De la relación clínica a la relación terapéutica.

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DOCUMENTO 33 1
DE LA RELACION CLINICA A LA RELACION
TERAPEUTICA.
Ensayo de clarificación de los tipos de relaciones clínico-cliente y de los
factores que modelan su dinámica.
GILLES DELISLE
Psicólogo clínico. Dirictor del Centro de
Intervención Gestáltico de Montreal
desde su fundación en 1981
INTRODUCCION.
Todos los psicoterapeutas tienen el cuidado de crear con sus clientes una relación de
calidad cualquiera que sea el enfoque con el que se identifiquen y la clientela con la que
trabajan. Sus opiniones difieren tal vez en cuanto a las características de esta relación y en
cuanto a su importancia relativa en el camino terapéutico. Sin embargo, todos afirman que una
mala relación neutralizará el efecto benéfico de cualquier tipo de intervención.
La Terapia Gestalt, en sí misma, está articulada como respuesta y reacción al modelo
psicoanalítico. Se encuentran, entonces, cuestionadas la duración de la "cura", la importancia
concedida a la transferencia, las nociones de psicopatología y de diagnóstico, del mismo modo
que el papel del terapeuta. Al concepto de insigth nosotros oponemos el de awareness. Al de
transferencia respondemos con el de contacto. El inconsciente es, más o menos, el fondo, y el
diagnóstico psicopatológico casi una herejía.
Por otra parte, Perls hizo algunas demostraciones del método. En pocos minutos
nosotros asistíamos, absortos, al aparente desenlace de años de impasses. Con el tiempo,
programas de formación en Terapia Gestalt se pusieron en marcha. En la mayor parte de los
casos, se trataba de la fórmula de grupos intensivos que concedían un amplio espacio a lo
experiencial. Pero también allí se encontraba el acento puesto sobre el efecto inmediato de
intervenciones poderosas y permitiendo incontestables descristalizaciones. Es decir, en la cultura
gestáltica, la mayor parte había sido realizada con la inmediatez de la experiencia terapéutica, lo
que, además, había sido desde el principio la originalidad y la potencia de nuestro método.
Pero ¿qué había sido de las estructuras psicopatológicas, sintonizadas en el yo y
manifestadas en una variedad de contextos, tales como los trastornos de la personalidad? ¿Había
que creer que sólo la fuerza del contacto y del awareness en el aquí y el ahora iba a bastar para
operar transformaciones tan profundas y de tal envergadura?
Con el tiempo, las exigencias de la práctica clínica han llevado a un buen número de
gestálticos a interrogarse sobre las relaciones entre su enfoque, ciertamente potente pero poco
locuaz en torno a los riesgos de la psicoterapia de larga duración, y el tratamiento de los
trastornos de la personalidad. Si es innegable que se puede eliminar un síntoma fóbico en pocos
minutos o transformar la experiencia inmediata de la retroflexión en expresión creativa, sería
ingenuo creer que se pueden, de la misma manera, hacer las transformaciones duraderas que
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exigen el tratamiento de los desarreglos de la personalidad, que como veremos, un poco más
adelante, están en el centro de la dinámica psicopatológica.
Ahora bien, la Terapia Gestalt, gracias a la mirada que permite echar sobre el contacto y
sus desarreglos, sobre la función reguladora del awareness y sobre las relaciones entre la persona
y su entorno, es precisamente un planteamiento capaz de esclarecer la práctica clínica
contemporánea. Con la condición, sin embargo, de que nos dirijamos a la relación terapéutica en
sí misma, pues esa parece ser, por de pronto, la relación que se establece entre el terapeuta y su
cliente y que permite el proceso de desarrollo esencial para el tratamiento de los trastornos de la
personalidad.
¿Qué es hoy la relación terapéutica en el sentido gestáltico del término? Y, primero,
¿cuál es la importancia relativa de esta relación para el resultado del esfuerzo terapéutico?
El presente artículo quiere ser un ensayo de clarificación de la naturaleza de la relación
que se establece entre un clínico gestáltico y su cliente. Refleja la enseñanza ofrecida por el
Centro de Intervención Gestáltica (CIG) en su programa de formación clínica y también el modo
de aproximación preferido por los clínicos de la Clínica de psicoterapia del CIG. Se constatará
aquí la importancia acordada a la reflexión diagnóstica que debe preceder a la intervención
terapéutica, lo mismo que a los ejes alrededor de los cuales se desarrolla la relación terapéutica
gestáltica de larga duración y orientada al crecimiento y la transformación.
Daré, en primer lugar, un breve balance de la investigación en torno a la contribución de
la relación terapéutica al éxito de la psicoterapia. En seguida, propondré al lector un algoritmo
simple que ilustra el trayecto de la relación entre el clínico gestáltico y su cliente desde el primer
contacto hasta el momento en el que comienza la intervención propiamente dicha. Después
describiré los principales componentes de cada uno de los tipos de relaciones de intervención.
Finalmente, trabajaré sobre la dinámica particular de la relación que se anuda entre el
psicoterapeuta gestáltico y el cliente en el marco de la psicoterapia de larga duración y con
finalidad transformadora (desarrollo, crecimiento...)
RELACION TERAPEUTICA Y EFICACIA EN PSICOTERAPIA.
