N° 7 - Poder Judicial de la Provincia de Santa Fe

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Cámara de Apelación en lo Penal
Sala 4ª
N°: 7
Tomo: XXI
Folio: 233
ROSARIO, 13 de febrero de 2013.Y VISTOS: el expediente n° 1555-año 2012 del registro de esta Cámara, seguido a FABIAN HECTOR C., argentino, soltero, abogado, hijo de Ramona Isabel Ovando y de Norberto Hector, nacido el 27 de abril de 1978 en la ciudad de San Nicolás (Pcia.
de Buenos Aires), con domicilio en calle Montevideo 1629 de Rosario Pcia. de Santa Fe, titular del D.N.I. n° 26.512.998; y a MARCELA SOLEDAD S., argentina, soltera, hija de
Marcelo Fabián S. y de Noemí Irma Muñoz, nacida el 06 de octubre de 1987 en la ciudad
de Rosario, Pcia. de Santa Fe, con domicilio en calle Berruti n° 3996 de Rosario, titular del
D.N.I. n° 33.259.115; por la presunta comisión de los delitos de homicidio y robo agravado
en grado de tentativa respectivamente (art. 79 y 167 inc. 3° en función del 42 del C.P.);
causa procedente del Juzgado de Primera Instancia de Distrito en lo Penal de Instrucción
n° 12 de Rosario, donde radica bajo el n° 217 del año 2012;
Y CONSIDERANDO: es apelado el auto n° 593 de fecha 04 de septiembre
de 2012, por el cual -entre otras disposiciones- se dicto el procesamiento de Marcela Soledad S. por la comisión del delito previsto en el art. 167 inc. 3° en función del art. 42 del
C.P.), y el sobreseimiento de Fabián Hector C. en orden al delito de homicidio (art. 79 del
C.P.), habida cuenta que la conducta desplegada se hallaría amparada por la causa de justificación prevista en el art. 34 inc. 6° último párrafo y primera parte del Código Penal.
En el proceso se le atribuye al encausado Fabián Hector C. haber dado muerte con un arma blanca a Andrés Jeremías A., luego de trabarse el lucha con el mismo, en
circunstancias de hallarse en dependencias de su casa y estudio jurídico, tras haberlo encontrado en el interior del inmueble al que habría ingresado con fines de robo, mediante la rotura de un barrote de una de las ventanas hacia el exterior; hecho perpetrado en fecha 08 de
abril de 2012 entre las 02.00 hs y las 03.00 hs. aproximadamente; en tanto que a Marcela
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Soledad Sánchez se le atribuye haber acompañado con fines de robo a Andres Jeremías A.
al lugar del hecho, aguardando en las proximidades para luego auxiliar al nombrado en sus
retirada tras ser herido.Al expresar agravios el Sr. Fiscal de Cámaras manifiesta que no puede afirmarse válidamente que el accionar desplegado por el encartado C. pueda estar incurso en la
causal de no punibilidad por legítima defensa. Sostiene que se encuentra controvertido el
modo de ingreso al domicilio por parte de A. y cuestiona la actitud de C. luego de ocurrido
el hecho. Destaca la falta de secuestro del cuchillo empleado y refiere que en su oportunidad se solicitó la reconstrucción del hecho y que la a-quo no ha mencionado ni evaluado las
conclusiones del perito Colombo. Considera que no se ha agotado la investigación y plantea
interrogantes al respecto. Estima que tampoco fue acreditada la agresión por parte de A.
para que opere la causal de justificación invocada. En consecuencia afirma que no esta establecido -con el grado de certeza que un sobreseimiento requiere- que se cumplan los requisitos que exige el inc. 6° del art. 34 del C.P. en su último párrafo. Por lo tanto solicita que
se revoque el fallo precedente en el punto III.Por su parte los defensores de confianza de Marcela S. aducen que la resolución impugnada es parcial, segmentada y en ella se ignoran determinadas pruebas que la
hacen vulnerable. Cuestiona que la a-quo haya estimado la versión de la imputada como un
mero intento defensivo y la valoración que realiza de la totalidad de la prueba acopiada.
Formula un pormenorizado análisis de los elementos de cargo y esgrime sus conclusiones y
discrepancias con la decisión. Invoca la inocencia de su defendida y la falta de pruebas de
su responsabilidad. Solicita que se revoque el procesamiento de su pupila por los motivos
expuestos.Al expresar agravios la querellante señala que no se encuentra demostrada
fehacientemente la causal de justificación alegada por la instructora en su decisión. Sostie-
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ne que no se encuentra probada la agresión por parte de A., ni las lesiones padecidas por C..
