tate dejó una carpeta delante de
ella.
—¿Cuántos asesinos en serie puede
tener una ciudad?
—No estoy al tanto de esas
estadísticas. Supongo que depende de la
ciudad. ¿Me estás diciendo que tenemos
a otro?
Tate desenvolvió los cubiertos y se
colocó la servilleta sobre el regazo.
—No lo sé. Tengo en mi despacho
un par de informes sobre unos asesinatos
muy extraños, sin aparente relación entre
ellos, ocurridos en estas últimas dos
semanas.
Hizo ese último comentario con
cierto retintín.
—Y…
—Y tengo un pálpito sobre este
asunto y no es precisamente de los
buenos.
Simone dio un trago a la Coca-Cola
antes de abrir la carpeta que Tate había
dejado sobre la mesa, e hizo una mueca
al ver las espantosas fotografías de las
escenas de los crímenes. Como de
costumbre, eran morbosas y muy
detalladas.
—Me encantan los regalitos que
traes a nuestros almuerzos. A otras les
regalan diamantes, y a mí… yo tengo
que conformarme con mutilaciones y
sangre… y aún no es mediodía. Gracias,
Tate.
El aludido se inclinó hacia delante y
le cogió una patata frita del plato.
—Vamos, no te preocupes, invito yo.
Además, eres la única mujer que
conozco con quien puedo quedar para
comer y hablar de trabajo. A todas las
demás se les revuelve el estómago.
Alzó la vista al escucharlo.
—Que sepas que no tengo muy claro
que eso sea un cumplido.
—Pues lo es, de verdad. Si
LaShonda recupera alguna vez el juicio
y me deja, serás la siguiente señora Tate.
—Insisto en que eso no nos deja en
muy buen lugar. ¿Quieres que le diga a
LaShonda lo que su maridito piensa de
ella? —preguntó en broma.
—Ni se te ocurra. Igual le da por
echarle veneno a la comida… o peor,
por cortarme los… En fin, tú ya me
entiendes.
—No te preocupes —lo tranquilizó
ella entre risas—, me aseguraré de que
pague por ello.
—No me cabe la menor duda. —
Dejó la conversación un momento para
pedir un sándwich de gambas y unas
patatas fritas a la camarera.
Mientras Tate hablaba con la chica,
vestida al estilo gótico, Simone siguió
mirando las fotos.
Sí, las imágenes eran bastante
morbosas. Claro que ese tipo de
fotografías solían serlo. Le indignaba
que el mundo estuviera lleno de seres
capaces de hacer a los demás esas
atrocidades. Lo que la gente podía hacer
a sus semejantes ya resultaba de por sí
horrible. Pero de lo que eran capaces
los otros, los habitantes no humanos,
rayaba claramente en lo terrorífico.
Y ella estaba más que familiarizada
con las dos clases de monstruos.
La camarera se fue con el pedido a
la cocina.
Tate se inclinó hacia ella.
—¿Captas alguna vibración del otro
lado?
Negó con la cabeza.
—Sabes que no funciona así, Tate.
Tengo que tocar el cuerpo o algún objeto
que haya pertenecido a la víctima. Las
fotografías me provocan como mucho
algún corte en los dedos… y
escalofríos. —Se estremeció al pensar
en la horrible muerte que había sufrido
la pobre mujer y cerró la carpeta para
devolvérsela a Tate.
—¿Quieres venir conmigo a la
morgue después de comer?
Simone enarcó una ceja al escuchar
la pregunta.
—No quiero ni pensar en qué le
dijiste a LaShonda la noche que la
conociste. «Nena, si vienes conmigo,
voy a enseñarte una cosa que está muy
tiesa…»
Tate se echó a reír.
—Dios, me encanta tu sentido del
humor.
Lástima que Tate, un hombre casado,
fuera uno de los pocos a quienes les
hacía gracia su retorcidísimo sentido del
humor. El otro era el fantasma de un
adolescente que llevaba dándole la
tabarra desde que tenía diez años.
Jesse estaba sentado a su derecha en
ese preciso momento, pero solo ella lo
sabía. Nadie más podía verlo ni oírlo…
¡Vaya suerte la suya! Sobre todo porque
Jesse se había quedado anclado en el
final de los ochenta. De hecho, llevaba
una americana celeste muy parecida a
las que Don Johnson usaba en
Corrupción en Miami e iba peinado con
un tupé a lo Jon Cryer en la película La
chica de rosa. Jesse era un fan
incondicional de John Hughes y la
obligaba a ver una y otra vez sus
películas. Una corbata blanca estrecha
de satén con el dibujo de un teclado y
unas zapatillas Vans a cuadros blancos y
negros completaban su atuendo.
—No quiero ir a la morgue, Simone
—dijo Jesse entre dientes—. No me
gusta ese sitio.
Lo comprendía a la perfección. Era
su lugar preferido, justo detrás de la
consulta del proctólogo…
Le lanzó una mirada compasiva,
pero ambos sabían que no le quedaba
más remedio que ir. No había nada que
la detuviera en su afán por llevar a un
asesino ante la justicia, y eso incluía
pasearse por el horripilante depósito de
cadáveres municipal en vez de estar en
su laboratorio de la Universidad de
Tulane.
—Bueno, ¿qué tienen de raro estos
asesinatos? —preguntó en un intento por
evitar que Jesse le repitiera un sermón
que ya se sabía de memoria.
Si quería, podía volver solo a
casa… aunque no le gustara estar solo
cuando ella andaba por otro sitio.
En según qué cosas, Jesse era un
fantasma muy dependiente.
Tate le robó otra patata frita antes de
contestar:
—Pues que la señorita Gloria se
levantó de la camilla y se largó.
Simone se atragantó con la CocaCola al escucharlo.
—¿Qué has dicho?
—Lo que has oído. Nialls ha
acabado con una camisa de fuerza por su
culpa. Se le fue tanto la pinza que
tuvimos que llamar al servicio
psiquiátrico de urgencia.
Tuvo que toser varias veces antes de
poder hablar.
—¿La víctima estaba en coma?
—La víctima la había palmado. Ya
has visto en las fotos que la degollaron,
y Nialls acababa de abrirle el pecho
para practicarle la autopsia. Tenía su
corazón en las manos cuando empezó a
respirar.
—Joder… —Fue lo único que se le
ocurrió en ese momento—. Y se levantó
y se fue…
Tate asintió con un gesto serio.
—Bienvenida a mi mundo. Espera,
espera, que también es el tuyo. No, el
tuyo es todavía más raro. Al menos yo
no vivo con un fantasma que tiene su
propio dormitorio en mi casa. —Echó
un vistazo a su alrededor antes de bajar
la voz—. ¿Está Jesse contigo?
En respuesta, Simone señaló con la
cabeza hacia donde estaba sentado su
amigo, que los miraba con el ceño
fruncido.
—Hazme el favor de explicarme
cómo se pudo levantar si Nialls tenía su
corazón en las manos —le dijo
despacio.
—Eso es lo que quiero que me
expliques tú. Verás, la cosa es que…
Bueno, aunque casi todos los días lidio
con esta mierda paranormal, tú eres la
reina de las rarezas. Y yo necesito a la
reina de este mundillo antes de tener que
contratar a más gente para mi equipo a
los que no se les vaya la olla cuando los
muertos se levanten de las camillas.
¿Sabes dónde puedo encontrar a gente
así? Sé que te relacionas con ellos.
—Muchas gracias, Tate. Me encanta
tu forma de darme ánimos.
—Bueno, ya sabes que te quiero.
—Se te nota, se te nota.
Tate se echó a reír.
—No, en serio. Eres la mejor
patóloga forense que he conocido, y lo
sabes muy bien. Si pudiera seducirte
para que te pasaras al lado oscuro,
dejaras Tulane y trabajaras para la
ciudad a cambio de cuatro perras, lo
haría sin dudarlo. El hecho de que seas
la única con quien puedo hablar de
muertes paranormales es una gran
ventaja. Cualquier otro me mandaría con
Nialls al loquero.
Simone cogió un pepinillo.
—Cierto. También me han dicho que
tienen unos medicamentos estupendos
para cortar de raíz las alucinaciones.
—Pues haz que me encierren, porque
esas pastillitas me vendrían de
maravilla.
Lo mismo que a ella, pero eso era
otra historia. Claro que su vida en
conjunto era lo bastante rara para que
algunos la consideraran una alucinación
continua.
Ojalá lo fuera…
En ese momento la asaltó la extraña
sensación que llevaba unos días
experimentando. Echó un vistazo por el
oscuro restaurante antes de mirar por la
ventana que tenía a la izquierda, a través
de la cual se veía el tráfico de Decatur
Street. No parecía haber nada fuera de
lo corriente, pero la sensación persistía.
—¿Pasa algo? —preguntó Jesse.
—He vuelto a tener esa sensación.
Tate frunció el ceño.
—¿Qué sensación?
Simone se puso roja como un tomate
al escuchar la pregunta.
—Estaba hablando con Jesse. Llevo
un par de semanas con la extraña
sensación de que alguien me observa.
—Te refieres a alguien de verdad,
¿no?
Ella meneó la cabeza.
—Sé que parece una locura…
—Un cadáver acaba de levantarse
de una camilla en medio de la autopsia,
¿y tú crees que tu historia es una locura?
No sé qué decirte…
Eso era lo que más le gustaba de
Tate, que hacía que se sintiera casi
normal. Además, era la única persona
que sabía de la existencia de Jesse. A
cambio, ella era la única persona, a
excepción de un reducido grupo, que
sabía que Tate era un escudero de los
Cazadores Oscuros, un grupo de
guerreros inmortales que daban caza y
exterminaban a los daimons, una especie
de vampiros que se alimentaban de
almas humanas.
Sí, su vida era cualquier cosa menos
normal.
De modo que ¿por qué iba a
preocuparle la sensación de que algo
malévolo la estaba observando?
Seguramente fuera verdad. Y por
desgracia tampoco sería la primera vez.
Solo quería asegurarse de que no fuera
la última.
—¿Puedes localizar la procedencia?
—preguntó Jesse.
—No, se me escapa. Solo sé que me
pone los pelos como escarpias.
Tate se reclinó en su silla para
mirarla.
—Ojalá pudiera escuchar a Jesse.
Es desconcertante verte cuando habláis.
A veces me pregunto si no estará ahí
sentado, riéndose de mí.
Simone sonrió al escucharlo.
—Jesse solo se burla de mí.
—Eso no es verdad —replicó el
fantasma.
—Sí que lo es —lo contradijo ella,
volviendo la cabeza para mirarlo.
—No, no lo es —dijo Tate.
—¿Sabes de lo que estamos
hablando? —le preguntó Simone con el
ceño fruncido.
—Pues no, pero parecía el
comentario más lógico.
Su respuesta le arrancó una
carcajada.
—Nunca entenderé cómo he acabado
con vosotros dos.
Aunque no era verdad. Jesse había
aparecido cuando ella atravesaba el
peor momento de su vida y la había
acompañado desde entonces.
Tate… Bueno, Tate la ayudó cuando
estuvo a punto de atrapar al asesino de
su hermano y de su madre. Por
desgracia, su pálpito no había dado
frutos y la prueba que creyó que les
daría una pista para encontrarlo estaba
demasiado contaminada para ser
admitida por un tribunal. A pesar de
todo, Tate había peleado por ella con
uñas y dientes aunque por aquel
entonces no la conocía de nada. Eso fue
algo muy importante para Simone, tanto
que eran amigos desde entonces.
Haría cualquier cosa por él, y Tate
lo sabía.
Tate, LaShonda y Jesse eran su única
familia.
Tate guardó silencio mientras la
camarera le colocaba el plato delante, y
cuando esta se alejó le preguntó:
—¿Estás segura de que no es uno de
tus fantasmas?
—No —contestó, meneando la
cabeza—. Nunca son tan tímidos. Suelen
aparecer así de repente para soltarme
un: «Oye, tú, zorra, obedéceme». Esto…
esto es distinto.
—El mal viene a buscarte —dijo
Jesse con voz de ultratumba.
Lo miró con los ojos entrecerrados.
—Me saca de quicio que hagas eso.
Tate se irguió como si lo hubiera
ofendido.
—¿Qué he hecho?
Simone le sonrió.
—No era a ti, sino a Jesse. Está
usando su voz fantasmagórica conmigo.
Me pone de los nervios.
—Ya, pero me sigues queriendo —
repuso Jesse, guiñándole un ojo.
—Claro que te quiero. Pero reserva
esa voz para cuando quieras asustar a
alguien.
—Lo haría si pudieran oírme.
¿Sabes lo molesto que es? No, porque
todo el mundo te oye cuando hablas. —
Se levantó y empezó a bailar—. ¡Hola,
gente! —gritó—. Mirad cómo baila el
fantasma. —Empezó a agitar los brazos
y el trasero—. Soy malo, soy malo, soy
de lo peor. —Se detuvo y miró a las
personas que seguían a lo suyo, ajenas
por completo a sus payasadas—. ¿Lo
ves? Es una mierda.
Simone lo miró con sorna y él hizo
un gesto de rendición con los brazos. En
ocasiones era una mezcla extraña de una
madre pesada y de un hermano
colgadísimo.
Se concentró en Tate.
—Volvamos a la fallecida… ¿Tiene
la policía alguna pista?
Tate negó con la cabeza.
—La encontraron en un callejón en
la zona comercial. La degollaron con
algo parecido a una garra. La herida es
demasiado grande para ser de un animal
y los desgarros indican que no ha sido
provocada por una sola hoja.
—Pues entonces podemos descartar
a los daimons.
Los daimons eran una especie muy
particular de vampiros que habían
establecido su base de operaciones en
Nueva Orleans. A diferencia de otros
que proclamaban ser chupasangres, esos
lo eran de verdad. Unos depredadores
letales con poderes sobrenaturales muy
desarrollados. Como forenses que eran,
Tate y Simone estaban acostumbrados a
ver los resultados de sus ataques en sus
respectivos laboratorios.
Su deseo de ayudar a ocultar el
rastro de los daimons era lo que la
mantenía tan cerca de Tate. Su afán no
era proteger a los daimons, sino
mantener a salvo al resto de la
humanidad ocultando la existencia de
esos depredadores. Si la gente llegaba a
enterarse, se volvería loca y
comenzarían a morir inocentes.
Lo peor de todo era que, aunque los
daimons bebían sangre, no se
alimentaban de ella. Se alimentaban de
las almas humanas. Por suerte, una sola
alma humana podía mantenerlos
saciados mucho tiempo, de modo que no
tenían por costumbre salir a cazar todas
las noches.
Si a eso se le podía llamar suerte,
claro. Pero ella lo consideraba así, y ese
era un buen ejemplo de lo extraña que
era su vida.
Cada vez que los daimons salían de
sus madrigueras, los Cazadores
Oscuros, para los que trabajaba Tate,
iban tras ellos con la esperanza de
detenerlos antes de que mataran a más
gente. Una de las ventajas de la muerte
de los daimons era que de esa manera se
liberaban las almas humanas que habían
absorbido, de modo que sus víctimas
podían pasar al otro lado.
Tate empapó las patatas fritas de
ketchup.
—No, nada de daimons —convino
él—. La dejaron seca, y al no encontrar
ni rastro de sangre en la escena del
crimen, hemos supuesto que murió en
otro lugar y la tiraron en el callejón.
¿Estás segura de que no puedes hacer
que salga de su tumba para preguntarle
qué pasó?
—Para eso necesitarías una
sacerdotisa vudú, Tate. Yo no invoco a
los difuntos; se me aparecen.
Tate logró a duras penas contener la
decepción.
—Tenemos que encontrar el cuerpo
enseguida. Sus padres vienen de camino
desde Wichita y no quiero tener que
decirles que su hija desapareció de la
camilla de autopsias.
—¿Has podido sacarle algo a
Nialls?
Tate resopló.
—Nada coherente. Como puedes
imaginarte, estaba un pelín histérico.
Solo dijo que le sonrió de camino a la
puerta.
—Pero ¿era una zombi o no?
—Por suerte, nunca he visto a un
zombi. Mira que he visto cosas raras en
mi trabajo, pero nada de eso. ¿Y tú?
—No. Pero he aprendido a no
plantearme esas cosas. Si el río suena,
agua lleva…
Tate levantó el vaso para darle la
razón.
—¿Te has puesto en contacto con los
otros escuderos? —le preguntó Simone
—. ¿Saben algo del tema?
Él negó con la cabeza.
—Saben lo mismo que nosotros
sobre los muertos vivientes. Los
daimons no pueden revivir a los
muertos; lo suyo es matar a los vivos.
—¿Alguna
sugerencia?
—le
preguntó ella a Jesse, mirándolo.
—Solo te puedo decir que ojalá mi
cuerpo siguiera dando vueltas por aquí.
Eso haría más llevadero mi estatus de no
muerto.
—Gracias por tu gran aportación,
Jess. Eres un encanto.
Simone no habló mucho más durante
el resto del almuerzo. Cuando acabaron,
se dirigieron al depósito de cadáveres.
Jesse decidió quedarse fuera mientras
ella seguía a Tate. A decir verdad, no
podía recriminarle su actitud. A ella
tampoco le gustaba estar rodeada de
muertos, con la excepción del propio
Jesse. La única razón por la que lo hacía
era para ayudar a las víctimas y a sus
familias. Después de que disparasen a
su madre y a su hermano delante de ella,
no estaba dispuesta a quedarse de
brazos cruzados y que el asesino de otra
persona se fuera de rositas.
Esa era la razón por la que trabajaba
gratis para la ciudad y por la que se
pasaba la vida formando a la siguiente
generación de patólogos forenses en
Tulane. Enseñando a otros forenses a ser
concienzudos, podía ayudar más que
trabajando en casos prácticos. Cuanta
más gente hiciera bien su trabajo, menos
criminales saldrían absueltos para
seguir matando.
Esa misma teoría era la que la
mantenía soltera. La mayoría de los
hombres no apreciaban salir con una
mujer que igual usaba un escalpelo que
una pala.
Tate abrió una puerta en mitad de la
sala frigorífica y sacó una camilla vacía.
—La metimos aquí.
—¿Tienes algún objeto personal?
—Voy a buscarlos.
Simone cerró la puerta y se volvió al
sentir una presencia tras ella. Era una
chica de unos veinticuatro años. Tenía el
pelo castaño, lo llevaba despeinado y
parecía un poco confundida. El estado
más habitual de los que acababan de
morir.
—¿Puedo ayudarte? —le preguntó.
—¿Dónde estoy?
Simone titubeó. No le hacía ni pizca
de gracia tener que ser ella quien le
dijera que ya no estaba viva.
—¿Qué es lo último que recuerdas?
—Volvía a casa del trabajo.
Era un buen comienzo. Si podía
ayudarla a recordar más detalles de su
vida justo antes de que esta llegara a su
fin, a lo mejor también recordaría su
muerte.
—¿Cómo te llamas?
—Gloria Thieradeaux.
La recorrió un escalofrío al
reconocerla de las fotos. Era la mujer
cuyo cuerpo se había levantado de la
camilla y se había ido de la morgue.
«Merde», pensó.
El fantasma miró a su alrededor.
—¿Por qué estoy aquí?
—No lo sé. —De la misma manera
que tampoco sabía por qué su cuerpo
había cobrado vida.
—¿Por qué no puedo tocar nada?
La agonía que escuchó en su voz le
llenó los ojos de lágrimas.
Era imposible no contestar su
pregunta, ni tampoco había forma de
suavizar el impacto que sufriría aquella
pobre chica.
—Me temo que estás muerta.
Gloria meneó la cabeza.
—No. Solo tengo que volver a casa.
—Frunció el ceño mientras echaba un
vistazo por la sala, como si intentara
acordarse de algo—. Pero no recuerdo
dónde vivo. ¿Te conozco?
Sus palabras la dejaron petrificada.
Algo no iba bien. Era normal que un
fantasma que acababa de morir estuviera
un poco desorientado, pero lo de Gloria
era algo distinto. Era como si faltara una
parte de ella…
—¡Jesse! —gritó—. Sé que odias
este sitio, pero te necesito, de verdad de
la buena.
—Dime, jefa —repuso él al
manifestarse a su lado.
—No sabe dónde vive —dijo al
tiempo que señalaba aGloria con la
barbilla.
Jesse frunció el ceño.
—¿Recuerdas cómo te mataron?
—Jesse —le advirtió en voz baja—,
un poco de tacto, por favor.
Gloria se desentendió de ella y
meneó la cabeza.
—No siento que esté muerta.
¿Seguro que lo estoy?
Simone atravesó el abdomen de la
chica con una mano.
—O estás muerta, o eres un
holograma, princesa Leia.
Gloria la miró con una mezcla de
espanto e incredulidad.
—¿Cómo lo has hecho?
Jesse respondió por ella.
—No tenemos cuerpo. Solo nos
queda nuestra esencia y nuestra
consciencia.
Gloria trastabilló hacia atrás,
aterrada por la idea.
—No lo entiendo. ¿Cómo es posible
estar muerto y no saberlo?
Jesse se encogió de hombros.
—A veces pasa. No es lo más
común, claro. La mayoría de la gente
sabe cuándo ha muerto, pero de vez en
cuando alguien se queda atrapado en
este plano sin darse cuenta de que está
muerto.
Gloria negó con la cabeza.
—No puedo estar muerta. Tengo
exámenes finales.
—La Muerte no espera por nadie,
nena —dijo Jesse como si nada—.
Créeme, lo sé de buena tinta. Es una
putada, pero eso no cambia la realidad
para nosotros.
—¿Qué está pasando?
Simone se volvió al escuchar la voz
preocupada de Tate. Estaba detrás de
ella con un sobre en la mano.
—He encontrado a Gloria.
—Genial, ¿dónde está?
Miró hacia el lugar donde estaban
Jesse y Gloria, el uno al lado de la otra.
—Bueno, tengo a su fantasma
delante. Por desgracia, sabe lo mismo
del paradero de su cuerpo que nosotros.
Tate soltó un suspiro frustrado.
—¿Cómo es posible? Vamos, que
digo yo que un fantasma debería tener un
radar o algo para detectar su cuerpo,
¿no?
—Eso tendría sentido. Pero, por
desgracia, cuando las dos partes se
separan, el espíritu nunca regresa al
cuerpo… Al menos por lo que yo sé.
Miró a Jesse, que asintió con la
cabeza para darle la razón.
Tate le entregó el sobre.
—Y ahora ¿qué?
—Ahora tenemos un misterio de tres
pares de narices.
Simone cogió el sobre y tocó el
collar que había dentro y que debió de
pertenecer a Gloria. Cerró los ojos e
intentó captar algo acerca de la hora y
del lugar de la muerte.
No pasó nada.
No fue capaz de captar ni siquiera
una emoción, y eso era muy raro. Porque
desde los cinco años podía percibir las
emociones asociadas a los objetos en
cuanto los tocaba.
Devolvió el collar al sobre.
—Te sugiero que llames a tus
colegas escuderos y les digas que
empiecen a buscar el cuerpo mientras
Jesse y yo intentamos ayudarla a
recordar algo que pueda llevarnos hasta
él.
—Veré qué puedo hacer.
Simone se volvió hacia Jesse.
—Ya lo sé —dijo él antes de que
ella pudiera abrir la boca—. Vamos a
darnos un paseíto por el callejón donde
la encontraron en busca de pistas.
—Eso mismo.
Tate se detuvo delante de la puerta
con el ceño fruncido.
—¿Eso mismo qué?
—Jesse y yo nos vamos a la zona
comercial. Ya te contaré si encontramos
algo.
—Vale. —Le sostuvo la puerta para
que sus «compañeros» y ella pudieran
irse.
Simone echó a andar por el desnudo
pasillo blanco.
—Oye, Simone.
Volvió la vista y miró a Tate, que iba
en la otra dirección.
—¿Qué?
—Ten cuidado.
Esas palabras la conmovieron. Tate
y LaShonda eran las únicas personas en
todo el mundo que la echarían de menos
si le pasaba algo.
—Siempre tengo cuidado, tonto. Ya
lo sabes.
—De todas maneras —dijo Tate al
tiempo que la señalaba con la cabeza—,
acuérdate de recargar tu pistola eléctrica
y llámame en cuanto termines. No quiero
recibir otro aviso de ese callejón. Ya he
enterrado a demasiados seres queridos.
No quiero hacerlo de nuevo.
Su preocupación le arrancó una
sonrisa.
—Solo es un callejón, Tate. Hay
miles en esta ciudad. No me pasará
nada.
Se despidió de ella inclinando la
cabeza y siguió hacia su despacho.
Simone se quedó unos instantes
donde estaba. De pronto volvió a
asaltarla la extraña sensación. Seguía
sin
entenderla,
pero
recordaba
perfectamente la primera vez que le
pasó.
«Volveré enseguida, cariño. Espera
en el coche y no te muevas.» Esas fueron
las últimas palabras de su madre antes
de que entrara con su hermano en la
tienda.
Y antes de que muriera.
Dio un respingo cuando el dolor la
golpeó con fuerza. «Todo puede cambiar
en un segundo», ese era el mantra por el
que se regía su vida, y también una
lección que aprendió cuando apenas
tenía diez años.
«Nunca des nada ni a nadie por
sentado.»
En un abrir y cerrar de ojos la vida
cambiaba, y a veces lo único que podía
hacerse era aferrarse con fuerza para no
acabar por los suelos.
Siguió por el pasillo hasta la puerta
que daba al aparcamiento mientras
intentaba desterrar esos pensamientos.
Kalosis, el infierno atlante
Stryker recorrió el pasillo que
comunicaba su dormitorio con la sala
del trono, desde donde controlaba a su
ejército de daimons. No debería haber
nadie a esa hora del día…
O de la noche. Lo que fuera. Porque,
a decir verdad, en el infierno el tiempo
no importaba.
En Kalosis siempre reinaba la
oscuridad porque tan solo un pequeño
rayo de sol era letal para su gente. Esa
fue la maldición a la que su padre,
Apolo, condenó a todos los apolitas en
un arrebato de ira. Y por esa maldición,
la misma raza que el dios había creado
tenía prohibido salir a la luz del sol.
Y estaba condenada a morir de
forma dolorosa a los veintisiete años. La
única forma de que un apolita
sobreviviera
a
esa
edad
era
apoderándose de un alma humana.
Desde ese momento el apolita se
convertía en un daimon, una criatura
demoníaca
obligada
a
seguir
alimentándose de almas humanas para
sobrevivir.
Sí, era una existencia asquerosa y
fría, pero muchísimo mejor que la otra
alternativa.
Además, Stryker había sobrevivido
once mil años como daimon… y esa
existencia tenía sus ventajas. Y sus
recompensas.
Encantado con esa idea, se detuvo
ante la puerta que daba al salón del
trono cuando vio a su hermana Satara
sentada en su trono y rodeada por una
neblina rojiza. Llevaba el pelo negro, un
color raro en ella. Estaba mascullando
algo en griego antiguo mientras se
balanceaba
como
si
estuviera
escuchando música.
Sí…
Carraspeó, pero ella no le hizo caso.
Irritado por su actitud, cruzó los brazos
por delante del pecho y acortó la
distancia que los separaba.
Lo que ella estaba cantando le hizo
menos gracia que el hecho de que pasara
de él.
—¿Por qué estás invocando a un
demonio?
Satara abrió un ojo, rojo como la
sangre, para fulminarlo con la mirada.
—No lo estoy invocando, lo estoy
controlando.
La respuesta le hizo arquear una
ceja.
—¿En serio? ¿Y quién te ha
cabreado tanto para que le mandes a un
demonio?
—¿A ti qué te importa? —Cerró el
ojo y siguió con el cántico.
Si hubieran tenido una relación
cordial, Stryker la habría dejado hacer.
Pero él no era precisamente un hermano
cariñoso y Satara era una espinita
clavada en su costado. Chasqueó los
dedos e hizo que la luz brillara en el
salón.
—Si quieres matar a alguien,
conozco a unos cuantos demonios gallu
que se mueren de hambre.
Satara soltó un chillido antes de
abrir los ojos y se apartó del trono de un
salto.
—Sí, claro, como si fueran a
obedecerme. Eres un imbécil por
permitirles quedarse aquí. Es como
dormir con una manada de lobos feroces
a los pies de la cama. Tarde o temprano
atacarán y tú acabarás muerto.
A él no le daban miedo esos
despojos sumerios.
—Kessar y su pandilla no me dan
miedo.
Pero la ambición insaciable de su
hermana, sí. Satara era capaz de
cualquier cosa con tal de conseguir lo
que quería, y él lo sabía muy bien.
—¿Detrás de quién vas?
—Hades ha dejado salir al cabrón
de Xypher de su agujero.
Aquel
nombre
le
resultaba
vagamente familiar, pero en ese
momento no sabría decir quién era ni
aunque le fuera la vida en ello.
—¿Xypher?
Satara puso los ojos en blanco.
—¿¡Cómo es posible que te hayas
olvidado de él!? Fue el primer Cazador
Onírico a quien hice renegar de su
deber, el primero a quien convertí.
Stryker meneó la cabeza al recordar
al dios que se volvió incontrolable en
cuanto comenzó a rondar a Satara.
Hicieron falta un montón de dioses para
darle caza al muy cabrón y matarlo.
—Mmm, hablando de lobos, ¿qué te
dije sobre él?
—¡Corta el rollo!
—Que sepas, hermanita —le dijo al
tiempo que la apartaba de un empujón
para sentarse en el trono—, que no te
conviene cabrearme. Al fin y al cabo, te
estás escondiendo… en mi casa.
—No me estoy escondiendo.
—¿Ah, no? Entonces ¿por qué estás
aquí? ¿No deberías estar en el Olimpo
para atender todos los caprichos de la
tía Artemisa?
La furia que vio en los ojos de su
hermana le indicó que lehabía tocado la
fibra sensible. Bien. Le encantaba
cabrear a la gente.
—Hay que pararle los pies a
Xypher. Me matará en cuanto tenga la
oportunidad.
—¿De verdad? Lo engatusaste para
que abandonara su cómoda vida de
divinidad,
conseguiste
que
lo
persiguieran, que lo mataran y que
después lo torturaran durante toda la
eternidad. Lo normal sería que viniera a
verte con un ramo de flores y una caja
de bombones…
Satara lo miró con el gesto torcido.
—Bueno, al menos yo no le rebané
el pescuezo a mi propio hijo.
Stryker extendió un brazo y la atrajo
hacia él con sus poderes de semidiós. La
agarró por el cuello y comenzó a apretar
hasta que a ella estuvieron a punto de
salírsele los ojos de las órbitas y sintió
que le crujía la laringe.
—Xypher no es el único al que
debes temer.
La apartó de un empujón.
Satara intentó recuperar el aliento y
la compostura mientras lo fulminaba con
la mirada.
—Te lo he dado todo, Strykerio. He
espiado para ti y te he dicho cosas que
nadie más podría saber. Ahora te pido
un mínimo de protección, y ¿cómo me
contestas? Con amenazas. Vale. Me iré.
Y cuando Xypher me mate, espero que
recuerdes esta conversación y te des
cuenta de que eres el único culpable de
que te hayas quedado solo en el mundo.
Stryker se frotó la frente, dando
gracias por el hecho de que su patético
discursito no pudiera provocarle un
dolor de cabeza.
—Deja ya los numeritos. Nunca me
ha gustado el teatro. Puedes esconderte
aquí y liberar a todos los demonios que
te dé la gana en el plano humano. Pero
antes de que aniquiles mi fuente de
alimento, ¿me permites que te dé un
consejillo?
—¿Qué?
En vez de responderle, Stryker hizo
aparecer de la nada un par de brazaletes
de oro, uno de los tres juegos que había
descubierto dos años atrás. Uno de sus
generales los encontró y se los llevó sin
saber qué eran.
Sin embargo, él lo sabía, y estaba
reservando un par para un «amigo» muy
especial.
Le tendió los brazaletes a su
hermana.
Satara los cogió y los miró con asco,
como si fueran de carbón en vez de oro
atlante.
—¿Qué quieres que haga con esto?
Stryker soltó un suspiro cansado. Su
hermana podía ser extremadamente
inteligente a veces, pero con ciertas
cosas había que darle explicaciones
como si fuera una niña de cinco años.
—¿Cómo matas a un dios?
—Arrebatándole los poderes.
Asintió con la cabeza, dándole su
aprobación.
—¿Y si no puedes?
—Seduces a un dios ctónico y le
dices que el dios te atacó, y luego te ríes
a carcajadas cuando el ctónico lo deje
seco. Pero no tengo tiempo para eso.
Xypher está a punto de aparecer hecho
una fiera para matarme.
La fulminó con la mirada, irritado.
—Deja de pensar como una puta un
segundo, ¿quieres? La mejor manera de
derrotar a un enemigo es atacar su punto
débil.
Satara puso los brazos en jarras. Los
brazaletes se balancearon en su mano
derecha y estuvieron en un tris de caer al
suelo, como si fueran baratijas en vez de
algo más valioso que un reino humano…
o que la vida de su portadora.
—No tiene.
Stryker miró los brazaletes con los
ojos entrecerrados.
—Si le pones uno de esos, lo tendrá.
Interesada por fin en lo que le había
dado, Satara examinó los brazaletes.
—¿A qué te refieres?
—Me refiero, hermanita, a que esos
brazaletes de oro que tienes en las
manos son su talón de Aquiles. Dáselos
a uno de mis spati y haz que le ponga
uno a Xypher y otro a un mortal, y adiós
a tus problemas.
Satara sonrió al comprender por fin
la importancia de los brazaletes.
—Los vinculan… Si mato al mortal,
Xypher muere.
Stryker volvió a asentir con la
cabeza.
—Y lo mejor es que si el mortal se
aleja más de veinte pasos de él, el
humano muere… y él también.
Satara soltó una carcajada malévola
al acercarse al trono para darle un beso
en la mejilla.
—Ya sabía yo que te quería por
algo.
Stryker no era tan imbécil como para
tragárselo. Su hermana era incapaz de
querer a nadie que no fuera ella misma.
Sin embargo, había conseguido que
siguiera siendo su aliada unos cuantos
días más.
Satara lanzó un brazalete al aire y lo
atrapó con las dos manos.
—Me muero por ver su cara cuando
se entere de lo que son —dijo y se
desvaneció antes de que Stryker pudiera
darle un último consejo.
—Elige con cuidado al humano.
Lo último que le hacía falta era que
diera con un humano que supiera cómo
combatirlos.
Cuando Simone terminó de dar la clase
que tenía por la tarde y llegó al callejón,
ya casi había anochecido. Bajó de su
Honda blanco y caminó por la acera
azotada por un viento frío impropio de
la época. Se subió el cuello del abrigo
de lana mientras tiritaba. No le gustaba
ni un pelo tener que acercarse a la
escena de un crimen, sobre todo después
de que la hubieran limpiado. En ese
momento no había nada que indicara que
allí se había producido un acto violento.
Era como cualquier otro callejón de la
ciudad.
Eso era lo más inquietante.
La vida de Gloria había acabado de
manera fulminante en ese lugar, y solo
Gloria y su familia lo sabrían. Cientos
de personas pasarían por allí sin ser
conscientes de que habían arrojado a
una chica al callejón como si fuera
basura. Esa idea la enfurecía e hizo que
recordara a su madre, sobresaltándose.
—¿Estás bien? —preguntó Jesse.
—Sí. Es que no me ha sentado del
todo bien el pollo del almuerzo.
—Te comiste un sándwich de jamón
y queso.
—Calla ya, listillo. No hace falta
que te fijes tanto en las cosas.
Sacó unos guantes de látex del bolso
por si encontraba algo en el lugar.
También la protegerían de cualquier
germen que pudiera pulular por allí. Esa
era una de las cosas que siempre repetía
a sus alumnos. La ropa que llevaran a la
escena de un crimen debía ser tratada
como una fuente de contaminación. En
los últimos años había llevado a su casa
más virus de los que recordaba, motivo
por el que se alegraba de vivir sola. Lo
último que quería era transmitir alguna
enfermedad a su pareja.
Abrió el maletero y metió el bolso
antes de sacar el maletín del
instrumental, que contenía todo lo
necesario para preservar cualquier
prueba que la policía hubiera pasado
por alto.
Gloria ladeó la cabeza mientras
observaba el callejón.
A Simone se le formó un nudo en el
estómago por la lástima.
—¿Has recordado algo?
—Hubo un gruñido muy raro… —
contestó la chica en voz baja. Distante.
—¿Un gruñido?
Gloria asintió con la cabeza.
—Un gruñido ronco, feroz, pero no
parecía ningún animal.
—¿Era algo así? —Jesse emitió un
sonido fantasmagórico.
Gloria lo fulminó con la mirada.
—Eso parece el ruido que haría
Darth Vader atragantándose con un
hueso. No.
Jesse miró a Simone indignado
cuando ella se echó a reír.
—¿Qué quieres qué haga? —le dijo
—. Tiene razón.
—Vale, ahora te va a ayudar tu tía.
Simone meneó la cabeza antes de
coger la linterna y echó a andar hacia la
zona donde había visto el cuerpo en las
fotografías. Los edificios se alzaban a
ambos lados del callejón y en el fondo.
En el centro había una alcantarilla. Las
dos aceras estaban hechas polvo. Era el
típico callejón con mucho tráfico en las
calles colindantes y a la vista de
cualquier vecino que podría verlos si se
asomaba por la ventana.
Eso la llevó a preguntarse si no
habría algún testigo que hubiera visto al
asesino…
Volvió a la cabeza hacia Jesse, que
estaba imitando el paso Moonwalk de
Michael Jackson mientras vigilaba el
callejón y la calle. Solo le faltaba la
cazadora de cuero roja con tachuelas
doradas y el guante plateado.
—Disculpe, señor Thriller o don
Beat It, o la canción que estés imitando
tan penosamente… ¿Me lo parece a mí o
esta zona está demasiado expuesta para
que se trate de un ataque daimon?
Jesse le lanzó una mirada venenosa,
pero le dio la razón.
—Hay demasiado movimiento por la
zona y, de ser ellos, no les habría
importado derramar un poquito de
sangre. Esos cabrones son unos guarros
comiendo.
—Sí, ya me parecía a mí. Creo que
Tate estaba en lo cierto cuando dijo que
había muerto en otro sitio. Pero las
marcas del cuello… No son humanas. Si
no fue un daimon, ¿qué la mató?
—¡Holaaa! —exclamó Gloria—.
Por si no os habéis dado cuenta, estoy
aquí. ¿Os importa?
Simone dio un respingo al darse
cuenta de lo insensible que había sido.
Por regla general, era mucho más
cuidadosa cuando estaba con un
fantasma.
—Lo siento.
Jesse se acercó a Gloria.
—Pero tú recuerdas haber estado
aquí, ¿no?
Gloria asintió con la cabeza.
—Escuché el ruido y luego intenté
cruzar la calle para alejarme de él.
—Bien —la animó Simone—.
¿Recuerdas algo más?
Gloria meneó la cabeza.
—De verdad que no acabo de
creerme que esté muerta. Vamos, que sé
que antes me atravesaste con las manos,
pero recuerdo la película esa de Reese
Witherspoon…
—Ojalá fuera cierto —dijo Simone.
—Esa misma. Todos creían que
Reese era un fantasma, pero solo estaba
en coma. A lo mejor eso me ha pasado a
mí.
Ojalá fuera el caso, pensó Simone.
Miró a Jesse con la esperanza de que él
la ayudara a hacerle comprender que no
había vuelta de hoja y que no podría
volver al mundo de los vivos por mucho
que todos desearan que la situación
fuera distinta.
Jesse miró a Gloria con una sonrisa
comprensiva.
—Sé lo que sientes. Conozco bien
esa incredulidad que insiste en decirte
que es un sueño, pero tienes que
enfrentarte a la realidad, y la realidad es
que no estás en coma.
Simone suspiró mientras recorría
con la mirada el callejón vacío. Solo
había un trozo de papel y un vaso de
cartón de Starbucks aplastado. Nada
más.
—Pues no veo nada que pueda
ayudarnos —dijo a los fantasmas—. La
policía debió de llevárselo todo. Será
mejor que volvamos con Tate, a ver si
ellos han encontrado algo.
Acababa de dar un paso hacia su
coche cuando oyó un ruido a su espalda
que le provocó un escalofrío. Si allí no
había nadie…
—Vamos, seguro que no quieres irte
tan pronto. Al fin y al cabo, acabamos
de llegar… y estamos buscando un buen
aperitivo.
Simone iluminó con la linterna al
hombre que acababa de hablar.
No, se corrigió, no era un hombre.
Era un daimon.
Y no estaba solo.
2
Jesse se quedó blanco. Y claro, con el
poco color que un fantasma tenía ya de
por sí, a Simone se le ponían los pelos
de punta cada vez que le pasaba.
—Parece que me equivoqué al decir
que a los daimons no les gustaría este
sitio, ¿verdad? —preguntó con una
sonrisa fingida.
Simone retrocedió un poco.
—Pues sí, Jess, te equivocaste.
El daimon miró a Jesse con una
sonrisa.
—Qué detalle. Tenemos un tres por
uno, chicos. Supongo que Apolo está
contento esta noche.
Al ver que los daimons se acercaban
a Gloria, Simone se sacó la pistola
eléctrica del bolsillo y corrió hacia
ellos. No iba a consentir que le hicieran
daño al pobre fantasma de la chica.
—¡Alejaos de ella!
El primer daimon esquivó los
pequeños
arpones
que
salieron
disparados del extremo del arma y
apartó a Simone de un empujón. Antes
de que ella pudiera contraatacar, le quitó
la pistola de la mano.
—No te pongas celosa, cariño.
Estaremos contigo en un pispás.
—¿En un «pispás»? —La voz,
malévola y burlona, le provocó a
Simone un escalofrío en la espalda—.
¿Quién usa esa palabra? ¿Un mariquita?
La voz era tan grave que parecía
reverberar en su interior, pensó Simone,
petrificada por el miedo.
De la oscuridad surgió una sombra
tan grande que a su lado se sintió
diminuta. Al instante, el daimon que le
había arrebatado la pistola le pasó
volando por encima de la cabeza y
acabó estampado contra la pared, al
lado de Jesse. El golpe fue tan fuerte que
le sorprendió no verlo aplastado como
un insecto. El segundo daimon no tardó
en acompañarlo, aterrizando sobre él.
—Abre el portal —gruñó el
desconocido, dirigiéndose al tercer
daimon, a quien tenía sujeto por la
pechera.
—Y una mierda como un piano.
—Respuesta incorrecta.
El daimon se reunió con sus dos
compañeros.
La sombra se cernió sobre ella.
Inmensa como una montaña. Siniestra.
Furiosa. Fría. Decidida.
Iluminó al desconocido con la
linterna y de repente se quedó sin aire en
los pulmones. Superaba con creces el
metro ochenta de altura y tenía el pelo
largo, negro y alborotado. Sus facciones
eran tan perfectas como las de un actor
de cine y sus ojos, tan azules que
parecían brillar en la oscuridad.
Apretaba la mandíbula como si
estuviera intentando contener su ira,
pero saltaba a la vista que le costaba
mucho. Todos los músculos de su cuerpo
estaban tensos, como los de un animal
salvaje a punto de abalanzarse sobre su
presa. Seducción y muerte. A la vez.
Solo llevaba unos vaqueros y una
camiseta negra de manga corta, como si
fuera inmune al frío. De hombros anchos
y cintura estrecha, estaba rodeado por un
aura que lo identificaba como un asesino
letal. Sin miedo.
Sin piedad.
Esos gélidos ojos azules la
atravesaron. Con odio. Sintió un
escalofrío.
—Este es el momento en el que tú
sales corriendo, pequeña humana. Sin
mirar atrás —le advirtió.
El consejo la enfureció hasta dejarla
tan cabreada como parecía estarlo él.
No era ni una incompetente ni una débil.
—No soy pequeña. —Le dio un
codazo en el cuello al daimon que
acababa de abalanzarse sobre ella, lo
volteó en el aire y lo arrojó al suelo
para asestarle una patada.
El desconocido contempló su alarde
de poder con el ceño fruncido.
—En ese caso, que la muerte te
acompañe. —Y con eso se dio la vuelta
y levantó al daimon que ella había tirado
al suelo.
Lo estrelló contra la pared con tanta
fuerza que el muro se agrietó. El daimon
gruñó y soltó un taco.
—Abre el portal —exigió el
desconocido.
Simone se percató de que el daimon
sangraba profusamente por la nariz y por
la boca.
En respuesta a su orden, una luz
cegadora apareció en el extremo del
callejón, en uno de los rincones.
El desconocido soltó al daimon y se
dirigió hacia la luz, pero antes de que
pudiera alcanzarla, un daimon altísimo y
rubio salió de ella.
Y no se trataba de los daimons
habituales a los que ella estaba
acostumbrada.
Iba vestido de cuero negro y poseía
el aura de un luchador con experiencia.
De un asesino acostumbrado a matar
ocasionando el mayor sufrimiento
posible.
La aterradora visión la dejó
petrificada. El daimon, cuya altura
superaba los dos metros y diez
centímetros, soltó una carcajada y le
enseñó un par de colmillos enormes al
desconocido justo antes de abalanzarse
sobre él.
Se movían tan rápido que Simone
era incapaz de seguir la pelea. Los otros
tres daimons huyeron hacia la calle
como cobardes, para alejarse de los
combatientes.
Simone se alejó cuando el daimon
logró estampar al desconocido contra la
pared. El golpe le hizo soltar el aire de
golpe, justo cuando el daimon le
asestaba un puñetazo en el mentón tan
fuerte que hasta ella dio un respingo.
El desconocido lo recibió con una
mueca y después contraatacó dándole un
cabezazo en la frente. El daimon se
tambaleó hacia atrás, pero no tardó en
recuperar el equilibrio mientras se
sacaba un brazalete dorado bastante
grande de un bolsillo del abrigo. Antes
de que el desconocido se diera cuenta,
se lo puso en una muñeca.
Simone lo oyó sisear como si lo
hubiera quemado. Tras asestarle una
patada, el daimon se lo quitó de encima
y se volvió hacia ella.
Aquel sería el momento perfecto
para poner en práctica el consejo que le
había dado antes ese tipo y salir pitando.
Aunque no sabía muy bien qué
intenciones tenía el daimon, la cosa no
pintaba muy bien. Corrió hacia la calle.
El daimon la atrapó y la tiró al suelo.
Forcejeó para quitárselo de encima,
pero la fuerza de él era inhumana y,
además, se movía muchísimo más rápido
que ella.
La cogió por un brazo y la tendió de
espaldas. Ella intentó darle una patada.
En vano. El daimon le subió la manga y
le dejó el brazo al aire.
En lugar de darle un mordisco, le
colocó un brazalete. El ramalazo de
dolor que sintió fue tan fuerte como si
acabaran de arrancárselo de cuajo.
Intentó respirar pese al dolor.
El daimon soltó una carcajada al ver
que se le llenaban los ojos de lágrimas y
la miró con una sonrisa malévola.
—Ha llegado tu hora de morir,
humana.
Sin embargo, antes de que pudiera
cumplir su amenaza, Jesse cogió su
maletín de herramientas y lo golpeó en
la espalda. El daimon se volvió,
siseando como una cobra con los
colmillos expuestos, y se lanzó a por él.
En un abrir y cerrar de ojos, el
desconocido estaba junto a Simone,
ayudándola a levantarse del suelo.
—Mueve el culo —le dijo él al
tiempo que la empujaba hacia la calle.
—¿Qué crees que estaba haciendo?
—Hurgándote la nariz. —Se detuvo
un momento y alargó el brazo en
dirección al daimon que los perseguía,
que se paró en seco como si acabara de
golpearlo una fuerza invisible.
Al cabo de un segundo esa fuerza
invisible la golpeó también a ella y la
mandó por los aires. El costalazo contra
el suelo la dejó sin aire en los pulmones.
—Respira, Sim, respira —oyó que
le decía Jesse cuando apareció a su
lado. Le sacó las llaves del bolsillo y se
las puso en la mano—. ¡Y mueve el culo
ahora mismo! —Acto seguido echó a
correr hacia el coche y le abrió la
puerta.
Simone lo siguió tan rápido como
pudo. Mientras entraba, alguien la
empujó desde atrás y la lanzó hacia el
asiento del copiloto. Cuando miró por
encima del hombro, vio que era el
desconocido del callejón, que estaba a
punto de subirse a su coche.
Pero lo más sorprendente fue la
mirada furiosa que le lanzó a Jesse, que
seguía fuera.
—Entra si no quieres que te coma,
fantasmilla. Personalmente, me da igual,
pero no quiero perder tiempo.
Algo impactó contra el coche.
Simone se volvió y jadeó al ver que
el daimon vestido de cuero estaba de pie
sobre el capó blanco, a punto de romper
el parabrisas de un puñetazo. El
desconocido, que se había sentado en el
asiento del conductor, arrancó el motor,
y el movimiento hizo que el daimon
acabara dándose de bruces contra la
luna. Un frenazo en seco lo mandó al
suelo. Acto seguido, dio un volantazo
rápido y el coche se internó en el
tráfico, saltándose la mediana. A su
alrededor se escucharon chirridos de
frenos. Varios coches chocaron entre sí y
las bocinas comenzaron a sonar.
Simone se santiguó al ver los faros
que se abalanzaban hacia ellos.
Temblando de miedo, se puso el cinturón
al tiempo que Jesse chillaba como un
niño pequeño en el asiento de atrás.
«¡Ni que fuera a morirse!», pensó
ella para sus adentros.
El desconocido evitó el impacto
contra un camión en el último momento y
logró regresar al carril adecuado con un
rápido giro del volante. Los frenos
siguieron chirriando a su alrededor
mientras el resto de los coches
intentaban esquivarlos.
—Supongo que esto sería más
sencillo si supiera conducir, ¿verdad?
Simone puso los ojos como platos al
mirarlo.
—Espero que estés de coña.
—Pues no —replicó él, que acababa
de dejar sin guardabarros a un coche
aparcado.
No sabía qué la asustaba más, si el
tipo que tenía al lado o el siguiente
recibo del seguro como no dejase de
impactar contra otros vehículos.
—¡Cuidado! —chilló al ver que
estaban a punto de chocar contra otro
camión.
Lo esquivaron por los pelos antes de
que los rozara.
Cuando por fin se desviaron y se
detuvieron en un callejón con un frenazo
tan fuerte que le dejaría la marca del
cinturón en el hombro unos cuantos días,
estaba dispuesta a saltar del coche y a
arriesgarse a que la atropellaran antes
que morir aplastada por un amasijo de
hierros.
El desconocido se volvió para
mirarla. Pese a la perfección de sus
facciones, su atractivo era severo. La
expresión de sus ojos azules era
inteligente, aunque no amable. Había
apoyado uno de sus musculosos brazos
sobre el volante y el otro en el asiento.
Si no resultara tan espeluznante, estaría
como un tren.
—No tengo ni idea de lo que estoy
haciendo. Por tanto, creo que debo ceder
el uso de este trasto a alguien que sepa
manejarlo correctamente.
Simone tomó una honda bocanada de
aire mientras intentaba que su corazón
recobrara el ritmo normal y apartaba la
mano del reposabrazos de la puerta, al
que se había agarrado con todas sus
fuerzas.
—¿Quién coño eres?
Lo vio clavar la vista en el brazalete
que llevaba en la muñeca, el cual intentó
quitarse de un tirón.
—Xypher. ¿Y tú?
—¿Yo? ¡Yo te mato! Me destrozas el
coche, has estado a punto de matarme…
¿¡Se puede ser más capullo!?
—¡Madre mía! —exclamó él con
sorna—. Menuda boquita… Estoy
seguro de que tu madre quería un niño.
¿Te puedo llamar «Yotemato» de ahora
en adelante? Para abreviar, vamos.
Jesse soltó una carcajada desde el
asiento trasero.
Y ella le lanzó una mirada asesina.
Que el fantasma correspondió
poniendo cara de arrepentimiento.
—Lo siento —se disculpó Jesse—,
pero ponte en mi lugar. Los dos estáis
histéricos.
—Cuidado, fantasmilla, o invocaré a
un daimon para que se alimente de ti.
Simone estaba pasmada.
—¿Puedes oírlo?
Xypher la miró muy serio antes de
preguntarle a su vez con ironía:
—¿Tú no?
—Pues sí, pero es la primera vez
que otra persona lo escucha.
—Así que ya no eres tan especial,
¿no?
Simone hizo una mueca.
—Eres un borde.
—Y tú una humana listilla. —
Mordió el brazalete para ver si podía
quitárselo.
Simone se encogió al escuchar el
chirrido de sus dientes contra el metal.
Ese sonido le daba una dentera horrible.
—¿Qué estás haciendo?
Lo oyó soltar un suspiro frustrado
antes de volver a intentar arrancarse el
brazalete.
—No tienes ni idea de lo que acaba
de pasarnos, ¿verdad?
—¿Aparte de tu asalto y el de los no
muertos?
—Sí —contestó él, levantando el
brazo para señalar el brazalete, idéntico
al que ella llevaba—. Como nos los ha
puesto a los dos, tengo la ligera
impresión de que estamos unidos de
algún modo. Porque, la verdad, los
daimons no suelen etiquetarte antes de
morderte, no van por ahí marcando
animalitos para analizar sus hábitos de
comportamiento…
Simone se miró el brazo y tuvo un
mal presentimiento.
—¿De qué estás hablando? —En el
fondo lo sabía, pero quería escucharlo
antes de confirmar sus suposiciones.
—Lo único que digo es que no
deberías alejarte mucho de mí hasta que
descubramos exactamente qué es esto y
qué efecto tiene. Conociendo a los
dioses como los conozco, seguro que
tenemos un buen marrón encima.
«Conociendo a los dioses…»
La cosa iba de mal en peor.
—¿Qué eres? —le preguntó,
temiendo por anticipado la respuesta.
Él le lanzó una mirada tan gélida
como el viento que soplaba en el
exterior.
—No hagas preguntas cuyas
respuestas no quieras saber.
—Mmm… esto… chicos —los
interrumpió Jesse—. Los daimons tienen
un coche y vienen a por nosotros.
Xypher soltó un taco.
En un abrir y cerrar de ojos, Simone
se descubrió en el asiento del conductor.
Xypher ocupaba el asiento del copiloto.
—¿Nos puedes sacar de aquí? —le
preguntó él.
Seguramente debería preguntarle por
lo que acababa de pasar, pero dado que
uno de sus dos mejores amigos estaba
muerto y que el otro trabajaba para un
grupo de cazadores de vampiros
inmortales, su día a día estaba plagado
de cosas inusuales. Lo que importaba en
ese momento era huir.
—Maniobra de evasión al volante.
Abrochaos los cinturones. —Dio marcha
atrás, abalanzándose sobre el coche de
los daimons, que no tardaron en quitarse
de en medio para evitar la colisión. Al
llegar al centro de la calzada, giró el
volante y puso rumbo hacia el callejón
donde todo había empezado.
—Bien hecho.
Escuchar un cumplido procedente de
ese tipo tan antipático la sorprendió.
—Es lo que tiene pasar tanto tiempo
cerca de la policía, que vas aprendiendo
truquillos interesantes.
La cabeza de Jesse apareció entre
sus asientos.
—Seguimos llevándolos detrás.
—No por mucho tiempo. —Xypher
bajó la ventanilla, se sacó una pistola de
un bolsillo del pantalón y comenzó a
disparar al coche que los perseguía.
Simone abrió los ojos de par en par
cuando oyó el estallido de una rueda.
—Buen tiro, vaquero.
—Llevo ventaja, es injusto, lo sé.
Mis balas impactan justo donde apunto.
Me he cargado a los daimons antes de
darle al coche.
Simone giró para entrar en un
pequeño aparcamiento y detuvo el
coche. Cuando se volvió para mirarlo,
vio que él tenía las mejillas enrojecidas
por el esfuerzo y por el efecto cortante
del viento. El color resaltaba el azul de
sus ojos.
Estaba impresionante y parecía
humano, pero…
—¿Qué eres exactamente?
En lugar de contestar, Xypher se
pasó una mano por la frente.
—Tenemos que averiguar qué son
estos brazaletes antes de que la cosa
empeore. No me gusta ir a ciegas.
Ella lo miró con sorna.
—Oye, que no estás solo en el
planeta Ego. Yo también quiero saber a
qué me estoy enfrentando y, en lo que a
ti respecta, yo sí que estoy a ciegas,
colgado. Así que contesta, ¿qué eres?
—No es fácil responder a eso,
humana —respondió él, de nuevo con
cara de asco.
Simone apagó el motor, quitó la
llave del contacto y cruzó los brazos por
delante del pecho.
—Inténtalo.
Xypher apretó los dientes mientras
reprimía el impulso de matarla. Al fin y
al cabo, solo era una humana, por muy
mona que fuera. Nada más que una
humana. Por regla general, no se lo
habría pensado dos veces a la hora de
quitarla de en medio, pero tenía un
pésimo presentimiento en lo que a los
brazaletes se refería. El hecho de que se
los hubieran puesto a los dos
posiblemente significara que sus vidas
estaban vinculadas, y tal vez incluso lo
estuvieran sus almas. Lo que significaba
que si ella moría, había muchas
posibilidades de que él también lo
hiciera.
«Joder», pensó. Tendría que
mantenerla con vida hasta que
encontrara una solución.
Sopesó la idea de mentirle. Pero
¿para qué? Ya había visto a los daimons,
había sido testigo de algunos de sus
poderes y… ¿qué leches? Había un
fantasma en el asiento trasero con el que
parecía tener una gran amistad. Hasta el
momento su actitud parecía confirmar
que estaba acostumbrada a lo
sobrenatural.
¿Qué más daba adentrarla un poco
más en ese mundo?
—¿Cuánto sabes exactamente acerca
de la mitología griega? —le preguntó.
—Zeus es el rey, ¿verdad?
Xypher resopló.
—Eso se cree él, sí. Yo lo veo más
bien como un imbécil repelente al que
Hera debería darle un buen par de
hostias.
Simone hizo una mueca al darse
cuenta de que Xypher estaba
emparentado con ellos, de algún
modo… Sí, su suerte mejoraba por
momentos.
—¿Qué tiene que ver Zeus con todo
esto?
—No mucho, la verdad. Eres tú
quien lo ha mencionado.
Simone soltó un suspiro exasperado
al escucharlo.
—Me está empezando a doler la
cabeza y tú sigues sin contestar a mi
pregunta.
—Vale —dijo él sin más—. Soy un
skoti.
Simone frunció el ceño porque el
término no le resultaba conocido.
—¿Y eso qué significa? ¿Que tienes
pelotillas en los dedos de los pies?
La pregunta no pareció hacerle
mucha gracia.
—No, humana, significa que antes
era un dios onírico. Ya sabes, de los
sueños.
«Bueno, salido de un sueño sí que
parece, sí…», reconoció ella para sus
adentros.
«¡Sim, ni hablar! —protestó la voz
de su conciencia—. No te estarás
tragando esa chorrada, ¿verdad?»
Parecía una locura y, sin embargo,
los Cazadores Oscuros para los que Tate
trabajaba eran guerreros inmortales
creados por la diosa Artemisa para
proteger a la humanidad.
Sí, y ella tardó bastante en
asimilarlo. Pero si había aceptado que
Tate no estaba loco y que los daimons
eran reales (después de haberlos visto
más de lo que le gustaría), no le quedaba
más remedio que tragarse el rollo que él
acababa de soltarle.
Respiró hondo con la intención de
prepararse para el resto de la historia.
—Y ahora ¿qué eres? —le preguntó,
bastante tensa.
—Un no muerto.
Salió pitando del coche, impulsada
por las imágenes de los daimons
intentando merendársela. Lo único que
se le ocurrió fue ponerse a salvo antes
de que él lo intentara.
Aunque no llegó muy lejos.
Xypher apareció de repente frente a
ella y la atrapó contra su cuerpo.
—Te he dicho que no…
Un puñetazo en la nuez lo dejó sin
habla.
La soltó al instante mientras
intentaba recobrar la respiración.
Xypher imaginó que la hacía
pedazos y le lanzó una mirada furiosa.
Agitó la mano para inmovilizarla contra
la pared y se acercó a ella muy
despacio, dispuesto a tomarse la
revancha por el dolor que sentía en el
cuello.
Ya lo habían golpeado bastante a lo
largo de su vida y…
—Si vuelves a hacer eso —masculló
entre dientes—, paso de los brazaletes y
te arranco la cabeza para usarla de
pisapapeles.
Simone sintió que el miedo le
recorría la espalda, pero no estaba
dispuesta a delatarse.
—¿Qué quieres de mí?
—Nada. Lo único que me interesa es
entrar en el refugio de los daimons para
matar a una antigua amiga. Tú eres una
pobre víctima que se ha interpuesto en el
fuego cruzado.
La soltó tan de repente que Simone
estuvo a punto de caerse al suelo.
Recuperó el equilibrio en el último
momento y se enderezó todo lo que
pudo, aunque no logró intimidarlo ni
mucho menos, ya que él le sacaba más
de una cabeza.
—No me gusta que me amenacen,
que me mientan ni que me manipulen.
Será mejor que lo recuerdes —añadió.
Xypher se burló de su chulería.
—¿O qué? ¿Te pondrás a llorar?
Jesse se lanzó a por él, pero antes de
que pudiera alcanzarlo, Xypher se
volvió y lo agarró por el cuello. Tras
arrojarlo al suelo, levantó el brazo para
asestarle un puñetazo, pero se contuvo a
tiempo.
Y se alejó.
Jesse la miró boquiabierto mientras
se ponía en pie.
Simone estaba alucinada. Aunque
Jesse era capaz de mover objetos, nadie
había podido tocarlo antes.
—¿Cómo es que puedes tocarlo?
Xypher cruzó los brazos por delante
del pecho.
—Me quedan muchos poderes
divinos, aunque no todos los que tenía.
Los que conservo van y vienen cuando
les da la gana. Seguro que es cortesía de
Hades y de su retorcido sentido del
humor.
Jesse lo miró con incredulidad.
—Creo que vamos a tener que
hacerle caso. Nadie ha sido capaz de
tocarme desde la noche que morí.
Simone tragó saliva y asintió con la
cabeza. Lo que Xypher acababa de hacer
era imposible e inexplicable.
—De acuerdo. Recapitulemos. Eres
un dios onírico sin control sobre tus
poderes, dispuesto a matar a alguien. Y
estos… —levantó el brazo donde
llevaba el brazalete—, estos chismes
son un regalito con muy mala leche.
Xypher hizo un gesto afirmativo con
la cabeza.