La psicoterapia es una actividad profesional sobre la cual las medidas de eficacia
continúan planteando a los investigadores múltiples problemas. Desde 1984 la comunidad de los
psicoterapeutas puede, por fin, apoyarse en una investigación de envergadura, desarrollada en los
Estados Unidos por el National Institute for Mental Health, para apoyar sus pretensiones en
cuanto a la eficacia de la psicoterapia.
Desde entonces, las principales corrientes de investigación en la materia se han
diversificado y se intenta ahora responder a la cuestión que consiste en saber cómo predecir el
resultado de una psicoterapia. En otros términos, ¿cuáles son los mejores predictores del éxito de
una psicoterapia?
Al querer asediar las diferentes respuestas a esta importante cuestión, los investigadores
han intentado clarificar las relaciones que pueden existir entre diferentes variables,
potencialmente predictoras, y el éxito relativo de una psicoterapia.
Las variables asociadas al cliente, al terapeuta y su enfoque, lo mismo que diversas
combinaciones de estas variables, han sido cuidadosamente examinadas. Más recientemente,
numerosos investigadores han comenzado a prestar atención no ya a cada uno de los
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interlocutores del coloquio terapéutico, sino más bien a la cualidad de la relación que se
establece entre ellos. La cuestión general que se plantea podría formularse así: ¿cuáles son las
propiedades observables de una relación terapéutica que llevan a esperar la consecución de los
objetivos?
Desde este punto de vista, veamos lo que puede ser clarificado o propuesto como
hipótesis generales de investigación. Y en primer lugar, pongamos la cuestión primordial:
¿existe una relación entre la cualidad de la relación terapéutica y el éxito del proceso?
En 1990, Frank y Gunderson constatan que el desarrollo de una buena relación
terapéutica está estrechamente ligado a la mejoría del funcionamiento del yo y a la disminución
global de la patología. Después, la investigación de Marziali y Alexander (1991) demuestra que
la cualidad de la relación terapéutica es un potente pronóstico del éxito de la terapia. En fin,
Horvath y Symonds publican en 1991 los resultados de su meta-análisis de 24 investigaciones y
concluyen que:
* En conjunto, se encuentra una correlación moderada pero estable entre la cualidad de la
relación terapéutica y el éxito de la terapia.
* La correlación entre la relación terapéutica y el éxito de la terapia no depende ni del método
utilizado ni de la duración.
Por tanto, si la relación terapéutica está efectivamente ligada al éxito del proceso, ¿cuáles
son los componentes determinantes?
En 1987, Rinaldi había constatado, en contra de los que habían podido creer que la
psicoterapia no era en el fondo más que un simple emparejamiento de personalidades
semejantes, que las díadas terapéuticas se desarrollan casi al mismo ritmo, independientemente
de que tomen parte en ellas personalidades diferentes o semejantes.
Después, Saunders y Howard (1989) descubren que la relación terapéutica está asociada
al acontecimiento de forma lineal o curvilínea, lo que permite creer que puede ser demasiado
fuerte así como demasiado débil. Este punto de vista se une en parte, como veremos más
adelante, con los postulados que estableceremos en cuanto a la relación terapéutica óptima
(RTO).
Además, la relación terapéutica parece formada por tres componentes principales que
modulan su cualidad: la alianza cooperativa, la resonancia empática y la afirmación mutua. Una
vez más se notará más adelante cómo estas características se acercan a aquéllas que incluimos en
el modelo de la RTO.
Para Dormaar, Dijkman y de Vries (1989), las tres variables que resultan ser las mejores
garantías de éxito terapéutico son la comprensión expresada por el terapeuta de la experiencia
del cliente, el acuerdo del cliente con la lectura que hace el terapeuta de su experiencia y la
percepción por parte del cliente de la naturaleza consensual de la relación.
Efectuando un análisis de la pareja cliente-terapeuta, Talley, Strupp y Morley (1990),
descubren que el éxito terapéutico depende ampliamente de la interacción entre el concepto del
self del terapeuta y el del cliente: cuanto menos complementarios son los conceptos del self del
terapeuta y del cliente, menos progresa el cliente.
En fin, para Piper, Azim, Joyce, McCallum et al. (1991), es la cualidad de las relaciones
objetales lo que constituye el mejor augurio de eficacia. Por tanto, si la cualidad de la relación
terapéutica es efectivamente una buena predicción del éxito del proceso y conocemos ya sus
principales componentes, ¿qué hacer para favorecer su consolidación?
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Para Kantrowitz (1986), cuanto más consciente es el terapeuta de su propia contribución
a los procesos transferenciales, menos probable es que sus límites personales ejerzan un impacto
negativo sobre el curso de la terapia. Esta formulación está muy próxima a los constructos de
centramiento y de integridad que nosotros colocaremos en la rejilla RTO.
Saari (1986), en una perspectiva hermenéutica, vuelve a definir la transferencia y la
contratransferencia como modelos relacionales que deben hacerse conscientes, para asimilarlos
después al sistema de significaciones. El proceso de la terapia llega a ser entonces una
construcción común e interactiva de la realidad del cliente.
Para Kahn (1987), el terapeuta debe explorar tanto la relación real como la relación
transferencial. La relación transferencial permite al terapeuta y al cliente comprender cómo está
formado el self, pero, sin embargo, es la relación real, en su función reparadora, la que permite el
crecimiento del self.