Aduce la existencia de dos armas y que la mecánica del enfrentamiento demuestra que el
agredido fue quien resultara óbito y no al revés. Cuestiona el accionar de C. luego de ocurrido el evento por tratarse de un profesional del derecho. Seguidamente realiza un pormenorizado relato de las circunstancias que rodearon el hecho y del accionar que le cupo a
cada uno de sus participantes, los que analizados con el material probatorio colectado, habilitarían el dictado de una resolución contraria a la dispuesta por la magistrada. En tal postura propugna que se revoque el sobreseimiento ordenado.Al contestar los agravios el Sr. Fiscal de Cámaras sostiene la responsabilidad
de C. en en presente hecho, y por lo tanto de hacerse lugar a la misma los dichos de la defensa de S. devendrían adecuados y conformes a derecho. Señala que en caso contrario, de
entenderse que la misma resulta responsable del ilícito que se le atribuye -si bien comparte
la calificación legal- no concuerda con el grado de coautoría endilgado, toda vez que en
base a lo actuado la encartada S. se encontraba afuera del inmueble y sólo ayudó a A. a salir
del mismo. Por lo tanto entiende que su conducta debe mantenerse en el marco de las previsiones del art. 46 del C.P. y así lo solicita.A su turno los defensores de confianza de Fabián Hector C. pretenden la
confirmación de la decisión apelada, por entender que la Sra. Juez a-quo ha fundado la misma conforme la normativa legal e internacional vigente en materia de legítima defensa privilegiada. Rechazan los agravios de la querellante por resultar mendaces y contrarios al material probatorio acopiado. Comparten los argumentos de la resolución. Seguidamente efectúan un pormenorizado análisis de los agravios expresados por la parte querellante, formulando una objeción puntual de los mismos, ratificando el criterio que inspira la decisión de
la a-quo. Por tal motivo peticionan la confirmación del auto apelado en cuanto se dispone el
sobreseimiento de su pupilo.-
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A continuación los defensores de C. se ocupan de responder la expresión de
agravios expuesta por el Ministerio Fiscal y en similares términos y con la misma modalidad, oponen detalladas argumentaciones respecto de la valoración de los elementos probatorios propuestos por la recurrente. Reiteran la solicitud de confirmación del sobreseimiento
dispuesto.En primer lugar y frente a ciertos planteos -fundamentalmente de la defensa
de C.- relativos a pedidos de actividad probatoria y de otra índole por parte de esta alzada,
corresponde señalar que dada la naturaleza del recurso por el estado de la causa y el tipo de
pronunciamiento venido en apelación, el tribunal a-quo conserva plenamente su jurisdicción para continuar con la investigación y el trámite de cualquier cuestión atinente al caso,
de manera tal que la hipótesis de apertura a prueba en esta instancia se reduce a supuestos
de excepción que no comprenden la procura de elementos distintos a los ya colectados, para
que sean valorados en la cámara sustrayendolos al instructor, ni cualquier otra diligencia
que puede y debe ser requerida al juez que -como se dijo- conserva toda su competencia durante el trámite del recurso, a punto de estar facultado incluso a sustraer materia a la sala.
Al abordar en consecuencia la revisión del auto apelado como materia específica a la que este tribunal fue llamado dentro de su competencia -sin adentrarse en lo que
aún puede hacerse para profundizar la investigación- concluye la sala en que no es posible
suscribir el juicio de certeza que se emite al disponer el sobreseimiento de C. por una causal
de “evidencia”. Entiende el tribunal -con criterio distinto al del pronunciamiento impugnado- que además del dato de que en el interior del domicilio en cuestión se verificó una lucha entre C. y A. con empleo de elemento cortante -lo que surge claro de los rastros de sangre y desorden constatados en el lugar y los resultados lesivos en los cuerpos de ambos contendientes- la única evidencia rescatable de lo actuado en la causa es la de que ambos imputados -C. y Sánchez- no están diciendo toda la verdad de lo ocurrido esa madrugada en el
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lugar, y han ocultado a la tarea de investigación aspectos que resultan claves para clarificar
lo sucedido, provocando tal actitud -frente a la ineficacia para hacerlo oficiosamente de
toda la ardua y profusa tarea realizada- la existencia de un panorama de dudas serias y relevantes que no posibilitan sostener los pronunciamientos impugnados.
