Leer - Aullidos

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EL CUERVO DE AUVERS SUR OISE
Hay un aguafuerte, el único que se conoce de Vincent, donde Paul Ferdinand Gachet
sorbe su pipa parsimoniosamente con la melancólica mirada perdida en el vacío. Esta
obra nerviosamente fechada en 15 de marzo de 1890, el mismo año de la muerte de
Vincent, induce a un par de interpretaciones. Seguramente, la actitud plasmada en el
grabado es la que habitualmente percibía Vincent en el médico, es decir de discreta vigilancia, de observación extática.
Sin embargo, muchos tratan de leer en esa mirada casi atormentada un presentimiento
misterioso y secreto que el doctor Gachet se llevó con su vida y que ahora está perdido
para siempre. Esta segunda valoración es sin dudas la que movió al inglés David Sweetman, historiador de arte, a explayarse en una sesuda biografía del genial pintor de Groot
Zundert y, especialmente, en las alternativas que rodearon su nunca bien explicada
muerte.
Desde su punto de vista Sweetman culpa al médico francés a quien tilda de melancólico
patológico, de neurótico depresivo y a quien muestra convencido de la locura de Van
Gogh por haberse cortado la oreja con una navaja después de una pelea con Gaughin y
por la crispación cromática de sus últimas obras. Según Sweetman, la bala que accidentalmente hirió a Vincent no hubiera resultado mortal de ser extraída, pero Gachet sentía
aversión por la cirugía y lo dejó morir considerando que si había obrado por un impulso
suicida lo mejor era apoyarlo en su propósito. Un caso de eutanasia pasiva se diría en la
actualidad.
Hay muchas opiniones sobre el tema pero ninguna trasciende el límite de la especulación. Jacques Lassiagne en su obra “Vincent van Gogh” dice que el día trágico Vincent
vaga por los campos sin los elementos de pintar y solo con el revólver con el que piensa
cazar cuervos. En medio de ese paisaje que le brindó la inspiración de sus mas logrados
cuadros, se dispara un tiro en el corazón. La bala se desvía pero igual lo hiere malamente. Escondiendo la herida Vincent llega a su dormitorio.
Mario de Micheli en “El mundo de Van Gogh” sostiene que el domingo fatal el artista
sale a caminar por la campiña vecina. En un lugar cercano pero nunca determinado, apunta el revólver contra su pecho y dispara. Ensangrentado, se arrastra hasta el albergue
y llega moribundo a su habitación.
Antonin Artaud, Maurice Raynal, André Malraux, Emile Bernard, Jorge López Anaya,
Arturo Uslar Pietri entre otros tartan de avisorar entre la cerrada niebla del tiempo ese
inalcanzable Segundo que decidió el destino terreno de un genio. Unos ubican el disparo en el vientre, el pecho o la cabeza; lo vuelven voluntario o accidental; lo hacen mortal ó solamente grave. La revelación que les haré va a dar por tierra con innúmeras esPeculaciones que, en los últimos cien años se han venido urdiendo sobre el caso.
En 1970 la presencia de un buque de carga francés en el puerto de Ingeniero White, en
la ría de la Bahía Blanca al sur de la provincia de Buenos Aires, me permitió conocer a
Monsier Jean-Marie Ravoux. Saber que sus raíces familiares estaban en Auvers, sobre
el río Oise, y sacar a la luz el tema de Vincent y su último período fue inevitable. Mi
sorpresa fue mayúscula cuando el marino me comentó que él realmente era sobrino
biznieto del posadero Ravoux, el dueño del Restaurant-vinería donde el gran pintor flamenco pasó sus últimos momentos. La conversación fue tan apasionado, que en un rapto de entusiasmo Jean-Marie me invitó a su barco para mostrarme algo que, me aseguró,
no olvidaría jamás. Doy fe que no exageró un ápice. Mientras paladeábamos un excelente vino del valle del Rhone abrió una caja fuerte y extrajo un oscuro envoltorio. De
su interior sacó un grabado sobre una plancha de metal.
–mira, es un auténtico Van Gogh.
Admito que un inexplicable escozor me recorrió de pies a cabeza. Esa planchuela negra
donde el punzón delineaba en blancas raspaduras el contorno de un espantoso cuervo,
era obra de uno de los mas grandes y controvertidos genios del arte universal. Jean Marie me explicó que sus ascendientes fueron testigos de cómo decenas de telas y tablas,
dibujos y bocetos se extraviaron o fueron destruidos después de la muerte de Vincent.
Muchas de sus magníficas creaciones fueron negociadas como marcos viejos por oscuros buhoneros sin nombre. La lucha contra la incomprensión y la ignorancia quedó en
manos de Johanna Van Gogh-Bonger y su hijo. Empero, su pariente el posadero
conservó ese pequeño trabajo como recuerdo y ahora, a la luz del tiempo y de la
historia, era una joya invalorable. Luego, Jean-Marie me alcanzó un minúsculo libro de
deslucidas tapas duras. Imaginé que se trataba de la Biblia de Vincent en su época de
misionero en la cuenca minera de Le Borinage en Bélgica. Pero no.