Bergner y Staggs en 1987 se han inclinado sobre los aspectos que tocan a la simbólica de
acreditación formal de la terapia. En los rituales de acreditación, una persona, en virtud de su
posición en el seno de la colectividad, introduce a otra en la misma comunidad o mejora su
estatuto en ella. Para ellos, una de las propiedades curativas de la psicoterapia es justamente este
aspecto ritual en su capacidad de reintroducir a la persona en el seno de la comunidad.
La noción de consenso ha sido, por otra parte, el objeto de numerosos escritos en los
círculos psicoanalíticos estos últimos años, y Carone (1987) habla de él [del consenso] como de
un factor curativo y como de un constructo teórico central. El consenso terapéutico se define
como una creación de la díada, fundada sobre un esfuerzo explícito y mutuo orientado a definir
los elementos de la experiencia consciente e inconsciente del cliente y del terapeuta. Esta
descripción nos acerca a Bouchard y Guérette (1991), según los cuales es la relación
hermenéutica, la que mira más a construir un conjunto de significaciones que a poner en claro
una "realidad histórica", lo cual es central en el proceso de curación psíquica. Para Henry,
Schacht y Strupp (1990), los casos de fracaso terapéutico están caracterizados por
comportamientos interpersonales de parte del terapeuta que confirman las introyecciones
negativas del cliente. La frecuencia de los comentarios sutilmente hostiles y controladores está
fuertemente ligada a la frecuencia de los enunciados auto-punitivos de parte del cliente. En fin,
los terapeutas que tienen ellos mismos introyectos "no-filiales" tienen tendencia a favorecer la
creación de relaciones terapéuticas problemáticas abocadas al fracaso. Se ve la importancia de
los elementos que llamaremos, en la rejilla RTO, intimidad, centramiento e integridad.
UN ENSAYO DE ENCUADRAMIENTO DE LOS FACTORES QUE
ESTRUCTURAN LA RELACION CLINICO-CLIENTE.
Pero cuando se habla de la relación terapéutica, ¿de qué relación se trata? ¿Se habla lo
mismo de las primeras entrevistas que de las que tienen lugar después de varios meses de
trabajo? ¿Se trata de terapia a corto plazo lo mismo que de la de a largo plazo? ¿Del tratamiento
de una depresión grave lo mismo que de una perturbación narcisista de la personalidad?
Con demasiada frecuencia se confunde la relación clínico-cliente y la relación
terapéutica. La primera está en acto desde que los actores han establecido un primer contacto y
dura mientras el clínico es responsable del dossier. La relación terapéutica no aparece y no es
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susceptible de ser explotada más que en un contexto particular, y sobrevive en el plano
simbólico mucho más allá de la relación clínico-cliente.
El cliente que consulta a un profesional de la salud mental acude a dos tipos de recursos
y a dos niveles de competencia: la competencia diagnóstica y la competencia terapéutica. En el
momento de anudar una relación terapéutica propiamente dicha es cuando sobre todo el clínico
pondrá en marcha su competencia para consolidar una relación terapéutica de cualidad.
Antes de encontrar al terapeuta gestáltico, el cliente debe encontrar al clínico a-teórico
capaz de establecer un diagnóstico psicológico y de recomendar una intervención apropiada.
Veamos, pues, cómo se dividen estos dos órdenes de competencia y los actos profesionales que
de ellos derivan.
La competencia diagnóstica.
Es la que permite al profesional de la salud mental hacer el examen de una petición de
ayuda. Procede por etapas en un proceso que busca apreciar los componentes de la situación que
vive el cliente, el estado relativo de urgencia en el que éste se encuentra, lo mismo que los
recursos personales que le permitirán participar más o menos activamente en la marcha
terapéutica que está a punto de emprender.
Así, antes de comenzar formalmente la intervención terapéutica, el clínico, acudiendo a
su competencia diagnóstica, considera la petición que le ha sido hecha a fin de determinar los
mejores pasos que han de seguir. De este examen derivará una estrategia de intervención
adaptada a las exigencias de la situación del cliente más bien que a los recursos del terapeuta.
Veamos los elementos que se toman en cuenta por el clínico en esta primera fase de su relación
con el cliente.
Ya se trate de dificultades de relación, de la aparición de una perturbación de ansiedad,
de un trastorno del humor o de cualquier otra cosa, el clínico debería, en principio, asegurarse de
que no está en presencia de un desorden mental o psicológico de causa orgánica o de un estado
psicótico. La competencia diagnóstica del profesional debería ser suficiente para permitirle, en el
nivel del prediagnóstico, descubrir los indicios de una perturbación orgánica o de un estado
psicótico. Si su cliente parece presentar tales indicios, el PSM debería ver cómo dirigir al cliente
hacia los recursos apropiados a fin de que sea establecido un diagnóstico más completo. Cuando
pueda creer que ni una ni otro de esos desórdenes mentales están presentes, el profesional de la
salud mental puede proceder al examen de la demanda de ayuda que debería comprender un
diagnóstico estructurado (de tipo multiaxial por ejemplo), una evaluación de la urgencia relativa
que vive el cliente, lo mismo que de los recursos o disposiciones psicológicas de éste. Este
examen permitirá determinar ulteriormente el modo de enfoque mejor adaptado a los recursos
del cliente, del PSM así como al contexto de la demanda de ayuda.