Es indudable la presencia de ciertos indicadores de un ingreso violento o forzado de A. al domicilio de C., pero sin que los mismos necesariamente comprendan al mismo tiempo un propósito de robo, ya que resultan indiciarios de lo primero mas no de lo segundo, que permanece en el plano conjetural. Sánchez a fs. 192vta “in fine” admite que A.
“robaba”, pero dice que era incapaz de hacerlo llevándola a ella, y debe reconocerse que
tal alternativa permanece en paridad de condiciones junto a otras hipótesis verosímiles acerca de cual pudo ser el motivo de tal introducción, ello en atención a otra serie de circunstancias que se analizarán.
En tal dirección -la del ingreso forzado- se computan los informes técnicos
periciales incorporados a fs. 205/6, 218 y sgtes., 372/6, 413, 477, 481, 616/24 y 630, más el
testimonio de fs. 708, todo lo que da cuenta de la imposibilidad de que un ser humano pueda desprender el barrote de la reja de la ventana por la que no sólo C. sino la misma Sánchez dice que el occiso salió de la vivienda, y la corroboración técnica de que ese barrote
de la ventana del departamento fue arrancado con el empleo de la llave inglesa que fue secuestrada según constancias de fs. 426 y 602. Miente en consecuencia Sánchez cuando afirma que solamente ella con sus manos arrancó el barrote de la reja, y que lo hizo al final del
suceso para posibilitar la salida de A. ensangrentado desde el interior de la vivienda.
Frente a esta concordancia entre C. y Sánchez respecto a la salida del cuerpo
del occiso por esa ventana gracias al desprendimiento del barrote de la reja, y a los rastros
de sangre indicativos de que por allí habría pasado el cuerpo herido y sangrante, no pude
darse en principio andamiaje a la alternativa conjetural de que haya sido C. quien una vez
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terminado un suceso de distinta factura haya desprendido tal barrote para simular un ingreso violento a su vivienda. No merecen en cambio el mismo descarte otras alternativas posibles al origen y autoría del desprendimiento de ese barrote de la reja, en atención al dato de
dónde y cuándo fue encontrado el elemento -llave inglesa- con el que se lo produjo.
El pronunciamiento apelado también computa atinadamente la constancia de
fs. 476, por la que se documenta la presencia de un naipe de cartas de poker (n° 5) adherido
con pegamento de uso casero a la parte inferior del balcón del primer piso del edificio -sobre las ventanas de la vivienda de C.- lo que se estima vulgarmente conocido como uno de
los métodos de “señalar” una vivienda para que -previo acuerdo- otro la haga objeto de algún tipo de acción delictiva, que no tiene porqué que ser necesariamente la de robar ya que
puede tratarse de acciones más leves o más graves.
Pero junto a la presencia de tales elementos que concurren en brindar cierto
apoyo de la versión que C. brinda sobre el hecho, existen otros que abogan en sentido contrario.
Como recién se señaló, el tribunal no advierte explicación razonable que se
haya brindado por parte de C. -tampoco se le requirió- ni en el auto apelado, acerca del lugar y oportunidad del hallazgo de la llave inglesa con la que pericialmente se determinó que
fue forzado y arrancado el barrote de la ventana de la vivienda. Pese a todas las inspecciones policiales y judiciales previas que no lo advirtieron, recién dieciséis días después del
hecho es personal técnico del Laboratorio Biológico de la U.R.II -no los investigadores policiales y judiciales- el que al concurrir al departamento a realizar la prueba de “luminol”,
descubre y secuestra la aludida llave inglesa dentro de una caja de cartón situada en la habitación correspondiente a la ventana cuya reja fue afectada, debajo de unos papeles. Si el
barrote de la reja fue efraccionado y desprendido con esa llave inglesa como pericialmente
se estableció, y conforme a la postura de C. y la opinión del perito -fs. 708- tal maniobra se
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habría realizado desde la vereda y por parte del intruso u alguno de sus ocasionales acompañantes, no encuentra respuesta el inevitable interrogante de cómo y porqué el aludido elemento estaba dentro del departamento de C. y prácticamente oculto dentro de una caja de
cartón, y no es siquiera mencionado por el referido imputado en sus declaraciones. No parece lógico ni verosímil que haya sido A. quien luego de emplear la llave para desprender el
barrote la haya entrado al departamento ocultándola en la caja de cartón, antes de encontrarse y enfrentarse con el dueño de casa.
