CAPÍTULO NUEVAS PERSPECTIVAS SOCIOCULTURALES EN EL ESTUDIO DEL DESARROLLO HACIA UN DESARROLLO CULTURALMENTE SITUADO LA PSICOLOGÍA CULTURAL Un poco de historia: los estudios transculturales y la Psicología Cultural Cultura, persona y la unidad de análisis en la Psicología Cultural Lo universal y lo particular dentro de la Psicología Cultural Narraciones, representaciones sociales, voces y lenguajes sociales Bruner y la narratividad Moscovici y las representaciones sociales Bajtín, voces, géneros discursivos y lenguajes sociales CULTURA Y DESARROLLO ONTOGENÉTICO Ámbitos de investigación en la psicología sociocultural actual Desarrollo, cultura y cognición Desarrollo, cultura y self Diversidad teórica en la psicología sociocultural actual Lave y la participación periférica legítima Rogoff y la participación guiada Wertsch y la acción mediada El desarrollo: apropiación? ¿un proceso de internalización o de PSICOLOGÍA EVOLUCIONISTA CULTURAL Filogenia, historia cultural y aprendizaje cultural Filogenia: de la mente de los primates a la mente humana Historia cultural: cultura y mente humana Desarrollo ontogenético Atención conjunta y aprendizaje imitativo: los inicios del desarrollo cultural La entrada en juego del lenguaje Lenguaje, cultura y cognición: PSICOLOGÍA POSTMODERNA: CRÍTICA Y DISCURSO El ‘giro lingüístico’: implicaciones teóricas y metodológicas Discurso, crítica y Psicología Evolutiva Postmodernismo y Psicología Cultural 9 Nuevas perspectivas socioculturales – 529 – Al igual que hemos dedicado el capítulo anterior a las nuevas perspectivas del desarrollo desde un punto de vista individualista (y herederas de las propuestas de Piaget y/o la psicología cognitiva), este lo dedicaremos a la descripción del estado actual de la visión del desarrollo desde un punto de vista social y cultural. Comenzaremos analizando lo que se ha dado en llamar ‘Psicología Cultural’ que, más que una única perspectiva, es una familia de propuestas y modelos unidos por algunos presupuestos comunes. Analizaremos las raíces históricas de este movimiento, prestando especial atención al lugar que se reserva al individuo dentro de este enfoque. Comentaremos también algunos conceptos surgidos desde estas perspectivas (la narratividad, las voces, las representaciones sociales), para pasar a examinar con un poco más de detalle la perspectiva cultural que quizá más importancia tiene para la Psicología Evolutiva: aquella que procede, de manera más o menos directa, de la escuela sociocultural soviética encabezada por Vigotsi y que vimos en el capítulo 7. Detallaremos algunos de los ámbitos de investigación importantes desde este punto de vista evolutivo (el desarrollo cognitivo, el desarrollo del self) y comentaremos la diversidad teórica que también encontramos dentro de esta línea sociocultural. Tras ello, nos detendremos en un autor que nos parece especialmente relevante: Michael Tomasello. Este autor, a nuestro juicio, elabora un modelo que sabe integrar de manera sólida la tradición vigotskiana de la importancia ontogenética de la mediación y el uso de herramientas con un enfoque filogenético (enfatizando los aspectos únicos del desarrollo de nuestra especie respecto a otras) e histórico que tiene en cuenta la evolución de la cultura como elemento constitutivo de la mente. Por último, dedicaremos un apartado a las perspectivas culturales más radicales, englobadas en lo que se ha dado en llamar psicología postmoderna. Analizaremos en qué sentido son radicales, la importancia que de acuerdo con ellos adquiere el lenguaje como medio de construir la realidad y, en todo caso, sus implicaciones para la Psicología Evolutiva. Hacia un desarrollo culturalmente situado Como hemos comentado, este capítulo lo dedicaremos a exponer algunos modelos de desarrollo que inciden en la relevancia de elementos sociales y culturales como elemento sine qua non para entender el desarrollo. Como veremos, las diferencias entre modelos son muchas. Sin embargo, más allá de las diferencias (que iremos desgranando a medida que comentemos cada uno de los enfoques), todos ellos comparten al menos esta serie de características: • Conciben la persona como eminentemente social y conectada al contexto social y cultural en el que se desarrolla. • Presentan una clara tendencia al holismo, al estudio de totalidades más que al elementarismo y estudio de elementos individuales aislados artificialmente. – 530 – Nuevas perspectivas socioculturales • Se oponen al objetivismo y apuestan por una epistemología constructivista, o, más concretamente, por un constructivismo social. • Son sensibles a ciertas influencias (disciplinares, filosóficas) comunes que conforman una aproximación a los fenómenos psicológicos eminentemente social. • Ponen en duda (cuando rechazan en ocasiones) los métodos y procedimientos tradicionales de la psicología (la experimentación, los tests mentales) y apuestan por una aproximación metodológica más interpretativa. Veamos ahora más en detalle cada uno de estos aspectos compartidos. Por lo que respecta al primero de ellos, Markus, Kitiyama y Heiman (1996; p. 860) afirman que estos enfoques nacen, al menos en parte, como una reacción contra la prioridad que tradicionalmente la psicología académica ha otorgado al estudio del individuo como ente separado, esencialmente no social (o, en todo caso, en relación con otros entes también separados e individuales). Para Piaget o para los enfoques cognitivos (incluidos el procesamiento de la información y los enfoques más recientes revisados en el capítulo anterior) el individuo es lo primero, y la unidad de análisis de la Psicología Evolutiva es, en todo caso, individual: las estructuras lógicas de conocimiento en un caso (aunque se desarrollen a partir de la acción con objetos del mundo externo), los procesos simbólicos o subsimbólicos en el otro (aunque estén alimentados por información procedente del exterior). El individuo es el hecho primero, sus procesos privados la unidad de análisis. Lo social y lo cultural son para los enfoques individualistas en todo caso fenómenos secundarios, subproductos de la acción o los procesos individuales o, de manera alternativa, un simple input que alimenta las estructuras y procesos individuales. Desde este punto de vista, el actor, la persona, es contemplado como movido, determinado y compuesto por una amalgama, más o menos concertada, de atributos internos, llámense esquemas, actitudes, competencias, rasgos, estrategias, etc. Las personas, desde el punto de vista individualista, tenemos límites claros, somos entidades autónomas e independientes los unos de los otros. Esta visión permite y refuerza una distinción entre la mente individual y el mundo social que parece obvia a la luz de estos enfoques. Para ellos, la persona está separada de la cultura cultura, lo intramental está separado de lo extramental. Una vez establecida esta separación, el objeto de estudio es el cambio del individuo, de la persona, de lo intramental, de lo que ocurre de la piel (como barrera objetiva pero también simbólica entre ambas realidades) para adentro. Donaldson (2000; p. 21) denomina esta posición ‘solipsismo cognitivo’: la mente se concibe como un sistema que está contenido por completo dentro de una caja, el cerebro. La mente sería desde este punto de vista una entidad autosuficiente, con una arquitectura que consiste en ciertos procesos, capacidades y preferencias. Equipada con ella, la persona afronta el mundo de manera autónoma. La cultura es, simplemente, una más de las fuerzas que ayuda a moldear la mente, capaz de deprivar el sistema y tener efectos perjudiciales si Nuevas perspectivas socioculturales – 531 – no está presente, o de estimularlo para que alcance su máximo potencial en ciertas condiciones, pero incapaz de establecer ninguno de sus parámetros básicos. En su versión más extrema, los principios de los que parte esta psicología individualista del desarrollo son los siguientes: • El niño mira fuera, a la cultura que le rodea, y la descifra gradualmente, aprende de ella la influencia. Pero todo en soledad. • La mente existe y se desarrolla enteramente en la cabeza. • Su estructura básica es un dado biológico, estructurado de acuerdo a un conjunto de universales (en muchos casos neuropsicológicos). • La cultura es secundaria: rellena los huecos, aporta únicamente una forma distintiva a las estructuras preestablecidas de la mente. • La cultura configura los detalles de la vida mental, pero nada más. Lo que hace es concretar (por ejemplo, gracias a la cultura hablamos un lenguaje concreto y no otro, pero la capacidad para el lenguaje y el modo de adquirirlo no dependen de la cultura). • La cultura es el ruido. La señal es el componente estructural de la mente. La cultura no determina. Al comentar esta situación y la necesidad de enfoques que vayan más allá de los puramente individual, Bruner (1990a, p. 20 y siguientes de la trad. cast.) nos cuenta como, desde su punto de vista, el énfasis en el individualismo (y, en concreto, en cierto tipo de individualismo que tiene sus prototipos extremos en la metáfora del ordenador, los estudios de simulación o la inteligencia artificial) de una perversión de la revolución cognitiva, revolución que él mismo, como vimos al principio del capítulo 6 , ayudó a protagonizar. Esta revolución cognitiva, que buscaba liberarse de los rigores del conductismo, de un positivismo extremo que había expulsado a los fenómenos mentales fuera de la psicología académica (o, al menos, fuera de la psicología académica estadounidense: recordemos que en Europa Piaget siempre estuvo ahí), tuvo un éxito inusitado, quizá por la propia necesidad histórica de la empresa que propugnaba: recuperar la mente para la psicología científica, y, en concreto, como comenta Bruner (1990a; p. 20 de la trad. cast.) ‘descubrir y describir formalmente los significados que los seres humanos creaban a partir de sus encuentros con el mundo, para luego proponer hipótesis acerca de los procesos de construcción de significado en los que se basaban’. Sin embargo, este énfasis en el significado pronto se transformó, dentro de la psicología cognitiva, por la información, la construcción del significado por el procesamiento de la información. Para Bruner, el factor clave de esta ‘perversión’ de la revolución cognitiva fue la adopción del ordenador como metáfora del funcionamiento del ser humano: un ordenador que trata con información fría, aséptica, objetiva, y que lleva a cabo procesos independientes del contenido, estrictamente individuales. Entronizar al ordenador como metáfora del funcionamiento cognitivo y como inspiración de toda teoría psicológica implica aportar por una unidad psíquica, por una realidad interna universal, ajena a lo social, ajena a la cultura. – 532 – Nuevas perspectivas socioculturales Hemos visto en el capítulo anterior como esta fe en la computación, aunque reformada en términos subsimbólicos, pervive con buena salud en el conexionismo. También hemos visto como existen también tendencias que intentan combinar esta tradición cognitiva norteamericana con el constructivismo piagetiano, intentando introducir también el contenido como aspecto importante de la cognición, más allá de los procesos. El resultado es un niño que (partiendo o no de ciertos cimientos a priori) es constructor activo de su propio conocimiento, de teorías sobre el mundo. En fin, hemos visto también como la biología, desde una vertiente u otra (como innatismo, como redes neurales, etc.), ha sido un recurso al que se ha acudido para explicar el desarrollo cognitivo y anclarlo en fundamentos supuestamente más sólidos. Los enfoques que repasaremos en este capítulo no intentan reformar de una u otra manera este cognitivismo individualista, sino más bien, de manera más o menos radical, negarlo y optar por una psicología en la que lo fundamental no sea la persona como ente individual, sino como ente genuinamente social y cultural. De hecho, veremos como es precisamente este carácter social y cultural lo que fundamenta el propio concepto de individualidad, y lo que dota al individuo (y a cierto concepto de mente) del carácter obvio, dado por supuesto, que tiene en occidente, y que ha impregnado la psicología científica durante los últimos 50 años. Desde este nuevo punto de vista, la cultura tiene un impacto cualitativo en la estructura y los procesos de la mente humana: los constituye, no simplemente los influye o los informa. En estrecha relación con este carácter situado del estudio psicológico que lo aleja del individualismo se encuentra una segunda característica común a las corrientes que podemos englobar dentro de una Psicología Cultural: el énfasis en el estudio holista de la persona. Como hemos visto en los anteriores capítulos, tanto los modelos estructuralistas-organicistas como los mecanicistas del procesamiento de la información se centran fundamentalmente en el estudio de la faceta cognitiva del ser humano, y lo hacen separándola del resto de facetas humanas, sin hacer referencia a las relaciones que lo cognitivo puede tener con aspectos como los sociales o emocionales. Cuando estos se tratan, desde estos enfoques individualistas se tratan también de manera aislada, sin referencia a otras facetas. Esta estrategia quizá tiene que ver más con un afán de simplificar para hacer más sencilla y viable la descripción y explicación científica del desarrollo cognitivo que con la verdadera naturaleza de ese desarrollo, en el que todas las facetas se encuentran integradas y se desarrollan como un todo. Como veremos, las corrientes psicológicas culturales pretenden lograr un estudio integrado del desarrollo, en el que los aspectos cognitivos, sociales y emocionales no únicamente se encuentras entrelazados y unos influyen en otros, sino forman una unidad, con lo que todo intento de aislar los unos de los otros es una forma artificial de estudiar al ser humano. Los enfoques culturales, como veremos, intentarán en la medida de lo posible recuperar estos aspectos sociales y emocionales olvidados e incorporarlos a la descripción del desarrollo, proporcionando una versión quizá más compleja, pero más integrada también, de este proceso. Un tercer eje de ruptura de los enfoques que repasaremos en este capítulo respecto a los revisados en el capítulo anterior es de carácter epistemológico. Nuevas perspectivas socioculturales – 533 – Así, muchos de los enfoques anteriores comparten una epistemología objetivista. Desde este punto de vista, el conocimiento se entiende como una representación real del mundo real que poseemos dentro de la mente y el desarrollo como un progresivo ajuste en este conocimiento y la ‘realidad’ que supuestamente está ‘ahí fuera’. Esto supone la creencia en la existencia de un mundo objetivo ajeno a nosotros y, por tanto, la reafirmación contundente de la independencia entre el sujeto de conocimiento y el objeto conocido. Según Gergen (1989) '(para los objetivistas) existiría un mundo real que no depende de los que buscan conocer su naturaleza. El mundo sigue siendo el mismo al margen del sujeto cognoscente'. Este mundo externo puede, según esta perspectiva, ser conocido por nosotros. A través de los sentidos, la realidad del mundo se aparece a nuestra mente. En último término, es la concepción de la mente como espejo del mundo. El objetivismo, por otra parte, también implica que es posible obtener un conocimiento objetivo, no influenciado de ninguna manera por el sujeto, trascendente a él. La objetividad se convierte de esta manera en la meta final, en un más allá, fuera de nosotros, donde reside la verdad adónde podemos llegar. Esto se conecta con una visión acumulativa del conocimiento, en especial del conocimiento científico, el cual, poco a poco va estableciendo ‘verdades’ que se corresponden cada vez mejor con la realidad del mundo. Esta concepción ‘aditiva’ está en relación con otra de las características peculiares del objetivismo: la tendencia al análisis, a la disección de los procesos y productos complejos en sus componentes más simples (y por ello más fácilmente estudiables) que los explican totalmente y sin desvirtuarlos. Metodológicamente, la elección es, en coherencia, el experimento controlado en contexto de laboratorio preferentemente. El objetivismo está detrás de las concepciones de la persona como ‘tábula rasa’ en las que la experiencia va escribiendo contenidos y conocimientos (por ejemplo, en forma de asociaciones E-R, como defendía el conductismo tradicional), pero también en las concepciones más actuales en las que la mente si tiene aspectos a priori. Por ejemplo, en el procesamiento de la información o en el conexionismo, donde los a priori se entienden como una cierta ‘arquitectura’, unos ciertos componentes o unas ciertas formas de organización y procesos, pero también en los enfoques modularistas o psicobiológicos, donde los a prioris se conciben como conocimientos innatos o tendencias de comportamiento soportadas en última instancia por el sistema nervioso. En ambos casos, estos a prioris son susceptibles de ser delimitados y conocidos de manera ‘objetiva’, siendo este conocimiento y su influencia uno de los objetivos que se asignan a la psicología del desarrollo. Contrapuesto al objetivismo se nos presenta el punto de vista del constructivismo. Para los teóricos que se mueven en esta perspectiva, el objeto es tal en cuanto percibido por el sujeto y su conocimiento no proviene de ese objeto en tanto perteneciente a un mundo físico separado del sujeto, sino que es el sujeto mismo, individual y/o socialmente, quien elabora, construye el conocimiento que posee sobre el objeto y lo entroniza como realidad. El conocimiento y la existencia misma de los objetos es, en ultimo término, el resultado de prácticas constructivas de los perceptores quienes crean su propia realidad. Según palabras de Bruner: 'La tesis básica del constructivismo es simplemente que el conocimiento es "correcto" o "incorrecto" según la perspectiva que hayamos decidido – 534 – Nuevas perspectivas socioculturales tomar. Los aciertos o errores de este tipo, con independencia de lo bien que podamos verificarlos, no equivalen a verdades o falsedades absolutas. Lo mejor a lo que podemos aspirar es a ser conscientes de nuestra propia perspectiva y de la de los demás cuando decimos que algo es “correcto” o “‘incorrecto” (...) es lo que los especialistas en derecho llaman “el aspecto interpretativo” o, como dijo uno de ellos, una huida del “significado autoritario”' (Bruner, 1990a; pág 39 de la trad. cast.). Es importante reconocer que, como el lector habrá ya supuesto, el constructivismo no es patrimonio exclusivo los enfoques sociales y culturales que expondremos en este capítulo: Piaget, por ejemplo, o en cierto sentido los enfoques del procesamiento de la información, puden contemplarse también como defensores de un punto de vista constructivista. ¿Cuáles son, entonces, las diferencias entre las diferentes versiones del constructivismo? En el capítulo 1 hemos abordado este tema al hablar de las bases disciplinares de la Psicología de la Educación. Sin ánimo de ser reiterativos y a modo de ilustración, las diferencias entre el constructivismo de Piaget, por ejemplo, y el constructivismo de las corrientes culturales que estamos analizando en este capítulo son al menos dos: • Piaget parte de un punto de vista individualista del desarrollo. El niño de Piaget construye conocimiento, pero a partir no del intercambio de significados con otras personas, sino a partir de su acción sobre los objetos, objetos a los que se ha extraído su significación cultural. Es importante tener esto en cuenta para no caer en simplificaciones erróneas. El constructivismo que propugnan los enfoques revisados en este capítulo es un constructivismo eminentemente social, un co-constructivismo, término que han propuesto autores como Valsiner (1996). • En segundo lugar, el constructivismo de Piaget podríamos calificarlo de direccional, en el sentido de que, como comenta Shweder (1999; p. 