—Es posible que incluso estallen y
nos maten. Tenemos que librarnos de
ellos.
«¿Ah, sí?», rezongó ella para sus
adentros, pero se guardó el sarcasmo al
presentir que no le serviría de nada, y
mucho menos con el humorcito que se
gastaba ese tipo.
—Vale. Creo que conozco a alguien
que puede ayudarnos.
—¿Tú? —se burló él—. Tú conoces
a alguien… —Y se echó a reír.
Eso sí que la ofendió.
—¡Oye, resulta que conozco a mucha
gente! Y muchos son bastante diferentes
a la mayoría.
—Sí, ¿todos tienen vínculos con los
dioses griegos?
—Pues, mira por dónde, sí. —Le
lanzó una mirada ufana—. Resulta que
trabajan para Artemisa.
Xypher se puso serio al instante.
—¿Conoces a los Cazadores
Oscuros?
—No en persona, pero conozco a un
escudero.
—Llévame con él.
La orden le sentó como una patada
en el culo.
—Eres un hijo de puta mandón e
insoportable. ¿Quién te crees que er…?
—Dejó la pregunta en el aire al caer en
la cuenta de que si decía la verdad y era
un dios, ya tenía la respuesta. Eso
explicaría su ego y su actitud mandona
—. Da igual. Volvamos al coche y te
llevaré a ver a Tate. Si lo que dices es
cierto y estos chismes pueden estallar,
tenemos que darnos prisa.
De repente, se descubrió en el
interior del coche, con él.
Sacudió la cabeza para despejarse y
para librarse del extraño zumbido que
tenía en los oídos.
—¡Vaya! ¿No podrías llevarnos así a
la oficina de Tate?
—Después de la primera visita.
Tengo que conocer el lugar para poder
teletransportarme. Si no, podría acabar
emparedado o metido en algún sitio
asqueroso.
Sí, acabar en un sitio asqueroso no
debía de ser agradable. Mejor evitar la
experiencia. Aunque, claro, acabar
emparedada no sería mucho mejor.
Jesse apareció en el asiento de atrás.
—Por cierto, ¿os habéis dado cuenta
de que Gloria ha desaparecido durante
todo este follón? No sé si eso es bueno o
malo.
La tristeza la inundó mientras
arrancaba el motor.
—Estoy segura de que es malo. Pero
ya nos preocuparemos por ella luego,
después de hablar con Tate. A menos
que puedas encontrarla en el otro plano,
no podemos hacer nada por ella.
El miedo brilló en los ojos castaños
de Jesse.
—Sí, claro. ¿Ya no te acuerdas de lo
que me pasó la última vez que lo
intenté? No es una experiencia que
quiera repetir.
Ni ella tampoco. El pobre Jesse
había estado a punto de ser devorado
por un daimon.
Simone puso rumbo a la oficina de
Tate y después cogió el teléfono del
salpicadero. Marcó su número para
asegurarse de que estaba allí.
Lo cogió al cuarto tono.
—Hola, cariño. Estaba hablando con
los escuderos.
Simone miró de reojo a Xypher, que
parecía estar de muy mala leche.
—Genial, pero ahora mismo tengo
un problema más importante.
—¿Has descubierto algo?
—Digamos que más bien me han
descubierto a mí.
—¿Cómo dices? —preguntó Tate,
muy asustado.
Simone sopesó la mejor forma de
explicarle lo que había pasado. Sin
embargo, nunca se le había dado bien lo
de marear la perdiz y, como Tate
trabajaba para los Cazadores Oscuros,
tal vez supiera de dioses oníricos y
demás fauna.
—Estaba buscando pistas cuando un
grupo de daimons apareció de repente y
después apareció un… skoti.
Tate soltó una carcajada nerviosa.
—Estás de coña, ¿verdad?
Xypher la miró con una ceja
arqueada, como si estuviera escuchando
la conversación.
—Noooo —contestó ella, alargando
la palabra—, y ya veo que sabes de lo
que te estoy hablando.
—Desde luego. ¿Estás herida?
—Solo tengo unos cuantos rasguños.
—Giró a la izquierda al llegar a Canal
Street—. Pero lo importante es que los
daimons me han puesto un brazalete y al
skoti, otro. No sabemos lo que son y
tenemos que encontrar a alguien que nos
explique de qué va esto.
—Necesitáis un oráculo.
Y lo dijo así, sin más.
Simone meneó la cabeza.
—Pues resulta que estamos un poco
lejos de Delfos, guapo.
—No hace falta que vayas a Grecia,
tonta. Conoces a Julian Alexander,
¿verdad?
El nombre le resultaba familiar y
frunció el ceño.
—¿Te refieres al profesor de
historia antigua que está como un tren?
—Sí a la primera parte de la
pregunta.
Simone pasó por alto el sarcasmo.
—No me estarás diciendo que es un
oráculo que habla con los dioses, ¿o sí?
Tate soltó una carcajada maliciosa.
—Prepárate, hermosa, porque vas a
caerte de culo. Es el hijo de Afrodita.
Sí, claro, cómo no… ¿No podía
descubrir algo que realmente tuviera
sentido? ¡Por el amor de Dios! Además
de estar sentada al lado de un tipo que
estaba para comérselo y que era un dios,
llevaba a un fantasma adolescente al que
le faltaba un hervor sentado en la parte
de atrás mientras cantaba en voz baja la
canción «Everybody Wants to Rule the
World» de Tears for Fears.
Lo más normal del mundo era que el
tío más bueno del Departamento de
Historia Antigua fuera un semidiós.
—Sabía que no iba a gustarme tu
respuesta —murmuró—. Y pensar que
me he pasado todo este tiempo creyendo
que tan solo era un profesor monísimo…
—Y todos tus alumnos te creen una
excéntrica porque hablas sola. Te han
pillado más de una vez hablando con
Jesse.
—No me extraña. Vale, ¿cómo lo
localizo?
—Voy a darte su número.
Simone repitió el número en voz alta
para que Jesse la ayudara a recordarlo.
Una vez que cortó la llamada, marcó el
número de Julian de inmediato.
Este contestó al tercer tono.
—¿Profesor Alexander?
—Sí.
—No sé si se acordará de mí, pero
nos hemos visto en unos cuantos actos
organizados por la facultad. Soy Simone
Dubois…
—La profesora de patología clínica.
Sí, la recuerdo.
Impresionante, ya que se tenía por
una persona poco interesante para dejar
huella. Su estatura era normal; su peso,
también; tenía el pelo castaño y rizado, y
los ojos de un color verdoso. Y casi
siempre iba vestida con tonos beiges y
marrones, o con la bata de laboratorio.
Era raro que dejara alguna impresión en
la memoria de la gente. De hecho, en el
instituto la propusieron como candidata
a «La Mujer Invisible» y también estaba
en la lista de «Lo siento, ¿te conozco?».
Así que el hecho de que el profesor
Alexander la reconociera le resultó de
lo más estimulante.
—Me alegro, porque estoy metida en
problemas.
—¿Qué tipo de problemas? —le
preguntó con cierta reserva, detectable
incluso a través de teléfono.
Xypher le quitó el móvil de la mano
y empezó a hablar con Julian en un
idioma que a ella ni le sonaba. Aunque
era súper sexy y melodioso. De esos
idiomas capaces de excitar a cualquier
mujer, aunque el tipo en cuestión solo
hubiera pedido una pizza. Y detestaba el
hecho de que tuviera ese efecto en ella.
Por muy bueno que estuviera, era un
capullo, y lo último que le hacía falta a
una mujer era un ego tan grande y
arrogante como el suyo.
Le devolvió el teléfono al cabo de
unos minutos.
—Va a darte la dirección de su casa.
—Gracias —le soltó ella con
sequedad mientras aceptaba el teléfono
—. ¿Profesor Alexander?
—Julian, por favor.
Escuchó atentamente mientras le
daba las indicaciones para llegar a su
casa. Por suerte, no estaban muy lejos y
no tardaron en encontrar la casa, situada
más allá de Saint Charles. Ni siquiera
había quitado las llaves del contacto
cuando Xypher usó sus poderes para
trasladarlos al porche.
—En fin, resulta que eso es un poco
prepotente y desconcertante.
—Me da exactamente igual. —Y
llamó a la puerta.
Simone meneó la cabeza justo
cuando Jesse se manifestaba a su lado.
La situación parecía hacerle tanta gracia
como a ella.
Julian abrió la puerta y los recibió
con una actitud poco hospitalaria.
Siempre que Simone lo veía se
sorprendía por lo guapísimo que era. Y
no era la única que pensaba lo mismo.
Sus clases siempre estaban a rebosar de
alumnas interesadas solo en mirarlo. El
hecho de que fuera uno de los mayores
expertos mundiales en el campo de las
civilizaciones antiguas era un valor
añadido.
El profesor miró a Xypher con los
ojos entrecerrados, como si no diera
crédito a lo que tenía delante.
—Tienes emociones.
Xypher puso cara de asco.
—Incorrecto. Solo tengo una. Ira. A
menos que cuentes la insaciable sed de
venganza. En ese caso, ya son dos.
El ceño de Julian se acentuó.
—¿Cómo es que puedes…?
—Mira —lo interrumpió Xypher—,
no tengo tiempo para esto. Quítame el
brazalete para que pueda dedicarme a
hacer lo que tengo que hacer.
—Es un poco cabezón, te lo advierto
—apostilló Simone.
—Sí, eso parece. —Julian se apartó
de la puerta—. Entrad para que les eche
un vistazo.
Xypher le plantó directamente el
brazo debajo de la nariz. La verdad,
resultaba de lo más insoportable.
—Ya lo estás viendo.
—Estoy a punto de decir que lo
criaron los monos —señaló ella,
dirigiéndose a Julian.
Él se echó a reír antes de coger el
brazo de Xypher para examinar el
brazalete allí mismo, en el pasillo.
—Esto no es griego.
Xypher resopló.
—Claro que es griego. Conozco el
estilo de Hefesto.
—Y yo, y te digo que esto no es
suyo. —Julian giró el brazo de Xypher
para poder examinar bien el sistema de
cierre—. Aunque no puedo asegurarlo
con certeza, creo que esto es atlante.
Xypher no parecía muy convencido.
—¿Estás seguro?
Julian asintió muy serio con la
cabeza.
—Hefesto es mi padrastro. Tengo
trastos suyos por toda la casa… y he
experimentado con algunas de sus
creaciones. Grilletes incluidos. El
sistema de cierre de estos brazaletes es
distinto.
Simone tenía ganas de gruñir por la
decepción. Si Julian no podía ayudarlos,
¿quién iba a hacerlo?
—¿Sabes para qué sirven?
—La verdad es que no, pero si
entráis para que no nos vean los
vecinos, puedo preguntarlo.
Los ojos de Xypher se oscurecieron
de forma peligrosa.
—Ni lo intentes —le advirtió Julian
—. Me he enfrentado a cosas peores que
a un skoti cabreado.
Xypher le lanzó una mirada
amenazadora.
—En algún momento tendrás que
dormir.
—Como tú.
Simone soltó un resoplido asqueado.
—Chicos, por favor, tranquilizaos.
Lo único que quiero es librarme del
brazalete antes de que la testosterona me
afecte.
Sin decir otra palabra más, Julian
los condujo al interior de la casa,
concretamente al salón. Simone sonrió
al ver los juguetes esparcidos por el
suelo de la estancia, un enorme contraste
con el resto de la casa, que estaba
ordenadísima. Sobre la repisa de la
chimenea había fotos de Julian con una
mujer morena y cuatro niños, dos chicos
y dos niñas. Parecían muy felices.
—No sabía que tenías hijos —dijo,
conmovida por la imagen.
Julian sonrió con orgullo.
—Están en casa de un amigo con su
madre. Esta noche quería dejar acabado
el temario para una clase nueva,
aprovechando la tranquilidad y la
ausencia de mi hija pequeña, que se
empeña en hacer garabatos en mis notas.
Su hermana acaba de enseñarle a dibujar
tulipanes y ella insiste en decorar
cualquier cosa con ellos.
De hecho, en la pared que Julian
tenía detrás había dos tulipanes de color
rosa chillón dibujados a la altura de un
niño pequeño.
Simone se imaginó lo difícil que
debía de ser intentar preparar un temario
nuevo que resultara interesante y
productivo
con
las
constantes
interrupciones de una niña. Ella lo
odiaba y eso que en su casa no había
niños que la interr… bueno, ella tenía a
Jesse, claro. Así que comprendía muy
bien a Julian.
—Siento haberte molestado.
—No te preocupes —la tranquilizó
él con cordialidad—. Si esta es la peor
interrupción que sufro hoy, me daré con
un canto en los dientes. —Y, sin añadir
otra palabra más, echó la cabeza hacia
atrás y clavó la vista en el techo—.
Mamá, ¿puedes bajar un momento?
Simone miró hacia la escalera,
pensando que su madre estaba en la
planta superior.
Al parecer, no era así. Un repentino
destello de luz estuvo a punto de dejarla
ciega. Cuando volvió a ver con
normalidad, descubrió a una mujer
bellísima delante de Julian. Delgada y
muy elegante con un traje de chaqueta
blanco. La recién llegada parecía tan
asombrada de su presencia como ella lo
estaba de su repentina aparición.
Por no mencionar que no parecía en
absoluto mayor que Julian. ¡La leche!
¡Tenía a una diosa de carne y hueso
delante de las narices! ¿Qué sería lo
siguiente? ¿Un dragón? Bueno, si de
repente apareciera Brad Pitt, no tendría
nada que objetar.
—¿Qué pasa? —preguntó Afrodita.
Julian señaló con la cabeza a
Xypher, que seguía observándolo con
expresión amenazadora detrás Simone.
—Tenemos un problema.
Afrodita se volvió y puso cara de
asco.
—¿Tú? ¿Qué estás haciendo aquí?
¿No estabas muerto?
—Lo
estoy.
Gracias
por
preocuparte. Tú también tienes buen
aspecto para ser un vejestorio.
Afrodita lo miró como si el
comentario no le hubiera hecho ni pizca
de gracia.
Xypher hizo caso omiso y le enseñó
el brazalete.
—He venido para librarme de esto.
O si no, para saber al menos qué es lo
que hace.
Simone observó que la expresión
asqueada de la diosa se hacía más
evidente, hasta que estalló en
carcajadas.
—Xypher, te juro por el Estigio que
no conozco a nadie capaz de enfurecer
más a los dioses que tú. ¿A quién has
molestado esta vez para acabar con eso
en el brazo?
En el mentón de Xypher apareció un
tic nervioso.
—No juegues conmigo, Afrodita.
¿Qué es?
—Es un deamarkonion. Un chisme
monísimo creado por los atlantes para
acabar con los seres invencibles. No
sabía que quedara alguno. ¿Dónde lo has
encontrado?
—En mi muñeca, de repente. ¿Para
qué sirve exactamente?
La diosa se encogió de hombros
haciendo gala de lo que a Simone le
pareció un gesto increíble de elegancia.
—Los brazaletes vinculan las vidas
de dos seres. Tu vida y la de tu
amiguita… —se volvió hacia ella—,
aquí presente. Si uno de los dos muere,
el otro también morirá. Los atlantes lo
usaban para matar a un enemigo
poderoso. Lo vinculaban a una persona
débil, y en cuanto mataban al débil,
también se cargaban al fuerte. Muy
sencillo.
Xypher soltó un taco.
—¡Pero si todavía hay más, espera!
—exclamó Afrodita, haciendo un mohín
con la nariz—. Tenéis que permanecer
cerca. Si os separáis demasiado, los dos
moriréis.
Simone se quedó helada.
—¿Cómo?
Afrodita asintió con la cabeza.
Xypher volvió a soltar otro taco.
—¿Cuánto podemos separarnos?
—Ni idea. Supongo que lo sabremos
cuando uno de los dos cruce el límite y
caigáis fulminados.
En esa ocasión, la barbaridad que
soltó Xypher fue tan soez que Simone se
puso colorada.
—No puedo cargar contigo —
masculló, mirándola.
Las furiosas palabras la dejaron
boquiabierta.
—Como si tú fueras mi príncipe
azul, vamos. Si esto te revuelve el
estómago, imagínate lo que le hace al
mío.
La miró con los ojos entrecerrados,
pero ella se negó a dejarse acobardar.
—¿Conoces alguna forma de
librarnos de ellos? —le preguntó
Xypher a Afrodita.
—No.
La expresión que mostró al
escucharla puso de manifiesto que no
era la respuesta que esperaba.
—¿Cómo que no? —volvió a
preguntar Xypher.
—¿Estás ciego o qué? No soy
atlante. Ese brazalete se creó con la
intención de destruirnos, lo que significa
que los dioses atlantes no estaban por la
labor de compartir el secreto con
nosotros. Si conoces a alguien ligado a
ese panteón desaparecido, te sugiero que
le consultes. —Cuando se volvió hacia
Julian, su expresión se dulcificó—.
Hasta luego, cariño. —Y se desvaneció.
—¡Afrodita!
—bramó
Xypher,
mirando al techo—. ¡Vuelve aquí,
maldita sea!
Simone resopló.
—Esa es la mejor manera de
convencerla, no cabe duda. —Lo miró
con los ojos entrecerrados—. ¿Dónde te
enseñaron esos modales tan exquisitos?
¿En la cárcel?
Xypher la miró como si estuviera
imaginando
que
la
estrangulaba
lentamente. A ella le daba igual, porque
el deseo era mutuo… aunque preferiría
hacerlo con uno de los brazaletes que
los unían.
Julian soltó un suspiro cansado y
puso los brazos en jarras.
—Espero que seáis amigos de
Aquerón. Es el único atlante que
conozco.
Xypher no pareció muy ilusionado
con la idea.
—Dame su número.
Simone lo miró con una ceja
arqueada.
—¿No puedes llamarlo sin usar un
teléfono?
Julian se echó a reír.
—Os deseo buena suerte. Es la
única persona que conozco cuyo mal
humor supera el de Xypher o el de mi
madre. A Aquerón no se le exige, se le
piden las cosas por favor.
—Estoy harto de que los dioses
jueguen con mi vida —masculló Xypher
mientras Julian le daba un papelito con
un número de teléfono anotado.
En los ojos de Julian brilló una
emoción extraña.
—No sabes cómo te entiendo. Pero a
veces la salvación llega de donde menos
te lo esperas. —Su mirada se clavó en
ella—. Y de la persona que menos
esperas.
Xypher puso los ojos en blanco.
—No me vengas con gilipolleces.
Mi tiempo en este plano es muy
limitado. Dentro de veintidós días
volveré al infierno. Mi objetivo es
asegurarme de que esta vez no llegaré
solo al Tártaro.
—Pues mucha suerte. —Julian los
acompañó hasta la puerta—. Si
necesitáis algo más, ya sabéis dónde
estoy.
Simone le dio las gracias antes de
atravesar el porche. De camino al coche,
dio el móvil a Xypher, extrañada porque
no hubiera usado sus poderes para evitar
el paseo.
Claro que estaba distraído. No le
dijo ni pío. Se limitó a coger el móvil y
a marcar el número con cara de cabreo,
cosa que en cierta forma aumentaba su
atractivo.
—¿Para qué va a contestar? —
masculló con voz ronca, aunque después
siguió con un tono más normal—:
Aquerón, soy Xypher. Cuando escuches
este mensaje, llámame a este número.
Tengo un problema y necesito hablar
contigo lo antes posible. —Cerró el
teléfono y se lo devolvió.
Simone se lo guardó en uno de los
bolsillos traseros del pantalón.
—¿Crees que te devolverá la
llamada?
—Ya estamos con las preguntitas…
—¿Por qué eres tan desagradable?
—le preguntó ella mientras se detenía y
lo obligaba a hacer lo mismo.
—¿Por qué hablas tanto? ¿Era
demasiado pedir que me encadenaran a
una muda deprimida o a una de esas
adolescentes que se visten de negro y
escriben poemas infumables?
En la vida la habían ofendido de esa
manera.
—¿A ti te falta un tornillo o qué?
Los ojos de Xypher resplandecieron
en la oscuridad.
—Humana, reza para que no te
enteres nunca.
Para no enterarse ¿de qué? ¿De que
era un imbécil? Para eso no había
excusa.
—En fin, no eres el único al que le
afecta esta situación. Resulta que yo
tengo una vida y un trabajo. Lo único
que me faltaba era cargar con un gorila
de ciento veinte kilos tan simpático y
agradable como tú.
—Yo no peso ciento veinte kilos.
Lo miró con una ceja arqueada.
—¿No niegas lo del gorila?
—No.
Su respuesta la desinfló en parte.
Era difícil llevar ventaja en una
discusión con una persona a la que no
parecía importarle que lo tuvieran por
un monstruo.
—Esto… ¿Simone? —la llamó Jesse
con voz temblorosa.
Ella se volvió para mirarlo.
—¿Qué?
—¿Qué es eso?
Volvió la cabeza en la dirección que
le indicaba. Vio una criatura alta y
corpulenta, con ojos rojos que brillaban
en la oscuridad.
Y que iba directa hacia ellos.
3
Xypher la empujó hacia Jesse.
—Vosotros dos, quedaos aquí.
Simone no tenía ganas de discutir,
sobre todo por el tamaño de la criatura
que se dirigía hacia ellos y por el hecho
de que parecía tener la piel hirviendo y
le salía humo. Llevaba una capa oscura
que resaltaba el brillo rojizo de sus
ojos. Se abalanzó sobre Xypher tan
rápido que casi no le dio tiempo a verlo.
Los dos se enzarzaron en una pelea.
Xypher tiró al demonio al suelo, que
rodó y le lanzó una bola de fuego que él
desvió antes de extender la mano como
si fuera a devolverle el golpe a don
Demonio Humeante.
No funcionó.
El demonio soltó una carcajada.
—Pobre Xypher… ¿Tienes algún
problema?
—¿Para darte una paliza, Caifás?
Nunca.
La capa se desvaneció. En la
oscuridad, la piel humeante del demonio
pareció transformarse en algo parecido
al cuero. Su rostro se convirtió en el de
una gárgola y su ropa en una ligera
armadura negra que se amoldó como una
segunda piel a su musculoso cuerpo. Sin
embargo, sus ojos mantuvieron el brillo
rojizo, como si fueran un par de ascuas
encendidas.
Caifás sacó una espada corta y la
hizo girar a su alrededor antes de
abalanzarse sobre Xypher, que se
apartó. Un guardabrazo plateado
apareció en el brazo que no llevaba el
brazalete. Xypher lo utilizó para quitarle
la hoja al demonio. Sin embargo, y antes
de que pudiera apoderarse de la espada,
Caifás la cogió con la mano izquierda e
intentó ensartarlo una vez más.
Xypher dio media vuelta y empujó al
demonio, que trastabilló antes de
recuperar el equilibrio.
Caifás soltó una carcajada.
—Has mejorado.
—Sí, los niños crecen tarde o
temprano.
Le asestó una patada, pero Caifás le
agarró el pie y tiró de él hacia arriba.
Xypher giró en el aire para aterrizar
de pie. Se abalanzó sobre el demonio y
lo atrapó por la cintura, tras lo cual
ambos cayeron al suelo.
Simone quería huir, pero recordó
que mientras llevara el brazalete no
podía alejarse más que unos pasos sin
que los dos murieran.
—Encuentra un arma —murmuró
para que Jesse la oyera mientras ella
buscaba una rama o algo con lo que
pudiera ayudar a Xypher a derrotar al
demonio.
Jesse soltó un taco de repente.
Simone se volvió hacia la pelea,
momento en el que comprendió la
reacción del fantasma. En un abrir y
cerrar de ojos Caifás hizo girar la
espada y se la clavó a Xypher en el
estómago, hundiéndola hasta que la
punta le salió por la espalda.
Xypher jadeó mientras la sangre
salía a borbotones alrededor de la
empuñadura y manchaba la mano de
Caifás.
El demonio se echó a reír.
—Bueno, bueno, parece que no has
mejorado tanto, ¿no crees? —Le dio un
cabezazo a Xypher, que se tambaleó
hacia atrás por el golpe.
El movimiento hizo que la espada
saliera de su cuerpo.
Xypher cayó de rodillas mientras
Caifás levantaba la espada para darle el
golpe de gracia.
Simone apretó los dientes al
recordar una vez más cómo su madre y
su hermano murieron delante de ella.
Una rabia arrolladora la consumió hasta
que fue incapaz de pensar con lógica.
En ese preciso momento el demonio
se convirtió en el foco de veinte años de
frustraciones con un sistema judicial que
le había fallado, y de una rabia tan
amarga que podía saborearla.
Con la única idea de salvar a
Xypher, Simone cogió el spray de
pimienta que llevaba en el bolsillo del
abrigo y echó a correr hacia el demonio.
Lo empujó con toda su fuerza y contuvo
el aliento mientras lo rociaba con el
spray.
Caifás tosió y escupió antes de dar
un paso hacia ella echando chispas por
los ojos.
Se preparó para el ataque, decidida
a defenderse con uñas y dientes si era
necesario. Sin embargo, y antes de que
pudiera llegar hasta ella, algo lo apartó
de un empujón.
El pelo rubio le confirmó que se
trataba de Julian, espada en mano. Se
interpuso entre ellos y obligó al
demonio a alejarse.
Mientras Julian entretenía al
demonio, ella corrió al lado de Xypher,
que yacía en el suelo cubierto de sangre.
Estaba muy blanco y no paraba de
temblar. La sangre corría entre sus
dedos sin visos de detenerse.
—Tranquilo —le dijo al tiempo que
le apartaba la mano para ver la herida
—. Estoy aquí, Xypher. No te
preocupes. —Miró por encima del
hombro—. Jesse, abre el maletero y
tráeme el maletín.
Jesse corrió al coche mientras ella
examinaba la herida en el estómago de
Xypher. Parecía espantosa. Y en cuanto
la tocó, lo oyó soltar un taco. Cuando lo
vio resoplar por la nariz, supo que iba a
golpearla.
Por suerte para ella, perdió el
conocimiento antes de que pudiera
cumplir la silenciosa amenaza.
Alzó la vista y vio a Julian
enzarzado en una impresionante lucha a
espada. Se movían tan deprisa que solo
veía las chispas que saltaban del choque
de las espadas. El ruido era
ensordecedor y sofocaba cualquier otro
sonido, salvo sus gruñidos e insultos.
En ese instante Julian esquivó el
mandoble del demonio antes de
empujarlo y clavarle la espada en las
costillas.
El demonio se tambaleó y siseó de
dolor, dejando al descubierto unos
dientes afilados antes de desaparecer.
De él solo quedó el hedor a azufre y otro
olor que a Simone le recordó a la
melaza.
Julian ladeó la cabeza como si
percibiera algo. Se volvió hacia ella
justo cuando Jesse aparecía con su
maletín. A partir de ese momento su
objetivo fue detener la hemorragia de
Xypher. No fue fácil, sobre todo porque
la cabeza empezaba a darle vueltas.
—¿Estás bien? —le preguntó Jesse.
—No lo sé.
Julian se arrodilló a su lado.
—Tenemos que evitar que alguien lo
vea, supongo que ya sabes a qué me
refiero.
Y tanto que lo sabía. Por suerte, no
había pasado ningún coche mientras
peleaba… o lo que habría sido peor,
ningún vecino había aparecido para
pasear al perro.
—Tienes toda la razón del mundo.
En un abrir y cerrar de ojos se
encontraban de vuelta en la casa de
Julian, en un dormitorio de la planta alta
decorado en tonos verdes y crema, y
amueblado
con
antigüedades
victorianas.
Estaban al lado de la cama de
matrimonio donde Xypher descansaba.
Jesse apareció un segundo después y
frunció la nariz.
—Qué herida más fea. Tiene que
doler un huevo.
Julian hizo una mueca al ver la
sangre que brotaba del costado de
Xypher.
Sin mediar palabra, Simone le abrió
la camisa. Se quedó sin aliento, y
recordó de pronto una de las ventajas de
su trabajo. Los muertos no sangraban de
esa manera en la mesa de autopsias. No
había atendido a un paciente vivo desde
que había hecho las prácticas en la
universidad.
Julian miró por encima de su
hombro.
—¿Cómo le va?
—Esa… cosa, fuera lo que fuese, lo
ha destrozado. La espada lo ha
atravesado por completo.
Julian hizo una mueca.
—Sí, esas heridas duelen mucho.
Sufrí unas cuantas en mis tiempos.
Simone decidió no hacer ningún
comentario al respecto mientras
controlaba la hemorragia lo mejor que
pudo.
—Habría que llevarlo a un hospital,
pero he trabajado cuatro años en
urgencias y sé que van a hacer un
montón de preguntas que no podremos
responder.
—Espera, te llevaré a uno.
Ella abrió la boca para protestar,
pero Julian levantó la mano para
silenciarla antes siquiera de que pudiera
decir nada.
—Es un lugar seguro, se llama
Santuario. El ala hospitalaria se instaló
para situaciones como esta. Es un lugar
al que pueden acudir los que no son del
todo humanos en busca de ayuda. Está
equipado con todo lo que necesitas y no
harán preguntas sobre la procedencia de
ninguno de vosotros.
Eso la tranquilizó muchísimo.
—Bien. Porque a menos que
empiece a curarse él solito, va a
necesitar cirugía… y deprisa. O morirá.
La muerte era una posibilidad que
deseaba evitar a toda costa.
Julian clavó la vista en la cama
empapada de sangre e hizo una mueca.
—Debería haberte llevado allí antes
de echar a perder el cobertor. Esto es lo
que me pasa por intentar comportarme
como un humano a todas horas, que me
olvido de mis propios poderes.
Antes de que se diera cuenta,
estaban en lo que parecía una consulta
médica. El acero inoxidable era la
constante del mobiliario. El suelo era de
baldosas blancas, al igual que las
paredes, donde se alineaban vitrinas de
cristal llenas de medicamentos. También
había una camilla acolchada, junto a la
cual vio tres bandejas repletas de
instrumental quirúrgico. Tal como le
había dicho Julian, el lugar estaba
equipado con todo lo que necesitaría
para curar a Xypher.
Julian estaba a su lado, con Xypher
en los brazos. Toda una proeza, teniendo
en cuenta que era varios centímetros más
alto que él.
—Estoy
mareada
—murmuró
Simone cuando la cabeza empezó a
darle vueltas.
Se apoyó en la vitrina que tenía más
cerca mientras recuperaba el equilibrio.
Julian no le prestó atención.
—¡Carson! —gritó.
A su izquierda se abrió una puerta
por la que apareció un nativo americano
que los fulminó con la mirada. Tenía el
pelo largo y negro, recogido en una
coleta, y una nariz aguileña que le
recordó a un ave de presa.
—No grites, tengo un oído
extremadamente agudo.
—Lo siento —se disculpó Julian a
toda prisa—. Pero tenemos un problema.
Carson, esta es Simone. Simone, te
presento a Carson. Es cirujano.
—¡Gracias a Dios! —exclamó,
aliviada al ver que había otro médico
presente—. Yo solo opero a muertos.
Carson no hizo ningún comentario
mientras clavaba la mirada en Xypher.
—¿Y el que se está desangrando
es…?
—Un Cazador Onírico.
La respuesta de Julian lo dejó
boquiabierto.
—¿Se pueden desangrar en el plano
humano?
—Eso parece, y es grave.
Carson asintió con un gesto serio de
cabeza antes de cruzar la estancia para
abrir una puerta que tenían detrás.
—Tráelo aquí y déjalo en la camilla.
Julian obedeció sin titubear.
Simone lo siguió a un quirófano sin
muebles. Al igual que la sala donde
habían aparecido, estaba limpio y
esterilizado, con muebles de acero y
enormes lámparas sobre la mesa de
operaciones. Parecía un quirófano como
cualquier otro, y le impresionó la
calidad del material y de los monitores,
todo de última generación. De hecho,
sabía de varios hospitales que matarían
por tener un equipo quirúrgico tan
sofisticado.
Mientras Julian dejaba a Xypher
sobre la mesa de operaciones, ella se
encaminó hacia la salita que se hallaba a
la derecha, donde había un pequeño
lavabo, para poder prepararse.
Carson entró tras ella.
—Parece que sabes lo que estás
haciendo.
—Soy patóloga forense, y me ha
parecido que ibas a necesitar ayuda para
operar. —Se secó las manos en una de
las toallas verdes que estaban apiladas
sobre una mesita junto al lavabo.
Él asintió con la cabeza antes de
lavarse las manos.
—Te lo agradezco. Mi ayudante
tiene el día libre.
Julian apareció en la puerta. Tenía
toda la ropa empapada de sangre.
—Si no me necesitáis, me vuelvo a
casa para arreglar el estropicio de la
cama… Espero que ninguno de mis
vecinos haya visto la pelea que hemos
tenido en la calle con el simpático
demonio que ronda por el barrio.
Carson resopló.
—Por favor, que nadie lo haya
grabado en vídeo. Y que los dioses nos
libren de las webcams. No sabéis cómo
odio la era moderna.
Simone pasó por alto el comentario
sarcástico y clavó la mirada en Julian.
—Buena suerte, y muchas gracias
por tu ayuda.
Julian le
sonrió
antes
de
desaparecer. Carson cogió un carrito
con instrumental y lo llevó al quirófano.
—¿No necesitamos mascarillas y
ropa de quirófano? —le preguntó ella.
Lo vio negar con la cabeza.
—Me lavo las manos por costumbre.
En realidad, nuestro amigo aquí presente
debería ser inmune a toda la clase de
gérmenes que pueden matar a un
humano. Ciertas cosas sí pueden
matarlo, pero nosotros no tenemos
ningún remedio para ellas.
—Ah… —Se colocó al otro lado de
la mesa de operaciones para echarle una
mano con el vendaje provisional que le
había hecho a Xypher en el costado.
Al ver que no le quitaba los
pantalones, Simone se sorprendió un
poco. A Carson no parecía importarle
que estuviera medio vestido.
Dado que ella nunca había operado a
nadie, y mucho menos a alguien que no
era del todo humano, se mordió la
lengua. Saltaba a la vista que ese
hombre sabía lo que estaba haciendo, de
lo contrario Julian no los habría llevado
allí. Por no mencionar que nadie
compraría todo ese instrumental si no
supiera cómo utilizarlo.
¿Verdad?
Eso esperaba. Se apartó un poco
para observar cómo Carson lo abría y
comenzaba a trabajar en la herida. Dio
un respingo al ver todo el daño. Las
arterias y el tejido muscular estaban
hechos cisco.
Pobre… ¿hombre? Lo que fuera.
Sintió una punzada de culpa al
recordar cómo se había interpuesto entre
el demonio y ella. Se había llevado la
peor parte de la pelea… al igual que
hizo en el callejón para que no resultara
herida.
A pesar de sus comentarios
sarcásticos, Xypher tenía un corazón
compasivo y un mínimo de decencia.
Darse cuenta de eso hizo que lo mirase
con otros ojos. En el fondo no era tan
malo. Y mientras lo miraba, su corazón
se ablandó por la consideración que él
había demostrado.
Carson cogió una pinza de la
bandeja de acero.
—¿Con qué lo han atravesado?
—Con una espada corta.
Lo vio menear la cabeza.
—Parece que lo haya atravesado una
sierra. Mira todo este daño. —Apartó la
piel para que pudiera ver la zona sin
obstáculos.
Simone le tendió otra pinza, ya que
Xypher estaba sangrando muchísimo.
Carson tenía razón. Era espantoso.
—No sé si esto te sirve de algo,
pero quien le ha clavado la espada es
una especie de demonio.
—¿Sabes de qué panteón?
Esa tenía que ser la conversación
más rara que había mantenido en la vida.
No había muchas personas a las que se
les pudiera contar que un demonio había
aparecido en plena calle y te había
atacado, y lo aceptaran con una pregunta
tan sencilla. Lo más normal sería oír una
carcajada.
Antes de que corriera el alcohol.
—Pues no… Pero Xypher lo llamó
Caifás.
Carson soltó una palabrota.
La inesperada furia que había
despertado en él ese nombre hizo que
Simone alzara la vista.
—¿Lo conoces?
—Es mitad griego y mitad sumerio.
Y un cabronazo. Es un milagro que
hayáis sobrevivido. Aunque la pregunta
más importante es por qué os atacó. Esto
no es normal en él.
—¿A qué te refieres?
—Caifás es un doleodai. Un
demonio esclavizado. No puede actuar
por sí solo, tiene que recibir órdenes de
otra persona.
Una información muy interesante.
Simone quería echarse a reír por lo
absurdo que había sido todo lo sucedido
desde el almuerzo.
—¿Cómo me he metido en este
follón? Solo quería echarle un vistazo a
la escena de un crimen y volver a casa.
No… Olvida lo que he dicho. Solo
quería comerme un sándwich de jamón y
queso con un amigo. Ahora estoy metida
hasta las cejas en la lucha de un antiguo
dios griego y ni siquiera es hora de
cenar. Me muero de ganas por saber lo
que viene a continuación.
Carson sonrió.
—Yo también he tenido días así.
—Sí, ya…
—No, de verdad. Deberías seguirme
y documentar todas las cosas raras en
las que acabo metido.
—Dime unas cuantas.
Carson le quitó la pinza de la mano.
—Bueno, recuerdo que Marvin (el
mono que teníamos de mascota) se
escapó un día del dormitorio de Wren
(es un tigre que puede adoptar forma
humana), y subió al ático para dormir
con el dragón. Pues resultó que nuestro
dragón particular es alérgico a los
monos… ¿Quién iba a imaginarlo? Max
acabó con sarpullidos en ciertas partes
del cuerpo que a día de hoy todavía me
dan grima cuando me acuerdo. Y que
sepas que si dices «mono» en su
presencia, te escupe fuego. Luego está
aquella otra vez en la que… Bueno,
mejor no te cuento esa historia. Si Dev
se entera, me arrancará el corazón y se
lo comerá.
Simone retrocedió un paso al
escuchar sus palabras. No… era
imposible.
¿O no?
—¿Tenéis licántropos aquí?
Carson se detuvo para mirarla.
—¿No eres una escudera?
—No.
El cirujano se quedó sin aliento y
torció el gesto hasta poner cara de
enfado. Cogió el instrumental de sutura
con un gruñido.
—No tenías ni idea de nada de lo
que te he contado hasta que lo he
largado todo, ¿verdad?
—Estaba en la inopia total.
Carson soltó otro taco.
—No puedo creer que lo haya
hecho. Al verte llegar con Xypher y
Julian y después de que me contaras lo
del demonio, creía que lo sabías todo de
nuestro mundo.
No lo sabía, pero estaba teniendo un
cursillo acelerado y la cosa cada vez
pintaba peor. En ninguna de las
conversaciones que había tenido con
Tate este había mencionado a los
licántropos.
—Pues ahora ya sí lo sé —replicó
Simone con la intención de que Carson
no se machacara por el desliz—. Daily
Inquisitor, allá voy… No, mejor me
meto de cabeza en el manicomio local.
—Ríete, pero acabo de romper unas
novecientas reglas más o menos. ¿Qué te
parece si mantenemos esta conversación
en secreto?
—No pienso a abrir la boca, te lo
juro. Estoy encariñada con la poca
cordura que me queda, y lo último que
deseo es estar metida en lo que ya estoy
metida. Indícame dónde está la puerta
para que esta Alicia pueda salir por la
madriguera de regreso a la tierra, y te
aseguro que va a tener Alzheimer si
alguien le pregunta sobre este incidente.
De hecho, ni siquiera sé si estoy aquí.
Creo que un daimon me dio un porrazo
en la cabeza y todo esto es una
alucinación debida a la pérdida de
sangre.
—¿Se te suele ir la pinza muchas
veces como ahora mismo?
—Sí. Es que así me centro.
Carson soltó una carcajada mientras
continuaba cosiendo a Xypher.
Simone guardó silencio al darse
cuenta de una cosa.
—No le hemos dado ningún tipo de
anestésico para que siga inconsciente.
¿No deberíamos hacerlo?
—No serviría de nada. Los
Cazadores Oníricos son inmunes a ellos.
—¿En serio?
Lo vio asentir con la cabeza antes de
que se inclinara sobre Xypher para ver
mejor lo que estaba haciendo.
—Son dioses. La medicina humana
convencional no les afecta.
—¿Y por qué lo estamos operando?
—Porque está sangrando y no ha
recuperado la consciencia… Nunca he
visto sangrar a un Cazador Onírico, y
mucho menos de esta manera. Así que
supongo que si está sangrando, podría
perder demasiada sangre y morir.
Por un lado, eso tenía sentido, pero
por otro…
—Los dioses no pueden morir,
¿verdad?
—Claro que sí. Pero cuesta mucho
matarlos y suele necesitarse un arma
hecha por un inmortal. Y me da en la
nariz que eso era lo que tenía Caifás
cuando os atacó. —Levantó la vista para
mirarla con seriedad—. Los demonios
no suelen atacar a los dioses ni a
ninguna otra persona a menos que crean
que van a matarlos. Verás, esos ataques
suelen cabrear a los objetivos, que luego
se inventan maneras de torturar y matar
al demonio en cuestión. Y cuando se
lanzan al cuello del otro, la cosa se pone
chunga. Por regla general, el demonio es
el que sale perdiendo, sobre todo
cuando han cabreado a un dios; así que
los demonios acostumbran ser más
cuidadosos que los depredadores
normales. Cuando atacan, son rápidos y
letales.
Simone soltó un suspiro cansado,
consciente de la gran verdad que
acababa de escuchar. Clavó la mirada en
Xypher, que yacía sumido en una
engañosa tranquilidad. Su cuerpo estaba
preparado para la lucha; era letal. Un
espécimen
perfecto
de
belleza
masculina.
Así dormido parecía un ángel, pero
dada su personalidad tan espinosa, no
tenía ningún problema para imaginarse
la larga lista de gente que quería verlo
muerto.
Ella misma incluida.
Pero ¿quién lo odiaría hasta el punto
de mandar a un demonio a destruirlo?
Eso era una crueldad.
Pobre Xypher.
No dijo nada más mientras Carson
limpiaba, desinfectaba y cosía la herida.
Cuando por fin terminaron, Xypher
seguía
dormido,
pero
sudaba
copiosamente. Le colocó la mano en la
mejilla, áspera por la barba, y se dio
cuenta de que, tal como había
sospechado, tenía fiebre.
La compasión la llevó al lavabo,
donde se enjuagó las manos y luego
humedeció un paño con agua fría. Con
un poco de suerte eso ayudaría. Le
colocó el paño en la frente, y volvió a
fijarse en su enorme atractivo. Era
guapísimo. Pero como se trataba de un
dios, supuso que eso resultaba de lo más
normal.
Solo tenía muy claro que era un
capullo… y que le había salvado la vida
en dos ocasiones.
Miró a Carson, que se estaba
aseando, y recordó en ese momento el
término que Xypher había utilizado para
definirse.
—¿Qué es un skoti exactamente?
Carson se secó las manos con una
toalla antes de regresar a su lado.
—¿Dónde has oído esa palabra?
Simone señaló a Xypher con la
mano.
—Él me dijo que lo era.
Carson asintió con la cabeza.
—Los antiguos griegos tenían dioses
oníricos. Hace siglos uno de ellos creyó
que sería divertido meterse en los
sueños de Zeus. Pero al jefe no le hizo
mucha gracia, así que ordenó que
cualquiera con una gota de sangre
onírica muriera o fuera despojado por
completo de sus emociones.
Al escucharlo, ella recordó que
Julian se había sorprendido al ver que
Xypher tenía emociones.
—Menuda crueldad.
—Bueno, no se puede decir que
Zeus sea famoso por su compasión. —El
deje de su voz dejaba claro que él tenía
sus propios motivos para detestar al
regente de los dioses.
Carson señaló a Xypher con la
cabeza.
—Desde la maldición de Zeus, los
Óneiroi o dioses oníricos acabaron
relegados a controlar los sueños
humanos, y pronto descubrieron que el
edicto de Zeus no tenía valor en el plano
onírico. Podían sentir de nuevo.
Aterrados por la posibilidad de que
volvieran a castigarlos, los dioses
oníricos empezaron a vigilar sus filas
para asegurarse de que sus hermanos no
se pasaban de la raya. A pesar de eso,
algunos empezaron a ansiar las
emociones hasta tal punto de que
perdieron el control. Poco tiempo
después esos dioses se convirtieron en
un peligro para ellos mismos y para los
demás.
—Como si tuvieran una adicción…
—Exacto. —Carson soltó la toalla
—. Los dioses oníricos que perdieron el
control y que comenzaron a necesitar las
emociones recibieron el nombre de
«skoti».
Vaya, pues no se refería a las
pelotillas de los dedos de los pies,
pensó. Pero al menos ya comprendía lo
que Xypher era en realidad.
—También me dijo que estaba
muerto.
—Verás, en teoría, cuando un skoti
no controla la adicción, lo matan y
acaba en el Tártaro, donde sufre un
castigo eterno.
Eso lo explicaba todo. Lo habían
matado para luego resucitarlo. Se
preguntó cómo era posible. ¿Habría
hecho un trato o algo así?
La idea le ponía los pelos de punta.
Frunció el ceño al reparar en las
palabras en lengua desconocida que
Xypher tenía escritas en el brazo. Se lo
levantó con curiosidad, asombrada por
el tacto acerado de sus músculos, para
examinar las letras.
—¿Sabes qué pone aquí?
Carson se colocó a su lado.
—No, lo siento. Parece griego y yo
solo sé francés, cajún, inglés, un poco
de criollo y cuatro palabras sueltas de
otros idiomas.
Simone acarició las letras rojas,
intentando no pensar en el fuerte brazo
por el que sus dedos se deslizaban. ¿Por
qué se habría tatuado esas palabras y
qué significaban?
Soltó el brazo de Xypher y miró a
Carson.
—¿Sabes algo sobre él?
—No. Nunca lo había visto ni he
oído nada sobre él hasta hoy. Hay miles
de Cazadores Oníricos, y suelen
mantenerse alejados del plano humano,
prefieren esconderse en los sueños. —
Guardó silencio un instante—. ¿Quieres
dejarlo aquí y volver a tu casa?
—Ojalá pudiera —contestó al
tiempo que se miraba el brazalete—,
pero es imposible. Afrodita dijo que
mientras lleváramos estos chismes —
levantó el brazo para que lo viera—,
estábamos vinculados. Si nos separamos
demasiado, moriremos.
—Menuda putada.
—Dímelo a mí.
Carson señaló la puerta que tenía
detrás.
—En ese caso mejor os paso a una
habitación un poco más agradable.
Tendrás un sitio cómodo donde sentarte
mientras sigue durmiendo.
Simone dio un respingo ante la idea
de teletransportarse de nuevo.
—Por favor, no me desintegres. Ya
estoy a punto de vomitar de tanto
hacerlo, y que sepas que ahora respeto
muchísimo más al capitán Kirk y al
señor Spock.
Carson soltó una carcajada.
—Te entiendo perfectamente. —Le
quitó el freno a la camilla con la punta
de la bota—. Lo llevaremos en la
camilla.
—Te lo agradezco en el alma.
Carson se entretuvo para llamar a un
tal Dev antes de conducirla a una
habitación contigua, amueblada con
antigüedades, entre ellas una cama de
matrimonio con un edredón de
terciopelo rojo. Las cortinas eran muy
oscuras, pero le daban un toque
acogedor a la estancia.
—Bonito dormitorio —comentó al
tiempo que pasaba la mano por un
precioso tocador.
—Solo lo mejor de lo mejor para
maman.
—¿Maman?
—Nicolette Peltier. Es la dueña de
este sitio y todo el mundo la llama
«maman».
Simone sonrió al escucharlo.
—Qué dulce. Debe de ser muy
cariñosa.
—A veces. Aunque otras puede
comportarse peor que una osa furiosa.
Volvió a sonreír.
—Mi madre también era así.
—Esto… bueno…
—¿Qué quieres, Doc? —preguntó un
tipo muy guapo que acababa de abrir la
puerta.
Tenía el pelo rizado y no pasaría de
los veinticinco.
Carson señaló a Xypher.
—Ayúdame a moverlo. No quiero
reabrirle la herida del costado.
Dev frunció el ceño y se puso muy
serio al ver a Xypher en la camilla.
—¿Quién es?
—Un Cazador Onírico.
—¿Puede sangrar? —preguntó,
pasmado.
—Eso parece.
—¡Jo! —exclamó Dev entre dientes
antes de ayudar a Carson a poner a
Xypher en la cama.
En cuanto lo dejaron sobre el
colchón, Dev miró a Simone un instante
y luego se llevó la camilla sin decir ni
una sola palabra.
—Es bastante reservado, ¿no? —le
preguntó ella a Carson, sin saber muy
bien qué pensar.
—La mayoría lo somos. Nuestra
supervivencia depende de eso.
—Y yo he aparecido sin avisar.
Lo vio asentir con la cabeza.
Ella quería asegurarle que jamás
haría nada que pudiera perjudicarlos.
Además, ¿quién iba a creerla si
afirmaba que había una familia de
licántropos asentada en Nueva Orleans?
—En serio, Carson, vuestro secreto
está a salvo conmigo. Los secretos son
algo fundamental en mi vida, te lo juro.
Si el departamento de policía confía en
mí, vosotros también podéis hacerlo.
—Lo sé. En caso contrario, te
mataríamos y nos comeríamos tu
cadáver.
Simone no tenía muy claro si estaba
bromeando o no, pero algo en su actitud
le indicó que hablaba en serio.
Carson señaló la puerta que tenía
detrás con el pulgar.
—Estaré en mi despacho si necesitas
algo. Ponte cómoda. —Inclinó la cabeza
hacia una puerta que estaba a la
izquierda—. Ese es el cuarto de baño.
—Gracias.
A continuación, Carson salió del
dormitorio y cerró la puerta tras él.
Simone soltó un largo suspiro
cuando el agotamiento se apoderó de
ella. Estaba sola en una casa
desconocida, algo a lo que no estaba
acostumbrada.
—¿Dónde te has metido, Jesse? No
me gusta estar sola.
Los años que llevaban siendo
amigos habían conseguido que nunca se
sintiera sola. Estaba tan acostumbrada a
tenerlo cerca que cuando no lo estaba,
esa ausencia casi le dolía.
Un poco perdida y agobiada, se
acercó a la cama para tapar a Xypher
con el edredón. En ese momento no
parecía tan feroz, pero lo rodeaba un
aura que dejaba bien claro que era letal.
Bajó la vista hasta sus manos, a las
cicatrices que le desfiguraban los
nudillos. Eran muy antiguas, pero se dio
cuenta de que no las había causado una
sola herida. Se habían abierto una y otra
vez a lo largo de muchas peleas… Sí,
había momentos en los que su trabajo le
decía demasiadas cosas sobre la gente.
Y además de las cicatrices de los
nudillos, tenía muchas otras en el pecho
y en los brazos. Por raro que pareciera,
en la cara solo tenía una. Una casi
invisible en la sien derecha.
—¿Quién eres, Xypher?
—¿Sim?
Sonrió al escuchar la voz de Jesse,
que apareció justo a su lado.
—¿Dónde te habías metido?
—Me dejasteis allí tirado —se
defendió él—. ¿Sabes lo que cuesta
rastrear a un humano por el plano
ectoplásmico? No, no tienes ni idea. Y
no te gustaría enterarte, de verdad te lo
digo. Por lo menos esta vez te he
encontrado sin pasar antes por la casa
de esa loca que le daba gelatina a su
schnauzer.
Qué imagen más interesante…
—Vale, lo que tú digas. Lo siento.
—¡Y más que deberías sentirlo! —
Miró a Xypher con los ojos
entrecerrados—. No tiene buena pinta.
¿Va a salir de esta?
—Eso creo.
—No debería alegrarme, pero hasta
que encontremos la forma de liberarte,
tú también morirías.
—No sabes cuánto me alegro de que
te hayas acordado de ese detallito. —
Frunció el ceño al recordar la parrafada
que le había soltado—. ¿Plano
ectoplásmico? ¿Qué leches es eso?
—Es la jerga de los que somos
discapacitados corporales. Es el enorme
más allá donde rebotamos los unos con
los otros, como átomos dispersos. La
verdad es que da repelús… por eso me
quedo contigo. Pero solo porque tú das
menos repelús que ellos.
Lo miró boquiabierta, pasmada por
lo que acababa de decirle.
—Oye, que yo no doy repelús.
—Das grima. Un mal rollo que te
cagas. Te he visto por las mañanas y no
se puede decir que seas guay del
Paraguay.
Simone puso los ojos en blanco al
escuchar esas expresiones típicas de los
ochenta.
—Te odio con toda mi alma.
—Claro, claro. —Sonrió como el
gato de Alicia en el País de las
Maravillas—. Por eso estabas tan
preocupada por mí.
A veces era demasiado intuitivo.
Resopló, fingiéndose indignada, antes de
volver a mirar a Xypher.
Era una pena que supiera tan poco
de él, y esa idea la llevó a plantearse su
pasado. ¿Qué lo había impulsado a
luchar en las batallas que dejaron unas
cicatrices tan espantosas en un cuerpo
tan hermoso?
—¿Crees que tiene motivos para ser
tan hostil? —le preguntó a Jesse.
—Pues no. Yo creo que le encanta
ser un gilipollas. Hay mucha gente así
pululando por el mundo, que lo sepas.
Era verdad. Ella se había cruzado
con unos cuantos, y aun así… Tenía la
sensación de que había algo más.
Alguien que era capaz de odiar tanto
como Xypher debía, sin duda, amar con
la misma intensidad.
Y su necesidad de matar por encima
de todas las cosas delataba que había
sido víctima de una traición brutal. La
única persona a quien ella había querido
matar era al asesino de su madre…
—No puede existir el odio sin el
amor.
Jesse frunció el ceño.
—¿Qué has dicho?
—Es algo que solía decir mi madre.
Lo vio torcer el gesto.
—Ah, tía, no… no te atrevas.
—¿Que no me atreva a qué?
—A poner esa carita de pena como
si te diera lástima. —Soltó un bufido
irritado—. Eres un trozo de pan y no
tienes remedio. A ver, ese tío es el
mismo al que te vincularon cuando
intentaba bajar al infierno para matar a
alguien. Tus sentimientos le importan un
pito. No te atrevas a preocuparte por los
suyos.
Simone le restó importancia a la
regañina con un gesto de la mano.
—Cierra la boca, petardo. Ni
siquiera lo conozco.
—Pues asegúrate de que la cosa siga
así.
Sabía que Jesse tenía razón. A pesar
de todo, una parte de sí misma se sentía
atraída hacia Xypher en contra de su
sentido común. Ni siquiera estaba
segura del porqué, pero tenía la
sensación de que estaba perdido.
Y tanto que estaba perdido. Por lo
menos su sentido del humor sí que lo
estaba… Sí. Y ella estaba perdiendo el
sentido común.
—¿Sabes algo de Gloria? —
preguntó a Jesse en un intento por
distraerse.
Él negó con la cabeza.
—Ni un gemidito. Creo que los
daimons se la comieron.
Simone no quería ni pensar que eso
fuera cierto. Nadie se merecía semejante
destino.
—Espero que no. Parecía muy
agradable.
—Ya te digo. —Jesse flotó hasta las
cortinas.
De repente, alguien llamó a la
puerta.
—Adelante —dijo Simone.
Al ver que Carson entraba en la
habitación con una pequeña segueta,
retrocedió un paso por precaución. A
saber cuáles eran sus intenciones.
—¿Qué vas a hacer?
Carson señaló el brazalete con la
segueta.
—Me preguntaba si esto serviría
para cortar el brazalete.
Sonrió, aliviada. Por un segundo lo
había creído capaz de cumplir su
amenaza de silenciarla para siempre.
—Ahora mismo eres el número uno
de mi lista de personas favoritas. Sí, por
favor, veamos si funciona.
Carson soltó una carcajada mientras
le cogía la muñeca. Se detuvo un
instante para examinar el brazalete.
—Parece oro normal y corriente.
—Afrodita dijo que es atlante. Algo
hecho por los dioses.
Carson se quedó sin aliento.
—¡Ah! —exclamó apartándose de
ella.
—¿Es malo?
—A lo mejor. No sé mucho sobre
ellos, pero no quiero ni imaginarme lo
que podría pasarte si intento cortarlo. Es
posible que provocáramos incluso el fin
del mundo.
Simone apartó el brazo a toda prisa.
—Pues entonces mejor que no. El
episodio de Dexter de la semana pasada
acabó con mucha intriga y quiero saber
qué pasa.
Sus
palabras
parecieron
sorprenderlo.
—¿Ves esa serie?
—No me pierdo ni un capítulo.
Como patóloga forense me provoca una
fascinación morbosa.
—Pues por mi trabajo y mi vida, es
una serie que evito a toda costa, lo
mismo que los documentales de vida
salvaje. —Se alejó hacia la puerta—.
Os dejaré solos.
Carson ni siquiera había cerrado la
puerta cuando ella oyó una voz grave a
su espalda.
—¿Dónde estoy?
—¡Hala! —exclamó Jesse desde la
cama—. El muerto se ha despertado…
otra vez.
Simone no le hizo ni caso mientras
se acercaba a Xypher. Los ojos de este
estaban enrojecidos y algo hinchados.
Seguía muy pálido, y a juzgar por su
respiración entrecortada, ella supo que
le dolía muchísimo.
—Estás en el Santuario.
Xypher inspiró hondo antes de hacer
una mueca.
—Huelo a Cazador Katagario.
—¿Cazador Katagario?
Antes de contestar, se removió bajo
el edredón.
—Licántropo.
—Ah. —Tenía cierto sentido. Los
Cazadores Oscuros cazaban daimons.
Los Cazadores Oníricos cazaban sueños
y… Bueno, a saber qué cazaría un
Cazador Katagario. Mejor pensar en
otra cosa—. Creo que uno de ellos te ha
puesto en la cama.
Xypher intentó sentarse, pero siseó.
—Ten cuidado —le advirtió ella,
que se apresuró a acercarse más. Le
colocó las manos en el pecho, pero las
apartó enseguida al sentir una especie de
descarga eléctrica. No supo por qué,
pero tocarle el pecho la había dejado sin
aliento y totalmente desconcertada—. La
herida es bastante grande. Carson dijo
que no podíamos darte nada para atenuar
el dolor.
Xypher volvió a tumbarse en la
cama con un tic nervioso en el mentón.
Se quitó el paño húmedo de la frente y
lo miró como si fuera una forma de vida
alienígena que quisiera absorberle el
cerebro.
—Tenías fiebre —le explicó
Simone.
Sus palabras solo consiguieron que
frunciera el ceño todavía más.
—¿Has sido tú?
No entendía su enfado. Era como si
su amabilidad lo irritara.
—Creía que te estaba haciendo un
favor. Perdona.
—¿Por qué ibas a querer hacerme un
favor?
—Porque
estabas
herido
y
sangrando.
Su respuesta no evitó que siguiera
mirándola con expresión gélida.
—¿Qué más te da lo que me pase?
—Estudié medicina para ayudar a la
gente. Por eso hago lo que hago.
—¿Por qué?
Jamás en la vida se había topado con
alguien tan reacio a aceptar ayuda. ¡Por
el amor de Dios! ¿Qué le habían hecho
al pobre para que algo tan tonto como
ponerle un paño en la frente para
aliviarle la fiebre lo hiciera recelar?
—Creo que no te gusta que sea
amable contigo.
—Lo has pillado —dijo él—. No me
gusta. La gente no es amable. Por lo
menos conmigo.
El corazón le dio un vuelco al
escuchar esa voz gruñona.
—Xypher…
—No quiero tu lástima. —Tiró el
paño al suelo—. Ni tu amabilidad. No te
metas en mis asuntos y no se te ocurra
morir hasta que encuentre la manera de
entrar en Kalosis.
¡Joder! Eso la había emocionado.
Xypher era como un puercoespín
histérico en una fábrica de globos.
—¿Por qué es tan importante para ti
matar a esa persona?
De repente, apareció una imagen
dentro de su cabeza. Era Xypher. En una
gruta oscura y tétrica, colgado de forma
dolorosa por los brazos. El pelo,
empapado de sangre y de suciedad, se le
pegaba a la cara. Estaba desnudo y tenía
el cuerpo cubierto de heridas abiertas.
La agonía de sus ojos era
abrasadora. Intentaba escapar y luchar,
pero no podía hacer nada. Las púas de
acero del látigo lo golpeaban una y otra
vez, abriéndole nuevas heridas y
haciéndolo girar en el aire. A los dos
esqueletos que lo azotaban no les
importaba dónde le dieran, el objetivo
era causarle el mayor daño posible.
Cuanto más sangraba, más se reían
los esqueletos.
—¡Ya basta! —gritó Simone,
incapaz de soportarlo.
La imagen se desvaneció tan rápido
como había aparecido.
Xypher la miró con tanta frialdad
que se le heló hasta el alma.
—Lo que has visto son diez
segundos de los siglos de tortura que he
tenido que soportar por la crueldad de
una persona. ¿Quieres preguntarme algo
más?
El dolor que la invadía la ahogaba.
Solo atinó a negar con la cabeza. Con
razón estaba furioso. El nudo que tenía
en la garganta apenas le permitía
respirar.
—Sí —contestó tras una breve pausa
—. Quiero preguntarte una cosa.
Después de haber sacrificado tanto por
la persona que te traicionó, ¿por qué vas
a sacrificar también tu vida?
Xypher soltó una carcajada amarga.
—Voy a explicarte cómo he llegado
aquí, humana. Le hice un favor a una
diosa, que a su vez habló con Hades
para que me convirtiera en humano
durante un mes. Un solo mes. Ni un día
más ni un día menos. Ahora bien,
después de llevar siglos en el Tártaro,
sé perfectamente que Hades no deja que
nadie se vaya así como así, y mucho
menos con el pasado que yo tengo. Voy a
volver al infierno, nena. No hay vuelta
de hoja. La única incógnita es si lo haré
solo, y no estoy dispuesto a que eso
pase. —Sus ojos la taladraron un
segundo antes de levantarse de la cama
—. ¿Dónde está mi camiseta?
Simone no daba crédito a lo que
veía. Estaba en pie pese a la gravedad
de la herida. ¿Cómo era posible que
pudiera moverse sin la ayuda de algún
analgésico por lo menos?
Claro que después de haber visto lo
que le habían hecho en el Tártaro, era de
suponer que estaba tan acostumbrado al
dolor que ya ni se inmutaba. A pesar de
las heridas, en la imagen lo había visto
forcejear para defenderse de los
esqueletos.
—No puedes andar de un lado para
otro. Tienes que descansar.