Las comprobaciones técnicas realizadas -fs. 26/7, 205/6, 218/21, etc.- son
claras al certificar que si las ventanas del departamento estaban aseguradas con los pestillos
que poseen es imposible abrirlas desde afuera sin romper el vidrio -que estaba sano en la
del barrote afectado- y no obstante ello C. a fs. 73/5 menciona ese sistema de seguridad de
sus aberturas y afirma de modo terminante que toma sus precauciones y estaban todas las
de la planta baja cerradas, sin admitir la posibilidad de haberse olvidado de cerrar alguna.
Si bien y como se valoró los indicios periciales apuntan a la mayor probabilidad de un ingreso forzado por la ventana afectada, este dato junto a la sorprendente circunstancia de que
la llave empleada para el forzamiento fue encontrada escondida dentro de una caja en el interior del departamento, llevan a pensar en alguna alternativa de ingreso normal por la puerta de la vivienda como aduce la imputada Sánchez, y la hipótesis que el perito no cancela
-releer testimonio de fs. 708- de una efracción del barrote hecha desde el interior de la casa
para salir.
Pese a que se lo quiera minimizar, el dato del comportamiento de C. con posterioridad al suceso es capaz de generar suspicacias al no adecuarse al esperable de cualquier persona en una ocasión semejante, y menos a la de un abogado asistido por un amigo
también abogado. La transcripción del tenor de la llamada al “911” hecha por el amigo y
defensor del aludido imputado deja en claro que se realizó antes de que entrara al departa-
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mento y se impusiera de lo ocurrido, momento en que la interrumpió. A partir de allí, el
acta de fs. 5 y los testimonios de fs. 404 y 411 son -a juicio de la sala- evidenciadores de
una actitud claramente reticente: se atiende a los policías enviados por el servicio “911” en
el hall de ingreso al departamento, sin invitarlos a entrar, y con las luces apagadas y el solo
reflejo de las de calle, pese a que C. y su compañero conocían ya -porque cuenta el primero
que vio todo el panorama apenas escapó el intruso- la cantidad de sangre humana que manchaba pisos, paredes y aberturas de la mayor parte de su vivienda, lo que inequívocamente
le daba necesariamente una idea aproximada de la magnitud del acontecimiento y del daño
en el cuerpo provocado a quien había escapado. Es de sospechar entonces que C. y su amigo no quisieron que los policías vean tales tremendas consecuencias evidenciadoras de la
magnitud del suceso, y se fueran del lugar pronto con la convicción que justamente los policías Damico y Salellas refieren a fs. 404 y 411: el acontecer de un simple y frecuente “escruche”, sin más consecuencias que una leve lesión en la mano de la víctima, a la que se invita a concurrir a la comisaría de la jurisdicción a radicar la denuncia.
Además, C. no menciona la inmediata llegada al lugar de su vecina Erica
Ibarra Ocampo -fs.706- pese a que fue quien le brindó de inmediato ayuda y lo llevó al hospital -tampoco la del perro que la testigo coloca en el lugar y durante el hecho- siendo la
aludida vecina detectada y convocada recién en las postrimerías de la investigación realizada en la causa.
Por otra parte C. dijo que buscó asistencia médica a sus lesiones en el sanatorio Plaza y acompaña a fs. 76/81 copias de la documentación emitida por el nosocomio que
así lo acredita, pero ocultó que esa noche y antes había concurrido al Hospital Provincial
donde había sido trasladado A., haciéndolo acompañado de su amigo y sus vecinas, lugar
donde no se hizo atender. El testimonio de la mencionada vecina Erica Ibarra Ocampo corrobora entonces los dichos de Sánchez, de la madre de A. y de los líderes religiosos An-
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drés Reynoso -fs. 626- y Javier Rechia -fs. 639- quienes dan cuenta de la presencia en el
Hospital Provincial -en horario inmediato a la internación y fallecimiento de A.- de personas que luego vieron por televisión como allegadas al imputado C.. No se le requiere a este
último explicación -ni voluntariamente la brinda- acerca de esa concurrencia al Hospital
Provincial, ni del ocultamiento de ello y de la presencia y protagonismo de la vecina Ibarra
Ocampo en los momentos inmediatamente posteriores al hecho que trata la causa.
