Sal 50-51 - junta arquidiocesana de catequesis

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SALMO 50-51
Un esquema jurídico completo
Estamos ante el ejemplo típico de un Salmo penitencial (Sal 51), es decir, frente a
la oración de un hombre que, reconociendo su propio pecado, se abre al perdón de
Dios. Pero que no puede ser leído sino junto al Sal 50 (Alonso Schökel). Su
relación temática es inseparable: en el Sal 51 que es penitencial se da la confesión
del pecado y la petición de perdón, pero esto es en respuesta a lo que sucede en el
Sal 50, en el que tenemos la intervención de Dios que confronta a su pueblo, lo
convoca y lo pone delante a su propio pecado. Ambos Salmos leídos juntos,
grafican el esquema completo de lo que era el procedimiento habitual en los casos
de pecado, es decir:
 la convocatoria del Acusado por parte de quien ha sufrido el daño
(Acusador) para ponerlo delante de su propia responsabilidad
 la reacción del Acusado: reconoce (o no) la razón del Acusador
 la confesión de la culpa
 el pedido de perdón al Acusador
Este esquema jurídico de convocatoria, acusación, confesión de la culpa y petición
de perdón, muy presente en el A.T., se denomina rîb. Estos dos Salmos (50-51)
juntos nos muestran el rîb completo, fenómeno que no ocurre en los libros
proféticos: suele faltar la respuesta a la acusación (lo típico del rîb profético es que
el profeta, en nombre de Dios, acusa al pueblo y le muestra su pecado para que
pueda convertirse).
Salmo 50
La convocatoria de Dios: elementos teofánicos y testigos de validez
1 Salmo. De Asaf.
El Dios de los dioses, el Señor habla:
convoca la tierra de oriente a occidente.
2 Desde Sión, dechado de belleza,
Dios resplandece;
3 viene nuestro Dios y no callará.
Lo precede fuego voraz,
lo rodea tempestad violenta.
4 Desde lo alto convoca cielo y tierra
para el pleito con su pueblo:
5 «Congregadme a mis fieles
que sellaron mi pacto con un sacrificio».
6 Proclame el cielo su inocencia:
Dios en persona viene al pleito.
(v.1) Todo comienza con la Palabra de Dios que habla para convocar, ante sí, al
pueblo (los fieles que habían sellado con Él la Alianza), al cielo y a la tierra.
(v.3) A Dios lo acompañan el fuego devorador y la tempestad violenta, es decir
los elementos típicos de la teofanía y en particular de la teofanía del Sinaí. La
alianza ha sido rota y Dios está enojado. Son los mismos signos de cuando
sellaron la Alianza. Ahora sirven para recordarle al pueblo que Dios es el mismo
Dios Santo de aquella oportunidad y que, precisamente por su santidad, no puede
dejar impune el pecado.
(v.4) La convocatoria al cielo y la tierra es particularmente significativa. Cuando
Dios quiere acusar a su pueblo, lo hace ante testigos. Pero no son los testigos a los
que estamos habituados en un proceso judicial, es decir, los que testimonian a
favor o en contra del acusado. Los testigos del rîb no son los que dicen lo que ha
sucedido. No son testigos de acusación. Ellos están ahí para garantizar que el rîb
como procedimiento, está funcionando correctamente, según las normas jurídicas.
Pero ¿por qué al cielo y a la tierra? La respuesta está en v.5. Cuando Dios hizo
alianza con su pueblo, allí estaban previstos los testigos1. Los testigos forman
parte de la estructura típica de los pactos de Alianzas y sirven para garantizar que
esta Alianza sea hecha según el procedimiento correcto y que por tanto la Alianza
sea válida. Cuando Dios hace la alianza con su pueblo, los testigos son las
naciones, el cielo y la tierra. Por lo tanto, en el momento que Dios quiere convocar
al pueblo con el que había hecho Alianza, y lo convoca para decirle que han roto
esa Alianza (han faltado al pacto que habían estipulado), llama al cielo y a la
tierra. Ellos habían sido testigos en el momento de la Alianza (allí testimoniaban
que la Alianza había sido válida, que verdaderamente había existido). Ahora
también testimonian que el procedimiento de acusación contra el pueblo es
igualmente legítimo. Es decir, los que decían que la Alianza era válida, ahora están
para decir que el rîb es correcto. Los garantes de la validez del pacto, ahora se
convierten en garantes del hecho de que Dios tiene razón al acusar a Israel. Si el
pacto no hubiese existido o fuese estado mal hecho, entonces la infidelidad de
Israel tendría una justificación. Pero estar ante los mismos testigos de aquel
1
Recordemos que la estructura fundamental de los Pactos de Alianza preveía: a)
el nombramiento de las dos partes que hacían la Alianza; b) un párrafo histórico que
indicaba lo que dos habían hecho para llegar a este momento de alianza; c) la estipulación
de las cláusulas ante Testigos; d) consecuencias de la Alianza. Y todo esto sucedió entre
Dios y el pueblo. Se había dicho primero quien era Dios y quien era el pueblo (Dios es el
“Dios de Israel” e Israel el “pueblo de Dios”); después se dijo la historia que los había
precedido (la salida de Egipto); luego se dio la estipulación de la alianza con las clausuras
(las Tablas) ante la presencia de los testigos y finalmente las bendiciones y las
maldiciones (consecuencia de la alianza).
momento (cielo y tierra) es indicativo de que el pacto fue válido. Hubo un pacto,
Israel lo ha infringido, Israel es totalmente culpable.
