NATIVIDAD DEL SEÑOR 25 de diciembre de 2015 Is 52,7-10 Hebr 1,1-6 Jn 1,1-18 Una buena noticia que se transmite de generación en generación Los cristianos nos reunimos hoy para celebrar la fiesta de la Navidad. El acontecimiento que evocamos sigue siendo una buena noticia para los creyentes, y para todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Como dice el Papa Francisco, “en ‘la plenitud del tiempo’ (Gal 4,4), cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, el Padre ‘rico de misericordia’ (Ef 2,4) envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos definitivamente su amor” (Misericordiae Vultus 1). La Navidad es, por tanto, la fiesta del amor de Dios que se hace visible en Jesús. Ya no podemos tener dudas: este amor abraza a toda la humanidad; es un amor total e incondicionado; es un amor fiel que abarca toda la historia; es un amor definitivo… Por esto constituye una buena noticia que escuchamos, gozosos y agradecidos, de boca de tantos mensajeros que, desde el tiempo de los apóstoles hasta nuestro tiempo, nos la han transmitido. Hemos contemplado a un Dios que se nos muestra como misterio infinito de amor; hemos experimentado que este amor vence el mal, y que es, por tanto, fuente de paz y de consuelo. Y no sólo escuchamos esta buena noticia, sino que también nosotros, al igual que los vigías de las murallas de Jerusalén (primera lectura), la proclamamos y celebramos. En la Navidad Dios nos habla en Jesús Tal como nos lo ha recordado la carta a los Hebreos, en este día de Navidad Dios nos habla definitivamente y nos revela sus planes. Todo lo que ha ido diciendo a la humanidad a lo largo de la historia se ha concentrado en su Hijo. Éste es la Palabra de cariño, de amor y de consuelo que el Padre nos dirige. En la humildad de este Niño se nos muestra el Hijo de Dios. Cristo es el principio y fin de la historia; por Él Dios ha creado todas las cosas… Por tanto el Niño de Belén es la Palabra de Dios que toma forma humana. En Jesús Dios muestra su compromiso con la humanidad y con el mundo. Y lo hace con un lenguaje que todos podemos entender. El Dios transcendente se pone a nuestra altura para mantener una conversación de amor con nosotros. 1 En el Niño de Belén Dios se revela por medio de la fragilidad humana Por esto la Navidad nos sorprende y nos emociona. Cualquier niño que viene la vida nos conmueve y despierta en nosotros sentimientos de afecto y de ternura. Estos mismos sentimientos brotan en nuestro interior ante el Niño que la Navidad nos ofrece. Dios se ha hecho como nosotros, ha asumido todo lo nuestro, la realidad de la historia de la humanidad y la historia de cada uno. Nuestros anhelos y esperanzas, nuestras luces y sombras, nuestros sufrimientos y la misma muerte, nuestra realidad de gracia y de pecado…, todo ello ha sido asumido por Dios, y forma parte de la historia de su Hijo. La irrupción de la Palabra en nuestro mundo fue posible, no sólo gracias a la acción de Dios, sino también gracias a las mediaciones de la historia: Jesús tuvo sus ascendientes (con toda la ambigüedad moral de cada uno de ellos); vino a este mundo por medio de la acogida amorosa de María y José; se socializó por medio de su familia y las instituciones de Israel… Nunca nos cansaremos de contemplar la grandeza de nuestro Dios que se nos muestra en una carne frágil, quebradiza y mortal… Encontramos a Dios en la debilidad de este Niño que adoramos, al igual que los pastores. Dios actúa de esta manera, y nos recuerda así que su amor es totalmente gratuito, y que se manifiesta en la humildad y en la pequeñez; que nos salva y que transforma nuestro mundo por esta vía; que sus caminos no son los caminos del poder que los seres humanos escogemos… El Niño de Belén nos revela la auténtica grandeza de Dios. El Niño de Belén nos revela nuestra dignidad Pero la Navidad también nos ofrece la posibilidad de conocernos a nosotros mismos. Somos compañeros de Dios, coetáneos suyos… Formamos parte de la historia de su Hijo. El que la Palabra se haya hecho carne nos ennoblece. No sólo Jesús participa de nuestra historia, de nuestros sufrimientos y esperanzas…, sino que también nosotros participamos de “la suya”. Cuantos hemos recibido la Palabra hemos descubierto nuestra dignidad de “hijos de Dios”. Y somos hijos de Dios experimentando, al mismo tiempo, la ambigüedad de nuestra realidad humana, pero con la contribución de nuestra libertad. Dios nos asume a todos; su Hijo se hace solidario con toda la humanidad…, pero no nos somete… El evangelista Juan nos recuerda que, a pesar de la grandeza del misterio que hoy celebramos, en la historia de la humanidad se entremezclan el rechazo y la aceptación de la Palabra. No obstante hoy sentimos el consuelo y la alegría de ser familiares de Jesús. En cierto modo todos somos parte del rostro del Niño de Belén, del rostro de Dios. Por todo esto, la Navidad siempre llama a la puerta de nuestro corazón. Especialmente en este Año Jubilar de la Misericordia, hemos de contemplar, de forma visible y tangible, el amor que Dios nos tiene. Nuestra celebración de la Navidad ha de expresar que hemos conocido este amor y que creemos en él. Nos dejamos sorprender por este misterio, lo celebramos y anunciamos, y lo acogemos como camino de vida. La Navidad es la fiesta del encuentro de Dios con nosotros, de nuestro encuentro con Él, de nuestro encuentro con todos los que son sus hijos (nuestros hermanos). Por todo esto, celebramos el misterio de la Navidad como un don y como la llamada a una misión. Carlos García Llata Vitoria-Gasteiz 2