139-140), su tema principal es el contraste del pensador maduro, con otros grupos inferiores cognitivamente, inmaduros: los niños, los pueblos ajenos al la cultura industrializada, los pueblos históricamente anteriores a nosotros. El desarrollo consiste en la transición de una posición a la otra, trayecto que consta de una serie de pasos coherentes lógicamente, incluso necesarios desde un punto de vista lógico, en el sentido de que los más elevados implican a las etapas anteriores. De acuerdo con Shweder, Piaget compartiría cierto espíritu ilustrado: explica cómo se hace la luz sobre las tinieblas, como el lugar donde reinaba la irracionalidad y la ignorancia es colonizado por la racionalidad y el conocimiento científico. La toma en consideración de lo social y lo cultural incorpora pluralidad, diversidad, multidireccionalidad al desarrollo, que deja de tener un camino privilegiado y normativo para estar abierto, en función de la cultura, a muchas alternativas. De hecho, y como veremos a lo largo del capítulo, estas diferentes formas de concebir el constructivismo social también pueden observarse entre los enfoques culturales. No todos defenderán con la misma radicalidad los supuestos constructivistas. Algunos, como veremos, llegan a poner en duda (e incluso a negar) la propia existencia (o el hecho de que sea relevante que existan o no) de una realidad fuera de la construcción, en especial fuera de las construcciones lingüísticas y de los significados que las personas generan e intercambian. Esta Nuevas perspectivas socioculturales – 535 – versión radical del constructivismo social es característica de los llamados enfoques postmodernos y tendremos la oportunidad de examinarla más en detalle en la última sección de este mismo capítulo. Por otra parte, esta valoración de un constructivismo social, en el que quienes nos rodean y las instituciones y prácticas culturales en las que participamos desempeñan un papel esencial en nuestra misma constitución como personas, supone dotar de una relevancia fundamental a los fenómenos educativos. De hecho, desde estas perspectivas, los procesos de desarrollo y de educación tienden a converger, de manera que ese desarrollo se entiende en gran medida como un proceso de enseñanza y aprendizaje en situaciones culturalmente relevantes. De hecho, en las culturas occidentales vemos como ha aparecido una institución creada especialmente para servir de plataforma, de manera planificada, a la socialización de los miembros de generaciones más jóvenes con el fin de asegurar su conocimiento y dominio de ciertas formas culturales acumuladas por las anteriores generaciones. Como afirma Bruner, el papel de la escuela y de la educación (y de su mejora) sólo puede tratarse con justicia desde perspectivas que él denomina ‘culturalistas’, y no desde las perspectivas individualistas y computacionales a las que hemos dedicado el capítulo anterior (Bruner, 1996; pp. 26-27 de la trad. cast.) Este tema de la convergencia entre lo evolutivo y lo educativo y en qué medida disponemos de diversas versiones del constructivismo ha sido tratado con mayor detalle en el capítulo 1, y a él remitimos al lector interesado. Además de todos estos supuestos compartidos, los enfoques que analizaremos en este capítulo también comparten, en general, unas mismas influencias que provienen de campos disciplinares diferentes: • Dentro de la Psicología Evolutiva, hemos de reconocer la gran influencia que ejerce la perspectiva sociocultural de Vigotski, hasta tal punto que algunas de las perspectivas que analizaremos son en gran medida una asunción, extensión y revisión de los ciertos conceptos y principios básicos del enfoque vigotskiano o de los enfoques de autores que pertenecen a la corriente sociocultural soviética de los años 30. • Se revalorizan las aportaciones de la Antropología y su enfoque etnográfico, revalorización también propugnada también desde ciertas vertientes sociológicas (por ejemplo, la etnometodología de Garfinkel), como parte de un interés por el análisis de psicologías locales y por las concepciones discursivas sobre el self, el cuerpo, el género, la motivación, la emoción, etc. (Shweder y Sullivan, 1993; p. 498). Esta mirada hacia la antropología también se realiza en algunos casos desde un punto de vista del historia cultural y el desarrollo filogenético, para ver en otras culturas (incluso en los rudimentos culturales de otras especies) y en su historia la génesis de los procesos psicológicos que son objeto de interés. • Desde la Lingüística y Filosofía, la influencia viene de la mano de aquellos autores que trabajan sobre el discurso y los significados implícitos y su construcción-reconstrucción. Bruner (1990a; pp. 77-78 de la trad. cast) explica como en este campo se ha observado un movimiento desde los principios del operacionalismo lógico de Frege, Russell o el primer Wittgenstein, quieres pretendían establecer las condiciones de verdad de las – 536 – Nuevas perspectivas socioculturales proposiciones con relación a su referencia al mundo y su relación con otras proposiciones, como un campo donde era posible el análisis lógico de los significados, presuponiendo una noción de significado independiente del hablante, del objetivo y del contexto, como un elemento formal de análisis lógico, a una noción de significado totalmente diferente. Esta noción, que encontramos en autores como Austin, Putnam o el segundo Wittgenstein se propone restaurar el contexto comunicativo en el análisis del significado y se interesa por la vertiente pragmática del lenguaje, los efectos que tiene el uso de ciertas formas lingüísticas en la creación de significados y cómo esta creación depende en gran medida de que el hablante y el oyente compartan un conjunto de convenciones para comunicar diferentes tipos de significados. Se supone que los significados estables y fijos son difíciles de localizar, lo intrínseco tiene unos límites difusos y quizá, en último término, no exista. Estas posiciones contribuyen a la sospecha sobre el énfasis unilateral en las esencias fijas, en las características intrínsecas, en las verdades necesarias, un clima que está dispuesto a revalorizar los procesos y restricciones que son locales, dependientes del contexto, contingentes y en cierto sentido construidos que comparten los enfoques que revisaremos en este capítulo. Por último, entre las características comunes de los enfoques que revisaremos se encuentra cierta orientación metodológica alejada (como no podía ser de otra manera de acuerdo con los principios anteriores que hemos expuesto) de los tradicionales métodos positivistas que, a partir de la experimentación y/o del uso de ciertos procedimientos tecnológicos (como, por ejemplo, los tests mentales) ha intentado: • Objetivizar, estandarizar y sustanciar en entidades o procesos estables el mundo psicológico personal, entidades que serían esenciales y universales. • Dividir el contexto o ambiente (eso que se supone está fuera de la persona) en variables claramente identificables y medibles. • Aislar dentro de la persona en desarrollo aspectos que supuestamente son de naturaleza diferente, y estudiar unos de manera independiente (o ignorando incluso) a los otros. • Finalmente, la estrategia tradicional ha sido vincular esas variables elementales objetivizadas (cognitivas, afectivas, contextuales, etc.) por medio de relaciones causa-efecto. Desde los enfoques sociales y culturales que expondremos, si bien estos métodos no se proscriben en general, sin embargo la tendencia es a apostar o complementarlos con métodos de carácter más interpretativo, algunosimportados desde disciplinas afines, como la antropología o la lingüística, lo que, por otra parte, es coherente con el fuerte carácter interdisciplinar que hemos mencionado. Desde estos enfoques veremos la recuperación para la psicología de la observación participante, del análisis hermenéutico de textos o de prácticas lingüísticas, de los comportamientos cotidianos, metodologías cualitativas en todo caso que oponen al afán cuantitativo que ha dominado la mayor parte de la psicología durante prácticamente todo el siglo XX. Como comenta García-Borés, Nuevas perspectivas socioculturales – 537 – El planteamiento interpretativo apostará por la meta de la comprensión más que por la búsqueda de la explicación causal. Le interesará más el significado, el sentido, que los hechos (...) se renunciará al objetivismo, al discurso de la verdad de la retórica positivista, y se asumirá que el científico sólo puede hacer interpretaciones, de especiales características si se quiere, sobre la realidad (García-Borés, 2000; pp. 16-17). Estos enfoques se reconocen a sí mismos todavía fuera del mainstream de la investigación en psicológica evolutiva (y de la investigación psicológica en general). Y, de hecho, si nos remitimos a criterios puramente numéricos, quizá sea cierto. Por ejemplo, Hatano y Wertsch (2001; pág 79), refiriéndose a los enfoques culturales en en estudio del desarrollo, comentan como en la última edición del prestigioso Handbook of Child Development, que pretende ser una puesta al día del conocimiento existente sobre el desarrollo infantil, dedica un único capítulo del volumen centrado en la percepción, lenguaje y cognición. En el resto de volúmenes el panorama no es mucho más halagüeño para estas corrientes culturales. A esta observación, nosotros podemos añadir que, si bien las referencias a lo que podríamos denominar perspectiva sociocultural del desarrollo (con sus raíces en la psicología soviética encabezada por Vigotski) son escasas (en relación al espacio dedicado a cuestiones tratadas por los enfoques cognitivos, del procesamiento de la información, piagetiano, modularista, conexionista, etc.), en ese mismo Handbook apenas aparecen mencionados los enfoques cultural-evolucionista o discursivo. Pese a ello, es indudable que este tipo de enfoques de raíz radicalmente social y cultural está, desde finales de los años 80 del pasado siglo, viviendo un cierto auge, con cada vez más investigaciones generadas y la aparición de compilaciones y revistas dedicadas en exclusiva (o casi en exclusiva) a su difusión. Pese a ello, como ya advertía Bruner (1990a), no observamos que esta pujanza de los enfoques sociales y culturales venga acompañada de un diálogo con los enfoques tradicionales de raíz individualista (al menos en Psicología Evolutiva, otra cosa es en Psicología de la Educación, como vimos en el capítulo 1), sino por el contrario de una atomización del panorama evolutivo. La impresión es que no sólo los apoyan comunidades científicas diferentes, sino que también ambos se desarrollan en espacios diferentes, cuentan con medios de difusión diferentes y en raras ocasiones se producen intentos de acercamiento o integración. Seguramente esta integración es, desde los presupuestos y situación actuales, difícilmente alcanzable. Como ya nos enseño Kuhn (1962), el diálogo interparadigmático era difícil, cuando no imposible, al partir cada paradigma de uno presupuestos epistemológicos propios incompatibles con los de paradigmas rivales. Como dice este autor, (Kuhn, 1962, p. 233 de la trad. cast.) 'quienes proponen paradigmas en competencia practican profesiones en mundos diferentes, ven cosas diferentes cuando miran en la misma dirección desde el mismo punto'. De hecho, si se nos permite la licencia, podríamos decir, adoptando la perspectiva cultural en la que profundizaremos más adelante, que viven en culturas científicas diferentes. Sin bien la integración entre los enfoques parece claramente imposible si escogemos extremos. Por ejemplo, es difícil imaginar una síntesis entre el – 538 – Nuevas perspectivas socioculturales modularismo, para el que las capacidades humanas tienen su germen en módulos mentales innatos, objetivos, enraizados neuralmente, y la psicología discursiva, que enfatiza la idea misma de competencia como una construcción social que puede manejarse en las conversaciones cotidianas con diferentes fines. Sin embargo, entre enfoques no tan extremos y radicales, los intentos de síntesis han sido más frecuentes y, aunque su éxito es discutible, los esfuerzos pueden arrojar luz y mejorar la comprensión sobre la complejidad y multiplicidad del desarrollo humano (por ejemplo, ver Frowley, 1995 para un meritorio intento de sintetizar la ciencia cognitiva con la psicología de Vigotski) La psicología cultural Las corrientes psicológicas que vamos a ‘psicología cultural’ abogan por poner en investigador en psicología, sacándola del mejor de los casos, le han reservado las dominantes en el siglo pasado. englobar dentro del amplio término de la cultura el centro del interés teórico e papel secundario y periférico que, en el perspectivas psicológicas individualistas Podemos definir, de forma sencilla, la psicología cultural como un intento de esclarecer el papel que tiene la cultura en la configuración de la experiencia psicológica y, a su vez, como esta experiencia contribuye a consolidar o modificar ciertos aspectos culturales. Wertsch (1995; p. 56), por ejemplo, especifica que el objetivo de la investigación sociocultural es comprender las relaciones entre el funcionamiento mental humano por una parte y los entornos culturales, históricos e institucionales por otra. Bruner, otro de los principales defensores de esta aproximación cultural, comenta algo similar en una entrevista realizada por Linaza (2000; p. 185), al afirmar que desde la psicología cultural se asume que no es posible entender la actividad mental si no se tiene en cuenta el contexto cultural en el que se produce y los recursos culturales que proporcionan a la mente su forma específica y su amplitud. Shweder, Goodnow, Hatano, Lévine, Markus, y Miller, por su parte, definen de la siguiente manera el objetivo de la psicología Cultural: ‘La psicología cultural pretende documentar la diversidad histórica e intercultural en los procesos y productos de la mente humana. Examina los procesos de activación de esquemas y aprendizajes sociales asociados con la transformación de la persona en un miembro de un grupo’ (Shweder y cols. 1998; pág 866, la traducción es nuestra) Entre nosotros, Serrano ha definido la psicología cultural como El estudio de la constitución mental de y por las formas simbólicas –esto es, acciones y expresiones humanas significativas–, discursivamente estructuradas, históricamente contextualizadas y socialmente producidas, reproducidas y transmitidas (Serrano, 1996; p. 99). En posteriores apartados comentaremos con mayor detenimiento lo que se entiende específicamente por ‘cultura’ desde este punto de vista. En cualquier Nuevas perspectivas socioculturales – 539 – caso, la empresa de la psicología cultural se nos aparece como esencialmente interdisciplinar, un punto de convergencia entre investigadores y pensadores venidos de puntos diversos, entre otros de la Psicología Social, como Hazel Markus, de la Psicología Evolutiva (parece evidente, de ahí nuestro interés en ella) como Michael Cole, Jan Valsiner o el propio Jerome Bruner, de la antropología, como Richard Shweder o Roy D’Andrade o, en fin, de la lingüística, como Katherine Nelson. Esta interdisciplinariedad, que por una parte aporta riqueza, por otra hace que esta perspectiva no sea un edificio homogéneo, sino que cada escuela, cada autor, aporte su visión diferencial dentro de unos principios generales compartidos por todos ellos. ¿Cuáles son estros principios? En parte parten del rechazo hacia los enfoques individualistas que han dominado durante el siglo XX la Psicología Evolutiva. Hatano (1999, p. 83) concreta ese rechazo en una oposición a la concentración exclusiva en el estudio de cómo el cerebro-mente individual manipula símbolos, ignorando el contexto sociocultural y emocional que rodea en cualquier caso a ese individuo. Esta oposición se concreta en: • El rechazo a la asunción de que los procesos mentales humanos tengan lugar de manera exclusivamente top-down (guiados por las estructuras o procesos pre-establecidos), con una inflexibilidad que no tiene en cuenta su sensibilidad al contexto concreto en el que tienen lugar. • El rechazo a la idea de que el ser humano sea principalmente cognitivo, sin tener en cuenta otras facetas que constituyen la esencia de los seres humanos en tanto personas. La psicología cultural es una alternativa a esta visión. En esta alternativa, Hatano, por ejemplo, (1999; pp. 84-85) identifica dos principios clave: • El proceso de desarrollo tiene lugar a través de la participación en prácticas culturalmente organizadas, prácticas que son interesantes o significativas para quienes participan en ellas. La participación repetida en esas prácticas potencia ciertas habilidades y conocimientos que la persona necesita para desempeñarlas de manera eficiente, aún cuando el objetivo de la participación no fuera específicamente mejorar esas habilidades o conocimientos. • La actividad humana, que es el medio por el que adquirimos conocimientos y habilidades, tiene lugar en contextos particulares, está situada, enclavada en ellos. Algunas características de esos contextos de actividad (por ejemplo, las metas que imponen) son inseparables al proceso mismo de adquisición de habilidades y conocimientos: de hecho esas habilidades y conocimientos mostrarán, en alguna medida, el proceso por el que se han adquirido y como se han usado hasta el momento. De esta manera, la psicología cultural asume que el desarrollo no es un proceso impulsado desde dentro del individuo, no es un despliegue de capacidades hacia el logro de estructuras o procesos cada vez más sofisticados. Más bien, se enfatiza, en su lugar, la participación de la persona en prácticas y actividades variadas y típicas de una cultura, la interacción con otras personas también implicadas en ellas y cómo esas actividades y prácticas típicas contienen en sí – 540 – Nuevas perspectivas socioculturales mismas y son el reflejo de ciertos marcos de conocimiento, lo que en conjunto actúa para favorecer cierta dirección en el desarrollo hacia el logro de metas que el grupo considera esenciales para llegar a ser un miembro competente dentro de esa cultura. De hecho, interesan especialmente aquellos comportamientos que se utilizan, de manera local o global, como indicios de mejora, de madurez, de avance hacia ciertos puntos finales establecidos culturalmente. Esto implica que la psicología cultural sea un punto de vista que se ocupa sobre todo de los conceptos y prácticas lo más cercanas posible a la experiencia cotidiana de las personas (ver, por ejemplo, Shweder y Sullivan 1993, pp. 507509 o Goodnow, 2002; pp. 240-242). La psicología cultural sería el estudio de las experiencias tal y como están constituidas, no tal y como son explicadas de manera abstracta. Así, la misión del investigador consiste en determinar cuáles son los conceptos y creencias implícitas en el funcionamiento de los individuos, con independencia de si los miembros del grupo reconocen esos conceptos y creencias como suyos. De acuerdo con Shweder y Sullivan, ‘Las representaciones conceptuales estudiadas por la psicología cultural no son necesariamente equivalentes al modelo explícito que el nativo tiene de su mundo psicológico, aunque no se debe descartar que, en un estudio particular, la representación conceptual construida por el investigador y el modelo articulado del nativo sobre su mundo psicológico puedan converger. De hecho, en la práctica sucede a veces. (Shweder y Sullivan, 1993; p. 510). De manera similar, se evita pensar en la cultura como un contexto que tiene efecto sobre el comportamiento, de la manera clásica en que una variable independiente podría tener sobre una variable dependiente o un estímulo puede generar ciertas respuestas asociadas. Estos esquemas causa-efecto tienden, desde la psicología cultural, a ser sustituidos por el reconocimiento de la mutua interdependencia entre individuo y contexto, entre mente y cultura, y como ambos contribuyen a construirse el uno al otro. La mente, desde este punto de