Veamos brevemente en qué consisten las variables examinadas en relación con el
diagnóstico. En el cuadro del modelo desarrollado en el Centro de Intervención Gestáltica, el
profesional se apoya en los cinco ejes del sistema multiaxial, después comprueba la coherencia
del cuadro así obtenido a fin de plantear su diagnóstico.
Antes de elaborar el modelo CIG, citemos primero el sentido de los ejes diagnósticos del
DSM-III-R.
El sistema diagnóstico multiaxial del DSM-III-R es, sin duda, un cuadro conceptual
imperfecto y discutible desde varios puntos de vista (ver sobre todo Kroll, 1991), pero tiene el
mérito de atraer nuestra atención sobre los múltiples factores que intervienen en la organización
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psicopatológica. Exige que el clínico examine la situación a la luz de cinco dimensiones
llamadas ejes, y que sirven para dar cuenta de la complejidad bio-psico-social de la
psicopatología.
Se anota en el eje I el diagnóstico que resulta ser lo esencial del motivo de la consulta. Se
consignará en él ya sea un código V, en el caso de que el motivo de la consulta no se atribuya a
una perturbación mental, ya sea un síndrome clínico (depresión, ansiedad, somatización, etc.)
El eje II es aquél donde se consignan las observaciones en cuanto al trastorno o al estilo
de personalidad del cliente lo cual, en el modelo CIG, subtiende la patología, puesto que se
considera la personalidad como el sistema psico-inmuno-metabólico, es decir, el equivalente
psicológico de los sistemas inmunitario y metabólico.
El eje III permite consignar los datos relativos a los factores orgánicos que podrían tener
un valor explicativo en cuanto a la psicopatología, o también interactuar con el tratamiento.
Los factores de estrés psicosocial presentes en la vida del cliente se anotarán sobre el eje
IV. Y en fin, sobre el eje V se procederá a una evaluación global del funcionamiento del cliente.
En el cuadro del modelo CIG, esta evaluación tomará sobre todo la forma de una "evaluación
global de la personalidad" (Spitzer, 1986).
Factores de
estrés psicosocial
Eje IV
Evaluación
global de la
personalidad
GAP
Respuesta
psicopatológica
Eje I- Eje V
90. Código V71.09. Ausencia de diagnóstico o
afección sobre el eje I...
80. Otros códigos V para situaciones no atribuibles
a un trastorno mental que motive examen o
tratamiento
6
1
5
4
2
70. Síntomas ligeros, dificultades de
funcionamiento...
3
60. Síntomas de intensidad media
4
50. Síntomas importantes o dificultad importante
e funcionamiento...
3
5
2
6
40. Una cierta alteración del sentido de la realidad
o dificultad mayor de funcionamiento...
7
30. Ideas delirantes, alucinaciones...
1
20. Un cierto peligro de auto o heteroagresión...
10. Peligro persistente y grave, gesto suicida serio,
ausencia de higiene corporal mínima...
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[Figura 1: La función mediadora de la personalidad en relación al estrés]
El poner en relación las observaciones que figuran sobre los diferentes ejes debería
permitirnos testificar la verosimilitud de nuestro diagnóstico. En efecto, como muestra la figura
1, el nivel de funcionamiento de la personalidad mediatiza las relaciones entre el estrés y el
síndrome clínico.
En paralelo con esta evaluación de los ejes bio-psico-sociales, el clínico debe apreciar el
carácter más o menos urgente de la situación que vive el cliente. En particular, evalúa el riesgo
eventual de auto-agresión (suicidio, auto-mutilación) y de heteroagresión. Esta evaluación se
distingue de las que se han hecho en el momento del prediagnóstico y del diagnóstico multiaxial y deberá permitir no solamente precisar el diagnóstico, sino también escoger un modo de
intervención apropiado al contexto
En fin, independientemente del diagnóstico multi-axial, el clínico evalúa las
disposiciones psicológicas del cliente en el momento en que hace su petición de ayuda, en
función de tres características que deberá tener en cuenta en la elección de un modo de
intervención. La evaluación de la capacidad de auto-observación debería permitir al profesional
de la salud mental apreciar hasta qué punto el cliente está dispuesto a observarse y es capaz de
hacerlo, más que examinar los comportamientos y actitudes de otros.
La evaluación del lugar (locus[sic]) de control para los fines de este tipo de diagnóstico
debería, en sí misma, permitir una apreciación de hasta qué punto el cliente se considera
responsable de lo que le sucede. En fin, la evaluación de la capacidad de abstracción trata de
medir el grado en que el cliente es capaz de generalizar y de transferir sus observaciones sobre
diversos planos de la experiencia. Es, de alguna manera, la aptitud para la comunicación
polisémica (que puede tener varios sentidos simultáneos) la que aquí se sopesa.
Después de haber procedido a la evaluación de la urgencia relativa y de las disposiciones
psicológicas del cliente, el clínico debería poder situar a éste en una intersección dada entre dos
continua que podrán influir sobre la elección de la forma de intervención.