—Y una mierda —masculló entre
dientes—. Tengo muchas cosas que
hacer para quedarme en la cama como
un príncipe consentido.
Se plantó delante de él para evitar
que se fuera.
—Vas a conseguir que la herida se
abra.
—¿Y qué?
—¿Cómo que «y qué»? ¿Estás loco?
—Tenía que estarlo—. ¿Sabes lo
doloroso que puede ser?
Xypher la miró con sorna y frialdad
antes de volverse para enseñarle la
espalda.
—Sí, creo que me hago una ligera
idea.
Se tapó la boca mientras observaba
horrorizada
las
cicatrices
que
desfiguraban su preciosa espalda. Decir
que lo habían atacado con brutalidad era
quedarse corta. Extendió la mano en un
acto reflejo para tocarlo, pero se
contuvo antes de hacerlo.
Dejó la mano en el aire, cerca de las
cicatrices. Lo bastante cerca para sentir
el calor que irradiaba su cuerpo,
consumido por la fiebre. La idea de que
lo hubieran torturado de esa manera la
desgarraba. ¿Qué clase de monstruo
haría algo así?
El hecho de que hubiera sufrido solo
sin nadie que lo atendiera le revolvió
todavía más el estómago.
Xypher se volvió para mirarla a la
cara.
—¿Dónde está mi camiseta?
Se vio obligada a carraspear para
poder contestarle.
—Tuvimos que cortarla.
Lo vio apartar la mirada como si su
respuesta lo hubiera enfurecido.
—Muchísimas gracias.
¿Por qué estaba tan cabreado por
una camiseta?
—Podemos ir a tu casa y coger otra.
—No tengo casa y no tengo más
camisetas.
¿Lo decía en serio?
—¿Qué quieres decir?
Xypher se plantó delante de ella. La
miró con una sonrisa burlona.
—¿Por qué eres tan dura de mollera,
humana? Me liberaron del infierno, no
de un parque de atracciones. Del
infierno no se llega con un fondo de
armario y la cartera llena.
—Pero llevas aquí unos cuantos
días, ¿no? ¿Dónde has estado viviendo?
¿Cómo te las has apañado para comer?
En lugar de responder, la apartó para
salir.
Y en ese momento ella entendió lo
que no quería decirle.
—Has estado durmiendo en la calle,
¿verdad?
—¿Quién ha dicho que haya
dormido? —Abrió la puerta.
Carson levantó la vista de su
escritorio de cerezo como si hubiera
estado
esperando
que
Xypher
apareciera. Cogió la camiseta que tenía
doblada en la mesa y se la tiró.
—Puedes quedártela.
Xypher la cogió sin darle las
gracias, y ya se la estaba pasando por la
cabeza cuando Simone se reunió con
ellos.
Su móvil sonó en ese momento.
Se lo sacó del bolsillo y miró quién
la llamaba. Era un número oculto. Lo
abrió.
—¿Diga?
La voz que le respondió era ronca y
muy sexy, con un extraño acento que le
provocó un escalofrío.
—Soy
Aquerón
Partenopaeo.
Xypher me ha llamado desde este
número. ¿Podrías pasármelo?
Sí, pero no quería hacerlo. Prefería
seguir hablando con esa voz tan
educada, ya que tenía un extraño efecto
tranquilizador. A regañadientes, le pasó
el teléfono a Xypher.
—Es Aquerón.
Como era habitual en él, le quitó el
teléfono de la mano con brusquedad.
—¿Dónde coño estás?
Jesse se inclinó hacia ella para
susurrarle al oído.
—A mí me lo pregunta así y me
desvivo por ayudarlo, ¿y tú?
—Calla… —le dijo, conteniendo
una sonrisa porque acababa de decir una
verdad como la copa de un pino.
Xypher cerró el móvil con un golpe
y se lo devolvió.
Se produjo un destello y ante ellos
apareció un hombre altísimo, tan alto
que mediría más de dos metros. Era
delgado y tenía el pelo negro muy largo,
además de un aura tan peligrosa que a su
lado Xypher parecía un cachorrito.
Llevaba gafas de sol oscuras, una casaca
negra y larga, como la de un pirata, y
una camiseta negra de los Misfits. Eso
sí, Johnny Deep no le llegaba ni a la
suela de los zapatos en cuanto a sexappeal. Aquerón rezumaba sex-appeal a
espuertas, allí de pie con el peso del
cuerpo apoyado en una pierna y la
mochila de cuero negro al hombro. Al
reparar en las Martens rojas que
llevaba, Simone frunció el ceño… ni
que necesitara los centímetros de más
que proporcionaban las botas, vamos.
—Ya era hora —gruñó Xypher.
Aquerón se limitó a enarcar una ceja
negra y perfecta, que sobresalió por
encima de la montura de las gafas.
—Aunque tengo por costumbre
respetar tus tendencias suicidas, harías
bien en recordar con quién estás
hablando y, sobre todo, lo que puedo
hacerte. Nadie ha dicho que tengas que
volver al Tártaro de una sola pieza.
Xypher cruzó los brazos por delante
del pecho.
Aquerón se volvió hacia ella.
—¿Me permites ver tu brazalete? —
le preguntó, con una voz mucho más
agradable.
Educado.
Letal.
Guapísimo.
Respetuoso. Sexy. «¡Qué alguien me
envuelva a este hombre en papel de
regalo, que me lo llevo a casa!», pensó.
Reprimió el escalofrío que amenazaba
con recorrerla de arriba abajo y le
tendió el brazo.
Aquerón le cogió el brazo y lo
sostuvo en alto para poder inspeccionar
el cierre. La soltó al cabo de un
momento y miró a Xypher.
—¿Qué quieres primero, las buenas
noticias o las malas?
—¿Importa?
Aquerón esbozó una sonrisa torcida.
—A mí no… Las malas noticias son
que no puedo tocar esto. En realidad sí
que puedo, pero morirías en el proceso.
Xypher soltó un taco.
—¿Quién coño ha inventado este
chisme?
Aquerón cogió las asas de la
mochila con ambas manos para que se le
quedara pegada al cuerpo.
—Arcón, el regente de los dioses
atlantes. Un capullo insoportable.
Simone soltó el aire y entonces se
dio cuenta de había estado conteniendo
la respiración. La cosa no pintaba nada
bien para ellos.
—¿Y cuáles son las buenas noticias?
—Alguien tiene la llave y no, no
moriréis ni os consumiréis por llevarlos.
En teoría podéis vivir toda la eternidad
vinculados de esta manera.
—Pero… —dejó caer ella.
Aquerón inclinó la cabeza.
—Siempre hay un «pero» por algún
sitio, ¿verdad?
«Por desgracia», pensó ella.
—¿Y cuál es?
—Que quien tenga la llave no va a
entregarla así como así, porque
lógicamente es la misma persona que
decidió utilizar los brazaletes, y estoy
seguro que no os los mandó a modo de
regalito. Esperad, porque hay más… Los
brazaletes tienen un dispositivo de
localización.
«¡Qué mal suena eso!», pensó
Simone.
—Estás de coña —dijo Xypher en
voz tan baja y tan feroz que a Simone le
provocó un escalofrío.
—Ya te gustaría. Dado que los
brazaletes se crearon para dar caza a los
enemigos y acabar con ellos, están
equipados con todo lo necesario para
que tus enemigos acaben contigo. Aquel
que tenga la llave no solo podrá
localizaros en cualquier momento, sino
que también descubrirá todos y cada uno
de vuestros puntos débiles. —Aquerón
la miró—. Los atlantes jugaban para
ganar.
—Y por eso están todos muertos,
¿no? —replicó Xypher.
Aquerón se encogió de hombros.
—Es la cadena alimenticia. Incluso
los que están en la cima de la pirámide
sirven de alimento para otros. Tarde o
temprano todos acabamos comidos por
algo.
Xypher la miró.
—Vamos a ver, la humana no tiene
nada que ver con todo esto. ¿Hay alguna
manera de que puedas sacarla de este
follón?
La pregunta dejó a Simone pasmada.
Aquerón la miró con expresión
triste.
—Ojalá. No hay cosa que me cabree
más que ver sufrir a un inocente. La
única manera de liberarla es conseguir
la llave que abre el brazalete.
Xypher soltó otro taco.
—Sabes que seguramente está en
Kalosis, ¿verdad? ¿Por casualidad no
podrías ir a buscarla?
Aquerón soltó una carcajada.
—Te aseguro que si voy, tus
problemas no se limitarían a cómo matar
a Satara.
—¿No podrías hacerme el favor de
sacarla de allí?
Aquerón resopló.
—¿Crees que no se lo iba a oler? A
ti te tiene miedo. A mí no me traga.
Xypher miró a Simone a los ojos un
buen rato. Y por primera vez ella vio en
su interior algo que parecía humano. Una
grieta pequeñita en la amargura que
parecía envolverlo como si fuera una
capa.
—Pero hay otra cosa que sí puedo
hacer por vosotros.
Aquerón extendió la mano y tocó a
Xypher en el hombro.
Xypher jadeó mientras su cuerpo se
iluminaba. Echó la cabeza hacia atrás y
gritó como si la luz estuviera
moviéndose por su interior.
Simone dio un respingo al verlo
estremecerse.
Un minuto después Xypher se
levantó la camiseta y comprobó que la
herida había desaparecido. Aquella
tableta de chocolate no tenía ni un
arañazo.
—Gracias.
Aquerón inclinó la cabeza antes de
mirar a Jesse, que estaba detrás de ella.
—Tú eres su mejor defensa. Cada
vez que un demonio se acerca, se
produce una distorsión en el plano
humano. Es como un escozor en la base
de la espalda. Puedes avisarlos unos
segundos antes de que los ataquen.
Jesse parecía tan asombrado como
Simone.
—¿Cómo sabes que estoy aquí?
Aquerón sonrió.
—Sé muchas cosas.
Jesse sonrió de oreja a oreja.
—Tío, me encanta estar con esta
gente. Me ven y me oyen. No tienes ni
idea del cambio tan agradable que eso
supone.
Aquerón se acercó y se quitó un
brazalete de cuero de la muñeca que
procedió a ponerle a ella en el brazo
izquierdo.
—Esto te dará la fuerza de un
demonio en caso de que uno de ellos te
ataque. No te ayudará a luchar mejor ni
evitará que mueras. Pero si golpeas a un
demonio en la cabeza con cualquier
objeto, te aseguro que no se reirá de tus
esfuerzos. —Se inclinó hacia ella para
susurrarle al oído—: Simone, hay algo
dentro de ti que te asusta mucho. Llevas
escondiéndolo toda la vida, pero sabes
que está ahí, rondando bajo la
superficie, ansiando ser liberado. Sé que
huyes de eso. No lo hagas. Es lo único
que podrá salvarte la vida. Ahonda en tu
interior y acepta tu verdadera naturaleza.
Cuando estés preparada, no necesitarás
la ayuda de mi brazalete.
Y tras decir eso desapareció.
Sin embargo, Simone sentía una
especie de cosquilleo allí donde la
había tocado. Miró a Jesse.
—¿De qué va todo esto?
Jesse levantó las manos y se encogió
de hombros.
Cuando miró a Xypher, captó un
atisbo de vulnerabilidad en él. En sus
ojos vio arrepentimiento, tristeza y un
dolor tan profundo que le dio un vuelco
el corazón. Quería tocarlo, pero temía la
reacción
violenta
que
podría
desencadenar su gesto.
Carson carraspeó.
—No quiero ser borde, chicos, pero
creo que lo mejor es que os vayáis. La
idea del Santuario es que sea un refugio.
Solo faltaba que se nos apareciera un
demonio que no está sujeto a nuestras
leyes.
La mirada de Xypher perdió todo
rastro de emoción y se transformó en una
firme determinación.
—No te preocupes, no contaminaré
vuestro prístino palacio con mi
presencia.
Acto seguido, Simone se encontró en
la calle, en Ursulines Street. Por suerte,
nadie parecía haberlos visto aparecer de
la nada.
Jesse se reunió con ellos.
—Ojalá dejarais de hacer eso.
—¿Y tú de qué te quejas? —protestó
ella—. Ponte en mi lugar. Otra vez tengo
el estómago revuelto.
Xypher la fulminó con una mirada
amenazadora.
—Así es como me siento yo a todas
horas por culpa de la vida en sí misma,
pero todos se pasaron mi opinión por el
forro cuando me dejaron aquí tirado.
Simone detestaba la idea de haber
vuelto al punto de partida.
—Xypher, firmemos una tregua,
¿vale? Ya lo pillo. Estás amargado.
Pero, en fin, no eres el único que tiene la
sensación de que la vida te ha dado un
palo. De verdad. Me quedé huérfana a
los once años y pasé otros tres en una
casa de acogida antes de que me
adoptaran. Todos somos supervivientes
en un universo cruel. El único consuelo
que nos queda son las demás personas.
Xypher la miró con cara de asco.
—¡Por los dioses, qué pánfila eres!
El único consuelo que tenemos está en
nosotros mismos y en la cantidad de
dolor que somos capaces de soportar
antes de que nos destroce.
Escucharlo hablar así le dio mucha
lástima. Aunque después recordó la
época en la que ella había sentido lo
mismo. Jesse fue lo único que la ayudó a
conservar la entereza. De no haber sido
por su presencia, tal vez no hubiera
logrado salir del pozo en el que cayó
después de la muerte de sus padres.
Saltaba a la vista que Xypher nunca
había contado con otra persona en la que
apoyarse. Ni siquiera con un fantasma.
Simone echó a andar por Chartres
Street con un nudo en la garganta al
pensar en todo el dolor que él había
tenido que soportar. Su apartamento
estaba en Orleans Street, no muy cerca,
pero tampoco era un paseo tan largo.
Además, ir andando sería más rápido
que intentar coger un taxi.
A esas alturas ni recordaba dónde
había dejado el coche. Bueno, eso no
era verdad, lo había dejado en casa de
Julian. Sin embargo, necesitaba ir a su
casa, donde todo le resultaba familiar.
Necesitaba algo que le devolviera los
pies a la tierra antes de que la locura la
arrastrara de nuevo.
Al pasar junto al hotel Provincial
captó un olor maravilloso y se dio
cuenta de que Xypher aminoraba el
paso. Al mirarlo se percató de que sus
ojos volaban hacia el restaurante Stella.
No dijo ni una sola palabra, pero
tampoco hacía falta. Su cara lo decía
todo.
—¿Cuándo fue la última vez que
comiste?
Él no le respondió.
Lo obligó a detenerse.
—Xypher. Te estoy hablando.
¿Cuándo fue la última vez que comiste?
—¿Y a ti qué más te da?
En ese momento comprendió lo que
de verdad significaba esa pregunta cada
vez que salía de sus labios. Nadie se
había preocupado nunca por él. Así que
¿por qué iba a hacerlo ella, una
desconocida?
—Voy a buscar algo de comer. —Le
enseñó el brazalete—. Te sugiero que
me sigas.
Se dirigió al pequeño restaurante
especializado en comida mediterránea
que había al otro lado de la calle, más
que nada porque les servirían la comida
con más rapidez que en un restaurante
más pijo.
Xypher la siguió echando humo por
las orejas, pero la verdad era que se
moría de hambre. Otro de los placeres
sádicos de Hades era la imposibilidad
de que sus poderes le facilitaran ropa,
comida y dinero, aunque sí podía
usarlos para conseguir armas. Y
tampoco podía curarse.
El estómago le rugía de hambre
mucho antes de que Hades lo dejara
tirado en el plano humano. A lo largo de
esa semana había estado alimentándose
de cosas en las que prefería no pensar
con tal de que el estómago dejara de
dolerle.
Sin embargo, él no era de esas
criaturas que aceptaban caridad. Nadie
le había dado nunca nada. Estaba
acostumbrado.
¡Antes muerto que rebajarse a
suplicar!
Simone se detuvo en la entrada hasta
que una mujer ataviada con camisa
blanca y pantalones negros se acercó a
ellos.
—¿Cuántos son?
—Dos.
Xypher miró a Jesse, que le sonrió.
—A mí nunca me cuentan. Pero
siempre estoy aquí.
La mujer cogió dos cartas y los
condujo a una mesita situada en un
rincón. A Xypher no se le escapó el
modo en el que Simone apartaba con
mucho disimulo una silla para que Jesse
se sentara, haciendo ver que dejaba la
chaqueta.
Pasó de Jesse porque estaba
tentadísimo de echarse a Simone al
hombro para sacarla del restaurante. No
soportaba la idea de estar oliendo la
comida sin poder probarla.
Claro que ya estaba acostumbrado a
la tortura.
Se sentó sin disimular siquiera el
enfado. La mujer se marchó después de
darle una carta, que él soltó sobre la
mesa antes de volver la cabeza para
mirar por la ventana.
Le resultaba raro regresar a ese
mundo después de tanto tiempo. Habían
cambiado muchísimas cosas. La última
vez que estuvo, los caballos eran el
mejor medio de locomoción. No había
electricidad. La humanidad le tenía
miedo a la oscuridad. Temía los sueños
que tanto sus hermanos como él
provocaban.
En ese momento la humanidad se
temía a sí misma, y hacía bien.
Simone frunció el ceño al ver que
Xypher se echaba para atrás en la silla
sin mirar siquiera la carta.
—¿No tienes hambre?
La miró con tal expresión que se le
heló la sangre en las venas.
—No tengo dinero.
—Vale, pero no pensarás que voy a
ponerme a comer mientras tú te mueres
de hambre, ¿verdad? —Lo más triste de
todo era que seguramente fuera eso lo
que había pensado. Cogió la carta y se
la ofreció—. Pide algo o pediré por ti.
—¿Sabes qué le pasó a la última
persona que se atrevió a hablarme de
esa manera?
—A ver
si
lo
adivino…
Desmembramiento. Sin duda, de forma
muy dolorosa. Y muy lenta. —Arqueó
las cejas—. Por suerte no puedes
matarme mientras lleve el brazalete
encima. —Lo miró con una sonrisa ufana
—. Yo voy a tomar cóctel de gambas y
pollo braseado con salsa Alfredo. ¿Qué
quieres tú?
Por primera vez su actitud dejó
entrever cierta resignación mientras
cogía la carta como si fuera un niño
enfurruñado.
—La amabilidad te incomoda,
¿verdad?
Xypher se limitó a ojear la carta en
silencio.
Simone soltó un suspiro de
agotamiento antes de intercambiar una
mirada cansada con Jesse. Era increíble
que pudiera hablar con un fantasma y
que no pudiera comunicarse con un…
bueno, con el ser de carne y hueso que
tenía delante.
¿Qué le habían hecho para que
mantuviera a los demás a tanta
distancia?
Xypher no sabía qué pedir. Todo
parecía delicioso y el estómago le rugía.
Por no mencionar que se sentía muy
incómodo allí sentado… como un
humano civilizado.
Nadie lo había tratado así. Jamás.
Era un skoti fóbico. Se había pasado
la vida haciendo que todos los seres a su
alrededor se murieran de miedo con sus
pesadillas. Incluso los dioses. Era la
personificación del mal. Incluso los
otros skoti fóbicos le temían.
Y la mujer que tenía delante se había
atrevido a darle órdenes… A decir
verdad, era bastante guapa y lo excitaba
más de la cuenta, dada la misión tan
importante que debía cumplir. Hasta ese
momento no había reparado en todo el
tiempo que había pasado sin estar con
una mujer. Sin embargo, esos tiernos
ojos de color verde lo ponían a mil.
—¿No sabes qué pedir?
Parpadeó al escuchar su pregunta.
—¿Cómo lo haces?
—¿Hacer el qué?
—Hablarme como si fuera normal.
Simone lo miró con el ceño
fruncido.
—Bueno, la verdad es que no me lo
pones muy fácil. Pero recuerdo la época
en la que yo también estaba cabreada
con el mundo. Lo único que quería era
hacerles daño a todos los que me
rodeaban, para que fueran tan
desgraciados y estuvieran tan enfadados
como yo. Era una especie de…
necesidad tan grande que me impedía
pensar en cualquier otra cosa. Hasta que
me di cuenta de que de esa manera solo
me hacía daño a mí misma. Sí, cabreaba
a la gente, cierto, pero en un par de
horas todos se olvidaban de mí. Yo era
la que vivía en un infierno eterno. Así
que decidí olvidar la rabia y seguir con
mi vida.
Hacía que sonara muy fácil. Pero no
era tan fácil olvidar la rabia sin más.
—Sí, pero tú tienes un futuro por
delante.
La vio menear la cabeza.
—En aquel entonces no me lo
parecía. Recuerda que vi cómo mataban
a mi hermano. Solo tenía siete años. —
Apretó los dientes cuando el dolor la
asaltó—. Él también creía que tenía un
futuro, pero en un abrir y cerrar de ojos
se esfumó. Al igual que mi madre y mi
padre…
Su dolor lo conmovió, porque era
algo que entendía a la perfección. Sin
embargo, le sorprendió esa punzadita
que sintió en su interior, en un lugar que
creía… No, no era preocupación por
ella. Era incapaz de preocuparse por
nadie. Era…
No sabía cómo describirlo.
—¿Qué pasó? —le preguntó.
Simone levantó una mano.
—Sé que yo he sacado el tema, pero
preferiría no hablar de eso ahora, ¿vale?
El hecho de que pasara hace mucho
tiempo no significa que haya dejado de
ser doloroso. Hay ciertas cosas que ni el
tiempo puede borrar.
—Pues ya sabes cómo me siento yo.
El simple comentario la dejó helada
al darse cuenta de que de verdad sabía
cómo se sentía. Por muchos años que
hubieran pasado, la agonía de la muerte
de su familia seguía tan presente como
el primer día.
—Sí, supongo que lo sé. Y si tú
pasaste por una mínima parte de lo que
pasé yo, te compadezco en el alma.
Xypher apartó la mirada, ya que esas
palabras conmovieron una parte de su
ser que a la que nada había logrado
llegar en siglos. Ni siquiera entendía el
motivo. Era como si el dolor que ambos
sentían fuera una especie de conexión.
—¿Te gusta el marisco?
¿Cómo lo hacía? ¿Cómo lograba
conmoverlo con una simple pregunta?
¿Cómo conseguía que se sintiera…? Ni
siquiera sabía cómo describirlo.
—No lo recuerdo. Llevo siglos sin
poder saborear la comida.
Ella dejó la carta sobre la mesa.
—¿Qué has estado comiendo estos
días?
—Lo primero que encontraba.
Esa respuesta hizo que a Simone se
le encogiera el corazón.
—Pues entonces pediremos el menú
degustación y una ración de ostras.
Seguro que hay algo que te guste.
Xypher no supo qué decir. Por regla
general se comportaba de forma violenta
y quería hacer daño a cualquiera que se
le acercara, pero en ese momento,
sentado con ella…
Se sentía en paz, y la paz era algo
que
llevaba
tanto
tiempo
sin
experimentar que hasta se le había
olvidado la sensación.
Apartó la mirada, atormentado por
los viejos recuerdos. Ya estaba furioso y
amargado mucho antes de que le
arrebataran las emociones. Atacaba a
todos los que estaban a su alrededor. Se
crió rodeado de demonios sumerios, no
de humanos ni de dioses olímpicos.
La gente de su madre era cruel e
implacable. Hasta tal punto que la
maldición de Zeus de no sentir nada le
pareció una bendición en un principio.
Hasta que apareció Satara. Ella le
enseñó otras cosas. La risa. La pasión.
Durante un tiempo se engañó
diciéndose que la quería.
Al echar la vista atrás le daban
ganas de reír. ¿Qué sabía él del amor, si
era el hijo de una gallu y del dios de las
pesadillas? Sus padres no fueron
capaces de experimentar esa emoción.
No llevaba el amor en los genes.
Pero la venganza…
A eso sí que le podía hincar el
diente.
Se acercó una camarera, que lo miró
como si hubiera presentido sus tétricos
pensamientos. La chica se concentró al
punto en Simone, que pidió también por
él.
La voz de Simone con su melódico
acento le parecía lo más dulce que había
escuchado en la vida. Tenía el pelo
alborotado en torno a la cara, y sus ojos
de
color
verde
reflejaban su
inteligencia, su curiosidad y su
entusiasmo por la vida. No era de
constitución tan delgada como la
camarera, que ya se marchaba con el
pedido. Al contrario, era una mujer
robusta. Sana. Y por primera vez en
muchos siglos sintió el cosquilleo del
deseo.
Simone lo miró con un brillo
travieso en los ojos antes de llevarse la
copa de agua a los labios y decirle:
—Estás muy callado y eso me está
mosqueando un poco.
—¿En serio?
Ella miró a Jesse antes de
contestarle:
—Hay un viejo refrán que dice que
el tigre no se agazapa por miedo, sino
para sorprender mejor a su presa. Y
creo que te va.
—Haces bien en creerlo.
Simone suspiró mientras cogía la
copa entre las manos.
—Se te da muy bien lo de asustar a
la gente, ¿verdad?
—Lo llevo en la sangre.
Jesse soltó una carcajada.
—¿Podrías darme unas clases? Me
quedé plof cuando descubrí que no había
vuelto como un poltergeist. —Levantó
las manos y miró a Simone—. ¡Buuu, he
venido a por ti!
Simone se echó a reír.
Jesse resopló, disgustado.
—¿Lo ves? Se ríe. Me gustaría darle
un poco de miedo aunque solo fuera una
vez.
El fantasma se apresuró a morderse
la lengua cuando le lanzó una mirada
para recordarle que podía alargar el
brazo y hacerle daño.
Simone apoyó la barbilla en una
mano mientras lo observaba.
—Que sepas que no tienes por qué
hacer eso.
—¿El qué?
—Poner cara de asco y gruñir a todo
el mundo que se te acerca. Respira
hondo y relájate.
—¿Que me relaje? —preguntó con
incredulidad—. ¿Sabes que van a venir
a por nosotros? Si bajas la guardia, si te
relajas, acabas muerto. Créeme. Lo sé
por experiencia.
—Cierto, me dijiste que estabas
muerto. ¿Qué pasó?
Esa inocente pregunta le recordó lo
imbécil que fue en otro tiempo.
—Me traicionó la única persona en
la que cometí el error de confiar.
—Lo siento.
—No lo sientas. Era mejor morir
que vivir engañado toda la eternidad.
—¿Y bien? —le preguntó Satara a
Caifás cuando el demonio se apareció
delante de ella.
—Pronto estará muerto.
La respuesta la hizo gritar y comenzó
a pasearse de un lado para otro por el
pequeño despacho de Stryker.
—¡Eso no me vale!
—Pues te sugiero que lo mates tú
misma.
—No te atrevas a hablarme de esa
manera. —Cogió la botella que estaba
sobre el escritorio de Stryker y que
contenía el alma de Caifás. La golpeó
suavemente contra el borde del
escritorio, no lo bastante fuerte para que
se rompiera, pero sí lo suficiente para
asustarlo—. Basta con un toquecito de
muñeca para acabar con tu existencia.
El miedo asomó a los ojos de
Caifás, pero tuvo el buen tino de no
mostrar ningún otro indicio de que su
amenaza lo preocupaba.
—Xypher contaba con la protección
de un hijo de Afrodita que blandía la
espada de Cronos. Fue imposible
derrotarlo y rematar al skoti.
Satara soltó un suspiro asqueado.
Precisamente fue la necesidad de
depender de otro lo que la metió en ese
lío desde el principio. La única ventaja
con la que contaba eran los brazaletes
que Stryker le había dado. Gracias a
ellos podría encontrar a Xypher en un
abrir y cerrar de ojos.
Siempre y cuando el demonio inútil
que tenía delante fuera capaz de hacerlo.
—Quiero que me entregues su
cabeza, Caifás. Si no lo haces, me
quedaré con la tuya…
El demonio le hizo una reverencia.
—Vuestros deseos son órdenes,
señora. La cabeza de mi hermano será
vuestra.
4
Xypher estuvo a punto de abalanzarse
sobre la camarera para arrebatarle la
comida de las manos cuando se acercó a
la mesa. El olor le llegó a lo más hondo
y lo asaltó de un modo muy doloroso. El
hambre lo había convertido casi en un
animal rabioso, de modo que le costó un
gran esfuerzo contenerse. Sin embargo,
más sorprendente que el hecho de
controlarse fue el motivo por el que se
sentía impulsado a hacerlo.
No estaba dispuesto a que volvieran
a humillarlo.
«Eres un mestizo. Vulgar. Inculto.
Asqueroso. ¿Quién iba a amar a un
animal?». Las palabras de Satara
sonaron altas y claras en su mente.
Simone seguía sentada frente a él,
comiendo despacio y con unos modales
impecables. Saltaba a la vista que le
habían enseñado a comportarse en la
mesa y, por alguna razón que no
alcanzaba a comprender, no quería que
lo juzgara como el resto del mundo lo
había hecho, no quería que también lo
tuviera por un animal.
Nunca le había importado lo que la
gente pensara de él.
Hasta ese momento.
Como si pudiera leerle el
pensamiento, Simone alargó un brazo
por encima de la mesa y le colocó la
mano sobre las palabras que él mismo
se había tatuado.
—Sé que estás muerto de hambre,
Xypher. No hace falta que te preocupes
por tus modales. Come.
Nada en la vida lo había conmovido
tanto como esas palabras. Y nadie le
había parecido tan hermoso como
Simone en ese instante. El reflejo de la
luz en su pelo, el brillo de los ojos
verdes, iluminados por su espíritu
intangible y electrizante… Lo tenía
totalmente desconcertado.
Si la atacaba, ella lo aceptaba sin
más, con la misma actitud que él había
demostrado en el Tártaro. Le hicieran lo
que le hiciesen, y por mucho que
intentaran doblegarlo, siempre había
permanecido fuerte contra sus atacantes.
Como ella. Pero la fuerza de Simone
procedía de su bondad. Su intención no
era la de hacer daño a nadie.
Ni siquiera a él.
Simone era la bondad personificada.
Y, precisamente por eso, estaba más
decidido que nunca a controlar la parte
más salvaje de sí mismo.
—Estoy bien —murmuró al tiempo
que cogía los cubiertos.
Simone observó en silencio a
Xypher y vio que le temblaban las
manos mientras se comía el cordero.
Saltaba a la vista que tenía mucha
hambre y que necesitaba saciarla con
urgencia. Sin embargo, no entendía por
qué se controlaba cuando era obvio que
se moría de ganas de hincarle el diente a
la comida a toda prisa. Si estuviera en
su lugar, ella ni siquiera usaría los
cubiertos, se llevaría la comida a la
boca con las dos manos.
Pero él no lo hizo. Parecía querer
demostrar algo. Parecía tener un motivo
concreto para comer haciendo gala de
buenos modales, aunque ni siquiera
alcanzaba a imaginarlo.
Meneó la cabeza e intentó seguir
comiendo, lo cual no le resultó fácil
teniendo en cuenta que tenía enfrente la
arrolladora fuerza de Xypher, contenida
en esos momentos. Era un hombre
fascinante. Le fascinaba su fuerza, su
poder. Ardía en deseos de extender el
brazo y acariciarle los labios.
Era como observar a una bestia
salvaje acechando a su presa.
El momento más tierno fue cuando
intentó comerse la concha de la ostra. Su
expresión confundida fue un gesto tan
infantil que la conmovió.
Simone contuvo una carcajada, se
puso en pie y se acercó a él.
—La concha no se come.
Él la miró con el ceño fruncido.
—Ah, ¿no?
—Déjame que te enseñe. —Le quitó
la ostra de la mano y cogió el tenedor
pequeño que tenía junto al plato—.
Primero utilizas el tenedor para arrancar
la carne y después te llevas la concha a
los labios. Dejas que se deslice hasta la
boca y te la tragas sin masticar.
—¿Por qué?
Simone miró la ostra, su aparente
inocencia, y revivió el día en que
cometió el error de masticarla.
«Asqueroso» se quedaba corto para
describir el sabor.
—Bueno, es que la carne es arenosa
y viscosa. Pero, si quieres, puedes
hacerlo.
Xypher se quedó petrificado al ver
que le echaba unas gotas de tabasco. En
ese momento percibió el aroma de su
cuerpo, que se le subió de golpe a la
cabeza y le recordó que llevaba siglos
sin tocar a una mujer.
Sí, movido por la rabia y su sed de
venganza, ni siquiera había pensado en
eso, por muy raro que pareciera. Ni
siquiera se había fijado en las mujeres
con las que se había cruzado por la calle
mientras buscaba a algún daimon que lo
llevara a Kalosis.
Sin embargo, en ese preciso instante
aquella necesidad ya olvidada lo asaltó
con fuerza. De repente, se descubrió
deseando cogerle la mano para
llevársela a la boca, chuparle los dedos
y saborear el sabor salado de su piel. Se
descubrió deseando enterrar la cara en
su cuello para poder aspirar su aroma
hasta emborracharse.
No sabía por qué, pero la simple
idea de que lo tocara aunque fuera sin
querer hizo que el pene se le
endureciera más que nunca. Ansiaba
alargar el brazo y pasarle la mano por
aquellos
rizos
alborotados
que
desafiaban cualquier intento por
sujetarlos. Se preguntó qué sentiría si su
pelo le rozara el pecho mientras ella le
hacía el amor. ¿Sería tan suave como
parecía?
¿Lo serían sus labios?
¿Lo acogería su cuerpo?
Se obligó a apartar la mirada de ella
y a desterrar aquellos pensamientos. Su
destino no era que lo acariciara una
mujer como Simone. Él era un animal, lo
tenía muy claro. Lo habían abandonado
hacía mucho tiempo, lo habían dejado a
su suerte para que se las apañara como
pudiera. La ternura era para los
humanos. No para un skoti renegado que
iba a volver al infierno al cabo de unas
semanas.
«No te ablandes. No bajes la
guardia.»
Tarde o temprano regresaría al
Tártaro y estaría de nuevo a merced de
Hades. Había tardado siglos en
endurecerse lo bastante para no sentir
siquiera el azote de las púas de los
látigos cuando lo flagelaban. Había
tardado siglos en aprender a no caer en
los retorcidos jueguecitos psicológicos
de Hades.
La ternura que existía en el plano
humano lo debilitaría cuando volviera.
Empeoraría su estancia en el
infierno. Y no podía permitirlo. Ya era
bastante malo de por sí. Si se
ablandaba…
Con razón Hades había aceptado
dejarlo libre durante un mes. El dios del
Inframundo sabía muy bien cómo
empeoraría el castigo después de haber
paladeado la libertad.
Cabrón.
Torció el gesto y arrancó la ostra de
la mano a Simone.
—No soy un niño. Puedo comer
solo.
Simone ladeó la cabeza, irritada por
el drástico cambio de humor. Por un
momento había pensado que estaba
aprendiendo a ser… en fin, agradable.
Seguro que había sufrido una
alucinación.
—Vale —repuso al tiempo que
alzaba las manos—. Como quieras.
Enfadada por su brusquedad, volvió
a su silla y acabó de comer en silencio.
¿Qué le pasaba a ese tipo? Nunca
había conocido a nadie tan arisco para
rechazar una insignificante muestra de
amabilidad.
Parecía
un
viejo
cascarrabias.
De repente, recordó al niño con el
que compartió parte de su infancia, y el
corazón le dio un vuelco. Era un niño
con un carácter tan hostil y salvaje que
ni siquiera parecía humano.
A los nueve años lo apartaron de sus
padres y lo dejaron en las tétricas manos
de la administración, ya que nadie
quería hacerse cargo de él. No duraba
mucho con las familias adoptivas y al
final acabó pasando de un centro de
acogida a otro, porque tampoco en ellos
permanecía demasiado tiempo.
Ningún miembro del centro donde la
habían acogido a ella lo soportaba,
incluyendo el personal especializado.
Casi siempre estaba buscando pelea y
burlándose de todo el mundo, incluso de
ella, que había intentado hacerse amiga
suya. Se había reído y le había dado tal
mordisco que incluso Simone necesitó
puntos de sutura. De hecho, todavía tenía
la cicatriz en el antebrazo izquierdo. Por
eso, por sus berrinches y por sus
ataques, fue acumulando un castigo tras
otro hasta que de repente una noche
desapareció.
Encontraron su cuerpo unos días
después en el sótano del gimnasio,
todavía en pijama. Al parecer se había
suicidado cortándose las venas.
Solo tenía once años.
El terrible suceso la entristeció
muchísimo, pero después de escuchar la
conversación de dos profesores aquel
mismo día, esa tristeza acabó convertida
en un terrible sufrimiento por un niño
que no debería haberse visto abocado al
suicidio.
«—Es una lástima que haya acabado
así, pero supongo que con el trauma que
sufrió durante su infancia no había
muchas esperanzas para él.
»—¿Qué trauma?
»—¿No lo sabes? Lo apartaron de
sus padres porque su madre era una
adicta al crack y su padre, un camello.
Una tarde el pobre Scott interrumpió una
de sus ventas porque estaba muerto de
hambre y le pidió un bocadillo, y el muy
bruto le abrió la cabeza. Ese fue el día
en que les retiraron la custodia. El padre
ha intentado recuperarla desde entonces.
El día en que Scott desapareció nos
enteramos de que su padre llegaría al
día siguiente para llevárselo a casa.
Supongo que el pobrecillo prefirió la
muerte a volver al infierno que lo
esperaba con él…»
Simone aprendió en ese momento
una valiosa lección: «No juzgues a nadie
sin conocer sus circunstancias». Por
horrible que pareciera una persona, a
veces había una razón de peso para su
comportamiento. Sí, había mucha gente
corrupta y cruel, pero no todo el mundo
lo era por naturaleza.
En muchos casos era una respuesta
al dolor, un intento por protegerse de
sufrir más daño.
Eso era lo que intentaba enseñarles a
sus alumnos. En la escena de un crimen,
lo peor que se le podía hacer al
fallecido era juzgarlo. Los prejuicios
empañaban la profesionalidad y
sesgaban los resultados del trabajo. La
misión de un forense era la de hacer un
informe basado en hechos objetivos e
imparciales.
Las opiniones personales no tenían
cabida en una mesa de autopsias.
Una cosa era decirle a una persona
cómo vivir su vida y qué decisiones
tomar, y otra muy distinta ponerse en el
lugar de dicha persona y vivir con las
consecuencias. El hecho de que cada
uno tuviera una forma de hacer las cosas
no significaba que esa forma en concreto
fuera la correcta. La gente aprendía,
maduraba, gracias a las opciones que
presentaba la vida y a la experiencia.
Cada cual tenía que cometer sus propios
errores.
Y, mientras reflexionaba al respecto,
aumentó la curiosidad que sentía por
Xypher y su pasado. ¿Por qué siempre
estaba a la defensiva?
¿Quién le había hecho daño?
—¿Cómo es la infancia de un dios?
Xypher alzó la vista de la ensalada
que estaba comiendo y se encontró con
los ojos más luminosos e inocentes que
había visto en su vida.
—¿Cómo dices?
El tono mordaz de la pregunta no
pareció afectarla en lo más mínimo.
—Me lo estaba preguntado porque,
verás, la mía fue muy típica hasta que mi
familia murió. Paseaba en bici por el
vecindario, jugaba con el barro, jugaba
con mis amigas a las casitas, a las
muñecas, y me peleaba con mi hermano
por los dibujos animados. ¿Qué hacías
tú?
«Ni que fuera a decírtelo, vamos»,
pensó Xypher. No era asunto suyo.
—¿Y a ti qué más te da?
La expresión amable de Simone fue
sustituida por una de disgusto.
—Me fastidia muchísimo que me
preguntes eso. Me importa porque eres
la persona a la que estoy unida hasta que
nos libremos de los brazaletes y me
gustaría conocerte un poco. ¿Quién
sabe? A lo mejor hay un tío simpático
debajo de toda esa antipatía.
A Xypher empezó a hervirle la
sangre al caer en la cuenta de su
verdadero objetivo.
—No vas a enterarte de mis
debilidades con tanta facilidad, guapa.
No tengo ninguna.
Simone lo miró boquiabierta.
—¿Los recuerdos de la infancia son
una debilidad para ti? ¡Por Dios! ¿Qué
te hicieron?
Los recuerdos del pasado le
arrancaron una amarga carcajada. Unos
recuerdos que había intentado olvidar
con todas sus fuerzas. Pero había uno
que recordaba mucho mejor que los
demás. La única vez en su vida que
había sido débil, y fue una experiencia
que nunca más repetiría.
—Me encadenaron a una valla, me
dieron una paliza y me arrancaron el
corazón mientras me debatía. Aunque
solo contaba con una mano, conseguí dar
unos cuantos golpes. Con decir que
nunca más volveré a estar tan indefenso,
es suficiente.
Simone sintió ganas de echarse a
llorar al escuchar semejante horror y al
ver el dolor que reflejaban esos ojos
claros y brillantes.
—No te merecías eso.
—¿Tú crees? —masculló—. No es
una cuestión de merecerlo o no
merecerlo. La vida y la muerte son como
son. Implacables para todos.
Simone miró a Jesse, que lucía la
misma expresión apenada que estaba
segura que ella misma tenía. Las
palabras de Xypher le llegaron tan
hondo que recordó a su madre y a su
hermano. Ellos tampoco se merecían lo
que les pasó.
Reacia a profundizar en esos
pensamientos, dejó que acabara de
comer en silencio. Era muy duro intentar
llegar hasta una persona que obviamente
quería mantener las distancias con todo
el mundo.
Una vez que Xypher acabó de comer,
ella pagó la cuenta, le dejó una propina
a la camarera y salieron de la cafetería.
Tate llamó antes de que pusieran un
pie en la calle.
—¿Cómo ha ido la cosa con Julian?
—le preguntó.
—No como me habría gustado, la
verdad —respondió ella, observando el
brazalete—. Seguimos unidos.
—Vaya, lo siento.
—Supongo que podría ser peor.
Podría estar unida a tu asesino en serie.
La mirada que le echó Xypher le
dejó claro que estaba escuchando la
conversación.
—Joder, tengo que cortar, guapa.
Tened cuidado. Luego te llamo. —Y
colgó antes de que ella pudiera siquiera
despedirse.
Mientras cerraba el teléfono vio con
el rabillo del ojo que Xypher se frotaba
el brazo. Aunque no se había quejado,
tenía la piel de gallina.
—¿Tienes frío?
No contestó.
—Tiene frío —afirmó Jesse—. Su
aura lo deja bien claro y, aunque tú no
puedas verla, yo sí lo hago.
Xypher lo miró con tan mala leche
que Jesse debería haber estallado en
llamas al instante.
Simone se detuvo para pensar dónde
podían conseguirle ropa en el Barrio
Francés. Casi todas las tiendas eran de
ropa femenina.
O de estilo gótico.
De repente, esbozó una lenta sonrisa.
Sí, con esa personalidad tan cáustica y
su altura, el estilo gótico le sentaría de
maravilla.
Sin decir ni una palabra, enfiló
Dumaine Street en dirección a Decatur
Street.
—¿Qué vas a hacer? —le preguntó
Xypher a la defensiva.
—Comprarte ropa.
La obligó a detenerse en la acera.
—No necesito nada.
—Sí que lo necesitas.
Su apuesto rostro adoptó una
expresión pétrea.
—No pienso aceptar tu caridad. No
necesito absolutamente nada de nadie.
Simone lo observó de arriba abajo
con frialdad.
—Y yo no pienso pasarme un mes
pegada a un tío que solo tiene una
camiseta y un par de pantalones, porque
tendré que aguantar tu mal olor.
El comentario suavizó en parte la
agresividad de su mirada.
Jesse frunció el ceño.
—Oye, es un dios. ¿No puede crear
su propia ropa?
Xypher lo fulminó con la mirada.
—Como ya he dicho antes, Hades es
un cabrón. No conservo todos mis
poderes.
Puedo
usarlos
para
defenderme, pero no para alimentarme
ni para vestirme… ni para buscar un
lugar donde quedarme.
Añadió la última parte en una voz
tan baja que Simone no estaba segura de
haberlo oído bien.
La expresión avergonzada que
asomó a sus ojos le confirmó que no le
había fallado el oído.
¿Por qué le había hecho Hades algo
así?
—Vamos —dijo al tiempo que le
daba un tirón de la mano para ponerlo en
movimiento—. Necesitas ropa, sobre
todo una chaqueta o una cazadora.
La ternura que transmitió el roce de
su mano lo dejó sin aliento e hizo que su
cuerpo ardiera. No lo había tocado para
hacerle daño ni para controlarlo. Solo
había sido un gesto amistoso, un gesto
que cualquier humano compartiría con
otro.
Nunca lo habían tocado así.
Asombrado por su ternura, la siguió
al interior de una tienda. Aunque no la
estaba siguiendo en el sentido exacto de
la expresión. Él no seguía a nadie. Le
estaba permitiendo que lo precediera
porque no sabía adónde iban.
Al entrar en la tienda vio un maniquí
con un corsé, una falda corta y unos
leggings de rayas, y se detuvo para
mirarlo.
—¿Te pasa algo? —le preguntó
Simone.
—Conozco a un demonio que se
viste así.
Simone se quedó blanca.
—¿Un demonio? —susurró.
Xypher asintió con la cabeza.
—Siempre va con Aquerón. Se
llama Simi.
—¿¡Simi Partenopaeo!?
La exuberante voz de la dependienta
dejó pasmado a Xypher. Era una chica
bajita, de pelo negro azabache, que
estaba detrás de un mostrador cargado
de joyas y tarros de cristal.
Simone la miró con el ceño fruncido.
—¿Conoces a Simi?
La sonrisa de la chica se ensanchó.
—Sí, desde luego, todos conocemos
a Simi y a su hermana. Nos dejan la
tienda vacía cada vez que vienen de
visita a la ciudad. Las adoramos. ¿Sois
amigos suyos?
Xypher contuvo un resoplido.
«Amigo»… un término que nunca le
habían aplicado. Claro que no podía
decir a la chica que más bien era un
aliado que poco tiempo antes había
ayudado a Aquerón, a Simi y a su
hermana a salvar el mundo de una horda
de demonios.
—Sí, somos amigos suyos.
—¡Pues bienvenidos a Roadkill! Los
amigos de los Partenopaeo son nuestros
amigos. ¿En qué puedo ayudaros?
—Necesitamos ropa para él —
respondió Simone, que señaló una
cazadora de cuero expuesta en una de
las paredes—. ¿Nos la puedes sacar?
La chica salió de detrás del
mostrador para bajarla y se la ofreció a
Xypher para que se la probara.
Le costó un gran esfuerzo no gemir
de placer al sentir el calor del cuero
sobre la piel después del frío que
llevaba días padeciendo. La cazadora
era pesada, pero su peso resultaba muy
agradable.
Muy, muy agradable.
Simone sonrió al acercarse para
ayudarlo a abrochársela. Sus manos le
rozaron el cuello y lo excitaron al
instante.
—Es preciosa. Te queda muy bien.
¿Te gusta?
Ni siquiera sabía qué contestar.
—Está
bien —respondió,
a
sabiendas de que se quedaba corto. Lo
que quería hacer era abrazarla por ese
regalo.
Simone se apartó al sentir un extraño
ramalazo de deseo. Bueno, no tan
extraño en realidad. Xypher estaba
cañón con la chupa de cuero. Era negra
y llevaba un símbolo anarquista pintado
en el hombro izquierdo y un cráneo en la
espalda. Le apetecía acariciar el cuero
para sentir los músculos que había
debajo. Le otorgaba un aspecto
peligroso y feroz.
Justo lo que era.
Tuvo que hacer un gran esfuerzo
para no gemir de placer solo de
pensarlo.
—¿Cuántas camisas quieres? —
preguntó Jesse.
Simone
parpadeó
antes
de
retroceder,
agradecida
por
la
interrupción.
—Doce por lo menos.
—¿Doce qué? —preguntó la
dependienta.
Se puso como un tomate al darse
cuenta de que la chica no veía a Jesse a
su lado.
—Lo siento, estaba pensando en voz
alta.
—¡Ah! Pensaba que era un código o
algo. —Su mirada se deslizó hacia el
abdomen de Xypher—. Porque estoy
segurísima de que ahí debajo tiene
escondida una tableta de chocolate de
las de doce cuadraditos, ¿a que sí?
Sin motivo aparente, de pronto a
Simone la invadieron los celos. ¿No era
un poco ridículo? Sin embargo, cuando
corrigió a la dependienta, su voz resultó
cortante por culpa de aquella inesperada
emoción.
—En realidad son ocho.
Eso pareció impresionarla.
—¿De verdad?
Ella asintió con la cabeza.
—¡Joder! Eres una mujer afortunada.
El mío solo tiene una, pero lo quiero de
todas formas.
El comentario la hizo reír.
A Xypher no.
—¿De qué estáis hablando?
—De nada, cariño —contestó ella,
dándole unas palmaditas en el brazo—.
Vamos a buscarte unas cuantas
sudaderas, unas camisas y algunos
pantalones.
Jesse puso los ojos en blanco.
—Te están comiendo con los ojos,
idiota. Están hablando sobre tus virtudes
físicas
y
te
están
alabando
asquerosamente porque estás cuadrado,
cosa que yo también habría logrado si
no hubiera estirado la pata a los
diecisiete. —Sacó pecho en un intento
por parecer más musculoso—. Me
pasaré la eternidad con esta apariencia
desgarbada.
Xypher no dijo nada sobre su
apariencia,
porque
estaba
más
preocupado por la actitud de las chicas.
—¿Se supone que las mujeres hacen
eso? —preguntó a Jesse en voz baja.
—Si tienes suerte, claro. O puede
ser un indicativo de que vas a tenerla.
—Y chasqueó la lengua un par de veces.
—¿Qué se supone que hacemos las
mujeres? —preguntó al mismo tiempo la
dependienta con una cara muy rara.
Simone carraspeó.
—¿Puedes buscar la ropa? —dijo a
la chica, antes de añadir en voz baja—:
Sí, corazón, lo hacemos. —Se acercó
más a Xypher para decirle—: Pasa de
Jesse si no quieres que nos encierren en
un manicomio. —Un consejo que remató
mirando de forma elocuente a Jesse.
—Está celosa porque yo puedo
meterme en los probadores sin que nadie
me vea.
—¡Eres un pervertido! —lo acusó
ella, aunque solo movió los labios.
—No lo soy. Si fuera un pervertido,
te espiaría cuando estás dándote una
ducha o cambiándote de ropa. —Se
estremeció—. Eso sería como espiar a
mi propia hermana. Mátame antes de que
llegue a hacerlo, por favor.
—Ojalá pudiera —murmuró ella
entre dientes.
Xypher se lo estaba pasando en
grande con la conversación, aunque
tardó un rato en comprender lo que
estaba sintiendo.
¡Tenía ganas de reír! Nunca lo había
experimentado antes, pero era una
sensación agradable. No sentía ninguna
opresión en el pecho y notaba un
cosquilleo en el estómago. Ni Simone ni
Jesse hablaban con intención de hacer
daño, no había furia en sus voces. Se
limitaban a tomarse el pelo y a reírse el
uno del otro.
Y le gustaba observarlos.
Simone lanzó otra mirada elocuente
a Jesse antes de que acabara metiéndola
de verdad en problemas. Aunque lo
quería mucho, no le gustaba que se
comportara así. No le resultaba
agradable hacerle el vacío, pero
tampoco quería que la gente la tomara
por loca.
Le dio la espalda para no alentarlo,
y siguió a la chica a la trastienda,
aunque se detuvo a mitad de camino
porque vio los zapatos expuestos en una
estantería. Casi todos eran muy
llamativos. Había unos con unas
plataformas y unos taconazos de vértigo,
pero lo que le llamó la atención fueron
unas botas negras de motero con
calaveras y tibias por hebillas.
Sonrió despacio porque conocía a la
persona perfecta para hacerles justicia.
—¿Xypher?
—¿Qué?
Señaló las botas.
—¿Te las pondrías?
La sonrisa que le arrancó su
pregunta no podía ser más maliciosa. Y
no era burlona, por extraño que
pareciera. Era una sonrisa genuina que
le llegó al alma. ¡Joder, estaba como un
tren!
Carraspeó antes de llamar a la
dependienta, que se acercó a ellos al
instante.
—Nos llevaremos unas de estas.
La chica se echó a reír.
—Me encanta que vengan los amigos
de Simi. Compráis como posesos.
Simone miró a Xypher de reojo, que
a su vez la miró con expresión culpable.
En el fondo la chica no iba tan
desencaminada.
No tardaron mucho en escoger la
ropa, la ropa interior y los
complementos para don Guaperas, alias
don Insoportable.
Simone contuvo el gruñido que
estuvo a punto de soltar mientras daba a
la chica la tarjeta de crédito. Tenía
bastante dinero, pero no solía gastarlo
en compras, y mucho menos para un
invitado temporal. Claro que tampoco
podía permitirle ir por ahí medio
desnudo durante tres semanas. Bueno…
pensándolo
bien,
estaría
para
comérselo, aunque lo más probable era
que acabaran entre rejas.
Al menos eso pensó hasta que lo
pilló acariciando con evidente placer
una de las mangas de la chupa. Saltaba a
la vista que nunca le habían regalado
nada parecido.
Sí, solo por esa expresión merecía
la pena gastarse el dinero.
Volvió la cabeza con una sonrisa y
se fijó en la pared que la dependienta
tenía detrás. Había un montón de
bufandas colgadas. La sonrisa se
ensanchó al ver una en concreto.
—Perdona —dijo a la chica—, ¿me
cobras también esa bufanda, por favor?
La dependienta cogió la que le había
indicado, una negra adornada con una
calavera blanca y un par de tibias.
—¿Esta?
—Sí, por favor.
Tan pronto como la añadió a la
cuenta, la cogió del mostrador, le quitó
la etiqueta y se la puso a Xypher al
cuello.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó
él al tiempo que sus ojos la atravesaban
con una expresión suspicaz.
—Es para que tengas el cuello
calentito cuando salgamos.
Xypher no dijo nada mientras ella le
colocaba los extremos de la bufanda
bajo la chupa antes de subirle la
cremallera. Fue un gesto tan tierno que
le provocó una dolorosa punzada en el
pecho. Una sensación que no le gustó ni
un pelo.
—No soy un niño.
Ella se echó a reír.
—Te aseguro que soy muy
consciente de que no lo eres, corazón.
Xypher frunció el ceño al captar el
deje juguetón del comentario.
—¿Me estás vacilando?
—Pues sí.
Nadie se había atrevido a vacilarle
antes… en plan de coña, claro. Apartó
la mirada de ella para clavarla en Jesse.
—Vaaa-ciii-laaar
—dijo
el
fantasma, alargando las sílabas—.
Significa… —Guardó silencio y frunció
el ceño—. La leche, pues no sé qué
significa. Es cuando alguien… en fin,
pues cuando alguien te vacila.
Xypher apretó los dientes y le dio un
guantazo en la coronilla.
—¡Ay! Jo, se me había olvidado que
podías hacer eso. —Jesse se acercó a
Simone.
Al ver que Xypher hacía ademán de
ir tras él, Simone se interpuso entre
ellos y tendió a Xypher las bolsas con la
ropa.
—Nos vamos —dijo en voz
exageradamente alta—. Dale las gracias
a esta chica tan educada por habernos
ayudado.
La dependienta se echó a reír.
—No hay de qué. Que paséis una
buena noche.
Antes de que Xypher pudiera
replicar, Simone lo empujó con
suavidad hacia la puerta y él se dejó
empujar a regañadientes.
El hecho de que se hubiera
interpuesto entre el fantasma y él
denotaba cierta locura por su parte. No
le entraba en la cabeza que alguien
arriesgara su vida por defender a un
fantasma. Y mucho menos si era tan
idiota como Jesse.
Simone se detuvo una vez en la calle
y lanzó a ambos una mirada de reproche.
—Al final acabaréis metiéndome en
problemas. ¿Es que no podéis
comportaros?
Jesse resopló.
—Ha empezado él.
Simone
levantó
una
mano,
exasperada.
—¡Ni una palabra más!
Xypher se volvió y le lanzó tal
descarga a Jesse que empezó a salirle
humo del pelo.
Ella lo agarró del brazo para que no
volviera a hacerlo. El pobre Jesse
estaba gimoteando.
Los ojos de Xypher relampaguearon
como si estuviera a punto de
achicharrarla a ella también.
—Inmunidad diplomática —dijo al
tiempo que levantaba el brazo con el
brazalete, recordándole así que no podía
matarla mientras lo llevara.
—No olvides que no vas a llevarlo
siempre.
—Pero sí lo suficiente para impedir
que le hagas daño a Jesse.
Xypher
soltó
un
gruñido
amenazador, aunque por suerte dio
media vuelta y se alejó por la acera.
Aliviada al advertir que los ánimos
se habían calmado, Simone hizo ademán
de seguirlo, pero en ese momento sonó
su móvil.
—¿Diga?
Era Tate.
—Tenemos
otro
homicidio…
idéntico al de Gloria. Ven cagando
leches y échale un vistazo antes de que
la policía se vaya de la escena.
—Ahora mismo. ¿Dónde estás?
No consiguió oír su respuesta
porque justo entonces pasaron dos
coches patrulla con las sirenas a todo
trapo en dirección al otro extremo del
Barrio Francés. Y eso activó su sexto
sentido.
—Mmm, espera, a ver si lo
adivino… —le dijo cuando las sirenas
se perdieron en la distancia—. Estás en
North Peters.
—Lo has oído, ¿verdad?
—Díselo a mis tímpanos… —Siguió
con la mirada los coches patrulla, que
doblaron una esquina a lo lejos—. Creo
que estoy a cuatro manzanas de
distancia. No tardaré nada.
Y de hecho no tardó nada en cruzar
la calle y en llegar hasta el lugar donde
estaba la policía… y una pequeña
multitud que se había congregado para
observar, cotillear y especular. Se sacó
la cartera del bolsillo trasero para
enseñar su identificación al primer
agente con el que se topó. Aunque
llevaba bolso, siempre guardaba la
cartera en el bolsillo trasero del
pantalón… una costumbre que había
adquirido después de que le robaran el
bolso hacía ya unos cuantos años.
El agente echó un vistazo a su
identificación e hizo una mueca.
—Los carniceros. No os envidio,
chicos.
Ella le sonrió.
—Tranquilo, el sentimiento es
mutuo. Por lo menos la gente que
nosotros nos llevamos no intenta
matarnos.
—Eso es cierto. —Levantó la cinta
para que ella pudiera pasar por debajo.
—Viene conmigo —dijo Simone al
agente antes de que detuviera a Xypher.
—No pasa nada, Ryan —gritó Tate
mientras se acercaba a ellos—. Los
necesitamos a los dos.
—Lo que tú digas, Doc.
Simone se apartó un poco para hacer
las presentaciones.
—Tate, este es Xypher, mi más
reciente dilema paranormal.
Tate le tendió la mano con una
carcajada.
—Nunca había visto a un Cazador
Onírico.
Xypher le dio un apretón.
—Seguro que sí. Pero no te acuerdas
—le aseguró con un brillo malicioso en
los ojos.
Tate meneó la cabeza.
—Hombre, ya me dejas más
tranquilo…
—Es el efecto que causamos, sí. —
Era imposible pasar por alto el tono
siniestro de su voz.
—Xypher pertenece al grupito de los
Cazadores Oníricos que van poniendo a
la gente los pelos de punta.
Tate los guió hasta la víctima, que
descansaba bajo la funda negra.
—Ya lo veo. Haré el esfuerzo de no
ponerlo nunca de mal humor. Solo me
faltaban más pesadillas mientras
duermo.
Simone no podía estar más de
acuerdo.
—Creo que las pesadillas dan
vidilla a Xypher.
El forense resopló.
—En ese caso, aquí estará como pez
en el agua.
—¿Por qué?
Tate señaló el cadáver que
descansaba a sus pies.
—Como Gloria. Las mismas
heridas. El mismo modus operandi.
Nada de sangre. Ni en el cuerpo ni en la
escena del crimen. La única diferencia
es que esta víctima opuso resistencia.
—Pobre chica…
—Chico —corrigió Tate.
Simone frunció el ceño. Eso echaría
por tierra la teoría del asesino en serie.
—¿Es un hombre?
Tate levantó la tela negra que cubría
el cadáver para que lo viera. Hombre,
caucásico, unos veinticinco años,
tumbado boca arriba, con los ojos
abiertos y la mirada vacía. El horror que
había acabado con su vida le había
dejado la cara desencajada.
Simone sintió muchísima lástima.
Esa era la parte de su trabajo que menos
le gustaba. La sensación de ver a una
persona muerta tal como la había dejado
el asesino. El terror que le atenazaba el
estómago y la dejaba al borde de las
náuseas. Aunque lo peor era saber por
experiencia la reacción de la familia
cuando se enterara de la tragedia.
—Tenemos que encontrar a este
cerdo y detenerlo —dijo ella entre
dientes.
—Sí —convino Tate.
Xypher dejó las bolsas en el suelo
antes de acercarse al cuerpo para
examinarlo.
—Con cuidado —le advirtió Tate—.
No toques el cadáver. No queremos
destruir las pruebas. Tenemos que
identificar a este asesino y entregarlo de
inmediato a la justicia.
Xypher se inclinó para examinar la
herida del cuello.
—Va a ser difícil que lo consigáis.
—¿Por qué?
—Esto lo ha hecho un demonio.
—¿¡Cómo!? —preguntaron a la vez
Simone y Tate.
Xypher siguió agachado, pero echó
la cabeza hacia atrás para mirarlos.
—Esto no es obra de un humano.
Aquello no tenía ningún sentido para
ella.
—Pero los daimons no…
—Yo no he dicho nada de daimons.
He dicho demonio. —Señaló las marcas
del cuello, idénticas a las de Gloria—.
Esto es obra del ataque de una dimme.
—¿De una dimme? —repitió Tate—.
¿Qué coño es una dimme?
Xypher se puso en pie.
—Así fue como llegué a este plano.
Ayudé a luchar contra ellas en Las
Vegas. Durante la batalla, una de las
dimme escapó y, que yo sepa, no han
podido localizarla. Creo que acabáis de
encontrarla.
Tate parecía tan espantado por las
noticias como Simone.
—¿Cómo es posible que haya
llegado hasta aquí?
Xypher se encogió de hombros al
escuchar la pregunta.
—Debe de haber algo que la haya
atraído. Un objeto o una persona. Algo.
De otra forma, se habría quedado cerca
del lugar donde están atrapadas sus
hermanas.
—¿Estás seguro? —preguntó Tate.
—No, humano, no tengo ni puta idea
de nada. Solo estoy soltando tonterías
para confundirte.
—Debería haberte advertido sobre
su sarcasmo. Es divertidísimo tratar con
él —comentó ella con un suspiro.
