Revisar el divorcio

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Revisar el divorcio. Tutela de la indisolubilidad matrimonial en un
estado pluralista
(Amadeo de Fuenmayor. Cuadernos del Instituto Martín de Azpilcueta,
Pamplona 2000, 73 pp)
Escribo estas líneas en el día en que las Cortes españolas han aprobado dos
leyes de gran trascendencia social: aquella en que se legitiman las uniones
homosexuales, equiparándolas a todos los efectos con el matrimonio, y la que
modifica el régimen del divorcio. Las consecuencias de estas leyes pueden ser
desastrosas en muchos sentidos, pero quizá serán ocasión de grandes bienes.
La lectura del libro que ahora comentamos puede ser muy provechosa en el
momento actual. Aunque el título parece indicar que en él se ofrecen
argumentos para defender el matrimonio indisoluble, en realidad, el autor
apunta mucho más lejos de lo que el título parece sugerir. No se limita a
proporcionar argumentos en favor de la indisolubilidad del matrimonio con
objeto de revisar la ley de divorcio vigente en España desde hace decenios. En
nuestra opinión, el autor introduce un cambio de perspectiva muy interesante
en el modo de tutelar los derechos naturales de los ciudadanos e,
indirectamente, una nueva óptica desde la que se pueden estudiar todas las
cuestiones mixtas del Derecho eclesiástico; es decir, aquellas en las que
confluyen la jurisdicción de Estado y la de la Iglesia. Ese cambio de
perspectiva está implícitamente indicado en las palabras del subtítulo: "tutela
de la indisolubildad matrimonial en un Estado pluralista".
La tutela de la indisolubilidad del vínculo conyugal ha sido y es, en la práctica,
una preocupación casi exclusiva de quienes defienden la doctrina católica
relativa al matrimonio y la familia. El mismo término "indisolubilidad" procede
de la tradición jurídica canónica. La tutela de esta propiedad intrínseca del
matrimonio se ha realizado desde la perspectiva de la defensa de la verdad,
es decir, desde las exigencias del Derecho natural. Se trata del modo
tradicional de defender las propiedades del instituto matrimonial. Podría
calificarse de tutela objetiva o abstracta, consistente en mostrar o describir lo
exigido por la naturaleza.
Don Amadeo de Fuenmayor propone una perspectiva distinta. Se trata de
tutelar la indisolubilidad del matrimonio desde la libertad de los ciudadanos.
Esas mismas propiedades del instituto conyugal son defendidas no tanto
desde instancias autoritativas eclesiales sino más bien por quienes gozan
directamente del Derecho natural, es decir, por quienes son auténticos
titulares del derecho al matrimonio indisoluble. La defensa no es ejercitada de
manera objetiva o abstracta, sino desde la vida de los sujetos que
"reivindican" del Estado una tutela eficaz de sus derechos, apelando a las
exigencias jurídicas de la naturaleza humana.
Es sabido que uno de los dramas de nuestro tiempo consiste en el divorcio
existente entre la verdad y la libertad. Ciertamente, muchas de las
reivindicaciones de las pretendidas "nuevas" libertades se llevan a cabo con
menoscabo de la verdad. Sin embargo, en los supuestos que estamos
comentando el aparente dilema entre "verdad" y "libertad" se esfuma como
por encanto. Haciendo uso de su libertad al exigir un derecho fundamental de
la persona, los cónyuges logran que la verdad resplandezca con todo su
esplendor. La verdad conyugal −en todos sus aspectos, no sólo en el de la
indisolubilidad− no consiste en la afirmación de un axioma o de un dogma
abstracto. Se trata de exigencias de justicia que dimanan de las relaciones
familiares (en la medida que lo son verdaderamente). El matrimonio y las
demás relaciones familiares no son fruto de un acto de poder estatal o
eclesial. Se trata de vínculos antropológicos y jurídicos derivados del poder
que la Naturaleza confiere al hombre y a la mujer en la medida que son
cónyuges, es decir, en tanto en cuanto se han entregado el uno al otro en
alianza irrevocable para constituir el matrimonio.
El cambio de perspectiva al que aludimos se advierte precisamente en el
momento de señalar que la tutela de la indisolubilidad debe provenir de los
mismos titulares del derecho al matrimonio indisoluble. Matiz importante. No
debe olvidarse que el debate sobre el divorcio ha tenido lugar en unos Estados
−los del Occidente− en los que pugnaban dos modos culturales de
comprender la persona y la familia. Esa pugna − que sigue estando presente
en la actualidad de nuestro país− se planteaba de manera esquemática entre
los partidarios de la defensa de la verdad católica sobre el matrimonio y los
que, defendiendo el divorcio, apuntaban −según sus palabras− a un auténtico
progreso social al ampliar el ámbito de libertad de los ciudadanos; libertad
que se veía gravemente comprometida por la existencia de un sistema en el
que la indisolubilidad se imponía a todos los ciudadanos. Los católicos estarían
imponiendo su verdad a todos, anteponiéndola a la libertad. Quienes
abogaron por la implantación del divorcio son los mismos que ahora apuntan
hacia otros objetivos tendentes a conseguir mayores ámbitos de libertad para
todos los ciudadanos. A estas pretensiones libertarias y progresistas se
opondría la Iglesia con "su verdad" dogmática, sus pretensiones universalistas
y su concepción ya superada de la familia biológica tradicional. Intolerancia,
fundamentalismo y sexismo, serían los principales epítetos con los que se
desautoriza a cualquiera que se oponga a esas ansias de ampliación de
libertades.