La acusación de Dios: ruptura de la primera tabla de la Ley
7 Escucha, pueblo mío, que voy a hablar,
Israel, doy testimonio contra ti; yo soy Dios, tu Dios.
8 No te reprocho por tus sacrificios
pues a diario tengo presentes tus holocaustos.
9 No me llevaré un novillo de tu casa
ni machos cabríos de tus rebaños,
10 pues son míos todos los animales salvajes,
bestias a millares en mis montañas;
11 conozco todas las aves del cielo,
tengo a mano las alimañas del campo.
12 Si tuviera hambre, no te lo diría,
pues el orbe y cuanto encierra es mío.
13 ¿Comeré yo carne de toros,
beberé sangre de machos cabríos?
14 Sacrifica a Dios tu confesión;
después cumple tus votos al Altísimo;
15 invócame en el peligro, te libraré
y tú me darás gloria.
Primero, Dios acusa al pueblo en su relación con Él, y lo hace tomando como
punto de referencia los sacrificios, es decir, a aquello que se refiere directamente a
la primera tabla de la Ley, a la dimensión vertical (pueblo-Dios). ¿En qué términos
Dios presenta el problema? A partir de la problemática del culto, ejemplificada
por los sacrificios de animales (típicos de aquella época). Pero Dios no dice que
los sacrificios de Israel (el culto), estén mal hecho. No. Dice que son inútiles.
Ofrecen bueyes, cabras, toros, aves pensando que Dios tiene necesidad de ellos,
cuando Él es el dueño de todo. En cambio, lo que Dios espera y quiere, son
sacrificios de confesión o alabanza. Estamos ante la polémica contra el culto,
típica de las predicaciones proféticas. Hay que evitar equívocos. El problema no es
que hay una acción litúrgica o un culto exterior que Dios rechaza porque quiere un
culto interior (la dimensión exterior forma parte del culto). Éste no es el problema
del Sal 50 ni el reclamo de los profetas. El verdadero problema está en caer en la
trampa de la tendencia típica del culto que es la de sustituir con actos o
manifestaciones externas la relación sobrenatural que los funda. El culto está para
expresar la relación con Dios, no para crearla.
La tentación constante es, pues, la de sustituir la relación con Dios y todo el
compromiso de libertad (Dios que nos ha liberado de Egipto) y de obediencia
(Dios nos ha dado la ley) que ésta supone, por holocaustos, cabras, novillos,
animales salvajes, etc. etc. Dios está pidiendo compromiso, adhesión libre y vida
de obediencia a la Ley, desde su realidad de “hombres libres”. Pero la obediencia
que Dios quiere, no es una obediencia fácil, ni triste, ni mínima como la del
esclavo que se limita a hacer exactamente lo que el patrón dice. No es la
obediencia sin empeño ni sin reflexión, que hace cosas automáticamente sin
comprometer la conciencia. Dios pide una obediencia de hijos, pide una
obediencia de pueblo libre, que puede vivir la Ley no, cuando todavía está en
Egipto, sino después de haber sido liberado de la esclavitud. Es decir, Dios se
compromete en Alianza suponiendo la libertad del hombre adulto que asume
enteramente su responsabilidad y por tanto se adhiere libremente. Es la obediencia
difícil y madura de quien se interroga por el sentido del mandamiento, de quien
decide libremente si asumirlo o no, sin coartadas, sin decir “me lo han dicho”,
quien en todo momento busca hacer coincidir la propia voluntad con la voluntad
de Dios. Esto es mucho más complicado que ofrecer unos cuantos animales o
ritos. Dios quiere una relación constante con Dios, capaz de obedecer al Espíritu
más que a la letra, capaz de estar en continuo discernimiento para comprender y
actuar el querer de Dios. A Dios no se lo puede ver ni escuchar directamente: hace
falta verlo con los ojos de la fe.