Urgencia
7
1
1
7
Capacidad de auto-observación
[Figura 2 : Los continua urgencia-consciencia]
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Es obvio que cuanto más elevada es la urgencia y menor la capacidad de autoobservación, tanto más la intervención es algo de lo que hay que hacerse cargo [prise en charge].
A la inversa, cuando no hay o hay poca urgencia y la capacidad de auto-observación es elevada,
las condiciones óptimas de una intervención basada sobre el contacto y el awareness se
encuentran reunidas.
La planificación de la intervención
El diagnóstico está ya completo y el clínico puede desde ahora proceder al
establecimiento de objetivos para la intervención y tomar una decisión en cuanto a las
modalidades de aquella, ya sea que se encargue él mismo de la intervención, ya sea que envíe a
su cliente a ver a un colega más apto para emprender el tipo de intervención que exige la
situación. La figura 4 resume el proceso diagnóstico que acabamos de presentar.
El prediagnóstico
Verificación Sumaria
del organismo
SI
Verificación preliminar de
trastornos del registro psicológico
NO
SI
Referencia para
investigación
médica
NO
Continuación de
la investigación
Toma de disposiciones para
un diagnóstico especializado:
* Por el psicólogo
* Por otro especialista
Continuación de
la investigación
Fin o suspensión de
la relación
El diagnóstico
Diagnóstico multi-axial
(DSM-III-R)
La planificación de la
intervención
Evaluación de la urgencia relativa:
·* Riesgo de auto-agresión
* Riesgo de hetero-agresión
Toma de decisión de las
modalidades de intervención
Evaluación de las disposiciones
Psicológicas orientadas a
la intervención:
* El locus de control
* La capacidad de insight
* La capacidad de abstracción
* La capacidad de expresión
*Reenvio a un
*Hacerse cargo de
profesional más apto
para intervenir
adecuadamente
la inter vención
Establecimiento de los
Fin de la relación
objetivos de la intervención:
* A corto plazo
* A medio plazo
· * A largo plazo
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[Figure 4: La trayectoria de la relación clínico-cliente]
LOS TIPOS DE RELACION DE INTERVENCION.
Si el clínico escoge emprender él mismo la intervención, podrá ser empujado a
desempeñar diferentes roles, lo mismo al principio, al medio o al final del proceso. Veamos,
pues, las diferentes relaciones de intervención que pueden darse en este estadio entre el
profesional y su cliente.
La relación de contención
La relación de contención es la que se impone cuando un cliente se encuentra en una
situación de urgencia máxima y sus capacidades de auto-dirección y de dominio son mínimas.
Pensemos en los proyectos de suicidio y en los proyectos de auto o de héteroagresión. El
profesional que tiene conocimiento de tales condiciones tiene el deber de intervenir utilizando la
justa exigencia, de forma que proteja la integridad de su cliente o del entorno de éste.
La relación de prescripción
Como su propio nombre indica, la relación de prescripción es aquélla en la que el
profesional, sin llegar a tomar físicamente a su cargo al cliente, asume momentáneamente en su
lugar las funciones de decisión. No hay proyecto claro, pero el estado del cliente y la situación
que afronta son tales que existe un riesgo apreciable para su integridad física, psicológica, o para
la integridad de quienes están a su lado. Con todo, el cliente está en estado de comprender las
directivas del clínico y de someterse a ellas.
La relación de ayuda-consejo.
Aquí, la situación exige que el profesional proponga una cierta orientación y que dé un
consejo. El cliente es capaz de tenerlo en cuenta razonablemente.
A corto plazo
A largo plazo
Semanas
Años
Las expectativas frente a la
duración de la terapia
Objetivación
La dirección de la influencia
terapéutica
Adaptación / Ajuste
Los fines de la terapia
El comportamiento como medida El punto de mira del cambio
Explícito
Los refuerzos
La relación ayuda al cambio,
El modo de comunicación
Los apoyos del cambio
El papel de la relación
Subjetivación
Transformación
La experiencia de adaptación de sí
mismo y del entorno
Implícito
El crecimiento del awareness
La relación está en el corazón del
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pero desempeña un papel
secundario
La causalidad
terapéutica
El modelo explicativo de la
situación actual
La realidad es lo que se observa El lugar y el sentido de la
en general en la cultura ambiento “realidad”
y es objeto de consenso
proceso de cambio; transferencia y
contratransferencia
La intencionalidad
La realidad es la que se prueba, se
percibe, es emergente y personal
[Cuadro 1: Una comparación de las dinámicas terapéuticas a corto y a largo plazo.
(Sacado de The Art of the Therapist, James F.T.Bugental, Norton, New-York, 1987)]
La relación terapéutica.
La relación terapéutica que ayuda a desarrollar y a transformar es la que se puede
establecer entre un cliente/paciente y su terapeuta cuando el diagnóstico multi-axial ha
permitido:
* Excluir una causa orgánica como motivo de consulta (eje I)
* Eliminar la presencia de una psicosis que permitiera dar cuenta de los síntomas del
cliente/paciente (eje I).
* Discernir un síndrome clínico no-psicótico (eje I) o el "motivo por el que se necesita una
consulta no atribuible a un trastorno mental" (código V).
* Discernir la perturbación o el estilo de la personalidad (eje II) y excluir:
- Una perturbación de la personalidad antisocial.