Dejando de lado lo infundado de estas pretensiones libertarias −lo cual no es
el objeto de estas líneas−, sí parece cierto que la sensibilidad contemporánea
es reacia a aceptar la "verdad" si ésta no es avalada por la "libertad". Y al
revés, esa misma sensibilidad es proclive a admitir como "verdaderos", por el
solo hecho de que son "reivindicadas" como libertades, planteamientos
veleidosos y sin fundamento en el derecho natural. Aunque sólo fuera en
atención a este perjuicio cultural de nuestra época, habría que plantearse la
conveniencia de que toda defensa de los derechos naturales relativos a la
familia fuera llevada a cabo por sus respectivos titulares. Una tutela de tal
índole nunca podrá ser percibida por la opinión pública como imposición
intolerable de un grupo en detrimento de los derechos o libertades de otros.
Señala, con razón, Fuenmayor que tanto los partidarios del divorcio como los
que promueven la indisolubilidad del vínculo han querido fundamentarse en la
libertad de los ciudadanos. La aparente contradicción −pues es imposible que
una misma noción de libertad sirva de fundamento a dos realidades contrarias
e incompatibles− se resuelve precisamente en el diverso contenido del
concepto de libertad empleado por unos y por otros. Fuenmayor señala que se
trata de dos posturas irreconciliables pero no contradictorias: "podrá tomarse
partido en favor de una u otra de estas posturas enfrentadas, pero, en todo
caso, habrá que reconocer que se trata de posturas diferentes. De aquí esta
importante y elemental conclusión: cuando el legislador civil establece un
régimen de divorcio vincular aplicable a todo matrimonio con criterio
igualitario, no está sirviendo al principio de igualdad de los ciudadanos ante la
ley, aunque en un examen superficial pudiera parecer que sí. Lo que hace es
tomar partido −en un tema de máxima importancia− en favor de uno de los
términos de la alternativa a que antes me he referido. Y lo hace en obsequio a
quienes tienen una determinada concepción de la libertad; al propio tiempo
que deniega toda tutela jurídica a los contrayentes que tienen un concepto
diferente del uso de la libertad en relación con su vida conyugal" (pp. 12-13).
Fuenmayor propone ahora con mayor rotundidad y convicción algo que ya
lleva años sosteniendo: que una sociedad pluralista debe tutelar todas las
visiones relativas a los derechos conyugales, precisamente para defender
tanto la libertad de todos como la igualdad de todos ante la ley. Puesto que
son distintas las ideas de libertad de unos y de otros, ambas posiciones
deberían tener cabida en el mismo Ordenamiento jurídico, en que
encontrarían acogida tanto un matrimonio indisoluble como otro de carácter
disoluble.
Qué duda cabe que este planteamiento de Fuenmayor ha podido parecer en
otros momento demasiado radical y peligroso. En efecto, parecería
fundamentar no sólo la posición de quienes han defendido y defienden el
divorcio vincular sino también la de los partidarios de medidas libertarias
como la que hoy se ha impuesto legalmente en España de manera
democrática. En estos días, se ha invocado como argumento "definitivo" la
necesidad de ampliar derechos y libertades, de modo que se evite el perjuicio
sexista y homófobo que primaría exclusivamente el matrimonio heterosexual,
cerrando los ojos a los derechos de los homosexuales.
Aunque se trate de un argumento demagógico y simplista, gran parte de la
opinión pública lo admite como válido precisamente por querer respetar las
libertades de los ciudadanos. En todo caso, se advierte con nitidez que la
tutela no sólo de la indisolubilidad sino de todo el instituto natural de la
familia no puede realizarse hoy eficazmente −mientras gran parte de la
sociedad esté cerrada al tipo de argumentaciones consideradas dogmáticas−
desde la perspectiva objetiva que se limita a demostrar la verdad en modo
abstracto.
Está predominando en Occidente una visión individualista y libertaria en la
que todos los vínculos familiares son considerados "creación" de la libertad y
de la cultura, sin más norma que la positiva y sin referencia alguna a la
naturaleza. Una visión que defiende la libertad en detrimento absoluto de la
verdad (que es sistemáticamente negada). Una visión que es uniformista y
que pretende negar toda realidad natural que quiera justificarse desde las
instancias de la verdad.