En definitiva, esta es la relación con Dios que pide continuamente conversión, que
pide justicia, que pide amor, que dice “no matar” pero que en realidad quiere decir
“ama a tu prójimo como a ti mismo”, que dice “no cometer adulterio” pero que en
realidad quiere decir “la mujer del otro es sagrada”. Que dice “no robar”, pero que
en realidad dice “cada uno con lo suyo”. Que dice “no ser envidioso”, pero en
realidad quiere decir “alégrate de lo que tiene tu hermano”. Ésta es la Ley que
Dios pide. Ésta es la obediencia que Dios quiere. La trampa está en querer sustituir
una relación comprometida con Dios que hay que descubrir, alimentar y hacer
crecer cada día, con simples gestos, que además son siempre los mismos, y que
exigen poco esfuerzo, poco compromiso personal, y que como único sacrificio
tienen el de tener que renunciar a un buey, a una cabra y a un poco de tiempo.
Esta es la verdadera acusación de Dios: valiéndose de los sacrificios (y
concentrando en ellos toda la primera tabla de la Ley), dice “no hay que tener
otros dioses”, “el nombre de Dios no debe ser utilizado en vano ni para la
mentira”… El amor a Dios no puede reducirse a hacer el sacrificio de un animal.
No es que el sacrificio del cabrito (el rito) no sea importante. En este caso están
como elemento neurálgico o sintomático de un problema mucho más serio: la
auténtica relación con Dios. Dios se vale de los sacrificios, para decirle al pueblo
que no estaban amándolo “con todo su corazón, con toda su alma, con toda su
mente ni con todas sus fuerzas” como habían prometido.
Así, Dios, rechazando los sacrificios, muestra la perversión del pueblo. Así, les
demuestra que estaban teniendo una perversa imagen de Él. Dios no tiene
necesidad de las ofrendas de los hombres. Dios no ama ni salva porque recibe
algún novillo, alguna cabra o algún rito a cambio. Un Dios así, que pide cosas, que
tiene necesidad de las cosas de los hombres (como los dioses de las culturas
circundantes) es un dios perverso. Es un dios que parece competir con la realidad
humana, con sus afectos, con lo que el hombre tiene para quitárselo. Para perdonar
Dios no necesita ni quiere algo a cambio: ese no es Yhwh.
Yhwh es el Dios Verdadero: todo lo que hace lo hace gratuitamente (no tiene
necesidad de nada y no quiere nada a cambio). Tampoco cuando el hombre hace
algo mal tiene que calmarlo, dándole algo de comer, como se hacía con los dioses
paganos. Dios, en cambio, se presenta como aquel que dona, que perdona al que se
arrepiente y, por tanto, que salva gratuitamente.
Por eso, en el v.14 dice que el único sacrificio que quiere es el sacrificio de acción
de gracias, cuyo término técnico es tôdâ. Este sustantivo viene del verbo ydh que
quiere decir reconocer en una doble dimensión: reconocer la propia verdad (y por
tanto confesar el propio pecado o la propia realidad de pecador) y reconocer la
verdad de Dios (y por tanto, reconocer que Dios perdona y que salva de manera
gratuita). De ahí que el término tôdâ, comúnmente traducido por “acción de
gracias”, en el mundo bíblico quiere decir contemporáneamente confesar el
pecado y dar gracias a Dios por su perdón. El Salmo dice que éste es el único
sacrificio verdaderamente sensato. Ofrecer animales, holocaustos o ritos
expiatorios está muy bien, pero siempre y cuando sean dones que expresen la tôdâ.
Que la expresen y no que la sustituyan. El problema no está en hacer sacrificios
sino en hacerlos en el modo justo.
La acusación de Dios: ruptura de la segunda tabla de la Ley
16 Al pecador Dios le dice:
¿Por qué recitas mis preceptos
y tienes en la boca mi alianza,
17 tú que detestas la corrección
y te echas a la espalda mis mandatos?
18 Cuando ves un ladrón, corres con él,
eres del partido de los adúlteros,
19 sueltas la boca para el mal,
tu lengua urde engaños,
20 te sientas a murmurar de tu hermano
infamas al hijo de tu madre.
21 Esto haces, ¿y me voy a callar?
¿Crees que soy como tú? Te acusaré, te lo echaré en cara.
22 Atención, los que olvidáis a Dios,
no sea que os destroce sin remedio.
23 El que ofrece como sacrificio la confesión me glorifica;
24 al que enmienda su conducta lo haré gozar de la salvación de Dios.
Se pasa a una nueva acusación. En la primera parte se trataba del culto (primera
Tabla), en esta segunda parte se trata de no hacer el mal al prójimo (segunda
Tabla). El problema acá es ir tras ladrones, pertenecer al “partido” de los adúlteros,
hablar mal del hermano, decir mentiras. Lo que está en juego ahora es la relación
horizontal (la relación con los otros). El problema es la perversión de las
relaciones interpersonales frente a las cuales Dios, dice el Salmo, “no puede
callar”.