- una perturbación de la personalidad esquizotípica.
* Precisar la naturaleza y la intensidad de los factores de estrés psicosocial (eje IV).
* Determinar la fuerza del sistema psico-inmuno-metabólico (personalidad) por medio del GAP.
* Concluir que la configuración multi-axial no es tal que el cliente represente, de forma
inmediata, un peligro para sí mismo o para los que le rodean.
* Concluir que el cliente dispone de recursos psicológicos mínimos que le permitan
aprovecharse de una psicoterapia de crecimiento y desarrollo:
- capacidad (y no disposición) de auto-observación.
- capacidad de abstracción.
En general, la relación terapéutica a largo plazo trata de permitir al cliente que ha logrado
liberarse de los trastornos del eje I, desarrollar y reforzar su personalidad en tanto que sistema
psico-inmune-metabólico. Se mide por años y busca la transformación o el desarrollo integral de
la persona. Si se la compara, como lo ha hecho Bugental (1987), con la psicoterapia a corto
plazo, se constatan numerosas diferencias. El cuadro 1 ilustra el contraste entre los dos tipos de
intervención. En el marco de este artículo, notemos sobre todo que si, en la terapia a corto
plazo, la relación no se trabaja más que en la medida en que ella perjudica al proceso, en la
terapia a largo plazo está en el corazón mismo del proceso. Más todavía: la relación es la terapia.
LAS DIMENSIONES DE LA RELACION TERAPEUTICA A LARGO
PLAZO ORIENTADA AL DESARROLLO.
DOCUMENTO 33 11
Entonces, ¿a qué se parece esta relación que se establece entre un profesional de la salud
mental, ahora transformado en terapeuta gestáltico, y su cliente? ¿Cuáles son las dimensiones
que permiten definir sus condiciones de cualidad, desde un punto de vista existencial-humanista,
y desde un punto de vista gestáltico?
En primer lugar, el terapeuta tiene un doble papel: es a la vez un participante
comprometido en una relación con un interlocutor íntimo y un observador-comentarista de esa
relación. En virtud de ello, recibe (se diría, a veces, que encauza) los sentimientos dirigidos a él
por el cliente. Por contra, él actúa también en esta relación. Escucha, ciertamente, pero también
habla, se mueve, sonríe, ríe, pregunta, contesta. A veces (¿a menudo?), se emociona y pasa por
toda la gama de las emociones en tanto que participante... pero no es un participante común y no
es sólo participante.
Además de su compromiso interaccional, el terapeuta guarda siempre una parte de su
consciencia o de su awareness centrada sobre la observación del proceso en el que él participa y
al que alimenta. Incluso cuando se impacienta, se emociona, se enternece y sostiene el contacto o
lo rompe, cuando incluso se confronta con el cliente, le frustra o le gratifica, él se observa en
plan de interactuar con ese Otro que espera de él que recomponga su mecanismo roto sin
cambiarlo demasiado.
En fin, como cristalización de su doble rol de participante y de observador, comenta el
proceso en el cual está comprometido. Lo hace desde una perspectiva hermenéutica (Bouchard y
Guérette, 1991), poniendo activamente al cliente, también participante y observador, a colaborar.
Juntos, crean la trama de una historia no semejante a ninguna otra, relato único cuya veracidad
histórica no importa más que en tanto fermento de otra realidad, experiencial. El proceso mismo
de esta creación común es de reparación y se aproxima mucho a la noción de consenso de la que
habla Carone (1987).
A través de los papeles que debe desempeñar el terapeuta se perfila la triple apuesta de la
relación: reproducción, reconocimiento, reparación. Es obvio que la finalidad de la relación
terapéutica no es ciertamente la reproducción de los impasses del cliente. Pero tampoco es
solamente el reconocimiento de esos impasses. El destino del itinerario terapéutico es la
reparación. No la "mecánica-reparación" por la cual uno de los compañeros es el beneficiario de
la acción reparadora del otro, sino más bien esa acción convergente, sin ser siempre conjunta, de
donde renacen la coherencia, la continuidad, la alteridad.
Pero ¿cómo reparar lo que no ha existido o ya no existe? ¿Cómo cultivar aquí lo que fue
plantado en otra parte? El juguete roto, arrinconado en el granero, debe ser, por de pronto,
reclamado, después reencontrado, desempolvado y arreglado. Con frecuencia, se recuerda
vagamente que se había roto, pero no se sabe muy bien cómo. Se intenta hacerlo funcionar y
entonces se reencuentra la raja, la fractura. Se le baja al taller y, siempre juntos, se repara.
Reconocimiento
(relación hermenéutica)
Reproducción
(relación transferencial)
Reparación
(relación real)
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[Cuadro 2: Los tres niveles de la relación terapéutica y las apuestas de la psicoterapia]
Decir lo anterior, es también afirmar el carácter indispensable de tres niveles de relación.
Dos de ellos han polarizado siempre a los terapeutas de diversas orientaciones: el nivel de la
relación transferencial y el de la relación real. El tercero, el nivel de la relación hermenéutica, es
menos conocido, pero a riesgo de simplificar, se podría decir que constituye un puente entre los
otros dos. De hecho, los tres niveles de la relación terapéutica están imbricados, se tocan entre sí
y no son disociables más que por las necesidades del análisis.