Tate pasó por alto el comentario
mientras observaba la calle en
penumbra.
—¿Puedes localizar a su fantasma?
—De momento no ha aparecido.
Xypher cruzó los brazos por delante
del pecho.
—No va a aparecer ningún fantasma.
Simone ladeó la cabeza al escuchar
sus palabras.
—¿Qué quieres decir?
—Lo ha matado una dimme.
Normalmente dejan secos a los
humanos. Sin una gota de jugo. Y, para
que conste, tendrás que destruir el
cadáver, ya que sus víctimas se
reaniman transcurridas unas cuantas
horas de la muerte.
Simone intercambió una mirada
horrorizada con Tate.
—Gloria —susurró el forense—.
Por eso su cuerpo resucitó.
Simone frunció el ceño mientras
reflexionaba sobre el tema.
—Entonces ¿cómo es que vimos el
fantasma de Gloria?
Xypher volvió a encogerse de
hombros.
—Es posible que la dimme no se
comiera el alma. A veces pasa. El alma
queda atrapada entre los diferentes
planos, se marchita y muere.
Tate soltó un taco.
—Entonces ¿cómo damos con esta
cosa para matarla?
La expresión de Xypher no pudo ser
más malévola.
—Más bien es al contrario. Ella
dará con vosotros y os matará.
5
Tate se echó a temblar antes de
apartarlos del cadáver y de los dos
detectives que charlaban a pocos metros
del mismo. Lo único que les hacía falta
era que uno de los dos escuchara esa
conversación.
Miró a Xypher con la cara
desencajada.
—Me encanta pensar que tenemos
demonios campando a sus anchas por la
calle y alimentándose de todos nosotros.
A ver, desembucha, ¿de cuántos de ellos
estamos hablando exactamente?
Xypher parecía no dar importancia a
la terrorífica situación a la que se
enfrentaban.
—En total son siete. Pero solo una
de ellas ha escapado al plano humano.
Tate miró a Simone.
—Me encanta cuando dicen eso del
«plano humano».
Sí, a ella también.
—No sé. Yo todavía no he pasado
de lo de «ella dará con vosotros y os
matará». Además de que los muertos
resucitan. No me gusta demasiado.
Tate resopló.
—Ni a Nialls. Estoy seguro de que
todavía no se ha recuperado del susto.
Pobrecillo. Nunca se quitará el
sambenito de pirado… —La expresión
de su cara ponía de manifiesto que él
tampoco estaba muy fino. Sacudió la
cabeza como si quisiera despejarse y
miró a Xypher—. ¿Qué quiere la
dimme? ¿Por qué está matando gente?
Xypher se encogió de hombros.
—Los demonios de esa naturaleza,
primitivos, precisamente son tan
interesantes porque no buscan nada. Son
como son. Si te cruzas en su camino,
mueres. Si tiene hambre y estás en el
menú, te come. Es muy sencillo. A las
dimme no les van los planes ambiciones
ni tienen objetivos concretos.
Tate soltó un taco y se alejó aún más
del cuerpo al ver que llegaba un
fotógrafo para hacer su trabajo.
—Pero las criaturas salvajes no
matan por matar. No tiene sentido.
—¿Cómo que no? —replicó Xypher
con sorna—. Los demonios fueron
creados para que otros seres los usaran
como armas o instrumentos. Los
carontes, por ejemplo, servían a los
atlantes. Aunque, en realidad, fueron una
de las pocas especies demoníacas que
no siempre se mostraron serviles.
Fueron los amos y señores de la tierra
hasta que los atlantes los derrotaron y
los esclavizaron. Luego están los gallu,
que fueron creados para luchar contra
los carontes; y las dimme, creadas por si
el panteón sumerio y sus gallu
desaparecían. Su misión era, en pocas
palabras, comerse el mundo y vengar a
sus difuntos amos. Y eso es lo que hace
tan peligrosa a la dimme que ha
escapado. Solo sabe matar. —Le lanzó
una mirada elocuente al cuerpo del
hombre asesinado que seguía en el
suelo.
Tate no parecía estar asimilando muy
bien la información.
—¿Hay más demonios en el mundo?
Xypher asintió con la cabeza.
—Todas las culturas tienen sus
propios demonios. Pero los que he
mencionado son los responsables de
esta situación —dijo al tiempo que
señalaba el cuerpo de la víctima con un
gesto de la cabeza—. Es posible que un
gallu lo atacara, pero suelen ser más
discretos. O bien se deshacen del
cadáver o bien se quedan con él por
algún motivo concreto… por ejemplo, el
de disponer de un zombi a su servicio
que pueden utilizar para eliminar a un
enemigo o para que le consiga más
víctimas. Hace mucho que aprendieron
que un zombi siempre vuelve con su
familia. Así que solo tienen que seguirlo
a casa para obtener más comida.
Tate gimió al escuchar la
información.
—¿Estás seguro?
—A menos que se conviertan en
renegados. O que sean neófitos.
Precisamente es el caso de la dimme. En
el mundo moderno estará perdida e
intentará encontrar a sus hermanas. Tanto
ellas como los gallu son gregarios. No
les gusta actuar por separado. Da igual
que sea un gallu o una dimme, el
demonio en cuestión está vagando por
ahí en busca de los suyos y de comida…
carne humana para ser exactos.
Tate soltó otro taco.
—¿Cuánto hace que escapó?
—Unas semanas.
—¿Y ahora es cuando ha empezado
a alimentarse?
Xypher soltó una carcajada carente
de humor.
—Ha llegado hasta aquí desde Las
Vegas. Supongo que habrá dejado alguna
víctima por el camino.
Tate intercambió una mirada
asqueada con Simone.
—Por cierto, ¿cómo es que sabes
tanto sobre demonios? —preguntó a
Xypher.
Los ojos del susodicho adquirieron
un parpadeante brillo rojizo.
—Porque yo también lo soy —
contestó.
Tate retrocedió un paso, al igual que
Simone.
Incluso Jesse se apartó de él.
—Mmm, Sim —dijo el fantasma
mientras se colocaba tras ella—. Ha
hecho ese truquito de los ojos porque es
un dios, ¿verdad? Nos está vacilando
con lo de que es un demonio… ¿no?
Eso era lo que ella quería creer.
Porque tenía sentido.
Sin embargo, todos sus instintos le
decían que Xypher carecía de un sentido
del humor tan desarrollado.
Los ojos de Xypher retomaron su
escalofriante color azul.
—Mi
madre
era
sumeria,
concretamente un demonio sumerio, a
quien mi padre sedujo. Yo crecí con su
gente, así que conozco a los gallu un
poco mejor que la mayoría.
Simone se santiguó. ¿Estaría
hablando en serio? Aunque en el fondo
sabía la verdad. Lo único que quería era
escuchar la confirmación de sus propios
labios.
—¿Eres un gallu?
—Desde el punto de vista genético,
sí. Pero no me alimento de sangre ni voy
por ahí desangrando a la gente. Bueno,
sin contar a mis enemigos, claro.
«¡Es un demonio!», pensó Simone.
No entendía por qué eso le resultaba
más difícil de digerir que el hecho de
que fuese un dios griego, pero así era.
Seguro que por la reputación que
acompañaba a los demonios. La idea de
estar vinculada a uno no le hacía mucha
gracia. Miró el cadáver y se estremeció.
¿Le habría hecho Xypher lo mismo a
algún inocente?
¿Sería ese el motivo por el que lo
habían sentenciado a pasar la eternidad
en el Tártaro?
En ese momento comprendió que no
sabía casi nada de la criatura a la que
estaba unida. Que no sabía de lo que era
capaz.
¿Por qué habían cometido la
crueldad de poner su vida en las manos
de ese ser?
Tate señaló el cadáver.
—¿Puedes matar al responsable de
esto?
Xypher asintió con la cabeza de
forma casi imperceptible.
—Aunque la pregunta correcta sería
por qué iba a hacerlo.
La
respuesta
dejó
a
Tate
horrorizado.
—Para evitar que sigan muriendo
inocentes.
Xypher resopló.
—¿Inocentes? Ese tío que está en el
suelo era un violador y un asesino.
Cuando descubráis su identidad, veréis
que se fue de rositas. Yo le habría hecho
algo mucho peor, la verdad.
—¿Cómo lo sabes? —susurró
Simone.
Xypher la miró con una expresión
tan gélida que le heló la sangre en las
venas.
—Porque el mal reconoce el mal.
Así nos encontramos unos a otros o, en
el caso de la dimme, así es como evita
que un enemigo más poderoso la venza.
Los ojos de Jesse se abrieron de par
en par en señal de respeto.
—¡Hala! Así que eres algo parecido
al perro sabueso de Satanás, ¿no?
Xypher lo miró con sorna.
—Lucifer tiene su propio ejército de
demonios. Yo no formo parte de él.
—Una lección estupenda sobre los
demonios y sus hábitos alimenticios —
los interrumpió Tate, dando una palmada
—. Pero, por curiosidad, ¿qué pongo en
mi informe? ¿Que ha sido un asesinato
demoníaco al azar? Sí, eso les va a
encantar. —Se volvió hacia Simone—.
¿Crees que con mi título de medicina
podré encontrar trabajo como conserje?
Simone le dio unas afectuosas
palmadas en el brazo.
—Yo que tú, me callaba lo del título.
Te rechazarían por tener demasiada
preparación académica. Aunque si te
sirve de algo, no creo que necesites
trabajar cuando te metan en el
psiquiátrico.
—Gracias, Simone —repuso, con un
tono tan seco como el desierto—. Lo
recordaré la próxima vez que me pidas
una carta de recomendación.
—Yo también me acordaré de esto
cuando solicites trabajo como conserje
en la Universidad de Tulane. Me
aseguraré de encontrarte algo.
—¡Uf! —exclamó Tate—. Eres
mala.
—¿Doc? —dijo uno de los agentes
de policía mientras se acercaba a ellos
—. Los de homicidios quieren saber si
estás listo para llevarte el cadáver.
—Sí, ya hemos acabado. —Y añadió
en voz más baja—: Asesinato
demoníaco al azar. Creo que es mejor
decir que fue un robo con violencia que
acabó mal. —Hizo una pausa para mirar
a Xypher—. ¿Estás seguro de la causa
de la muerte?
—Cuando el cuerpo resucite dentro
de poco e intente matarte, tendrás la
respuesta.
Tate soltó un largo suspiro.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó
Simone antes de que se marchara.
Tate se encogió de hombros.
—No lo sé. No puedo destruir el
cadáver. Acabaría con una demanda
judicial seguida de un despido
fulminante y la humillación pública.
Xypher se rascó el mentón antes de
decir:
—Decapítalo por lo menos. Me lo
agradecerás.
Tate resopló.
—¿Crees que podré decir que se me
fue la sierra sin querer? —preguntó a
Simone.
—¡Tate! —exclamó ella, horrorizada
por la idea—. Ya tenemos bastante mala
reputación, ¿no te parece? Si lo haces,
será imposible acallar el escándalo.
—Estoy intentando encontrar una
solución razonable. Sabes muy bien que
no me prepararon en la universidad para
esto. ¿Qué les dices a tus alumnos sobre
los aspectos más extraños de la
profesión?
—No les digo nada. Me limito a
comentarles que hay ciertas cosas que
carecen de explicación.
—Sí —convino Tate con una
carcajada—, definitivamente, esto es
inexplicable. —Miró de nuevo a Xypher
—. Aparte de la decapitación o de la
destrucción del cuerpo, ¿hay otra forma
de evitar que la víctima resucite?
—Sí, puedes descuartizarlo.
Tate puso los ojos en blanco.
—Eso no me sirve.
—Yo no lo he atacado ni soy el
responsable de esta situación. Me has
hecho una pregunta y la he contestado. Si
quieres otra respuesta, cambia la
pregunta.
Tate se rascó la frente con el dedo
corazón.
—Me estoy imaginando una escena
sacada de la peli Zombies Party en mi
laboratorio.
Simone se echó a reír.
—Sí, ya te veo corriendo entre las
mesas de autopsias, perseguido por el
zombi.
—Exacto. Y no te olvides de que al
final de La noche de los muertos
vivientes matan al negro que sobrevive
al ataque de los zombis. No es un buen
precedente, y me da muy mala espina. —
Tate meneó la cabeza, entrelazó las
manos y se alejó de ellos como si se
encaminara hacia un destino muy negro
—. Vale, deseadme suerte… y un buen
lanzallamas. Y, pase lo que pase, no
dejes que el sheriff me dispare al
amanecer. —Le echó un vistazo a la
víctima antes de alejarse—. Al menos
esta vez no le asignaré la autopsia a
otro.
—Bonne chance, mon ami.
—Gracias, Simone. Que Dios te
oiga.
Simone lo siguió con la mirada
mientras se acercaba al cadáver para
supervisar el traslado del mismo. Sin
embargo, recordó el caso de Gloria y
apartó la vista, preocupada por lo que le
habría sucedido. Se frotó los brazos y
susurró una oración por su alma.
Jesse ladeó la cabeza.
—¿Qué te pasa, Sim?
—Estaba pensando en Gloria. Ojalá
supiera qué ha pasado. Me fastidia que
la hayamos perdido.
Xypher frunció el ceño.
—¿Quién es Gloria?
Lo miró irritada por el hecho de que
no la recordara.
—El otro fantasma que estaba con
nosotros cuando los daimons y tú
pusisteis mi mundo patas arriba.
—¡Ah, la rubia!
—Sí, la rubia.
Tate gruñó en ese momento. Se había
acercado a ellos y había escuchado esa
parte de la conversación.
—Hablando del rey de Roma, su
familia llegará en cualquier momento
para reclamar el cuerpo. ¿Cómo voy a
explicarles que no puedo entregárselo?
No creo que resulte convincente decirles
que lo he perdido.
—¡Doc! —gritó un policía—. Creo
que este tío no está muerto, acaba de
moverse.
Simone se quedó blanca al
escucharlo. Y la impresión empeoró al
ver con sus propios ojos que uno de los
pies del muerto se movía.
—Xypher, está pasando.
Antes de que pudiera decir nada
más, lo vio extender el brazo y de
repente el cuerpo de la víctima estalló
en llamas.
El agente que había gritado comenzó
a pedir ayuda y unos cuantos
compañeros se alejaron en busca de
extintores.
Simone lanzó una mirada furiosa a
Xypher.
—¿Eso lo has hecho tú?
Él se encogió de hombros,
restándole importancia al asunto.
—Hay veces que mis poderes
funcionan. Y otras veces que no. Parece
que esta vez lo han hecho. Ajá, he sido
yo.
Tate hizo un mohín mientras
observaba a los policías correr de un
lado para otro.
—No sé si agradecértelo o no…
¿Creéis que resultará creíble si pongo en
el informe que ha sido una combustión
espontánea por culpa de algún gas que
tenía acumulado en el cuerpo, que
también fue responsable del movimiento
que ha visto el policía?
Simone soltó un largo suspiro y le
deseó suerte en silencio.
—Tate, si hay alguien que puede
hacer que algo así suene convincente,
eres tú.
—Vale, lo que tú digas. Nos vemos
en la oficina del paro. —Y se alejó para
ayudar a los agentes a apagar las llamas.
Simone los observó trabajar
mientras asimilaba la horrible situación
en la que se encontraban.
—Así que ese hombre fue atacado
por un demonio que se alimentó de él.
—¿Pensabas que me lo había
inventado?
—No —contestó con gran esfuerzo
—. Bueno, no del todo. —Frunció el
ceño mientras recorría con la mirada ese
cuerpo creado para el pecado antes de
detenerse en sus ojos, tan azules que
robaban el aliento. Nadie se imaginaría
al verlo que no era humano, pero tenía
ese detalle muy presente—. ¿De verdad
eres medio demonio?
—¿Por qué iba a mentirte?
—No sé. La gente lo hace a veces
sin motivos.
—Pero yo no soy humano.
El hecho de ser el hijo de un
demonio explicaba al menos que tuviera
esa personalidad tan mordaz. Y también
lo excusaba… o casi. Aunque, por otra
parte, debía agradecerse que lo hubiesen
domesticado y que no fuese por ahí
asustando a la gente con la que se
cruzaban por la calle.
«Estoy encadenada a un demonio»,
se dijo para sus adentros. Parecía un
argumento sacado de una pésima
película de ciencia ficción.
Desconcertada, aturdida y… en fin,
con la cabeza hecha un lío enorme, se
acercó al lugar donde habían dejado las
bolsas con la ropa. En ese momento
necesitaba llegar a su casa para
centrarse un poco.
Así que echó a andar en dirección a
su apartamento con Jesse y Xypher
detrás.
—Alégrate, Sim —dijo Jesse con
voz alegre—. Piensa que el demonio no
te ha comido.
—Querrás decir que todavía no lo
ha hecho, ¿verdad?
Xypher le quitó las bolsas de las
manos.
—No te preocupes. No permitiré
que te hagan daño.
—A menos que de esa manera tengas
la oportunidad de cargarte a tu enemigo,
¿verdad? Porque en ese caso, soy carne
de cañón.
Xypher guardó silencio.
—Vale —dijo ella, tratando de
alegrarse un poco para olvidar que
Xypher sería capaz de sacrificarla con
tal de conseguir su objetivo—. A ver si
conseguimos llegar a casa sanos y
salvos, ¿os parece?
Xypher asintió mientras intentaba no
pensar en la posibilidad de defenderla
aun a costa de su venganza. Aunque
llevara sangre demoníaca en las venas,
no era un ser insensible. Incluso en sus
peores momentos se guiaba por un
código ético que no le permitiría dejar
que Simone acabara siendo víctima del
fuego cruzado.
«Qué capullo soy», se dijo.
Jesse se detuvo para mirarlo, y la
expresión de este le dejó bien claro que
no le tenía mucho aprecio. Ya estaba
acostumbrado a que lo observaran de
esa manera. Los dioses griegos lo
habían mirado de igual forma en cuanto
descubrieron que tenían a un demonio
sumerio en su genealogía.
En cuando aprendió a infiltrarse en
los sueños e hizo alarde de sus poderes,
Zeus envió a sus acólitos para que lo
llevaran encadenado al Olimpo.
E intentó matarlo, aunque solo era un
niño en aquel entonces. Fue Poseidón el
responsable de que no cometiera ese
error.
—Los sumerios están deseando
encontrar un motivo para echarnos a los
ctónicos encima. Si matas a este niño,
tendremos que enfrentarnos a las
consecuencias.
Los ctónicos eran, básicamente, los
guardianes del universo. Se aseguraban
de que lo panteones no lucharan entre sí,
porque esos enfrentamientos podían
ocasionar la destrucción de la Tierra y
de todos aquellos que la habitaban.
Zeus miró a su hermano con cara de
asco.
—¿Y qué sugieres que haga con él?
—Despójalo de sus emociones y
entrénalo como al resto de los mocosos
de Fobétor. Ya no tenemos por qué temer
a los óneiroi. Después, cuando haya
completado el entrenamiento, podremos
utilizarlo para espiar a los sumerios.
Y
así
comenzó
el
brutal
entrenamiento al que lo sometieron.
Xypher, que en aquella época era
joven e iluso, pensó que su padre lo
rescataría.
No lo hizo. De hecho, fue uno de los
que lo azotaron y lo despojaron de sus
emociones como muestra de lealtad a
Zeus. Si hubiera sido un demonio en un
lugar de un híbrido, no habrían podido
someterlo. Por desgracia, la sangre de
su padre corría también por sus venas.
Lo doblegaron un caluroso día de
verano, cuando decidió que sería más
fácil claudicar que seguir soportando
más abusos. Le arrebataron las
emociones una por una hasta que solo
sintió una especie de entumecimiento.
Sus sentidos no le transmitían nada. No
había sabores ni olores. Nada que
pudiera inducir emoción alguna.
A decir verdad, eso lo alegró. Los
años de sufrimientos quedaron atrás. Y,
al menos, los dioses griegos no eran tan
sanguinarios como los demonios. No lo
obligaban a luchar por la comida. No le
hacían pagar con sangre por cualquier
cosa.
Ser un demonio implicaba arrebatar
y destruir. Solo daban comida a los que
mataban por conseguirla.
«Debería haber seguido siendo un
óneiroi», se dijo.
Las cosas en aquel entonces eran
mucho más sencillas. Lo único que tenía
que hacer era controlar el sueño de los
humanos. Asegurarse de que ningún
skoti fijara su atención demasiado
tiempo en uno en concreto. Los dioses
griegos permitían que los óneiroi y los
skoti siguieran viviendo siempre y
cuando no afectaran el equilibrio del
universo ni volvieran locos a los
humanos a través de los sueños.
Cada vez que un skoti estaba a punto
de incumplir esas normas, ordenaban a
los óneiroi que lo mataran o lo apartaran
del humano.
Había sido una vida apacible.
Hasta que apareció Satara. Una
doncella de Artemisa. Tan guapa y
seductora como cualquier inmortal. Lo
invocó en sueños y le enseñó lo que era
la ternura y el resto de las emociones
que nunca había experimentado.
Hicieron el amor consumidos por la
pasión. El roce de su aliento, sus
caricias…
todo
le
resultó
increíblemente placentero.
Cuando estaba con ella se sentía
vivo.
Soltó un taco al recordar a la muy
zorra. Su increíble atractivo y su
capacidad de seducción habían hecho
que pagara con creces el deseo de
convertirse en algo que no era.
Un error que nunca volvería a
cometer.
—¿Estás bien?
Parpadeó cuando la dulce voz de
Simone interrumpió sus pensamientos.
—Mejor que nunca.
—¡Jo! —exclamó Jesse al tiempo
que se acercaba a ella—. Si esto es su
«mejor que nunca», no quiero ni
imaginarme cómo será el «hecho
polvo».
Simone miró a su amigo por encima
del hombro. Xypher no se explicaba el
motivo, pero sus ademanes y sus
expresiones tenían un encanto especial.
—Chitón, Jesse, pórtate bien.
Recuerda que puede hacerte daño.
—Sí, y me gustaría saber dónde
puedo exponer una queja al respecto. No
me parece justo.
Xypher lo miró con los ojos
entrecerrados.
—Oye, ¿cómo es que terminaste
siendo un fantasma? ¿Acabaste con la
paciencia de alguien y te rebanó el
pescuezo?
—¡Ja, ja, ja! —exclamó Jesse con
ironía—. Pues no, fue un accidente de
coche en una noche lluviosa mientras
llevaba a mi novia a casa desde el
trabajo. Lo último que oí fue su voz
diciéndome que girara a la izquierda al
ver la luz del semáforo. Así que cuando
vi la luz brillante, giré a la izquierda y
aquí me tienes, atrapado en la Tierra.
Xypher puso los ojos en blanco.
—Es lo más patético que he oído en
la vida.
Jesse resopló.
—¿En serio? Pues lo más patético
que yo he oído es la historia de un
medio demonio, medio dios que…
—¡Jesse! —lo interrumpió Simone
con brusquedad—. Te recuerdo que
puede golpearte y hacerte daño. Mucho
daño.
Eso aplacó un poco al fantasma.
Xypher frunció el ceño mientras los
observaba. Parecían estar cómodos
juntos… como si fueran una familia. Él
nunca había compartido esa cercanía
con nadie, y eso hizo que se preguntara
por los motivos que los habían llevado a
forjar ese vínculo.
—¿Cómo acabaste con Simone?
Jesse se echó a reír.
—¡Je! Tú dirías algo como: «¿Y a ti
qué coño te importa?». Pero yo soy
mucho más agradable.
Entrecerró los ojos al escuchar la
réplica.
Y, al cabo de un segundo, Jesse
trastabilló hacia delante, como si
alguien lo hubiera empujado.
Cuando recuperó el equilibro, el
fantasma se volvió para mirarlo.
—¡Oye, Darth Vader, deja ya los
truquitos de jedi, que duelen!
—Pues la próxima vez te dolerá un
poquito más. ¿Cómo acabaste dándole la
lata a Simone?
—Fue la noche en que murieron mi
madre y mi hermano —contestó ella, y
su voz delató su tristeza—. En el
hospital. Estaba esperando que llegara
mi padre cuando Jesse se acercó y me
dijo que no llorara.
Aunque le repateara admitirlo, eso
fue un detalle por parte de Jesse.
—¿Cómo
murieron?
¿En un
accidente de coche?
La vio negar con la cabeza mientras
se abrazaba la cintura como si buscara
consuelo o así pudiera protegerse de los
malos recuerdos.
—Un robo que acabó mal.
Volvíamos de una representación teatral
en la escuela y a Tony se le antojó un
anillo de caramelo como recompensa.
Así que mi madre paró en una tienda
para contentarlo. Yo me quedé en el
coche porque estaba medio dormida y
no me encontraba bien. Al ver que
tardaban en volver, me incorporé un
poco para mirar por la ventanilla y vi a
dos hombres armados con pistolas,
apuntándolos junto al mostrador. Estaba
tan asustada que solo atiné a taparme los
oídos y a agacharme entre los asientos.
La policía me encontró allí cuando llegó
al poco tiempo. Tuvieron que desmontar
los asientos delanteros para sacarme del
coche.
Xypher se sintió como una mierda.
Así, tal cual. Verla con lágrimas en los
ojos y descubrir que había pasado por
algo así lo enfureció. Cuando ella lo
miró, la agonía que reflejaban esos ojos
verdes lo atravesó como un cuchillo.
—Tony solo tenía siete años. ¿Cómo
es posible que alguien sea capaz de
disparar a un niño pequeño que va con
su madre?
Xypher apartó la vista, incapaz de
soportar el dolor y la mirada penetrante
de aquellos ojos.
—No lo sé.
—Tú que eres medio demonio, ¿no
puedes explicarme el sentido de tanta
maldad?
—No. Por malévolo que yo pueda
ser, nunca he hecho daño a un niño, y
nunca se lo haré. —Se pasó todas las
bolsas a una mano y la obligó a
detenerse. Quería consolarla, pero no
sabía muy bien cómo. ¿Qué hacían los
humanos para consolarse los unos a los
otros? ¿Tocarse? Levantó un brazo para
acariciarle una de sus frías y suaves
mejillas—. Siento mucho que los
perdieras, Simone.
Se llevó toda una sorpresa al darse
cuenta de que era verdad. De que lo
sentía.
Simone
se
percató
de
la
incertidumbre que asomaba en la mirada
de Xypher. De la inseguridad. De no
conocerlo, habría pensado que le daba
miedo tocarla. Así que levantó un brazo
para darle un apretón en la mano que la
acariciaba.
—Gracias.
Xypher inclinó la cabeza antes de
apartar la mano.
—No te he ofendido al tocarte,
¿verdad?
—No.
Jesse hizo un ruido extraño.
—Vale, pero a mí sí que me estáis
ofendiendo con tanto baboseo. Buscaos
una habitación. No, esperad. Que sean
dos. ¡Y separadas!
Simone meneó la cabeza.
—Jesse, ya vale.
El aludido se alejó a la carrera, sin
hacerle caso.
—¡Mirad, estamos en casa! ¡Yupi!
Xypher se apartó de Simone
mientras ella se sacaba las llaves del
bolsillo. Se detuvo delante de una puerta
metálica de color verde por la que se
accedía a un pasillo estrecho que
acababa en un amplio patio.
Una vez que abrió la puerta, Simone
se hizo a un lado.
—Jesse, ve tú delante mientras yo
cierro.
Xypher siguió al fantasma hasta un
patio muy ordenado. Había un par de
barbacoas de acero inoxidable y una
fuente negra.
—Mi apartamento está justo detrás.
—Simone pasó junto a ellos y se detuvo
al llegar a una puerta marrón con el
número veintitrés.
Xypher la siguió hasta un reducido
salón. El edificio era antiguo, pero los
muebles no. Simone había decorado su
casa con tonos marrones, y todo estaba
muy ordenado.
—Hay dos dormitorios —dijo al
tiempo que señalaba hacia el otro
extremo del apartamento—. Jesse, ¿te
importa dormir en el sofá?
La simple sugerencia pareció
dejarlo espantado.
—¡Ni hablar! No irás a darle mi
dormitorio, ¿verdad?
—Pero si tú no duermes…
—Vale, pero ¿y si me aburro en
plena noche?
—Puedes pasear por la cocina y el
salón.
La respuesta le arrancó un chillido
ofendido.
—Si me obligas a hacer eso,
empezaré a mover los muebles y
desconectaré la alarma del despertador.
—Pues yo iré en busca de un
exorcista.
Jesse la miró con los ojos
entrecerrados.
—Eso solo funcionaría si fuera un
demonio —le recordó al tiempo que
lanzaba una mirada elocuente en
dirección a Xypher.
—Pues iré en busca de una médium.
A la tienda de madame Selene, esa que
está en Jackson Square. Le diré que
utilice un hechizo para que te
desvanezcas.
—¡No me lo puedo creer! —
exclamó Jesse—. Vale. Que don Gruñón
duerma en mi dormitorio, pero será
mejor que no me babee la almohada. Y
que no duerma desnudo. No me apetece
quedarme ciego si entro y lo veo.
—Yo no babeo.
Jesse pareció aliviado por la
afirmación.
—Vale. ¿Y lo de dormir desnudo?
—No eres mi tipo.
Jesse chilló antes de salir corriendo
hacia la parte trasera del apartamento.
Simone puso los ojos en blanco al
ver las tonterías del fantasma. Sí, podía
ser un poco exasperante, pero no se
imaginaba la vida sin él.
Se quitó el abrigo, lo colgó en la
percha y esperó a que Xypher hiciera lo
mismo con la chupa.
Una vez que estuvieron en vaqueros
y mangas de camisa, hizo un gesto con la
cabeza en dirección a la parte trasera
del apartamento.
—El mío es el de la derecha. Tu
dormitorio temporal es el de la
izquierda.
Entre ellos había un cuarto de baño.
Xypher se detuvo para examinar el
reducido lugar que Simone llamaba su
hogar. Era bonito y cómodo. Nada pijo,
pero sí el sitio perfecto para una mujer
que vivía sola… con un fantasma.
Simone le mostró el dormitorio de
Jesse. Estaba pintado de azul. Eso no le
importaba, pero le extrañó ver la gran
cantidad de carteles de películas y de
fotos de grupos de los años ochenta que
decoraban las paredes. Jóvenes ocultos.
Joan Jett. Todo en un día. The Damned.
Flash Dance. Wendy O. Williams.
Terminator. The Clash. Go-Go’s.
Bananarama. Era como una cápsula del
tiempo.
En la pared situada frente a la puerta
había tres estanterías de madera
diseñadas para ordenar discos de vinilo.
Encima descansaba un antiguo equipo de
música con tocadiscos. La cómoda
estaba llena de chismes. Un cubo de
Rubik, dados de más seis caras y
cartuchos de la Atari. Parecía el
dormitorio de un adolescente en pleno
1987.
Se detuvo para asimilarlo todo. La
mayoría de la gente obligada a convivir
con un fantasma no llegaría a esos
extremos para conseguir que se sintiera
a gusto. Había incluso un antiguo
ordenador Apple en el escritorio
contiguo a las estanterías de los discos,
y una consola Atari conectada al
televisor.
—Quieres mucho a Jesse, ¿no? —
Visto el dormitorio, era una pregunta
retórica.
—Sí —admitió Simone sin tapujos.
Su mirada era sincera—. Se quedó a mi
lado y me cuidó cuando mi familia se
fue. Como si fuera mi hermano mayor.
—Ladeó la cabeza antes de continuar—.
Ahora es más bien un hermano pequeño.
Pero haría cualquier cosa por él.
¡Cómo le gustaría poder tener a
alguien que le demostrara esa lealtad!
Sin embargo, en su caso la gente estaría
encantada de hacerle cualquier cosa, no
de hacer cualquier cosa por él.
—Puedes poner la ropa aquí —dijo
Simone, que acababa de abrir un cajón
de la cómoda.
Xypher dejó las bolsas en el suelo.
—Sabes que es posible que esto no
funcione, ¿verdad?
—¿En qué sentido?
—Es posible que tu dormitorio esté
demasiado lejos. Tal vez no debamos
separarnos.
Ella aspiró el aire entre los dientes.
—Se me había olvidado esa parte.
¿Cómo podemos asegurarnos?
Xypher se alejó de ella.
—Empieza a andar. Cuando llegues
a un punto en el que te cueste respirar,
sabremos cuál es el límite.
—¡Qué bien! Me encanta hacer de
pez fuera del agua.
—Pues hala, a mover la colita.
Simone no estaba muy segura de
estar haciendo lo correcto mientras
caminaba despacio hacia la puerta.
Cuando llegó al pasillo ya no se sentía
tan asustada.
De momento la cosa no iba mal.
—Parece que no… —Dejó la frase
en el aire, incapaz de respirar.
De repente, no podía ni moverse ni
hablar. A su alrededor todo se volvía
negro. Amenazador.
Xypher llegó a su lado al instante.
La levantó en brazos, la llevó a su
dormitorio y la dejó encima de la cama.
Él también tenía la cara roja y respiraba
con dificultad.
Simone tardó varios minutos en
recobrar el aliento. Xypher no se separó
de su lado, y la expresión de su cara
podría tildarse de preocupada, en el
hipotético caso de que fuera capaz de
esa emoción, claro.
—Ha sido espantoso —susurró ella
cuando recuperó el habla—. ¿Cómo has
podido acercarte si tú tampoco podías
respirar?
—Fuerza de voluntad.
Le colocó una mano en la mejilla y
sintió la aspereza de su barba. ¿Cómo
era posible que un demonio tuviera
momentos de compasión y amabilidad?
—Gracias.
Él inclinó la cabeza a modo de
respuesta.
—Ya sabemos que no contamos con
mucho espacio.
Cierto. Unos cinco o seis metros si
no querían morir.
—¿Qué vamos a hacer?
Xypher sopesó las opciones… y
ninguna era buena. Carraspeó antes de
contestar:
—Encontrar la forma de sacarte de
esta.
—¿Y si no podemos?
En ese caso, moriría con él cuando
matara a Satara. Y no habría forma de
evitarlo.
6
Simone dio un respingo cuando el móvil,
que tenía en el bolsillo, sonó y rompió
el incómodo silencio que reinaba entre
ellos. Al contestar descubrió que era
Julian.
—Siento molestarte, Simone, pero
como mi mujer ya ha vuelto, nos
estábamos preguntando si querías que te
devolviéramos el coche.
—Sería genial. ¿Seguro que no es
una molestia para ti?
—Para nada. Dame la dirección. Te
lo llevaré encantado.
—Espera, no tienes las llaves.
Julian soltó una carcajada.
—Tranquila, no me hacen falta.
¿Por qué siempre se le olvidaba que
estaba hablando con un semidiós?
—Pues entonces, muchas gracias.
Aliviada por la idea de recuperar
sus cosas, Simone le dio la dirección
antes de colgar. Por fin algo le salía
bien. Llegaba unas diez horas tarde,
pero mejor tarde que nunca.
Se levantó de la cama.
—Supongo que tenemos que traer el
colchón de la cama de Jesse y ponerlo
en el suelo para que duermas aquí.
Xypher retrocedió a fin de dejarle
sitio para que pasara.
—¿Por qué vas a hacerlo?
—Para
que
puedas
dormir
cómodamente esta noche.
Lo vio fruncir el ceño.
—No me hace falta un colchón.
¿Hablaba en serio? Ni de coña iba a
meter a un desconocido en su cama, y
mucho menos a uno que estaba tan
bueno. Nose fiaba de ninguno de los dos
a la hora de dejar las manos quietecitas.
—No puedes dormir en el suelo.
Está frío.
Su respuesta cargada de indignación
hizo que Xypher la mirara con una ceja
arqueada.
—Llevo durmiendo en el frío y duro
suelo setecientos años. Al menos el tuyo
está limpio y no hay bichos que me
muerdan mientras duermo.
A Simone se le encogió el corazón al
escuchar esas palabras. Y la expresión
de él le dejó claro que no estaba
exagerando ni bromeando.
—¿Qué hiciste para que te
condenaran?
Lo vio apartar la mirada.
Se acercó despacio para mirarlo a la
cara antes de tocarle el brazo, aunque en
el fondo esperaba que la apartara con un
empujón y un insulto.
No lo hizo.
Xypher se quedó sin aliento mientras
contemplaba esos curiosos ojos, cuya
mirada le llegaba al alma. El roce de su
mano y la ternura de sus ojos lo
desarmaron.
Se moría de ganas de estrecharla
entre sus brazos y sentir su cálido
consuelo.
Ojalá fuera tan sencillo. Pero no lo
era. No había un alivio tan simple para
su dolor. Los numerosos siglos de
abusos lo habían dejado vacío.
Soltó el aire antes de contestar su
pregunta:
—Me dejé utilizar por alguien.
—¿En qué sentido?
¿Cómo explicarle lo que era Satara a
alguien que ni siquiera sabía que podía
existir una criatura tan retorcida y fría?
En ocasiones ni él comprendía la
naturaleza de su complicada relación.
—Logró que dependiera de sus
emociones y utilizó mi adicción para
controlarme. Creía que la amaba y
habría hecho cualquier cosa para que
fuera feliz.
Simone ladeó la cabeza.
—Así que cualquier cosa… Bueno,
¿y qué te pidió que hicieras?
Titubeó, ya que no sabía si contarle
toda la verdad. No hacía falta que se
enterara de todas las monstruosidades
que había cometido.
—Volví locos a sus enemigos por
ella. Hice que se revolvieran los unos
contra los otros, y también contra sus
propias familias. Mataban a la gente de
forma violenta y después se quitaban la
vida. —Los recuerdos, que todavía lo
atormentaban, le hicieron dar un
respingo. Incitó a luchar a muchos
hombres solo para contentar a Satara—.
Me gané a pulso la condenación eterna.
Nunca lo he negado. Por eso sé que es
imposible que Hades me libere cuando
esto termine. Las Moiras no lo
permitirían. Pero no sufriré solo en el
Tártaro. Yo llevé a cabo los crímenes,
sí, pero Satara los ordenó.
Simone intentó comprenderlo, y
también entender lo que había hecho.
Comprender por qué eso había
provocado su condenación eterna. Sin
embargo y por más que lo intentó, no
podía conciliar la imagen del hombre
que tenía delante con la de la criatura
que merecía semejante castigo.
—Has dicho que los demonios son
herramientas en manos de otros. ¿Por
qué te consideraron responsable de ser
fiel a tu naturaleza?
—No solo soy un demonio, Simone.
Soy un dios. Lo que hice fue
imperdonable. No pido salvación, ni
tampoco comprensión.
No, solo pedía venganza.
—¿Qué te hizo tan implacable?
La intensidad de su mirada la
paralizó. Era una mirada vacía y gélida,
pero al mismo tiempo consiguió
conmoverla.
—Tienes suerte de poder hacerme
esa pregunta. Ya puedes ir rezándole a tu
dios para que nunca llegues a saber la
respuesta. —Se apartó de ella y se
acercó a la ventana.
Jesse regresó en ese momento a la
habitación, lo que la llevó a preguntarse
dónde se había metido esos últimos
minutos. Claro que a Jesse no le gustaba
que hubiera gente en la casa, así que
posiblemente hubiera salido a dar una
vuelta.
—¿Tienes sal? —preguntó Xypher
de repente.
—¿Sal?
Menudo cambio de tema. ¿Qué tenía
que ver la sal con lo que habían estado
hablando?
Lo vio tantear el cierre de la ventana
antes de explicarse.
—Tenemos que esparcir sal por las
ventanas y las puertas, y por cualquier
otra abertura que dé al exterior.
—¿Por qué?
—La sal es una sustancia pura.
Incorruptible. Ningún demonio puede
atravesarla.
La respuesta le gustó, pero suscitó
una pregunta.
—Tú puedes, ¿verdad?
Lo vio asentir con la cabeza al
tiempo que se apartaba de la ventana.
—Pero Caifás no.
—¡Marchando una de sal! —Jesse
corrió a la cocina.
Y ella lo siguió de cerca.
Xypher se unió a ellos en el
momento en que ella sacaba un bote de
sal.
—Hay que usar bastante para que
funcione.
—Tú mismo, usa toda la que
necesites. —Le pasó el bote.
En un abrir y cerrar de ojos tuvieron
la casa protegida.
—Benditas sean las salinas —dijo
ella al tiempo que cerraba el bote y lo
guardaba en el armarito de la cocina—.
¿Quién iba a decir que la sal serviría
para algo más que para cocinar?
En ese momento alguien llamó a la
puerta.
Simone puso los ojos como platos,
consumida por el miedo.
—¿Qué posibilidades hay de que se
trate de Caifás?
—Muy pocas. No llama a las
puertas.
—Ah. —Sintiéndose un poco tonta
por la pregunta, se acercó a la puerta,
pero Xypher le impidió que abriera.
—Ten cuidado con la sal cuando
abras. Si la esparces, no nos servirá de
nada.
«Buen consejo», pensó.
—Gracias.
Abrió la puerta con mucho tiento y
vio a Julian al otro lado.
—Hola —la saludó él con una
sonrisa—. Solo quería decirte que te he
dejado el coche ahí abajo.
Le devolvió la sonrisa.
—Muchas gracias por traérmelo… y
por todo lo demás. De verdad que no
sabes cuánto te lo agradezco.
—No pasa nada. —Miró por encima
de su hombro a Xypher—. Me alegro de
verte en pie. Nos diste un buen susto
cuando te hirieron. Nada como una pelea
con un demonio al anochecer para darte
fuerzas, ¿no?
—Si tú lo dices… —Xypher le
tendió la mano—. Te agradezco mucho
la ayuda.
Julian le estrechó la mano.
—Si me necesitas otra vez, ya
sabes… sobre todo si los niños no
andan cerca. Buenas noches.
—Buenas noches. —Simone cerró la
puerta y se volvió hacia Xypher. Su
actitud la había dejado pasmada. Eran
tan ajena a su naturaleza demoníaca que
tenía ganas de pellizcarlo por si lo
habían cambiado. Aunque que no tenía
tendencias suicidas, claro—. ¿Acabas
de darle las gracias?
—Sí. Sé que te cuesta creerlo, pero
soy capaz de hacerlo.
—¿En serio?
La miró desconcertado.
—¿Por qué me pinchas?
Se encogió de hombros.
—Porque siempre saltas.
—Como una cobra —dijo Jesse con
sorna mientras hacía como que
acariciaba una serpiente invisible—.
Ven, serpiente bonita. Ven, serpiente,
serpiente… ¡Ay! —Se pegó la mano al
cuerpo y la sacudió—. ¡Me ha mordido!
—Después empezó a echar espuma por
la boca y a retorcerse antes de caer al
suelo—. Me ha matado.
Simone pasó por encima de su
cuerpo, sacudido por los espasmos.
—Estás como un cencerro.
Jesse levantó la cabeza para mirarla.
—Yo no soy quien se está metiendo
con la cobra, guapa. Esa eres tú. Es
como lo del cántaro ese y la fuente. ¡Tía,
vale ya de hacer locuras! ¡Frena un
poco!
Xypher dio un paso hacia él y Jesse
se levantó de un salto.
—Voy a escuchar a los Duran Duran.
Nos vemos —dijo, y se desvaneció.
Simone empezó a frotarse la frente
en círculos antes de masajearse las
sienes en un intento por frenar el
incipiente dolor de cabeza. Volvió a su
dormitorio para dejar el bolso y las
llaves en la cómoda.
—Menudo día. Perseguida por un
demonio, amenazada por licántropos,
varias veces al borde la muerte, cuerpos
mutilados… No quiero ni pensar en lo
que puede pasarme mañana.
Xypher lanzó una mirada furiosa en
dirección al dormitorio de Jesse.
—Si tenemos suerte, encontraremos
a un médium que ayude a Jesse a
encontrar la luz y a ir hacia ella.
El comentario la dejó alucinada.
—¡Madre del amor hermoso! ¿Eso
era una broma? —Soltó una carcajada y
se acercó a él—. ¿De verdad has hecho
una broma?
El melódico sonido de su risa
hechizó a Xypher mientras la observaba
acercarse. Sus ojos chispeaban por la
ternura y el buen humor. Era tan alegre y
apasionada que ansiaba extender las
manos y tocarla.
No. Ansiaba besarla…
Reconocerlo lo dejó hecho polvo.
Era un skoti fóbico. Su gente se
alimentaba del miedo de los demás. Sin
embargo, mientras la miraba, lo único
que deseaba era arrancarle la ropa y
saborear cada centímetro de su piel
hasta que se corriera entre sus brazos,
gritando su nombre.
Lo invadió un deseo tan intenso que
se asustó. Su cuerpo ardió, rogándole
que la estrechara entre sus brazos para
saborear esos excitantes labios que
siempre tenían una sonrisa pero que
nunca se reían de él.
Simone se dejó abrasar por la
pasión que vio en sus ojos azules. Su
mirada era electrizante. Penetrante.
Xypher era feroz, y muy complicado.
Aunque era aterrador, al mismo tiempo
quería tocarlo. Era un impulso muy
parecido al que se tenía al ver a un
animal salvaje enjaulado del que se
sabía que sus garras eran letales, pero
cuya extrema belleza provocaba el
deseo de enterrarle las manos en el pelo
para sentir su suavidad y oír cómo
ronroneaba de placer.
Claro que no podía decirse lo mismo
del hombre que tenía delante. No estaba
segura de que alguna mujer fuera capaz
de domesticarlo el tiempo necesario
para acariciar ese hermoso cuerpo.
Daba la sensación de que no le gustaba
bajar sus defensas el tiempo suficiente
para que una mujer pudiera intimar con
él.
Podía contar con los dedos de una
mano los hombres con los que se había
acostado. Con todos ellos mantuvo una
larga amistad antes de aceptar otro tipo
de relación. Y con todos esperó un buen
tiempo antes de meterlos en su cama.
Jamás había conocido a un hombre
que la tentara tanto como el que tenía
delante. Se moría de ganas de pegarse a
él y de desnudarlo para saborear cada
centímetro de su suculenta piel.
¿Qué le pasaba?
Xypher era desagradable y borde.
Aterrador y amenazante.
Y también el tío más sexy de la
tierra.
Lo vio inclinar la cabeza hacia ella
con los ojos oscurecidos por el deseo.
«Corre, Simone, corre…», le dijo
una vocecilla.
No pudo. En cambio, separó los
labios para aceptar el beso más ardiente
que le habían dado en la vida. Al
principio no la tocó en ningún otro sitio.
Solo
sus
labios
se
rozaban,
saboreándola y torturándola.
Xypher emitió un gruñido feroz antes
de tomarle la cara entre las manos, y el
beso se convirtió en un momento de puro
éxtasis.
Simone absorbió su aroma y dejó
que lo envolviera. Mientras sus lenguas
jugueteaban, saboreó su humanidad, su
energía. Y, sobre todo, su pasión, que
aumentó la de él hasta límites
insospechados y lo dejó dolorido en
lugares que ni siquiera sabía que podían
doler. Y el dolor que más le sorprendió
fue el que invadió su alma condenada.
Por primera vez en siglos no se
sentía como un demonio.
Se sentía como un hombre.
«Así
fue
como
Satara
te
enganchó…», le recordó una voz.
Ese pensamiento le sentó como un
jarro de agua fría. Jadeó al comprender
la verdad y se apartó de ella. La furia se
apoderó de él al darse cuenta de que iba
a tropezar dos veces con la misma
piedra. ¿Y por qué? ¿Por una caricia?
¿Por un placer efímero?
«¡Imbécil!», se recriminó.
Un momento de placer no merecía
una eternidad en el infierno. Y lo mismo
podía decirse de Simone.
Era humana. No sacaría nada de
provecho estando con ella. Pertenecía al
mundo inmortal mientras que ella vivía
en un mundo con leyes, un mundo
civilizado.
Sería imposible que llegara a
comprender lo que él era.
Simone era incapaz de respirar
mientras observaba la miríada de
emociones que reflejaba el rostro de
Xypher. Confusión, remordimiento,
angustia… pero la que más le dolió fue
la furia.
—¿Qué pasa?
—Aléjate de mí. —Su voz, un
rugido feroz, reverberó por la
habitación.
—Oye, que me has besado tú.
Sus palabras le arrancaron una
carcajada burlona.
—Yo no he dicho que no fuera
imbécil. Eso salta a la vista. Si tuviera
una pizca de sentido común, no me
habría tragado las mentiras que me
condenaron. —Se volvió e hizo ademán
de marcharse, pero soltó un taco al
llegar a la puerta—. Ni siquiera puedo
alejarme de ti. —Echó la cabeza hacia
atrás y clavó la mirada en el techo—. Te
odio, Hades, eres un cabrón. —Cuando
se volvió hacia ella, tenía un tic
nervioso en la mejilla—. Preferiría que
me dieran una paliza antes que estar
atrapado aquí.
Eso sí le llegó a Simone al alma.
¿¡Cómo se atrevía!?
—Perdona, no me había dado cuenta
de que era un estorbo para ti.
—Estás en medio, ¿no?
Simone apretó los puños, levantó las
manos y lo señaló como si quisiera
lanzarle un maleficio.
—Ojalá fueras tú el mudo. No, lo
retiro. Me alegro de que puedas hablar.
Porque cada vez que empiezo a creer
que eres un tío decente y que me caes
bien, abres esa bocaza y me recuerdas
que no es verdad. No sabes cuánto te lo
agradezco. ¡Y ahora fuera de aquí! —Lo
sacó de la habitación de un empujón.
Xypher abrió la boca para hablar,
pero antes de que pudiera decir algo, le
cerró la puerta en las narices y le echó
el pestillo. Acto seguido, colocó la
cómoda delante para asegurarse de que
no podía abrirla.
Satisfecha, se apoyó en la cómoda y
cruzó los brazos por delante del pecho.
Escuchó un golpecito en la puerta.
—¿Simone?
—Largo. Vete. —Añadió «capullo»
en silencio.
—No puedo. Si lo hago, los dos
moriremos.
—Pues te quedarás en el pasillo
hasta que me calme.
Era una actitud inmadura, pero la
ayudó a sentirse mejor. Se lo tenía
merecido.
«Qué infantil eres», se dijo.
Pues sí, pero en ocasiones la
situación lo requería. Y esa era una de
dichas ocasiones.
Xypher se pasó una mano por el pelo
mientras reprimía el impulso de
desintegrar la puerta con sus poderes.
Percibía la satisfacción de Simone, y
eso lo enfureció aún más.
Incapaz de dejar que dijera la última
palabra, apareció justo delante de ella.
Simone lo fulminó con la mirada.
—¡Ni hablar!
—No puedes impedirme la entrada.
—Eres un capullo.
Levantó los brazos para apartarlo de
un empujón, pero en cuanto lo tocó,
Xypher notó que algo se derretía en su
interior.
La pegó contra su cuerpo y la besó,
incitado por las confusas emociones que
pugnaban dentro de él. Mareado, la
obligó a apoyarse contra la cómoda que
había utilizado para bloquear la puerta.
Cerró los ojos y sintió cada centímetro
de su cuerpo contra de él. Sintió el
suave roce de sus pechos. Notó la cálida
y alentadora caricia de su aliento
mientras se frotaba contra esa parte de
su cuerpo que se había endurecido por
el deseo de hundirse en su suavidad.
Simone era incapaz de pensar
mientras Xypher la besaba de esa
manera. Era maravilloso sentir sus
manos por todo el cuerpo mientras sus
lenguas se acariciaban. Hacía tanto
tiempo que no la abrazaban que casi
había olvidado lo que se sentía. Casi
había olvidado el olor de un hombre
mientras notaba el áspero roce de la
barba en la cara.
Era como estar en la gloria.
Estaba a punto de echarlo al suelo
para montarlo hasta que los dos
estuvieran agotados.
—Apártame, Simone —le suplicó él
al oído con voz desgarrada.
—¿Eso es lo que quieres?
—No —contestó él con un gruñido
—. Me muero por estar dentro de ti.
Quiero tu olor en mi piel mientras
saboreo tu cuerpo hasta emborracharme
de ti.
Se estremeció al escucharlo.
Aquello era lo mismo que ella deseaba
en ese preciso momento. Pero eran dos
desconocidos, y para colmo de males
Xypher era un demonio condenado.
«Demonio, Simone… Un demonio»,
se recordó.
Le colocó las manos en los hombros
y se apartó un poco.
—No te entiendo.
Xypher se mordió la lengua para no
responder con un comentario hiriente,
porque a decir verdad ni él mismo se
entendía. De la misma manera que
tampoco entendía por qué deseaba con
tanta desesperación estar con ella.
«¿Morirías por mí?» La voz de
Satara lo atormentó desde el pasado.
Y lo hizo. Dio su vida por ella, y
Satara lo vio morir riéndose a
carcajadas.
Desde entonces no se había sentido
atraído por una mujer.
Hasta ese momento.
Cogió el rostro de Simone entre las
manos y la obligó a levantar la barbilla
para mirarla a los ojos.
—Si quisieras a alguien, ¿lo
obligarías a morir por ti?
La confusión ensombreció esos ojos
verdosos.
—¿Cómo?
—Responde la pregunta. Sí o no.
¿Harías que alguien a quien quisieras
muriera por ti?
—Toda mi familia ha muerto, mi
familia verdadera y la que me adoptó.
Vivo con el temor constante de perder a
otro ser querido. ¡Joder, no! Jamás en la
vida le pediría a un ser querido que
muriera por mí.
La alegría que le provocaron esas
palabras fue indescriptible.
—¿Morirías por alguien a quien
amaras?
—Por supuesto. ¿Tú no?
Xypher
retrocedió
mientras
recordaba el día en que lo capturaron
para matarlo. ¿Volvería a hacerlo? La
simple idea le arrancó un resoplido.
—No merece la pena morir por la
gente. La vida es un regalo de valor
incalculable, y en lugar de agradecerlo,
se burlan de ti por el sacrificio. A ver si
espabilas.
Simone dio un respingo al darse
cuenta de lo que le estaba diciendo.
Alguien a quien quería lo había
traicionado. ¡Con razón deseaba
vengarse!
—No todo el mundo desperdicia el
amor, Xypher. Mi padre no se burló de
mi madre cuando ella murió. Lloró su
pérdida como no lo habría hecho nadie.
Tanto que se suicidó cinco meses
después.
Miró la foto que tenía sobre el
escritorio. Sus padres, su hermano y
ella. La habían hecho un mes antes de
que murieran. La alegría que irradiaban
sus caras la atormentaba a ratos, pero en
otras ocasiones la reconfortaba.
Tal como sucedía esa noche.
—Mi padre solía decir que la vida
era lo que tú quisieras que fuera. Hoy es
el primer día del resto de tu vida. No
puedes cambiar el pasado, pero el futuro
no es inamovible. Puedes cambiarlo.
Sigue adelante, pero no con odio ni con
amor. Sigue adelante con un objetivo.
Xypher se volvió hacia ella tan
rápido que la asustó.
—¿Qué has dicho?
Intentó hacer memoria.
—Que hoy es…
—Eso no, lo último.
Tardó un segundo en recordarlo.
—¿Lo de seguir adelante?
—Sí. ¿Dónde lo has escuchado?
—Es algo que solía decir mi padre.
¿Significa algo para ti?
Xypher se miró el tatuaje que tenía
en el brazo.
—Es un antiguo dicho de los
demonios sumerios. Es casi un grito de
batalla para nosotros. Nunca he
conocido a un humano que lo usara.
—¿Eso es lo que pone aquí? —
preguntó ella al tiempo que acariciaba
los intrincados símbolos.
—Una parte.
—¿Y el resto?
Xypher apartó el brazo.
—Es un recordatorio de lo que he
tenido que soportar. Un recordatorio de
que no debo fracasar hasta haber
saboreado sangre.
—Xypher…
—¡Simone! —La voz de Jesse
resonó en la habitación antes de que
atravesara la pared y se detuviera
delante de ellos—. ¡Tenéis que ver esto!
Cogió la cinta de la persiana para
levantarla.
Simone retrocedió un paso y chocó
contra Xypher al ver que la miraban
unos espeluznantes ojos rojos.
7
De forma instintiva Xypher se interpuso
entre Simone y la ventana tras la cual
flotaba Caifás mientras los fulminaba
con la mirada. Su pelo, largo y negro, se
agitaba alrededor de una cara de aspecto
repulsivo, y su piel estaba hirviendo. El
demonio intentó lanzarles una descarga a
través de la ventana, pero la sal hizo que
el golpe rebotara y se vio obligado a
esquivarlo mientras soltaba un taco.
Miró a Xypher con expresión de
desprecio.
—No creerás que vas a librarte de
mí con esta ridiculez, ¿verdad?
Xypher soltó una carcajada siniestra.
—¿Me lo ha parecido a mí o acabo
de darte en el hocico? Qué putada que
una niñería como la sal te devuelva una
descarga, ¿verdad? Pero un cerdo como
tú se lo tiene merecido.
Caifás levantó las manos como si
fuera a lanzar otra descarga, pero se
contuvo.
—No puedes quedarte ahí dentro
para siempre.
—Cierto, pero sí lo bastante para
aguarte el día.
Caifás siseó. Su mirada se clavó en
Simone; concretamente en la mano que
de forma protectora Xypher tenía en su
cintura.
—Fascinante… Has pasado de
asustar a los humanos a protegerlos. Si
quieres mantenerla a salvo, sal. Te
mataré a ti, pero dejaré que ella viva.
—Una propuesta interesante, lástima
que tengamos los brazaletes de Satara.
Si yo muero, ella también. Sepáranos y a
lo mejor me lo pienso.
Caifás chasqueó la lengua.
—¿No confías en mí?
«Confianza…»
Esa palabra bastó para llevarlo de
vuelta a su infancia. Acababa de
aprender a andar y tenía tanta hambre
que habría hecho cualquier cosa por
encontrar comida. El invierno había sido
muy duro y había destrozado las
cosechas. De repente, encontró una
hogaza de pan enfriándose sobre el
alféizar de una ventana. Pero no era lo
bastante alto para alcanzarla. Pasó toda
una hora buscando algo a lo que subirse
o con lo que tirar el pan al suelo. Pero
no hubo modo de alcanzar la hogaza.
Frustrado, se echó a llorar y volvió
a casa, muerto de hambre.
—¿Qué te pasa, mocoso? —le
preguntó Caifás.
Y en su inocencia, Xypher le habló
del pan.
—Dime dónde está y lo compartiré
contigo.
—¡Es mío!
Caifás chasqueó la lengua.
—Tu pan se lo comerá un humano.
¿No es mejor media hogaza que nada?
Confía en mí, mocoso. Lo compartiré
contigo.
Xypher accedió a decirle dónde
estaba, y después observó con
impotencia y entre lágrimas cómo su
hermano cogía el pan y se lo comía. Lo
peor de todo era que el muy cabrón no
necesitaba comida para alimentarse ya
que, a diferencia de él, Caifás
necesitaba sangre. Se lo había comido
por pura crueldad, ni más ni menos.
Cuando le fue con las quejas a su madre,
esta le dio tal bofetada que le rompió el
labio.
—Si no te bastas tú solo para
conseguirlo, no te lo mereces.
Así era su madre. Lo crió con
veneno y odio.
«La confianza es para los necios.»
Y él jamás volvería a confiar en
Caifás.
—En absoluto. Dame la llave, y
cuando ella esté libre, pelearemos.
—No la tengo.
Por lo menos no mentía al respecto.
—Ya me parecía a mí. No tenías
intención de cumplir el trato. Nunca
cambiarás, hermano.
Caifás se abalanzó contra la ventana.
Su rostro iluminó los cristales.
—No sabes lo que voy a disfrutar
cuando te mate.
Xypher se acercó muy despacio a la
ventana y cogió la cinta de la persiana.
—Saluda a mamá de mi parte con
muchísimo cariño… —Y bajó la
persiana.
Simone estaba pasmada. En primer
lugar, tenía un demonio grotesco
flotando al otro lado de su ventana y en
segundo lugar, dicho demonio era el
hermano de Xypher, un tipo que estaba
cañón.
—No es tu hermano de verdad, ¿o
sí?
—¿No te has fijado en el parecido?
—Pues como a ti no te hierve la piel
ni tienes los ojos rojos, me temo que no.
—Los suyos tampoco son así. Es un
disfraz para acojonar a los humanos. Es
un truco patético de novato.
—¿Tú podrías hacerlo mejor?
Ni siquiera había acabado de hablar
cuando Xypher voló hasta el techo y se
transformó en una sombra amorfa que
llenaba casi toda la habitación. Tenía
colmillos, sus ojos eran de un amarillo
fluorescente espeluznante y le ardía la
piel.
Simone se tambaleó hacia atrás al
verlo.
—Sí —dijo él con una aterradora
voz demoníaca—, puedo hacerlo
muchísimo mejor. —En un abrir y cerrar
de ojos recuperó la forma humana—. Mi
padre es Fobétor. El dios griego de las
pesadillas. El padre de Caifás era un
demonio que se alimentaba de carne y
que Ares solía desatar contra sus
enemigos para echarse unas risas. Mi
hermano no tiene talento. No tiene estilo.
Es un aficionado que cree que una voz
demoníaca y unos ojos rojos harán que
todo el mundo se mee encima de miedo.
Por extraño que pareciera, el
discursito le hizo gracia.
—Esto… vale, percibo cierta
rivalidad fraternal.
Xypher resopló.
—Caifás no me llega ni a la suela de
los zapatos. Nunca lo ha hecho. —Un tic
nervioso apareció en su mentón. Empezó
a golpearse el muslo con el pulgar como
si estuviera analizando algo que no tenía
sentido—. Satara sabe que no es lo
bastante poderoso para matarme. ¿Por
qué iba a invocarlo para que me
persiga?
Ella tenía muy clara la respuesta.
—Para matarme a mí. Recuerda que
yo soy la parte débil.
—No, seguro que hay algo más. ¿Por
qué iba a utilizar a un solo demonio?
Puede invocar a todos los que quiera.
¿Por qué no lo ha hecho? Algo falla. —
Se volvió hacia la ventana y levantó la
persiana. Caifás había desaparecido—.
Tengo que recuperar mis poderes —
masculló mientras bajaba de nuevo la
persiana.
—Si necesitas un oráculo…
—No, necesito algo mucho más
poderoso que Julian.
La simple idea era aterradora de por
sí.
—Visto lo visto, creo que no me
gusta cómo suena eso.
—Pues mañana te gustará todavía
menos.
—¿Por qué?
—Porque mañana invocaremos a un
ser tan malévolo que la tierra se
encogerá de miedo.
Caifás estaba al otro lado de la calle,
con la vista clavada en la ventana donde
sabía que estaba su hermano.
Esperando.