vista, no puede ser estudiada con independencia de la cultura, es un fenómeno constituido y en buena medida distribuido culturalmente (Cole, 1996; p. 109 de la trad. cast.) Esto no significa, sin embargo, contemplar al individuo como un ente que pasivamente acepta ‘pasivamente’ la cultura en la que se desarrolla a partir de su participación en ella. Desde la psicología cultural se apuesta por un individuo que, además, es capaz de cambiar, de innovar a partir de los recursos que le a proporcionado la cultura en la que se encuentra inmerso (Hatano, 1999; p. 84). Autores como Cole también reconocen especialmente la gran influencia que en la psicología cultural actual ha tenido la corriente sociohistórica propugnada por la psicología soviética de los años 20 y 30 del pasado siglo y recuperada (en especial su autor más conocido, Vigotski) en occidente a partir de los años 70. La psicología cultural, desde este punto de vista, parte de los mismos principios que caracterizan a lo que podíamos llamar corriente socio-cultural-histórica en Psicología Evolutiva. Con ellos (y como hemos visto en el capítulo dedicado a la psicología de Vigotski), afirman que ‘una característica específica de la especie humana es su necesidad y capacidad para habitar en un ambiente transformado por la actividad de anteriores miembros de esa especie. Estas transformaciones y Nuevas perspectivas socioculturales – 541 – el mecanismo para transferirlas de una generación a la siguiente es el resultado de la capacidad/propensión de los seres humanos hacia la creación y uso de artefactos’ (Cole, 1995; pág 190, la traducción es nuestra). Como veremos, esta noción de artefacto será clave en la manera en la que aborda Cole la cultura y la unidad de análisis adecuada para la psicología cultural. Por último, desde un punto de vista metodológico, la psicología cultural tiende a recurrir a metodologías propias de las humanidades y las ciencias sociales. Para la psicología cultural los métodos interpretativos, especialmente los etnográficos por ejemplo, son claves para poder estudiar a una cultura en sus propios términos, intentando derivar procedimientos de estudio específicos de cada cultura, extraídos de sus modos de vida, de sus prácticas y modos de comunicación locales, sin proyectar ni importar acríticamente los presupuestos propios del investigador (Shweder y cols, 1998; p. 869). Este relativo poco uso de los métodos fundamentales de los paradigmas dominantes en Psicología (los tests estandarizados, los experimentos controlados) tendrá que ver también, como veremos más adelante, con un énfasis sobre lo diferencial, sobre lo local, sobre los supuestos universales, sobre las formas y estructuras mentales puras que supuestamente constituyen nuestra esencia como seres humanos. Este repaso de los principios básicos que comparten los psicólogos que se adscriben a la psicología cultural no debe hacer que pasemos por alto la presencia de diferencias entre ellos, es especial por lo que respecta a aquellas perspectivas interesadas en el desarrollo. Kruger y Tomasello (1996; p. 369), por ejemplo, plantean la existencia de dos grandes corrientes: • Una más sociológica, que enfoca la cultura como una empresa colectiva, que niega el tradicional dualismo entre persona y cultura. • Otra más en la línea con los enfoques tradicionales de la persona individual en la cultura. En este caso, resulta importante la distinción entre el individuo y la cultura en la que nace. En posteriores apartados de este capítulo profundizaremos en las diferencias que podemos apreciar dentro de ese conglomerado que denominamos psicología cultural, y especialmente en aquellos relevantes para entender el desarrollo desde este punto de vista. En cualquier caso, antes profundizar más en el significado atribuido a la cultura y en el papel que juega la psicología cultural en el panorama actual de nuestra disciplina, creemos necesario repasar, siquiera brevemente, la manera en la que la cultura ha sido tratada dentro de la Psicología y, en concreto, el sentido de la tradición de estudios transculturales (en especial aquellos relevantes para el estudio del desarrollo, lógicamente) y en qué sentido es diferente a la actual concepción cultural del desarrollo. Esta comparación sin duda nos ayudará a perfilar los principios de una aproximación cultural al desarrollo humano. – 542 – Nuevas perspectivas socioculturales Un poco de historia: los estudios transculturales y la psicología cultural Pese a que el título del capítulo en el que nos encontramos incluye las palabras ‘nuevas perspectivas’, no se puede decir que la psicología cultural sea precisamente nueva. Lo que es nuevo es el gran interés que ha despertado en las últimas décadas, unido a una reconceptualización de su objeto y métodos, reformulándolos respecto al modo en el que se había trabajado la cultura desde la psicología durante la mayor parte del siglo XX. Podemos encontrar un resumen de esta trayectoria histórica de los estudios culturales en el artículo de Rogoff y Chavajay (1995) y, sobre todo en el libro de Cole (1996). Precisamente Cole (1996; p. 41 y siguientes de la trad. cast.) señala entre los fundadores del estudio cultural de lo psicológico a autores como J.S. Mill, W. Dilthey o a los que se encuentran dentro de la tradición historicista alemana de estudio de los pueblos (por ejemplo, Herder). Sin embargo, entre estos pioneros, Cole destaca especialmente el programa teórico e investigador de Wundt, autor que precisamente aparece vinculado a esa corriente alemana de estudios sobre le carácter de los pueblos. Wundt propuso un sistema compuesto por dos ‘psicologías’ diferentes y complementarias, que se ocuparían, según él de dos órdenes diferentes de la realidad. • Por una parte la psicología fisiológica, destinada al estudio experimental de la conciencia (entendida esta, a la manera introspeccionista, como la experiencia inmediata) y las funciones psicológicas elementales. Sería una psicología regida por los principios de la ciencia natural cuya finalidad es obtener un conocimiento universal sobre leyes generales que rigen el comportamiento. • Por otra, una psicología cultural (o Völkerpsychologie), destinada a las funciones psicológicas superiores, que desde su punto de vista se extenderían más allá de la conciencia individual para abarcar entrar en el terreno de lo cultural. El método no sería en este caso el experimental, propio de las ciencias naturales, sino los propios de las ciencias culturales (etnografía, lingüística, etc.) El propósito de Wundt es que algún día las dos psicologías llegasen a integrase y formar una única ciencia unificada. Sin embargo, la aparición del conductismo (y las propias debilidades de la psicología introspeccionista en la que derivó su ‘psicología fisiológica’) implicaron que ambas psicologías desapareciesen, y que lo único que quedase (que, por otra parte, no es poco y es suficiente para que sea considerado el padre de la psicología científica) del proyecto wundtiano fuese el método experimental, aplicado esta vez al comportamiento observable. Así, la psicología cultural prácticamente desapareció durante décadas de los paradigmas dominantes en psicología en general y de la Psicología Evolutiva en particular. El interés se centro en el establecimiento de leyes generales del funcionamiento individual, ya sean leyes de tipo asociacionista E-R, procesos internos con una dinámica independiente del contenido que procesan (el sujeto Nuevas perspectivas socioculturales – 543 – como ordenador), o estructuras y sistemas que se reconstruyen a partir de la acción con objetos (el sujeto epistémico piagetiano). Sin embargo, decir que el interés por la cultura desapareció sería incorrecto. Este interés permaneció en la psicología sociohistórica soviética. Como vimos en el capítulo 7, para Vigotski el cambio histórico y el cambio cultural es una de las vías privilegiadas para dar cuenta de las formas intelectuales superiores. Junto con una línea de desarrollo natural (biológica), la inmersión de la persona en una cultura y la apropiación de sus instrumentos de mediación suponía cambios cualitativos en el funcionamiento de las funciones superiores, posibilitando la aparición de formas superiores de funcionamiento mental: se pasaba de la línea de desarrollo natural a una línea de desarrollo cultural. Este interés por la cultura en Vigotski y sus colaboradores (entre los que destaca especialmente Luria; ver Luria, 1976), les llevó a estudiar el efecto del cambio cultural acelerado que suponía la alfabetización, la educación formal y la llegada de nuevos instrumentos y formas económicas y de producción (por ejemplo, la colectivización impuesta por la revolución) a pueblos del Asia Central soviética de los años 20. En esas investigaciones comprobaron como la llegada de formas culturales nuevas (de nuevos instrumentos de mediación) cambiaba la forma y el funcionamiento psicológico de las personas de esos pueblos (entre ellos, los procesos de categorización, razonamiento, percepción o autoobservación), tendiendo hacia una mayor abstracción y menos dependencia de lo sensorial. Una segunda forma de conservación del interés por la cultura que influyó (aunque indirectamente y no de forma inmediata), en la psicología son los trabajos realizados desde la antropología. Esta disciplina, que tiene por objeto precisamente el estudio de las formas culturales, comparte con la Psicología Evolutiva unas mismas raíces darwinianas. Sin embargo, a diferencia de ésta, la antropología pronto renunció a la idea decimonónica de interpretar las diferencias entre culturas como una secuencia ordenada de progresos hasta llegar a una cima, en la cultura occidental, la cultura de los autodenominados ‘países desarrollados’ (Teberosky, 2001; pág. 404). Ya en los años 20 y 30 algunos de las figuras históricas de la antropología (Malinoski, Mead, Sapir, Benedict) abogaron por el relativismo cultural como idea clave en el pensamiento antropológico. Desde este punto de vista, cada cultura tiene sentido en sí misma como una forma única de organizarse para adaptarse y dar respuesta a las necesidades humanas desde un determinado contexto físico e histórico. No sólo la cultura se debía entender en sus propios términos, sino que dentro de una cultura también cabían variaciones, grupos con normas y formas de pensar divergentes en mayor o menor medida frente a los de la mayoría. Sin embargo, aunque sin formar parte de los paradigmas dominantes, la preocupación por las cuestiones culturales nunca desapareció del todo de la psicología, permaneciendo viva en lo que se conoció como investigaciones transculturales. De acuerdo con Cole (1996; pp. 52-58 de la trad. cast.), uno de los primeros temas que se trataron desde un punto de vista sociocultural fueron los procesos perceptivos (agudeza visual, umbrales visuales, sensibilidad a los colores, etc.). No es extraño que fuese este el tema escogido, pues en la época (finales de siglo – 544 – Nuevas perspectivas socioculturales XIX, principios de siglo XX) la psicología introspeccionista, con su énfasis en los elementos sensoriales de la conciencia, estaba todavía en su apogeo. El objetivo era encontrar diferencia en estos procesos perceptivos entre personas occidentales y otras de culturas ‘no civilizadas’ y la metodología, la experimental. De hecho, se exponía a los participantes a unas tareas muy simples, en las que se extraía el significado para que pudieran ser realizadas por personas de culturas no occidentales. Los resultados, de acuerdo con los estudios llevados a cabo por Rivers o MacDougall, mostraban como la agudeza visual de los indígenas extraídos de tribus cazadoras y recolectoras superaba a la medida en occidentales, mientras en otras dimensiones, como la sensibilidad a los colores, los resultados seguían una tendencia inversa. Paradójicamente, los estudios de Rivers o de McDougall fueron criticados desde el propio paradigma introspeccionista y por su exponente más ortodoxo en Estados Unidos, que era Titchener. Para Titchener, la unidad psíquica del ser humano (por encima de culturas, géneros, edades, etc.) era un dado por supuesto, y cualquier diferencia que surgiese en estudios comparativos como los de Rivers o MacDougall podía ser debida a interpretaciones diferentes de la tarea por parte de los sujetos o simplemente al uso de sujetos no entrenados, requisito inexcusable del procedimiento introspeccionista. Estos estudios tuvieron el mérito de ser los primeros en aportar datos científicos respectos a las diferencias culturales y de ser la espoleta que inició, sobre esos datos, una discusión que duraría décadas, sobre las diferencias culturales y la influencia tanto de las tareas (y su interpretación por parte de los participantes) como de la interpretación propia de la cultura del experimentador en la valoración de los datos. Sin embargo, con independencia de estas polémicas, una limitación de estos primeros estudios fue que se limitaban únicamente a fenómenos psicológicos muy simples, muy básicos. Hicieron falta un par de décadas más para que la discusión sobre las diferencias culturales se trasladara a la arena de los fenómenos psicológicos complejos, en concreto, de la inteligencia. En este movimiento tiene mucho que ver, como es lógico, la creación de los primeros instrumentos para la medición estandarizada de la inteligencia (más allá de sus indicadores perceptivo-motores que ya había trabajado, por ejemplo, Galton), obra de Binet y Simon. Una vez creado el instrumento, y a pesar de las advertencias de los propios Binet y Simon en este sentido, pronto fue utilizado como medida de una supuesta inteligencia como rasgo innato, universal y estable, con lo que el paso de la comparación transcultural a partir de la aplicación del instrumento en contextos culturales diferentes fue inmediato. Los resultados, al igual que los obtenidos sobre procesos perceptivos, mostraban diferencias interculturales. En este caso, sin embargo, la interpretación que se proporcionó en general fue en la línea del déficit intelectual de las culturas no occidentales en comparación con las occidentales. Paralelamente a la aparición de numerosos estudios que abordaban este tema, aparecieron las primeras críticas sobre la validez del instrumento utilizado más allá de la cultura en la que había sido elaborado e, incluso, más allá de las circunstancias concretas que motivaron y estuvieron vinculadas a su elaboración (por ejemplo, las tareas escolares que sirvieron de inspiración a los diferentes Nuevas perspectivas socioculturales – 545 – ítems). Pese a esas críticas, la concepción de la inteligencia como factor que, al menos en alguno de sus componentes, es de naturaleza biológica y libre de influencias culturales (y, por lo tanto, potencialmente medible con un único instrumento en varias culturas) siguió y sigue todavía en la actualidad. Por ejemplo, recordemos la idea de inteligencia fluida de Catell y Horn (ver, por ejemplo, en Catell, 1966, a qué se refiere ese concepto y en qué medida ha inspirado los populares tests de factor g, una inteligencia ‘pura’ libre de cultura). Una tercera línea de investigación intercultural es la centrada en los efectos de la educación en medios socioculturales desfavorecidos o ajenos a la cultura occidental. En estas investigaciones, el propio Cole se encuentra entre sus protagonistas (LCHC, 1983). La idea que latía tras estos estudios de intervención era que el poder de la educación como medio de fomentar el desarrollo cultural y social de las sociedades. Generalmente, los resultados mostraban como las dificultades de los indígenas (por ejemplo, de los kpelle liberianos) en tareas académicas importadas directamente de países occidentales desaparecían en gran parte cuando estas tareas se adaptaban a los contenidos y prácticas significativas para desde el punto de vista del indígena. Por otra parte, la escolarización en general producía efectos positivos en el rendimiento cognitivo de las personas de culturas no occidentales. Un último núcleo de investigación revisado por Cole (1996; pp. 89-93 de la trad. cast.; ver también Chavajay y Rogoff, 1995, pp. 860 y siguientes) dentro de la tradición de la psicología transcultural es la inspirada por la teoría de Piaget. Como mencionábamos en el capítulo 5, aunque los aspectos sociales y culturales eran uno de los cuatro factores de desarrollo según Piaget, nunca mostró un especial interés sobre ellos. De hecho, como también comentamos en el citado capítulo, Piaget se mostraba bastante escéptico respecto al efecto de los programas de escolarización sobre el avance o aceleración del desarrollo cognitivo. Con respecto a sus etapas de desarrollo cognitivo, para Piaget se trataba de estadios en gran medida de naturaleza universal, aunque él mismo no se ocupó de realizar ningún estudio transcultural para comprobarlo. Cuando estos estudios se realizaron, encontraron mucha más variabilidad entre culturas de lo supuesto desde la ortodoxia piagetiana. De hecho, aunque existen estudios con resultados dispares, la mayoría parece indicar que existen retrasos en las edades de adquisición del pensamiento típico de cada estadio y que los últimos estadios de Piaget raramente se observaban en personas fuera de culturas occidentales u occidentalizadas. El último estadio, el operatorio formal, parece estar especialmente vinculado a la escolarización formal. Especialmente interesantes fueron los estudios realizados por Dasen durante los años 70. En ellos intentaba probar que la sofisticación del pensamiento (en términos piagetianos) era mayor en aquellas áreas especialmente valoradas por la cultura de origen, hipótesis que parecía confirmarse a partir de sus resultados (Dasen, 1977). La utilización de tareas adaptadas y procedentes del entorno cultural de los niños evaluados, sin embargo, mitiga las diferencias de los resultados con los originalmente propuestos por Piaget. Otro estudio especialmente mencionado en la literatura y realizado desde la óptica piagetiana fue la comparación que Greenfield llevó a cabo en niños de la – 546 – Nuevas perspectivas socioculturales etnia Wolof de Senegal en tareas de clasificación y conservación. Los niños escogidos, de ámbito rural (algunos escolarizados y otros no) y urbano (todos escolarizados) mostraban que los efectos de la escolarización superaban a los de la pertenencia a un contexto urbano o rural. Sin embargo, desde el punto de vista de la nueva psicología cultural, se critica el estudio que tradicionalmente se había llevado a cabo sobre la influencia cultural en los procesos psicológicos, poniendo en duda no únicamente la validez de sus datos, sino el propio sentido de esa forma de estudio. En general, como hemos visto estas investigaciones se caracterizan por aislar un conjunto de tareas supuestamente indicadoras de procesos o estructuras mentales universales y comprobar el rendimiento en ellas de personas de diferentes culturas. Las críticas a este tipo de estudios muy diversas, destacando dos aspectos (Mata y Ramírez, 1989; Chavajay y Rogoff, 1995) • Las situaciones experimentales y tareas escogidas suelen ser significativas, tener sentido, dentro de una cultura, la occidental, pero se suelen ignorar los significados que esas situaciones y tareas puedan tener para los individuos ajenos a la cultura occidental. • Los estudios se limitan a correlacionar parámetros culturales, muchas veces definidos de forma difusa o ambigua, con resultados cognitivos, sin profundizar en los mecanismos que subyacerían a esa relación. Estos sesgos están presentes también en las investigaciones transculturales del propio Vigotski y sus colaboradores que pretendían explorar el efecto de los cambios socioeconómicos y educativos en sociedades del Asia Central (Luria, 1976). Por último, Rogoff y Angelillo (2002; p. 212) también nos previenen de otra manera mucho más reciente de incluir la cultura en estudios empíricos, asimilándola a la etnicidad. Así, muchos estudios (especialmente estadounidenses) pretenden