LA RELACION TRANSFERENCIAL.
Los psicoterapeutas humanistas, con los gestálticos a la cabeza, han estado siempre más
o menos molestos por la indeformable naturaleza transferencial de la relación terapéutica.
Interesados principalmente en restaurar la salud más que en reducir la patología (lo que viene a
ser lo mismo, pero ilustra una diferencia de enfoque), hemos tenido tendencia a considerar la
relación transferencial como una manifestación patológica que se debía de enderezar por la
mediación de su contrario, el contacto. En otros términos, mirando la relación real, algunos de
nosotros han reducido el interés dedicado a la relación transferencial confinándola al rol de
síntoma de la patología y de testimonio, cuando es negativa, del progreso de la acción
terapéutica.
Con todo, esta relación "como si" carga con la historia de lo inacabado y de lo
inconfesado. Sin ella, la reproducción, de la que hablaremos muy pronto, no es posible. Tan
pronto como el cliente inicie la maniobra de amarrarse al terapeuta de la única manera que él
conoce, se encuentra confrontado con la exigencia implícita de una reparación inmediata, por
tanto potencialmente superficial, de lo que se ha moldeado con el paso del tiempo...
Como sugiere Kahn (1987), si la relación real es la única que puede reparar el self, es, sin
embargo, la relación transferencial la que desvela la herida que hay que reparar.
Para que la relación transferencial pueda anudarse, el cliente debe encontrarse con un
interlocutor menos "tipificado" que lo que son sus objetos internos. Es decir, el terapeuta debe
ser suficientemente polimorfo para permitir al cliente que reproduzca con él los trayectos y los
impasses que le son familiares y que, por otra parte, le han llevado hasta él. De todas formas, el
terapeuta gestáltico no se obliga a la neutralidad. Pues en una posición de cara a cara, a solas, ¿se
puede verdaderamente hablar de neutralidad? En la relación terapéutica a largo plazo, el
terapeuta gestáltico adopta al comienzo del proceso una posición atenta (y no falsamente atenta
[attentiste]), sobria pero completa, de esa integridad que rechaza el maquillaje de la experiencia
y que no esconde al terapeuta ante la mirada del otro. Esta sobriedad atenta es el embrión de la
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relación futura que se elaborará, se diferenciará y permitirá al terapeuta jugar sucesiva o
conjuntamente sus roles de participante, de observador y de comentador.
Esta sobriedad es también retroflexión por parte del terapeuta. Permitir el arrimo
transferencial supone que el terapeuta, estando en posición afilada de awareness, retroflecta
provisionalmente los impulsos correctores que podría tener. En el marco de la relación
terapéutica reparadora, es inútil querer "restablecer los hechos". Inútil y perjudicial. Si el
terapeuta se revela incapaz de sostener provisionalmente esta elaboración transferencial, el
cliente se encontrará privado más adelante del sentimiento de ser, al fin, conocido y reconocido y
la experiencia no habrá sido otra cosa que una "bella experiencia de contacto".
LA RELACION HERMENEUTICA.
Se trata de esa parte de la relación en la que el terapeuta y el cliente participan en una
creación común, la del sentido de la realidad experiencial del cliente. Aquí la terapia se mira
como una empresa de co-escritura cuyos coautores serán tanto más fértiles y su creación tanto
más rica cuanto su relación favorezca esta creación. Es más: esta misma relación se construirá y
se moldeará en el sentido de coproducción. Será la hemenéutica viviente y encarnada por el
sentido actuado tanto como por el expresado (Bouchard y Guérette, 1991).
No se tratará tanto de explicar como de comprender o com-prender. Así la relación
hermenéutica es la que lleva el meta-comentario del terapeuta y, a medida que se vaya
elaborando, el del cliente. En ella es donde vive y crece la búsqueda de sentido, tan cara a
Frankl. Por ella es por lo que se honra el valor de la experiencia inmediata, por más banal que
pueda parecer. Mientras que la relación transferencial repite y reproduce y en cuanto relación
real repara y restaura, la relación hermenéutica ilumina el conjunto del proceso y lo devuelve en
su integridad a la conciencia de los interlocutores. En este sentido, es una forma noble del
awareness, tan precioso a los ojos del gestáltico. En ella se encuentran fertilizados el
centramiento del terapeuta y su experiencia de fascinación frente al cliente.
El deber hermenéutico llama al terapeuta a un refinamiento constante de su consciencia
(awareness); consciencia de su propio proceso en relación, lo mismo que de el del cliente,
intercambio polisémico donde el "Yo-Ello" se funde con el "Yo-Tú". Pero en la relación
terapéutica, para llegar a ser fermento de transformación, lo que es conocido debe ser dicho. El
terapeuta debe, por tanto, cultivar el amor a las palabras, la pasión por el matiz justo. La tristeza
no es la melancolía, ni ésta es la nostalgia. En el ciclo de contacto, la cresta de energía no
aparece más que una vez captada, identificada, nombrada (yo escribí "simbolizada", lo que
provocó el sofoco de algunos colegas de Francia...) la sensación. La palabra justa fija la figura, el
instante de reconocerla y anclar la experiencia, que de otra forma no sería más que un desfile
fugitivo de imágenes, de resentimientos.
LA RELACION REAL.