Concretamente, la perversión está en creer que, cometiendo faltas contra el
prójimo pero haciendo sacrificios, se puede acallar a Dios. Como si hacer
sacrificios sirviera para comprar a Dios e intentar aplacar su ira. Esta dinámica era
la de los paganos: con holocaustos, toros y cabras creían aplacar la ira de Dios,
provocada, por ejemplo, por las abominables injusticias sociales. La misma línea
se daba con los jueces inicuos que se dejaban corromper por el potente o se
vendían por unas cuantas monedas. O sea, se hacía el sacrifico a Dios pero,
contemporáneamente, se asociaban a ladrones, se cometían adulterios, se
calumniaba, se injuriara, etc. etc. Intentaban hacer con Dios como se hacía con los
jueces corruptos: sobornarlo para hacerlo callar. Los sacrificios pretendían hacer
callar a Dios frente al escándalo del pecado social.
Leyendo el Salmo completo, estamos frente a un merismo: la primera y la segunda
tabla, implican toda la ley. El pueblo estaba infringiendo la ley en su totalidad.
Nuevamente, el único camino posible de restablecer la relación con Dios y, por
tanto, también con los hermanos es el sacrificio de tôdâ (v.23). De nuevo, la
solución es reconocer la culpa y pedir perdón. La tôdâ es la única posibilidad de
recuperar al pecador: confesando el pecado -sin mentiras ni corrupción- a un Dios
que perdona antes de acusar.
Esta es la acusación de Dios en el Sal 50, esta es la acusación del rîb, a la que el
pueblo responde con la tôdâ, esencia del Sal 51 (una oración penitencial que es, sí,
confesión del pecado, pero también que es acción de gracias y de alabanza a Dios).
Dios ha hecho la acusación (Sal 50) para que el pueblo se anime a convertir y opte
nuevamente por Él.
Salmo 51
El título “al maestro del coro. Salmo. De David. Cuando vino a él el Profeta
Natam después de que había pecado con Betsabea”, se trata de una simple
referencia tipológica (cfr. 2Sam 11-12) para ayudar a una mejor comprensión.
Un ejemplo de tôdâ
3 Misericordia, oh Dios, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa,
4 lava del todo mi delito y limpia mi pecado.
5 Pues yo reconozco mi culpa y tengo siempre presente mi
pecado.
6 Contra ti solo pequé, cometí la maldad que repruebas.
Que tus argumentos te hagan justicia
y resultes inocente en el juicio.
7 Mira, culpable nací, pecador me concibió mi madre.
8 Tú que quieres sinceridad interior
y en lo íntimo me inculcas sensatez.
El Sal 51 empieza con la tôdâ en forma de petición de perdón (vv.3-4) y continúa
con el reconocimiento de la culpa (vv.5-8).
El v.3 comienza con el verbo “tener misericordia”, que significa “mostrar el
propio favor, encontrar favor, ser benigno hacia alguno”. Esta acción supone una
relación desigual o asimétrica. Este mostrar gracia, por parte de Dios significa
salvar, perdonar, es, la petición de salvación por parte del que se reconoce pecador
y pide, por favor (no por derecho), ser perdonado. Es decir, la petición de
misericordia se hace teniendo como punto de referencia la bondad propia de Dios
(no por propios méritos).
Luego, aunque traduzcamos “por tu inmensa compasión”, literalmente debería
ser “por la grandeza de tus entrañas”. El término hebreo utilizado significa
“entrañas” y, en particular, el útero femenino, las vísceras de la madre (cfr. Is
49,15; 30,18). Ésta sería la variante femenina a la fidelidad masculina. Se trata de
una expresión metafórica para indicar el amor y la ternura. Recordemos que en la
mentalidad hebrea el centro de estos sentimientos, de esta dimensión afectiva, se
encontraba en las entrañas y, más concretamente, en el útero. El útero de una
mujer es el mejor lugar para manifestar la máxima seguridad, la máxima
protección, la máxima dimensión del amor tierno de una madre hacia su hijo
todavía no nacido (cuando los evangelistas hablan de la compasión de Jesús,
literalmente, también dicen “se le mueven las entrañas”). Por lo tanto, suplicarle a
Dios “por la grandeza de tus entrañas”, quiere decir apelar a la grandeza de su
amor tierno, invocar su dimensión afectiva materna, particularmente en esa
dimensión del amor que tiene que ver con la ternura y la contención de una madre
embarazada. Ahora bien, ésta llamada a la compasión de Dios está motivada por la
necesidad de ser librado de la culpa y, por lo tanto, a la necesidad de ser
perdonado.
(v.7) El pecado se configura como un pecado radical y totalizador de la existencia:
“culpable nací, pecador me concibió mi madre”. Decir esto quiere decir que el
pecado que confiesa el salmista y que experimenta en su vida, es total y desde su
origen. Se siente radical y estructuralmente pecador. Reconociéndose portador de
tamaña culpa, no apela a la propia necesidad de ser perdonado, sino a la inmensa
grandeza del amor de Dios.