incluir la cultura tratándola como si de una variable más se tratase, con unos efectos susceptibles de ser aislados y calculados estadísticamente. Así, en numerosos estudios se diferencia, por ejemplo, entre grupos de angloamericanos, afroamericanos, latinos o americanos nativos y se ponen de manifiesto las diferencias entre ellos, atribuyéndolas a ‘la cultura’. Para Rogoff y Angelillo este enfoque tiene al menos dos graves problemas: • Por una parte, trabajando así ignoramos por completo los mecanismos y el modo de funcionamiento cultural que da lugar a las diferencias, reduciéndolas a una amalgama indiferenciada que etiquemos como ‘cultura’ y que tratamos de forma aislada, de la misma forma que trataríamos cualquier otra variable independiente. • Por otra parte, si la ‘cultura’ es una propiedad del individuo y podemos establecer taxonomías entre diferentes culturas, ¿qué nivel de detalle hemos de adoptar al establecer esas clasificaciones? ¿Acaso, dentro de los afroamericanos no podríamos distinguir también ‘culturas’ y, dentro de estas, otras ‘culturas’? Obviamente, esto implica unos problemas al tratar las interacciones que pueden oscurecer por completo cualquier intento de interpretación de las diferencias. Nuevas perspectivas socioculturales – 547 – Desde el enfoque cultural de estudio del desarrollo se ha intentado elaborar un marco de estudio que supere los problemas de estos estudios ‘transculturales’ y que tratan la cultura como una variable potencialmente aislable. Este marco teórico, que comenzó a aparecer a principios de los años 80, debe mucho a la difusión de la obra de Vigotski (y, en general, de la psicología sociocultural soviética) en occidente. Simplificando la cuestión, podríamos decir, siguiendo a Rogoff y Chavajay) que Vigotski proporcionó los fundamentos conceptuales para edificar una verdadera psicología cultural. Así, los psicólogos que se adscriben a este enfoque cultural (por ejemplo, Cole, 1985, 1988; LCHC, 1983; Scribner, 1985; Masten, 1999) defienden la relevancia de los sistemas culturales de instrumentos y prácticas, generados históricamente, para comprender la naturaleza de los fenómenos psicológicos, así como la especificidad cultural y contextual de una determinada estructura de pensamiento y acción. De acuerdo con esta perspectiva, cada cultura organiza una serie de actividades y dispone de unos ciertos instrumentos mediadores que guían el desarrollo de los niños en cierta dirección y que moldean en cierta manera este desarrollo, promocionando ciertos logros evolutivos por encima de otros. Desde este punto de vista, y como ya hemos comentado anteriormente, el análisis cultural del desarrollo debería fundamentarse en el estudio de las actividades rutinarias y típicas dentro de determinada sociedad, es decir, en la manera en que diferentes culturas han organizado para experiencia para dar solución a cierto tipo de problemas, y en el aparato ideológico (las creencias, valores, significados simbólicos) que están asociados a estas prácticas culturales, que las sustentan y las promueven (Goodnow, 2002; pp. 240-242). Esto puede implicar estudios es culturas alejadas de la occidental, pero también abre las puertas a estudios culturalmente relevantes dentro de nuestra propia cultura, ya que esta está siempre ahí y todos nosotros participamos de una. La especificidad de estas actividades culturales se supone que está estrechamente vinculada con la presencia tipos específicos de pensamiento y acción. Como comenta Rogoff (1990): El desarrollo consiste en un progreso por parte del niño hacia ideales locales de lo que ha de ser el pensamiento y la acción madura, más que en un progreso hacia una meta universal. Tanto la cognición como el desarrollo han de ser estudiados teniendo en cuenta las peculiaridades de las metas que se buscan y de las circunstancias e instrumentos a los que los individuos pueden acceder, ya que estas peculiaridades son la sustancia del pensamiento y el desarrollo. (Rogoff, 1990; pág 242 de la trad. cast.) De acuerdo con esto, extraer ciertos tipos de actividades del contexto cotidiano en el que se dan, o simplemente inventarse unas tareas artificiales para proponer una jerarquía en los tipos o niveles de rendimiento encontrados en culturas diferentes, tal y como muchas veces era el objetivo de la investigación transcultural tradicional, supone estar cayendo en posiciones etnocéntricas inaceptables (LCHC, 1983). ¿Supone esto descartar los estudios transculturales? Cierto tipo de estudio transcultural seguramente sí, pero en todo caso, al realizar un estudio de esta – 548 – Nuevas perspectivas socioculturales naturaleza desde la psicología cultural se nos advierte que las comparaciones entre culturas sólo tienen sentido si se fundamentan en descripciones de los significados locales de las personas estudiadas. Se ha propuesto incluso tener en cuenta en los estudios la cuestión de la validez cultural (McLoyd, 1999; p. 123125), que comprendería cuestiones relativas a la operacionalización de constructos y elaboración de instrumentos metodológicos válidos para diferentes grupos culturales que se estudian, así como la toma en consideración de las reglas que en cada cultura regulan el comportamiento y definen los significados, las prácticas y las instituciones implicadas en los estudios. En cualquier caso, si la psicología cultural se encarga de especificar los vínculos entre mente, entre experiencia psicológica, y cultura, será bueno que entremos más en detalla en la noción (o las nociones) de cultura que se mantienen desde esta perspectiva y cómo se entienden estos vínculos, que son precisamente su unidad de análisis. Cultura, persona y la unidad de análisis en la psicología cultural Como ya hemos comentado, uno de los principios de la psicología cultural es la oposición a la dualidad cultura-persona en el estudio de la psicología. Desde estas posiciones, se plantea unificar lo personal y lo cultural, pero sin reducir necesariamente lo uno a lo otro. Para entender como plantean esta tarea, es importante tener en cuenta, como comenta Cole (1996; p. 115), que la concepción de la cultura ha oscilado a lo largo de la historia de su estudio entre dos alternativas: • Un enfoque idealista de la cultura, entendida como un universo de significados, de símbolos, de conocimientos y creencias, una cierta manera de ver el mundo. Desde esta perspectiva, la cultura se sitúa dentro de los individuos. • Un enfoque materialista de la cultura, que la concibe como un conjunto de prácticas, de costumbres, que la persona misma y que hereda de generaciones anteriores. La psicología cultural, de acuerdo con Cole, pretende unificar ambos polos, reconocer tal importancia tanto de la vertiente simbólica de la cultura como de su vertiente comportamental y material. Por ello, se propugnan unidades de análisis que impliquen a ambas vertientes. Sólo de esta manera se podrá superar la dicotomía entre lo interno y lo externo, entre el individuo y el contexto cultural, dicotomía que la el enfoque cultural pretende superar. Shweder y sus colaboradores (1998; p. 872) proponen como unidad de análisis para la psicología cultural el concepto de ‘complejo consuetudinario’ (custom complex, que también podría ser traducido como ‘complejo de costumbres’). Estos custom complex consistirían en ciertas prácticas que son costumbres, habituales y automatizadas dentro de determinada cultura, y las creencias, valores, sanciones, reglas, motivos y satisfacciones asociados a ellas. Supone Nuevas perspectivas socioculturales – 549 – reconocer los vínculos estrechos entre una cierta mentalidad y ciertas prácticas (y viceversa), por los que los miembros de una comunidad juzgan la mentalidad asociada a la práctica como normal y razonable, cuando la práctica se lleva a cabo, su protagonista experimenta que la mentalidad asociada a ella está debajo: se ha transformado en un automatismo y se activa sin deliberación o cálculo consciente. El análisis de esta conexión tan íntima (cercana a la experiencia) entre una mentalidad y una o más prácticas específicas puede comenzar de dos maneras: • Identificando, por medio de la observación o la entrevista, ciertas las prácticas rutinarias en una cultura, prácticas que, con independencia de la opinión o visión del investigador, los miembros del grupo ver como normales. El análisis finaliza con la especificación de una mentalidad distintiva que está debajo. • Identificando ciertas formas de mentalidad propias de los individuos de una cierta cultura, para después pasar a comprobar qué prácticas específicas las reflejan, sirven para ponerlas de manifiesto y validarlas. De acuerdo con Shweder y sus colaboradores (1998), una unidad de análisis como la que proponen permite enfatizar dos aspectos importantes: • La existencia posible de mentalidades diferentes que cada comunidad asocia a determinada práctica (por ejemplo, pensar un una concepción estadounidense de la familia que puede no ser igual que una concepción japonesa de la familia), lo que conduce a los miembros de la comunidad a implicarse en patrones diferentes de comportamiento en dominios que aparentemente son los mismos. • El hecho de que una mentalidad característica de cierta comunidad puede estar latiendo bajo muchos dominios y prácticas posibles: por ejemplo, cierta mentalidad ‘protestante’ puede estar debajo de cierta concepción y prácticas familiares, económicas o de ocio. Una manera diferente de conciliar los polos de la psicología cultural (lo simbólico y lo práctico) es la propuesta de Cole. Este autor, en su libro Cultural psychology: the once and future discipline (1996), emprende la tarea de ‘refundar’ la psicología cultural. Y lo hace a partir de dos conceptos fundamentales: el concepto de artefacto y el de contexto, ambos básicos para entender la idea de Cole sobre la psicología cultural y sobre la propia cultura. Cole (1992, 1996) concibe la cultura, como ya pasaba en los psicólogos culturalhistóricos rusos (con Vigotski a la cabeza), fundamentada en el fenómeno de la mediación y, en concreto, en el concepto de artefacto. Aunque tradicionalmente la idea de artefacto se suele asimilar a la de objeto material, para Cole incluye también una segunda dimensión conceptual que le hace ir más allá de eso. En concreto, Cole afirma que: Un artefacto es un aspecto del mundo material que se ha modificado durante la historia de su incorporación a la acción humana dirigida a metas. En virtud de los cambios realizados en su proceso de creación y uso, los artefactos son simultáneamente ideales (conceptuales) y materiales. Son ideales en la medida en que su forma material ha sido moldeada por su participación en las interacciones de las que antes eran – 550 – Nuevas perspectivas socioculturales parte y que ellos median en el presente. (Cole, 1996; p. 114 de la trad. cast.) Como vemos, este enfoque enfatiza la unidad de lo material y lo simbólico, que tienen su punto de encuentro en los artefactos. Así, un artefacto como un cuchillo, por ejemplo, tendría una faceta material (la entidad física que lo constituye) y otra ideal, subjetiva, conceptual (aquellos significados con las que dotamos al cuchillo de manera le otorgan una función que modela su construcción y nos permite utilizarlo para lograr ciertos fines). Esta concepción de artefacto como mediador incluye los dos tipos diferenciados por la tradición histórico-cultural rusa, tradición que utilizaba el término de instrumento y diferenciaba entre herramientas y signos de la manera que hemos expuesto al comentar la teoría de Vigotski. Ambos son artefactos en el sentido de que median la acción humana y permiten dar una nueva dimensión a nuestro mundo. Pero, para Cole, los artefactos de mediación tienen un sentido y unas implicaciones más amplias que las que la escuela sociocultural rusa proporcionaba a los instrumentos de mediación. Así, Cole (1996; p. 117 de la trad. cast.), recogiendo las ideas de antropólogos como Wartofsky, diferencia entre tres niveles de artefactos: • Los artefactos primarios, que son instrumentos (materiales o simbólicos) utilizados directamente para la producción. Las hachas, las palabras o los bolígrafos formarían parte de este primer nivel de artefactos. Son los que corresponderían más estrechamente a la visión Vigotskiana de instrumento. • Los artefactos secundarios, que son representaciones de artefactos primarios y de modos de acción que utilizan esos artefactos primarios. Las recetas, las leyes, las reglas de un juego, las creencias tradicionales, etc. serían ejemplos de artefactos secundarios. • Los artefactos terciarios, a diferencia de los anteriores, están desligados de la acción práctica directa con objetos ‘reales’ y representan elementos o mundos imaginados, pero que influyen en nuestra interpretación del mundo y en nuestra práctica en ese mundo. Esta noción más amplia (en comparación con la vigotskiana) de los artefactos permite a Cole incorporar también dentro de los artefactos mediadores de la acción los guiones y las narraciones que dan sentido a nuestro mundo y nos permiten participar de forma efectiva en él y comprendernos los unos a los otros, tal y como los han definido, por ejemplo, Nelson (1986) o Bruner (1990a). Para considerar estos esquemas como verdaderos instrumentos de mediación, Cole propone dejar de considerarlos como fenómenos puramente cognitivos (fenómenos que residen dentro de nuestra cabeza) para pasar también a considerar su lado material. Así, entendidos de esta manera los esquemas tendía una faceta de representación mental y otra de práctica concretada en habla y acción. De esta manera, para Cole la cultura, como medio específico en el que se desarrolla el ser humano, es el agregado y la mezcla de diferentes artefactos, artefactos que se mezclan entre ellos y con las vidas sociales que están mediando (Cole, 1995; p. 194). Nuevas perspectivas socioculturales – 551 – En una línea similar se expresa, por ejemplo, Kozulin (1999; p. 80), quien es partidario también de extender la noción vigotskiana de herramienta psicológica (que considera tradicionalmente mediadores como los signos, los símbolos, las fórmulas, los gráficos, etc.) para incluir super-herramientas como podrían ser los géneros literarios o las obras literarias, no por la influencia que las ideas que puedan contener tengan en el lector, sino por los mecanismos y la estructura formal que subyace a ellas, por sus aspectos formales. En cualquier caso, tener en cuenta herramientas con este nivel de abstracción nos permite entender mejor, de acuerdo con los presupuestos de la psicología cultural, hasta que punto el ser humano se encuentra inserto y es capaz de participar (y de usarlos individualmente) en esquemas culturales que comparte con su comunidad. Por otra parte, Cole amplía el pensamiento vigotskiano en un sentido más. No únicamente tiene una idea más amplia de los artefactos de mediación, sino que afirma que estos únicamente tienen sentido y existen como tales en relación con unas circunstancias más inclusivas, en relación con un determinado contexto o situación, entendido el contexto como aquello que rodea la acción humana, pero también como aquello que entrelaza y relaciona las acciones humanas entre sí. Así, de acuerdo con Cole, artefactos y contexto son los dos elementos esenciales que fundamentan una psicología relevante desde un punto de vista cultural. De esta manera, intenta integrar las aportaciones de la tradición sociohistórica rusa (y su concepto clave de instrumento de mediación) y de la tradición antropológica estadounidense (y su concepto clave de contexto) dentro de un único marco explicativo (Cole, 1996). Para ofrecer una visión completa de lo que para él representa la cultura, Cole acude a la metáfora del jardín: está metáfora captura la idea de cultura ‘como un proceso que ayuda a que las cosas crezcan y se combina con una teoría general de cómo promover el crecimiento: crear un ambiente artificial donde se les pueda ofrecer a los organismos jóvenes condiciones óptimas para crecer’ (Cole, 1995; p. 196). En suma, vemos como la psicología cultural pretende integrar dualidades tradicionalmente separadas por la psicología: los simbólico y lo práctico, la persona y el contexto, lo mental y lo conductual, lo individual y lo social. Sin embargo, a pesar de estos intentos de combinar ambos aspectos en una misma unidad de análisis que los vincule (ya sea llamada artefacto, ya sea llamada custom complex), el debate entre lo individual en la cultura y lo cultural en el individuo no es un debate cerrado ni mucho menos y todavía hoy sigue provocando tensiones y maneras diferentes de ver la psicología cultural. Valsiner, analizando los diferentes usos e implicaciones del término ‘cultura’ que aparecen en los artículos de la vista que el mismo edita (Culture and Psychology), identifica dos grandes campos discursivos desde los que se trata el concepto de cultura (Valsiner, 2001; pp. 13-14): • La cultura como algo que pertenece al contexto y que puede (o no) llegar a hacerse presente en la persona. Así, podemos hablar de la pertenencia de un individuo a una determinada cultura, o de la cultura como algo que tiene influencia sobre o se transmite a los individuos. – 552 – Nuevas perspectivas socioculturales • La cultura como algo que pertenece a la persona y que puede (o no) llegar a formar parte del contexto. Desde este punto de vista, podemos hablar de la persona como alguien que lleva consigo cierta cultura, o alguien que construye o co-construye cierta cultura. Para Valsiner ambas visiones no son contradictorias, ambas constituyen la psicología cultural y pueden ser puntos de partida válidos para este enfoque. De hecho, lo específico de este enfoque es llegar a conectar (o, en cualquier caso, ser conscientes de esa conexión) ambas perspectivas, estudiando precisamente los vínculos entre persona y contexto y el flujo de intercambios entre cultura y persona que posibilita que ambos se construyan mutuamente. Por su parte, Ratner (1999), en un abordaje quizá más complejo, diferencia entre tres enfoques dentro de la psicología cultural que tienen mucho que ver son este dualismo entre lo ideal/conceputal y lo material/práctico por una parte y con lo individual-cultural y lo cultural-individual por otra: • El enfoque simbólico, que define la cultura como símbolos compartidos, como conceptos, como significados, en una palabra, como una entidad principalmente mental. Estos símbolos serían socialmente compartidos y serían organizadores de los fenómenos psicológicos. Identifica dentro de este enfoque a la línea más antropológica, con Shweder y Geertz a la cabeza. • La teoría de la actividad, desde la que se mantiene que los fenómenos psicológicos se constituyen a partir de la implicación de las personas en actividades organizadas socialmente. Desde este enfoque se enfatiza la actividad práctica como la influencia cultural primaria sobre la psicología. Ratner, en una visión amplia de lo que considera ‘teoría de la actividad’ (y no estricta, que la restringiría a los seguidores o herederos de la tradición de Leontiev, como vimos en el capítulo 7), incluye dentro de este enfoque a los psicólogos socioculturales soviéticos (Vigotski, Luria, Leontiev, entre otros) y la mayoría de los seguidores actuales de la perspectiva sociocultural del desarrollo (entre ellos, Cole o Rogoff). • El enfoque individualista, que enfatiza los factores individuales que median la cultura. La cultura, desde este punto de vista, se contempla como un contexto externo que el individuo utiliza y reconstruye personalmente, de manera que es el resultado de un proceso interactivo de negociación, interpretación, selección y modificación entre el individuo y las condiciones e instituciones sociales en las que crece. Ratner comenta que este enfoque es relativamente reciente, y cita entre sus defensores a Valsiner. En la tabla 9.1 podemos ver una breve caracterización de los tres enfoques, diferenciando entre los puntos fuertes y débiles que