Pues bien, la tesis que Fuenmayor ha estado aplicando en defensa de la
indisolubilidad del vínculo puede ser extendida a todo el instituto familiar. Con
las leyes que acaban de ser aprobadas, el peligro que se querría evitar con el
uso eventual de la opción por el matrimonio civilmente indisoluble, es decir, el
riesgo de la relativización absoluta de los fundamentos del sistema familiar, ya
se ha verificado. Ahora podría decirse que ya casi no hay nada que perder. El
planteamiento de Fuenmayor puede aplicarse en todo el área del derecho de
familia precisamente para recuperar los ámbitos de derecho natural que se
han perdido. Pero, eso es lo importante, reivindicados como libertades y
porque lo son. Una sociedad pluralista no puede negarse a aceptar la defensa
de los derechos cuando estos son reivindicados por sus titulares, es decir,
cuando se presentan como ámbitos de libertad que deben ser respetados en
un Estado en el que existe la igualdad de todos ante la ley. Si la libertad
permite que existan contemporáneamente dos concepciones de la persona y
de la familia, entonces una sociedad pluralista deberá escuchar y atender las
libertades de todos.
Otros efectos positivos y saludables de este cambio de perspectiva son los
siguientes: perfecciona directamente a los ciudadanos que reivindican sus
derechos; abre una vía cultural muy interesante en defensa de los derechos
familiares; promueve de manera eficaz el bien común; respeta las libertades
de todos y, a la larga, permite que la sociedad pueda discernir la verdadera
familia de aquellas congregaciones humanas que no gozan de naturaleza
parental.
El libro de Amadeo de Fuenmayor muestra en los primeros capítulos cómo se
ha impuesto en Occidente un sistema divorcista que −en líneas generales− no
es respetuoso con el principio de igualdad ante la ley, puesto que no respeta
el derecho de quienes quieren contraer un matrimonio indisoluble. En el
capítulo IV expone sintéticamente cuál es el estado de la cuestión en Estados
Unidos: la importancia de un reciente libro, en el que se muestra cómo las
nuevas generaciones americanas son críticas frente a los estragos sociales de
la cultura del divorcio1[1] y cómo han surgido iniciativas legales tendentes a
defender la estabilidad familiar. Aunque no se trate de una tutela absoluta de
la indisolubilidad, el convenant marriage: "Después de intentos fallidos en
muchos Estados, se ha logrado un positivo éxito en el Estado de Louisiana,
mediante una ley aprobada el 23 de junio de 1997 y en vigor desde el 15 de
agosto siguiente, que introduce un tipo de contrato matrimonial −el
convenant marriage− por el cual los contrayentes aceptan tener más
dificultades legales para divorciarse".
Si alguien pudiera tener reparos en admitir el punto de vista o perspectiva
propuesta por el autor, el capítulo V −"La cuestión del divorcio en el marco de
las leyes imperfectas"− está destinado a disiparlos. La perspectiva correcta
consiste no tanto en la afirmación abstracta de unas verdades; afirmación que
no es aceptada sino ridiculizada por amplios sectores de la sociedad (Cfr.
Familiaris consortio, 20), sino en el intento de que esas verdades sean
encarnadas en la sociedad, aunque sea de manera imperfecta. En aquellos
Estados en que se han implantado modelos familiares individualistas, la
primera actitud no conduce a ningún lado, sólo a lamentaciones inútiles y a
una pasividad contagiosa. En cambio, la perspectiva empleada por el autor
espolea a los titulares de los derechos fundamentales para que sean ellos
mismos quienes los exijan o revindiquen, aunque para lograrlo haya que
pasar por fases escalonadas o por estadios imperfectos.
En el capítulo VI, Fuenmayor replantea la viabilidad de la "opción por un
matrimonio civilmente indisoluble", comenzando por sus antecedentes más
remotos (la propuesta de los juristas franceses, hermanos Mazeaud) y
siguiendo por los intentos frustrados en algunos países o exitosos en otros
(como el ya mencionado en algunos de los Estados de Norteamérica).
El autor entiende que en España esta opción por un matrimonio civilmente
indisoluble sería perfectamente viable. En nuestra opinión, este planteamiento
no sólo lleva a revisar el modo de defender eficazmente la indisolubilidad del
matrimonio, sino que conduce mucho más lejos. En el estado actual de la
legislación española sobre la familia, tras las leyes aprobadas hoy en las
Cortes, convendría replantearse muchas más cuestiones, como la de la
vigencia del Concordato y quizá nuevos modos de defender los derechos de
los fieles (en cuanto ciudadanos) más acorde con las pautas que Fuenmayor
aporta en este pequeño pero profundo libro.
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