(v.8) Con la expresión “Tú que quieres sinceridad interior y en lo íntimo me
inculcas sensatez”, está reconociendo la propia necesidad de ser purificado o
perdonado, pero como deseo del mismo querer de Dios. Es Él quien quiere
trabajar en la intimidad del hombre hasta que éste adquiera sinceridad y sensatez,
pero no como algo externo sino propio del mismo interior humano, hasta que se
conviertan en su modo de ser propios. Una instancia de esa sensatez es reconocer
la condición pecadora y el pecado.
9 Límpiame con hisopo del pecado,
lávame hasta quedar más blanco que la nieve.
10 Anúnciame gozo y alegría,
que se regocijen los huesos triturados.
11 Tápate el rostro ante mi pecado
y borra toda mi culpa.
Las imágenes utilizadas: “límpiame”, “lávame”, “anúnciame”, “tápate”,
“borra” son una insistencia en la actividad de Dios. El pecador no hace nada, sólo
recibe. Cuando Dios interviene, el perdón es absolutamente total (el pecado queda
borrado). Dios no se limita a cubrir el pecado, lo cancela radicalmente. La
suciedad del pecado queda blanca como la nieve: el pecador se convierte en un
hombre absolutamente nuevo.
12 Crea en mí, Dios, un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
13 no me arrojes lejos de tu rostro
ni me quites tu santo espíritu;
14 devuélveme el gozo de la salvación,
afiánzame con un espíritu generoso.
15 Enseñaré a los malvados tus caminos,
y los pecadores volverán a ti.
16 De homicidio líbrame, oh Dios,
Dios y Salvador mío,
y mi lengua aclamará tu justicia.
17 Señor mío, ábreme los labios
y mi boca proclamará tu alabanza.
18 Un sacrificio no te satisface;
si te ofrezco un holocausto, no lo aceptas.
19 Para Dios sacrificio es un espíritu quebrantado,
un corazón quebrantado y triturado,
tú, Dios, no lo desprecias.
Esta última parte insiste en esta radical novedad mediante el uso del verbo crear
(br’), siempre sólo reservado a Dios. Como en la creación (cfr. Gn 1: mismo
verbo) el espíritu o aliento de Dios se cernía sobre el océano, formando el cosmos,
así también ahora el penitente pide ser recreado por un triple espíritu. El hombre
no puede con sus fuerzas alzarse del reino del pecado al reino de la gracia; eso es
acción y don sólo de Dios.
Los tres espíritus, dispuestos paralelamente, aparecen como complementos de tres
imperativos en la sucesión positivo – negativo – positivo.
El primero (v.12), un espíritu dispuesto, sería un ánimo pronto y decidido,
disponible al cambio radical. El segundo (v.13), un espíritu santo, precedido del
imperativo “no me alejes de tu rostro”, pide a Dios que no quite lo que le había
dado. Supone que algo que se posee se puede perder. Algo que es don de Dios
puede ser retirado. El adjetivo “santo” indica que no trata de la vida pura, sino de
una vida elegida y separada por Dios. El salmista pide que no se le retire la
elección, que no sea rechazado (cfr. 2Re 13,23). El tercero (v.14), un espíritu
generoso implica recibir un dinamismo nuevo, que impulse sus acciones desde
dentro, sin necesidad de mezquindades, no en virtud de imposiciones externas.
Con generosidad para cumplir no lo mínimo, sino rebasando lo debido. Se trata, en
definitiva, de un espíritu que procede de Dios y que por eso es santo, que está
firme y bien dispuesto, que da el dinamismo de la acción humana y que produce
una nueva criatura. Así, el pecador perdonado, con un nuevo corazón y un nuevo
espíritu, es una nueva persona. No se limita sólo a olvidar el pecado que Dios le ha
perdonado, se alegra por saberse una nueva creación. (v.15) El perdonado ha
aprendido la sensatez y ahora debe comunicarla a cuantos la necesitan.
Inicialmente el Salmo denunciaba un pecado contra Dios (dimensión vertical) y
luego hacía lo mismo de los pecados contra el prójimo (dimensión horizontal).
Pero el objetivo parece ser el que los otros aprendan a no pecar: Enseñaré a los
malvados tus caminos, y los pecadores volverán a ti. De esta manera el hombre
librado de su pecado, transformado radicalmente por la intervención de perdón de
Dios, podrá entonar la auténtica oración de alabanza o acción de gracias: la tôdâ.
Llega a cumplimiento el Sal 50.
20 Dígnate favorecer a Sión
y reconstruye la muralla de Jerusalén;
21 entonces aceptarás sacrificios legítimos, ofrendas y
holocaustos,
entonces sobre tu altar se inmolarán novillos.
Con toda probabilidad estos versos son un añadido posterior, posiblemente al final
del exilio, o poco después de retornar a Israel. El destierro fue el tiempo de la
penitencia, ahora el Señor perdona y reconcilia. En estas condiciones los
sacrificios vuelven a tener valor. Pero abre también a una perspectiva escatológica,
la de la Nueva Jerusalén.