señala Ratner para cada uno: Enfoque Simbólico Puntos fuertes Puntos débiles Enfatiza la base cognitiva de todo proceso psicológico. Pasa por alto las actividades prácticas. Enraíza los procesos cognitivos en contenidos sociales. Los símbolos parecen arbitrarios. Minimiza las diferencias Nuevas perspectivas socioculturales – 553 – Enfoque Puntos fuertes Reconoce la construcción social y los conceptos compartidos. Puntos débiles individuales en conceptos y procesos. Procesos indefinidos de construcción social. Teoría de la Actividad Enfatiza la acción más que la pura cognición. Enfatiza las herramientas y objetos. Enfatiza la agentividad social. Individual Las actividades y las herramientas se conciben exentas de contenido social. No está claro como la actividad organiza los procesos psicológicos. Reconoce la heterogeneidad de los procesos psicológicos. La agentividad individual se minimiza. Enfatiza la agencia individual en la construcción de fenómenos psicológicos a partir de influencias sociales. Pasa por alto las actividades prácticas, los artefactos y las condiciones que afectan a lo psicológico. Enfatiza las diferencias individuales en fenómenos psicológicos. Pasa por alto la acción social organizada necesaria para alterar los fenómenos culturales y psicológicos. Tabla 9.1. Los tres enfoques de la psicología cultural según Ratner: puntos fuertes y débiles. En próximos apartados volveremos a este debate, al ver las diferentes corrientes que podemos diferenciar en el enfoque sociocultural del desarrollo. Lo universal y lo particular dentro de la psicología cultural Una vez comentado cómo la psicología cultural pretende vincular lo individual con lo cultural, situando esos vínculos en el foco de su interés, vamos a comentar ahora la forma en la que se plantea la reconciliación de otro dualismo con gran tradición dentro de la psicología: la oposición entre lo universal y lo particular, entre lo general y lo diferencial. Tradicionalmente, la psicología se había ocupado de lo universal, de las esencias supuestamente compartidas por todos los seres humanos. Son esas ‘leyes universales’ las enfatizaron, por ejemplo, el conductismo (con sus leyes de aprendizajes válidas para todas las edades, para todas las especies incluso), el procesamiento de la información (con sus componentes de la ‘maquinaria mental’ de proceso de información) o la psicología de Piaget (y su énfasis en el ‘sujeto epistémico’, más que en la diferencia), y las que hoy en día todavía son buscadas, a veces más afanosamente aún, por los enfoques que hemos – 554 – Nuevas perspectivas socioculturales comentado en el capítulo anterior (el modularismo, el conexionismo, la psicobiología, etc. Evidentemente, y dado que la cultura remite a lo diferencial, a la relatividad, este énfasis en lo universal supone sacar fuera del campo de juego de la psicología (al menos dentro de su campo central de juego) a la cultura. Bruner (1990a; pp. 3638 de la trad. cast.) se hace eco de esta situación al comentar como ‘[para los enfoques tradicionales de la psicología] la cultura vendría a ser una especie de ‘capa superpuesta’ sobre la naturaleza humana, que estaría determinada biológicamente. Se daba por supuesto que las causas de la conducta humana radicaban en ese sustrato biológico. En cambio, lo que yo me propongo sostener es que las verdaderas causas de la acción humana son la cultura y la búsqueda del significado dentro de la cultura. El sustrato biológico, los denominados ‘universales de la naturaleza humana’ no es una causa de la acción, sino, como mucho, una restricción o una condición de ella’ (Bruner, 1990a; p. 36 de la trad. cast.) Es decir, desde la psicología cultural se piensa que relativamente pocos (si es que hay algunos) componentes del equipamiento mental humano son tan heredados, tan enraizados en lo biológico, tan fundamentales o tan universales como para que estén fijados a priori y no puedan ser transformados a través de la participación cultural. De hecho, la propia cultura y sus artefactos pueden actuar como 0prótesis’, como elementos que compensen ciertas restricciones biológicas y permitan ampliar nuestro rango de actividad más allá de lo que esos límites biológicos pudieran estipular. Desde este punto de vista, el funcionamiento mental no es algo a priori (resultado de una arquitectura innata o formada en los primeros años a partir de una acción y procesos meramente individuales), sino que es una propiedad que aparece y es el resultado de las experiencias mediadas simbólicamente que la persona tiene con una comunidad cultural particular. En consecuencia, desde la psicología cultural se concibe la existencia de diferentes ‘psicologías’ locales, la diferencia deja de ser tratada como dato marginal (o incluso como error) para pasar a ocupar el centro de interés. Sin embargo, el propio Shweder (Shweder y Sullivan, 1993; p. 513; Shweder y colaboradores 1998; p. 871) plantea un problema: ¿cómo podemos reconciliar esta idea fundamental de la diferencia cultural con el hecho de compartir una humanidad común? Su respuesta al problema es que la esencia, el núcleo de la naturaleza humana consiste en una colección compleja y heterogénea de estructuras e inclinaciones mutuamente contradictorias que se activan diferencial y selectivamente y se sustancian en el curso de la experiencia histórica de las diferentes comunidades culturales. Estas potencialidades abstractas e las inclinaciones heterogéneas suponen lo universal, pero sólo adquieren concreción, sólo son capaces de configurar nuestro funcionamiento psicológico cuando se traducen y se transforman en actualidades concretas, en prácticas y significados particulares, en escenarios de actividad o modos de vida. Nuevas perspectivas socioculturales – 555 – De acuerdo con ello, la psicología cultural no implica un organismo vacío, no implica una tábula rasa en la que la cultura escribe. Venimos al mundo vienen al mundo equipados con un complejo y heterogéneo conjunto de inclinaciones, de las que algunas de ellas se activarán y transformarán a lo largo de la vida. Esto no implica que podamos entronizar ciertas características y formas de comportamiento humano, palpables en cierta cultura, como ‘universales’, como aspectos intrínsecos a la naturaleza humana. La unidad psíquica es lo que nos hace imaginables los unos a los otros, no lo que nos hace iguales. En suma, aunque la psicología cultural se preocupa principalmente por la aparición y desarrollo de pluralismo psíquico (de las múltiples mentalidades), el propio Shweder y sus colaboradores (1998; p. 878), reconoce que también hace uso de un conjunto restringido de conceptos referentes a estados mentales como marco universal para comprender la organización de las diferencias entre mentalidades. Estos conceptos, entendidos como potencialidades que se transformarán culturalmente a lo largo del desarrollo, son al menos tres: • La potencialidad representacional por la que podemos formar creencias (sobre otras personas, sobre la sociedad, la naturaleza, conexiones mediosfines, etc.). La psique humana es, al menos en parte, una estructura de conocimiento. • La potencialidad intencional para afectar un estado futuro imaginario por medio de actos de ‘voluntad’, que es la capacidad humana de tener influencia causar en el mundo a partir de actos de decisión y selección. La psique humana es sensible y está orientada a fines, es un agente. La persona no ‘recibe’ la cultura pasivamente, sino que la reconstruye (y la sostiene a su vez) activamente participando en ella. • Capacidad para transformar los procesos deliberativos, conscientes, en rutinarios, automáticos, no conscientes. Lo que era lento y calculado pasa a ser rápido y prepara a la persona para responder de manera eficiente y rápida de determinada manera ante determinadas circunstancias. Cuando esta capacidad se lleva a término, la mentalidad asociada pasa a ser ‘íntima’ e implícita a la práctica. Esto implica que se enfatiza, en la creación y desarrollo de ‘mentalidades culturales’, no tanto en la descontextualización y la ‘toma de conciencia (como pasaba en Vigotski o Piaget), sino más bien el proceso por el que somos capaces de rutinizar, de transformar una práctica y las ideas que subyacen a ella como ‘dados por supuesto’. Por otra parte, la universalidad, desde el punto de vista de la psicología cultural, puede también entenderse como un hecho empírico (por ejemplo, si una generalidad de culturas o ambientes potencian características similares de nuestra experiencia psicológica), no un a priori ni una necesidad intrínseca al hecho de ser humano (Shweder y Sullivan, 1993; p. 514). Sin embargo, la respuesta de Shweder al dilema entre la universalidad y la diferencia no es la única que encontramos desde la psicología cultural y sus corrientes afines. Tomasello, un importante psicólogo evolucionista cultural del que tendremos ocasión de hablar extensamente en próximos apartados, aborda también esta cuestión. – 556 – Nuevas perspectivas socioculturales Tomasello (1999; p. 162) afirma que en algunas ocasiones la psicológica cultural ha estado tan ocupada en desacreditar el individualismo y sus aspectos universales en el desarrollo (estructuras, procesos, etc.) y en enfatizar la diferencia cultural, los efectos diferenciales de la cultura en la mente, que a veces ha acabado no enfatizando lo suficiente el papel de los procesos sociales y culturales en la ontogenia de los más básicos aspectos de la cognición humana. Estos procesos sociales y culturales son, para Tomasello, una parte integral y esencial de las trayectorias evolutivas normativas de muchas de las habilidades más universales y fundamentales de los seres humanos, especialmente de aquellas que son únicas en nuestra especie. De esta manera, para Tomasello, en la medida en que la psicología cultural estudia estos procesos, está estudiando en realidad aspectos universales de la formación de la mente, aunque en cada cultura las concreciones (las mentalidades) a las que dan lugar sean diferentes. Narraciones, representaciones sociales, voces y lenguajes sociales En secciones anteriores hemos comentado la importancia que para la psicología cultural tiene el concepto de artefacto o de instrumento de mediación, lo que, como hemos comentado, comparte con la tradición vigotskiana que representa una de sus más importantes fuentes de inspiración e influencia. Vimos como se propone una expansión del original concepto de herramienta psicológica para conseguir que abarcase aspectos más inclusivos que tienen una gran relevancia desde el punto de vista cultural. En este sentido, examinaremos tres conceptos que se proponen desde este punto de vista: las narraciones (y la capacidad narrativa, enfatizadas por autores como Bruner), las representaciones sociales y el modo en el que se pueden insertar en una psicología cultural y, por último, los constructos elaborados por Bajtín, entre los que se encuentran los de voz o lenguaje social. Todos ellos se sitúan claramente dentro del terreno propio de la psicología cultural: los vínculos entre el individuo y el medio cultural y la explicación de cómo se coordinan ambos de manera que se construyan mutuamente. Bruner y la narratividad Jerome Bruner es, entre otros, el responsable del interés por la narratividad y la capacidad narrativa como aspecto clave dentro de una psicología cultural. Bruner (1990a; p. 54-55 de la trad. cast.; 1990b pp. 346 y siguientes) piensa que el espacio propio de una psicología de esta naturaleza es lo que él denomina psicología popular: la forma que la gente organiza su experiencia, conocimiento y transacciones relativas al mundo social. Desde su punto de vista, esta psicología popular tiene un carácter no tanto conceptual o lógico, sino esencialmente narrativo, se constituye a partir de unas narraciones que vehiculan unas expectativas ‘normativas’ (o normativizadas en el seno de una cultura) y son Nuevas perspectivas socioculturales – 557 – capaces de relacionar con ellas los acontecimientos cotidianos y sus posibles desviaciones de esas expectativas. A la hora de caracterizar estas narraciones, Bruner (1990a) alude al menos a cuatro propiedades: • En primer lugar, las narraciones son de naturaleza secuencial. Una narración consta de una secuencia de sucesos, estados mentales, acontecimientos en los que participan seres humanos como personajes o actores. El significado de cada elemento individual que participa en la narración ha de extraerse, por lo tanto, en función de su relación con el resto de elementos, de su lugar dentro de la trama narrativa. • Una segunda propiedad es que las narraciones no necesariamente han de ser ‘verdad’ (en el sentido de estructuras que se corresponden punto con punto con una supuesta realidad externa). El criterio de bondad de una narración no es tanto un criterio de ‘verdad’ como un criterio de ‘verosimilitud’. Las narraciones pueden ser reales o imaginarias sin que se vea afectado su poder como relato. • En tercer lugar, las narraciones suponen una estructura que da forma a nuestra experiencia. En este sentido, las narraciones son marcos de esquematización que estructuran, segmentan, caracterizan los acontecimientos del mundo (Bruner, 1990a; p. 66 de la trad. cast). Reestructuran nuestro conocimiento y le dan sentido, siendo similares en este caso a los esquemas, guiones y demás conceptos que han aparecido dentro de la psicología cognitiva (ver capítulo 6) para explicar esta organización del conocimiento en nuestra memoria. De hecho, las narraciones tienen una estructura que, además de ser narrativa, se ajusta a determinados parámetros culturalmente especificados: consta de una serie de actores que se embarcan en una serie de acciones con el fin de conseguir unos objetivos determinados. En este propósito (que se conseguirá o no) se cuenta con una serie de recursos o medios y, globalmente, la secuencia narrativa tiene lugar en un entorno determinado. • Sin embargo, las narraciones no sólo implican esquemas de acontecimientos secuenciales en una forma determinada (lo que podríamos denominar ‘normativo’ o ‘canónico’), sino que son especialistas en elaborar vínculos entre lo corriente y lo excepcional, entre lo esperable, lo esquematizado, y lo sorprendente. A partir de la narración somos capaces de dar sentido a lo nuevo, a lo excepcional, vinculándolo a lo normativo, a lo esperable. Los relatos, las narraciones proporcionan un sentido lógico a las desviaciones de lo habitual, de manera que se reintegren en el territorio de lo comprensible. Éste énfasis en la referencia a lo normativo a la hora de construir lo excepcional es extremadamente importante para Bruner (1990a, p. 99 de la trad. cast.). Gracias a esa función de las narraciones (y al perfeccionamiento que adquirimos en su uso a partir de la participación en una cultura) somos capaces sobreponernos a los conflictos, a lo inesperado, a las contradicciones que genera la vida en sociedad. Sin esta vinculación de lo excepcional con lo normativo, nos convertiríamos en incompetentes para vivir dentro de una cultura. – 558 – Nuevas perspectivas socioculturales De hecho, es lo excepcional, lo sorprendente, lo que más despierta nuestra capacidad de narrar, de construir una historia. Mientras lo habitual se explica por sí solo, lo excepcional necesita ser explicado y reintegrado al reino de lo conocido. Es precisamente el problema, los desajustes entre los diferentes elementos que forman parte de una historia (por ejemplo, los desajustes entre unos objetivos y unos medios para conseguirlos, entre un escenario y unas acciones no apropiadas para ese escenario, etc.) lo que proporciona la fuerza narrativa a la historia. En palabras del propio Bruner, ‘La narrativa, tal y como la conocemos, comienza con una indicación explícita o implícita de una estabilidad, de un estado canónico del mundo, tras lo que da cuenta de cómo ese mundo ha sido alterado, elabora la naturaleza y consecuencias de esa alteración y llega a su clímax con una explicación de los esfuerzos para restablecer el estado canónico original o redireccionar su violación. Está especializada en manejar problemas creados por alejamientos de lo legítimo’ (Bruner, 1997b, p. 157; la traducción es nuestra) • A partir de esta función principal de la narrativa, cada cultura ofrece una serie de géneros narrativos típicos y conocidos a partir de los que elaborarlas (por ejemplo, chico conoce chicha y se casan, tipo duro que desafía y protagonista que sale adelante, etc.). Así, las narraciones se actualizan en forma de géneros o tipos que implican ciertas convenciones: formas características de organizar el discurso, formas de construir el tema en la narración o incluso la presencia de cierto léxico o registro lingüístico característico, todo lo que despierta ciertas expectativas. De acuerdo con Bruner, ‘No sabríamos como interpretar una narración si no fuéramos capaces de formular una hipótesis informada sobre el género al que pertenece (...) los géneros son formas culturalmente especializadas de proyectar y comunicar aspectos de la condición humana’ (Bruner, 1996; p. 155 de la trad. cast.) Desde la perspectiva de la psicología cultural y en relación con las narraciones, ha interesado también la manera en la que las diferentes culturas configuran y privilegian un tipo de narración u otro, y como esto se refleja en las historias elaboradas por los niños. Por ejemplo, algunas culturas enfatizan la ‘veracidad’, el grado de ajuste con la realidad, como criterio para validar una historia, mientras otras potencian el ‘embellecimiento’ para considerar que una historia es buena (Heath, 1983, citado en Shweder y colaboradores, 893). De manera similar, Miller Fung y Mintz (1996) observaron diferencias culturales entre las historias que elaboraban conjuntamente madres e hijos procedentes de familias chinas y estadounidenses sobre travesuras pasadas de los niños. Mientras las familias chinas reinterpretan el pasado remarcando el aspecto moral de la historia y siendo críticas con la manera de actuar de los niños, las familias norteamericanas enfatizaban el aspecto afirmativo de la travesura, evaluando sólo implícitamente su comportamiento. En posteriores secciones retomaremos el tema de la narrativa y el núcleo de investigaciones que han abordado los inicios evolutivos de esta capacidad para relatar, así como el papel que puede tener en la construcción del self desde un punto de vista cultural. Nuevas perspectivas socioculturales – 559 – Moscovici y las representaciones sociales Una segunda línea de investigación que podemos enclavar dentro de la psicología cultural es la que gira alrededor del concepto de representación social. Este concepto, propuesto por el psicólogo francés Serge Moscovici a finales de la década de los 60, generó una línea de investigación relativamente sólida en el contexto europeo (especialmente en Francia) durante las décadas de los 70 y, especialmente, los 80. La aparición de la nueva psicología cultural ha supuesto insuflar nuevas energías a este concepto, aunque, como veremos, también implica su reconstrucción hasta cierto punto. La definición de la representación social no resulta fácil ni para el mismo Moscovici, quien reconoce que, ‘si la realidad de la representación social es fácil de captar, el concepto no lo es tanto’ (Moscovici, 1976; p. 39). Estas dificultades han provocado que a veces Moscovici sea acusado de indefinición y de cierta vaguedad y confusión por algunos autores (por ejemplo, Potter y Litton, 1985 o Jahoda, 1988), aunque desde las filas de la representación social se aduce que, además de no pretender situar la psicología social en un plano de precisión similar al de las llamadas ‘ciencias duras’ sino más bien en la línea de otras ciencias sociales (Moscovici, 1988), una relativa vaguedad puede ser enriquecedora y punto de arranque para nuevos hallazgos: ‘La "vaguedad" juega un papel positivo. La claridad y la definición han de ser un resultado de la investigación en lugar de ser un prerrequisito’ (Moscovici, 1985; p. 91). A pesar de todo, Moscovici intenta aportar una definición de lo que entiende por representación social. En sus propias palabras: ‘Por representación social entendemos un conjunto de conceptos, proposiciones y explicaciones que se originan en la vida cotidiana en el curso de las comunicaciones individuales. Son equivalentes, en nuestra sociedad, a los mitos y sistemas de creencias de las sociedades tradicionales y podría decirse que son la versión actual del sentido común’ (Moscovici, 1981, p. 1981; la traducción es nuestra) Como vemos, definido de esta manera, la representación social aparece como un concepto que intenta abordar el terreno de la psicología popular de la que hablaba Bruner y que hemos comentado en párrafos anteriores. La representación social es un instrumento que pretende abarcar el estudio de lo que conocemos por ‘sentido común’, lo que Moscovici (1981) define como ‘la suma de conocimiento que constituye el sustrato de imágenes y significados sin los que ninguna colectividad puede funcionar’. Así pues, con la utilización de las representaciones sociales se intenta describir y comprender cómo un determinado grupo social concibe un determinado objeto social, el modo por el ese conocimiento llega a cristalizar y en que medida va a permitir dar sentido al comportamiento de los individuos de un grupo y del grupo como un todo en relación a dicho objeto. De entre las funciones atribuidas a la representación social, Moscovici enfatiza especialmente la que denomina ‘función transformadora de lo no familiar en familiar’. La elaboración de una representación social está siempre motivada por la presencia de un fenómeno, evento u objeto que resulta extraño, sorprendente, demasiado novedoso para el grupo colectividad, cuyos esquemas previos no – 560 – Nuevas perspectivas socioculturales permiten abarcarlo ni darle sentido claro. En este sentido, como vemos, este concepto parece cercano al concepto de ‘excepcionalidad’ de Bruner como motivador de los relatos y narraciones. En esta situación, el grupo pone en marcha los procesos de elaboración de la representación social. Una vez estructurada esta, hace posible que por una parte lo extraño se convierta en algo familiar, cotidiano, de sentido. La representación social, una vez formada, nos protege del desacuerdo y la incompatibilidad, permite que nos sintamos seguros en el refugio de lo ya conocido y consensuado como realidad cotidiana. Precisamente son las representaciones sociales quienes constituyen ese trasfondo de significados consensuados y compartidos que posibilita que todos los miembros de grupo que la ha construido o reconstruido vivan la misma realidad y por lo tanto puedan hablar y comunicarse sobre ella de manera que se entiendan. Por otra parte, esa ‘reserva’ compartida de imágenes, conceptos y significados que suponen las representaciones sociales conforman la identidad grupal y, por ende, también la personal. Según Moscovici y Hewstone (1983), es la adopción consensuada de representaciones lo que establece la identidad grupal. Es decir, el hecho de compartir un universo de significados que permiten afrontar una misma realidad desde una determinada perspectiva y que este universo sea distinto al que poseen otros grupos es un criterio esencial para diferenciar unos colectivos sociales de otros y para la propia autoconciencia de formar parte de un grupo definido. Abundando en ello, Páez y Ayestarán afirman que ‘estas representaciones guían el comportamiento y definen el lugar de cada sujeto en el mundo social, constituyendo un sistema de referencia individual y grupal’ (Páez y Ayestarán, 1987; p. 233). Una de los aspectos más interesantes de la teoría de las representaciones sociales es cómo se concibe su formación. Moscovici divide ese proceso en dos fases dialécticamente enfrentadas, mediante las que lo social y cultural forja la representación y luego esta, a su vez, modifica la vida y realidad social de los individuos y el grupo. Son las fases de objetivación y anclaje. • La objetivación es el proceso mediante el que ciertos conocimientos, actitudes, informaciones, etc. referidos a determinado objeto novedoso se seleccionan, destilan y estructuran para formar una representación social o entrar a formar parte de ella. Según Moscovici, objetivizar supone ‘saturar de realidad un concepto no familiar, transformándolo en un pilar de esa misma realidad’ (Moscovici, 1981; p. 198). A través de la objetivación, ciertos conocimientos preexistentes de forma abstracta y/o difusa, por medio de la elaboración que supone su presencia en la interacción y comunicación social, se cosifican, se materializan transformándose en una imagen estructurada a la que se dota con valor de realidad de sentido común. Uno de los ejemplos típicos que ilustra la objetivización como proceso de construcción del núcleo figurativo de una representación social es la elaboración de metáforas (Wagner, Elejabarrieta y Lahnsteiner, 1995; p. 674). Según Hockey y James, una metáfora puede ser definida como ‘el hecho de hacer comprensible una cosa, una etapa, una condición a través de la referencia a otra’ (Hockey y James, 1993; p. 39). Para Lakoff (1987), una metáfora presenta tres elementos diferenciados: Nuevas perspectivas socioculturales – 561 – o Un contenido mental abstracto, que va más allá de la experiencia sensible. o Un contenido mental concreto, cercano a la experiencia cotidiana y generalmente de carácter icónico, generalmente expresable en términos de imagen mental. o Una vinculación y enlace de ambos tipos de contenido por la cual el primero (abstracto) se vuelve fácilmente comprensible, de alguna manera se explica, por su relación con la imagen icónica concreta y cercana a la experiencia. Así, un contenido poco familiar se convierte, en virtud de la metáfora, en familiar y comprensible, tan real y ‘perceptual’ como la imagen icónica utilizada para establecer la metáfora. Por otra parte, algunas de las características de esa imagen concreta (por ejemplo, sus connotaciones morales o afectivas), pueden, al establecerse la metáfora, generalizarse y atribuirse también al concepto abstracto, las presentara o no en origen. • Un segundo proceso en la formación de representaciones sociales es el anclaje. Este proceso, complementario de la objetivación, se refiere a cómo se dota de significado a la representación social y pasa a formar parte del sistema de conocimientos preexistente. Según Jodelet ‘Este aspecto se refiere a la integración cognitiva del objeto representado dentro del sistema de pensamiento preexistente y a las transformaciones derivadas de este sistema tanto de una parte como de otra’ (Jodelet, 1985; p. 486, la traducción es nuestra).Según esta misma autora, el anclaje articula claramente al menos dos de las funciones que cumplen las representaciones sociales y que hemos visto anteriormente: o Permite que lo no familiar se transforme definitivamente en familiar, lo que servirá para dar sentido y realidad a la parcela a la que se refiere y como marco de interpretación de posteriores fenómenos relacionados (Marková, 2000; p. 454). o Permite que la representación social actúe como orientadora de posteriores comportamientos del individuo, tanto a escala individual como grupal. Como vemos, el concepto de representación social se sitúa en ese enclave, entre lo individual y lo social, objeto de interés de la psicología cultural. Sin embargo, tampoco ha sido un concepto exento de críticas. Quizá la más recurrente es su excesivo carácter idealista: tiende a ocuparse de la cultura en tanto que depósito de ideas, de símbolos y significados, pero deja de lado la vertiente material, las prácticas y comportamientos (ver, por ejemplo, Potter y Edwards, 1999), lo que, como hemos visto en Shweder o Cole, forman la otra cara de la moneda indispensable desde la psicología cultural. Otra crítica habitual, relacionada con la anterior, es la supuesta estaticidad del concepto, que ‘cristaliza’ una serie de conocimientos en un plano que se impone a las personas. La teoría de la representación social ha de ‘reconstruirse’ en cierta medida para poder abordar estos desafíos. Esfuerzos como los de Jovchelovitch (1996; p. 126-127) conceptualizando las representaciones sociales como instrumentos de mediación o los de Marková (2000) intentando reconciliar lo común y compartido con el – 562 – Nuevas perspectivas socioculturales cambio y la innovación forman parte de esta tendencia de actualización del concepto. Como muestra, recogemos esta cita de Markova: [la representación social] pone en el centro de atención la interdependencia dinámica entre las formas de pensar, comunicarse y actuar compartidas de carácter sociocultural y su transformación a partir de las actividades de los individuo y grupos. Todos estos fenómenos tienen una doble orientación. Están incrustados en la cultura e historia y por ello tienen una tendencia hacia la estabilidad. Pero al mismo tiempo, viven a través de las actividades, tensiones y conflictos de los grupos e individuos, quienes activamente se las apropian, innovan y crean nuevos fenómenos (Marková, 2000; p. 455, la traducción es nuestra). Bajtín, voces, géneros discursivos y lenguajes sociales Más complejas que las anteriores, al menos en una primera aproximación, son las aportaciones de Mijail Bajtín. Este autor, contemporáneo de Vigotski y soviético como él, es otro caso de recuperación de autores olvidados del pasado. Como en el caso de Vigotski, también ha sido Wertsch uno de los principales artífices de esta recuperación, al calor del interés renovado en la cultura y sus vínculos con la persona como aspecto clave del que tiene que dar cuenta la psicología. Es importante tener en cuenta, sin embargo, que Bajtín no fue un psicólogo y ni muchos menos pretendía explicar o analizar el desarrollo humano: sus intereses y escritos se centran en la lingüística y la teoría literaria, principalmente. Sin embargo, los conceptos que utiliza han sido aplicados fructíferamente al terreno que ahora nos ocupa: la naturaleza de la mente, del self y del mundo social y cultural. La concepción teórica de Bajtín se centra en el enunciado como unidad fundamental de comunicación. Un enunciado, sin embargo, que no es descontextualizado ni analizado en función de sus características gramaticales o sintácticas abstractas, sino que se contempla situado en una corriente de acción, en una situación concreta y en un hablante concreto, con lo que su estudio coincide en gran medida con lo que actualmente denominamos pragmática (Wertsch, 1991; p. 70 de la trad. cast.) Para dar sentido al concepto de enunciado, Bajtín recurre al concepto más amplio de voz, entendiendo por voz la conciencia del hablante, su perspectiva, su horizonte conceptual, su visión del mundo, sus intenciones al hablar (Wertsch, 1991; p. 71 de la trad. cast.) Para Bajtín, un enunciado implica voces de otros al menos en dos sentidos (Cheyne y Tarulli, 1999; p. 7): • Por una parte, todo enunciado es una respuesta a enunciados de otros, de manera que afirma, refuta, complementa, se fundamenta en ellos, los presupone, etc. De una manera u otra, un enunciado toma en cuenta enunciados(y voces) pasados. • Por otra, el enunciado se caracteriza por su direccionalidad, construimos nuestros enunciados anticipando los que vendrán después, anticipando sus Nuevas perspectivas socioculturales – 563 – posibles respuestas, de manera que el receptor (su voz) es activo y está incorporado en los enunciamos que emitimos. La producción de un enunciado implica, en consecuencia, que el hablante se apropia de voces de otros, entrando en encuentros dialógicos con ellas. En suma, los enunciados no podemos decir que sean estrictamente individuales, no más bien que, aunque emitidos individualmente, implican una creación colectiva. Esta visión del enunciado como creado colectivamente no únicamente hace referencia a la incorporación de enunciados o voces ajenas, sino también al ajuste del enunciado a situación concreta y a las circunstancias en las que se emite, que determinarán también su contenido, su estructura, su estilo. Esta noción de enunciado como concepto que implica que para su comprensión la participación de diferentes voces pone de manifiesto la naturaleza inherentemente dialógica de la mente del ser humano. Sólo a partir de esta dinámica dialógica de los enunciados, que los pone en relación unos con los otros, incorporando en cada uno de ellos voces ajenas a la propia del sujeto que los enuncia, podemos comprender los significados de los enunciados y participar de forma activa en su creación. Sólo desde el diálogo entre voces es posible la presencia de significación. Hermans (1999, p. 72-73) pone de manifiesto como esta naturaliza dialógica de la mente (y del self, en concreto) reconoce la dimensión temporal de este self, de igual manera que lo hacía la visión narrativa examinada en apartados anteriores, pero a esta dimensión de añade una segunda también fundamental: la dimensión espacial, que implica los diferentes puntos de vista (la dialogicidad) que están implicados en la narración de una historia. Esta naturaleza dialógica del lenguaje y de la mente humana no se remite tampoco únicamente a relaciones entre enunciados y a la pluralidad de voces que están implicados en cada uno de ellos, sino también implica que cada enunciado refleja y reconstruye aspectos más amplios, que Bajtín denomino lenguajes sociales. Un lenguaje social, desde este punto de vista (Wertsch, 1991; p. 76 de la trad. cast.), es un tipo de lenguaje que implica cierta perspectiva sobre el mundo, cierta ideología, y que se vincula generalmente a ciertos grupos sociales. Así, por ejemplo, podemos hablar de lenguaje social en el caso de la jerga de los abogados, de los modos de hablar de los adolescentes, del lenguaje en las campañas políticas, etc. Estos lenguajes sociales dan sentido a los enunciados y a las voces, de manera que cada enunciado, está, en cierta medida, apelando a un lenguaje social. Para explicar este aspecto, Bajtín alude a la metáfora del ventrílocuo: cada voz, cada enunciado, en cierta medida implica asumir un lenguaje social, por lo que la voz habla en función de ese lenguaje. De esta manera, cada lenguaje es una entidad heterogénea, compuesta por multitud de lenguajes sociales que se conciben luchando entre ellos y abriéndose camino a partir de las voces y enunciados concretos que los ponen en juego y los conducen a situaciones de dominio o sumisión respecto a otros lenguajes sociales. Esta variedad, lucha y oposición entre lenguajes sociales dentro de un mismo lenguaje es denominada por Bajtín heteroglosia. – 564 – Nuevas perspectivas socioculturales A esta heteroglosia contribuye también un último concepto utilizado por Bajtín: el concepto de género discursivo. Para él, un género discursivo es una configuración, una forma, una estructura tipificada, convencional (marcada incluso superficialmente, de forma, por ejemplo, sintáctica o morfológica) de enunciados que corresponden a situaciones típicas de comunicación. Es, además de una serie de mecanismos lingüísticos (contenido, estilo, estructura) una cierta forma de ver la realidad, con lo que combina cierta forma externa con cierto contenido conceptual. Es un instrumento que materializa y sirve para conceptuar ciertos tipos de experiencias concretas, de manera que ‘vemos’ la realidad a través de los ojos de los géneros discursivos (Bandlamudi, 1999, p. 42). Así, habla de géneros como la poesía, las biografías, los sermones, las tertulias de café, etc. A diferencia de los lenguajes sociales, los géneros discursivos no implican en principio ni carga ideológica ni adscripción a ciertos grupos sociales, únicamente implican su ocurrencia en situaciones sociales típicas y, por ello, implican cierta predictibilidad. De esta manera, cada enunciado, cada voz puede implicar cierto lenguaje social por una parte y cierto género discursivo por otra. El género discursivo se sitúa en un nivel intermedio entre la estructura y forma lingüística abstracta por una parte y los enunciados concretos y contextualizados por otra, ejerciendo un vínculo entre estos enunciados y los entornos institucionales en los que se emiten. Cada enunciado tiene lugar en un entorno concreto y por ello es personal y contextualizado, pero a la vez cada enunciado se apropia de un género, que es ‘impersonal’ y está asociado a cierto tipo de situaciones (Wertsch, Hagstrom y Kikas, 1995; p. 281). De esta manera, y volviendo a la naturaleza dialógica de la mente humana, no es posible producir un enunciado sin invocar un determinado género narrativo, sin apropiarse en cierta medida de palabras de otros, de otras voces. El habla es, en consecuencia, una forma de acción mediada en la que los géneros discursivos son uno de sus instrumentos mediacionales. Como vemos, esta concepción de la interacción, de la comunicación, es eminentemente social y cultural: el significado no reside en el enunciado individual, sino que se crea y se transmite a partir de su confrontación con otros significados, los implicados en voces ajenas, se crea a partir del diálogo. Voces, por otra parte, que tienen su referente en formas culturales representadas por los lenguajes sociales y los géneros narrativos. Esto no implica, sin embargo, un hablante pasivo y receptor, sino un hablante creativo que utiliza las formas lingüísticas (los lenguajes sociales, los géneros narrativos) como instrumentos de sus propias intenciones. De acuerdo con Hermans (1999, p. 51), el enfoque de Bajtín se sitúa a medio camino entre lo que denomina ‘objetivismo abstracto’, que supondría tratar al lenguaje como un sistema de leyes, de normas con las que el hablante se ha de enfrentar sin tener ningún control sobre ellas, y el ‘subjetivismo individualista’, en el que todos los aspectos del lenguaje pueden ser explicados desde la propia voluntad del hablante, sin que esté sujeto a norma alguna. Como comentan Skinner, Valsiner y Holland (2001) El hablante orienta las palabras hacia diálogos que están en marcha, anticipando respuestas, argumentos y acuerdos en la audiencia. Inyecta a las palabras que escoge, palabras que proceden de su ambiente social, sus propias intenciones, su propia perspectiva desde una posición social Nuevas perspectivas socioculturales – 565 – particular (...) el hablante puede ser creativo, al actuar construye significados sociales y culturales. Un autor en sus enunciados también crea o asume una o más posiciones dentro de un mundo cultural (Skinner, Valsiner y Holland 2001, pp. 3-4; la traducción es nuestra) Cultura y desarrollo ontogenético Armado con los conceptos y principios generales que hemos venido comentado en apartados anteriores, los psicólogos culturales han intentado ofrecer una versión del desarrollo ontogenético en la que la cultura figura con un papel protagonista e ineludible. Obviamente, dentro de estas propuestas sobresalen aquellas que podemos considerar inspiradas o influidas por las propuestas de la psicología sociocultural rusa en general y de Vigotski en particular, por lo que será desde esta perspectiva desde la que centraremos todo este apartado dedicado al desarrollo ontogenético. Siguiendo la propuesta de Wertsch, del Río y Álvarez (1995; p. 6), utilizaremos el término ‘enfoque sociocultural’ para hacer referencia a todas estas líneas teóricas y de investigación, que son sin duda las principales en la actualidad para el estudio cultural del desarrollo (y especialmente del desarrollo ontogenético) desde la Psicología. Aunque la cultura, como hemos comentado, es la protagonista desde este punto de vista, Valsiner diferencia entre maneras por las que la cultura puede influir en el desarrollo del niño, distinguiendo al menos tres niveles de influencia (Valsiner, 1997): • Las personas dentro de una misma sociedad comparten un mismo entorno cultural genérico: una misma geografía y entorno físico, un conjunto de objetos familiares, una serie de costumbres y ciertos valores de diversa