-Es el diario de Marguerite Gachet. Léelo. Después de hacerlo, su recuerdo no te dejará
dormir.
Marguerite. Al oír ese nombre pensé en una carta de Vincent dirigida a su hermano
Theo, donde bocetada a tinta aparecía Mademoiselle Gachet sentada al piano, acaso ejecutando un preludio de Chopin. Les transcribo para su juicio los párrafos mas patéticos
Y significativos del diario.
Miércoles 23 de julio de 1890.
En la bohardilla donde Vincent tiene montado su estudio papá encontró la carta. La tinta
aún estaba fresca (1)
Papá dice que Vincent deja sus cartas y papeles bien a la vista, pues es tan inteligente
que no rehuye a su vigilancia. Es más, cada tanto se ofrece mansamente a ella y a menudo deja premeditadamente indicios de sus conflictos para que papá lo ayude o
simplemente se preocupe. Lo que ocurre ahora es muy singular. Los supersticiosos
campesinos de Auvers aseguran que un gigantesco y endemoniado cuervo merodea
desde hace un par de meses, y a Vincent se le ha dado por creer que lo busca a él. Según
papá es una particular manifestación de la manía persecutoria. Esta visión lo atormenta
y lo persigue todo el día, todos los días.
La carta mencionaba ciertas telas que aún el el desastre conservan su serenidad. Sostenía que en su trabajo juega su vida y ha perdido la mitad de la razón. En el pasaje mas
enigmático decía “... bueno, realmente no podemos hacer hablar más a nuestros
cuadros”. Seguidamente y borroneado con la misma tinta papá pudo descifrar “ ¿y qué
dicen los cuadros? Que los cuervos me acosan, los cuervos me acosan, están por todas
partes, vuelan sobre mí, me vigilan y...” lo que haya escrito a continuación realmente
era ininteligible.
(1) NOTA DEL AUTOR: La última carta que Vincent Van Gogh escribió para su
hermano Theodorus el 23 de julio de 1890, no llegó a ser despachada y fue
hallada entre las pertenencias del pintor después de su muerte.
Jueves 24 de julio de 1890.
El cuervo inmenso, azabache y silencioso cruzó el azul crepúsculo estival y se posó en
el alero del restaurant de Monsieur Ravoux, justo enfrente de la ventana que iluminaba
la habitación de Vincent. Como impulsado por un imperioso mandato se arrojó sobre el
cristal haciéndolo estallar. Papá y Ravoux que departían con un grupo de parroquianos
en una de las mesas en la vereda, corrieron presurosos. Este pájaro seguramente
provocaría un colapso en la mente conmovida de Vincent. Cuando consiguieron franquear la puerta, una fresca corriente se colaba por el vidrio roto del inclinado ventiluz,
inundando la penumbrosa y modesta pieza con toda su cargazón de fragancias
campestres. Crecían los rumores del río, muy próximo, con una avanzada de ranas en
cristalino coro. Vincent sobre su cama temblaba como una hoja sudado hasta los huesos,
y se cubría frenéticamente el rostro con ambas manos. La tensión había inchado desmesuradamente los nervios y las venas.
-allí está, allí está... el cuervo, el cuervo- repetía obsesivamente,.
-ya se fue Vincent-le dijo papá abrazándolo con ternura- quedate tranquilo. Ya se fue.
Viernes 25 de julio de 1890.
Vincent pasó todo el día en la campiña. Estuvo pintando. Hoy a la mañana compró el
vidrio que rompió el cuervo y él mismo lo colocó en la ventana. Se ufanó de tener aún
algunos francos saldo de los últimos cincuenta que pudo enviarle Theo desde París. Es
una certeza que las cosas no marchan demasiado bien en la Casa Goupil donde Theo
trabaja. Creo que se avecinan tiempos duros para los hermanos. Papá se inquietó un poco al ver sus trabajos. Uno, un grabado sobre chapa negra donde el punzón descubría la
silueta de un terrible cuervo de sangrienta mirada y el otro, un óleo enigmático donde un
destellante campo de trigos amarillos era cruzado por una bandada de cuervos. Todo un
símbolo. La coruscante pureza de su genio primitivo acechado por los pájaros del miedo, de la sospecha y porque no de la muerte. Vincente observó complacido el desasosiego de papá. A veces pienso que se estudian mutuamente, y por momentos no se sabe
cabalmente quién es el paciente de quién.
Sábado 26 de julio de 1890.
Alguien en el pueblo mencionó haber visto el cuervo. Fugazmente y a la distancia fue
observado por la campiña y rondando el caserío. Papá y Ravoux beben, juegan a los
naipes y planean algo. El ambiente es afable y bullicioso. Alguno ha dicho que aprobéchando el domingo, mañana acompañarán a Vincent por el campo. Discretamente quieren protegerlo del pájaro y, de ser posible, darle un corte a la situación. Ravoux llevará
una pistola. Particularmente me inspiran temor las armas, pero en los preparativos previos todo parece un juego de niños.