El perdón de Dios y la transformación del hombre nuevo
La pregunta que se plantea a partir de los Sal 50-51 es, ¿cómo es posible que el
perdón de Dios pueda destruir el pecado sin destruir al pecador, y hacer de él un
hombre nuevo? La estructura jurídica del rîb puede responder.
En la Biblia para hablar del pecado se usan categorías jurídicas y, por ello, para
hablar del perdón de Dios, también se deben utilizar imágenes jurídicas. Se hace
referencia necesaria al sistema judicial tradicional de Israel que trata de dar una
respuesta a la injusticia o al problema del mal. Ahora bien, existen dos sistemas
jurídicos fundamentales para responder al problema del mal: juicio y ryb. Sin
embargo, sólo el ryb restablece la justicia. El primero que ha iniciado este estudio
ha sido el Maestro Luis Alonso Schökel que, continuado por Pietro Bovati,
llegaron a conclusiones definitivas.
Es importante aclarar las dos posiciones que básicamente puede tomar Dios en la
historia, frente a una situación de injusticia: “Tenemos a veces, la imagen de un
Dios juez: esto significa que frente a Él hay dos partes entre ellas en conflicto; uno
de los dos litigantes, sirviéndose de la prepotencia y hasta de los instrumentos
legales, busca eliminar al débil. Dios entonces interviene haciendo justicia a favor
de éste último y sancionando con su punición al arrogante y al violento. Esta
manifestación de juicio revela la atención de Dios por las víctimas de la injusticia
en el mundo. La otra imagen revelada en la Escritura es aquella de Dios acusador.
En este caso, frente a Él está el otro partner (un individuo, un pueblo o la
humanidad entera) a quien se le impugna el delito de la traición: la dinámica en
este caso es la de la controversia, con dimensiones a veces agresivas, pero siempre
en la perspectiva de una posible y querida reconciliación” (Bovati). Ahora bien,
“el rîb tiene su propia consistencia jurídica, puede desarrollarse y resolverse sin
mediación de una tercera instancia («lite de a dos») […] Es extremadamente
engañoso, desde el punto de vista bíblico, subestimar en cuanto «pre-judicial» la
disputa de a dos, pensando que esta sea dotada de menor rigor jurídico respecto a
la institución procesal delante al juez, o pensar que esta se remonta a
procedimientos arcaicos desaparecidos de la historia de Israel cuando este pueblo
adquiere un suficiente grado de evolución cultural” (Bovati).
El juicio
Lo resumimos, esquemáticamente, siguiendo las nociones bíblicas. Estamos ante
una situación de injusticia, con un culpable, una parte lesa y un Juez. En el
procedimiento del juicio se prevé que quien ha sufrido la injusticia se presente con
su causa ante el juez, acusando al culpable. El juez escucha las dos partes, escucha
también a los testigos (con el papel de confirmar o no la acusación), advierte la
autenticidad o no del delito y, si concluye que el culpable ha cometido el crimen,
necesariamente debe dar una pena proporcional a la culpa (recordemos el
discurso de la Ley del Talión). No se puede dar el caso de un juez, que luego de
reconocer la culpabilidad del culpable, lo absuelva. Por lo tanto, en un juicio con
suficientes pruebas, siempre alguno debe salir condenado. Se prevé también, que
si se da la situación de una falsa acusación, entonces el juez condenará a los falsos
testigos a la misma pena a la que condenaría al acusado si hubiese sido encontrado
culpable (también en el caso de pena de muerte). Este sistema presenta la
imperfección de la necesidad de responder a la injusticia con los medios que
parecen recalcar los caminos de la injusticia, manifestado en máximo grado en la
pena de muerte. El mundo bíblico dice y es consciente que este sistema es
imperfecto, pero ofrece otra alternativa.
El rîb
Se prevé que la parte lesa no vaya al juez (ni a ningún otro tercero) sino sólo y
directamente al culpable, y lo acuse de su culpa para que se dé cuenta de que lo
que está haciendo es un mal y deje de hacerlo. Su objetivo no es condenar al
culpable, sino que deje de ser culpable, que deje de hacer aquello que le hace mal.
Lo busca, pero para que se convierta. El juicio deja al culpable, en cualquier
modo, culpable. En cambio el rîb busca transformar al culpable en persona
nuevamente justa. La búsqueda de justicia en el rîb es buscar una nueva situación
justa que es mucho más radical, porque el injusto deja de serlo. La acusación del
juicio es para castigar, mientras que la acusación en el rîb es para salvar y nunca
para condenar.