Las circunstancias apuntadas tornan relevantes a juicio de la sala, cuando se
analizan a la luz del dato acerca de cómo fue que el hecho de lo que aparentaba ser un simple y usual “escruche” a la luz de las actuaciones de Damico y Salellas a fs. 5 y 7 respectivamente (ver testimonios de fs. 404 y 411), se relacionó con la muerte violenta por heridas
de arma blanca anoticiada por la guardia del Hospital Provincial en primer término a la Comisaría 16° por el domicilio del fallecido (ver testimonio de Chiavassa a fs. 470). Consta
que fue Sánchez, la coimputada pareja de A., la que espontáneamente en el Hospital Provincial y en la Comisaría 2da. dijo que su compañero había sido herido en la vivienda de
C.. Fue entonces esta declaración de la aludida -y ningún otro elemento- el que permitió
vincular la muerte de A. con el supuesto “escruche” documentado a fs. 5 y 7, e iniciar a
partir de ello toda la investigación que se hizo.
Lo consignado lleva a un doble orden de reflexiones. En primer lugar y de
haberse tratado de un liso y llano intento de robo con efracción de ventana como sostiene
C., con su manifestación espontánea Sánchez se habría autoincriminado en el hecho por el
que hoy viene procesada, con discutible utilidad para su parte.
Por otro lado, habiendo ocultado C. la magnitud y características del evento
en la primera concurrencia policial a fs. 5, y constatada con su asistencia y la de sus amigos
al Hospital Provincial que A. había muerto y no podría en consecuencia contar nada de lo
sucedido, de no haber mediado esa manifestación espontánea de Sánchez existía la clara
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posibilidad de mantener lo ocurrido en reserva, desvinculados ambos sucesos, y con tiempo
para ordenar la escena de los hechos adecuándola al simple “escruche” con autor ignorado
que inicialmente se documentó a fs. 5 y 7.
A criterio del tribunal carece de utilidad práctica para la valoración del caso
la circunstancia de que no se haya detectado en el interior de la vivienda la existencia de
drogas como las que Sánchez dice que A. fue a buscar, ya que en una hipótesis como la que
se plantea y dada la secuencia de acciones y ocultamentos a los que se acaba de hacer referencia, medió para los interesados tiempo harto suficiente hasta la primera inspección hecha
en el interior del departamento, para sacar del lugar cualquier elemento que eventualmente
no quisiera mostrarse.
La cámara se hace cargo de que no existen en la causa elementos de juicio en
mérito a los cuales pueda construirse un juicio de probabilidad de un accionar penalmente
reprochable por parte de C., y que las hipótesis analizadas -aún con ciertos indicios- permanecen en el plano conjetural y son sólo generantes de dudas, pero justamente en eso se
asienta la queja de quien lleva adelante la acción penal: la ausencia de evidencia -o sea certeza- de un comportamiento justificado en el imputado, como inequívocamente requiere la
norma procesal en la que se funda su sobreseimiento. No se está afirmando aquí que exista
mérito para procesar a C. por homicidio. Se dice que no existe evidencia de que haya obrado justificadamente para sobreseerlo, y ello en virtud de las serias dudas que los elementos
valorados dejan latentes.
Esas mismas dudas por consecuencia lógica alcanzan al reproche que se hace
hacia Sánchez. Si no se puede a esta altura adquirir certeza acerca de que haya mediado un
simple intento de robo con efracción provocante de una reacción justificada por parte de C.,
no resulta coherente probabilizar una participación de la nombrada imputada en lo que no
se sabe como ocurrió. Ello además de que la intimación fáctica hecha a la nombrada com-
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prende sólo una presencia en el lugar con asistencia a un herido con peligro de muerte, sin
que se especifique el aporte concreto al eventual accionar delictivo previo del mismo.
Por tanto, la Sala IV de la Cámara de Apelación en lo Penal;
RESUELVE: rechazar la petición de producción de prueba en esta instancia;
y revocar lo decidido en los puntos I y III de la parte dispositiva del pronunciamiento apelado; ello sin perjuicio de lo que aconseje la eventual ampliación de la colecta probatoria.
Insértese, agréguese copia, hágase saber y baje.
Fdo. Dres. Jukic- Acosta- Prunotto Laborde(art. 26 LOPJ)
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