Domingo 27 de juio de 1890.
Es medianoche. Lo que ha ocurrido hoy es espantoso e inexplicable. No quiero pensar
en ello.
Vincent salió temprano hacia las campiñas con su caballete, un par de tablas y sus pinturas. Quince minutos después, detrás de él, salimos Monsieur Ravoux, papá y yo. Realmente era un domingo espléndido. El cálido sol no nos permitía imaginar la tragedia en
ciernes. No muy lejos del pueblo hallamos el caballete ubicado como para trabajar. Las
pinturas y pinceles estaban dispersos sobre la hierba. Vincent no estaba por ningún lado
seguramente espantado por la alada amenaza.
Porque allí, justo sobre el tablero, el inmenso cuervo azabache nos miraba con su roja e
inquietante pupila. En un segundo, en un gesto que nos sorprendió a todos, Monsieur
Ravoux sacó de su bolsillo la pistola e hizo un disparo. El estruendo alborotó las copas
de los árboles que despidieron nubecillas de pájaros, el fogonazo nos encegueció momentáneamente y un acre olor a pólvora que me recordó el ozono de las tormentas se
expandió por el aire.
El cuervo, alcanzado en el pecho se tambaleó en su lugar y de inmediato salió disparado
hacia el cielo. Dio un par de tumbos y luego enfiló hacia el pueblo aleteando dificultosamente en medio de sus graznidos desesperados. Con un esfuerzo prodigioso ganó altura
y se perdió fuera de nuestra vista.
Papá llamó a Vincent varias veces y con fuertes voces pero nadie respondió. Organizamos una pequeña búsqueda por los alrededores inmediatos pero infructuosamente. Optamos por recoger sus útiles y regresar. Era un hecho que había escapado al encontrarse
frente a frente con el monstruo de sus pesadillas. Durante todo el trayecto pudimos observar el reguero de sangre dejado por el cuervo. Cuando llegamos a la posada de Ravoux vimos el vidrio del ventanal de Vincent nuevamente roto.
-ese condenado cuervo-protestó papá- vino de nuevo para alterar a Vincent.
Después de todo Vincent tenía algo de razón. El cuervo parecía instintiva o casualmen-
te, perseguirlo. Subió Ravoux hasta el altillo. Su grito desenlazó en un segundo todo el
dramatismo de la muerte.
Vincent estaba sobre el lecho. Tenía la mirada perdida y un hilo de conciencia apenas
ligado a su persona. Una enorme herida redonda manaba y manaba sangre sobre su pecho, a la altura del corazón un poquito hacia la mitad del cuerpo. En ella se había pegoteado una decena de plumas renegridas.
-el cuervo...el cuervo...-balbuceaba con el resto de voz que quedaba en su garganta.
Papá entendió que la bala se había alojado junto a la columna. Es muy posible que una
intervención quirúrgica salvara a Vincent. Papa aconsejó no hacerlo. ¿qué significado
tiene luchar por su vida sin conocer el modo de liberarlo de su tormento?¿ para qué repetir inútilmente, en su pobre humanidad castigada, el martirio interminable de Prometeo? Hoy mismo avisamos a Theodorus.
Martes 29 de julio de 1890.
Ayer vino la policía. Ravoux y papá declararon que Vincent salió con la pistola a cazar
cuervos y que, en algún lugar de la campiña se disparó voluntariamente un balazo en el
pecho. La versión fue aceptada por todos y considerada muy lógica. A quién puede sorprender que se quite la vida un hombre que se rebanó la oreja con una navaja para obsequiársela a una amiga, pupila de un burdel? Por la tarde llegó Theo.
Hoy por la madrugada murió Vincent. No entiendo bien o no quiero entender qué es lo
que ha ocurrido. Nuestras vidas ya no volverán a ser las mismas.
Aquí prácticamente termina el diario. Hay un par de páginas más totalmente intrascendentes, con muchas enmendaduras y escritas con elocuente desgano. Es notorio que la
voluntad de escribir de la joven Gachet estaba, en este punto, virtualmente quebrada. Al
modesto cortejo fúnebre de Vincent asistieron el doctor Gachet, Theo, el “pere”Tanguy,
Emile Bernard y cuatro o cinco circunstantes curiosos.
Ravoux volvió a cambiar el vidrio en la ventana del altillo, los supersticiosos campeéisnos de Auvers no volvieron a ver el gran cuervo negro que tanto agitar sus fantasías y
poco a poco se fueron olvidando del tema. No sé lo que ocurrió después con todas las
personas de esta historia. Theo murió el 21 de enero de 1891 en Holanda y fue sepultado junto a la tumba de su hermano Vincent.
Lo que yo deseaba que todos ustedes supieran, es lo que contiene mi relato.
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