Esta acusación de parte del damnificado al acusado debe ser convincente, por eso
a veces se usan medios fuertes, finalizados a hacer caer en la cuenta al culpable del
mal que está realizando. Quiere obligarlo a confrontarse con las consecuencias de
la propia elección del mal. Por ello a veces puede tener aspectos aparentemente
punitivos, pero que no son punición del mal sino que son el modo de hacer
comprender al otro que hacer el mal le hace mal. En el rîb el que hace el mal sufre
las consecuencias de una acusación dura, pero no para ser castigado sino para
poder comprender finalmente lo que está sucediendo.
Es lo que sucede, por ejemplo, cuando el pueblo de Israel acusado de idolatría se
va al Exilio. Dios le dice al pueblo que ha servido en su Patria a los dioses
extranjeros, así que ahora deberá ir como extranjero al Exilio. Esto no es el juicio
de un Juez que manda a una tierra extranjera como se manda a la cárcel, porque
Dios no es Juez sino parte lesa u ofendida. Es un modo para decir: “tú sirviendo a
los dioses extranjeros en tu propio Patria, ya estabas como en Exilio (has
transformado tu Patria en tierra extranjera, has dado tu Patria a los dioses
extranjeros). Entonces, para que comprendas esto, vas a ir realmente al Exilio
donde te vas a dar cuenta de lo que quiere decir de verdad estar exiliado, y así vas
a dejar de servir a los dioses extranjeros”. Podría parecer un castigo, pero no es el
castigo del juicio, es el modo con el que Dios busca que Israel comprenda que
hacer el mal le hace mal. La única finalidad es que el culpable se convierta.
En el juicio, la acusación es para condenar, en el rîb es para salvar. En el juicio los
testigos están para decir que verdaderamente uno ha hecho aquello de lo que está
acusado, en el rîb están para decir que el proceso es justo y que aquel que hace la
acusación está en lo justo. En el juicio lo que el culpable paga es por el
resarcimiento del daño ocasionado, en el rîb esto no está previsto, aunque a veces,
espontáneamente, sucede. Pero cuando sucede, no es porque la parte lesa lo
estipula ni lo exige, sino porque el culpable, después de haber comprendido el mal
que estaba haciendo, arrepentido por lo hecho y desde el agradecimiento por la
ayuda recibida, restituye lo que considera oportuno o le es posible 2. En el rîb la
2
Lc 19,1-10 (v.8: Entonces Zaqueo, puesto de pie, dijo al Señor: -He aquí, Señor, la mitad de mis
bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. 9 Jesús le dijo:
justicia es mucho más completa que en el juicio, porque el juicio el problema de la
injusticia en cierto sentido continúa sin tratar, mientras que en el rîb es afrontado
de raíz. La parte lesa, antes de ir en busca del culpable, debió haberlo perdonado.
Su único objetivo y deseo es que el culpable se convierta. Esto quiere decir que el
la parte lesa no se busca la venganza. Su única preocupación es la de ayudar al
culpable a que deje de hacerse mal. Quiere sólo y exclusivamente el bien del otro.
Cuando ella se pone en movimiento se abren dos posibilidades de final para este
proceso. Que el acusado, ayudado por el acusador, acepte la acusación, confiese la
propia culpa, acoja el perdón del otro y los dos pueden entrar de nuevo en
comunión (el rîb dio buen resultado). O que el acusado, frente a la parte lesa,
niegue la acusación y entonces la rechace. En este caso el rîb no ha funcionado, el
culpable permanece culpable, porque no acepta el perdón del otro, y se necesitará
necesariamente pasar al juicio e ir al juez3.
La Biblia dice que mientras hay posibilidad de conversión, mientras estamos
dentro de la historia, mientras podemos confesar nuestra culpa y convertirnos, lo
que Dios nos hace es siempre el rîb y nunca el juicio. El juicio es una dimensión,
por lo que se refiere a Dios, sólo escatológica. Porque mientras estamos en la
historia, Dios es aquel que perdona (y el juez no perdona a menos que sea
corrupto). Es decir, Dios es la parte lesa que nos acusa, que para perdonarnos nos
pone frente a nuestro pecado, pero para que lo podamos comprender y confesar, a
fin de recibir su perdón y ser definitivamente liberados. Lo que Dios hace en la
historia es el Salmo 50, y lo que deberíamos hacer nosotros es el Salmo 51.
El Sal 51 revela que cuando nosotros confesamos la culpa, lo podemos hacer sólo
porque Dios ya nos ha acusado y perdonado antes (Sal 50). El rîb cambia la
perspectiva. No es que uno confiesa la culpa y, como consecuencia, Dios me
perdona. Es exactamente al contrario. Dios me perdona, es él quien comienza el
rîb (Sal 50) y, como consecuencia, el pecador puedo confesar su pecado. Porque
confesar la culpa es aceptar un perdón que ya ha sido dado y permitir a este perdón
que se efectivice y obre. Si no lo acepto, no es operante. Pero no porque Dios no
me haya ya perdonado sino porque yo, rechazándolo, impido al perdón que haga
su efecto en mí.