naturaleza. Estas características generales de una cultura ofrecen un rango extenso, pero ya canalizado, de estímulos que en los que se va a sostener el niño en desarrollo. • Un segundo conjunto de influencias son aquellas que se derivan de las características culturales de las personas que median en los encuentros del niño y su entorno. Entre estas personas influyentes encontramos a los padres, a los maestros, a los compañeros y los modelos extraídos de los medios de comunicación, etc. Estas personas son también ellas mismas productos de una particular historia de desarrollo inmersa en determinada cultura y, por ello, además de los factores culturales comunes a prácticamente todos los miembros de una sociedad, aportan una serie de factores adicionales (variantes de esa cultura) que son en cierta medida únicos y propios de ciertas familias, escuelas, comunidades, etc. Como resultado, las experiencias del niño son canalizadas por los entornos culturales individuales de esas personas influyentes. • Por último, el niño en desarrollo acumula una historia personal que determinará en parte lo que la persona será años más tarde. En cualquier – 566 – Nuevas perspectivas socioculturales punto del desarrollo la acumulación de experiencias llevada a cabo hasta ese momento (competencias adquiridas, actitudes, conocimientos almacenados, etc.) determinará cómo se interpreta cualquier nuevo encuentro con el mundo. Valsiner (1997) también describe el proceso de desarrollo culturalmente situado en términos de tres zonas interrelacionadas que, mayor a menor amplitud son las siguientes: • La zona de movimiento libre, que incluye el conjunto de elementos susceptibles de influir las acciones que puede llevar a cabo una persona en un particular ambiente y en un momento dado. Estos elementos pueden referirse a áreas del ambiente y a los objetos presentes, sean estos físicos o sociales, así como las diferentes maneras en las que la persona puede interactuar con esos elementos. La cultura y las personas que rodean al niño (en especial sus cuidadores) delimitan el espacio y las características de esta zona mediante su influencia en las oportunidades de acción que el niño tiene a su disposición en cada uno de los momentos. La zona de movimiento libre es dinámica y se está reorganizando constantemente, ya que por una parte cambia en función de los distintos momentos y lugares en los que el niño actúa. Un cambio de objetivos o de condiciones implica un cambio en la amplitud de la zona de movimiento libre. Por otra parte, durante el desarrollo los niños aprenden la naturaleza de la zona de movimiento libre para cada uno de los contextos en los que participan e internalizan este conocimiento, incorporándolo en su comprensión del mundo. A través de esta reorganización e internalización, las relaciones del niño con su contexto cultural canalizan el desarrollo en direcciones que son aceptadas dentro de la cultura en la que se encuentra inmerso. • La zona de promoción de la acción comprende aquellos esquemas o tipos de actividad que los cuidadores u otras personas influyentes potencian o piden dentro de la zona de movimiento libre. Diferentes culturas, o comunidades o familias dentro de una cultura pueden definir de forma más o menos restrictiva esta zona, delimitando de forma más o menos estrecha aquellas acciones aceptables en los diferentes contextos entre los que se mueve el niño. Cuando la zona de movimiento libre es muy limitada (es decir, en determinado momento al niño sólo le es permitido de una sola manera concreta), es equivalente a la zona de promoción de la acción. En estos casos, el papel de las personas que rodean al niño promoviendo ciertas alternativas dentro del abanico de comportamientos posibles es poco, ya que sólo han de impulsar al niño a hacer aquello que es lo único permisible dentro de la cultura en ese momento o situación. Cuando la zona de movimiento libre es muy amplia (es decir, diferentes comportamientos alternativos son aceptables en cierto momento o situación), la zona de promoción de la acción puede ser también a ser amplia en algunos casos (aquellos en los que los cuidadores no limitan la acción del Nuevas perspectivas socioculturales – 567 – niño ni seleccionan una trayectoria determinada, el niño puede elegir) o ser limitada si los cuidadores seleccionan y promueven un solo camino de entre los aceptables que el niño debe seguir. • Por último, la zona de desarrollo próximo es el conjunto de acciones que el niño puede ejecutar si es ayudado por otra persona, pero que no están disponibles al niño en su actuación individual. Según este esquema, esta zona de desarrollo próximo no es más que una zona de acción promovida emparejada con el presente estado evolutivo del niño de forma que guía su desarrollo posterior. Valsiner ha integrado esta noción junto con las otras dos zonas para sugerir cómo los cuidadores pueden potenciar la adquisición por parte del niño de modos de comportamiento y pensamiento que van más allá de lo que el niño es capaz de hacer incluso antes de que ellos mismos los pudieran descubrir por sí solos. En un sentido similar, Gauvain recupera de Super y Harkness el concepto de nicho cultural para concretar los vínculos que existen entre la cultura y el desarrollo ontogenético. De acuerdo con esta autora, un nicho evolutivo es ‘un entorno ecológico que actúa como nexo social y psicológico que, a través del sistema cultural en el que viven y crecen, da como resultado organismos con una dirección y regulación de su desarrollo’ (Gauvain, 1995; p. 29, la traducción es nuestra). De acuerdo con este punto de vista, es precisamente la conjunción de la estructura y dirección del organismo por una parte y de la estructura y dirección de la cultura que le acoge por otra lo que configura cómo se desplegará el desarrollo humano en esa cultura. El desafío, entonces, está en determinar de forma más concreta los vínculos entre los procesos socioculturales por una parte y el desarrollo ontogenético por la otra. Para conseguir esta concreción, Gauvain (1995; p. 28) diferencia tres subsistemas dentro del nicho evolutivo en el que tiene lugar el desarrollo y que ayuda a configurarlo, tanto desde el punto de vista de generar posibilidades de desarrollo como, también restricciones a potenciales trayectorias evolutivas. Estos tres subsistemas son: • Los valores y metas propios de una cultura: el comportamiento no ocurre en un vacío, sino en un entorno cultura que estructura objetivos a conseguir y medios para conseguirlos, que dan significado a ese comportamiento. Además, la cultura proporciona una serie de valores que privilegian ciertas trayectorias de desarrollo sobre otras, la participación (y el modo en el que se participa) en ciertas actividades sobre otras y que contienen comprensiones subyacentes sobre cuáles son los objetivos adecuados a perseguir y qué comportamiento es que correcto o el incorrecto. • Los instrumentos de los que, históricamente, determinada cultura dispone (entendiendo como instrumentos todo el bagaje tanto de herramientas materiales como simbólicas). El uso de unas u otras herramientas no únicamente determina los rendimientos que es posible lograr, sino que influye en la propia naturaleza de habilidades que se desarrollan. Por ejemplo, el uso de ábacos y calculadoras para calcular no únicamente sirve para solucionar de una u otra manera problemas concretos, sino que configura cierta manera de representar el conocimiento matemático y de pensar sobre el dominio de conocimiento soportado por esas herramientas. – 568 – Nuevas perspectivas socioculturales • Las prácticas que ejemplifican en la vida cotidiana tanto los valores y metas establecidos culturalmente como el uso de instrumentos. Estas prácticas ayudan a las personas vincularse entre ellas y con las metas culturales, ya que las prácticas fomentan su consecución de manera colectiva y armónica. Es decir, la cultura ofrece cierto número de actividades complejas ‘empaquetadas’, que incluyen ciertas metas y ciertos instrumentos para conseguirlas, en forma de guiones, juegos, actividades compartidas o instituciones formales (Tomasello, 1995; p. 46). Tener en cuenta estos tres subsistemas, asegura Gauvain (1995; p. 42) ayuda a analizar y comprender la manera en la que el contexto sociocultural, la cultura, se vincula con el desarrollo de las mentes individuales, de manera que, más que se evite, además, pensar en términos de variables dependientes e independientes para contemplar la mutua dependencia e implicación de cultura e individuo en el desarrollo. Desde la perspectiva de la psicología cultural, los efectos de la cultura, como hemos mencionado, comprenden y configuran todos los aspectos y fenómenos psicológicos humanos, no únicamente aquellos tradicionalmente considerados de naturaleza social. Aun teniendo esto en cuenta, vamos a comentar, aunque sólo pueda ser superficialmente, alguno de los abordajes que desde la perspectiva cultural se han realizado sobre dos dominios de desarrollo diferentes: la cognición y el self. Estos tratamientos nos servirán de ejemplo de la manera de estudiar fenómenos psicológicos desde una óptica cultural. Una vez ejemplificada la manera de estudiar el desarrollo desde esta óptica cultural, examinaremos más en detalle las diferencias teóricas que podemos encontrar entre diferentes corrientes, centrándonos en todo caso en aquellas que podemos considerar herederas contemporáneas del legado de Vigotski y de la psicología sociocultural soviética. Ámbitos de investigación en la psicología sociocultural actual Como hemos comentado, vamos a exponer brevemente en este apartado algunas de las aportaciones de del enfoque sociocultural en dos ámbitos: el desarrollo cognitivo y el desarrollo del self. Sin embargo, y como tendremos la ocasión de ver, ambos dominios de desarrollo se cruzan y relacionan estrechamente, lo que tiene sentido si pensamos que el holismo es una de las características de la psicología cultural (y de los enfoques socioculturales en particular). De esta manera, se podría argumentar que esta diferencia entre ‘cognición’ y ‘self’ es, en cierta medida, arbitraria. En todo caso, aquí la mantenemos únicamente para simplificar la exposición. Nuevas perspectivas socioculturales – 569 – Desarrollo, cultura y cognición En la psicología cognitiva tradicional, el individuo y la sociedad (y la cultura) se entienden como entidades independientes y potencial (y prácticamente, por medio de experimentos) separables entre sí. Desde este punto de vista, la cultura tiende a transformarme en un atributo más del individuo, que es el verdadero centro de interés. Para realizar esta transformación, la cultura tiende a ser entendida como ‘conocimiento’, un conocimiento que, a través de la socialización, se deposita en la memoria del individuo. De esta manera, la cultura se acaba convirtiendo en representaciones mentales, en esquemas de conocimiento individual, que supuestamente se almacenan en una memoria a largo plazo (Lave, 1988, p. 104 de la trad. cast.). En otro sentido, gran parte de la psicología cognitiva tradicional ha tendido a explicar sólo cierto tipo de cognición: la cognición ‘racional’, la cognición ‘científica’, obtenida en función de rendimientos en tareas de laboratorio ‘descontextualizadas’, que nos permitirían conocer el funcionamiento cognitivo de las personas (y su desarrollo) de forma supuestamente pura, en términos universales. Como hemos visto anteriormente, la psicología cultural se opone a esta concepción ‘descontextualizada’ de la cognición (y ponemos ‘descontextualizada’ entre comillas, ya que desde un punto de vista cultural no existe tal tipo de cognición: incluso la que se deriva de los experimentos está marcada por un el propio contexto y tareas de laboratorio que se organizan para estudiarla). Partiendo de estos supuestos, es enorme en la actualidad la diversidad de cuestiones y dominios de investigación que se han abordado desde la perspectiva sociocultural del desarrollo. En este apartado vamos a destacar únicamente tres: el estudio del impacto sobre el desarrollo cognitivo (y sobre la mente, en general) que tiene la adquisición de ciertos instrumentos de mediación, la revisión de ciertos ámbitos clásicos del desarrollo cognitivo a partir de la aplicación de una perspectiva sociocultural y, por último, el estudio de la interinfluencia e integración de aspectos cognitivos y no cognitivos en el desarrollo. El impacto de los instrumentos de mediación en el desarrollo Entrando en la primera línea de estudio, un principio fundamental para hacerla posible es la propuesta de que todas las funciones mentales superiores están mediadas por signos. A través de su historia, las culturas humanas han desarrollado herramientas (externas e internas) que nos permiten actuar, pensar y razonar más allá de nuestros límites naturales. Desde la perspectiva sociocultural del desarrollo (y, en general, desde la psicología cultural) se defiende que este uso de artefactos culturales no resulta neutro para el sujeto, sino que es capaz de cambiarlo cualitativamente con lo que la adquisición o no de estos artefactos es capaz de cambiar el curso del desarrollo. Esta idea ya resultaba central en las propuestas de Vigotski y fundamentándose en ella distinguió, como vimos en el capítulo 7, la línea de desarrollo natural de la línea de desarrollo cultural. Como también vimos en ese capítulo (y en apartados – 570 – Nuevas perspectivas socioculturales anteriores de este), los psicólogos socioculturales rusos encabezados por Vigotski y Luria llevaron a cabo una serie de estudios en Asia Central para estudiar el impacto de la alfabetización en las funciones mentales. Por ello no resulta extraño ni que la recuperación de Vigotski y los estudios culturales en los años 70 viniera de la mano de una recuperación también de líneas de investigación similares ni que en concreto la alfabetización, la adquisición de la lectura y escritura, fuese un tema de especial interés. Las investigaciones de Scribner y Cole (1981) con personas de la étnia Vai de Liberia son un buen ejemplo en este sentido. Los miembros de esta étnia empleaban diferentes tipos de sistemas de lectoescritura: el propio sistema Vai, utilizado para la mayoría de las necesidades públicas y privadas (y que se transmitía informalmente por personas no profesionales), el árabe en aquellas personas que habían ido a escuelas coránicas (que memorizaban la memorización y lectura en voz alta) y el inglés, que algunos estudiaban en escuelas del tipo a las occidentales. Scribner y Cole comprobaron como ser letrado en uno u otro sistema y utilizar la escritura para unos usos sociales u otros enfatizaba ciertos aspectos y habilidades cognitivas por encima de otras, y producía perfiles diferenciados de rendimiento cognitivo. Aunque en la actualidad son muchos los autores que trabajan en esta línea de investigación (ver, por ejemplo, Teberosky, 2001 pp. 686-723) y no podemos exponerlos todos, vamos a comentar, siquiera brevemente, las ideas de uno de los investigadores más destacados en este sentido: David Olson. La tesis fundamental de Olson (1995; p. 97) es que cuando aprendemos a leer y escribir aprendemos no sólo un modo de representar, sino también una estructura que servirá de modelo para re-pensar, para tomar conciencia de ciertas características de nuestro lenguaje y habla. La concepción de este lenguaje y habla será transformada a partir de que el niño aprenda a escribir: la escritura transforma el pensamiento. Esta tesis resulta atrevida cuando nos damos cuenta que tradicionalmente (y desde el sentido común) la dirección de la relación entre escritura y pensamiento suele ser exactamente la contraria. Es decir, generalmente se ha asumido que la escritura es, en esencia, una representación de los sonidos del habla por medio de signos gráficos, una mera transcripción del lenguaje oral, sin ninguna repercusión sobre nuestra conciencia lingüística o nuestro sistema cognitivo. Esta concepción tradicional presenta, entre otros, un gran problema de acuerdo con Olson (1995; p. 85): asumir que la escritura transcribe el habla supone que los inventores de los sistemas de escritura (y todos nosotros cuando aprendemos a leer y escribir) tienen un conocimiento previo (se supone que implícito) sobre cómo funciona y está estructurado el lenguaje oral, conocimiento que sirve como punto de partida de la transcipción. Esta asunción, de acuerdo con Olson, no sólo no está garantizada, sino que existen indicios de que funciona exactamente al revés: la conciencia de cómo funciona el lenguaje oral se genera a partir de la adquisición de la escritura y depende del modelo que proporciona el sistema concreto de escritura que utilizamos. La aparición de una ‘conciencia metalingüística’ tiene que ver, de acuerdo con esta tesis, con la presencia de los sistemas de escritura. Nuevas perspectivas socioculturales – 571 – A partir de estas tesis, Olson proporciona una versión de la historia de la escritura que poco tiene que ver con una clasificación en la que los sistemas alfabéticos (es decir, que representan los sonidos mediante unos pocos signos gráficos que se combinan) ocupan una posición de superioridad respecto a otro tipo de sistemas (por ejemplo, los silábicos o los logográficos). La historia de la escritura no es la historia de cómo los seres humanos han ido ‘afinando’ su manera de transcribir el habla hasta llegar al método más eficiente: los sistemas alfabéticos. Muy al contrario, Olson (1994, pp. 89-138 de la trad. cast.; 1995; pp. 101-113) argumenta como la escritura tuvo su origen histórico en el cumplimiento de ciertos fines comunicativos y mnemotécnicos y sólo secundariamente se convirtió un modelo de y para la lengua oral. Por otra parte, resalta como la evolución de los sistemas de escritura hasta la aparición de los primeros sistemas que utilizan el sonido como fundamento no se debe tanto a la intención de los usuarios por ‘perfeccionar’ el sistema como a la adopción por parte de una comunidad de hablantes de sistemas de escritura utilizados por comunidades diferentes, y en función de las necesidades de adaptar ese ‘sistema escrito prestado’ a las necesidades comunicativas de la comunidad de adopción. Por otra parte, las tesis defendidas por Olson también tienen importantes implicaciones respecto a lo que supone aprender a leer y escribir y qué es todo lo que aprenden los niños cuando son alfabetizados. Por ejemplo, el tipo de conocimientos que las personas parecen tener respecto a los segmentos que componen su lengua parece estar influido por los segmentos que son relevantes en la versión escrita de la lengua. Así, los adultos analfabetos y nos niños preletrados encuentran muy difícil las tareas de adición y supresión de fonemas a palabras, tareas que son triviales para las personas letradas. Estas mismas tareas también resultan difíciles para las personas con lenguajes en los que los fonemas no son el elemento fundamental con el que se relaciona el signo escrito, como el caso de los leguajes no alfabéticos (ver, por ejemplo, Tolchinsky y Teberosky, 1998, con el caso del hebreo). Por otra parte, a partir del aprendizaje de la lectoescritura, los niños son capaces de diferenciar entre los significados intencionales y los significados literales de los textos. Por ejemplo, Torrance y Olson (1994) exponen en una serie de estudios como los niños no letrados son capaces de evaluar la similitud de los enunciados en función de su significado intencional, aunque las versiones sean diferentes literalmente (sean, de hecho, modos de parafrasear una misma cosa: por ejemplo ‘el oso necesita comer’ y ‘el oso tiene hambre’). Sólo cuando los niños ya saben leer y escribir, podrán tener éxito en tareas que implican reconocer ya no lo que cierta persona o texto quiere decir, sino aquellos textos que son repeticiones literales de otros textos o enunciados. Serán capaces de reconocer como ‘idénticos’ los textos ya no que quieren decir lo mismo, sino que lo dicen