Un gallu no podía atravesar la sal y
un daimon no podía entrar en el
apartamento sin una invitación. ¡A la
mierda los dioses y sus estúpidas reglas!
De no ser por eso, ya estaría dentro,
destrozándolos para contentar a Satara.
Soltó un taco al pensar en que
tendría que presentarse ante esa zorra
tras otro fracaso. De todos los amos que
había tenido, ella era la peor, y eso que
había servido a unas cuantas sabandijas
a lo largo de su vida.
¿No podría haberlo invocado una
persona agradable por una sola vez?
¿Era demasiado pedir?
Volvió a concentrarse en su hermano.
—¿Qué estás planeando, Xypher?
Ese cabrón era mucho más listo de
lo que había pensado en un principio.
Por no mencionar que sus habilidades
habían mejorado mucho. Si Hades no lo
hubiera debilitado, tal vez ni siquiera
habría podido herirlo durante la pelea…
Soltó otro taco cuando el brazalete
de esclavo que tenía en el brazo empezó
a calentarse de forma dolorosa. Satara
lo estaba llamando.
Tener que soportar una vez más sus
patéticos lloriqueos…
Lanzó una descarga a uno de los
coches aparcados en la calle y le
destrozó los cristales. Cuando saltó la
alarma, le lanzó otra descarga para que
dejara de sonar.
Ojalá fuera la cabeza de Satara.
Sin embargo, no podía hacer nada
mientras ella tuviera su alma. Un alma
que había cambiado por…
No quería pensar en eso. Había
hecho un trato y estaba vinculado para
toda la eternidad.
¿O no?
De repente se le ocurrió una
alternativa que le arrancó una lenta
sonrisa. Era muy retorcida, pero a lo
mejor funcionaba y acababa con todos
sus problemas.
El brazalete le abrasó la piel. Iba a
hacer esperar a esa zorra cobarde hasta
que estuviera preparado para enfrentarse
a ella. Se desentendió del dolor y se
transformó en un humano antes de echar
a andar por la calle en busca de una
víctima.
Al doblar una esquina vio a una
mujer paseando a su perro.
Perfecto, era justo lo que estaba
buscando…
El perrito empezó a ladrar en cuanto
olisqueó su naturaleza sobrenatural.
—Ven, bonito, ven —lo llamó
mientras se ponía en cuclillas.
El perro siguió ladrando y gruñendo.
Soltó una carcajada antes de lanzarle
una descarga al animal, que estalló en
llamas. La mujer chilló y echó a correr.
No llegó muy lejos.
Se abalanzó sobre ella y la levantó
por los aires. Sus enormes alas negras
los elevaron por encima de los
edificios. La humana lloraba y se
debatía, pidiendo clemencia.
Como si eso pudiera salvarla…
La sujetó con fuerza mientras
observaba la panorámica que tenía
debajo hasta dar con lo que quería. Un
enorme y vetusto roble. Estaba
completamente aislado y parecía negro
en la oscuridad, envuelto por la bruma y
el cielo. En el pasado, los humanos
sabían cuidar de sus árboles y
protegerlos de criaturas como él.
¡Por los dioses, cómo le gustaba la
ignorancia de las nuevas generaciones!
Un roble era un portal que podía
usarse para invocar a los espíritus más
malignos. Sonrió al recordar al conde
inglés de Alton Towers a quien se le
ocurrió encadenar las ramas de su roble
en un intento por derrotar al demonio
que el árbol podía conjurar.
Sin embargo, no se podía derrotar al
mal.
—¡Socorro! —gritó la humana.
—Cállate ya —le dijo a la llorosa
mujer con brusquedad. Era tan cobarde
que solo por eso merecía morir.
—Por favor, suéltame.
—Y lo haré, preciosa. Te soltaré
enseguida. —Se lanzó en picado hacia
el árbol.
Mientras descendía, inspeccionó la
zona que lo rodeaba. No había nada.
Ningún testigo.
Estupendo.
Aterrizó a escasa distancia del
árbol. Con su sacrificio bajo el brazo,
echó a andar hacia el roble. La luz de la
luna llena se filtraba entre las ramas. El
frío era tal que le condensaba el aliento,
y aspiró hondo para adueñarse del
gélido vapor.
La mujer comenzó a debatirse
mientras él levantaba un brazo para
cortar una rama. El roble gritó al cortar
la madera. Alto. Y claro.
¡Gracias a los dioses que era un
árbol sano!
La rama cayó a sus pies.
—Por… Por favor.
—Cierra la boca.
Lanzó a la mujer contra el árbol con
tanta fuerza que murió al instante.
No necesitaba un sacrificio humano
para lo que tenía pensando, pero sí
sangre humana, y como la mujer no le
habría permitido hacerle un corte sin
dejar de llorar y suplicar, era mejor así.
Utilizó las garras de su mano derecha
para rebanarle el pescuezo, de modo que
su sangre impregnara el árbol y calara
hasta las raíces.
Acto seguido, se hizo un corte en la
muñeca mientras entonaba el antiguo
cántico demoníaco que despertaría al
primus potis… el poder primigenio.
Antes de que la luz se hiciera sobre
la tierra, reinaba la oscuridad. El caos.
Y ese poder estaba aletargado. Pero
había llegado la hora de que despertase
para ayudarlo.
—Yo te invoco con la palabra y la
sangre. Con la luna y la fuerza de la
madera sagrada. Oscuridad, ven a mí.
¡Yo te invoco!
Mientras entonaba el cántico el
viento comenzó a soplar con fuerza y a
susurrar a su alrededor a medida que los
poderes antiguos se unían para despertar
al ser que estaba invocando.
Al-Baraka…
El árbol comenzó a temblar al
tiempo que una bruma negra brotaba del
suelo para envolverlo. Caifás levantó la
vista y vio dos ojos brillantes, uno de un
verde fluorescente y el otro marrón
oscuro, en mitad de la bruma. El viento
se convirtió en un torbellino que se alzó
como un géiser hasta adoptar la forma
de un hombre alto y delgado que se
encaramó a una enorme rama.
El viento le alborotó el pelo un
instante antes de que le cayera sobre los
anchos hombros. Un resplandor blanco
se convirtió en una camisa. Después
llegaron unos pantalones negros y una
chaqueta de ante marrón. En último lugar
apareció su rostro. Tan hermoso como
cruel.
En el cuello llevaba un estrecho
collar de oro con una piedra tan verde
como su espectral ojo derecho que
descansaba justo en el hueco de la
garganta.
Tan rápido como había empezado a
soplar, el viento se calmó. La bruma se
evaporó. El hombre y el roble se
recortaban con total claridad contra la
oscuridad de la noche.
Caifás tuvo la sensación de que esos
feroces ojos bicolor llegaban hasta lo
más hondo de su ser. De repente, algo se
le enroscó al cuello y empezó a apretar.
Medio ahogado, cayó de rodillas.
—Eso está mejor —dijo el hombre
con voz ronca y malévola cuando saltó
desde la rama. Aterrizó de pie delante
de Caifás, al que tumbó de espaldas de
una patada.
Incapaz de hablar por la presión que
sentía en el cuello, Caifás clavó los ojos
en el rostro del mal. Ni humano ni
demonio, ni tampoco un dios, Jaden era
fruto del poder primigenio.
Al-Baraka. Era el intermediario
entre los poderes supremos y los
demonios.
Jaden ladeó la cabeza mientras
estudiaba al demonio que yacía a sus
pies.
—Caifás… —Pronunció el nombre
muy despacio. En un abrir y cerrar de
ojos, lo supo todo de él. Su pasado y su
más que cuestionable futuro—. ¿Por qué
me has despertado?
—Necesito vuestra ayuda.
La desesperada súplica le arrancó
una carcajada.
—Sí, y tanto que la necesitas. Dime
qué me darás a cambio de mis servicios.
—Tres vírgenes sin bautizar.
Jaden lo miró con el ceño fruncido.
¿En qué época estaban? ¿En la Edad
Media?
—¿Tres?
—¿No son suficientes?
Eso dependía de las vírgenes…
Y de sus habilidades. En los tiempos
que corrían, las vírgenes podían ser más
habilidosas que las rameras del pasado.
—Tal vez. —Siseó al sentir en su
brazo la quemazón provocada por la
invocación del ama de Caifás—. ¿Te
atreves a invocarme cuando tu ama te
está llamando?
—Yo-yo…
Le lanzó una descarga.
—¡Vete, imbécil! Mañana por la
noche te daré mi respuesta.
El demonio se desvaneció al
instante.
Y él se quedó de pie, inmóvil, al
abrigo del roble, mientras se
familiarizaba con el lugar y la época.
Levantó la cabeza al captar el olor de la
sangre que mancillaba el aire a su
alrededor.
Se volvió y vio el cuerpo de una
mujer de unos treinta años. Sus ojos sin
vida estaban abiertos por el pánico.
Se acercó a ella y se arrodilló a su
lado.
—Descansa en paz, pequeña —
susurró mientras le cerraba los ojos.
Era
una
muerte
totalmente
innecesaria. El primer fallo por parte
del demonio.
Se detuvo al captar algo más en el
aire. El árbol le estaba susurrando, le
estaba diciendo lo que necesitaba saber.
Caifás no era el único que pensaba en
él.
Había otro…
Xypher estaba tumbado en el frío suelo
de madera mientras escuchaba la
respiración de Simone. Se había
quedado dormida hacía una hora cuando
Jesse escuchaba música en su habitación
a todo volumen. No sabía cómo se las
apañaba Simone para dormir mientras
sonaba una y otra vez la misma canción
de Altered Images; pero, a diferencia de
él, parecía inmune.
Aunque ya estaba acostumbrado a no
dormir. Parte de su castigo en el Tártaro
consistía en que alguien lo azotase cada
vez que cerraba los ojos para descansar.
—Xypher…
Se tensó al escuchar el susurro. La
voz era grave, con un manifiesto deje
demoníaco.
Una voz que llevaba siglos sin
escuchar.
—¿Jaden?
El poderoso demonio apareció
delante de la puerta cerrada, agazapado.
—¿Sal?
—Jaden
soltó
una
carcajada. Se levantó, se acercó a la
ventana y se humedeció el dedo. Sonrió
con frialdad cuando pasó el dedo por la
sal y se lo llevó a la boca para
saborearla—. Sé que no era a mí a quien
intentabas mantener fuera de la casa con
este truquito.
—Sé que es una pérdida de tiempo.
¿Cómo es que has venido?
En lugar de contestar, Jaden se
acercó a la cama donde Simone seguía
durmiendo, ajena al hecho de que uno de
los seres más poderosos que existían
estaba tan cerca de ella que podía
tocarla.
—Es bastante guapa. ¿Es tu ofrenda?
Xypher se contuvo para controlar la
furia. Enfrentarse a Jaden implicaba una
muerte instantánea.
—No.
—Lo has negado muy rápido. ¿Por
qué quieres verme, engendro del
demonio?
Como si no lo supiera. Claro que
Jaden tenía por costumbre obligar a
hablar a aquellos que lo invocaban.
—Iba a invocarte mañana.
—A la luz del día, cuando soy débil.
—Chasqueó la lengua—. ¿Qué trato
quieres hacer ahora?
—Necesito recuperar mis poderes y
quiero que la humana esté protegida.
Jaden arqueó una ceja. Se volvió
hacia Simone y le acarició la cara con la
mano.
—Humana…
Los celos se apoderaron de Xypher
con tanta intensidad que tuvo que hacer
un gran esfuerzo para no apartar a Jaden
de un empujón. Pero eso habría sido un
error fatal, sobre todo porque necesitaba
la cooperación del poderosísimo
demonio.
—Un daimon nos vinculó, y no
puedo hacer lo que tengo que hacer
mientras sigamos unidos. Necesito tu
ayuda. Necesito recuperar mi libertad y
todos mis poderes.
Jaden se volvió hacia él.
—Mi ayuda conlleva un precio muy
alto. Ya lo sabes. Ya me pagaste una vez.
El recordatorio le sentó como una
patada en el estómago.
—¿Mereció la pena? —preguntó
Jaden.
—Seguro que ya sabes la respuesta.
—Te lo advertí.
Por supuesto que lo había hecho.
Eso era lo que más le dolía. Jaden le
había dicho en su momento que esos
tratos no solían salir bien.
Ojalá le hubiera hecho caso.
Jaden se acercó a él.
—Ya conoces las reglas, Xypher.
Tienes que darme algo a cambio de mis
servicios.
—No tengo nada con lo que
negociar.
—Pues me estás haciendo perder el
tiempo. —Empezó a desvanecerse.
—¡Espera! —gritó—. Dime qué
quieres.
Jaden volvió a aparecer. Su mirada
voló hasta Simone, que seguía en la
cama.
—Ella no —dijo Xypher al tiempo
que se le helaba la sangre en las venas.
—¿Hasta qué punto deseas vengarte?
—Lo deseo más que nada en el
mundo.
La mirada de Jaden se tornó dura e
implacable.
—Hay una anciana en la ciudad. Se
llama Liza. Tiene una tienda de muñecas
en Royal Street. Lleva un amuleto verde
al cuello. Tráemelo y te liberaré de esos
brazaletes.
—¿Qué me dices de mis poderes?
—Los recuperarás en cuanto tenga el
amuleto.
No terminaba de creerse que le
pidiera tan poca cosa por sus servicios.
—¿Y ya está?
—Es más que suficiente, te lo
aseguro.
El alivio lo inundó. Hasta que
recordó algo más.
—Y otra cosa.
Los ojos de Jaden relampaguearon al
tiempo que sus colmillos brillaban en la
oscuridad.
—Pides mucho, engendro del
demonio. —Sin embargo, su mal humor
desapareció enseguida—. Pero me
siento generoso…
—Tengo que encontrar un espíritu.
Un gallu acabó con su vida y le robó
parte del alma. ¿Sabes dónde puedo
encontrar su alma y su cuerpo?
—Por supuesto.
—¿Me dirás dónde?
—¿Y el precio?
Xypher se acercó a la cómoda donde
Simone tenía un cáliz de alpaca de estilo
medieval. Hizo aparecer un cuchillo de
la nada y se hizo un corte en el brazo
para sangrar sobre la copa.
—Necesitas alimentarte. Te daré mi
sangre. —Como era mitad demonio y
mitad dios, su sangre era muchísimo más
fuerte que cualquier otra que Jaden
pudiera encontrar normalmente.
Jaden se lamió los labios y sus ojos
se volvieron negros. Sí, había dado en el
clavo, el demonio se moría de hambre.
—Trato hecho. —La voz de Jaden se
había vuelto ronca por la necesidad.
Le tendió el cáliz.
Jaden lo cogió y se bebió la sangre
de un trago. Una gotita le resbaló por la
barbilla, pero no tardó en limpiársela
con la yema de un dedo, que después se
llevó a la boca.
—La sangre de los condenados. No
hay nada más dulce.
—¿Qué me dices de Gloria?
Jaden chasqueó los dedos y la forma
fantasmagórica de la chica apareció a su
lado.
La vio fruncir el ceño, confundida.
—¿Dónde estoy?
Jaden le acarició la mejilla.
—Estás a salvo, pequeña. A salvo.
—¿Y su cuerpo? —preguntó él—.
Tenemos que liberarlo del control de los
gallu.
—Me encargaré de él y te lo dejaré
en el patio. A menos que quieras que te
apeste la casa, claro.
—No, y no lo dejes en el patio. Los
pobres vecinos podrían asustarse.
¿Puedes devolverlo al callejón donde
murió?
Jaden sostuvo el cáliz en alto.
—Eso te costará un poco más.
Apretó los dientes antes de
obedecer.
Con una sonrisa, Jaden olió su
sangre y volvió a beber.
—¡Uf! —exclamó Gloria con cara
de asco—. ¡Eso es una guarrería!
Jaden la miró con una sonrisa gélida.
—Lo mismo podría decir yo de las
salchichas y los caracoles, pero a ti bien
que te gustan, ¿verdad, humana?
La chica no respondió.
Jaden dejó el cáliz vacío sobre la
mesita de noche de Simone. Pasó el
dedo por el borde para llevarse los
restos de sangre y después se lo lamió
antes de hablar.
—Volveré mañana por la noche.
Consígueme ese amuleto. —Echó una
mirada a Simone—. O te arrepentirás…
y ella mucho más.
8
Simone se despertó con un terrible dolor
de cabeza. Cuando se apartó la
almohada de la cara, descubrió que el
sol entraba a raudales por la ventana de
su dormitorio. ¿Quién había subido la
persiana?
—¿Qué hora es? —susurró al tiempo
que se daba la vuelta para echar un
vistazo al despertador.
Las siete y veinticinco.
¿Por qué le parecía muchísimo más
tarde?
Bostezó y se quedó petrificada al
ver a Xypher durmiendo en el suelo. Se
había negado rotundamente a dormir en
el colchón de Jesse, aduciendo que
estaba tan acostumbrado a la dureza del
suelo que no podría dormir en un sitio
más blando. Además, mencionó que
desde su llegada a Nueva Orleans había
dormido sentado en el suelo, con la
espalda contra la pared. El suelo de su
casa, según él, era una mejora. Al menos
podía tumbarse…
La manta que le dio seguía doblada
bajo la almohada. No había tocado
ninguna de las dos cosas. Estaba tendido
de costado, con un brazo extendido por
encima de la cabeza y el otro doblado
bajo la barbilla.
Tenía el mentón oscurecido por la
barba. Había algo muy viril y a la vez
infantil en la postura. Sin embargo,
mientras contemplaba sus labios recordó
el apasionado beso que le dio la noche
anterior y eso acabó con la
reminiscencia infantil.
—¡Simone!
La aparición de Jesse, que llegó a la
carrera, la sobresaltó. El miedo se
apoderó de ella. ¿Habría encontrado el
demonio alguna forma de entrar?
—¿Qué pasa?
Jesse se detuvo junto a la cama y le
dio un pisotón al suelo.
—¿Por qué no le dices a Gloria que
deje de protestar por mi música? A mí sí
me gustan Culture Club y Prince.
Simone frunció el ceño, confundida.
—¿Gloria?
—Sí. Volvió anoche.
—¿Cómo?
El fantasma se encogió de hombros.
—Me dijo que fue Xypher quien la
trajo.
—¿Cómo? —repitió ella.
—No lo sé, pero ¿podrías tener una
charla con ella? Hay un motivo por el
que soy el único fantasma de esta casa:
no me gusta compartir las cosas.
—Vale, dile que venga.
—¡Gloria! —gritó, dando tal
bocinazo que Xypher se despertó de
golpe.
Gloria se manifestó frente a Simone.
—Si vuelvo a oír otra vez «Karma
Chameleon», te juro que voy a buscar a
Boy George y lo obligo a comerse el
disco de Jesse. ¡Qué letra más absurda!
¿Qué tienen que ver los colores con todo
lo demás?
Jesse parecía muy ofendido.
—¡Es una canción genial! No me
digas que no. «Es cuestión de
supervivencia. Eres mi amante, no mi
rival.» ¿No te parece profundo?
Xypher gruñó mientras levantaba la
cabeza del suelo para mirar a los
fantasmas echando chispas por los ojos.
—Por favor, que alguien me diga
que no están discutiendo en serio a las
siete de la mañana por la genialidad de
«Karma Chameleon».
Simone se echó a reír.
—Pues sí, guapetón. Eso es lo que
están haciendo.
Xypher les lanzó una mirada furiosa.
—¿Cómo es que conoces a Boy
George? —le preguntó Jesse.
—He estado en el infierno. ¿Con qué
crees que me torturaban? Con canciones
pop malísimas.
Gloria miró a Jesse con gesto ufano.
—Te lo he dicho.
—Es una canción buenísima.
Xypher gruñó de nuevo.
—Sí, las primeras nueve mil veces
que la escuchas. Después se te queda
metida en la cabeza hasta volverte
loco… ahora ya sabes por qué soy tan
desagradable. Estoy con Gloria. Y os
juro por el Estigio que como no cerréis
la boca, os echo a los daimons en cuanto
oscurezca.
Los fantasmas se desvanecieron al
instante.
—Gracias —dijo ella.
Como respuesta, Xypher se colocó
de espaldas en el suelo y se tapó los
ojos con un musculoso antebrazo.
Simone se levantó y se arrodilló a su
lado. Después de apartarle el brazo de
la cara, esperó hasta que lo vio abrir los
ojos y la miró con curiosidad.
—De verdad, gracias. ¿Cómo has
encontrado a Gloria?
—No estoy seguro de que quieras
saberlo. Recuerda el refrán: «A caballo
regalado, no le mires el diente».
—¿Por qué lo has hecho?
Lo vio encogerse de hombros.
—Estabas preocupada por ella.
—¿Ese ha sido el único motivo?
—¿Tú qué crees? La verdad es que
no lo he hecho para que molestara a
Jesse y me despertaran al amanecer,
joder.
Su evidente mal humor le arrancó
una sonrisa.
—No te gusta madrugar, ¿eh?
—Soy mitad demonio, mitad
Cazador Onírico. Por naturaleza, soy un
ser nocturno. No puedo con esa bola
amarilla.
Se inclinó para darle un abrazo.
—Bueno, pues a mí me encanta
levantarme temprano. Cada día es un
nuevo comienzo. Mi padre siempre
decía que hay que empezar el día con
determinación.
—Mi padre siempre decía que
alguien debería atropellar a Apolo y a
Helios con sus cuadrigas. Y a Faetón
con ellos, por si acaso.
El comentario le arrancó una
carcajada.
—Tu padre no fue una influencia
muy positiva en tu vida, ¿verdad?
—Hombre, siendo el dios de las
pesadillas, no es que fuera un osito de
peluche precisamente. Más bien era
Chucky, el muñeco diabólico.
—¿Cómo es que conoces a Chucky?
—¿Cómo no voy a conocerlo? ¿No
has visto las camisetas con su cara por
todas partes? Reconozco que le he
cogido cariño.
—Vaya. —Pensándolo bien, tenía
razón. El dichoso muñeco tenía muchos
admiradores.
Sus miradas se entrelazaron de
repente y se dio cuenta de que los ojos
de Xypher se oscurecían.
—Simone, como no dejes de
sobarme ahora mismo, lo tomaré como
una invitación a enseñarte mi lado skoti.
—¿Y eso qué significa?
Xypher rodó hasta aprisionarla con
su cuerpo sobre el suelo. Sentir su peso
encima estuvo a punto de arrancarle un
gemido y el bulto que notó en la cadera
aumentó la excitación.
—Que, como buen skoti —contestó
él con voz ronca y entrecortada—, te
poseeré y haré contigo lo que quiera. —
Le frotó el cuello con la nariz.
—Pensaba que tú eras uno de esos
skoti que solo provocaban pesadillas.
—Le pasó la mano por la musculosa
espalda, encantada con la sensación,
encantada con su peso. Sería tan fácil
permitirle que la desnudara… Se lo
imaginó en su interior y la simple idea
hizo que se mojara—. ¿Eso quiere decir
que has tenido dulces sueños esta
noche? —susurró.
Xypher se apartó de ella de golpe.
—No he soñado…
—Yo tampoco sueño todas las
noches.
—No. Soy un Cazador Onírico,
Simone. Eso es lo que hacemos.
Siempre. —Su expresión era de
asombro—. ¿Por qué no he soñado?
—¿Porque no has entrado en sueño
profundo quizá?
Iba a contestarle, pero en ese
momento ella se movió y le rozó… justo
ahí. Perdió el hilo de sus pensamientos
por completo, ya que era incapaz de
concentrarse en otra cosa que no fuera
Simone atrapada bajo su cuerpo.
Y ni siquiera llevaba sujetador…
¡Menuda tortura! Habían pasado
muchos siglos desde la última vez que
sintió a una mujer así. Se imaginó que la
penetraba. Se imaginó que ella echaba la
cabeza hacia atrás mientras él le lamía
el cuello. El deseo se hizo abrasador.
Simone fue incapaz de moverse al
ver la pasión que llameaba en sus ojos
azules. Sabía muy bien que había
llegado el momento. ¿Cómo podía
rechazarlo después de todo lo que había
hecho para protegerla?
—¡Simone!
El chillido de Jesse la asustó.
Su amigo se materializó en el
dormitorio y soltó un gritito muy
femenino.
—Lo
siento.
No
quería
interrumpiros.
Xypher soltó un gruñido feroz
mientras inclinaba la cabeza y la
meneaba.
—No sé si te habrá pasado lo mismo
—le dijo a Simone—, pero esto acaba
de fastidiarme el momento. Solo faltaba
que hubiera aparecido desnudo para
provocarme una impotencia perpetua.
Creo que acabamos de encontrar el
método de control de natalidad perfecto.
Simone rodó para quitárselo de
encima y se puso en pie. Al ver el cáliz
sobre la mesita de noche, ladeó la
cabeza. ¿Qué hacía allí? Su sitio estaba
en la cómoda.
Se acercó para devolverlo a su lugar
y se quedó helada al ver en el fondo lo
que parecía sangre seca.
—¿Qué leches…? —Miró a Xypher,
que desvió la vista de inmediato—. ¿Es
tuya?
No contestó.
Su móvil impidió que insistiera. Lo
cogió y vio que se trataba de Tate. Lo
abrió para contestar.
—Hemos encontrado el cuerpo de
Gloria.
—¿Dónde? —le preguntó, incapaz
de creérselo.
—En el callejón donde murió.
—¿Estás de coña?
—No. Pero es rarísimo. La policía
me llamó hace un momento para
decírmelo.
La noticia era genial, salvo por un
pequeño detalle que le provocó un nudo
en el estómago.
—¿Se… se mueve?
—No. Ya te digo que es muy raro,
pero creí que te gustaría estar al tanto.
—Sí, gracias. Sé que esto es un
alivio para ti. —Colgó y se volvió para
mirar a Xypher—. Han vuelto a
encontrar el cuerpo de Gloria.
—Me alegro —replicó él con
demasiada cautela.
—Ya lo sabías, ¿verdad? —Volvió
la cabeza para mirar el cáliz, extrañada
por la presencia de la sangre. Solo había
dos personas en el dormitorio y si no era
suya…—. ¿Qué hiciste anoche después
de que me quedara dormida?
—Nada.
—Xypher… —masculló—, no me
mientas. No soy idiota. Reconozco la
sangre cuando la veo. Por el amor de
Dios, soy patóloga forense, sabes que
puedo llevármelo a mi laboratorio y
hacer un análisis de ADN.
Vio que aparecía un tic nervioso en
su mentón.
—¿Qué quieres que diga, Simone?
¿Que invoqué a un poderoso demonio
con el que hice un trato?
Sí, claro…
—¿Lo dices en serio?
—Sí, lo digo en serio. —Tanto su
tono de voz como su expresión lo
dejaron bien claro, aunque ella se
negara a creerlo—. Tuve que
alimentarlo con mi sangre para
conseguir que localizara el cuerpo de
Gloria y te lo devolviera. Ese fue el
precio que exigió.
Sus palabras la habían dejado
petrificada. Eso era imposible, ¿verdad?
—Estás hablando totalmente en
serio…
—¿Por qué si no iba a haber sangre
en el cáliz?
«Cierto, ¿por qué si no?», repitió
ella para sus adentros. Al fin y al cabo,
lo normal era que la gente se encontrara
casi todas las mañanas un cáliz con
sangre sobre la mesita de noche.
En Los límites de la realidad, claro.
—Esto es imposible… —Sin
embargo, tampoco era para tanto. Uno
de sus dos mejores amigos era un
fantasma, y el otro trabajaba para un
grupo de cazadores de vampiros
inmortales. Así que ¿por qué no iba su…
nuevo amigo con derecho a roce a
invocar a un demonio y alimentarlo con
su sangre?—. ¿Qué será lo próximo?
¿Vas a decirme que mi vecino es un
demonio y que el perro de la esquina es
un licántropo?
Xypher meneó la cabeza.
—Ya sabes por qué no quería
contarte lo que ha pasado. Sabía que te
molestaría. Y he acertado, ¿no?
—Pues sí, la verdad. ¿Cómo te
sentaría a ti que alguien metiera un
poderoso demonio en tu dormitorio
mientras duermes y que le ofreciera
sangre para beber en tu cáliz preferido?
No creo que te hiciera mucha ilusión,
¿verdad? —Le echó un vistazo al
despertador. Eran poco más de las ocho
—. Yahora voy a ducharme y a
arreglarme para ir al trabajo. Supongo
que tendrás que seguirme porque si no,
moriré. Por favor, no invoques a otro
demonio mientras estoy desnuda, ¿te
parece? —Joder, su vida era tan absurda
que parecía de chiste.
La expresión de Xypher se volvió
hosca.
—Sí, pero me moriré si te sigo y te
escucho, sabiendo que estás desnuda en
la ducha.
Simone no supo por qué pero el
comentario hizo que gran parte de su
enfado se evaporara. Posiblemente
porque le encantaba la idea de
torturarlo.
Le dio unas afectuosas palmaditas en
una mejilla.
—Ya, chiquitín, ya. Todo saldrá
bien.
Xypher inclinó la cabeza para mirar
el impresionante bulto de su erección
bajo los pantalones.
—Pues no. Eso lo dices porque a ti
no te duele. Y yo que pensaba que estas
semanas serían un respiro de las torturas
del infierno… Te has puesto de acuerdo
con Hades, ¿verdad? Vamos, admítelo.
Simone cogió su ropa, pero se
detuvo al caer en la cuenta de algo que
Xypher acababa de decir poco antes.
«Tuve que alimentarlo con mi sangre
para conseguir que localizara el cuerpo
de Gloria y te lo devolviera.» ¿Por qué
lo había hecho?
—¿Por qué le pediste que buscara el
cuerpo de Gloria?
Lo vio darse la vuelta como si
estuviera buscando algo.
—¿Xypher? —Acortó la distancia
que los separaba—. ¿Por qué?
Él se encogió de hombros y la miró
con timidez.
—Porque estabas preocupada por
ella y no quería que siguieras estándolo
ni que te culparas por su desaparición.
En ese momento entendió la
constante necesidad de Xypher por
comprender sus motivos para ayudarlo.
Ciertos favores eran tan altruistas que
desafiaban a la lógica. Y para Xypher,
cualquier favor era desconcertante.
En su caso, lo que él había hecho la
había dejado pasmada.
—Y a ti ¿qué más te da?
—No lo sé.
Xypher apretó los dientes. Acababa
de mentir. Sí que sabía exactamente por
qué lo había hecho. Había antepuesto los
sentimientos de Simone a los suyos,
pero no pensaba admitirlo. Todavía no
estaba preparado para hacerlo.
De todas formas, había sacrificado
una parte de sí mismo para hacerla feliz.
Simone se puso de puntillas para
besarlo con delicadeza en los labios.
—Ahora entiendes que ciertas cosas
no se hacen por un motivo concreto
salvo por el deseo de ayudar y de lograr
que alguien se sienta mejor.
Parpadeó mientras ella se alejaba.
Tenía razón. Él nunca había hecho nada
para ayudar a alguien sin más. Incluso en
el caso de Satara tuvo un motivo para
comportarse como lo hizo. Si cumplía
sus órdenes, lo recompensaría. De ahí
que la hubiera obedecido: para
conseguir dicha recompensa. Por puro
egoísmo.
Pero en el caso de Simone no era
así.
Ni siquiera había esperado que ella
le diera las gracias por salvar a Gloria.
De hecho, ni siquiera había planeado
decirle lo que había hecho por la pobre
chica.
¿Por qué lo había hecho?
—¿Xypher?
Levantó la vista y descubrió a
Simone en la puerta del dormitorio.
—Necesito darme una ducha. Tienes
que seguirme o si no, no podré salir.
—Lo siento —se disculpó mientras
la obedecía y salía al pasillo.
Lo miró con una sonrisa tan dulce
que le llegó al corazón antes de cerrar la
puerta del cuarto de baño, dejándolo a
él fuera mientras ella se encerraba para
hacer lo que tuviera que hacer. Oyó
cómo trasteaba en el baño y se la
imaginó desnuda, con el agua resbalando
por su cuerpo.
Se movió un poco, incómodo porque
tenía el pene duro, pero no podía hacer
nada al respecto. Cerró los ojos y se
imaginó con ella en la ducha. Sintió el
calor del agua en la piel, la vio con la
cabeza levantada hacia el chorro de
agua mientras se lavaba el pelo. Se dio
cuenta de que tenía los ojos cerrados
mientras inclinaba la cabeza para
enjuagarse bien.
«¡Por los dioses!», pensó. Era
preciosa.
Ansioso por sentir su contacto, se
pegó contra su espalda desnuda y le
pasó un brazo por la cintura.
—¡Xypher!
El furioso chillido lo sacó de su
ensoñación.
Al cabo de un segundo Simone abrió
la puerta, cubierta con una toalla, y lo
miró echando chispas por los ojos.
—Pero ¿qué te has creído?
—Yo no me he movido de aquí.
—Sí, claro. Acabas de meterte en la
ducha conmigo.
—Que no, que yo no me…
¿Se había movido?
Contuvo a duras penas la sonrisa
para no enfurecerla aún más. ¡Sí! Sus
poderes
habían funcionado.
Sin
embargo, la alegría fue reemplazada por
una repentina angustia.
Joder, de haber sabido que estaba en
la ducha con ella de verdad, habría
aprovechado el momento para meterle
mano.
Ella lo miró con el ceño fruncido.
—No estás mojado.
—Porque no me he movido de aquí.
Los ojos de Simone se entrecerraron
para contemplarlo con recelo.
—¿Estás seguro?
—Sí.
Saltaba a la vista que no acababa de
creérselo.
—Me estás mintiendo, ¿verdad?
—No de forma intencionada.
—¡Xypher!
—No sabía que podía hacerlo —
balbuceó mientras se devanaba los sesos
en busca de una explicación que la
tranquilizara—. A ver, ese era uno de
mis poderes, pero no sabía que seguía
conservándolo hasta que te oí gritar.
Pensaba que me estaba imaginando la
escena. Y deja de mirarme así. Mmm,
¿me perdonas?
Simone le gruñó antes de cerrarle la
puerta en las narices. Al cabo de dos
segundos volvió a abrirla.
—¡No te muevas de ahí! Ni te
asomes aquí dentro usando tus
diabólicos trucos. —Y cerró la puerta.
El deseo lo tenía tan dolorido que
tenía ganas de gemir.
—Si te digo que tienes un culo
precioso, ¿servirá de algo?
Simone volvió a chillar.
—¡Tío! ¿Qué haces?
Se volvió al escuchar la voz de
Jesse, que lo miraba espantado.
—Nada, aquí, esperando.
Jesse soltó un resoplido asqueado.
—Voy a explicarte una cosa. Cuando
cabreas a una tía porque te ha pescado
mirándola, no arreglas nada diciéndole
que tiene un buen culo. Así solo vas a
conseguir que te cruce la cara.
En fin, estaba segurísimo de que
Jesse era un experto en el tema. Tal vez
fuera mejor que prestara atención por
primera vez en su vida a los consejos de
alguien.
—Entonces ¿qué puedo hacer?
—Muy fácil, colega. Estoy a punto
de compartir contigo el sagrado consejo
que mi padre me dio. Cinco respuestas
para librarte de cualquier problema con
las mujeres.
«Sí, claro. Esto no me lo pierdo»,
pensó.
—¿Cuáles son?
El fantasma levantó un brazo con el
puño cerrado y fue extendiendo los
dedos uno a uno.
—No sé de qué estás hablando. Yo
no lo he hecho, preciosa. Nena, para mí
no hay nadie más que tú. ¡Lo siento! ¡Por
los clavos de Cristo!
Las primeras cuatro eran razonables.
La última no acababa de pillarla.
—¿Por los clavos de Cristo?
Jesse asintió con la cabeza.
—Sí, es un poco sacrílego, pero
confía en mí. Si una mujer cree que eres
religioso, las cosas con ella serán más
fáciles. Y lo mejor de esas cinco
respuestas es que puedes combinarlas
entre sí: «No sé de qué estás hablando,
yo no lo he hecho», o «¡Por los clavos
de Cristo, nena, sabes que para mí no
hay nadie más que tú!». ¿Lo ves? Es
fácil.
La puerta se abrió y Simone los miró
furiosa, como si estuviera deseando
estamparlos contra la pared y
golpearlos.
Intentó seguir el consejo de Jesse
para ver si la aplacaba.
—¡Lo siento, por los clavos de
Cristo!
—¡Madre mía, lo tuyo no tiene
solución! —gimió Jesse—. Me largo de
aquí.
Simone lo miró con el ceño
fruncido.
—¿De qué narices estáis hablando?
—Meneó la cabeza y masculló un
insulto no muy agradable hacia los
hombres en general antes de dirigirse a
su dormitorio.
La siguió, asombrado por el hecho
de que el consejo de Jesse no hubiera
funcionado.
—¿Por
qué sigues enfadada
conmigo?
—Porque me has metido mano en la
ducha.
—¡Pero si no te he hecho nada! Si
hubiera sabido que estaba contigo de
verdad, me habría esmerado muchísimo
más.
Simone se volvió hecha una furia.
—¡Yo… te… mato!
—Yo no lo he he… —No podía usar
esa excusa porque sí que lo había hecho
—. No sé de qué… —«¡Idiota! Claro
que sabes de qué está hablando. Negarlo
la cabreará todavía más», se dijo—. ¿Lo
siento?
—¿Lo siento? ¿Y ya está?
—Nena, para mí no hay nadie más
que tú…
—Sí, claro. Eso no hay quien se lo
trague. ¿Crees que me acabo de caer de
un guindo o qué?
—Lo único que creo es que estabas
preciosa ahí en la ducha. No pude
resistirme a sentir el roce de tu cuerpo
contra el mío, porque no dejaba de
pensar que ninguna otra mujer me ha
hecho sentir lo que tú me haces sentir.
Simone dejó de andar, pero siguió
cepillándose el pelo.
—¿De verdad?
—Sí. Anoche hice un trato con un
demonio para contentarte. ¿Crees que lo
hice sin antes pensármelo bien?
Simone tragó saliva mientras miraba
de reojo el cáliz. Lo había hecho para
que no se preocupara. Las había
ayudado, a Gloria y a ella, sin esperar
ningún tipo de recompensa ni de
agradecimiento.
—Le diste tu sangre para ayudarme.
—¿Cuántas mujeres podían decir lo
mismo refiriéndose a los hombres que
formaban parte de sus vidas?—.
Supongo que debería sentirme un poco
avergonzada, la verdad. Me he pasado,
lo siento.
Xypher sonrió y le tomó la cara
entre las manos para besarla. Cuando se
separó, la miró con una sonrisa
maliciosa.
—¿Y nada más?
Ella ladeó la cabeza.
—Si sigues insistiendo, a lo mejor
acabas saliéndote con la tuya. Pero nada
de usar tus trucos ni de meterte en mis
sueños. Si lo haces, te capo.
Xypher apretó los dientes para
luchar contra la frustración y se restregó
contra
ella
mientras
suspiraba,
aspirando el aroma de su pelo.
—Recuerda que me estás matando
lentamente.
—Hay una cura para eso.
—Sí, tú desnuda en la cama.
—O podrías encargarte tú solito del
problema… —le sugirió con una sonrisa
juguetona.
Xypher le cogió una mano y se la
llevó a la entrepierna para que notara su
erección.
—Preferiría dejarlo en tus manos.
Simone tragó saliva al sentirlo bajo
la mano. Se había dejado el botón de los
vaqueros desabrochado y su dedo pulgar
le rozó el vello que descendía desde el
ombligo y se perdía bajo la tela. Sintió
el roce de su aliento en la cara, y cuando
lo miró a los ojos, vio que le estaba
suplicando. En ese momento se frotó
contra su mano y se estremeció.
—¿Cuándo fue la última vez que lo
hiciste? —le preguntó.
—Hace unos cuantos siglos.
La simple idea hizo que se le
acelerara el corazón.
La soledad que denotaba su
respuesta la desgarró. Siglos sin que
nadie lo tocara. Siglos sufriendo
torturas.
Simone miró hacia el lugar donde
había dormido en el suelo. Xypher no
pedía nada y, en cambio, esperaba que
todo el mundo lo rechazara de entrada.
Que lo torturaran, que lo hirieran.
Era
un
hombre
tan
poco
acostumbrado a la ternura que el gesto
más sencillo lo asombraba. Recordó la
tortura que le había mostrado, y se le
rompió el corazón al pensar que nada ni
nadie lo consolaba.
No quería formar parte de ese grupo
de gente que abusaba de él sin darle
nada a cambio. Ya era hora de que
comprendiera que no todas las personas
estaban dispuestas a hacerle daño.
De modo que, antes de ser
consciente de lo que hacía, le bajó la
cremallera.
Xypher soltó un taco, asaltado por el
placer, cuando su mano lo rodeó. El
roce frío de sus dedos descendió desde
la punta hasta la base y siguió bajando
para acariciarle los testículos. La
cabeza empezó a darle vueltas. Le
colocó una mano en la barbilla para que
lo mirara y la besó.
Eso era lo que más necesitaba.
Ninguna mujer lo había tocado con tanta
dulzura. Sus amantes siempre se habían
mostrado exigentes. Sus deseos y su
satisfacción personal estaban siempre
supeditados a sus exigencias.
Pero ella no exigía nada. Al
contrario. Siempre se entregaba.
Siempre.
El deseo era casi insoportable, pero
Simone no estaba dispuesta a
satisfacerlo. Xypher la había protegido y
quería complacerlo por ello.
Le bajó los vaqueros por las caderas
sin apartarse de sus labios, aunque tuvo
que hacerlo para ponerse de rodillas.
Xypher, que esperaba que le quitara
los pantalones, se sorprendió cuando
comenzó a acariciarlo con la boca. La
sorpresa fue tan grande que apenas pudo
contener un grito. El roce de su lengua le
provocó un escalofrío que lo recorrió
por entero. Sin embargo, se mantuvo
inmóvil y para lograrlo apretó los
dientes.
La lengua de Simone siguió
acariciándolo mientras sus dedos
jugueteaban con sus testículos. Nunca
había experimentado nada mejor. Se
inclinó para apoyar una mano en el
escritorio que ella tenía detrás y se
limitó a observarla mientras le daba
placer. Sus rizos oscuros se balanceaban
con cada movimiento de su cabeza.
Aunque lo que más le llamó la
atención fue su expresión satisfecha.
Simone
gimió,
encantada
al
saborearlo por fin. Sentía la tensión de
sus músculos, los espasmos que
intentaba reprimir. Oía cómo jadeaba
mientras le acariciaba el pelo muy
despacio.
Sabía perfectamente lo mucho que
ese momento significaba para él. El
intenso
placer
que
le
estaba
proporcionando de esa forma.
Y en ese momento se corrió en su
boca con un gruñido feroz.
El placer lo asaltó de forma tan
inesperada
que
lo
cegó
momentáneamente. Tuvo que apoyarse
en el escritorio con las dos manos para
no desplomarse. Cuando se recuperó,
vio que Simone lo miraba con el asomo
de una sonrisa en los labios.
—¿Estás bien? —oyó que le
preguntaba.
—No —contestó entre jadeos—.
Estoy en la gloria. Dejé de estar bien en
cuanto me tocaste.
Simone
se
incorporó
entre
carcajadas, obligándolo a alejarse del
escritorio.
Sin embargo, él la abrazó y enterró
la cara en su cuello para poder aspirar
el dulce olor de su piel.
Cerró los ojos mientras lo abrazaba
y lo estrechaba con fuerza. Así parecía
un hombre tan tranquilo y tierno… justo
lo contrario de la bestia gruñona que la
había metido en el coche y había
amenazado con matarla.
Sintió sus manos en los muslos. Le
estaba subiendo la falda. Mientras le
lamía el cuello, una de sus manos se
coló bajo el elástico de sus bragas y fue
descendiendo hasta su entrepierna. En
cuanto sus dedos comenzaron a
explorarla, Simone se estremeció y
gimió. Echó la cabeza hacia atrás,
consumida por sus caricias y
aferrándose a él. En el instante en que la
penetró con un dedo, le costó un gran
esfuerzo seguir en pie.
Tenía las manos de un experto.
Aunque, la verdad fuera dicha, después
de llevar casi un año sin estar con un
hombre, no era muy exigente al respecto.
—Córrete, Simone —le susurró
Xypher al oído—. Quiero ver cómo te
estremeces de placer.
Sus palabras la precipitaron al
vacío. Incapaz de contenerse, se mordió
el labio y gritó. Pero Xypher no dejó de
acariciarla y siguió atormentándola para
exprimir el placer al máximo. Ni
siquiera sabía cómo seguía en pie,
porque apenas podía respirar.
—Gracias —escuchó que él le decía
al oído.
—No hace falta que me agradezcas
nada, Xypher.
—Sí, esto sí. —Le acarició una
mejilla con el dorso de los dedos—.
Nunca nadie me ha mostrado clemencia.
¿Por qué tú sí?
—Sé que te va a resultar difícil de
creer, pero por algún motivo que no
acabo de entender, me gustas… a ratos.
Xypher meneó la cabeza como si sus
palabras le resultaran incomprensibles.
—Bueno, también quieres a Jesse.
Salta a la vista que tu gusto para los
hombres deja mucho que desear.
—Pues sí. —Le sonrió hasta que oyó
que el reloj del salón daba la hora,
devolviéndola a la realidad—. Y ahora,
si no te importa, tengo que impartir una
clase en menos de una hora, así que
necesito que te arregles y me
acompañes.
Xypher soltó una carcajada ronca.
—Señora, en este mismo momento
podría usted pedirme que me arrojara de
cabeza a un pozo y lo haría encantado de
la vida.
El comentario le arrancó una
carcajada.
—En ese caso, menos mal que no
pienso usar mis poderes recién
descubiertos para hacer el mal.
—Pues sí. —Le besó la punta de la
nariz antes de subirse los pantalones y
abrochárselos. Al llegar a la puerta se
detuvo y la miró con una expresión tan
tierna que la derritió—. ¿Nos vamos?
Simone asintió con la cabeza antes
de acompañarlo al cuarto de baño.
—En fin —dijo él una vez que
llegaron a la puerta—, no soy
vergonzoso. —Señaló la bañera con el
pulgar—. Así que si quieres entrar,
adelante.
Simone todavía tenía su sabor en los
labios. Sopesó la invitación. «No lo
hagas, tienes que dar clase», le dijo la
voz de su conciencia. Sin embargo, antes
de que pudiera pensárselo mejor, estaba
en el baño con él, comiéndoselo con los
ojos mientras se desnudaba.
Al ver la piel morena, el cuerpo
musculoso, soltó el aire muy despacio.
Se le hizo la boca agua.
Antes de meterse en la bañera,
Xypher la miró con una sonrisa
maliciosa.
—Si quieres, puedo hacerte sitio.
Sí que quería, sí. Ese era el
problema.
—No pasa nada, necesito que te des
prisa para no llegar tarde. —Y le dio la
espalda para no ver su silueta tras las
cortinas.
Estaba cepillándose los dientes
cuando notó una sensación rarísima.
Simone sintió de nuevo que alguien
la observaba. Se enjuagó la boca y se
volvió. Xypher estaba duchándose y no
había nadie más en el cuarto de baño.
—¿Qué me está pasando?
—¿Qué ocurre? —le preguntó
Xypher.
—Nada —respondió ella en voz alta
—. Estaba hablando sola.
Xypher se asomó por las cortinas
para mirarla.
—¿Estás segura?
—Sí. Es que… ¿no tienes la
sensación de que te están observando?
—¿A qué te refieres?
Se encogió de hombros.
—No sé. Es como si hubiera alguien
más aquí.
Xypher cerró el grifo y descorrió las
cortinas para coger una toalla. Por
maravillosa que fuera la imagen, ella
estaba tan preocupada por lo que estaba
sintiendo que apenas reparó en el cuerpo
húmedo de él. Hasta tal punto llegaba su
inquietud.
—¿Cuándo lo has notado? —
preguntó Xypher mientras se colocaba la
toalla en torno a la cintura.
—Empezó hace un par de días. Es
como si algo me estuviera rozando la
piel de forma desagradable. No sé qué
es. —Soltó un suspiro cansado—. Los
demonios no aparecen a plena luz del
día, ¿verdad?
—Los daimons no pueden hacerlo,
los demonios sí. Aunque de día no son
tan fuertes como de noche.
—Vaya mierda. ¿Y tú? ¿Eres más
débil durante el día?
—Yo no soy un demonio al uso.
Tiene sus ventajas ser un semidiós.
Se alegraba por él, pero su cordura
estaba en peligro.
—Vale. Sea lo que sea, está
vigilándome. De momento no me ha
hecho nada, así que dejémoslo estar.
Xypher la observó mientras volvían
al dormitorio. La siguió, pero no estaba
dispuesto a olvidarse del tema así como
así. Aunque se había reservado esa
información, sabía de buena tinta que
nunca se observaba a alguien con buenas
intenciones.
Porque quienquiera que la estuviera
vigilando estaba esperando el momento
oportuno para atacar.
9
Después de verla en clase con sus
estudiantes, Xypher estaba todavía más
impresionado que antes.
—Menos mal que no eres un
demonio.
—¿Por qué lo dices?
Cogió la mochila de Simone y sus
libros cuando salieron del laboratorio
en dirección a su despacho.
—Con tus conocimientos de
anatomía humana, serías aterradora… y
letal.
Simone resopló al escucharlo.
—Pues soy muy inofensiva.
—Eso lo dices tú, pero yo no lo veo
así. Creo recordar que estampaste a un
daimon contra el suelo. Por cierto,
¿dónde aprendiste a hacerlo?
—Clases de defensa personal. Tate
insistió y a mí me pareció bien. Si
trabajas en esto, tienes que saber tratar a
las criaturas dominantes.
Xypher puso los ojos en blanco por
la indirecta. Aunque, por raro que
pareciera, no le molestó en absoluto. Se
estaba acostumbrando a las bromas de
ella; le gustaban, de hecho.
—Pensándolo bien… hay un par de
demonios a los que me gustaría que
diseccionaras.
—Si uno de ellos es tu hermano,
somos de la misma opinión. Es un
monstruo desagradable.
—Tú lo has dicho. Y eso que tuviste
la suerte de no crecer con él soportando
sus palizas. «Mutilador Sangriento»
debería ser su nombre de pila.
—¡Uf, lo siento mucho!
Se encogió de hombros al escuchar
sus palabras. No había nada que añadir.
Caifás era un demonio. Provocar dolor
en los demás era normal en él.
Simone abrió la puerta de su
despacho y una vez que estuvieron
dentro le quitó los libros que él llevaba
y los colocó en su sitio.
—Anoche me dijiste que hoy íbamos
a invocar a un ser malvado. No es que
quiera acelerar mi muerte ni nada
parecido, pero ¿vamos a hacerlo o no?
—No.
—¿No? ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?
—El ser malvado se presentó en tu
casa anoche y le ofrecí mi sangre para
que se alimentara.
Lo miró enfadada.
—Me gustaría que dejaras de
bromear con estas cosas, porque voy a
acabar sin poder pegar ojo por las
noches.
Sí, seguramente debería hacerle
caso, pero era superior a sus fuerzas.
—Bueno, no solo quería sangre.
También me pidió que le hiciera un
favor.
Las dudas y el miedo hicieron que
Simone lo mirase con el ceño fruncido.
—¿Qué te pidió?
Hacía bien en tener miedo. Con
Jaden nunca se sabía cuándo una
petición podía acabar siendo letal.
—Bueno, más bien fue una petición
a la que no pude negarme.
La vio cruzar los brazos por delante
del pecho.
—¿Y quién es esta especie de don
Vito cuyas peticiones son tomadas tan en
serio?
—Se le conoce por muchos
nombres. Al-Baraka, el Mediador.
Kalotar,
el
Invocador.
Corazón
demoníaco. Katadykari, el Condenado.
Pero hasta donde sabe todo el mundo, su
verdadero nombre es Jaden.
—¿Y Jaden es un demonio?
Decidió no decirle toda la verdad.
—No lo tengo muy claro.
Simone ladeó la cabeza como si
estuviera intentando resolver un misterio
que nadie había conseguido solucionar
antes.
—¿Cómo es posible que no sepas lo
que es?
—Porque Jaden no es muy
comunicativo ni tampoco confía en la
gente. Sabemos cómo invocarlo, y
también sabemos que sus poderes
provienen de la fuente primigenia del
universo, pero nadie tiene ni idea de
cómo lo hace. No se sabe a quién
obedece, o si obedece a alguien, claro,
ni de dónde viene ni adónde va. Es un
misterio absoluto.
—Espera, que me he liado. ¿Por qué
lo invoca la gente?
—Por una cuestión muy sencilla.
Jaden puede hacer cualquier cosa sin
remordimientos, prejuicios ni titubeos.
Y me refiero a cualquier cosa que se te
ocurra. Si estás dispuesto a pagar el
precio que él disponga y aceptas las
consecuencias del trato, hará realidad
cualquier sueño que tengas, por
imposible que parezca.
Simone volvió a fruncir el ceño.
—¿Quién es? ¿Satanás?
La pregunta le arrancó una carcajada
siniestra.
—No. Lucifer hace tratos con
humanos. Jaden ejerce de intermediario
entre la fuente primigenia y los seres
demoníacos.
—¿Los seres demoníacos?
—Sí, de todos los seres que tengan
sangre demoníaca. Los humanos y otros
seres también pueden pedir su ayuda,
pero si no eres un demonio, no te
responderá. La siguiente condición es
que hace falta sangre humana y
demoníaca para invocarlo. Y tampoco se
sabe el motivo.
Simone pareció tomárselo bastante
mejor de lo que se había imaginado.
—¿Y dices que bebe sangre? —
Xypher asintió con la cabeza—. ¿Eso no
lo convierte en un vampiro?
—Soporta la luz del día. Pero, como
a cualquier demonio, el sol lo debilita.
Parece tener los poderes de un dios,
pero sin adoradores. Tú ¿cómo lo
llamarías?
—No lo llamaría de ninguna manera
que pudiera insultarlo.
La respuesta arrancó a Xypher una
sonrisa.
—¿Lo ves? Ya sabía yo que eras una
chica lista.
Simone no lo tenía tan claro. Ese tal
Jaden le seguía pareciendo una especie
de diablo. La idea de que hubiera estado
en su casa y hubiera bebido la sangre de
Xypher hacía que le dieran ganas de
pedir a un cura que hiciera un
exorcismo.
—En fin, ¿en qué consiste el favor?
—Tenemos que ir a Royal Street, a
ver a una mujer que tiene una tienda de
muñecas.
La respuesta fue como si le hubieran
dado un puñetazo en el estómago.
—¿Te refieres a Liza?
Xypher se quedó pasmado.
—¿La conoces?
Asintió con la cabeza.
—Es una antigua amiga mía y de
Tate. La conozco desde que era pequeña.
Me encanta su tienda. Es genial.
—¿Podemos ir ahora?
Simone miró el reloj.
—La siguiente clase es por la tarde,
así que debería darnos tiempo. No le
harás daño, ¿verdad?
—No. Jaden solo quiere un amuleto
que Liza lleva en el cuello. Nada más.
En cuanto se lo dé, nos quitará los
brazaletes.
Ella no lo tenía tan claro.
—¿Y si Liza no nos lo da?
—Es amiga tuya. Tendrás que
convencerla para que lo haga. En caso
contrario, lo robaré.
Simone soltó un suspiro, contrariada
por la respuesta.
—No puedes ir por ahí robando
cosas, Xypher. Está mal.
—Y tampoco puedo decirle a Jaden
que no una vez sellado el trato. Sea por
lo que sea, quiere ese amuleto. Se lo he
prometido, y no es de esas criaturas a
las que puedes darles la espalda. No
viviríamos
lo
bastante
para
arrepentirnos. ¿Por qué crees que no
acudí a él desde el principio para
librarnos de los brazaletes? Jaden
siempre es la última alternativa.
Eso no cambiaba algo primordial.
Liza era su amiga.
—Júrame que Liza no sufrirá ningún
daño.
—Te doy mi palabra de que no le
haré daño.
Tuvo un momento de duda, pero la
desterró de inmediato. Xypher siempre
había sido escrupulosamente sincero con
ella. En todo momento. Iba a fiarse de
él, pero si se equivocaba…
Jaden sería el menor de sus
problemas.
Cogió el bolso y salió al pasillo,
dejando que él la siguiera.
Xypher intentó no pensar en el poder
que debía de encerrar el amuleto para
que Jaden hiciera un trato con tal de
apoderarse de él. Por regla general, el
demonio que quería algo hacía una
ofrenda, y Jaden la aceptaba o la
rechazaba.
El hecho de que hubiera sido él
quien fijara el precio…
Hizo que todas sus alarmas saltaran,
pero merecía la pena correr el riesgo si
al final iba a recuperar todos sus
poderes y a quitarse los brazaletes. O
eso esperaba. Porque el amuleto igual
podía liberar a la Destructora atlante, a
las dimme o a cualquier otro desastre
con patas.
«Deberías haberle pedido una
explicación», se reprendió.
Claro, claro, como si Jaden fuera
por ahí dando explicaciones. La criatura
no respondía ante nadie. De hecho, si se
quería seguir con vida, era mejor no
hacerle preguntas.
Simone se subió al coche y esperó a
que Xypher hiciera lo mismo. Estaba
muy callado, y eso la preocupaba.
—¿Qué me estás ocultando?
—Que podríamos provocar el fin
del mundo al hacer esto.
—¿Estás de broma?
—Eso espero.
Sin saber muy bien si seguir
preguntándole o no, Simone condujo
hasta la tienda de Liza. Como la calle
estaba cortada a esa hora, aparcó en
Toulouse Street y recorrieron las dos
manzanas que los separaban de Royal
Street a pie, hasta llegar a Muñecas de
Ensueño y Accesorios. El escaparate
estaba lleno de reproducciones de
muñecas antiguas y de las Barbies
personalizadas que Liza diseñaba y
creaba.
Su madre adoptiva la llevó la
primera Navidad que pasó con la
familia y le compró la muñeca de
porcelana que aún conservaba en su
cómoda. Todavía recordaba el aspecto
de Liza el día en que la conoció. Tenía
el pelo negro por aquel entonces, y una
mirada tierna y alegre.
«¡Vaya niña más guapa! Elige una
muñeca y le pondremos unos ojos
igualitos que los tuyos.»
Liza le dio galletas y té mientras
cumplía su promesa. Aquella tarde en la
tienda se sintió la reina del universo. Y
Liza siempre conseguía que se sintiera
así cuando iba a verla.
Abrió la puerta azul turquesa con
una sonrisa y entró en la tienda.
Al otro lado del mostrador de
cristal, donde se exponían las muñecas y
otros accesorios, había una chica rubia.
—Hola —dijo Simone—. ¿Está
Liza?
Antes de que la chica pudiera
responder, oyó un chillido procedente de
la trastienda.
—¡Simone, mi muñequita de
porcelana! ¿Qué tal te va? —Liza salió
por la cortina que separaba la tienda de
la parte trasera y se acercó a ella con
una sonrisa deslumbrante.
La abrazó con fuerza.
—Cuánto tiempo sin vernos.
—Desde luego. —Liza se apartó y
en cuanto miró a Xypher, su sonrisa se
desvaneció—. Eres sobrenatural —dijo
con un hilo de voz.
Xypher levantó las manos.
—No he venido a hacerte daño.
Los ojos de Liza lo miraron con
recelo al tiempo que se alejaba y se
volvía hacia la dependienta.
—Beth, ¿por qué no vas a tomarte
algo, guapa?
La chica frunció el ceño.
—Es muy temprano. ¿Estás segura?
—Sí, claro. Yo atenderé a los
clientes.
Beth dejó la ropita de muñeca que
estaba doblando.
—Vale. ¿Quieres que te traiga algo
de la cafetería?
—Un sándwich de ensalada de
pollo. Coge el dinero de la caja
registradora.
Beth sonrió mientras la obedecía.
—Marchando un especial para Liza.
No tardo.
Liza esperó a que la chica se fuera
antes de volver a hablar y miró a Xypher
con abierta hostilidad.
—Apestas a muerte.
Simone se quedó boquiabierta.
—¿Cómo sabes que ha muerto?
—Es un oráculo, como Julian —
contestó Xypher—. Percibe que mi
existencia desafía las leyes naturales.
Liza asintió con la cabeza.
—No vas a llevarte lo que has
venido a buscar. No te lo permitiré.
—Si sabes lo que necesito, también
sabrás el motivo. Y también sabrás que
puedo quitártelo y que no podrás
impedírmelo.
Simone se interpuso entre ellos.
—Pero yo sí, y no voy a dejar que
hagas daño a Liza.
El Xypher que tenía delante no era el
que bromeaba con ella. Era el que la
metió a empujones en su coche.
—Una actitud muy noble. Absurda,
pero noble. —Lanzó a Liza una mirada
letal por encima de su hombro—. Si no
lo consigo, Simone será quien pague el
precio. Así lo estableció Jaden.
Liza lo fulminó con la mirada.
—¿Por qué hiciste un trato con el
diablo? —Ni siquiera había acabado de
hablar cuando lo comprendió todo y
abrió los ojos de par en par.
—Exacto.
Simone frunció el ceño.
—¿Qué pasa?
—Nada —respondieron los dos al
unísono.
Liza titubeó antes de sacarse el
amuleto verde de debajo de la camisa,
pero acabó pasándoselo por la cabeza.
—Nueve generaciones de mi familia
lo han protegido del mal. No puedo
creer que después de todo este tiempo
vaya a dárselo a un demonio. —Lo
apretó entre los dedos—. ¿Sabes para
qué sirve?
Xypher meneó la cabeza.
—Si se lo pones a un dios sobre el
corazón, lo paraliza…
—¿Para qué iba a querer Jaden algo
así? —preguntó él con el ceño fruncido.
—Es
evidente
que
quiere
inmovilizar a un dios. La pregunta es a
cuál. Y por qué.
Sí, buenas preguntas. Dependiendo
del dios, eso podría provocar una
alteración brutal en el universo.
—¿Sirve con los demonios?
—No. Por desgracia.
—¿Por qué? —quiso saber Simone.
—Porque hay cuatro demonios en la
puerta, esperando a que salgáis —
contestó Liza.
10
Simone se volvió para mirar a través del
escaparate
de
la
tienda.
Sí,
efectivamente, en la acera había cuatro
hombres mirándolos que parecían listos
para pelear. Aunque, dicho fuera de
paso, no tenían aspecto de demonios.
Eran altos, de complexión atlética y
bastante guapos. Llevaban vaqueros y
chupas de cuero, gafas de sol que
ocultaban sus ojos y, como mucho,
aparentaban treinta y pocos.
