HOMILÍA en la celebración con motivo de los 450 años de la

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HOMILÍA en la celebración con motivo de los 450 años de la Pontificia, Venerable e
Ilustre Hermandad de Nuestra Madre y Señora de La Soledad y Sagrado
Descendimiento de Nuestro Señor Jesucristo.
Iglesia de la Victoria, Jerez de la Frontera
(12 de septiembre de 2014)
Excma. Sra. Alcaldesa y miembros de la Corporación Municipal, Hermano Mayor y Junta de
Gobierno de la Hermandad del Rocío Hermano Mayor y Junta de Gobierno de la Pontificia,
Venerable e Ilustre Hermandad de Nuestra Madre y Señora de La Soledad
y Sagrado Descendimiento de Nuestro Señor Jesucristo, Querido hermanos todos en el Señor
Quiero en primer lugar manifestar mi alegría y felicitación por el reconocimiento que hoy hacéis a
vuestra hermana Doña María José García Pelayo, alcaldesa de nuestra ciudad, así como el
hermanamiento con la hermandad del Rocío.
Comenzamos este Triduo en honor de la Virgen de la Soledad y en él rendiremos un homenaje de
fe y de amor a nuestra Madre con motivo de la celebración del 450 aniversario de la fundación de
la Hermandad de la Soledad
Se pone hoy de manifiesto una entrañable historia de piedad mariana que nos habla de multitud
de hermanos nuestros que han encontrado su consuelo y su ayuda en este valle de lágrimas, que
han contemplado en sus manos el clavo, signo de nuestra redención y que han sentido cercana la
mirada de esos ojos misericordiosos de nuestra Madre de la Soledad.
Al mismo tiempo, celebrar sus 450 años implica que Ella, Nuestra Señora de la Soledad sigue
siendo modelo para cada uno de nosotros. Modelo de comunión con Dios y modelo de valentía,
dos virtudes necesarias para nuestra fe. Así que queridos hermanos permitidme profundizar en la
contemplación de nuestra madre de la Soledad para que en esta tarde no sólo la veamos como
modelo sino que anhelemos recibir sus enseñanzas en nuestro corazón.
Al pie de la cruz
Soledad es una bella y profunda advocación que manifiesta la suprema victoria de Jesús en la cruz.
Al pie de la cruz, la Virgen permanece junto a su Hijo, sin que la unidad con Él pueda ser rota por el
drama de su muerte en la ignominia. No puede ayudarlo, liberarlo de los clavos, impedir su
sufrimiento y su pasión; pero ni lo deja ni desespera jamás. Al contrario, comparte su dolor,
cumpliendo la antigua profecía de Simeón: “Una espada te atravesará el corazón”. María, al pie de
la cruz, afirma el amor por su Hijo, no reniega de Él ni de su destino, sino que lo acompaña. Ella
acepta los dolores, como el Hijo los ha aceptado; sufre de su abandono, que no puede remediar,
mientras deja a su Hijo querido beber solo el cáliz de la Pasión.
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Y sin Él, Ella queda también en la mayor soledad, verdadera Virgen de la Soledad. En ella se refleja
el corazón de su Hijo: con Él se entrega al Padre y con Él sufre, con Él experimenta la soledad y la
oscuridad. Pero está con Él.
En definitiva, al misterio de donación del Hijo se incorpora María, la Madre. Es en esta decisión
libre, como la que hizo en Nazaret respondiendo al enviado de Dios, donde la Virgen asume su
soledad. La soledad de María no es impuesta, es una soledad habitada. Se puede decir que la
soledad de María siempre será una soledad aparente: su soledad siempre estará habitada por el
amor de Dios. Dios vive en la soledad de María, como vive en nuestras soledades dándoles sentido
y haciendo de ellas una oportunidad para encontrar la verdadera vocación del hombre que es la
comunión con Dios.
Por tanto contemplando a nuestra Madre podemos decir que la santísima Virgen María es el signo
de la decisión de Dios; la expresión del amor infinito que Dios nos tiene. Por eso, cuando nos
asaltan la duda y la debilidad, es Ella quien está a nuestro lado, es Ella quien da fuerza a nuestro
espíritu para resistir la tentación de la desconfianza o del desánimo. María es, por ello, “la causa
de nuestra alegría” y la fuente de nuestra esperanza.
La victoria de la cruz
Contemplando a nuestra bendita Virgen de la Soledad descubrimos también la llamada a la
valentía.
La Virgen de la Soledad ante su Hijo muerto escenifica de modo único la profundidad de lo
acontecido, del dolor y del amor de María. Jesús había orado con todas sus fuerzas en el Huerto
de los Olivos, hasta sudar sangre, pidiendo al Padre la salvación de la muerte. También María lo
acompañó con su oración mientras estuvo en la cruz, y en el descendimiento clama desde lo más
hondo del alma, suplicando al Padre con todas las fuerzas de su corazón, en un clamor silencioso,
que no podían expresar ya las palabras.
Al mismo tiempo podemos resaltar que María, al igual que su Hijo tampoco es vencida por el dolor
y la oscuridad de la cruz; ni huye ni es derrotada, sino que sigue a su Hijo en el camino del
sacrificio insondable que nos salva, manifestando así la gran victoria de la cruz que fue el
instrumento de la victoria de su Hijo. María al pie de la cruz es ya la victoria de Jesús, inalcanzable
a las solas fuerzas humanas. Por todo ello nuestra Madre de la Soledad es una llamada a ser
valientes a no tener miedo de vivir la fe, a no dudar ante los acontecimientos fuertes de nuestra
vida pues la victoria final es de nuestro Dios.
Pidamos por intercesión de María que la victoria de la cruz sea también el cimiento de nuestra
vida y de nuestras casas. Que el alma y el corazón de los que la veneran como Madre no sean
nunca derrotados por ninguna circunstancia, por ninguna fuerza de este mundo. Que la plenitud
de su humanidad llegue a reflejarse también en la nuestra, en nuestras familias y en la de todos
aquellos que la reconocen y honran como madre.
Que santa María, la Virgen de la Soledad, sea para todos la estrella de la mañana, que anuncie
siempre el amanecer, la victoria de la vida y del amor más allá de las oscuridades, soledades y
sufrimientos.
Que Ella brille siempre ante nuestros ojos como causa de la alegría y principio de esperanza, como
Madre de Misericordia y como Reina de la Paz. Y que todos nosotros junto con la Iglesia no nos
cansemos de decirle
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“Bajo tu protección nos acogemos, santa Madre de Dios; no desoigas las súplicas que te dirigimos
en nuestras necesidades; antes bien, líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita”.
+ José Mazuelos Pérez
Obispo de Asidonia-Jerez
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