La salvación en su dimensión definitiva: Jesucristo
La pregunta ahora es ¿en qué manera este sistema consigue hacer al hombre
verdaderamente inocente? Porque todo el daño hecho hasta el momento de
“Hoy ha venido la salvación a esta casa... 10 Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo
que se había perdido”.
3
Recordemos a este punto el discurso de Mt 18: 15 Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve,
amonéstale a solas entre tú y él. Si él te escucha, has ganado a tu hermano. 16 Pero si no escucha, toma aún
contigo uno o dos, para que todo asunto conste según la boca de dos o tres testigos. 17 Y si él no les hace
caso a ellos, dilo a la comunidad; y si no hace caso a la comunidad, tenlo por gentil y publicano.
confesar la culpa y aceptar el perdón continúa existiendo. ¿Cómo puede el perdón
de Dios liberarme del pecado de ayer? Para responder a esta pregunta hace falta
referirnos a la salvación en su dimensión definitiva, es decir, a Jesucristo.
En la vida histórica de Jesús de Nazaret se revela, se concretiza y se cumple algo
que va más allá de aquella historia: estamos a niveles escatológicos. Jesús no es
sólo condenado por los romanos del siglo I sino por los males de todos los
tiempos. Lo que sucede en Jesús no está limitado a aquellos que tenía alrededor,
sino a toda la humanidad, a cada uno de nosotros.
Jesús en su vida hizo continuamente el rîb a los hombres: con su predicación, con
sus milagros, con sus signos, lo único que buscaba era convencer a los hombres de
su pecado para que pudieran aceptar el perdón de Dios. “Porque no son los sanos
los que tienen necesidad del médico sino los enfermos”, hace falta que los
hombres comprendan que están enfermos, de lo contrario, no se pueden sanar y
Dios no puede intervenir. Jesús trajo a los hombres la acusación de Dios, pero una
acusación que era perdón (la única posible en el rîb).
Sin embargo, al final de la vida de Jesús, los hombres acusan a Jesús, y esta vez no
en el contexto del rîb sino en el de los tribunales. Ellos le hacen juicio (ante un
juez) y en el proceso dan falso testimonio contra el Señor. Acusaciones que, por
ser en sede judicial, no son para el perdón sino para el castigo: los hombres acusan
falsamente a Jesús para que Jesús muera. Si Jesús respondía (único modo que hay
para defenderse en un juicio), y demostraba que los hombres estaban acusándolo
falsamente, todos quedaban condenados a muerte Para defenderse lo único que
podía hacer era demostrar que estaba ante falsos acusadores. Pero esto quería decir
que la defensa de Jesús era la condena de cada hombre. Todos debían ser
condenados a muerte, por falso testimonio en un juicio que comportaba una
condena a muerte. Recordemos que así como la fuerza salvífica de Jesús es para
todos y en todos los tiempos, porque en Jesucristo todo va más allá de la historia,
estos hombres que lo acusan falsamente es cada hombre que peca.
Si Jesús hubiera querido huir de su propia muerte, la única posibilidad que tenía
era hacer que mueran todos los hombres pecadores. Pero como Jesús no ha venido
a condenar sino a salvar, no ha venido ha hacer juicio sino rîb, Jesús calla. En el
proceso judicial antes de la pasión, los evangelistas insisten en recalcar que Jesús
permanece callado: hablar hubiera querido decir condena a muerte para toda la
humanidad. Callando, se auto-condena a muerte. Jesús elige morir, pero para que
los hombres sean salvados. Elige morir, no elige renunciar a la salvación de los
hombres, porque él continúa el rîb ante el Padre. Él muere diciendo: “Padre,
perdónalos porque no saben lo que hacen”. Dice “no saben”, pero dice también
que “sean perdonados”. Declara la culpa mientras otorga el perdón.
Ahora bien, ¿cómo es posible que la inocencia llegue a los hombres? Porque los
hombres son culpables de haber matado a Jesús con el falso testimonio; en cambio
Jesús se presenta como aquel que no muere asesinado por los hombres sino que
muere porque él decide voluntariamente dar la vida por ellos: “nadie me quita la
vida…”. Entonces el pecado de los hombres es eliminado. No hay asesinos, porque
no hay ninguno que haya muerto asesinado. Jesús es uno que ha muerto por amor
dando la vida por todos. Queda a los hombres decidir si aceptan este perdón y
entonces se convierten en inocentes, o bien, rechazan el perdón y en este caso, en
vez de ser condenados por Jesús, se auto-condenan. En nosotros está la posibilidad
de aceptar o no el rîb que nos regala Jesús. Si lo aceptamos el pecado ha acabado
(también el de ayer), porque Jesús lo ha eliminado, muriendo como víctima que
perdona. Aceptar este rîb, aceptar esta muerte de Quien ha dado la vida para
perdonar el pecado de los hombres es la única y auténtica sabiduría.
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