—Tal vez vengan a comprar.
Liza resopló.
—¿Muñecas? Sí, tienen toda la
pinta… Sospecho que les gustaría
llevarse el bebé con el trajecito rosa de
volantes. —Dio unas palmaditas en el
hombro a Simone—. No, cariño. No son
clientes. Son demonios a quienes la sal
que utilizo para mantener
mi
establecimiento libre de problemas les
impide entrar. —Soltó un largo suspiro
antes de acercarse al mostrador. Se puso
las gafas y después sacó un arma que
parecía una diminuta ballesta—. ¿Sabes
usarla? —preguntó a Xypher.
—Por supuesto.
—Bien. Devuélveme el amuleto para
custodiarlo.
Xypher la obedeció sin rechistar.
Liza se lo colocó en torno al cuello.
—Y ahora, esperadme aquí un
momento. Tengo otra cosa que os vendrá
bien.
Simone estaba pasmada. Siempre
había sabido que Liza era una escudera,
y que también era un poco excéntrica,
pero acababa de descubrir una nueva
faceta desconocida por completo para
ella: Liza no tenía miedo. Regresó al
cabo de unos segundos con una espada
de hoja ancha.
—Esta es fácil de usar. El extremo
puntiagudo se utiliza para atravesarlos.
—Gracias —replicó Xypher con
sequedad—.
No
me
gustaría
equivocarme llegado el momento.
—Lo entiendo, cariño. Y ahora, sal
ahí afuera a patearles el culo a esos
demonios.
Simone arqueó una ceja al escuchar
el comentario.
—A ver, la comisaría está a un par
de manzanas. ¿No es un poco peligroso?
¿Y si ven la pelea?
Xypher resopló.
—No vivirían lo bastante para
informar a sus superiores.
La respuesta y su tono de voz la
atemorizaron.
—Xypher, no puedes matarlos.
—Y no voy a hacerlo. Pero los
demonios sí. Y ahora, si te apartas un
poco de la puerta… me esperan para
luchar.
Simone lo siguió hasta la entrada y
contuvo el aliento mientras observaba
cómo salía para enfrentarse a ellos.
El demonio más alto se adelantó.
Tenía el pelo castaño con reflejos
rubios, ojos de un azul cristalino y
llevaba perilla. La cazadora de cuero y
los vaqueros le otorgaban una
apariencia normal y corriente a los ojos
de un transeúnte cualquiera. Lo mismo
que sucedía con los otros tres. Todos
eran guapos e iban vestidos como
cualquier persona. El hecho de que esos
seres malévolos pudieran pasar
desapercibidos entre la gente le provocó
un escalofrío.
¿Cuántas veces habría estado
sentada al lado de un demonio sin
saberlo?
Xypher observó el grupo con una
expresión que puso de manifiesto que no
se sentía amenazado. Ojalá ella tuviera
la misma confianza.
—Caifás… —Saludó al más alto,
sorprendiendo a Simone porque esta no
sabía que se trataba de su hermano.
Vaya… sin la piel hirviendo, el demonio
estaba para mojar pan—. Veo que por
fin has hecho algunos amigos. Supongo
que habrás aprendido a usar el cepillo
de dientes. Ya sabes que es muy fácil,
arriba y abajo, no de un lado a otro. Es
normal que la gente se confunda… o los
demonios.
Uno de ellos abrió la boca y dejó a
la vista dos hileras de dientes serrados.
Xypher puso cara de asco.
—Deberías ir a un dentista. Me han
dicho que hoy en día hacen maravillas.
—Matadlo —masculló Caifás.
Xypher
detuvo
al
primero
clavándole la espada en el abdomen. Sin
embargo, antes de que pudiera
sacársela, uno de los otros dos
demonios lo lanzó al suelo.
Simone siseó cuando lo vio caer a la
acera.
—No puedo quedarme cruzada de
brazos, viendo el espectáculo.
—No puedes luchar contra un
demonio, Simone —le recordó Liza—.
No tienes ni idea de su fuerza. Lo mejor
que podemos hacer los humanos es
mantenernos al margen y dejarlos luchar.
No te conviertas en la debilidad de
Xypher.
Las palabras de Liza la hicieron
pensar en Aquerón. Se miró la muñeca,
donde todavía llevaba el brazalete de
cuero.
—En realidad creo que sí.
Antes de que Liza pudiera detenerla,
corrió hacia la calle y apartó al demonio
que atacaba a Xypher de un empujón. En
cuanto lo tocó, sintió algo parecido a
una descarga eléctrica. El demonio salió
volando por los aires, literalmente. Se
estrelló con tanta fuerza contra la pared
que hizo un desconchón.
—¡La
leche!
—exclamó,
sorprendida por lo que había hecho.
Aquerón le había dicho la verdad:
tenía una fuerza sobrehumana.
—¡Simone!
Se dio la vuelta al instante y vio que
Caifás se abalanzaba sobre ella. Lo
atrapó por un brazo y lo tiró al suelo.
Pero, por desgracia, no se quedó
quietecito. Se puso en pie y le asestó una
fortísima patada en las costillas. El
dolor la hizo sisear.
Ni siquiera se había recuperado
cuando le mordió en el brazo y le dio un
revés en la cara. Notó el regusto de la
sangre en la boca. Xypher apareció a su
lado de repente. Agarró a su hermano y
le dio tal puñetazo que lo levantó por
los aires.
Se sentía muy rara.
Se le nubló la vista y todo pareció
difuminarse. Otro de los demonios se
acercó a ella, pero le pareció que
caminaba a cámara lenta. Hizo ademán
de golpearla, pero lo esquivó y, en
cambio, fue ella quien le asestó un
codazo en la espalda.
El demonio se volvió y le clavó los
dientes en el brazo.
El indescriptible dolor que la
invadió le arrancó un alarido.
—¡No! —gritó Xypher, que corrió a
su lado.
A partir de ese momento todo se
volvió muy confuso. No veía nada.
Alguien gritó de dolor, y de repente se
descubrió de vuelta en la tienda de
muñecas.
—¡No! —exclamó Liza—. No, no,
no. ¿Qué podemos hacer?
Xypher era incapaz de respirar
mientras observaba los mordiscos que
Simone tenía en el brazo. A diferencia
de los daimons, que no podían convertir
a los humanos, la mordedura de los gallu
los transformaba. En su caso, dado que
era medio demonio, también era inmune
a su saliva.
Pero Simone no.
Algo golpeó el escaparate y el
cristal se hizo añicos.
—¿Qué pasa, Xypher? ¿Te has
cansado de jugar con nosotros?
Se puso en pie para responder al
desafío, pero Liza lo detuvo.
—Simone nos necesita. Que se
vayan.
Era más fácil decirlo que hacerlo,
aunque al final la obedeció. Ya mataría a
Caifás en otro momento. Simone no
podía esperar. Además, mientras
estuviera inmovilizada, no podría
apartarse de su lado porque ambos
acabarían muertos.
Se pasó una mano por el pelo con
ademán furioso e intentó dar con la
forma de salvarla. «¡Joder!», pensó. Si
le hubiera llevado el amuleto a Jaden,
nada de eso habría pasado. Simone sería
libre para seguir con su vida y él por fin
podría matar a Satara.
En cambio, iba a acabar convertida
en un zombi a las órdenes de los gallu, y
todo por su culpa.
—¿Qué podemos hacer?
Liza se sacó un móvil del bolsillo.
—Voy a llamar a Aquerón. Si
alguien puede dar con la solución…
—¿Y si llamo a Jaden?
—¡No! —contestó Liza, que le lanzó
una mirada furiosa—. Me niego a dejar
entrar a esa criatura. Es peor que los
gallu y no estoy dispuesta a pagar el
precio que exige.
Tenía razón.
Xypher asintió con la cabeza.
—Llama al atlante. Yo llamaré a
Jesse.
En caso de que no pudieran salvarla,
Simone querría tener a Jesse cerca, y el
fantasma también querría estar al lado
de su amiga. El único motivo por el que
no se encontraba con ellos era porque no
le gustaban las clases de Simone. Puesto
que estaba muerto, no le gustaba oír
hablar de autopsias ni ver a otros
muertos.
Le sacó el móvil a Simone del
bolsillo y marcó el número de su casa.
En cuanto saltó el contestador, comenzó
a hablar con la voz tan calmada como le
fue posible.
—Jesse, soy Xypher. Creo que… —
Le costaba decirlo, pero tenía que
hacerlo—. Simone está herida. Está mal.
Tienes que venir a la tienda de Liza
ahora mismo.
El fantasma se materializó antes
incluso de que hubiera cortado la
llamada. En cuanto la vio en el suelo,
retorciéndose de dolor, se quedó blanco.
—¿Qué coño ha pasado?
—La ha atacado un demonio.
Jesse lo miró con expresión asesina
y se lanzó a por él.
Xypher lo atrapó y lo lanzó al suelo.
—No te pases, chaval. Ahora mismo
sería capaz de cargarme a alguien, y
como mi hermano no está cerca, tú
tienes todas las papeletas.
—No —jadeó Simone, que levantó
un brazo para tocarle la pierna—. Por
favor, no le hagas daño.
La ira lo abandonó de repente. Lo
último que quería era verla sufrir.
Tanto él como Jesse se agacharon a
su lado.
—Estoy aquí, Sim —dijo el
fantasma con los ojos llenos de lágrimas
—. Vas a ponerte bien. ¿Me oyes?
Ella lo miró con los ojos abiertos de
par en par por la incredulidad.
—Veo las auras de las que hablas,
Jesse. La tuya es blanca… preciosa…
como tú.
Jesse sorbió por la nariz.
—Recuerda, mantente alejada de la
luz. Ve hacia la izquierda, Sim. Deja la
luz a la derecha. Yo estoy aquí para
ayudarte a huir de ella.
—No se está muriendo, Jesse. —
Xypher tragó saliva, asaltado por un
dolor increíble. La muerte sería
infinitamente mejor para ella—. Se está
convirtiendo en un demonio.
—¿¡Cómo!?
—Lo que has oído.
—¡Haz algo! —le ordenó el
fantasma con voz casi demoníaca.
—¿No crees que si pudiera hacer
algo, ya estaría en ello? No le desearía
esto ni a mi peor… ¡Bueno, sí, se lo
desearía a mi peor enemigo, pero no a
Simone!
—¿Por qué tengo tanto frío? —
preguntó ella, que había comenzado a
tiritar.
La sangre demoníaca la estaba
infectando y comenzaba a ralentizar su
ritmo cardíaco… o eso pensaba Xypher.
Este le cogió un brazo y comenzó a
frotárselo en un intento por hacerla
entrar en calor.
—Respira muy despacio, de forma
superficial, no tomes mucho aire.
De repente, sintió una presencia a su
espalda. Una presencia increíblemente
poderosa.
Aquerón.
Echó un vistazo por encima del
hombro y lo vio observándolos.
—Espero que lo que vayas a decir
sea lo que queremos escuchar.
Aquerón resopló.
—Es irónico, porque normalmente
nadie quiere escuchar lo que digo. Todo
el mundo se empeña en discutir conmigo
hasta que me sacan de quicio. Espero
que tú no seas tan obtuso.
—No estoy de humor, Aquerón.
Dime qué tengo que hacer para salvarla.
El atlante se acercó y se arrodilló al
lado de Jesse. Sus turbulentos ojos
plateados resplandecían en la penumbra
de la tienda.
—¿Cómo estás? —preguntó a
Simone.
—Tengo ganas de vomitar —
contestó ella, aunque apenas podía
hablar porque le castañeteaban los
dientes.
Aquerón miró a Liza, que lo estaba
observando todo un poco apartada.
—Deberías ir a por un cubo o algo,
por si acaso.
Liza le hizo caso.
—¿Eso es lo único que vas a hacer?
—masculló Xypher.
Aquerón se encogió de hombros.
—¿Quieres las buenas noticias o las
malas?
La furia lo asaltó en ese momento y
deseó poder degollar al atlante.
—No me vengas con jueguecitos.
Dime lo que necesito saber.
La amenaza no pareció afectarlo en
absoluto.
—Bonito tono de voz. Muy
apropiado para Halloween.
Xypher tuvo que contenerse para no
atacarlo.
—Relájate —le aconsejó Aquerón
—. No se está transformando.
¿Estaba loco o qué? Por supuesto
que Simone se estaba transformando. No
paraba de tiritar y se había quedado muy
blanca. Tenía la frente empapada de
sudor…
—¡Mírala! No está echándose una
siestecita precisamente.
—Sí, pero lo que tenemos delante no
es una humana sufriendo una mutación.
El terror se apoderó de él. Si no
estaba sufriendo una mutación, ¿qué le
estaba pasando?
—¿Qué quieres decir?
Aquerón miró a Jesse.
—¿No has notado que no es como
las demás mujeres? ¿Que le pasan cosas
extrañas?
Simone gimió en ese momento.
—¡Yo no soy una cosa extraña! —
exclamó Jesse a la defensiva—. Pero sí,
es cierto que siempre parece adelantarse
a algunos hechos y que ve ciertas cosas
que no debería ver. Aunque siempre
hemos pensado que tenía poderes
paranormales.
Aquerón meneó la cabeza.
—No. Es algo más.
—Aquerón —lo interrumpió Xypher
—, dime qué está pasando.
El atlante inspiró hondo antes de
contestar:
—Xypher, Simone es medio
demonio. Como tú.
Sus palabras lo dejaron con la boca
abierta. Era imposible.
—¡Y una mierda! —exclamó Jesse,
al borde de las lágrimas—. No hay nada
demoníaco en ella.
Aquerón le levantó la muñeca para
que Xypher examinara el mordisco del
gallu.
—Huele su sangre y sabrás la
verdad. Ese olor es inconfundible.
Sin embargo, Xypher se negaba a
creerlo.
—¿Cómo es posible que ella no lo
sepa?
—Sus padres le ocultaron la verdad.
—Aquerón le quitó el brazalete de cuero
que le había dado—. Esto solo es cuero,
ni más ni menos. Se lo entregué para que
creyera que sus poderes procedían de
otra fuente que no era ella misma.
Aunque en realidad es tan poderosa
como cualquier otro demonio.
—¿Por qué no nos lo dijiste ayer?
—Porque su padre se sacrificó para
mantener su verdadera identidad en
secreto, para que ni siquiera ella lo
supiera. Quería asegurarse de que se
mantenía alejada de la gente y de las
criaturas que podían amenazarla o
utilizarla. ¿Quién soy yo para echar por
tierra ese sacrificio?
—¿Xypher? —murmuró Simone—.
Estoy asustada.
Aquerón le cogió la otra mano.
—No te asustes. Tus poderes están
despertando. Nada más. Sé que duele y
que es aterrador, pero no luches contra
lo que te está pasando. Respira hondo y
deja que el poder fluya por tus venas.
Sus consejos enfurecieron a Xypher
aún más.
—Para ti es muy fácil decirlo.
Porque no sabes por lo que está
pasando.
Aquerón soltó una carcajada carente
de humor.
—Sí, al contrario que tú, sé
exactamente por lo que está pasando.
Cuando mis poderes despertaron, yo era
humano. Te juro que no fue nada
agradable, como no lo va a ser esto.
Sus palabras lo calmaron de golpe.
—¿Qué puedo hacer?
—No la dejes sola. Necesitará a
alguien que le enseñe a utilizar sus
sentidos demoníacos. Tú creciste con tus
poderes, y sabes muy bien lo diferentes
que son de la percepción humana
normal. Eres el mejor mentor que podría
tener.
Xypher soltó un taco al pensar que
alguien iba a depender de él hasta ese
punto. Él no era una criatura en la que se
pudiera confiar. No sabía cómo debía
comportarse.
La
posibilidad
de
corromper a Simone o de hacerle daño
por su ignorancia lo asustaba.
Necesitaba un mentor más capacitado.
Él solo entendía de dolor y de traición.
Solo sabía usar sus poderes para herir a
los demás. Y Simone no era así. Ella era
la bondad personificada.
¿Cómo iba un animal como él a
enseñarle lo que debía aprender?
Sin embargo, nunca admitiría algo
así en voz alta.
—Aquerón, tengo mis planes
trazados. No puedo responsabilizarme
de ella.
—Tienes
tres
semanas
para
conseguirlo, Xypher. Haz algo por
alguien que no seas tú, aunque sea por
una vez en la vida.
Las palabras de Aquerón le hicieron
poner cara de asco. Estaba pensando en
otra persona, pero no iba a admitirlo,
claro.
—Fue precisamente eso lo que me
mandó al infierno. Y no pienso volver a
cometer ese error.
Los ojos plateados de Aquerón lo
miraron con su infinita sabiduría.
—A veces, la repetición de los
errores es lo que nos ayuda a descubrir
dónde nos equivocamos la primera vez.
Y una vez que lo descubrimos, podemos
solucionar el problema y dejarlo atrás.
Xypher resopló al escucharlo.
—Sí, sería de imbéciles tropezar
una y otra vez con la misma piedra para
comprobar si el resultado es distinto. Y
yo no soy imbécil.
—Yo no he dicho que lo repitas una
y otra vez. —La mirada de Aquerón se
clavó en el tatuaje de su brazo—. Sigue
adelante con un objetivo. Analiza lo que
salió mal y corrige ese error.
¿Por qué todo volvía a esa dichosa
frase?
«Sigue adelante con un objetivo.»
—Ayúdala, Xypher. Ahora mismo te
necesita más de lo que tú necesitas
matar a Satara. —Y, tras darle ese
consejo, desapareció.
Xypher siguió sentado en el suelo
dándole vueltas a esas palabras.
Encerraban una gran verdad, pero la sed
de venganza era tan fuerte…
En aquel momento recordó las
caricias de Simone esa misma mañana,
cuando se apiadó de su dolor. Sin
pedirle nada a cambio.
Nada.
La abrazó y la estrechó contra su
cuerpo.
—Estoy contigo, Simone.
Simone ni siquiera lo entendió,
atormentada como estaba por el fuego
que parecía abrasarla. Tenía la
sensación de que a su alrededor todo
estaba amplificado. Los colores, los
olores, los sonidos…
Era una nueva forma de enfrentarse
al mundo.
—¿Cómo lo lleva? —oyó la voz de
Liza como si le llegara de muy lejos.
O positivo. Ese era el grupo
sanguíneo de Liza. Además, tenía un
murmullo cardíaco.
Y Jesse… también descubrió sus
debilidades. Las olía, las saboreaba y
una parte de sí misma ansiaba
explotarlas. Lo que la asustó mucho más
que cualquier otra cosa.
—¿Qué significa ser un demonio,
Xypher?
—Tú no lo eres.
Levantó un brazo y se miró la mano.
Parecía la misma de siempre; sin
embargo, tenía la impresión de que
podría doblar el acero. ¿Sería verdad?
—Me siento poderosa.
—Es una ilusión.
«¿Ah, sí?», se preguntó. A ella le
parecía muy real. Acababa de pensarlo
cuando sufrió la primera arcada. Agarró
el cubo que Liza había llevado y vomitó
el contenido de su estómago.
Cuando acabó, no se sentía tan
fuerte. Estaba débil e indefensa.
—Quiero irme a casa.
Xypher asintió con la cabeza, pero
se detuvo para mirar a Liza.
—¿Puedo llevarme el amuleto?
Todavía tengo que entregárselo a Jaden
o me hará papilla.
Liza volvió a quitárselo a
regañadientes.
—Espero no estar cometiendo un
error.
—Y yo —replicó él.
Una vez que se lo metió en el
bolsillo, Xypher estrechó a Simone
contra su pecho, y en un abrir y cerrar de
ojos aparecieron en su casa. Más
concretamente, en su cama. Xypher
seguía a su lado.
—Deberías descansar.
—Abrázame.
Xypher quiso rebelarse contra la
ternura que su súplica despertó en él.
Debería darle la espalda. A ella y a su
conciencia.
Ojalá pudiera.
En cambio, se tumbó y la abrazó.
—Descansa un poco.
Ella se acurrucó a su lado, cerró los
ojos y lo obedeció. No tardó en sumirse
en un sueño profundo y tranquilo.
Allí acostado, con ella entre los
brazos, casi se sentía humano. ¡Menuda
ridiculez! Dos demonios acostados en la
misma cama. Miró la foto de los padres
de Simone y se preguntó qué los habría
unido para intentar llevar una vida
humana normal y corriente.
En la foto parecían una familia como
tantas otras. Nadie habría imaginado el
secreto que ocultaban.
Un secreto que bien podría acabar
con la vida de su hija.
11
Xypher se paseaba de un lado para otro
del apartamento al atardecer mientras se
preguntaba si no sería un error quedarse
con Simone. Tal vez su presencia
supusiera un riesgo mayor para ella.
El aire se estremeció un segundo
antes de que apareciera Jaden. Sus
aterradores ojos resplandecían con
intensidad.
—Lo tienes. —Una afirmación,
como si pudiera sentir la presencia del
amuleto.
Xypher se lo sacó del bolsillo y lo
sostuvo en alto. Era del tamaño de una
moneda de dos centímetros. Un trozo de
turquesa pulido y rodeado por una
delicada filigrana de plata. Parecía
inofensivo. Era difícil imaginárselo
venciendo a un dios… aunque, claro, la
sal también era una sustancia inofensiva,
pero lo bastante poderosa para mantener
a raya a un ejército de demonios.
—Lo tengo.
Jaden alargó un brazo y dejó la
palma de la mano hacia arriba.
Se lo entregó.
Jaden lo apretó entre los dedos con
veneración mientras respiraba hondo.
Cuando abrió los ojos, Xypher
descubrió que eran rojos como la
sangre.
—Gracias.
El brazalete de oro se abrió y cayó
al suelo, a sus pies.
—¿Cómo lo has hecho?
Jaden resopló.
—No pienso explicarte la fuente de
mis poderes, demonio. Alégrate por
haber cumplido tu parte del trato.
A medida que Jaden hablaba, los
poderes de Xypher fueron aumentando.
Eso era lo que necesitaba. Lo que le
hacía falta.
Echó la cabeza hacia atrás y soltó
una carcajada. Por primera vez desde
hacía siglos se sintió como el dios que
era. Y con esos poderes, llegó una
repentina claridad mental.
—Conocías la ascendencia de
Simone.
Jaden se encogió de hombros.
—Por supuesto. ¿A quién crees que
acudió su padre para obtener
protección? Me quedé con su alma a
cambio de sellar los poderes de su hija
y de mantener su verdadera naturaleza
oculta al mundo.
Esas palabras le provocaron un
escalofrío.
—Has incumplido tu parte del trato
al permitir que sus poderes se
manifiesten.
Los ojos de Jaden llamearon por la
furia.
—Yo no he incumplido nada. Ella
misma se ha expuesto. El mordisco
invalidó el trato de su padre. Cuando lo
hicimos, le dejé muy claro cuáles eran
los límites. Nunca se le ocurrió que
Simone llegara a acercarse a otros
demonios.
Pobre. Debería haber sabido que su
hija podría meterse en problemas.
Aunque, claro, de no haber sido por
él, su secreto habría seguido a salvo.
Nadie salvo él era culpable de la
situación en la que Simone se
encontraba, y saberse partícipe de su
conversión hacía que se odiara a sí
mismo.
—¿Y su madre? —preguntó a Jaden
—. ¿También era un demonio?
—Era humana.
Eso lo sorprendió. Los humanos y
los demonios apenas se relacionaban,
salvo para enfrentarse, situación que
casi siempre acababa con la muerte del
humano.
—¿Cómo se conocieron?
Jaden se guardó el amuleto en el
bolsillo.
—La madre de Simone fue un
desafortunado error. El padre de
Simone, Palackas, era un demonio
sirviente que se topó con ella una noche
mientras cumplía con las órdenes de su
señor. Una cosa llevó a la otra… Se
enamoró de ella, pero, como era de
esperar, su señor se negó a liberarlo. En
lugar de acudir a mí en busca de ayuda,
escapó para poder estar con ella. Su
señor reunió a la jauría para que lo
llevaran a su presencia o acabaran con
su vida. Lo persiguieron durante años,
hasta que localizaron su rastro aquí en
Nueva Orleans. Puesto que la madre de
Simone y su hermano tenían el mismo
olor que Palackas, los descubrieron y
los mataron en lugar de matarlo a él.
—¿Por qué siguió Simone con vida?
—Adiferencia de su hermano, que
había heredado los genes humanos de su
madre, ella tenía genes demoníacos. Los
suficientes para que su sangre tuviera su
propio olor en lugar del de su padre.
Los skili no estaban autorizados a matar
a otro que no fuera Palackas, así que la
dejaron vivir.
—Pero mataron a su madre y a su
hermano.
Jaden resopló.
—¿Alguna vez has visto a un skili?
El hecho de que parezcan humanos no
significa que tengan cerebro. Son perros
de presa. Se limitan a oler la sangre y
los genes. Al captar el olor del niño y de
la mujer, creyeron que estaban matando
a Palackas. Y su amo no protestó porque
creyó que sus muertes lo harían regresar.
»Pero no fue así. El pobre
desgraciado debió de quedarse hecho
polvo, destrozado no solo por la
pérdida, sino también por la culpa. Y
por el miedo de que su hija no tardara en
sufrir el mismo destino que su mujer y su
hijo.
»Los skili eran una fuerza de élite
que tenía por objetivo destruir a
cualquier demonio que incumpliera las
leyes. No tenían voluntad propia y eran
un híbrido de humano con perro de
presa. Solo sabían rastrear y matar. Si
Palackas no hubiera sabido por qué
escapó Simone, le habría aterrorizado la
idea de que los skili la encontraran.
—¿Se enteró del motivo por el que
no la mataron?
—No lo preguntó.
—Te refieres a que no se lo dijiste.
Jaden se encogió de hombros para
restarle importancia al asunto.
—Me invocó para hacer un trato.
¿Quién soy yo para disuadir a un
demonio que me ofrece su alma? —Le
lanzó una mirada elocuente.
Xypher soltó un taco al recordar el
trato que él mismo había hecho con el
demonio que tenía delante.
—Mi padre se suicidó.
Xypher se volvió al escuchar la voz
de Simone. Estaba en la puerta, detrás
de él, aferrada a una de las jambas con
tal fuerza que tenía los nudillos blancos.
Tenía muy mal color de cara.
Jaden no mostró compasión alguna.
—Se mató para protegerte, niña, y
para apaciguar a su amo. Aunque
hubiera regresado a su servicio en aquel
momento, habría ordenado su ejecución.
Llevaba demasiado tiempo libre de sus
ataduras. Además, tenía que pensar en ti,
en tu protección. Lo último que tu padre
quería era que te capturaran y te
convirtieran también en una esclava. Así
que tomó las riendas de su destino y
utilizó su fuerza vital para sellar nuestro
trato.
—¡Cabrón! —gritó Simone, que se
abalanzó sobre Jaden.
Xypher la detuvo, pegándola a su
cuerpo.
—No, Simone.
—¡Dejó morir a mi padre!
Xypher percibía la angustia de sus
palabras, pero eso no cambiaba nada.
—No puedes atacarlo, Simone. Te
matará.
Jaden esbozó una sonrisa torcida.
—Y disfrutaré viéndote morir.
Simone intentó alcanzarlo de nuevo.
—¡Eres un monstruo!
—Pues sí, pero prefiero que me
llamen «mediador».
Simone comenzó a forcejear para
librarse de Xypher.
—¡Fuera de aquí!
Jaden chasqueó la lengua.
—¿Dónde
está
la
famosa
hospitalidad sureña? Supongo que solo
la recibirán los humanos, claro. —Sus
ojos recobraron su color habitual—.
Nuestro trato se ha cumplido, Xypher.
Jaden se dio un par de golpecitos en
un hombro, hizo una reverencia burlona
y se desvaneció.
Simone se volvió para mirar a
Xypher.
—¿Por qué no me has dejado que le
sacara los ojos?
—Porque antes de que te acercaras a
él, Jaden te habría arrancado la cabeza.
Simone
hizo
un gesto
de
incredulidad al escucharlo.
—Eres un dios. ¿Tan poderoso es si
lo comparamos contigo?
—Lo bastante poderoso para
matarnos a los dos sin mover un dedo.
Simone se detuvo a reflexionar al
comprender que estaba hablando en
serio.
—No lo entiendo.
—Existe un orden concreto en el
universo. Y hay ciertos poderes ante los
que todos respondemos. Aunque los
dioses seamos todopoderosos, tenemos
restricciones. Una criatura como Jaden
puede acabar con nosotros y absorber
nuestros poderes.
—¿Y por qué no lo hace?
—Supongo que porque él también
tiene limitado lo que puede hacer y lo
que no.
—¿Y
quién
impone
esas
restricciones?
—Esa es la pregunta del millón,
¿verdad? Ni sé la respuesta ni conozco a
nadie que la sepa.
Simone se limpió las lágrimas que
anegaban sus ojos cuando se apartó de
Xypher para acercarse a las fotos de su
familia que descansaban sobre la repisa
de la chimenea.
—¿Crees que mi padre sabía lo que
estaba haciendo, que comprendía lo que
estaba haciendo, cuando invocó a
Jaden?
—Posiblemente. La mayoría de los
demonios lo saben. Aunque para
nosotros es el hombre del saco, Jaden
suele explicarle las desventajas de un
trato a quien lo invoca. No le tengo
mucho aprecio, la verdad, pero en
términos generales lo respeto porque es
justo e imparcial… incluso cuando se
muestra intolerante.
Simone se volvió para mirarlo.
—Pero no te ha explicado nada
sobre el amuleto ni sobre sus poderes.
Ahí había acertado. Jaden le había
ocultado esa información.
—Cierto, no lo ha hecho, lo que me
lleva a pensar que debe de ser algo muy
importante a nivel personal.
Simone no prestó atención a sus
palabras. La verdad fuera dicha, le
importaba un comino todo lo
relacionado con Jaden, sus deseos o sus
necesidades. Lo importante era que su
familia había muerto.
Y que él había estado implicado.
«Soy un demonio…»
No dejaba de repetirse esas palabras
una y otra vez. ¿Cómo era posible?
¿Cómo era posible que no lo hubiera
sabido, que ni siquiera lo hubiera
sospechado?
«Hay un fuego especial en tu
interior, tesoro —le dijo su padre en una
ocasión—. Algún día lo comprenderás.»
¿Se habría referido a lo que le
estaba pasando?
Miró
a
Xypher.
Necesitaba
respuestas, aunque dudaba mucho que
llegara a encontrarlas algún día.
—¿Por qué se mató mi padre? ¿No
me habría protegido mejor estando
vivo?
—Estoy seguro de que se obsesionó
con su incapacidad para proteger a tu
madre y a tu hermano.
—¡Pero yo lo necesitaba!
Xypher dio un respingo. El dolor
que destilaba su voz lo desgarró. Nunca
había sentido deseos de consolar a
nadie, pero en ese momento habría dado
cualquier cosa por evitarle la angustia
que asomaba a esos ojos verdes.
La abrazó con fuerza.
—Lo sé.
Simone meneó la cabeza sin
separarse de él.
—¿Sabes lo dolida que me sentí
cuando Jesse se apareció y mi familia no
lo hizo? He visto cientos de fantasmas a
lo largo de los años. Pero nunca a mi
madre ni a mi padre. Ni a mi hermano.
¿Es que no me querían lo suficiente para
despedirse de mí?
Su sufrimiento le provocó un nudo
en el estómago.
—Claro que te querían, Simone.
¿Cómo no iban a quererte? Tu padre dio
su vida por ti. Eso es amor real, amor
verdadero.
—Entonces ¿por qué no se han
aparecido nunca?
—No lo sé. De verdad que no. A lo
mejor no han podido hacerlo.
—Porque les daba igual.
—Estoy seguro de que no es eso.
Quería creerlo, pero le costaba. Se
había pasado años sin confesarle esa
angustia a nadie. La había mantenido
oculta, escondida en su interior, dejando
que le abrasara el alma. Cerró los ojos y
se obligó a desterrar esos pensamientos
que no la llevarían a ningún lado.
«Agua pasada no mueve molino»,
pensó.
Seguro que Xypher tenía razón, y de
haber podido ir a verla, su familia lo
habría hecho. Sin embargo, una parte de
sí misma seguía albergando dudas. Y lo
hacía precisamente esa parte que se
sentía como si nadie la hubiera querido
nunca de verdad.
Al menos Xypher estaba a su lado.
Los brazaletes habían desaparecido.
Podría marcharse cuando quisiera, pero
de momento seguía ahí.
Los nervios y la angustia le
produjeron un espasmo en el estómago.
Se alejó de él, asustada por la
sensación.
—Todavía tengo el estómago
revuelto. ¿Cuánto va a durar esto?
—Supongo que hasta que te
acostumbres a tus poderes.
No le gustaba ni un pelo la
respuesta. Quería algo concreto a lo que
pudiera aferrarse. Algo tangible.
—Oigo los latidos de tu corazón.
Jesse está en su dormitorio con Gloria,
enseñándole a jugar con la consola. Mi
vecino de la derecha está peleándose
con su mujer y mi nueva vecina de la
izquierda tiene hambre. ¿Cómo es
posible que sepa todo eso?
—Son tus poderes. De ahora en
adelante percibirás a la gente de una
forma totalmente nueva.
—¿Y leeré sus pensamientos?
Xypher le sonrió con cariño.
—Si piensan en voz alta. Aunque
podrás sentir las emociones que la gente
se esfuerce por ocultar. Eso será mucho
más revelador que cualquier otra cosa.
—¿Desaparecerá este horrible dolor
de cabeza alguna vez?
—Con el tiempo, sí.
Simone asintió con la cabeza al
tiempo que bajaba la vista. Le cogió la
muñeca donde antes estaba el brazalete.
—Ya te has librado de mí.
—Lo sé.
—¿Y por qué sigues aquí?
Xypher titubeó. Esa era la misma
pregunta que él se hacía. Pero no podía
dejarla. Era vulnerable y estaba sola. Y
puesto que había pasado por lo mismo,
era incapaz de abandonarla.
—Necesitas ayuda.
—Puedo apañármelas sola. Siempre
lo he hecho.
—No me cabe la menor duda. Pero
tú me tendiste la mano cuando lo
necesité. Y estoy devolviéndote el favor.
Simone apoyó la cabeza en su
hombro, agradecida de verdad por su
apoyo.
—Gracias, Xypher.
—De nada.
Comenzó a frotarle los brazos
mientras repasaba los acontecimientos
del día.
—¿Jaden tiene poder sobre mí ahora
que soy un demonio?
—No; siempre y cuando conserves
tu alma, y no se la entregues a nadie para
sellar un trato, nadie tendrá poder sobre
ti.
—¿Y si me la roban? —le preguntó,
apartándose un poco de él para mirarlo
a los ojos.
—Nadie puede quitártela sin tu
permiso. Las almas no funcionan así.
Se alegraba de saberlo. Aunque la
idea de ser un demonio le resultaba
aterradora por sí sola, era mucho peor la
de que le arrebataran el alma. ¡Dios,
tenía tantísimo que aprender! Era como
volver a nacer. Había cosas sobre sí
misma que ni siquiera comprendía.
Quería aprender hasta dónde
llegaban sus poderes y deseaba
descubrir qué papel jugaba Jaden en el
orden del universo.
—Una pregunta —dijo—. Si Jaden
es tan poderoso, ¿por qué no haces un
trato con él para que mate a Satara?
Xypher le apartó el pelo de la cara
con delicadeza.
—Las cosas no funcionan así con
Jaden. Él no se implica personalmente.
Más bien nos da los medios precisos
para que logremos nuestros deseos. Si
necesitas más poder, él te lo da. Si
buscas un amuleto o un objeto especial,
lo invocas. Tal como él dice, es un
medio para conseguir un fin, no un
criado.
—Y entonces ¿por qué no lo has
invocado para abrir el portal?
—Se negó a hacerlo cuando se lo
pedí.
—¿Cómo que se negó? ¿Por qué?
—Supongo que se debe a que sus
poderes no tienen influencia en Kalosis,
un plano controlado por la diosa
Apolimia. Pero no estoy seguro. Podría
ser algo tan tonto como que no le gustara
lo que le ofrecía a cambio. Jaden puede
ser muy quisquilloso a veces.
—Pues vaya faena.
—Dímelo a mí. —Echó un vistazo a
su alrededor—. En fin, no sé tú, pero yo
tengo hambre.
Simone sonrió al oírlo.
—Yo también. Estoy muerta de
hambre. —La sonrisa se borró al
instante—. No tendré que beber sangre,
¿verdad?
—Espero que no. Si ese es el caso,
tendrás que aprender a desangrar a
Jesse.
Jaden volvió al árbol en el que lo habían
invocado. Tal como esperaba, Caifás
estaba allí.
—Bienvenido, milord —lo saludó el
demonio con una reverencia.
Le daría unas palmaditas por saber
hacer tan bien la pelota. Aunque las
palmaditas no le salvarían el pescuezo.
—Has atacado a tu hermano a plena
luz del día.
—Mi señora lo exigió.
Jaden extendió una mano y estampó
al muy inútil contra el árbol.
—Pues, al hacerlo, has roto un trato
al que yo había llegado. ¿Sabes en lo
que me convierte eso?
—No, milord.
—En un mentiroso. Y eso es algo
que no soy y que nunca seré. —La
ofensa que había sufrido exigía sangre
como pago. Palackas había sacrificado
su vida en vano, y eso lo había puesto de
muy mala leche. Sin embargo, no estaba
en sus manos exigir satisfacción por la
muerte en vano de un demonio.
Frustrado, liberó a Caifás, que volvió a
caer al suelo—. No quiero tus vírgenes.
Puedes quedártelas.
—Entonces ¿qué, milord? Pedid lo
que queráis y os lo traeré.
—Hay una dimme en esta ciudad.
Tráeme su corazón.
—¿Nada más?
—Con eso vas servido, créeme.
Caifás parpadeó cuando Jaden
desapareció de su vista.
Una dimme. Era mucho más fácil
decirlo que hacerlo. Además de ser
brutales, se rumoreaba que eran
invencibles. No estaba seguro de contar
con el poder necesario para mirarla
siquiera.
Se relamió los labios y recordó la
pelea que había librado ese mismo día
con la mujer…
Su sangre era como la de una dimme.
Estaba seguro.
Tal vez a Jaden le bastara con su
corazón. Al fin y al cabo, lo mismo daba
una dimme que otra, ¿no?
Pues sí.
Chasqueó los dedos y volvió a
Kalosis con la intención de preparar su
siguiente ataque. Simone era forense…
Sonrió al pensar en la manera más
efectiva de sacarla de su casa.
12
Simone seguía intentando recuperar el
equilibrio de regreso a su dormitorio,
pero le estaba costando. Todo parecía
amplificado. Cualquier ruido le
taladraba la cabeza. Las luces eran
demasiado brillantes, y escuchaba los
latidos del corazón de Xypher, que
rivalizaban con los suyos. Aquello
resultaba muy desconcertante.
Xypher estaba a su lado, sirviéndole
de apoyo. Necesitaba la fuerza de su
brazo para seguir de pie. Sin embargo,
el olor de su piel la atormentaba y le
hacía la boca agua por el deseo de
saborearlo. Un deseo que nunca había
sentido.
Como
si
estuviera
experimentando una nueva faceta de sí
misma. Más valiente, más seductora…
Más hambrienta.
—¡Simone!
Levantó la vista cuando Jesse entró
corriendo a través de la pared.
—¡Te has levantado! ¡Estás de pie!
—Corrió hacia ella como un cachorrito
eufórico.
En el pasado, siempre que lo hacía
acababa atravesándola. En ese momento
se dieron de bruces con tanta fuerza que
se tambaleó.
—¿Qué co…?
Xypher la miró con sorna y también
con cierta satisfacción.
—Una ventajilla de tus nuevos
poderes. Ahora puedes darle collejas
cada vez que te ponga de los nervios.
—¿Puedo tocar a Jesse? —susurró
mientras intentaba asimilar la idea.
Se volvió y vio la expresión
sorprendida de Jesse. Durante todos
esos años nunca habían podido tocarse.
Levantó una mano temblorosa para rozar
con los dedos su fría mejilla.
Era sólida.
Jesse era real para ella. Podía
tocarlo…
Los ojos de Jesse se llenaron de
lágrimas mientras colocaba las manos
sobre la suya.
Abrumada por las emociones, lo
abrazó con fuerza.
—¡Puedo tocarte!
Xypher cruzó los brazos por delante
del pecho, asaltado por una extraña
emoción que le atravesó el corazón
como un cuchillo. No tenía motivos para
sentir celos de un fantasmilla punki,
pero ver que Simone lo abrazaba con
tanta ternura…
Le dieron ganas de arrancar la
cabeza a Jesse.
—Ojalá hubiera podido abrazarte de
esta manera cuando eras pequeña —
susurró Jesse—, en vez de mirarte y
hacer muecas tontas para alegrarte
cuando llorabas.
—Lo sé, lo sé.
Aunque no le gustara admitirlo,
verlos abrazarse de esa manera lo
conmovió. Y en ese momento
comprendió que no estaba celoso porque
otro hombre estuviera abrazando a
Simone. Estaba celoso del amor que se
tenían.
Formaban una familia.
Para lo bueno y para lo malo. Contra
viento y marea, esos dos se habían
apoyado el uno al otro, y seguirían
haciéndolo toda la eternidad. Nunca se
traicionarían. Nunca se mentirían. Solo
querían amarse y ayudarse el uno al
otro.
A él nadie lo había querido nunca
así. Y nadie lo haría.
Ni una sola vez lo habían acariciado
con amor. De repente, se sintió como un
intruso. Y lo peor era la sensación de
que no merecía presenciar algo tan puro.
Con el corazón destrozado, les dio
la espalda y se encaminó a la cocina.
Simone sintió que el aire se movía.
Miró por encima de Jesse y vio que
Xypher salía de la habitación. El aura de
tristeza que lo rodeaba hizo que el
corazón le diera un vuelco.
Se apartó de Jesse.
—¿Qué pasa? —preguntó él.
—No lo sé. —Le soltó la mano para
ir en busca de Xypher y preguntarle qué
había pasado—. ¿Xypher?
Vio cómo se detenía junto a la
encimera para mirarla. Su apuesto rostro
tenía una expresión estoica, pero ella
percibía el torbellino que se había
desatado en su interior.
—¿Estás bien?
Xypher asintió con la cabeza.
—Estupendamente. No me apetecía
ver tanto baboseo. Me estaba quitando
las ganas de comer.
Ojalá pudiera creerlo. Por fin
comprendía lo que le había dicho antes
sobre sus poderes. La enorme
incongruencia que había entre lo que
Xypher sentía y lo que daba a entender
era muy desconcertante.
Se acercó a él.
—¿Por qué estás sufriendo?
—No estoy sufriendo, solo tengo
hambre. Deberías aprender a captar la
diferencia. —Señaló el frigorífico que
tenía detrás con la mano—. ¿No es hora
de comer?
Simone meneó la cabeza al darse
cuenta de que quería cambiar de tema.
Algo lo había incomodado y prefería
comer antes que hablar de ello.
Por ella, genial. Pero su actitud no la
había engañado.
—Todavía queda ensalada de atún.
Puedo hacer unos sándwiches.
—Vale.
—¿Por qué no sacas el recipiente
del frigorífico? —le preguntó mientras
cogía el pan—. Es el que tiene la tapa
blanca.
Jesse apareció en la cocina mientras
ella preparaba las rebanadas de pan.
—¿Sabías que Gloria estaba
estudiando psicología?
Sonrió el escucharlo.
—No, ¿cómo iba a saberlo?
—Vale, has estado muy ocupada con
Xypher y vuestras cosas… Con eso de
convertirte en un demonio y tal. La
verdad es que Gloria no es mala gente
cuando deja de meterse con mi música.
Ese repentino cambio de opinión la
dejó alucinada.
—Yo también me meto con tu
música, Jesse.
—Sí, pero tú también te pones a
bailar conmigo. —Hizo una pose a lo
Michael Jackson, se puso a canturrear
una de sus canciones y empezó a menear
las caderas, golpeándola en el proceso.
—¡Jesse! —exclamó ella entre risas
—, que estoy intentando preparar la
comida.
—Vale, pero cuando termines, toca
¡Wham! con «Wake me up before you go
go» y luego The Bangles con «Walk like
an Egyptian».
Eso le hizo soltar un gemido, aunque
también le arrancó una sonrisa.
Jesse le tiró un beso.
—Y ahora me voy en busca de mi
chati. —Y se perdió por la casa.
Simone
acabó
soltando
una
carcajada al escuchar que Gloria había
pasado a ser su «chati».
—Jesse, ¡no tienes edad para salir
con chicas!
—Soy mayor que tú. Y para que
conste, yo no me he liado con un
asaltacunas que me saca unos cuantos
siglos —replicó la voz incorpórea de
Jesse, que reverberó por la cocina.
—Que no se te olvide que ya puedo
darte collejas…
—Lo tendré en cuenta, pero ahora
déjame tranquilo. Estamos comparando
nuestros ectoplasmas.
Ese tema era mejor dejarlo correr.
Meneó la cabeza y se concentró en los
sándwiches.
Xypher le pasó el recipiente con la
ensalada de atún.
—¿Qué se siente?
—¿Cómo dices?
—¿Qué se siente al contar con
alguien que te conoce tan bien? Alguien
con quien puedes bromear. He visto
cómo la gente lo hacía en sueños, pero
nunca lo había presenciado en la
realidad. Sientes algo entrañable cuando
Jesse está cerca. Aunque a veces te
irrite, en cierto modo te alegra que esté
contigo.
Simone dejó lo que estaba haciendo
para mirarlo. Pobre Xypher, no tenía ni
idea de lo que era la amistad.
—Es una sensación agradable. Es
fantástico contar con gente que no quiere
hacerte daño. Con gente con la que
puedes divertirte y que no es celosa. Por
desgracia, cuesta bastante entablar ese
tipo de relación.
—A veces es imposible.
Asintió con la cabeza.
—La gente es complicada. Las
emociones son complicadas. ¿Cómo se
explica que alguien pueda querer y odiar
a la vez a una persona?
—Odi et amo.
Simone frunció el ceño al
escucharlo.
—¿Qué has dicho?
—Es un antiguo poema latino de
Catulo. Odio y amo. Habla sobre eso
mismo. Lo escribió para una mujer a la
que adoraba y despreciaba a la vez.
—¿Ves lo que te digo? Eso está mal,
¿no crees? O quieres a una persona o la
odias, pero las dos cosas a la vez, no.
—Jesse y tú no os odiáis.
—No, nunca lo hemos hecho, lo cual
que me alegra muchísimo. No es fácil
convivir con alguien todos los días sin
querer estrangularlo. Pero Jesse nunca
me molesta de verdad. —Cortó los
sándwiches por la mitad y los colocó en
los platos.
Xypher observó el movimiento de
sus manos mientras trabajaba. Irradiaba
elegancia. Belleza. Él siempre había
sido torpe. Pero ella no.
Simone estaba a punto de coger una
bolsa cuando sonó su móvil. Lo miró
antes de contestar.
—Hola, Tate, ¿qué pasa? —Le dio
el paquete de patatas a Xypher—. Vale,
iremos enseguida.
Cerró el móvil.
—¿Otro asesinato? —No le hacía
falta preguntar, ya que había escuchado
la conversación.
—¿A cuántas personas puede matar
una dimme? —preguntó ella a su vez,
moviendo afirmativamente la cabeza.
—¿Quieres que te diga la verdad?
Se está controlando mucho.
La respuesta la horrorizó.
—¿Cómo puedes decir eso? Es la
tercera víctima.
Xypher se encogió de hombros.
—Las crearon para asesinar de
forma indiscriminada. El hecho de que
los cuerpos no se estén amontonando sin
cesar es un milagro.
—¿Estás seguro de que es una
dimme?
—El tío que murió… Me apostaría
lo que fuera. En el caso de Gloria… no
lo tengo tan claro.
Simone meditó sus palabras. Si la
dimme no había matado a Gloria, ¿quién
lo había hecho? No, tenía que ser el
mismo asesino. No quería ni pensar en
la posibilidad de que hubiera más de
uno ahí fuera.
—Tenemos que ver a la última
víctima. Coge los sándwiches y nos los
comeremos por el camino.
Xypher la obedeció antes de coger
los abrigos para marcharse. Al recordar
que no tenían coche, Simone soltó un
taco. Lo habían dejado en Toulouse
Street cuando fueron a la tienda de Liza.
Iba a decírselo a Xypher cuando
captó un olor extraño en el aire. Era un
olor almizclado… Desconocido para
ella. Levantó la cabeza, inspiró hondo
en un intento por identificarlo, y cuando
se dio cuenta de lo que acababa de
hacer, dio un respingo.
—No soy mitad perro, ¿verdad?
Xypher soltó una carcajada.
—No, pero tus glándulas olfativas,
al igual que el resto de tus sentidos, son
más sensibles. Tu olfato es mucho mayor
que el de un humano. Y por eso te
aconsejo que evites la zona de Bourbon
Street.
—Gracias. Que sepas que me ha
dado un pasmo al imaginarme
olisqueándole la entrepierna a la gente.
Xypher jadeó al escucharla.
—Acabas de provocarme la
erección más rápida de mi vida.
Simone se detuvo al darse cuenta de
que percibía la dolorosa solidez que
Xypher estaba experimentando.
—Sí —dijo él con voz muy ronca—.
Eso también es completamente normal.
—No sé si me gusta esta nueva
habilidad.
—Nena, te encantará el sexo
demoníaco, hazme caso. Muchísimo más
que el humano. Cuando te haga ciertas
cosas, vas a parecerte a la niña de El
Exorcista cuando le daba vueltas la
cabeza.
Lo miró con expresión indignada.
—Así no conseguirás quitarme las
bragas, Xypher. ¡Qué asco! ¡Menuda
imagen!
Antes de que Xypher pudiera decir
nada, el olor se hizo más intenso. Se
volvió y vio a un chico rubio y alto que
tendría unos veinte años caminando
hacia ellos. Al verle la cara recordó a
Dev, el tío del Santuario.
—Licántropo. —La palabra le salió
como una especie de gruñido.
Xypher asintió con la cabeza.
—Los demonios sienten una
aversión natural hacia los de su misma
especie. Se puede controlar, pero no es
fácil. Los katagarios y los arcadios son
una rama familiar de los daimons, razón
por la que estás experimentando el
subidón de adrenalina que hace que
tengas ganas de atacarlo. Es tu instinto,
que te proporciona un extra de energía
por si tienes que luchar.
El chico se detuvo al verlos. Ladeó
la cabeza como si pudiera sentirlos de la
misma manera que ellos lo sentían a él.
—¿Peltier? —dijo Xypher.
Al oírlo, el aludido se acercó a ellos
analizándolos con detenimiento.
—Soy Kyle, el benjamín de la
familia.
Xypher lo miró con los ojos
entrecerrados.
—¿Qué haces por aquí?
—He venido a ver a una amiga.
Xypher no terminaba de tragárselo.
Claro que el recelo era algo natural en
él.
—Un katagario que se pasea en
forma humana durante el día… ¿Cómo
es posi…? —Dejó la pregunta en el aire
al comprenderlo.
Los katagarios eran animales que
podían adoptar forma humana. Pero
durante el día, sobre todo cuando eran
tan jóvenes como ese cachorro,
quedaban atrapados en su forma animal,
y solo podían transformarse con la
puesta de sol.
Kyle Peltier era mucho más de lo
que parecía a simple vista.
—Me alegro de conocerte, Kyle —
dijo con brusquedad—. Dale recuerdos
a Carson.
—Lo haré —le aseguró Kyle antes
de cruzar la calle en dirección a una
Kawasaki Ninja. Se montó en la moto y
salió disparado sin mirar atrás.
—¿Qué me estás ocultando? —
preguntó Simone.
—No estoy muy seguro. Es una
sensación muy rara…
Tanto, que era incapaz de definirla.
A decir verdad, se parecía a lo que le
provocaba la dimme, pero eso no tenía
sentido. Si la dimme se parecía en algo
a los gallu, estaría buscando un agujero
donde descansar durante el día. No en
un barrio residencial y mucho menos con
un katagario.
En cuanto la dimme captara su olor,
saldría huyendo.
Sacudió la cabeza para aclararse las
ideas. Seguro que estaba imaginándose
cosas.
—Vale —dijo a Simone una vez que
volvió a la realidad—, he recuperado
todos mis poderes. No tengo ni idea de
adónde tenemos que ir, pero tú sí,
¿verdad?
—Pues sí.
Estupendo. Estaba a punto de
enseñarle cómo teletransportarse con
sus poderes a través del cosmos. Con un
poco de suerte no terminarían en Alaska.
—Piensa en el sitio al que vamos.
Imagínatelo con todo lujo de detalles.
Simone lo hizo.
Xypher la abrazó y cerró los ojos.
Un segundo después aparecieron entre
las sombras de un callejón. Los policías
estaban hablando mientras el fotógrafo y
Tate observaban el cuerpo cubierto.
Xypher echó un vistazo a su
alrededor para asegurarse de que nadie
los veía antes de solidificar sus cuerpos.
Simone esbozó una lenta sonrisa.
—¿Podré hacer eso yo solita?
—Podrás hacerlo casi todo. Pero
tendrás que practicar mucho. Y tener
cuidado cuando lo hagas. Muchas veces
la ropa no te sigue y se queda atrás.
La respuesta la dejó blanca.
—¡Eso sería horrible!
—Para ti sí. Yo soy un fan del
nudismo. —La recorrió con una mirada
ardiente que la puso a cien.
Sin embargo, no estaba dispuesta a
que él lo supiera.
Con una sonrisa traviesa, Xypher le
pasó su sándwich antes de echar a andar
hacia Tate, que apartó la vista del
cadáver y miró la comida con el ceño
fruncido.
—¿Vais a comer en la escena de un
crimen?
Simone hizo una mueca al ver la
sangre que salpicaba las paredes del
callejón y los restos humanos en el
suelo, y le devolvió el sándwich a
Xypher.
—Yo paso.
Tate se quedó pasmado.
—¡Vaya, se te ha ablandado el
estómago! Quién lo iba a decir…
No obstante, ella fue la primera
sorprendida.
Siempre
se
había
enorgullecido de su capacidad para
mantener el tipo en las escenas de los
crímenes. Sin embargo, el olor a sangre
le inundaba las fosas nasales. Y las
manchas tenían un color más oscuro del
normal. Era como si pudiera saborear la
sangre, y eso le revolvía el estómago.
Xypher, en cambio, no parecía afectado
en absoluto.
—¿Qué
tenemos?
—preguntó
mientras inspiraba hondo para no acabar
humillada delante de todos.
Tate soltó un suspiro cansado.
—Bueno, le falta la cabeza así que
no creo que debamos preocuparnos por
la posibilidad de que vuelva de entre los
muertos para darse un paseíto. Esto no
es Sleepy Hollow.
Xypher frunció el ceño.
—¿Sleepy Hollow?
—Una historia muy famosa sobre un
jinete sin cabeza que iba matando gente
—explicó ella al tiempo que meneaba la
cabeza.
—Qué asco.
El comentario hizo que lo mirara con
una ceja enarcada.
—¿Y eso lo suelta un demonio que
se está zampando un sándwich en la
escena de un crimen?
—Tengo hambre. Deberías alegrarte
de que esté comiéndome un sándwich en
vez de estar desangrando a alguien.
Porque puedo hacerlo, que lo sepas.
—En fin —repuso Tate—, a ver si
conseguimos no acojonar a nadie esta
vez.
Simone intentó concentrarse.
—¿Qué sabemos hasta ahora?
—Poca cosa. Parece que hubo una
pelea, y salta a la vista que este salió
perdiendo.
Mientras ellos hablaban, Xypher se
dedicó a inspeccionar la escena del
crimen.
Simone observó cómo analizaba las
manchas de sangre, como si al hacerlo
estuviera viendo exactamente de qué
forma había transcurrido la pelea.
Cuando se acercó al cadáver, uno de los
policías le dijo que se alejara.
—¿En qué piensas? —le preguntó
ella, después de acercarse despacio a él.
—Quiero ver el cuerpo.
Simone le quitó la sábana y dio un
respingo cuando el olor la asaltó. Joder,
le iba a costar adaptarse a sus nuevos
sentidos.
Xypher asintió con la cabeza antes
de darle el último bocado al sándwich.
—Justo lo que pensaba.
Lo dijo como si tal cosa… Lo menos
que podía hacer era contarles lo que
sabía.
—¿Y qué es lo que pensabas?
—Un trofeo de caza.
Simone y Tate se miraron sin
comprender.
—¿Qué quieres decir con «trofeo de
caza»? —le preguntó ella. No le gustaba
ni un pelo cómo sonaba eso.
—El cuerpo es un mensaje de un
clan demoníaco a otro. Algo así como:
«Andaos con ojo».
Tate meneó la cabeza, renuente a
aceptar su teoría.
—¡Para el carro! ¿De qué estás
hablando?
Xypher señaló el cadáver con un
dedo.
—Será mejor que le hagas la
autopsia tú mismo, porque no es
humano, y cualquier persona normal se
va a caer de culo cuando abra ese
cuerpo y vea que sus órganos no están
donde deberían de estar. Es un demonio
caronte… —Miró el cuerpo una vez más
—. O lo era.
Tate levantó las manos, frustrado.
—¿Qué coño es un demonio
caronte?
—Pues eso, un demonio —contestó
Xypher como si hablara con un imbécil.
—¿Estás seguro? —insistió Tate.
—Sí. Los gallu no mueren de esta
manera. Cuando un demonio gallu
muere, se desintegra como un daimon.
Los daimons se desintegran al morir.
Los humanos que mueren a manos de un
demonio gallu se convierten en zombis.
—Señaló el cuerpo que estaba bajo la
sábana—. Y los demonios carontes
mueren como los humanos. Sus cuerpos
permanecen intactos para poder ser
enterrados.
Tate frunció el ceño.
—Pero ¿cómo sabes que es un
demonio caronte y no un humano?
—Su piel es azul.
Su respuesta hizo que Tate resoplara.
—La piel humana se vuelve azulada
al morir.
—Pero no con vetas como el
mármol, ¿verdad?
Eso le cerró la boca a Tate.
—Supuse que era pintura corporal.
—No, más bien es un tinte genético
con el que nacen y que se expande por
toda su epidermis. Se ve claramente que
aquí don Caronte se metió donde no lo
llamaban. —Señaló las paredes que los
rodeaban para indicar que las
salpicaduras de sangre llegaban hasta
los seis metros de altura—. Tengo que
reconocer que luchó bien. Huelo su
sangre y las de sus atacantes.
—¿En plural? —preguntó Tate.
Xypher asintió con la cabeza.
—Tres en total. Diría que le
tendieron una trampa y lo dejaron aquí
para que lo encontraran, para que su
clan viera el cuerpo y se asustara. O,
dependiendo del tipo de demonio
caronte, para que su clan ataque y estalle
una guerra entre ellos.
Tate soltó el aire que había estado
conteniendo antes de mirar a Simone.
—Tío, es como contar con un
rastreador de las pelis del Oeste de los
años treinta. O ese que iba con el
Llanero Solitario. ¿Qué más puedes
decirme, Tonto?
—Bueno, voy a decirte algo que no
sabía hasta ahora.
—¿El qué?
—Que sigue habiendo carontes en el
plano humano. Y retomando lo del trofeo
de caza… ¿Por qué? ¿A quién va
dirigido el mensaje de los gallu?
—A lo mejor es un mensaje para
nosotros —dijo ella. Se le ocurrió de
repente, y la posibilidad le provocó un
escalofrío.
—No. Si fuera así, nos estarían
aterrorizando. Esto… —Señaló de
nuevo la gran cantidad de sangre—. Esto
es una lucha territorial. —Miró a Tate
—. Chicos, tenéis a un clan de carontes
viviendo por aquí, y ahora también a uno
de demonios gallu. Como no reaccionéis
pronto, Nueva Orleans va a ser el
escenario de una guerra.
—Y eso que todavía no han dado ni
las tres —masculló Tate—. Me dan
ganas de volver a casa, meterme en la
cama con mi mujer y no salir hasta que
haya terminado todo.
—Pues a mí no —lo contradijo
Xypher—. A mí me habría gustado
pelear con el caronte. Me encantaría
despellejar a unos cuantos gallu.
Simone pasó por alto el comentario.
—Vale, así que tenemos que buscar
a una dimme hambrienta y a un clan de
demonios carontes.
—Sí.
Aunque no le gustaba mucho la idea,
asintió con la cabeza.
—¿Alguna pista sobre dónde pueden
estar los carontes?
—Así a bote pronto diría que no
muy lejos de aquí.
Tate ladeó la cabeza.
—¿Por qué lo dices?
—En fin, si vas a mandarle un
mensaje a alguien, no lo dejas donde no
pueda verlo. Lo pones en un lugar bien
visible. —Echó un vistazo a los
edificios que daban al callejón—. Lo
que quiere decir que los carontes están
cerca.
Simone sintió un nuevo escalofrío.
—¿Hasta qué punto son peligrosos
los carontes?
Xypher se encogió de hombros.
—Depende de lo que se hayan
socializado y de lo furiosos que estén.
Evidentemente,
se
han
estado
escondiendo delante de vuestras narices
sin que nadie se dé cuenta.
Tate resopló.
—¿Qué quieres que te diga? Esto es
Nueva Orleans. Aquí puede pasar
cualquier cosa.
Un policía se les acercó.
—Hemos buscado la cabeza por
todas partes. Creemos que se la llevó el
asesino, o los asesinos. ¿Crees que el
vudú tiene algo que ver, Doc?
—Cualquier cosa es posible, Sam.
Ya he terminado con el cuerpo.
Mándamelo en cuanto hayáis terminado
con él para hacerle la autopsia en el
laboratorio.
—Vale.
Tate se volvió hacia ellos.
—Gracias por vuestra ayuda. Voy a
inventarme el informe como de
costumbre. Si os enteráis de algo,
ponedme al corriente.
Simone se volvió hacia Xypher, que
no dejaba de moverse de un lado a otro.
El viento le agitaba el pelo, haciendo
que se le metiera en los ojos. El
demonio que llevaba dentro se sentía
más atraído por él que la mujer que
había sido hasta poco antes. Había
despertado en ella una faceta sensual
totalmente nueva.
Y gracias a eso podía comprenderlo
mejor. El poder que llevaba dentro
estaba hambriento, pero ignoraba lo que
quería. Era casi un dolor físico.
Xypher se volvió hacia ella como si
se hubiera percatado del rumbo de sus
pensamientos. La intensidad de su
mirada la puso a mil.