Dos personas frente a frente. Iguales en dignidad aunque diferentes en el plano de los
recursos y del papel que les será adjudicado, deberán encontrarse, hablar juntos por medio de
todas las funciones de contacto, dialogar. La restauración de ese diálogo y la acogida de lo que
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lleva de energía imprevista están en el corazón de la entrevista terapéutica. La relación real es,
pues, la que acarrea el proyecto de restauración de la capacidad de contacto del cliente. Éste,
puesto en presencia del terapeuta, debe encontrar una persona que sea no solamente capaz de
tolerar la carga transferencial comentándola, sino también de ayudarle a "metabolizar" esta carga
y a transformarla en energía de contacto. El terapeuta debe ser, en fin, quien facilite la respuesta
diferente. El que guíe la solución de los impasses del cliente de forma encarnada y personal.
Si la terapia que no permite o no aborda la elaboración transferencial se confina en el rol
de la experiencia de contacto, la que rehusa la relación real rechaza al mismo tiempo el cambio y
, finalmente, no es más que un comentario cansado sobre un escenario empobrecido.
Por la integridad personal del terapeuta la psicoterapia es relación, la relación es real y
esta realidad es reparación. Cuando el terapeuta honra el valor de su cliente arriesgando él
mismo la intimidad necesaria para el acto reparador, la psicoterapia pasa de la arqueología a la
arquitectura, de la comprensión de lo que ha sido a la edificación de lo que será.
La relación real se expresa en el contacto y por las funciones de contacto. Allí donde la
relación hermenéutica es búsqueda de sentido, ésta es búsqueda de plenitud. Sin duda es esta
relación la que Perls intentaba crear y poner de relieve. Aunque indispensable para el proceso
terapéutico, es todavía insuficiente. Es la salud manifiesta, pero no toda la salud. Representa una
parte del todo. No nos corresponde a nosotros explicar que el todo no es reductible a sus partes...
LOS EJES DE DESARROLLO DE LA RELACION.
Pero ¿cómo hacer para favorecer el desarrollo óptimo de los tres niveles de la relación
terapéutica? Desde 1991, estamos probando, en el CIG, una rejilla de lectura de la cualidad de
una relación terapéutica que sea la expresión viviente de los tres niveles de relación y de los tres
riesgos del proyecto terapéutico. Nosotros lo hemos llamado la relación terapéutica óptima. Se
trata de cinco ejes que atraviesan la relación y que, de la misma forma que los ejes del
diagnóstico, interactúan entre ellos. Cada uno se presenta como un continuum donde lo óptimo
está centrado y donde los desvíos de ese óptimo se miden en excedentes o en déficits.
Dicho brevemente, se trata de los continua de intimidad, de integridad, de correr riesgo,
de centramiento y de fascinación. En cada una de estas dimensiones es posible estar en déficit o
en exceso. Además, intentamos descubrir los comportamientos y actitudes del terapeuta que
interactúan con la optimización de cada dimensión. Partimos del postulado según el cual, si el
terapeuta sabe explotar las posibilidades de acrecentar el nivel de intimidad en la relación y de
integridad en el contacto, si es capaz de asumir riesgos asimilables por el cliente ayudando a éste
en su propia asunción de riesgos, si es capaz de controlar su centramiento tanto como su
fascinación en el aquí y el ahora, entonces los tres niveles de relación interactuarán de forma
óptima.
En un primer taller de ensayo sobre el tema que reagrupó psicoterapeutas gestálticos de
Francia y de Québec, pudimos poner a prueba los componentes de esta rejilla de lectura,
utilizándola a la vez como instrumento de consolidación de la relación terapéutica y como rejilla
de auto-supervisión. Los resultados han sido muy estimulantes y pretendemos repetir la
experiencia. Por de pronto, parece posible aumentar de forma apreciable la cualidad de la
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relación terapéutica por medio de estos continua. Y después, la rejilla parece constituir un buen
instrumento de observación al permitir un feedback ponderado.
Además, la experiencia parece indicar que las fluctuaciones en las dimensiones de la
relación terapéutica óptima pueden servir de índices preciosos en el diagnóstico de los trastornos
de la personalidad y de las alteraciones del self. En otras palabras, las diversas personalidades
ejercerían presiones diferenciales sobre los continua de la rejilla. Así, la persona dependiente
"tiraría" en el sentido de un exceso de intimidad (llamado intrusión en la rejilla), de una
insuficiencia de integridad (llamada corruptibilidad), y de una insuficiencia en asumir riesgos
(pusilanimidad). La descodificación de la experiencia de los interlocutores por medio de esta
rejilla de lectura proporcionaría preciosos apoyos no sólo para lo que tiene que ver con el
diagnóstico, sino, sobre todo, en cuanto a las direcciones susceptibles de optimizar la
intervención.
En una próxima publicación, trabajaremos sobre cada uno de los cinco continua que
fundamentan la relación terapéutica óptima y presentaremos los resultados de una tentativa de
estandarización y de validación de la rejilla de observación.
Este artículo ha sido traducido en el Centro de Terapia y Psicología de Madrid por María Cruz
García de Enterría en 1996, del original “De la relation clinique à la relation thérapeutique”
publicado en Gestalt, Revue de la société Française de Gestalt, núm.8, 1995, pp.29-51
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