________Entrevistas inolvidables La entrevista tuvo lugar en Balmain (Australia). Al final Dawn Fraser y yo quedamos tan amigos. DAWN FRASER, EL GRAN MITO DE LA NATACIÓN FEMENINA *”No comprendo como pude llegar tan lejos en deporte” Era verano en Australia y Sydney me pareció un maravilloso lugar, al que siempre he deseado volver. La original estructura de su teatro de la Opera, un poco en la línea del Museo Guggenheim de Bilbao; sus playas, aunque acotadas por vallas metálicas por culpa de los tiburones, con decenas de jóvenes desafiando el peligro desde sus tablas de surf; la amabilidad de la gente, naturalmente con las consabidas excepciones. Yo fui a dar con una de estas excepciones: Dawn Fraser. La excepcional y única nadadora hasta el presente que fue capaz de ganar el oro en tres Olimpiadas distintas -Melbourne 1956, Roma 1960 y Tokio 1964-, la primera mujer en bajar de la barrera del minuto los 100 metros libres. La sirena de la desgracia, como le llamaban sus compatriotas, estaba de mal humor. Cuando se enteró que era periodista no quiso que me registrara en el hotel de su propiedad en la barriada de Balmain, en las afueras de Sydney, el Rivervieuw Hotel. Tres días me tuvo sin querer recibirme. Tres días haciendo guardia delante de la cafetería del hotel. Al cuarto día, nueve de la mañana, Dawn Fraser abrió la puerta como hacía todos los días. Y como todos los días la saludaba cortesmente: --Good morning, lady... Esta vez contestó: --Good morning, mister. Can I Help you?... No había duda: se había levantado de mejor humor. Me invitó a pasar, a pesar de que el horario de apertura era a las diez de la mañana, se disculpó mientras hacía un poco de limpieza y al rato preparó dos cafés con leche. --¿Azúcar?. --Sí, gracias... Había visto una fotografía de Dawn Fraser cuando ganó la prueba de los 100 metros (con récord) en la Olimpiada de Melbourne. Me habían llamado la atención unos ojos verde esmeralda y unos dientes de nácar dentro de un rostro feliz. Ahora sus ojos tienen el destello triste. Han debido ocurrir demasiadas cosas desde entonces. Dwan Fraser, fuera del agua, se ha visto azotada por la desgracia. Un accidente de coche unos meses antes de la Olimpiada de Tokio, conduciendo ella y en la que pereció su madre, estuvo a punto de enloquecerla. Quizá esto explique los incidentes en que se vio envuelta en la capital japonesa y que le valieron una suspensión de diez años decretada por la Unión Australiana de Natación. Pero llovía sobre mojado. Su fuerte pero inestable carácter solía jugarle malas pasadas: --Sí, soy muy individualista. Quizá porque provengo de una familia de ocho hermanos. El caso es que siempre he tenido problemas por culpa de mi fuerte carácter. Empecé a nadar a los cuatro años en el río Parramatta, me gustaba la natación, pero cuando al cumplir los quince años me propusieron entrenar para competir no me gustó la idea. Tardaron dos años en convencerme. --O sea, que empezó a competir a los diecisiete años... --Sí, en 1954, y al año siguiente era campeona de Australia en 200 metros libres. En 1956 gané dos medallas de oro olímpicas y batí dos veces mi propio récord del mundo. No quiero aburrirle con un recuento de éxitos o de récords, casi no me acuerdo, porque en realidad lo que me ha gustado siempre a mí ha sido beber cerveza, comer pasteles y divertirme. No comprendo como pude llegar tan lejos en el deporte. Es curioso que Dawn Fraser diga esto, entre sorbo y sorbo de café, entre atender a algún cliente y volverse a sentar a mi lado, cuando es la deportista que mejor palmarés tiene en la natación mundial: tres Olimpiadas, seis Juegos de la Commonwealth, veintisiete titulos asutralianos, diecisiete récords del mundo...¿Qué habría pasado de gustarle la natación?. --¿Qué habría pasado, Dawn?. --Pues, lo que pasó. Una vez en el agua me transformaba. Lo que no me gustaba eran los entrenamientos, los sacrificios, las órdenes. En la Olimpiada de Roma tuve mi primer incidente serio con nuestros dirigentes: quisieron obligarme a que participara en la prueba mariposa y yo me negué. Lo mío era el estilo libre, que es en lo que volví a ganar medalla de oro y en lo que, según el cronómetro, era la mejor del mundo. --Después de Roma y hasta Tokio, de Olimpiada a Olimpiada, atraviesa su mejor época... --En el terreno deportivo, sí. En el personal, la peor. En octubre de 1962, en Melbourne, en el transcurso de los Juegos de la Commonwealth nadé los 100 metros en 59.9 y en febrero de 1964 lo hice más rápido aún: 58.9. Yo siempre he creído en la lucha de la mujer por igualarse al hombre en todos los aspectos. Por eso me alegró esta contribución mía en el terreno del deporte, ya que bajar del minuto suponía abrir nuevas perspectivas a la natación femenina. --Después, el accidente... --De eso no hablo. --Hábleme, pues, de los incidentes de Tokio, que le valdrían una suspensión por diez años... --Lo de la suspensión fue una tontería: pensaba retirarme de todas formas después de la Olimpiada. ¿Que por qué se enfadaron mis queridos oficiales del Comité Olímpico Australiano?. Pués, verá. Primero, porque me negué a desfilar en la ceremonia inaugural. Luego, porque en una visita al palacio del Emperador Hiro Hito cogí una bandera como recuerdo, que posteriormente devolví. Lo hecho no era para tanto, pero me la tenían jurada. Menos mal que volví a ganar una medalla de oro, que es lo que compensa tanto sacrificio. --Económicamente, ¿le supusieron algo las medallas?. --Nada. De lo contrario, no trabajaría. La compensación es moral. Por las medallas en junio de 1967 la reina Isabel II de Inglaterra me condecoró con la Orden del Imperio Británico, lo que me permite poner detrás de mi nombre las siglas M. B. E. --Casada, después divorciada...¿Y ahora, Dawn?. --Triste. Tiene sus motivos, porque si en 1964 murió su madre en accidente de carretera, conduciendo ella, 1979 sería el fin para su ex marido, también en accidente de carretera. Fuera del agua, no cabe duda, Dawn Fraser es una sirena casada con la desgracia. Por eso desde Tokio 1964 tiene gesto de amargura y sonríe tan sólo con cuentagotas. El esmeralda de sus ojos muestra un destello cansino. Los que le conocen bien aseguran que su ilusión por la vida se fue con el último suspiro de su madre, un día de mayo, en un recodo de la Pacific Highway, la carretera que rodea todo un continente, Australia, de la que ella sigue siendo símbolo. Duelen sus desgracias, sus remordimientos, su tristeza y amargura. --Gracias, Dawn... --De nada. Buen viaje de retorno. Crucé los dedos y toqué la madera del mostrador. Aquella misma noche volaba a Tokio. Otras nueve horas de avión en el vuelo sin escalas entre Sydney y el aeropuerto japonés de Narita. Otra vez del calor bochornoso al frío de abrigo.