En ese preciso momento captó el
mismo olor que él…
Antes de que pudiera moverse,
Xypher se plantó delante de ella, a una
velocidad de la que nadie se percató.
—Tienes los ojos rojos —susurró
una vez que se interpuso entre los
policías que seguían en la escena del
crimen y ella.
Se quedó helada al escucharlo.
—¿Cómo?
—Tus ojos han cambiado de color.
Tienes que aprender a darte cuenta de lo
que te está pasando para evitarlo.
—¿Tienen muy mala pinta?
Xypher la miró. Sus iris ya no eran
azules, sino blancos y rodeados de una
línea roja.
—Están así —contestó al tiempo que
sus ojos adoptaban el mismo aspecto
para mostrárselo.
Simone se encogió al verlo.
—¿Qué hago?
—Finge que se te ha metido algo en
el ojo y aléjate de los humanos —
contestó él, cuyos ojos habían retomado
su aspecto normal.
Ella agachó la cabeza, cerró los ojos
y se frotó el derecho.
—No me gusta esto, Xypher.
—Lo sé. Pero aprenderás a
reconocer las señales físicas que
anuncian un cambio y así tendrás más
control sobre tu parte demoníaca.
Dio un respingo al escucharlo.
—No quiero ser un demonio.
—Yo tampoco quería, pero no
podemos evitar quién o qué eran
nuestros padres, ¿no te parece?
Sus crueles palabras se le clavaron
en el corazón.
—Mi padre amaba a mi madre —
señaló a la defensiva.
Xypher resopló.
—Ya has visto qué pinta tienen los
gallu con forma demoníaca. No sé qué
clase de mujer podría sentirse atraída
por eso.
Aun así, quería defender a sus
padres. Los amaba con locura.
—Se conocieron en un bar cuando
mi madre estudiaba en la universidad.
La explicación hizo que Xypher
frunciera el ceño.
—¿Cómo?
—Eso es lo que me contó mi madre.
Estaba trabajando de camarera cuando
mi padre entró en el bar, y empezaron a
hablar.
Xypher guardó silencio mientras
recordaba lo que Jaden le había contado
sobre sus padres.
—Seguro que estaba buscando a su
siguiente víctima. Es un milagro que no
matara a tu madre a la primera de
cambio.
—Mi madre me dijo que fue un
flechazo. En cuanto lo vio, supo que era
diferente… Ahora que lo pienso, no sé
si llegó a enterarse de lo diferente que
era en realidad. ¿Crees que mi padre le
contó que era un demonio?
—No lo sé, Simone. Es posible,
pero menuda putada. Se me ocurren
muchas razones para que no se lo dijera.
Y a ella también. Pensándolo bien,
¿cómo iba a ir por ahí, contándole a la
gente que era un demonio? Además,
¿quién iba a creerla aparte de Xypher y
de Tate?
Xypher se detuvo en la acera.
—Mírame.
—¿Tengo mejor los ojos?
Lo vio asentir con la cabeza.
—Solo tienes que controlar tus
emociones.
Tragó saliva. Hacía que pareciera
mucho más fácil de lo que era en
realidad. ¡Por el amor de Dios! ¿¡Y si le
pasaba mientras estaba en clase!? Nunca
se tragarían que eran efectos
especiales…
—Me da miedo todo esto, Xypher.
Si alguien se entera de que soy un
demonio, lo perderé todo.
—No te pasará nada —le aseguró al
tiempo que le daba un apretón en los
hombros para reconfortarla—. Te lo
prometo. Aunque esto te ayudará a
comprender el miedo que debió de
sentir tu padre cuando decidió quedarse
al lado de tu madre. Lo abandonó todo,
dejó a un lado el mundo que conocía.
Darle la espalda a su vida de esa
manera… Sí, debió de ser un gran amor.
—¿A qué te refieres?
—Tu padre era un demonio
esclavizado, Simone, y tenía que servir
a un amo. En esas situaciones, tu amo te
posee por completo hasta que los
términos del contrato se cumplen.
Escapar de ese vínculo antes de que eso
suceda supone una sentencia de muerte.
Tu padre lo sabía, pero huyó de todas
maneras.
—Para estar con mi madre.
Xypher asintió con la cabeza. No
sabía en qué estaba pensando su padre
cuando huyó ni tampoco de qué tipo de
contrato huía. Era…
Se detuvo cuando un olor asaltó sus
fosas nasales. Inspiró hondo y sus ojos
se volvieron rojos.
—¿Qué pasa, Xypher?
—Caronte.
13
Simone y Xypher se volvieron. Detrás
de ellos, en la calle, había tres tíos
altísimos y bastante cachas. Uno de
ellos, el más delgado, tenía el pelo
negro y lo llevaba corto por atrás, pero
con un flequillo por delante que le caía
sobre los ojos. Los otros dos eran
pelirrojos y parecían levantadores de
pesas. De no ser por el olor a naranja
que desprendían y por el extraño
resplandor de sus ojos, parecerían
humanos.
El moreno se acercó a ellos.
—Misafy… —masculló con voz
amenazadora y expresión hostil—. ¿Qué
os trae por aquí?
Simone se acercó a Xypher.
—¿Acaba de insultarnos?
—Depende. ¿Te parece un insulto
que te llame «mestiza»? —le preguntó
sin apartar la mirada del caronte—. He
visto lo que los gallu le han hecho a uno
de los tuyos. Os estaba buscando para
averiguar el motivo.
El caronte se acercó, caminando con
actitud letal.
—Xedrix —dijo uno de sus colegas,
el de la derecha, a modo de advertencia
—. No sabemos nada de ellos ni de sus
poderes.
Xedrix hizo oídos sordos a sus
palabras y se acercó a Simone. Una vez
que estuvo a su lado, se inclinó para
olisquearle el pelo.
Xypher lo apartó de un empujón.
Los
ojos
del
tal
Xedrix
relampaguearon amenazantes cuando se
negó a retroceder.
—¿Katika? —preguntó a Xypher.
—Sí.
Xedrix se postró frente a ella, con
una rodilla en el suelo.
Pasmada por lo que estaba viendo,
Simone miró a Xypher en busca de una
explicación.
—¿Katika? ¿Qué es eso?
—Eres su dueña —le respondió el
caronte al tiempo que señalaba a Xypher
con la cabeza.
Arqueó las cejas, sorprendida. ¿Ella
era la dueña de Xypher? ¿En qué
universo paralelo pasaría una cosa así?
—¿Ah, sí?
Xypher le indicó con la mirada que
no dijera ni una sola palabra más antes
de volver la cabeza hacia Xedrix.
—Pieryol akaty. Venimos en son de
paz. Ninguno de los dos tenemos tratos
con los gallu.
Xedrix resopló.
—¿Ah, no? Pues apestas a nuestros
peores enemigos. A griego y a gallu.
¿Esperas que me crea que no vas a
intentar nada contra nosotros?
El demonio situado a la derecha de
Simone se adelantó.
—Mi hermano está muerto. Yo digo
que lo matemos a él como venganza.
Xedrix lanzó una mirada malévola al
demonio que acababa de hablar.
—Sabes muy bien lo que dice la ley.
La mujer es su dueña y todavía no ha
hecho nada para ser declarada nuestra
enemiga.
—¡No voy a servir a una misafy
medio humana y medio gallu!
Xedrix levantó una mano y el
demonio salió volando hacia él. Tras
agarrarlo de la pechera, le dijo:
—Te estás extralimitando, Tyris. La
hembra viene en son de paz. La
escucharemos. Somos feroces, pero no
salvajes. —Su mirada se posó de nuevo
en Xypher antes de soltar a Tyris—. Un
solo movimiento amenazador por tu
parte y te mataremos, con katika o sin
ella.
Xypher unió las manos y se las llevó
a la frente sin dejar de mirar a los
carontes.
—Estaremos en paz mientras nadie
amenace a mi katika.
—Trato hecho. —Xedrix se hizo a
un lado y los invitó a continuar con un
gesto del brazo—. Pieryol akati.
Simone frunció el ceño.
—¿Qué significa eso?
—La paz nos mueve, milady —
respondió Xedrix, que se colocó tras
ella—. Si sois tan amable de seguir a
Tyris…
El tal Tyris los guió hacia el edificio
situado a la izquierda, al que se accedía
a través de una portezuela que había
junto a un contenedor.
Simone parpadeó al entrar en lo que
parecía la parte posterior de un club
sumido en la más absoluta oscuridad.
Todo estaba pintado de negro,
incluyendo el suelo. La zona donde se
encontraban estaba separada del
escenario por unas cortinas negras sobre
las cuales colgaba un cartel luminoso
que rezaba: CLUB VAMPYRE.
La ironía era evidente.
—Bonito nombre.
Los ojos de Xedrix adoptaron un
brillo rojizo en la oscuridad.
—Milady, no soy humano, pero
capto el sarcasmo como el mejor.
—Lo siento.
Simone jadeó cuando Xedrix los
guió hasta el otro lado de las cortinas.
Había más de una veintena de carontes
reunidos y, a diferencia de Xedrix y sus
dos
compañeros,
tenían
forma
demoníaca. Tenían cuernos y la piel
veteada, cada uno de ellos de dos
colores distintos. Parecía mármol, y era
realmente impresionante. Sus ojos
también variaban de color, algunos los
tenían amarillos, otros, blancos, y
también los había rojos y negros. Lo
mismo sucedía con el pelo: los había
morenos, castaños y pelirrojos. Todos
ellos tenían unas coloridas alas en la
espalda que les otorgaban un aspecto
casi angelical… si no fuera por los
colmillos y por sus musculosos cuerpos,
curtidos en la batalla.
Simone retrocedió un paso y chocó
contra Xypher, quien parecía encontrar
lo que tenían delante de lo más normal.
—Creo que se me han olvidado las
llaves.
—Tranquila —le dijo él, que la
detuvo pasándole un brazo por la cintura
—. Tú no eres quien corre peligro.
—¿Ah, no?
Xypher señaló al grupo de carontes
con un gesto de la barbilla.
—Por naturaleza, los carontes tienen
una jerarquía matriarcal. Los machos
siempre están por debajo de las
hembras, de ahí que les dijera que eres
mi dueña. Así es como entienden el
mundo. Y, por suerte para nosotros, los
machos no son tan agresivos como las
hembras.
—¿De verdad?
Lo vio asentir con la cabeza.
—Como no hay ninguna hembra
presente,
creo
que
estamos
relativamente a salvo. A diferencia de
las hembras, un caronte solo ataca
cuando se lo ordenan o cuando se siente
amenazado. —Esbozó una sonrisa
torcida—. Por cierto, no los amenaces.
Por muy bueno que yo sea luchando,
ahora mismo estoy en desventaja
numérica.
—Tranquilo. No voy a entrar en su
refugio para humillarlos.
—¿Dónde está tu katika? —preguntó
Xypher a Xedrix mientras la soltaba.
Xedrix cruzó los brazos por delante
del pecho.
—No tenemos.
—¿Ha muerto?
El caronte meneó la cabeza.
—Somos dikomai.
—Guerreros —le susurró Xypher al
oído para que ella lo entendiera.
—Hace unos años humanos, nuestra
katika fue atacada. Un dios… griego —
dijo, tras una pausa para pronunciar la
palabra como si fuera lo más asqueroso
que pudiera imaginar— quiso liberarla
de su cautiverio. Nos envió para
proteger a su hijo y para luchar contra
los griegos que querían hacerle daño.
Vinimos y luchamos. Muchos de los
nuestros murieron, pero antes de que
pudiéramos regresar a casa el portal se
cerró, dejándonos aislados en este
plano.
Tyris puso cara de asco.
—Y ahora los gallu nos atacan.
Ojalá todos acaben incinerados en las
brasas del culo de un dragón.
—Qué bonito —murmuró Simone,
aunque reconocía que la imagen decía
mucho del amor que se profesaban…
—¿Por qué os atacan? —preguntó
Xypher.
Los carontes se negaron a contestar.
Xypher meneó la cabeza. Sabían la
respuesta, pero se negaban a compartirla
con él. Genial. Simplemente genial.
—A ver si así es más fácil. ¿Qué
tenéis en vuestro poder que ellos
quieren arrebataros?
Los carontes se acercaron hasta
ponerse codo con codo y cruzaron los
brazos por delante del pecho, formando
un muro que apestaba a machismo puro y
duro.
Simone meneó la cabeza al verlo.
—¿Es cosa mía o aquí hay un
subidón de testosterona?
Xypher hizo una mueca.
—¿Cómo dices?
Extendió un brazo antes de
explicarse.
—Míralos. Listos para luchar hasta
la muerte en lugar de responder una
pregunta muy sencillita. No sé, pero solo
se me ocurre un motivo por el que los
hombres, sobre todo si viven en una
sociedad matriarcal, estén dispuestos a
entregar sus vidas con tal de no revelar
nada.
—¿Y cuál es el motivo?
—Una mujer.
Xypher
guardó
silencio
al
comprender que estaba en lo cierto.
Sería el único motivo por que los
carontes darían su vida. Para protegerla.
Pero ¿quién era?
—¿Dónde está la hembra? —
preguntó.
Xedrix se adelantó y los miró a
ambos echando chispas por los ojos.
—¡Fuera!
—No pasa nada, Xedrix —dijo una
voz suave, serena y melodiosa—. No les
tengo miedo.
Los carontes se separaron poco a
poco para dejar pasar a una figura
diminuta.
Simone jadeó cuando la tuvo
delante. Era preciosa y parecía muy
frágil. Llevaba vaqueros y un anchísimo
jersey verde. Era su nueva vecina, la
que se había mudado hacía poco tiempo.
Como mucho, mediría un metro
cincuenta, y guardaba un gran parecido
con las muñecas de porcelana de Liza.
Su piel y sus labios eran tan pálidos que
parecían translúcidos. Tenía el pelo
largo, de color blanco con reflejos
plateados, y lo llevaba suelto de modo
que flotaba en torno a un cuerpo
pequeño pero muy curvilíneo. Lo más
colorido de su persona eran los ojos, de
un gris plateado brillante, rodeados por
unas espesas pestañas negras como el
azabache.
Parecía inofensiva y era guapísima.
Sin embargo, los recién descubiertos
poderes demoníacos de Simone
percibieron que, por muy frágil que
fuera su apariencia, esa mujer era letal.
Era la dimme.
—Soy Kerryna.
Xypher se colocó entre ella y la
dimme.
—Los gallu y los caronte son
enemigos mortales. ¿Por qué te
protegen?
Kerryna ofreció la mano a Xedrix,
que la tomó y se la colocó sobre el
corazón mientras se arrodillaba frente a
ella.
Simone sintió una oleada de ternura
al darse cuenta de que estaban
enamorados.
Aunque eso no cambiaba el hecho de
que Kerryna hubiera matado a Gloria y a
los demás…
—No, yo no he sido.
Las palabras de la dimme,
pronunciadas con una voz muy delicada,
la hicieron parpadear.
—¿Cómo has dicho?
—Yo no maté a Gloria. Solo he
matado a dos hombres desde que escapé
de mi prisión, y te aseguro que los dos
se merecían lo que les pasó. Tú también
habrías acabado con ellos.
Xypher meneó la cabeza con
incredulidad.
—No entiendo nada. Yo estaba
presente el día en que huiste de la
caverna de Nevada.
Kerryna asintió con la cabeza.
—Me acuerdo de ti. Y del dios Sin y
de su mujer, Katra. El otro dios, Zakar,
me persiguió sin tregua durante días
hasta que por fin lo despisté y pude
esconderme. Es una bestia tenaz. Fue
muy duro. Este mundo me resultaba
desconocido, igual que su gente y sus
lenguas.
Xypher lo entendía. A él todavía se
le escapaban muchos aspectos a pesar
de contar con los poderes de un
semidiós, y aunque ya había estado en
ese plano y en esa época para ayudar a
Sin y a Katra.
—¿Por qué has venido a Nueva
Orleans?
Kerryna señaló a Simone con la
barbilla.
—Somos primas. Su padre era
hermano de mi padre. Mi naturaleza me
obliga a buscar a los míos, pero cuando
la encontré supe que no estaba
preparada para aceptar lo que era ni
tampoco para aceptarme a mí. Sus
poderes estaban sellados. Su olor,
oculto. Se creía humana, y pensé que era
mejor que siguiera engañándose.
—No sé —dijo Simone, que salió de
detrás de Xypher para acercarse a la
dimme—, para ser una asesina
indiscriminada me parece bastante
lúcida y razonable.
Kerryna sonrió.
—El miedo hizo que nos encerraran
a mis hermanas y a mí a la primera de
cambio. Fue todo tan rápido que nadie
se molestó en averiguar nada sobre
nosotras. Aunque nacimos de los gallu,
no somos como ellos. La diosa Ishtar
nos concedió el don de la compasión y
la comprensión. Creo que sabía lo que
iba a pasar y quería asegurarse de que
no destruíamos el mundo tal como
nuestro creador ansiaba. Aunque, dicho
esto, tengo que reconocer que no sé qué
pasaría si todas quedáramos libres. Dos
de mis hermanas no son tan compasivas
ni tan razonables. Su objetivo
primordial es saciar su sed de sangre.
Xedrix se incorporó y le pasó un
brazo por los hombros en actitud
protectora. Kerryna levantó una mano y
le acarició el antebrazo de forma
cariñosa. El caronte, que se colocó tras
ella,
siguió
mirándolos
con
desconfianza.
—Los gallu quieren llevársela para
utilizarla. Y no voy a permitirlo.
La dimme se apoyó en él.
—Matan para obligarme a salir.
Simone suspiró.
—En fin, cuantas más cosas
descubro de los gallu, menos me gustan
y más aborrezco estar genéticamente
ligada a ellos.
Kerryna asintió con la cabeza.
—Los machos a veces son difíciles
de tratar. A diferencia de los carontes,
son dominantes y crueles. Para ellos, las
mujeres solo sirven para procrear o
como fuente de alimento.
Simone miró por encima del hombro
a Xypher con gesto elocuente, aunque él
no pareció inmutarse.
—No puedo evitar parecerme a
ellos. Nadie escapa a su naturaleza.
Pero tienes que reconocer que yo presto
atención de vez en cuando.
Era cierto. A veces se podía razonar
con él, lo que lo hacía casi tolerable.
—Bueno —dijo ella con una sonrisa
—, ¿qué vamos a hacerle? Al fin y al
cabo eres un dios.
El único indicio de que el
comentario le había hecho gracia fue su
mirada, que se suavizó un poco. Aunque
no lo culpaba. Rodeados como estaban
por una horda de demonios guerreros,
posiblemente fuera mejor no mostrar
ninguna señal de buen humor.
Y esa reflexión le recordó lo
importante que era todo aquello.
—Vale, así que los gallu andan por
ahí matando inocentes… y demonios.
¿Cómo los detenemos?
Xedrix le acarició el pelo a Kerryna
con la mejilla.
—Hemos intentado encontrar una
solución, pero no se nos ocurre nada.
Mientras sigamos ocultando a Kerryna,
se niegan a pactar una tregua.
—No volveré con ellos. Son todos
unos cerdos. —Miró a Xypher y se
sonrojó, aumentando así su belleza—.
Sin ánimo de ofender.
—No
pasa
nada.
Estoy
acostumbrado a los insultos —replicó él
al tiempo que miraba a Simone.
—Yo no te insulto… mucho —
protestó ella.
Xypher no dijo nada, se limitó a
mirar a Xedrix con los ojos
entrecerrados.
—No sé, se me acaba de ocurrir que
podríais abrir una madriguera que nos
llevara a Kalosis.
Xedrix negó con la cabeza.
—Lo hemos intentado. Por algún
motivo desconocido, no podemos
hacerlo.
Xypher chasqueó la lengua.
—Estás mintiendo, Xedrix. Lo
huelo.
—Nos negamos a volver —confesó
Tyris con voz furiosa mientras se
adelantaba—. Allí éramos esclavos.
Xedrix era la mascota de la Destructora.
Lo trataba como si fuera imbécil. No
pienso volver a ponerme a su merced.
Fue un milagro de los dioses que
pudiéramos escapar. Mejor morir aquí,
en libertad, a volver a ser lo que fuimos.
Simone miró a Xypher con el ceño
fruncido.
—¿La Destructora?
—Una antigua diosa atlante llamada
Apolimia. Su marido la encerró en
Kalosis hace once mil años.
La respuesta la llevó a preguntarse
qué habría hecho la diosa para merecer
semejante castigo.
—Qué bien, y tú quieres hacerle una
visita, ¿a que sí?
—No. Lo que quiero es matar a
Satara.
Al mencionar ese nombre, la mitad
de los carontes presentes resoplaron
asqueados y la otra mitad estalló en
gritos.
—¡Muerte a la zorra!
—¡Que se la coma la Destructora!
—¡Vamos a rajarles el pescuezo a
las dos!
Tanto rencor dejó a Simone
impresionada. Parecía que Satara y la
Destructora necesitaban apuntarse a
algún cursillo para hacer amigos y
agradar a la gente… o más bien a los
demonios.
—¡Vaya! Creo que Kalosis podría
hacerle la competencia a Disneyland.
Me apunto al siguiente viaje.
—Te apuntaría, pero parece que
conseguir entrada para Kalosis es más
difícil que comprar una para un
concierto de Hannah Montana.
Simone se echó a reír.
—Genial. Un chiste muy actual.
—Dale las gracias a Jesse. Está
colado por Hannah. —Xypher miró a
Xedrix a los ojos—. ¿Qué va a costarme
convenceros de que abráis un portal?
—No hay nada que pueda
convencernos.
Xypher miró a Kerryna, y Simone
supo exactamente lo que estaba
pensando.
Xedrix colocó a la dimme a su
espalda y se tensó.
—No te preocupes —dijo Xypher
—. No estaba pensando en eso. Nunca
amenazaría a tu mujer. Estaba
analizando lo equivocado que he estado
en lo referente a ella.
Simone arqueó una ceja.
—¿Ah, sí?
Su expresión reflejó lo ofendido que
se sentía por la pregunta.
—¿Tú también?
—Lo siento. Tienes razón, no
debería haber dudado de ti. Pero es que
tu forma de mirarla… En mi defensa
diré que me ha puesto los pelos de
punta.
Xypher torció el gesto antes de
volver a mirar al caronte.
—Sé que tiene que haber alguna
forma de que nos ayudemos mutuamente.
Piénsalo bien. Necesito entrar en
Kalosis. —Hizo de nuevo el gesto de
unir las manos y llevárselas a la frente
—. Pieryol akati.
Xedrix inclinó la cabeza y repitió
las palabras.
Xypher instó a Simone a volver
hacia la puerta, pero no habían dado ni
dos pasos cuando Kerryna los detuvo.
—Somos familia —dijo en voz baja
a Simone al tiempo que se quitaba el
colgante que llevaba al cuello, una
piedrecita roja, y se lo entregaba—. Si
me necesitas, aprieta el cristal en la
mano y pronuncia mi nombre. Acudiré
de inmediato.
—Gracias.
Kerryna le dio un fuerte abrazo.
—Guardas mucha fuerza en tu
interior, Simone. Nuestro linaje era uno
de los más poderosos entre los gallu.
Tenlo siempre presente.
—Lo haré.
Kerryna le dio unas palmaditas en la
mano.
—Intentaré convencer a Xedrix —
dijo a Xypher—. Si de verdad ansías
vengarte, buscaré el modo de que lo
hagas.
Y con eso se alejó de ellos y volvió
junto al caronte.
Simone se volvió hacia Xypher.
—Menudo día, y todavía no ha
acabado. Me da miedo pensar en lo
puede llegar a pasar. ¿Tú qué crees?
—En mi opinión, todo el tiempo que
pase lejos de los látigos de púas merece
la pena.
El tono áspero de su voz y el
recordatorio de la existencia que había
dejado atrás hicieron que a ella se le
encogiera el corazón. Si Xedrix se
quejaba del mundo que había
abandonado,
debería
darse
una
vueltecita por el de Xypher.
—¿De verdad tienes que volver?
—Si creyera que existe el modo de
librarme, te juro que lo intentaría. Pero
ya he sido sentenciado. Además, no se
puede huir de un dios.
—¿Y si yo hablara con Hades?
Xypher se echó a reír.
—No te escucharía. Lo único que
podemos hacer es aprovechar el tiempo
del que dispongo para intentar alejar a
los gallu, así estarás segura cuando me
vaya.
«Cuando me vaya.»
Esas palabras la desgarraron y le
provocaron un dolor tan intenso que la
dejó sin aliento. ¿Cómo era posible que
Xypher se hubiera convertido en una
parte tan importante de su vida en tan
poco tiempo?
Sin embargo, no podía negar sus
sentimientos. No quería que se
marchara. Nunca.
«No pienses en eso», se dijo.
Encontraría una solución. Una forma
de arreglar las cosas sin que Xypher
tuviera que renunciar a su libertad. Tenía
que hacerlo.
La alternativa era totalmente
inaceptable.
14
Simone suspendió la clase que tenía por
la tarde. Entre sus poderes que seguían
llevándola de cabeza, el follón de los
ataques de los demonios y los repentinos
cambios de su cuerpo que seguía sin
controlar, había llegado a la conclusión
de que sería lo más seguro para sus
estudiantes. Lo único que le faltaba era
que sus alumnos vieran que los ojos de
su profesora se volvían rojos.
O, peor todavía, que un gallu se
comiera a alguno de ellos. El rectorado
no se lo tomaría muy bien…
Y el pobre estudiante tampoco.
Mientras tanto, estaba aprendiendo
algunas cosillas sobre sus nuevos
poderes. Xypher había apartado los
muebles del salón para poder enseñarle
algunos movimientos con los que darles
una buena paliza a los gallu. Su
preferido hasta el momento era
asqueroso, pero muy efectivo.
Escupitajos de ácido.
Se frotó la nuca con la vista clavada
en el vaso metálico que acababa de
destruir.
—Me siento como una alienígena de
una película de ciencia ficción.
Xypher se la comió con los ojos
antes de pegarse a su espalda y
susurrarle al oído:
—Por suerte, estás mucho más
buena.
Sonrió al escuchar el cumplido,
excitada por sus caricias.
—¡Tíoooo! —exclamó Jesse, que
entró patinando en la habitación—.
Habéis movido los muebles. ¡Genial!
Antes de que Simone pudiera
replicar, comenzó a sonar «Should I stay
o should I go» de los Clash.
—Jesse…
El aludido empezó a mover los
brazos como si fuera un pollo.
—Vamos, Sim. Son los Clash.
Tienes que menear el esqueleto. —La
cogió de la mano y la hizo girar.
Simone soltó una carcajada, meneó
la cabeza y se unió al baile, ejecutando
unos pasos que solían hacer cuando no
había nadie más presente.
Gloria soltó un chillido antes de
unirse a la fiesta.
Xypher retrocedió un paso para
observarlos con el ceño fruncido. Jamás
había visto nada más raro. Pasaron del
baile en línea a hacer el baile del robot,
y luego empezaron a bailar algo que
parecía un twist… como si estuvieran
dislocados. Después siguieron con un
bailecito country y acabaron con «I
wanna be a cowboy» de los Boys don’t
cry.
Jesse le apuntó con un dedo y
después con otro, fingiendo dispararle
mientras cantaba la canción.
—Estáis como cabras —dijo Xypher
al tiempo que se rascaba la barbilla.
Simone soltó una carcajada.
—Vamos, Ted —dijo, llamándolo
por el nombre del vaquero de la canción
—. Baila con nosotros.
—No he bailado ni una sola vez en
toda mi larguísima vida.
—Y yo no había escuchado los
latidos de otra persona a un metro de
distancia hasta hoy. —Lo cogió del
brazo y lo obligó a unirse al grupo—.
Baila conmigo, Xypher. Nadie se reirá
de ti. En serio, si no nos reímos de Jesse
por ser un pato mareado, no nos
reiremos de ti en la vida.
Se sintió muy ridículo durante diez
segundos. Sin embargo, ver que Simone
se movía a su ritmo mientras lo miraba
con esa expresión tan radiante le hizo
olvidar que posiblemente estuviera
haciendo el payaso.
La siguiente canción fue la de
«Better be good to me», de Tina Turner.
—¡El baile del mono! —gritó Jesse.
Xypher miró sin comprender a
Gloria, que estaba tan perdida como él.
Simone se colocó a su lado y le
enseñó a levantar una mano de forma
alterna al ritmo de la música.
—Y ahora mueve el trasero como un
mono… Es el baile del mono.
Xypher soltó una carcajada y, por
primera vez en su vida, no había
amargura ni desdén en su risa. Fue real,
una carcajada ronca y sincera que le
sentó de maravilla. ¡Por todos los
dioses, se estaba divirtiendo! Se lo
estaba pasando en grande.
Nunca había hecho nada semejante.
Así que eso era lo que se sentía al
pasárselo bien. Con razón a la gente le
gustaba. Divertirse era genial.
Los minutos y las canciones se
sucedieron mientras ellos se limitaban a
disfrutar juntos, a hacer el tonto. Simone
dio unas cuantas vueltas, riéndose a
carcajadas, antes de dejarse caer en el
sofá.
—Dios, me estoy haciendo vieja. Ya
no aguanto más.
Jesse y Gloria siguieron bailando,
pero Xypher se sentó a su lado.
—¿Estás bien?
Soltó una carcajada.
—Acalorada y sudorosa. ¿Y tú?
—Lo mismo. ¿Hacéis esto muy a
menudo?
Sonrió mientras observaba a Jesse y
a Gloria bailar juntos.
—Una vez a la semana. Pero sin
apartar los muebles.
Xypher le quitó un mechón de
cabello de la cara, pero en cuanto la
tocó supo que había cometido un terrible
error, porque lo asaltó una oleada de
deseo.
La intensidad de la repentina
emoción le arrancó un gruñido mientras
se inclinaba hacia ella para besarla.
Simone gimió al saborear a Xypher.
Se le desbocó el corazón mientras le
enterraba los dedos en el pelo y
disfrutaba del roce de sus oscuros
mechones. La aspereza de su mentón
avivó su deseo. Cerró los ojos y se
imaginó a ambos en la cama…
desnudos.
Nada más imaginarlo, se encontró en
la cama con él, completamente desnuda.
—¡Madre del amor hermoso! —
exclamó, apartándose de Xypher. Estaba
un poco mareada.
Xypher soltó una carcajada y la miró
con picardía.
—Me encanta que no sepas controlar
tus poderes. Mientras no nos
teletransportes desnudos a un sitio
donde haya gente, me parece perfecto.
—No puedo creer que haya hecho
algo así —chilló indignada al tiempo
que se tapaba con la sábana.
—No tienes que avergonzarte de
nada —la tranquilizó él, que se acercó
para darle un mordisquito en los labios.
Simone no sabía qué hacer. Una
parte de ella quería salir corriendo de
allí, pero otra parte se moría de ganas
de hacerlo. Ya habían pasado muchas
cosas juntos. Y, además, Xypher se
había colado en su corazón y en su vida
como ningún otro hombre lo había hecho
nunca.
Le sonrió y le colocó la mano en la
áspera mejilla. Esos ojos azules eran tan
seductores… La miraban con deseo y
pasión, pero sin forzarla. Estaba
esperando para ver si ella lo aceptaba.
Eso echó por tierra su resistencia.
Se lanzó a sus brazos y lo besó.
Xypher se estremeció, aliviado por
su reacción. Simone lo había aceptado.
Incapaz de soportar su asalto, la
besó con ferocidad al tiempo que se
tumbaba de espaldas para dejarla sobre
él. Siseó al sentir sus pechos contra su
torso desnudo. Al notar sus piernas
desnudas contra las suyas.
—Oye, Sim, ¿qué…? —La frase
acabó en un chillido, más propio de una
niña pequeña que de un adolescente.
Jesse se fue tal cual había llegado:
atravesando la pared.
—¡La próxima vez, llama a la
puerta! —le gritó Xypher.
Jesse dijo algo, pero la música les
impidió oírlo.
Simone no dejó que el episodio la
afectara. Ya hablaría con Jesse después.
En ese preciso instante solo quería estar
con Xypher. Había algo en él que la
hipnotizaba.
—Eres preciosa —susurró él con
voz ronca después de hacerla girar para
colocarse sobre ella.
Le mordisqueó los labios antes de
enterrarle la cara en el cuello. Desde
allí bajó hasta sus pechos, dejando un
ardiente reguero de besos a su paso.
Ella arqueó la espalda y lo abrazó
con fuerza, encantada al sentir el
movimiento de los músculos de su
espalda bajo sus manos. Su boca la
estaba volviendo loca. Igual que el olor
de su cuerpo, tan masculino y agradable.
Antes de seguir con su descenso,
Xypher la miró a los ojos y después se
trasladó hasta su vientre y un poco más
allá. Se tomó su tiempo para saborearla
mientras acariciaba aquella delicada
zona de su cuerpo con la mano derecha.
Simone jadeó y se estremeció. Su
respuesta arrancó a Xypher una sonrisa
y siguió acariciándola, encantado al
descubrirla tan mojada. La simple idea
de poseerla hizo que su cuerpo estallara
en llamas. Sin embargo, no quería
acelerar las cosas.
Quería saborearla.
Con esa idea en mente le separó las
piernas antes de sustituir los dedos por
la lengua.
Simone gimió de placer y le enterró
la mano en el pelo. Esa lengua estaba
obrando maravillas. No entendía el
motivo, pero lo que estaban haciendo
iba más allá del sexo. El hecho de estar
haciéndolo con él…
Lo necesitaba. Era como si Xypher
la afectara más allá del plano físico. Le
llegaba al corazón. Al alma. Y quería
que él sintiera lo mismo.
Xypher se apartó de Simone tras
acariciarla con la nariz para dejar que
su olor lo inundara. Apretó los dientes,
apoyó la cabeza en el abdomen de ella y
se limitó a disfrutar de las caricias de
sus dedos en el pelo. Era muy dulce con
él. Muy tierna. Nunca había imaginado
que algún día volvería a tocar a una
mujer de esa manera. Ni tampoco que
una mujer lo tocara así.
Superaba en mucho a cualquiera de
sus sueños. Porque en ese instante, en
esa cama, podía fingir que pertenecía a
otra persona. Que era importante para
otra persona. Resultaba algo pueril, sí.
En realidad no eran más que dos
desconocidos. Jesse representaba su
familia, no él. En cuestión de semanas
desaparecería y ella seguiría con su vida
mientras él volvía al infierno.
Sin embargo, en ese instante, estaba
con ella en su cama.
—¿Me echarás de menos? —Nada
más preguntarlo, deseó tragarse sus
palabras.
—Claro que te echaré de menos,
Xypher. No quiero que te vayas.
Esas palabras se le grabaron a fuego
en el corazón. ¿Lo decía en serio?
Quería creerla. Sin embargo Satara le
había jurado lo mismo.
Incluso le había dicho que lo quería.
¿Cómo pudo jugar con él de esa
manera? Aunque Simone no parecía de
esas que mentían sobre sus sentimientos.
Su risa era sincera. Vivía la vida al
máximo.
Tocarla era como tocar el sol. Era
cálida, brillante… Era un bálsamo para
él.
Se colocó sobre ella para mirarla a
los ojos. Podría pasarse toda la
eternidad mirándolos. Se frotó contra su
cuerpo y la penetró mientras le daba un
beso en la punta de la nariz.
La maravillosa sensación de estar en
su interior le arrancó un gemido de
placer. Se mordió el labio y se hundió
en ella hasta el fondo sin apartar la vista
de esos ojos que lo miraban con ternura.
Y en ese preciso momento descubrió
una verdad innegable: había vendido su
alma por la razón equivocada.
Debería haberla vendido por el
amor de Simone. Por formar parte de su
mundo para toda la eternidad…
Era muy injusto que la conociera
precisamente
cuando
su
única
alternativa era marcharse. Lo recorrió
un escalofrío al pensarlo. Unió sus
mejillas y se dejó llevar por los jadeos
que se le escapaban mientras aumentaba
el ritmo de sus embestidas.
Simone estrechó a Xypher y dejó
que su fuerza la transportara al placer
más sublime que existía. ¿Quién iba a
imaginarse que un demonio pudiera ser
tan tierno? Pero así era. La abrazaba
como si fuera muy valiosa para él.
Como si temiera que pudiera romperse.
Sin embargo, la única parte de su
cuerpo que corría peligro era su
corazón. Había perdido a todas las
personas que le habían importado en la
vida.
Solo Jesse se había quedado
siempre a su lado. Y en ese momento iba
a perder a Xypher. No era justo.
Gimió cuando Xypher se hundió tan
dentro de ella que le llegó al alma.
Levantó las caderas para que la
penetrara todavía más, hasta que sintió
que llegaba al orgasmo.
Y se corrió con un grito.
Xypher soltó una carcajada triunfal y
aceleró el ritmo de sus movimientos.
Cuando se corrió, rugió como un animal
salvaje sometido por un instante.
Simone lo acunó contra su cuerpo en
la oscuridad, atenta a su respiración
acelerada junto al oído.
—No voy a dejar que te vayas sin
pelear por ti, Xypher. Hades no te
recuperará. No se lo permitiré.
Esas palabras se le clavaron en el
corazón y lograron que diera un
respingo. El hecho de que las hubiera
pronunciado significaba muchísimo para
él. Aunque sabía por experiencia que no
debía hacer mucho caso a las cosas que
se decían en esos momentos tan íntimos.
Porque casi siempre eran palabras
huecas.
Además, era muy fácil hablar. Lo
difícil era actuar. La gente siempre tenía
buenas intenciones al principio, pero en
cuanto la cosa se torcía o se complicaba
más de la cuenta, tiraba la toalla. No
había razón para que Simone fuera
diferente de todos los demás.
No merecía la pena luchar por él. A
su lado no había futuro que compartir.
Aunque era bonito fingir que la
creía. Que la creía cuando aseguraba
que iba a luchar por él, que no iba a
arrojarlo en brazos de sus enemigos…
—¿Xypher?
—¿Qué? —repuso al tiempo que se
apartaba de ella y se colocaba de
costado en el colchón para abrazarla.
—¿Amabas a Satara?
—Eso creía, pero me di cuenta
demasiado tarde de que no sé qué es el
amor. Al fin y al cabo, es una emoción
humana.
—Mi padre lo conoció.
—Era una excepción, al igual que tu
madre.
Simone levantó la cabeza para
mirarlo.
—No crees en el amor, ¿verdad?
—Creo que existe, pero no para mí.
La oyó suspirar antes de que se
volviera a apoyar contra su pecho.
—¿Qué pasó para que odies tanto a
Satara?
La pregunta le provocó un dolor
desgarrador, de modo que guardó
silencio y le enterró la mano en el pelo.
Jamás le había contado a nadie lo
sucedido, pero allí, en la cama con
Simone, la verdad salió a luz antes de
que pudiera morderse la lengua.
—Hice un trato con Jaden para
aceptar el castigo en su lugar.
—¿¡Cómo!?
Soltó un suspiro cansado.
—La enseñé a entrar en los sueños
de las personas y le permití usar mis
poderes para manipularlas.
—¿Por qué lo hiciste?
—Por el mismo motivo por el que tú
bailas con Jesse. Los sueños son el
único lugar donde tengo emociones.
Cada vez que Satara se reunía en el
plano onírico conmigo, me sentía como
un hombre. Creía que la quería. Y en
aquella época habría hecho cualquier
cosa por verla feliz.
—Pero no la querías, ¿verdad?
Simone deslizó los dedos por su
pelo y extendió los mechones sobre su
torso. El delicado roce le hizo
cosquillas, una sensación que le resultó
maravillosa.
—No. Y ella tampoco me quería,
por mucho que afirmara lo contrario. Me
estaba utilizando, se aprovechaba de mis
poderes para atacar a la gente y
torturarla mientras estaba indefensa en
sus sueños.
A Simone se le cayó el alma a los
pies al escucharlo.
—¿De qué estás hablando?
—Es la maldición de los skoti. Si
frecuentamos en exceso los sueños de
una persona, acabamos agotándola,
matándola o volviéndola loca. Satara
estaba usando mis poderes para asesinar
a todo aquel que le caía mal.
Xypher inspiró hondo al recordar
aquel horrible día. Satara iba vestida de
rojo, y su larga melena rubia flotaba a su
alrededor otorgándole el aspecto de un
ángel mientras corría hacia él para
arrojarse a sus brazos.
—Xypher, ayúdame, por favor… —
Las lágrimas brillaban en sus ojos.
Nunca antes la había visto llorar.
—¿Qué pasa?
—Zeus y Hades van a matarme.
Tienes que impedirlo.
—¿Por qué van a matarte?
—Por los sueños que me has
enseñado a crear. Dicen… dicen que
estaba haciendo algo malo, pero maté a
gente que se lo merecía. Me crees,
¿verdad?
—Claro que sí.
La sonrisa que le regaló fue su
perdición.
—Por favor, no me dejes morir. Te
quiero. Siempre te querré.
¡Por todos los dioses, qué tonto fue!
Simone tragó saliva. Tenía un nudo
en el estómago. Sabía lo que Xypher
había hecho.
—Invocaste a Jaden.
Él asintió con la cabeza.
—Le entregué mi alma a cambio de
que los otros dioses creyeran que fui yo
quien torturó a los humanos. Satara me
había prometido que cuando me mataran,
me llevaría semillas del jardín de la
Destructora al Tártaro para que me las
comiera.
Frunció el ceño, incapaz de
comprender lo que eso significaba.
—¿Por qué querías comértelas?
—Para que me destruyeran por
completo. Para que acabaran con todas
las facetas de mi existencia.
Su horrible respuesta le arrancó un
jadeo.
—¿Por qué?
Xypher le cogió la mano y se la pasó
por las cicatrices que le cubrían el
torso.
—No quería sufrir durante toda la
eternidad por algo que no había hecho.
Estaba dispuesto a morir por ella y
quería que me ayudara a no sufrir
eternamente.
La asaltó una oleada de compasión.
—No cumplió su parte del trato.
—No. En vez de llevarme semillas
se presentó en el Tártaro para reírse de
mí por ser tan imbécil. —Se le pusieron
los ojos rojos—. Durante un tiempo
incluso los ayudó a torturarme y yo la
miraba con tantas ganas de matarla que
casi saboreaba su sangre.
Simone se llevó una mano a la boca,
asqueada por todo lo que estaba
escuchando.
—¿Cómo fue capaz de hacer algo
así?
—Es una zorra desalmada. Así que
ya sabes por qué no puedo regresar al
infierno sin llevármela por delante. No
soy el único hombre al que ha jodido,
pero te juro por los dioses del Olimpo
que voy ser el último.
Sí, por fin lo entendía, pero
entenderlo no cambiaba el hecho de que
no quería que le hicieran daño. O, peor
todavía, que lo mataran.
—Yo jamás te traicionaría de esa
manera.
La mirada de Xypher se suavizó,
pero en el fondo de sus ojos la duda
siguió presente. Y eso la desgarró.
¿Qué podía hacer para ganarse la
confianza de un hombre al que habían
traicionado de esa forma tan cruel?
Apoyó la cabeza sobre las horribles
cicatrices que tenía en el pecho y le
cogió
una
mano.
Conseguiría
demostrárselo de alguna manera. Ya no
tendría que pelear solo nunca más.
—Satara tiene que pagar por lo que
hizo.
¿Cómo era capaz una persona de
revolverse contra alguien que había
dado tanto por ella? Era la peor de las
crueldades.
—Lo pagará, puedes estar segura.
Aunque tenga que sacarla a rastras de
Kalosis.
Simone meneó la cabeza.
—Tan optimista como siempre, di
que sí.
—En fin, podría ser peor.
—¿Cómo?
—Pues ahora mismo no se me ocurre
nada. Pero es un dicho humano que me
pareció apropiado para la situación.
Soltó una carcajada, pero la risa
desapareció nada más ver el tatuaje que
le cubría el brazo.
—¿Qué es esto? —le preguntó al
tiempo que lo acariciaba con los dedos.
Xypher cubrió su mano con la suya.
—Es un recordatorio de los motivos
por los que debo vengarme de Satara y
también de los motivos por los que no
puedo renunciar a mi objetivo, aunque
me sienta tentado de hacerlo.
Simone le dio un apretón en el
brazo, sobre el tatuaje. Qué triste que se
lo hubiera puesto allí precisamente.
Ojalá hubiera alguna manera de borrar
esas palabras y reemplazarlas con algo
mucho más tierno.
Stryker se detuvo al ver a su hermana
escribiendo en su escritorio.
—¿Qué haces?
Satara dio un respingo antes de
ocultar la hoja de papel debajo de un
libro.
—Escribiendo una carta.
—¿A quién?
—Es personal. —Se levantó y se
acercó a él—. Tengo buenas noticias.
Los gallu han encontrado a la dimme.
Enarcó una ceja, interesado.
—¿En serio?
La vio asentir con la cabeza.
—Una dimme podría acabar con la
Destructora, ¿no?
En teoría…
—La necesitamos.
—Más concretamente, eres tú quien
la necesitas —lo corrigió Satara con una
sonrisa perversa—. Pero tenemos un
problemilla.
—¿Cuál?
—¿Recuerdas que Dioniso estuvo a
punto de abrir el portal de Kalosis y
Apolimia mandó a sus demonios
carontes para evitarlo?
Claro que se acordaba. Apolimia
había pillado un rebote impresionante
aquel día.
—Los mandó para evitar que
Aquerón muriera, pero sí, me acuerdo.
¿Qué tiene eso que ver?
—No murieron todos los carontes.
Al parecer, un número considerable
sobrevivió, y ahora están protegiendo a
nuestra dimme.
Las noticias lo dejaron sin habla.
—¿Los carontes están protegiendo a
una dimme? ¿Es que se está acabando el
mundo y no me ha llegado la circular o
qué? ¿Qué coño ha pasado?
—No lo tengo muy claro. Pero… —
comenzó e hizo una pausa al tiempo que
le lanzaba una mirada elocuente—, si
alguien me dejara a unos cuantos de sus
spati, es posible que pudiera echarle el
guante a la dimme. Después podríamos
usarla para solucionar mi problema, o
sea, Xypher, y el tuyo, o sea, la
Destructora. ¿Qué te parece?
Parecía una buena idea, pero
también resultaba peligrosa. Aunque sus
spati estaban bien adiestrados y eran
unos asesinos de primera, lo mismo
podía decirse de los demonios carontes.
Lo último que quería era diezmar sus
propias filas. Claro que merecía la pena
sacrificar a los suyos con tal de matar a
Apolimia y de hacerse con sus poderes.
—Muy bien, hermanita. Tendrás a
tus spati. Pero recuerda que si fracasas,
la culpa recaerá sobre ti. Yo no sé nada
de tu plan.
—No te preocupes, Stryker. No voy
a fracasar. Mañana se habrán acabado
todos nuestros problemas.
15
Xypher se despertó con una sensación
que nunca había experimentado. Estaba
en la cama con una mujer. Siguió tendido
en silencio y se limitó a disfrutar de su
contacto. Simone lo abrazaba por la
cintura, y uno de sus muslos descansaba
entre los suyos. El roce de su aliento le
hacía cosquillas, ya que tenía la mejilla
apoyada sobre su hombro.
Cerró los ojos para saborear su
cercanía al máximo. ¿Así se sentían los
humanos? ¿Los hombres se tomaban a la
ligera algo tan importante?
¿Cómo se atrevían? La confianza que
demostraba el hecho de quedarse
dormidos el uno junto al otro, de
despertarse sanos y salvos…
Era como estar en la gloria.
No, no era ese cúmulo de
circunstancias. Era cosa de Simone…
Con Simone se sentía en la gloria.
¿Por qué no había nacido humano?
En esa época y en esa ciudad para poder
estar con ella. El hecho de no poder
hacerlo era aún más cruel que las
torturas que había padecido en el
Tártaro. Quería colarse en el interior de
Simone y quedarse allí para siempre.
Sin embargo, no era su destino. Y
por más que soñara, no podría cambiar
el hecho de que cuando su tiempo en la
Tierra acabara, volvería al infierno,
donde sus recuerdos lo torturarían toda
la eternidad.
¿Cómo iba a soportar la separación?
Con el corazón en un puño, se apartó
de ella despacio para no hacerle daño.
Aunque no se despertó, Simone gimió y
movió un brazo… dándole un codazo en
la nariz.
—¡Ay! —exclamó al tiempo que se
frotaba la nariz y parpadeaba para
librarse de las lágrimas—. Esta me la
pagará —murmuró contra su piel.
Apartó las sábanas y contempló el
cuerpo desnudo. Sus pechos eran
turgentes y generosos, y sus pezones
tenían pequeñas arruguitas. Su mirada
siguió la generosa curva de sus caderas,
y se detuvo allí donde sus muslos se
separaban lo suficiente para que
comprobara que seguía húmeda. Era la
imagen más tentadora que había visto en
su vida.
Sin embargo, ella frunció el ceño y
volvió a cubrirse con la sábana antes de
dar media vuelta para acurrucarse otra
vez.
Se echó a reír. No podía decirse que
fuera muy comunicativa por las
mañanas. Y eso que le había dicho que
empezaba el día con determinación. Más
bien lo empezaba con un puchero.
Encantado con lo que veía, inclinó la
cabeza y le dio un mordisquito en el
pecho.
Simone se despertó al notar que
alguien la estaba lamiendo. La sensación
era tan maravillosa que estuvo a punto
de derretirse. Al abrir los ojos vio a
Xypher, mirándola con una intensidad
que le robó el aliento.
—¿Qué estás haciendo? —le
preguntó con tono juguetón.
—Lamiéndote —contestó él antes de
meterse un pezón en la boca—. No
puedo estar tan cerca de ti sin tocarte.
Además, estás en deuda conmigo por el
último golpe que me has dado.
—¿El último golpe?
—En la nariz. Me lo has dado
mientras dormías.
—No.
—Sí. Para ser más exactos, me has
dado un codazo.
Simone le apartó el pelo de los ojos
y le acarició la nariz.
—¡Ay, Dios mío! Ahora tendré que
darte un besito para que no te duela.
La miró con expresión maliciosa al
escucharla mientras gateaba sobre ella.
—Hay otro sitio que también me
duele mucho.
Ella miró hacia abajo y se percató
de su erección.
—Sí, te duele mucho porque es muy
grande.
Xypher la besó, emocionado por que
pudieran bromear sin asomo de malicia.
Le encantaba la novedad.
La gente le tenía miedo. Siempre
estaba cabreada con él.
Nadie se reía con él ni compartía
bromas.
Y en ese momento comprendió algo
asombroso.
La amaba.
En el fondo de su alma, en un lugar
donde nunca había mirado, ese amor
resplandecía con fuerza. Lo abrasaba y
se extendía por todo su ser, y lo instaba
a hacer cualquier cosa con tal de
mantenerla a salvo. El descubrimiento lo
animó.
Y lo aterró hasta lo más profundo de
su alma.
«¡No!», gritó para sus adentros con
todas sus fuerzas. No quería amar a
nadie. El amor era para los ilusos de
mente débil.
Se miró el brazo y leyó las palabras
que se había tatuado.
«Es una herramienta utilizada para
manipular y arruinar a cualquiera lo
bastante imbécil para sentirlo. No seas
idiota. El amor destruye.»
Le había entregado su amor a Satara
y ella se lo había tirado a la cara antes
de hacerle pagar su estupidez con
creces. Sin embargo, Satara nunca lo
había tratado como Simone. Con ella no
hubo risas. No hubo caricias delicadas.
No hubo sonrojos al amanecer ni besos
que llegaban al corazón.
Y junto al espanto de descubrir su
amor por Simone, llegó la certeza de
que nunca había amado a Satara. Había
ansiado el amor con tantas fuerzas que
había distorsionado el concepto para
adaptarlo a una relación donde no tenía
cabida.
En esa ocasión, el amor lo había
pillado desprevenido y le había dado de
lleno en la frente cuando menos se lo
esperaba. Porque todas esas emociones
habían sido una sorpresa, no un producto
de su deseo por experimentarlas.
Cuando arrojó a Simone a su coche
la noche en que la conoció, solo era un
peón para conseguir un fin.
En ese momento era su mundo.
Y no había nada que no fuera capaz
de hacer por ella. ¿Cómo había podido
pasar algo así? Sin embargo, estaba
claro. Él, el engendro del demonio
rechazado por todos, le había entregado
su corazón a una misafy humana…
Simone gimió al sentir el cambio en
las caricias de Xypher. La ternura, la
dulzura. Aunque también la renuencia.
Sin embargo, no perdió su maestría.
Una de sus manos vagó por su cuerpo,
haciéndola suspirar de placer.
Le cogió la mano y se la llevó a los
labios para besar los nudillos llenos de
cicatrices. Después se metió el pulgar en
la boca y se lo chupó con delicadeza.
Xypher giró con ella hasta dejarla
sobre su cuerpo. Con una sonrisa tierna,
Simone se sentó a horcajadas sobre sus
caderas y lo miró a los ojos.
Nunca había visto nada tan bonito ni
tan acogedor.
—Ámame, Simone.
—¿Cómo?
—Que me hagas el amor.
Ella asintió con la cabeza. Había
cierta angustia en aquellos ojos azules.
Algo que le dejó claro que ese momento
significaba mucho para él, que no solo
era un acto físico. Ansiosa por
demostrarle que nunca le haría daño, le
dio un delicado beso en los labios
mientras lo tomaba en su interior.
Xypher echó la cabeza hacia atrás
cuando Simone comenzó a moverse
despacio sobre él. Era una tortura
exquisita. Lenta y precisa. Tan intensa
que se estremeció, impotente.
Porque con esa mujer, con la
inocencia de sus encantos, estaba
perdido.
La luz del sol se reflejó sobre su
cuerpo, haciéndolo brillar. En ese
momento se inclinó sobre él para
acariciarle el pecho y el abdomen con el
pelo sin dejar de mover las caderas.
Se mordió el labio y se arqueó para
hundirse aún más en ella. Necesitaba
sentirla al máximo.
Simone sonrió, encantada por la
belleza del cuerpo de Xypher. Le pasó
una mano por el pecho, disfrutando de
sus músculos, de su piel morena. Era
imposible imaginarse una vida sin ver su
cara todos los días, como antes de
conocerlo. La mataría.
En un abrir y cerrar de ojos se había
acostumbrado a que fuera una parte
permanente de su existencia.
No quería que la dejara.
Por regla general, cuando alguien se
pasaba mucho tiempo a su lado acababa
sacándola de quicio. Le pasaba incluso
con Tate. Sin embargo, el caso de
Xypher era como el de Jesse. Aunque a
veces la ponía de los nervios, seguía
teniendo cierto encanto, de modo que no
le importaba en absoluto.
Xypher la miró con pasión y luego
hizo lo mismo que le había hecho ella:
se llevó su mano a la boca para
mordisqueársela.
«Qué labios más bonitos», pensó
Simone. Se inclinó de nuevo sobre él
para lamerle la barbilla, áspera por la
barba y muy masculina. Le encantaba la
aspereza de su piel.
Xypher la rodeó con sus brazos y
alzó las caderas para recibir cada uno
de sus movimientos.
El calor de su cuerpo y el roce de su
piel la llevaron al límite y, mirándolo a
los ojos, se dejó llevar por un orgasmo
cegador y glorioso.
Xypher soltó una ronca carcajada
mientras la observaba correrse, mientras
contemplaba la expresión de puro
deleite de su cara. Le encantaba sentirla
entre los brazos y ver cómo fruncía el
ceño cuando estaba al borde del clímax.
Y le encantaban sus gemidos de
satisfacción mientras su cuerpo se
estremecía sobre él.
Le enterró la cara en un hombro y
jadeó cuando por fin alcanzó su propio
orgasmo. Siguió hundido en ella
mientras se derramaba en su interior.
Cuando se desplomó sobre él, comenzó
a acariciarle la espalda, disfrutando del
roce de su aliento en uno de sus pezones.
—Así da gusto empezar el día.
—Pues sí —convino él, después de
darle un beso en la coronilla.
Simone soltó un suspiro de
satisfacción y se desperezó como si
fuera una gatita.
—Pero no quiero levantarme.
Quiero seguir aquí contigo y que me
abraces todo el día… ¿Crees que Jesse
querría sustituirme en la facultad?
Xypher chasqueó la lengua al
escucharla.
—Creo que sería muy entretenido
ver cómo lo intenta.
—Bueno, te pediría el favor a ti,
pero creo que eso echaría por tierra el
propósito de quedarme todo el día en la
cama. ¿Y si me jubilo antes y vivimos en
la calle? ¿Qué te parece?
—Vivir en la calle no funcionaría.
No tendríamos intimidad para hacer lo
que quiero hacer contigo.
Ella sonrió.
—Bien pensado.
En ese momento sonó el despertador.
El zumbido, muy desagradable, le
arrancó un gruñido.
—Estréllalo contra la pared. —
Extendió el brazo para hacerlo, pero
ella desvió su descarga.
—No te atrevas. Me encanta mi
despertador.
Él resopló.
—Coges cariño a las cosas más
absurdas.
Simone se apartó de él y rodó sobre
el colchón para apagar el despertador.
El comentario de Xypher era cierto.
Cogía cariño a las cosas más
absurdas… y él era, por descontado, lo
más absurdo que le había pasado nunca.
Lo vio bostezar cuando regresó a su
lado.
—¿Seguro que quieres ir a la
facultad? Ayer no avanzamos mucho.
Todavía no eres capaz de ocultar tus
poderes.
—Bueno, algún día tendré que
mezclarme con la gente normal. ¿Crees
que hoy me irá peor que ayer?
—¿Has aprendido a reconocer las
reacciones físicas de tu cuerpo cuando
se produce algún cambio? —le preguntó
él a su vez mientras le apartaba el pelo
de la cara.
—En el caso de los ojos, noto como
una quemazón por detrás.
—Entonces no creo que tengas
problemas. Cuando lo sientas, sabrás
que tienes que ocultarte tan pronto como
puedas. Si te pasa durante una clase,
diles que tienes un virus intestinal y que
tienes que ir corriendo al baño.
Ella hizo un mohín al escucharlo.
—Eso es muy vulgar.
—Bueno, pues ponte gafas de sol y
diles que tienes una infección ocular.
—Mmm, no es mala idea —repuso
ella, que comenzó a mordisquearle el
mentón para sentir su aspereza.
—Claro que las gafas no te servirán
de mucho cuando te salgan los cuernos,
o las alas, pero…
Simone chilló al pensarlo.
—¡Eso es mentira!
—Pues sí —reconoció él con una
sonrisa maliciosa—. Pero ha merecido
la pena solo por ver la cara que has
puesto.
Entre carcajadas, lo obligó a
tenderse de espaldas sobre la cama.
—Ahora sí que te vas a enterar. Voy
a hacer que te arrepientas.
Xypher se tensó, a la espera de su
ataque.
Sin embargo, en lugar de hacerle
daño, Simone empezó a hacerle
cosquillas. Tardó varios segundos en
darse cuenta de cuál era su verdadero
propósito. Cuando por fin lo entendió,
ella estaba haciendo pucheros.
—No tienes cosquillas, vaya rollo.
—Se sentó otra vez y cruzó los brazos
por delante del pecho, ocultándolos a su
vista para su desgracia.
—Lo siento —se disculpó en un
intento por animarla—. Si te hace
ilusión, fingiré.
—No, no pasa nada. Supongo que no
se puede tener todo en esta vida. —Se
detuvo un momento en el borde de la
cama, antes de ponerse en pie—.
Aunque a ti te falta muy poquito.
—¿A qué te refieres?
—A que eres casi perfecto. Pero no
es solo eso, Xypher. Eres maravilloso
así, tal cual.
Fue incapaz de moverse mientras la
observaba caminando hacia el baño. Sus
palabras lo habían dejado sin aliento.
«Cree que soy maravilloso…»
Nadie había pensado eso de él en su
vida. Todos lo tachaban de ser un
coñazo. Un borde. Un agresivo.
Pero maravilloso…
La idea fue como un puñetazo en el
estómago.
Estaba poniéndose en pie cuando
Jesse apareció junto a la puerta con
expresión muy seria.
—¿Qué intenciones tienes?
—Levantarme, darme una ducha y
vestirme.
El fantasma entrecerró los ojos.
—Eso no. Me refería a mi chica. Os
habéis pasado toda la noche aquí
encerrados, fornicando como conejos, y
antes de que le rompas el corazón,
quiero saber si tus intenciones son
buenas. ¿O tendré que llamar a unos
cuantos demonios para que te den una
buena paliza?
Ojalá lo intentara, pensó Xypher. Le
encantaría que lo hiciera. Pero, aunque
le ofendía que el fantasma pensara mal
de él, su preocupación era lógica, ya que
solo intentaba proteger a Simone.
—Nunca le haría daño, Jesse. Ni a
ti. Pero no puedo quedarme y lo sabes,
así que no hagas que me sienta peor de
lo que ya me siento por tener que
dejarla.
Jesse frunció el ceño.
—En realidad eres un tío decente a
pesar de toda la chulería, ¿verdad?
—No. Sigo siendo el mismo cabrón
capaz de vender el corazón de mi madre
con tal de conseguir que Satara pague
por lo que hizo. Nada ha cambiado.
—Salvo que te has enamorado de
Simone.
Se vio obligado a disimular la
sorpresa para no revelar
sus
sentimientos. No estaba dispuesto a
confesárselo a nadie, ni siquiera a Jesse.
—No sé de qué estás hablando.
Jesse resopló.
—Sí que lo sabes. Puedo percibirlo,
¿se te ha olvidado?
Aunque le repateaba que fuera así,
no podía hacer nada. Así que lo miró
con los ojos entrecerrados y le advirtió:
—No te atrevas a decírselo a
Simone.
—Tranquilo. No me corresponde.
Pero yo que tú, se lo diría antes de que
fuera demasiado tarde.
Qué fácil era decirlo…
—¿Qué sabrás tú?
—Xypher, soy un fantasma. Creía
que tenía todo el tiempo del mundo para
dejar claros mis sentimientos a la gente
que me rodeaba y para construir mi
futuro. Pero, en un abrir y cerrar de ojos,
el conductor de un camión hormigonera
dejó de mirar hacia la carretera para
cambiar la emisora de radio, embistió
mi coche y lo perdí todo. —Aunque
apartó la mirada, Xypher alcanzó a ver
el sufrimiento en sus ojos—. Lo último
que recuerdo es la imagen de mi novia
abrazándome bajo la lluvia que se
mezclaba con mi sangre. Me estaba
diciendo que me quería y me suplicaba
que no muriera. No quería morirme.
Las emociones que intentaba
disimular le quebraron la voz, pero no
logró ocultarlas a sus ojos.
—Quería decirle muchas cosas, pero
el golpe me destrozó la tráquea y no
pude decirle ni una sola palabra. Hice
todo lo que pude por quedarme con ella,
pero mi destino no era ese… ni siquiera
pude levantar el brazo para tocarla por
última vez. —Miró de nuevo a Xypher
—. Así que sí, sé muy bien por lo que
estás pasando. Porque lo he vivido y
todavía me duele no haber dicho a Julie
ni una sola vez lo mucho que la quería.
Me habrían bastado tres segundos. Ojalá
Dios me hubiera concedido esos tres
segundos. Piénsalo. —Y desapareció.
Se quedó sentado y llegó a la
conclusión de que, para ser un
adolescente, Jesse tenía más sentido
común del que había creído en un
principio. Pero el problema no tenía
fácil solución. ¿De qué le serviría
decirle a Simone que la amaba si no
podía quedarse? Lo único que iba a
conseguir era hacerle daño, y eso era lo
último que quería.
No. Era mejor guardar su amor en
secreto. Encerrarlo en su corazón, donde
solo le haría a daño a una persona: a él.
Y lo prefería así.
Se levantó para meterse en la ducha
con ella.
—Anoche
tampoco
soñaste,
¿verdad?
Xypher, que estaba afeitándose, se
detuvo para mirarla a través del espejo.
—¿Cómo lo sabes?
—Estaba pensándolo mientras me
duchaba. Y se me ha ocurrido una cosa
de repente: ¿soñabas en el Tártaro?
—No. Hades me arrebató ese poder
con la intención de que no lo usara para
escapar de la tortura.
—¿Crees que por eso no sueñas
aquí?
—Jaden me devolvió los poderes —
dijo él mientras enjuagaba la cuchilla—.
No debería tener problemas para soñar.
—¿Lo has intentado? —Simone se
acercó a él.
¿Cómo iba a explicarle que el hecho
de estar con ella era el mejor sueño que
jamás podía tener?
—Pues no, la verdad.
—A lo mejor es por eso. A lo mejor
tienes que intentarlo.
Ojalá fuera tan simple. La ausencia
de sus sueños encerraba algo más, pero
no quería pensar en eso.
Porque quería estar centrado en ella.
Siguió afeitándose después de darle un
beso en la mano.
Aunque ya no estaban unidos por los
brazaletes, pasó el resto del día con ella
y se dijo que al día siguiente iría en
busca de Satara. Solo quería disfrutar de
un día más con la mujer que lo hacía
reír.
Una mujer que lo creía maravilloso.
Después de las clases, Jesse y
Gloria aparecieron para acompañarlos a
dar un paseo por el Barrio Francés y
cenar en el restaurante Alpine.
—¿Siempre has vivido aquí? —le
preguntó él mientras caminaban junto a
las tiendas de Royal Street, de vuelta a
su apartamento.
Simone sonrió.
—Sí, salvo la época que pasé en la
casa de acogida después de la muerte de
mis padres.
—No hablas mucho de tus padres
adoptivos.
Simone lo cogió del brazo mientras
caminaban.
—Carole y Dave. Unas personas
maravillosas. Querían tener hijos
propios, pero Carole no podía. En un
principio, su intención era la de adoptar
un bebé, pero al final desistieron y se
decidieron por niños de más edad. Yo
fui la más pequeña de cuatro.
—¿Tienes hermanos?
—En realidad, no. Mis hermanos
adoptivos ya se habían ido de casa
cuando yo llegué. Nos enviamos
felicitaciones navideñas y eso, pero la
verdad es que son unos desconocidos
para mí. Lo único que tenemos en común
fue nuestra etapa con los O’Leary. Los
echo mucho de menos. Cuando estaba
triste, Carole siempre me llevaba a la
tienda de Fifi Mahoney para que me
probara las pelucas y jugara con el
maquillaje. Tenía una sonrisa tan
radiante que alegraba a cualquiera.
—Como tú.
—¿Tú crees? —le preguntó,
deteniéndose para mirarlo.
—Desde luego.
El cumplido le llegó a lo más hondo.
Siguieron caminando cogidos del brazo,
bromeando y tomándose el pelo hasta
que llegaron al apartamento.
—¿Qué les pasó a tus padres
adoptivos?
Simone respiró hondo para combatir
la tristeza que la pregunta le había
provocado.
—Murieron en un accidente de
tráfico durante mi primer año en la
universidad.
—Lo siento.
—No pasa nada. Ya hace mucho de
eso, pero su muerte me dejó
traumatizada durante varios años. Me
dio por pensar que estaba maldita y que
siempre perdía a todos mis seres
queridos. —Meneó la cabeza—. Hubo
una época en la que incluso me
levantaba de madrugada para ver si
Jesse seguía conmigo.
Xypher inspiró hondo. Y él tendría
que dejarla…
No, no podía decirle que la quería.
Sería una crueldad.
Simone abrió la puerta del
apartamento y se detuvo al ver una
figura apoyada contra la pared del fondo
del pasillo. Corrió para ver quién era y
le sorprendió encontrarse con Kyle
Peltier. Tenía una horrible herida en el
abdomen y sangraba profusamente.
Entre temblores, el muchacho
levantó un brazo y agarró a Xypher por
la camisa.
—Los gallu están atacando a
Kerryna en su apartamento. Ayúdala.
¡Por favor!
Xypher se enderezó de inmediato.
—Llévalo al Santuario.
Simone tragó saliva.
—¿Y tú qué vas a hacer?
—Luchar contra ellos. Jesse,
acompáñala y asegúrate de que no le
pase nada. Si me necesita, ven a por a
mí sin perder tiempo.
16
Xypher fue corriendo al apartamento de
Kerryna. Desde el exterior era idéntico
al de Simone, salvo por el espejito
colgado de la aldaba. Un espejo
pensado para impedir la entrada a los
gallu.
Ojalá sirviera de algo.
Llegó a la puerta y cogió el
picaporte.
Que giró sin problemas.
Abrió la puerta, preparado para la
lucha, pero se quedó pasmado al
encontrar el apartamento vacío. Entró
muy despacio, temiendo una emboscada.
Acompañado por un silencio absoluto,
fue de habitación en habitación,
buscando a la dimme.
O su cadáver.
No oía ningún latido en el
apartamento. Pero sí veía indicios de
lucha allá donde mirase. Los muebles
estaban destrozados y había libros
desperdigados por el suelo. Saltaba a la
vista que Kerryna y Kyle se habían
defendido con uñas y dientes.
Aunque no entendía qué hacía allí
sola sin Xedrix.
—¡Joder! —masculló.
Deberían habérsela llevado con
ellos cuando se fueron del club.
Regresó corriendo junto a Simone y
la encontró intentando meter a un
inconsciente Kyle en el coche. Cogió al
cachorro en brazos y utilizó sus poderes
para trasladarlos a todos al Santuario.
Carson se puso en pie con el ceño
fruncido al ver a Kyle sangrando.
—¿Qué ha pasado?
—Lo atacaron. —Xypher lo llevó al
quirófano donde Carson lo había
operado el día en que se conocieron.
—Gracias por traerlo.
—De nada. Ahora, si nos perdonas,
tengo que dar malas noticias.
Se volvió hacia Simone.
—¿A qué te refieres? —preguntó
ella.
—Creo que se han llevado a
Kerryna.
Simone se tambaleó hacia atrás. Las
noticias la habían dejado blanca.
—¿Los gallu? ¿Por qué?
—Seguro que tienen un plan en
mente.
—¿Lo sabe Xedrix?
Xypher miró al oso herido.
—Creo que no. Creo que Kyle era el
encargado de la vigilancia. Tenemos que
ir al club otra vez y contarle a Xedrix lo
que ha pasado.
En eso tenía toda la razón.
—Vale. Volvemos a despegar… Sin
náuseas esta vez. Espero.
—Agárrate fuerte —dijo Xypher a
Jesse—. Tú también. Gloria, agárrate a
él para que sigamos todos juntos.
En un abrir y cerrar de ojos Simone
se descubrió en el club, que estaba
abarrotado
de
universitarios
y
lugareños. Se habían materializado
detrás del escenario, justo donde los
llevó Xedrix la primera vez.
En el escenario había un grupo
tocando dark wave a todo volumen.
Xypher la cogió de la mano y la
condujo a la pista de baile. Con todo el
bullicio era imposible distinguir a los
carontes de los humanos. La única
manera de captar la diferencia pasaba
por utilizar sus sentidos demoníacos,
que se disparaban cuando se acercaba a
un caronte.
—¿Dónde está Xedrix? —preguntó a
un demonio alto y de pelo oscuro, que
estaba sirviendo bebidas.
—En la zona de la barra.
Xypher se abrió paso hacia el lugar
indicado, delimitado por las luces de
neón y un letrero pintado a mano en el
espejo, donde se veía el logo del club:
la boca de un vampiro con los colmillos
expuestos y tres gotas de sangre que
caían de los labios.
Xedrix estaba sentado en uno de los
taburetes con la vista clavada en la
multitud y una copa de absenta en la
mano. Se tensó en cuanto los vio.
—¿Qué pasa?
Simone decidió ser la portadora de
las malas noticias, ya que, tal como
había señalado Xypher, era menos
probable que Xedrix le hiciera daño por
ser mujer.
—Se trata de Kerryna. Hemos
encontrado a Kyle Peltier malherido.
Nos ha dicho que los gallu la han
capturado.
La copa que tenía Xedrix en la mano
se hizo añicos y sus ojos adquirieron un
rojo aterrador.
—¿Cómo que la han capturado? —
Xedrix agarró a un demonio que pasaba
por allí y lo estampó contra la barra.
Los humanos que los rodeaban se
apresuraron a coger sus bebidas y a
marcharse—. ¿Dónde está Kerryna? —
preguntó al otro caronte, que se quedó
blanco.
—La última vez que la vi no se
sentía muy bien. Dijo que se iba al
despacho de arriba para descansar. Me
dijo que no te lo dijera, que no quería
preocuparte y que volvería antes de que
la echaras en falta.
Xedrix estaba tan furioso que
empezó a echar humo por la nariz.
—¿Por qué la dejaste sola?
—No se encontraba bien, así que
subió con el oso. Yo hice lo que tu
katika me dijo que hiciera.
—¿Estaba enferma? —preguntó
Xypher con el ceño fruncido.
—No está enferma —contestó
Xedrix con una expresión feroz—. Está
embarazada de mi simi.
Simone se quedó pasmada. La cosa
empeoraba por momentos.
Xedrix volcó el taburete, pero antes
de que pudiera hacer nada, Xypher lo
cogió del brazo.
—Llévame contigo a Kalosis.
El caronte lo miró con el ceño
fruncido.
—¿Estás loco? ¿Sabes lo que te hará
Stryker si pones un pie allí?
—No me importa.
Xedrix ladeó la cabeza, sopesando
sus palabras.
—¿Tan importante es tu venganza?
Xypher miró a Simone antes de
contestar:
—Mi venganza ya no tiene
importancia. Llévame allí y traeré a
Kerryna de vuelta.
El caronte retrocedió un paso.
—¿Qué dices?
Xypher guardó silencio un instante
mientras decidía hasta dónde podía
explicarse. El quid del asunto no solo
era recuperar a Kerryna, sino también
proteger a Simone. Porque para él era lo
más importante del mundo.
Más incluso que su venganza.
—Entiendo por qué no quieres
quedarte con Kerryna en Kalosis. Si tú
proteges a Simone, yo sacaré a Kerryna
de allí. Te lo juro.
El demonio torció el gesto.
—Stryker nunca te lo permitirá. Te
matará en cuanto te vea. Los gallu
quieren utilizarla, así que no la
entregarán sin luchar.
—Stryker es mitad humano y mitad
dios. Sus poderes no pueden compararse
con los míos.
Xedrix lo interrumpió con una
carcajada desdeñosa.
—Y tú eres un semidiós… griego.
¿Sabes lo que te hará Apolimia en
cuanto capte tu olor? Te hará pedazos
tan pronto pongas un pie en Kalosis. Yo
soy el único que podría lograrlo y te
juro por todos los dioses que voy a
intentarlo con todas mis fuerzas.
Jesse soltó un taco.
Simone lo miró y vio que señalaba
hacia un lugar situado detrás de Xedrix.
En las sombras, apoyada contra una
pared, estaba Kerryna, y tenía muy mal
aspecto.
Corrieron hacia ella.
Xedrix la cogió en brazos y la acunó
contra su pecho.
—¿Estás bien, me arita?
Kerryna jadeó como si tuviera
náuseas. Se aferró a Xedrix con los ojos
llenos de lágrimas.
—Me han dado aperia.
Xedrix se quedó blanco.
—¿Qué es eso? —preguntó Simone.
Xypher soltó un taco antes de
contestarle:
—Es un veneno de acción lenta, letal
para los demonios.
—Me quedan doce horas —señaló
Kerryna con voz temblorosa—. Si mato
a Xypher y a la Destructora, Satara me
dará el antídoto.
Xedrix miró a Xypher.
—Date por muerto, hijo de puta.
—¡No! —gritó Kerryna al tiempo
que le cogía la barbilla para que la
mirase—. No podemos hacerlo.
En el cuello de Xedrix apareció un
tic nervioso.
—No dejaré que mueras. Me
importa una mierda a quién tenga que
matar para salvarte. Lo haré.
Simone carraspeó para hacerse con
la atención de todos.
—¿No podemos conseguir el
antídoto?
La dimme negó con la cabeza.
—Lo tiene Satara, y está protegida
por un millar de spati y por los gallu. No
podemos hacer nada. Quiere ver muerto
a Xypher y solo me dará el antídoto a
cambio de su vida.
Simone se negaba a creerlo.
—Tiene que haber otra manera.
Xypher la miró y cayó en la cuenta
de que conocía a alguien que, además de
estar relacionado con Apolimia y con
Satara, le debía un favor.
—Se me ha ocurrido una cosa. Dame
el móvil.
Simone lo obedeció.
Una vez que tuvo el teléfono en la
mano, marcó el número de Aquerón, que
respondió al primer tono.
—Necesito un favor.
El atlante soltó una carcajada.
—¿En serio?
—Pero no de ti. Tengo que hablar
con Katra.
—¿Por qué? —Fue imposible pasar
por alto el tono gélido de su voz.
Claro que eso era normal. Katra era
su hija, y estaba seguro de que el atlante
haría cualquier cosa para protegerla.
No obstante, en ese preciso momento
tenían problemas mucho más graves.
—Necesito a alguien que pueda
entrar en Kalosis, que le dé a Satara en
los morros y que salve la vida de una
inocente… dimme.
Aquerón soltó un taco.
—Qué poco pides.
Xypher apretó los dientes antes de
pronunciar las palabras que más podían
llegar a escocerle.
—Por favor, Aquerón. No estamos
hablando de mí. Se trata de salvar a una
madre y a su hijo nonato. —Ojalá eso
ablandara a Aquerón.
—¿Dónde estás?
—En el Club Vampyre, en la zona
comercial. ¿Lo conoces?
—No, pero estaré ahí enseguida.
Xypher colgó y miró a Xedrix.
—Los refuerzos vienen de camino.
Confía en mí.
Sin soltar a Kerryna, el caronte tiró
de la palanca que había en la pared y
que accionaba la alarma de incendios,
cuyo ensordecedor sonido se impuso
incluso a la música.
Los humanos que había en el club
salieron corriendo hacia las puertas
mientras que los demonios se
congregaron en torno a Xedrix.
—Hemos cerrado por hoy —anunció
a su personal—. Tyris, llama a los
bomberos y diles que un cliente
borracho tiró de la alarma sin querer.
Vamos a desalojar el local.
Mientras esperaban a Aquerón,
Xedrix llevó a Kerryna hasta la barra y
la dejó en un taburete.
—¿Cuál es el plan? —preguntó
Simone a Xypher—. Y no me digas que
ninguno, porque te conozco muy bien.
Antes de contestar Xypher miró a la
dimme.
—Estoy harto de ver sufrir a gente
inocente. Voy a acabar con esto de una
vez por todas.
—¿Y si no puedes?
—Lo haré.
Simone sintió una alteración en el
aire un segundo antes de que Aquerón
apareciera con una rubia altísima,
despampanante
y embarazadísima.
Debía de ser la misteriosa Katra.
Los carontes sisearon al verlos, pero
después se postraron de rodillas.
Aquerón echó un vistazo a su
alrededor con una ceja enarcada.
—Menuda sorpresa. —Miró a
Xypher con el ceño fruncido—. ¿De
dónde han salido los carontes?
Xedrix se puso en pie muy despacio
y se colocó delante de Aquerón, aunque
sin mirarlo a los ojos.
—Akri, perdona nuestro descuido.
No te imploro por mi vida, sino por la
de mis hombres. Lo único que han hecho
ha sido obedecerme. Es a mí a quien
debes matar, no a ellos.
Katra se quedó boquiabierta al ver a
los demonios carontes.
—De modo que estabais aquí. Tenía
curiosidad por saber qué os había
pasado. Me alegro de veros, chicos. No
sé qué hacéis en un club, pero de todas
formas me alegro de veros. —Miró a
Aquerón y señaló a Xedrix con la
barbilla—. Seguro que te interesa
conocer a Xedrix.
—¿Por qué lo dices?
—Por dos motivos: el primero,
porque es el preferido de tu madre, y el
segundo, porque es el hermano mayor de
tu Simi.
Aquerón frunció el ceño al
escucharla.
—¿En serio?
Katra asintió con la cabeza.
—¿Simi? —preguntó Xedrix, que
parecía tan desconcertado como
Aquerón.
—Xiamara —dijo Katra en voz
baja.
Las noticias dejaron pasmado al
caronte.
—¿Mi hermana está viva?
Katra le sonrió con cariño y asintió
con la cabeza.
—Y no puedes hacerte una idea de
lo consentida que está.
La mirada de Xedrix se suavizó.
—Akri, bendito seas por tu bondad y
tu piedad. Llevo siglos llorando la
pérdida de mi hermana pequeña.
—Pues agárrate —replicó Aquerón
con voz seria—, porque Xirena también
vive con nosotros.
Kerryna cogió de la mano a Xedrix,
que parecía muy contento por las
noticias.
—En ese caso, ya puedo morir en
paz. Gracias.
Aquerón puso los ojos en blanco.
—No voy a matarte. Si Simi se
enterara de que me lo he planteado
siquiera, me torturaría durante toda la
eternidad. Una cosa: ¿cómo es que
habéis acabado en un bar de Nueva
Orleans?
Kerryna soltó una carcajada, pero la
risa se trocó en un gemido de dolor.
—El oso, Kyle Peltier, los encontró
después de que huyeran de Kalosis.
Estaban intentando comerse a un turista,
pero Kyle impidió que lo mataran y les
explicó que si querían sobrevivir, tenían
que seguir unas cuantas reglas y
establecer un hogar. Les prestó dinero a
modo de inversión en el club y luego le
enseñó a Xedrix a llevar el negocio.
Todavía son socios.
Katra miró a Kerryna con los ojos
entrecerrados.
—Te recuerdo de Las Vegas. Eres la
dimme que escapó.
—Y yo me acuerdo de ti, diosa.
Recuerdo muy bien que intentaste
matarme.
—No es mala, Kat —se apresuró a
decir Xypher, que se interpuso entre
ellas—. Ha estado escondida, intentando
encontrar su lugar en este mundo.
Simone también se unió a la causa.
—Satara la ha envenenado. Y el
antídoto está en Kalosis, en su poder. Tú
también esperas un hijo, así que supongo
que entenderás por qué no podemos
dejarla morir.
Xypher asintió con la cabeza.
—Esperaba que pudieras ayudarnos.
Aquerón buscó la mirada de su hija.
—Sabes que yo no puedo ir sin
provocar el fin del mundo. Tendrás que
hacerlo sola.
Katra sonrió.
—Lo sé. Volveré enseguida. —Dio
unas palmaditas cariñosas a Xedrix en
el hombro—. No te preocupes. Kalosis
es el único lugar donde Satara y Stryker
no pueden tocarme. Ya sabes lo que les
haría mi abuela si llegaran a intentarlo.
El caronte asintió con la cabeza.
Xypher la detuvo antes de que se
desvaneciera.
—Espera, Kat, quiero acompañarte.
Ella lo miró con el ceño fruncido.
—¿Estás seguro?
Asintió con la cabeza antes de mirar
a Simone.
—Tengo que hacerlo.
—Lo sé —dijo Simone en voz baja
—. Solo quiero decirte una cosa antes
de que te vayas.
—¿El qué?
—Te quiero.
Esas palabras lo golpearon con la
fuerza de un puñetazo y lo dejaron sin
aliento. Le tomó la cara entre las manos.
—Es imposible.
—Te lo digo en serio, y será mejor
que vuelvas si no quieres que me cabree
de verdad.
Xypher unió sus mejillas y aspiró su
maravilloso olor.
—Tranquila —le susurró al oído—,
volveré para continuar incordiándote.
—Por tu bien, espero que lo hagas.
Xypher hizo lo más duro que había
hecho en la vida: se apartó de Simone y
se reunió con Kat.
—Vamos.
Katra le tocó el brazo antes de abrir
el portal que llevaba a Kalosis.
Xypher observó la cara de Simone
hasta que se desvaneció en la oscuridad.
Con
el
corazón
destrozado,
parpadeó después de materializarse en
lo que parecía un enorme salón. Había
daimons por todas partes, como si
estuvieran esperando que sucediera
algo.
O que llegara alguien.
Kat se volvió hacia la izquierda y, al
mirar en la misma dirección, vio un
trono enorme. Donde estaba sentado
Stryker, con Satara a su lado.
—No estás muerto —dijo Satara al
verlo—. Lástima.
Katra se echó a reír al escuchar el
comentario.
—Ni va a morir, primita. Dame el
antídoto.
—No puedo —replicó Satara con
voz lánguida.
—Que sí puedes, tonta —se burló
Kat.
—No, lo siento. —Satara hizo un
puchero—. Tuve un pequeño accidente.
No queda nada.
Kat enarcó una ceja con gesto
elegante.
—¿Te has vuelto loca o qué? ¿Sabes
lo que te hará Xedrix cuando se entere
de que no hay antídoto?
—¿Xedrix? ¿El caronte? Está
muerto.
—No, no lo está. —Cruzó los brazos
por delante del pecho. El juego
empezaba a hartarla porque sabía
perfectamente que Satara estaba
mintiendo. Esa zorra sabía que Xedrix
estaba vivo—. Es el padre del hijo que
espera la dimme. No podrías haber
elegido a un enemigo peor. A diferencia
de Xypher aquí presente, Xedrix puede
aparecer en cualquier momento cuando
le dé la gana, y la Destructora lo
apoyará cuando te arranque el corazón.
Creo que voy a decirle que vaya
afilándose las uñas —concluyó al
tiempo que comenzaba a desvanecerse.
—Espera, ¿te refieres a este
antídoto? —Satara se sacó un frasquito
de cristal del canalillo—. Acabo de
recordar que lo tenía aquí.
—Sí, ya lo veo.
Satara le tendió el frasquito a un
daimon, que a su vez se lo dio a Katra.
En su interior había un líquido de color
rojo chillón.
Kat le aseguró a Xypher que era lo
que buscaban con un gesto de la cabeza.
Aliviado al saber que Kerryna ya
estaba a salvo, Xypher se plantó delante
del trono de Stryker.
—Ya que estoy aquí, quiero una
tregua.
Satara parpadeó como si no pudiera
creer lo que acababa de escuchar.
—¿Cómo dices?
—Ya me has oído. He dejado atrás
el pasado. Y te quiero fuera de mi vida
para siempre. Se acabaron los demonios
y los venenos. Y las gilipolleces. Si me
dejas tranquilo, yo haré lo mismo
contigo.
Satara parecía espantada.
—¿En serio?
Stryker se inclinó hacia ella.
—Yo de ti aceptaría el trato, Satara.
Dudo mucho que te ofrezcan uno mejor.
—¿Por qué es tan importante para ti?
—preguntó Satara, que entrecerró los
ojos con expresión recelosa.
Xypher sabía que no debía contestar
con la verdad. Porque eso le haría daño
a Simone.
—Porque sí. No me importa la
venganza ni me importas tú. Solo me
quedan dos semanas en la Tierra. Me
gustaría disfrutarlas.
—¿Y ya está? —preguntó ella.
—Y ya está.
Satara soltó una carcajada cruel.
—¿De verdad quieres que me trague
que me vas a dejar tranquila y que
volverás al infierno? ¿Sin tan siquiera
pelear? ¿Pelillos a la mar?
—Sí.
Satara bajó del estrado y se acercó a
él con una mueca desdeñosa.
—No me he caído de ningún guindo,
que lo sepas. No te creo. No tienes
intención de cumplir el trato.
Xypher meneó la cabeza al
escucharla.
—No me conoces en absoluto.
Nunca llegaste a conocerme. Quiero que
haya paz entre nosotros. Y quiero que
dejes tranquila a Simone.
Satara cruzó los brazos y empezó a
tamborilear con los dedos.
—Pues suicídate —le dijo con voz
gélida y letal.
En ese momento fue él quien
parpadeó, asombrado.
—¿¡Qué!?
—Ya me has oído, Xypher. Si
quieres paz y estás dispuesto a enterrar
el hacha, hazlo. Suicídate.
—¡Satara! —protestó Kat, furiosa.
—No te metas, Kat. Sé muy bien
cómo jugar a esto. Y sé cómo ganar la
partida. —Se volvió hacia él—. Bueno,
¿qué me dices?
Xypher guardó silencio mientras
analizaba su propuesta.
—¿Cómo sé que no estás mintiendo?
—Te juro por el río Estigio que si te
suicidas, nunca volveré a acercarme a
Simone. Estará a salvo y protegida de
mí y de cualquier demonio o daimon que
haya en Kalosis. Incluso le mandaré una
tarjeta por su cumpleaños para que te
quedes tranquilo.
Xypher miró a Kat, que se había
quedado blanca.
«¡No lo hagas!», le ordenó una
vocecita. Pero si lo pensaba fríamente,
tenía sentido. Iba a morir de todas
maneras. ¿Para qué vivir dos semanas
más? ¿Para acumular más recuerdos de
Simone con los que torturarse después?
Más tiempo para amarla.
Más tiempo para que ella lo amase.
No, sería mejor para los dos
terminar con todo en ese preciso
momento. Quitarse el esparadrapo de
golpe para que la herida empezara a
cicatrizar.
Con el corazón destrozado, asintió
con la cabeza.
—Trato hecho.
Kat jadeó.
—No puedes hacerlo, Xypher.
—Sí que puedo. Es la única manera
de garantizar la seguridad de Simone.
Satara se acercó a un daimon para
quitarle la espada corta que llevaba al
cinto, caminó hacia Xypher exudando
sensualidad en cada movimiento y
colocó la punta de la espada sobre su
corazón.
—¿Trato hecho?
Él asintió con la cabeza.
Satara le atravesó el corazón.
—Lo siento, pero no quería que
cambiaras de opinión sobre lo de morir.
Xypher se tambaleó hacia atrás,
resollando por el dolor que lo
embargaba.
Cayó al suelo.
Kat se arrodilló junto a él.
—¿Xypher?
—No le digas a Simone lo que he
hecho. Déjala que viva en paz… Por
favor. Dile que mi muerte fue rápida.
Kat lo abrazó con fuerza, pero
Xypher no quería ver su cara. Quería
ver la de Simone por última vez. Sin
embargo, la decisión que había tomado
garantizaba su protección. Y eso era lo
único que importaba.
Se miró el brazo, donde había
escrito su promesa de venganza. Las
palabras se difuminaron mientras
intentaba respirar.
Se había acabado…
Kat vio cómo los ojos de Xypher se
quedaban sin vida al exhalar su último
aliento.
Satara sonrió.
Al ver la satisfacción en su rostro,
Kat la miró con cara de asco.
—Eres una cerda egoísta.
—Cierra la boca, Kat. Ya tienes lo
que has venido a buscar, ahora vete.
—Algún día alguien te dará
precisamente lo que mereces —le dijo
mientras
se
enderezaba
para
ridiculizarla, ya que era mucho más alta
que ella—. Estoy deseando verlo.
Y tras decir eso regresó al club.
Le entregó el antídoto a Kerryna, que
sonrió antes de bebérselo, pero se negó
a mirar a Simone.
—¿Dónde está Xypher?
La pregunta de la joven le desgarró
el corazón. «No quiero hacerlo…»
Aunque no le quedaba alternativa.
Se volvió hacia ella con el estómago
revuelto. Vio la esperanza en su cara.
Saltaba a la vista que estaba esperando
que Xypher apareciera en cualquier
momento.
Tragó saliva para deshacer el nudo
que se le había formado en la garganta y
le cogió una mano.
—No lo ha conseguido, cariño.
Murió peleando.
17
Simone se tambaleó hacia atrás. No. Era
imposible.
—No tiene gracia, Katra. No me
gustan estas bromas.
—Ojalá fuera una broma, pero no lo
es.
Se percató del horror y de la
compasión que mostraban las caras de la
gente que la rodeaba, y de repente
regresó a su infancia.
«La pobre lo vio todo. Su madre y su
hermano murieron delante de ella. Esa
imagen la torturará de por vida.»
Era la misma expresión que tenían
todos en ese instante. Todos la miraban
como si fuera un bicho raro. Y, en el
fondo, todos se alegraban de que fuese
ella quien sufría. No lo admitirían
nunca, por educación, pero no hacía
falta que lo hicieran.
Jesse extendió un brazo.
—Simone, ¿estás bien?
¿Cómo iba a estar bien? ¡Xypher
estaba muerto!
Sintió la quemazón en los ojos que
presagiaba el cambio de color. Quería la
sangre de quien lo hubiera matado.
—Dime qué ha pasado —exigió
saber con voz demoníaca.
—Le prometí que no lo haría. Su
deseo es que vivas tranquila, que sigas
con tu vida.
Que siguiera con su vida… Estaba
harta de recoger los pedazos de su vida
para seguir adelante.
—¿Se vengó de Satara?
Cuando Katra apartó la vista con
timidez, lo entendió todo con claridad.
—Entonces es eso, ¿no? Prefirió la
venganza y la muerte antes que volver
conmigo. Al menos ha muerto contento.
Ha conseguido lo que quería.
Kat tuvo que morderse la lengua
para no contarle la verdad. Sin embargo,
entendía por qué Xypher le había pedido
que no lo hiciera. Si Simone descubría
que había dado su vida por ella… Eso
la destrozaría.
Igual que le pasaría a ella si muriera
su marido. Saber que se había
sacrificado para salvarla aumentaría su
dolor y nunca superaría la angustia ni la
ira.
Simone miró a Xedrix y a Kerryna,
que estaban cogidos de la mano.
Nunca volvería a tocar a Xypher.
Inspiró una entrecortada bocanada de
aire y se volvió hacia Gloria y Jesse.
—Quiero irme a casa.
Aquerón se acercó a ella.
—Yo te llevaré.
—Gracias.
Aceptó la mano que él le ofrecía, y
en cuanto lo tocó, todos volvieron a su
casa. No. Todos no. Faltaba Xypher.
—¿Puedo hacer algo por ti? —
preguntó Ash.
Ella negó con la cabeza.
—Debería llamar para ver cómo
está Kyle, o ir en persona al Santuario.
—Ya lo hemos hecho. Está bien. Se
recuperará pronto. Y no debería
quedarle ninguna secuela salvo un par
de cicatrices.
—Me alegro. Supongo que eso nos
pasará a todos, ¿no? Gracias por
traerme a casa.
—De nada. Tienes mi número en tu
móvil. Si me necesitas, llámame.
—Te lo agradezco.
Desapareció en cuanto ella le dio las
gracias.
Jesse y Gloria estaban un poco
apartados, observándola con expresión
preocupada.
—Estoy bien, chicos. ¿Por qué no
vais a escuchar música o hacéis
cualquier otra cosa?
Jesse tragó saliva.
—Simone, me estás asustando.
Lo mismo le pasaba a ella. Le dolía
tanto que ni siquiera podía llorar. Era
como si la hubieran abierto en canal y
hubieran dejado solo un vacío donde
estaban su corazón y su alma.
Ansiosa por quedarse a solas, se
quitó el abrigo y lo dejó en el suelo de
camino a su dormitorio.
La cama seguía revuelta después de
la noche y la mañana que habían pasado
en ella.
Desterró ese pensamiento. Si para él
había significado tan poco, no iba a
torturarse recordándolo. Hirviendo de
furia, cogió la almohada para hacer la
cama.
Y en ese momento el olor de Xypher
la golpeó con fuerza. Se llevó la
almohada al pecho y aspiró el aroma tan
masculino.
Eso fue lo que la sacó del
entumecimiento. El dolor y la angustia
se apoderaron de ella hasta dejarla al
borde del grito.
En cambio, se dejó caer de rodillas
al suelo hecha un mar de lágrimas.
Xypher se había ido.
—¡Eres un cabrón de mierda! ¡Ojalá
te pudras en el infierno!
Aunque la verdad era que no quería
que se pudriera en el infierno. La idea
de que volviera al Tártaro y siguieran
torturándolo…
Le resultaba insoportable.
Xypher estaba en el centro de una celda
que conocía mejor que la palma de su
mano. A lo largo de los siglos había
contado hasta el último grano de arena
del suelo. Todos ellos empapados con su
sangre.
Y ya estaba de vuelta.
Las cadenas surgieron del techo y
los grilletes se cerraron en torno a sus
muñecas. Dejó que lo levantaran del
suelo sin hacer el menor intento por
zafarse de ellas, cosa que era la primera
vez que sucedía. El peso de su propio
cuerpo resultaba casi insoportable para
sus brazos.
Pero ese dolor no era nada en
comparación con el que sentía en el
pecho.
Simone.
«La estoy protegiendo», se repitió
una y otra vez a modo de consuelo.
Prefería sufrir el tormento eterno a que
Simone resultara herida.
Por ella, merecía la pena.
La puerta de su celda se abrió.
Al ver que era el dios del
inframundo, se preparó para lo que
estaba por llegar. Hades era alto y
moreno, e iba vestido de negro. Ladeó la
cabeza para observarlo.
—Sabía que no durarías ni un mes
ahí afuera. No me equivoqué.
—No estoy de humor para darle a la
lengua, Hades. Empieza con la tortura.
—Qué interesante. Es raro que mis
prisioneros me supliquen que los torture.
Y pensar que ahora mismo podrías estar
en brazos de Simone en vez de
encontrarte ahí colgado como un trozo
de carne…
—No la metas en esto.
—Por desgracia, no me queda más
remedio.
El miedo le atenazó el corazón.
—¿Qué quieres decir?
—Xypher, no sabes cuánto te odio.
En serio. Debo confesar que torturarte
ha sido uno de mis mayores placeres.
Pero, para no perder la costumbre,
continúas poniéndome de mala leche.
—Estoy aquí colgado, esperando
que me azotes. ¿Se puede saber qué
coño he hecho para ponerte de mala
leche?
—Tengo que soltarte, cabrón.
—¿Cómo? —preguntó con total
incredulidad.
—El trato que hice con Kat… ¿lo
recuerdas? Serías humano durante un
mes, y si al cabo de ese tiempo
descubrías tu humanidad, serías libre.
Has sacrificado tu vida libremente para
salvar a una persona. Y ni siquiera has
tardado un mes. La madre que te p…
Xypher no daba crédito a lo que oía
de boca del dios.
Los grilletes se abrieron con tal
rapidez que cayó al suelo.
—Largo de aquí, skoti. No puedo
retenerte más.
Simone seguía meciéndose en el centro
de su dormitorio cuando sonó su móvil.
Miró el número que llamaba y vio que
era Tate.
Después de respirar hondo y de
carraspear, contestó.
—Hay otra víctima de un demonio.
—¿Estás seguro?
—Segurísimo. Ya conoces los
detalles… estamos en la esquina de
Rampart con Esplanade.
—No tardo. —Colgó y se secó las
lágrimas antes de ir en busca de Jesse a
su dormitorio.
Lo encontró en la cama, dándose el
lote con Gloria.
—Mmm… esto… solo estábamos…
—No pasa nada, Jesse. Tate me está
esperando y no quería irme sin
decírtelo. Volveré pronto.
—¿Estás segura? ¿No necesitas un
poco de tiempo?
—La vida sigue, ¿no es verdad? —
Era lo único que había aprendido en la
vida—. No tengo ningún funeral que
planear ni nada por el estilo. Además,
me vendrá bien distraerme.
Salió del dormitorio y una vez que
estuvo fuera del apartamento, cerró la
puerta y echó a andar hacia su coche.
«Podrías
usar
tus
poderes
demoníacos.»
Pues sí, podría hacerlo, pero en ese
momento no le apetecía pensar en esa
parte de sí misma. Quería recuperar su
vida tal como era antes de que Xypher la
cambiara. Aunque, más que nada, quería
librarse del dolor que le atravesaba el
corazón.
No tardó mucho en llegar a la escena
del crimen. Las luces de los coches
patrulla iluminaban la oscuridad.
Salió del coche y se acercó a Tate,
que se encontraba algo apartado de los
demás con la vista clavada en la
víctima, que estaba cubierta.
—¿No descansas ningún día?
—No cuando la gente muere de esta
forma tan extraña. —Miró por encima
del hombro de Simone—. ¿Dónde…?
—Se ha ido. Dejémoslo ahí, ¿vale?
La expresión de Tate puso de
manifiesto lo mucho que le sorprendía la
noticia, pero no hizo ningún comentario.
—Una desconocida. Las mismas
heridas que Gloria y que nuestro colega
que sufrió una combustión espontánea
por culpa de la acumulación interna de
gas. ¿Quieres echarle un vistazo de
cerca?
—Me apetece tanto como que me
claves un destornillador en un ojo.
Vamos a ello.
—¡Has vuelto! ¡Y tan graciosa como
siempre! Ya te echaba de menos.
Simone guardó silencio mientras
Tate destapaba el cuerpo para que
examinara a la pobre mujer. Su amigo
tenía razón, comprobó al agacharse para
echarle un vistazo de cerca, el olor era
inconfundible.
Caifás.
El cuerpo de la mujer apestaba al
demonio.
Cerró los ojos al notar que
comenzaban a cambiarle de color y se
obligó a permanecer tranquila. De modo
que el hermano de Xypher era el asesino
que estaban buscando desde el
principio.
Xypher debía de haber reconocido
también su olor, ¿por qué se lo había
ocultado?
Se puso en pie muy despacio.
—Tate, necesitarás otra combustión
espontánea.
—Sí… o algo mejor.
Simone alzó la vista. La casa junto a
la que estaban tenía el alero descolgado.
Eso serviría.
Alejó a Tate un poco antes de usar
sus poderes para que se soltara del todo.
El alero cayó y decapitó el cadáver.
—Problema resuelto.
Tate la miró con la boca abierta
antes de levantar una mano.
—No quiero enterarme de lo que
acabas de hacer. El informe ya es
complicado de por sí.
Simone estaba a punto de hablar
cuando la sensación de que alguien la
observaba la invadió de nuevo. Sintió un
escalofrío por la maldad que destilaba
quienquiera
que
la
estuviera
observando.
En esa ocasión, y gracias a sus
poderes, supo de quién se trataba.
—Ya te las apañarás, Tate.
En ese momento regresó el fotógrafo
para hacer más fotografías. Mientras
Tate hablaba con él y también con la
policía, ella se escabulló en la
oscuridad, en dirección al lugar desde
donde la miraban.
—Caifás —dijo—. Sé que estás ahí.
El demonio apareció justo detrás de
ella y le olió el pelo.
—Hueles a humano y a demonio.
¿Sabes lo provocativa que es la mezcla?
—Genial.
Exudo
feromonas
demoníacas. Lo que siempre he soñado.
Caifás se echó a reír.
—Xypher no te ha contado nada
sobre tu familia, ¿verdad?
—No.
—Tu padre, Palackas, era uno de los
asesinos más crueles que han existido
nunca. Antes de que lo esclavizaran, ya
era conocido por asesinar a pueblos
enteros. A mujeres, a niños y a todo
aquel que se cruzara en su camino.
—¡Estás mintiendo!
—No. ¿Por qué crees que su amo
estaba decidido a recuperarlo? Era
demasiado peligroso para liberarlo.
Sabía perfectamente que el demonio
estaba mintiendo.
—Mi padre no era así. Era un buen
hombre.
Caifás la agarró del pelo y le
susurró algo al oído en un idioma que no
entendió.
De repente, la imagen de su padre
apareció en su mente. Era joven, pero no
era un hombre. Era un demonio. Sus ojos
eran rojos como el fuego, y sus dientes,
afilados y serrados. Estaba asolando una
aldea, matando a todo aquel con el que
se encontraba.
¿Cómo era posible?
—Sabía que Palackas tenía hijos.
Pero no estaba seguro de que tú fueras
uno de ellos. Olías a tu madre, no había
ni rastro del olor de Palackas en ti.
—¿Qué sabrás tú de cómo olía mi
madre?
—Simone, yo estaba allí. ¿No lo
recuerdas?
Jadeó al recordar aquella noche.
Volvió a verse en el asiento trasero del
coche, con la vista clavada en la
ventanilla.
Había dos hombres…
No, eran tres. Uno de ellos se había
agachado para arrancarle a su madre el
colgante que llevaba al cuello. Después
se volvió como si hubiera notado su
mirada. Y ella, paralizada por el miedo,
no pudo moverse. Solo atinó a rezar
para que el reposacabezas la ocultara.
Y en ese momento se oyeron las
sirenas de la policía.
Los hombres del interior de la tienda
huyeron.
¡No! ¡Se desvanecieron al instante!
La ira se apoderó de ella con
rapidez.
—¡Cabrón!
Caifás soltó una carcajada.
—Mi amo me dijo que tenía que
parecer un asesinato llevado a cabo por
humanos. Si Palackas quería vivir como
tal, que muriera como tal. Y así fue.
Maté a su familia porque sabía que no
podría vivir sin ella. Un demonio tan
poderoso derrotado con un simple
disparo en la cabeza… Pero tú ya lo
sabías, ¿verdad? Fuiste tú quien lo
encontró.
Se abalanzó sobre él con un furioso
alarido y le lanzó una de las descargas
que Xypher le había enseñado a utilizar.
Caifás la esquivó y se echó a reír.
—No pensarás sorprenderme con
ese truco de principiante, ¿verdad? —Le
cruzó la cara con fuerza—. ¿Sabes por
qué no se te ha aparecido tu madre
después de muerta? Porque me comí su
alma, igual que la de tu hermano. Y
ahora voy a saborear la tuya.
—Pues aquí va un aperitivo. —
Simone le dio un cabezazo en la boca y
le partió los labios.
Caifás trastabilló hacia atrás. Una
vez que dejó que el poder de su padre
corriera por sus venas, le asestó al
demonio una patada seguida de un
puñetazo en el abdomen tan fuerte que lo
levantó del suelo.
La piel de Caifás comenzó a hervir y
sus dientes serrados hicieron acto de
presencia. Esquivó su siguiente puñetazo
y la alcanzó con una patada en el
costado.
Después de agarrarla del cuello, la
lanzó al suelo e hizo aparecer una
espada de la nada.
Simone echó un vistazo a su
alrededor en busca de un arma, de una
rama, de lo que fuera.
No había nada.
—Prueba con esto.
Dio un respingo al escuchar aquella
voz ronca al oído. Volvió la cabeza y
descubrió a un hombre con un ojo verde
y el otro marrón. Un hombre guapísimo
que le estaba ofreciendo una espada
corta.
La aceptó sin rechistar. En cuanto
tocó la empuñadura, una poderosa
descarga la recorrió de arriba abajo.
Escuchó un sinfín de susurros en
multitud de lenguas.
—Simone… —le dijo la voz de su
padre.
—¿Papá?
—Cierra los ojos, pequeña, y deja
que te guiemos.
Puesto que confiaba ciegamente en
su padre, cerró los ojos y, nada más
hacerlo, comenzó a verlo todo con
claridad.
El demonio que llevaba en su
interior era capaz de ver incluso el
viento.
Caifás atacó, pero ella desvió su
estocada. Cuanto más golpeaba su
espada, mejor se defendía ella, mejor
luchaba. Y cuanto más lo esquivaba, más
se enfadaba su contrincante.
—Vas a pedirme clemencia, igual
que la puta de tu madre.
Simone apretó los dientes hasta que
oyó la voz de su padre al oído.
—La ira es tu enemigo. Sigue
adelante, pero no con odio. Sigue
adelante con un objetivo.
En cuanto lo hizo, la hoja de su
espada atacó sin flaquear. Desvió el
arma de Caifás y al instante atravesó el
corazón del demonio con ella.
—Esto por mi madre —le dijo con
los ojos llenos de lágrimas—. Y por mi
hermano pequeño, al que privaste de un
futuro. Púdrete en el infierno, hijo de
puta. —Le arrancó la espada,
retorciendo la hoja en el proceso, y
Caifás estalló en llamas.
Sus gritos reverberaron en la
oscuridad.
De repente, alguien comenzó a
aplaudir a su espalda.
Cuando se volvió, vio al hombre que
le había entregado la espada.
—¿Quién eres?
—No hagas preguntas cuyas
respuestas ya conoces.
—Eres Jaden.
La saludó inclinando la cabeza con
un gesto burlón.
Cuando bajó la vista para observar
la espada que Jaden le había dado, se
dio cuenta de que era un arma rarísima.
Tenía la empuñadura negra con vetas
rojizas. A lo largo de la hoja, un tanto
curvada, se extendía un grabado de
rosas y hojas negras.
—¿Por qué me has dado esto?
—Le prometí a tu padre que
descansaría en paz. Le dije que ningún
demonio nunca haría daño a su hija. Tal
como te dijo Xypher, no puedo matar a
nadie para cumplir un trato, pero sí
ofrecer los medios necesarios para
conseguir el resultado deseado.
Cuando hizo ademán de devolverle
la espada, él la rechazó.
—Pertenece a tu linaje demoníaco.
Guárdala bien. La espada de un demonio
es su mejor protección contra los
enemigos de su propia clase. Con ella,
podrás matar a cualquier demonio que
intente hacerte daño a ti o a alguno de
los tuyos.
—Gracias.
Jaden soltó una carcajada.
—No me lo agradezcas. Me he
limitado a cumplir mi parte del trato —
señaló
mientras
comenzaba
a
desvanecerse.
—¡Jaden, espera!
Vio que su cuerpo volvía a
materializarse.
Intentó hablar, pero no le salían las
palabras. Quería preguntarle por
Xypher, aunque no era capaz.
—Dio su vida por ti —dijo Jaden,
impasible.
—¿Qué?
—Era eso lo que querías saber, ¿no?
Xypher dejó que Satara lo matara a
cambio de la promesa de que nunca te
molestaría. Renunció a su venganza para
ponerte a salvo.
—No, se vengó de ella.
Jaden le colocó una mano en el
hombro y allí, en su mente, vio a Xypher
en Kalosis. Escuchó la conversación y
lo vio morir en brazos de Katra.
—¡No!
—gritó,
incapaz
de
soportarlo—. Tienes que ayudarlo.
—No puedo hacer nada.
—Pero lo tuyo es hacer tratos, ¿no?
Xypher me dijo que podías hacer
cualquier cosa. Fuera lo que fuese.
—¿Qué es lo que quieres?
—Si liberas a Xypher del Tártaro, te
daré mi alma.
—¿Estás segura de lo que me estás
proponiendo? Una vez que te arrebate el
alma, estarás bajo las órdenes de aquel
a quien me apetezca entregársela. Serás
un demonio esclavizado, sujeto a los
caprichos de su amo. No tendrás
voluntad propia. Ni futuro. Nada.
—No me importa. Xypher murió por
mí. No puedo permitir que lo castiguen
por eso.
—Murió para ponerte a salvo.
—Y estaré a salvo aunque sea una
esclava. Su sacrificio no será en vano.
Por favor, Jaden. No puedo vivir
sabiendo que lo están torturando.
—Muy bien —repuso él al tiempo
que le ofrecía un puñal—. Ábrete una
vena, hermana.
Xypher se materializó en el dormitorio
de Simone, esperando encontrarla allí.
Estaba vacío.
Cerró los ojos y utilizó sus poderes
para averiguar quién había en el
apartamento. Simone no estaba, pero sí
localizó a Gloria y a Jesse en el
dormitorio del fantasma.
Sin pensar, se teletransportó y los
descubrió desnudos en la cama.
—¡Por los dioses, me he quedado
ciego! —exclamó al tiempo que les daba
la espalda.
—¿Es que no sabes llamar a la
puerta? —preguntó Jesse indignado,
hasta que cayó en la cuenta de que
Xypher había vuelto—. ¡Dios mío! ¿No
estás muerto?
—Mucho menos que tú, fantasmilla.
¿Dónde está Simone?
—La han llamado por teléfono y ha
salido.
—¿Adónde?
—No lo dijo. Llama a Tate y
pregúntale. Su número está en el
frigorífico.
Fue a la cocina y no tardó en
localizar la tarjeta de visita de Tate.
Utilizó el teléfono inalámbrico para
llamarlo.
—¿Tate? Soy Xypher. ¿Dónde está
Simone?
—Me dijo que te habías largado.
—Sí, pero he vuelto y estoy
intentado localizarla.
—Estaba aquí hace un segundo. Su
coche está todavía aparcado ahí
enfrente, así que supongo que…
Utilizó sus poderes para localizar a
Tate y se materializó delante de él antes
de que el forense pudiera decir una sola
palabra más.
Tate echó un vistazo a su alrededor.
—Joder, tienes suerte de que nadie
te haya visto. ¿Sabes lo significa pasar
desapercibido?
—No tengo tiempo para eso.
Necesito encontrar a Simone.
—¿Doc? ¿Puedes venir un momento?
—Te ayudaré a buscarla en cuanto
acabe con esto —le dijo Tate, tras lo
cual se alejó en dirección al agente que
lo había llamado.
Xypher gruñó al sentir una fisura en
el aire.
Jaden.
Un mal presentimiento se apoderó de
él mientras aguzaba sus sentidos para
buscarlo.
Al doblar una esquina se quedó de
piedra.
«¡No!», gritó su mente al ver a
Simone en el suelo.
Aterrado, corrió a su lado y se
agachó para abrazarla. Sin embargo,
supo la verdad nada más tocarla.
Estaba muerta.
Miró a Jaden, furioso.
—¿Qué has hecho?
—Nada. Ha sido ella.
—No me vengas con gilipolleces.
¿¡Qué trato habéis hecho!?
—Quería sacarte del Tártaro.
—Cabrón de mierda. Ya no estaba
en el Tártaro.
—Lo sé.
—¿Lo sabías y dejaste que hiciera el
trato?
Jaden se encogió de hombros.
—Quería saber hasta dónde era
capaz de llegar.
La furia y la impotencia se
apoderaron de él. Incapaz de pensar,
dejó a Simone en el suelo y se lanzó a
por Jaden, que no tuvo problemas en
bloquear su ataque e inmovilizarlo
contra una pared.
—Será mejor que te lo pienses dos
veces antes de atacarme, demonio. —
Los fuegos del infierno llameaban en sus
ojos, cada uno de un color. Mientras
hablaba, dejó a la vista sus colmillos—.
Si Simone hubiera seguido viva,
tendrías que haberla visto envejecer y
morir mientras tú vivías eternamente y tu
aspecto físico seguía inalterable. ¿Era
eso lo que querías?
Parpadeó con incredulidad al
escucharlo.
—¿Qué?
Jaden lo zarandeó antes de soltarlo y
se sacó del bolsillo interior de la
chaqueta un frasquito que contenía una
sustancia blanquecina.
—Ahora no está limitada por su
esperanza de vida humana. No
envejecerá y no morirá.
—Pero será una esclava.
Jaden asintió con la cabeza.
—Pues sí —admitió, y guardó
silencio para contemplar unos instantes
el alma de Simone antes de ofrecérsela a
Xypher.
—¿Cuál es el precio?
—Los dos estáis en deuda conmigo.
Algún día reclamaré el favor que me
debéis. —Le colocó el frasquito a
Xypher en la palma de la mano, le cerró
el puño y desapareció.
Xypher era incapaz de respirar
mientras observaba el alma de Simone.
No acababa de creerse lo que Jaden
había hecho por ellos.
«¿Por qué?», se preguntó.
Era una actitud que no casaba con
nada de lo que sabía del demonio
mediador.
«A caballo regalado, no le mires el
diente», se recordó.
Tanto él como Jaden tenían muy
claro que habría hecho cualquier cosa,
lo que fuera, por liberar a Simone.
Con el corazón rebosante de alegría,
acercó el frasquito al cuerpo de Simone
y liberó su alma.
Ella abrió los ojos y lo miró.
—¿Xypher?
—Tu peor pesadilla ha vuelto.
Jaden se detuvo a observar a Xypher y a
Simone, que estaban abrazándose como
si les fuera la vida en ello.
Recordó una época en la que él
también había hecho lo mismo.
—Hagáis lo que hagáis, no os
traicionéis.
La banda metálica que llevaba en
torno al cuello se calentó y se le clavó
en la piel. Hizo una mueca de dolor
mientras volvía junto a su amo. Un
viento abrasador comenzó a azotarlo
mientras esperaba de pie.
—¿Qué has hecho?
—Mi trabajo.
Algo invisible le golpeó la mejilla
izquierda, provocándole una herida que
le llegó al hueso. El dolor le arrancó una
maldición.
—Eres un inútil. ¿Has dejado
escapar a la hija de Palackas?
—He cumplido un trato que se hizo
de buena fe.
Otro golpe, esa vez en el pecho, y
tan brutal que lo postró de rodillas.
—Tu compasión me revuelve el
estómago.
—Sí, bueno, yo no es que me alegre
precisamente de verte. —En ese
momento comprendió que debería
haberse guardado su opinión porque
acabó estampado contra la pared.
—Algún día te enseñaré a
obedecerme, perro.
Tragó saliva en cuanto desapareció
su ropa. Sabía el castigo que estaba a
punto de recibir y sabía que iba a doler
horrores.
Sí, Xypher y Simone tenían una
deuda con él que ni siquiera alcanzaban
a imaginar.
Xypher suspiró al desplomarse sobre
Simone, que todavía seguía gimiendo de
placer.
—Me encanta el sexo demoníaco —
dijo ella al tiempo que invertía sus
posiciones en la cama.
—Ya te dije que te iba a gustar.
Simone se echó a reír antes de darle
un beso que le robó el sentido.
—Gracias, Xypher.
—¿Por qué?
—Por intentar protegerme.
—Yo no fui quien vendió su alma a
cambio de que me liberaran del infierno.
—No, pero diste tu vida para
mantenerme a salvo. Creo que estamos
en paz.
—Te quiero, Simone —le dijo al
tiempo que tomaba su cara entre las
manos—. Y te juro por mi vida que
nunca vas a dudar de mí.
Ella le cogió la mano derecha y se la
llevó a los labios para besarle los
nudillos.
—No te preocupes. No lo haré.
Apoyó la cabeza en su hombro con
una sonrisa y lo abrazó. Cerró los ojos
al comprender que Xypher le había dado
mucho más que su amor; le había dado
una familia y le había enseñado cosas
sobre sí misma desconocidas hasta
entonces.
Por primera vez en su vida tenía un
futuro real que la estaba esperando.
Y una familia que seguiría a su lado
pasara lo que pasase.
Escena eliminada de
Atrapando un sueño[1]
Esta escena la escribí para Atrapando
un sueño, pero no acababa de encajar
en la versión definitiva. Los
seguidores de la saga de los
Cazadores Oscuros recordarán que en
el libro de Talon, El abrazo de la noche,
los carontes escaparon de Kalosis y
desaparecieron. Todo el mundo los
creía muertos. Sin embargo, en
Atrapando un sueño descubrimos que
sobrevivieron. De hecho, un grupo
bastante numeroso se ha refugiado en
Nueva Orleans. Para saciar vuestra
curiosidad, volverán a aparecer en la
historia de Fang y Aimée. Entretanto,
aquí tenéis el encuentro entre Simi y
su hermano.
—Akri, ¿por qué vienes a un club
tan feo? Simi quiere ir de compras.
Ash disimuló la sonrisa mientras
conducía a Simi y a Xirena hacia el
edificio situado en la esquina.
—Bueno, es que es un club especial.
—¿En qué sentido? —preguntó
irritada Xirena. Al igual que Simi quería
comprar y comer—. ¿Hay comida?
Asintió con la cabeza.
—Por descontado. Solo hay que ver
el nombre: Club Caronte.
Simi se quedó plantada donde
estaba.
—¿Akri le ha comprado un club a
Simi?
—No.
—¿Y por qué se llama así?
—Ya lo verás —respondió él,
tirándole de un brazo para que siguiera
caminando.
Los demonios lo siguieron hasta la
puerta del club, que todavía estaba
cerrado para los clientes. Sobre la
puerta había un cartel luminoso de color
rosa fosforito.
Ash usó sus poderes para abrir la
puerta y las instó a entrar. En cuanto lo
hizo, Xirena soltó un chillido
ensordecedor.
—¡Xedrix! —exclamó mientras
atravesaba el lugar a la carrera y se
abalanzaba sobre su hermano, que acabó
de espaldas en el suelo.
Simi frunció el ceño.
—¿Ese es el Xedrix de Simi?
—Sí, es tu hermano.
Simi se mordió el labio, y se acercó
a su hermano con recelo. Xedrix estaba
intentando quitarse a Xirena de encima,
pero se quedó petrificado cuando la vio
a ella.
—¿Xiamara? —susurró el caronte.
Era imposible que se confundiera,
porque Simi era la viva imagen de su
madre, cuyo nombre llevaba.
—¿Rikrik? —preguntó Simi.
Xedrix adoptó su forma demoníaca y
salió disparado de debajo de Xirena
para abrazar a la hermana que llevaba
milenios sin ver.
—¡Estás viva!
Simi lo abrazó mientras chillaba el
nombre por el que lo llamaba cuando
era un bebé:
—¡Rikrik! ¡Te he echado mucho de
menos!
Ash retrocedió con el corazón en la
garganta al verla tan feliz. Sabía que su
presencia estaba poniendo nerviosos a
los carontes, Xedrix incluido. Puesto
que los dioses atlantes los habían
sometido, en teoría él era su dueño,
aunque no acababan de fiarse del todo
de su renuencia a volver a esclavizarlos.
—Ha sido todo un detalle por tu
parte.
Se volvió al escuchar a la mujer de
Xedrix, Kerryna. Era una mujer muy
guapa, bajita y delgada. Un demonio
Dimme que también se ocultaba de unos
enemigos que le harían daño a la menor
oportunidad. Él no tenía problemas para
relacionarse con demonios.
Joder, incluso le debía la cordura a
uno. Observó a Simi dando gracias por
no haberla mandado a tomar viento
fresco cuando su madre se la regaló.
—Simi es mi familia. Si ella es
feliz, yo soy feliz.
—No paro de decirle a Xedrix que
no eres como los otros dioses. Pero
todavía no me cree. Aunque lo hará con
el tiempo, lo sé.
Ash le sonrió.
—Gracias. Mientras tanto, voy a
esperar fuera. Si Simi se da cuenta de
que no estoy, dile que no se preocupe,
que se tome todo el tiempo que necesite.
Kerryna se echó a reír.
—Sí, tiempo es lo que nos sobra a
todos.
—Cierto —reconoció él mirándole
el vientre. Estaba esperando un hijo de
Xedrix—. Felicidades.
—Gracias.
Echó a andar hacia la puerta.
—¿Aquerón?
—¿Qué? —Se volvió para mirarla.
—Para responder a tu muda
pregunta, sí. Somos muy felices. Lo más
bonito del amor es que no le importa
quiénes seamos ni lo que seamos.
Espero que algún día tú también lo
encuentres.
Le agradeció las palabras con un
gesto de la cabeza antes de marcharse.
Ojalá pudiera creerle, pero no se dejaba
engañar.
Los finales felices eran para otros,
no para él. Para él jamás. Pero lo tenía
asumido. Se contentaba con ver la
felicidad de los demás. Y en el caso de
Simi, estaba contentísimo. Le bastaba
con seguir viviendo a través de ella.
SHERRILYN KENYON (Columbus,
Georgia, EUA, 1965). Famosa escritora
estadounidense, autora de la saga
Cazadores Oscuros. También escribe
novelas históricas bajo el pseudónimo
de Kinley MacGregor.
Es una de las más famosas escritoras
dentro del género del Romance
Paranormal. Nació en Columbus
(Georgia) y vive en las afueras de
Nashville (Tennessee). Conoce bien a
los hombres: se crió entre ocho
hermanos, está casada y tiene tres hijos
varones. Su arma para sobrevivir en
minoría en un mundo dominado por los
cromosomas «Y» siempre ha sido el
sentido del humor.
Escribió su primera novela con tan
sólo siete años y su mochila era la más
pesada del colegio, ya que en ella
llevaba las carpetas de colores en las
que clasificaba todas sus novelas que
había empezado… por si acaso tenía un
minuto libre para garabatear algunas
líneas. Todavía mantiene algo de esa
niña escritora en su interior: es incapaz
de dedicarse a una sola novela en
exclusiva. Siempre trabaja en diferentes
proyectos al mismo tiempo, que publica
con su nombre o con el pseudónimo de
Kinley MacGregor.
Con más de 23 millones de copias
de sus libros y con impresión en más de
30 países, su serie corriente incluye:
Cazadores oscuros, La Liga, Señores de
Avalon, Agencia MALA (B.A.D) y las
Crónicas de Nick. Desde 2004, ha
colocado más de 50 novelas en la lista
del New York Times.
Comenzó a esbozar las primeras
líneas de la serie de los Cazadores
Oscuros (o Dark Hunters) en 1986. En
2002 publicaba «Un amante de ensueño»
(Fantasy Lover), la precuela, que fue
elegida una de las diez mejores novelas
románticas de aquel año por la
asociación Romance
Writers
of
America.
Kenyon no sólo ayudó a promover,
sino también a definir la tendencia de la
corriente paranormal romántica que ha
cautivado el mundo. Además debemos
recalcar que dos de sus series han sido
llevadas a las viñetas. Marvel Comics
ha publicado los comics basados en la
serie «Señores de Avalon» (Lords of
Avalon), la cual guioniza la misma
Sherrilyn, y «Chronicles of Nick» es un
aclamado manga.
Notas
[1]
El siguiente texto apareció
posteriormente en el libro Aquerón de
esta misma colección, pero he decidido
incluirlo aquí (N. de la E. D.) <<
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