exactamente con las mismas palabras en el mismo orden, y diferenciar este nivel de literalidad (lo que los textos ‘dicen’) de la similitud en la intención, en lo que los textos ‘quieren decir’. Estas distinciones tan finas y en las que la verdad de hecho puede supeditarse a la verdad lógica, a la verdad de la proposición con independencia de lo que quiere decir, parece estar posibilitada por la lectoescritura. – 572 – Nuevas perspectivas socioculturales Olson (1996; pp. 98-99) especifica cuatro impactos fundamentales de la escritura en el desarrollo de ciertas formas de pensamiento. • En primer lugar, habla del papel de la escritura el cambio desde una situación en la que la palabra (y, en concreto, la palabra hablada) es una propiedad intrínsecamente unida al objeto al que se refiere a otra situación en la que la persona es capaz de independizar la palabra del referente y contemplarla como una pieza más dentro de la estructura lingüística. Así, Olson afirma que la escritura ayuda a superar un pensamiento mágico en el que mencionado la palabra se está manipulando el objeto al que se refiere, es decir, en el que la palabra actúa como un emblema, cosa que no pasa al materializar esa palabra en signos escritos. En este caso, las palabras escritas son sólo palabras, no partes del objeto. • En segundo lugar, y vinculado con la idea que acabamos de exponer, disponer de un sistema escrito ayuda a contemplar las palabras como objetos de reflexión en sí mismo. • En tercer lugar, y como ya hemos comentado, la escritura permite disociar los significados intencionales de los significados literales. La aparición de estos significados literales y estables, no metafóricos, asociados a ciertas palabras y oraciones permite utilizar estas herramientas para el razonamiento silogístico y deductivo, con lo que la escritura puede convertirse en un catalizador de la lógica explícita. Por otra parte, tampoco podemos olvidar que si bien la escritura como herramienta del pensamiento es capaz de permitir que esa función mental alcance nuevas cotas y transite por nuevos caminos, también es cierto que, en cierto sentido, también restringe y cierra otros posibles caminos que podrían ser tomados. En concreto, el texto escrito transcribe ciertos aspectos del habla y no otros. Por ejemplo, transcribe lo que se dijo, pero difícilmente es capaz de vehicular los significados referidos a cómo se dijo, que pueden ser determinantes a la hora de interpretar el texto. De acuerdo con Olson (1994; p. 288 de la trad. cast.), ningún sistema de escritura es capaz de expresar todas las propiedades y rasgos de la lengua y aquellos aspectos del significado no capturados por el lenguaje escrito pueden pasar desapercibidos para el sujeto. De esta manera, la ‘conciencia lingüística’ de la que nos dota el lenguaje escrito no podemos suponer que sea universal ni homogénea: no sólo esa conciencia puede ser diferente entre las personas letradas e iletradas, sino también entre personas que utilizan diferente lengua escrita. La escritura, en cierto sentido, potencia al pensamiento, pero también es responsable de dotarlo de ciertos sesgos. Además de la lectoescritura, otro de los instrumentos culturales estudiado desde una perspectiva sociocultural son las matemáticas. Al igual que en la escritura hemos destacado la figura de Olson, en el estudio de las matemáticas desde esta perspectiva vamos a destacar el trabajo de Teresinha Nunes, que sin duda es uno de los más destacados (aunque obviamente, no único) en este ámbito. En este sentido Nunes (1997; p. 31) indica que las matemáticas son un instrumento desarrollado culturalmente que permite a sus usuarios plantearse y resolver problemas que no tendrían respuesta si él. Es lo que denomina papel capacitador (enabling role) de las matemáticas en tanto signos culturales (Nunes, 1999; p. 41). Nuevas perspectivas socioculturales – 573 – Sin embargo, al igual que comentábamos con los signos escritos, las matemáticas permiten que el actor haga ciertas cosas, pero también configuran y modelan su actividad hacia unos caminos y no hacia otros y, al menos en parte, determinan el tipo de razonamiento que el niño es capaz de hacer. En función de cómo sea este sistema de signos, tendrá que afrontar ciertas posibilidades y restricciones u otras. Un ejemplo típico en este sentido es la diferencia entre la actividad matemática en el aula y la que algunos niños y adultos no escolarizados (y aun los escolarizados en ciertas situaciones) realizan en su vida cotidiana. Nunes (1999, p. 42-43; Nunes y Bryant, p. 104-108) diferencia entre dos tipos de matemáticas, las matemáticas de la escuela y las matemáticas de la calle, que corresponderían a dos sistemas de signos y de razonamiento diferentes para abordar problemas de tipo matemático. Las matemáticas de la escuela están mediadas por signos escritos y utilizan procedimientos de resolución de problemas estandarizados, en los que los números se tratan de manera abstracta, sin referencia a lo que significa. En cambio, las matemáticas de la calle están mediadas fundamentalmente de manera oral, y los referentes concretos de las cantidades en juego permanecen explícitos en todo el proceso de resolución de problemas. Ambos sistemas pueden llegar a soluciones correctas, pero favorecen cierto tipo de razonamiento y facilitan la resolución de cierto tipo de problemas y no tanto de otros. Por ejemplo, las matemáticas de la escuela tienen la ventaja de que con ellas podemos resolver cálculos en los que estén implicados números muy grandes con muy poco esfuerzo, ya que el procedimiento escrito libera nuestra memoria de las exigencias del cálculo. No obstante, pequeños errores en la ejecución del procedimiento pueden dar lugar a una grandes errores en la respuesta. Las matemáticas de la calle son difícilmente aplicables a números muy grandes, pero al mantener el significado de las cantidades durante el cálculo, los errores cuando se producen son de menor magnitud. De esta manera, el sistema de signos utilizado se convierte en el objeto con el que operamos matemáticamente y, por ello, configura el poder y las posibilidades del razonamiento matemático del que somos capaces. Esta característica puede verse con mayor claridad cuando tenemos en cuenta culturas que utilizan sistemas de signos matemáticos muy diferentes a los nuestros. Por ejemplo, en algunas escuelas japonesas se enfatiza el uso del ábaco como instrumento para calcular y representar números, hasta tal punto que los niños acaban internalizando una imagen del ábaco que usan para calcular mentalmente, ya sin la ayuda del ábaco material (Hatano, 1982). Estos niños presentaban una capacidad de recuerdo muy grande cuando se les proporcionaban materiales a recordar susceptibles de ser representados con su ‘ábaco mental’. Sin embargo, estos niveles caían hasta ser similares a los de los niños occidentales cuando el material a recordar no era susceptible de ser representado con el ábaco, como por ejemplo, cuando era material verbal. Por otra parte, el razonamiento de los expertos en cálculo con estos ‘ábacos mentales’ (y los errores cometidos) en los cálculos se correspondían con las características de ese instrumento (Hatano, 1997; pp. 221-224), y eran diferentes al razonamiento y los errores cometidos por personas que utilizan otros instrumentos (como, por ejemplo, los procedimientos escritos de resolución de cálculos matemáticos comunes en occidente). – 574 – Nuevas perspectivas socioculturales Además del poder de estos instrumentos matemáticos en la configuración de formas específicas de razonamiento, la adquisición de la habilidad para manejar esos mediadores necesariamente ha de ser entendida de forma integrada con el contexto de prácticas culturales en el que se usan y que les dan sentido. Es a partir de estas prácticas como podemos entender la función que realizan los instrumentos matemáticos utilizados por las personas y su variabilidad entre culturas y grupos sociales. En este caso, la aparición de sofisticadas estrategias matemáticas en niños vendedores ambulantes brasileños reportadas por Nunes (Nunes, Schiliemann y Carraher, 1993) es un buen ejemplo de esta vinculación específica de la habilidad a las tareas en las que surge, más aún cuando tenemos en cuenta que esos mismos niños, muchos de ellos un nivel bajo de escolarización, eran incapaces de solucionar problemas similares a los que resolvían diariamente cuando se planteaban en la forma académica típica (es decir, cuando se planteaban en forma de ‘matemática de la escuela’ y no de la ‘matemática de la calle’ que ellos dominaban). Un ejemplo aún más evidente de esta vinculación de los instrumentos a las prácticas socioculturales proviene de los casos en los que es posible investigar el cambio en esas prácticas. Por ejemplo, es bien conocido como los Oksamin, una tribu de Papua Nueva Guinea, tiene un sistema numérico vinculado a partes del cuerpo (los cinco dedos, la muñeca, el antebrazo, el codo, etc.) Este sistema funciona sin problemas cuando se trata de contar objetos, especialmente pequeñas cantidades. Sin embargo, a partir del contacto con la cultura occidental y la introducción de prácticas de comercio con moneda, en la que comienzan a ser frecuentes las operaciones aritméticas con esas unidades monetarias, Saxe (1994; pp. 142-143) destaca como el sistema tradicional de recuento de los Oksamin tuvo que ser modificado, evolucionado de complicadas maneras (tanto más complicadas cuanta mayor experiencia con el comercio con monedas) en las que ciertas partes del cuerpo perdían su naturaleza de unidad dentro de la serie numérica para pasar a ‘valer’ por varias unidades. Podemos encontrar ejemplos de vinculación de usos de los signos matemáticos a prácticas culturales completas dentro de nuestra propia cultura. Por ejemplo, Scribner (1986) da cuenta de un estudio con lecheros en los que estos profesionales eran especialmente hábiles en el cálculo en base 16 (debido a que las cajas de leche contenían 16 botellas). De manera similar, Nunes y Bryant (1996; pp. 97-100) reportan la gran habilidad de jugadores de dardos británicos en el cálculo utilizando complicadas estrategias que tenían sentido dentro de ese juego, incluso cuando los propios jugadores se reconocían no ser buenos en matemáticas (en las matemáticas académicas, por supuesto). Esta integración de los instrumentos (externos o internos) con ciertas prácticas socioculturales los hace sensibles también a los valores que esa comunidad deposita en ciertos usos y no en otros. Así, en ciertos contextos, el aprendizaje de los signos matemáticos implica, además, un aprendizaje de los modos válidos de utilizarlos (desanimando modos alternativos de uso). Es decir, aprendemos no sólo a resolver problemas con ellos, sino también qué problemas merecen la pena ser resueltos y qué camino se supone que es el mejor para llegar a una solución correcta (Goodnow, 1990; p. 259). Nuevas perspectivas socioculturales – 575 – En este sentido, las ‘matemáticas de la calle’ y las ‘matemáticas de la escuela’ a las que antes aludíamos pueden tener una valores diferentes. Así, mientras que las matemáticas de la calle han surgido como un medio para resolver ciertos problemas prácticos, las matemáticas de la escuela, en muchas ocasiones, se convierten en el fin mismo de la actividad instructiva. A estos valores diferentes diferentes corresponden perspectivas diferentes para los profesores y los alumnos. Como afirman De Abreu, Bishop y Pompeu (1997; pp. 248-263), los maestros dan valor a las matemáticas ingenuas, pero para ellos el único camino válido de éxito académico son las matemáticas de la escuela, y su papel es enseñar este tipo y no el otro. Sin embargo, entre los alumnos las opiniones son más diversas, existiendo algunos de ellos que creían que las matemáticas de la calle eran más efectivas que las de la escuela y otros que, aunque las veían efectivas, no las consideraban el camino correcto para obtener la solución a los cálculos. Sorprendentemente, el éxito de los alumnos en las matemáticas de la escuela parecía tener en el estudio de estos investigadores más que ver con las actitudes hacia ellas que con la efectividad con la que los niños se defendían en las matemáticas de la calle. Como podemos suponer, las implicaciones educativas de hallazgos como estos (y, en especial, las consideraciones sobre el papel de los profesores y su actitud ante las experiencias matemáticas de los niños fuera de la escuela) son muy importantes. Las capacidades cognitivas desde un punto de vista cultural Un segundo ámbito de investigación tiene que ver con una revisión de los tópicos y dominios clásicos del desarrollo cognitivo (desarrollo de la percepción, de la atención, de la memoria, de la solución de problemas, etc.) desde una perspectiva sociocultural. En este sentido, libros como el de Gauvain (2001) son un excelente ejemplo de cómo esos dominios tradicionales han sido trabajados desde el enfoque sociocultural. Como observamos en obras como esa, no se trata tanto de ‘invalidar’ la investigación anterior (aunque a veces algunos autores lo planteen así), sino de ofrecer nuevas facetas y puntos de vista culturalmente relevantes que, en ocasiones, complementarán lo que ya sabemos sobre el desarrollo. Describir todos obviamente se aleja de las posibilidades y objetivos de este apartado, pero únicamente como ejemplo de en qué sentido se realiza esa revisión, vamos a comentar muy brevemente algunos trabajos respecto a uno de esos ámbitos: el desarrollo de la memoria. La psicología tradicional ha tratado la memoria como si fuese una capacidad estrictamente individual que el niño desarrolla y aprende a utilizar en solitario. Desde un punto de vista sociocultural del desarrollo, se plantea que para entender ese desarrollo hemos tener en cuenta el contexto cultural en el que ese desarrollo tiene lugar. En el caso de la memoria, un primer tema de interés ha sido la interacción del niño con sus cuidadores, y, en especial, con sus padres. A partir de cierto momento, las conversaciones sobre el pasado y sobre las experiencias anteriores del niño se vuelven cada vez más frecuentes en esa interacción. En estas situaciones, el niño comienza aportando relativamente poco. Es el adulto quién, a – 576 – Nuevas perspectivas socioculturales partir de sus preguntas, suscita el recuerdo del niño y quién, incluso, aporta las respuestas cuando el niño no recuerda, apoyando la participación del niño y proporcionándole la estructura y la ayuda necesaria para que pueda cumplir con éxito una tarea que sobrepasa sus competencias personales. A medida que estas competencias aumentan, los padres transfieren a sus hijos cada vez más responsabilidad y control en la conversación y en la tarea de recuerdo. Desde este punto de vista, el recuerdo y la memoria, como habilidades mentales superiores, pueden ser entendidos desde un punto de vista sociocultural como actividades que primero se ejecutan de forma conjunta, que se originan en la interacción social, para sólo posteriormente ser internalizadas y ejecutadas por el niño en solitario (Hudson, 1990, p. 172)., Haden, Haine y Fivush (1997; p. 299) proponen incluso que la metáfora del andamiaje, en la que los padres cada vez aportan menos a medida que los niños son capaces de aportar más, quizá no sería la adecuada para estas conversaciones sobre el pasado. Plantean que el modelo evolutivo que se sigue se ajustaría más a una metáfora de la espiral, en la que a medida que los niños son más capaces de participar en el recuerdo, los padres en lugar de retirarse lo que hacen es aportar estructuras, metas y desafíos cada vez más complejos para que la interacción pueda continuar, de manera que ambos en colaboración acaban siendo capaces de construir historias compartidas sobre el pasado. A partir de esas conversaciones el niño aprende no tanto el qué recordar, sino más bien el cómo recordar (Hudson, 1990; p. 194), es decir, cuáles son las claves en este proceso, qué tipo de información es la relevante y la manera de estructurar el recuerdo para que sea comprensible por quienes nos rodean. Autores como Haden, Haine y Fivush (1997) o Nelson (1996) plantean que lo que realmente aprende el niño no son contenidos concretos, recuerdos específicos, sino una estructura narrativa (un instrumento de mediación cultural, como hemos visto en apartados anteriores) que le guía sobre cómo se construyen y organizan historias comprensibles y verosímiles sobre el pasado en nuestra cultura. El niño ha de aprender a narrar una historia coherente que incluya, además de los qué y los cómo sobre el contenido a recordar, los quién, los dónde y los porqué específicos al acontecimiento. Al principio, son los adultos quienes construyen esta narración intentando que el niño aporte algunos elementos. Más tarde, una vez el niño adquiere estas competencias para narrar, el niño podrá generar sus propias versiones sobre el pasado y negociar con los adultos la generación de una versión compartida del pasado. Estas situaciones interactivas se insertan en el curso de actividades en las que el hecho de recordar se adopta tanto por padres como por el niño como una meta compartida relevante para cierta actividad en curso. De acuerdo con Rogoff y Mistry (1990; p. 199) o Mistry (1997; p. 350), el niño recuerda para conseguir ciertos resultados prácticos vinculados a la actividad común que están realizando en ese momento, no suele ser el fin en sí, sino que se encuentra al servicio de otras metas de la actividad en curso. Desde este punto de vista, no podemos hablar de una capacidad de ‘recordar’ descontextualizada que cambia con la edad. Cada acto de recuerdo se sitúa dentro de una actividad cultural en la que los significados, expectativas, metas, instrumentos, etc. de los participantes determinan ese acto y su génesis. En este mismo sentido, la práctica progresiva de capacidades narrativas que le permiten participar más y mejor en esas Nuevas perspectivas socioculturales – 577 – actividades de recuerdo implican disponer de un instrumento fundamental para insertarse dentro de la comunidad familiar y cultural a la que el niño pertenece. En este sentido, la investigación sobre el desarrollo mnemónico desde un punto de vista sociocultural se ha interesado especialmente por dos fenómenos: la memoria autobiográfica y el desarrollo de estrategias de memoria. En cuanto a la memoria autobiográfica, se considera que los recuerdos personales pueden tener para el niño, un valor muy diferente al que tiene el recuerdo de rutinas en forma de guiones. Mientras este ayuda al niño a predecir el mundo en el que vive y a anticipar acontecimientos, los recuerdo autobiográficos tienen un valor en sí mismos, como entidades que pueden ser compartidas con los demás y que ayudan a establecer vínculos con ellos a partir de su recuerdo compartido. Es por ello que la participación guiada en conversaciones con el adulto y los inicios de la competencia narrativa, que se dan durante el segundo año, pueden ser precursores de la memoria autobiográfica. Para que todos estos procesos tengan lugar, será muy importante el papel del lenguaje, en concreto que el niño lo entienda tanto como instrumento de comunicación como instrumento para representar (en su sentido literal de traer al represente, de rememorar), aunque sólo sea parcialmente, experiencias pasadas en las que se estuvo presente (Nelson, 1996, p. 176-177). Numerosas investigaciones han intentado aportar datos desde un punto de vista sociocultural que apoyen la importancia de estas interacciones entre niños y adultos en la construcción compartida de recuerdos. En concreto, se ha intentado comprobar si la estructura de los intercambios conversacionales sobre el pasado entre padres e hijos podría influir en la cantidad y forma de los recuerdos de los niños. En este sentido, se han identificado dos tipos de cuidadores con respecto a la estructura de apoyo al recuerdo que proporcionan al niño (Reese y Fivush, 1993; Reese, Haden y Fivish, 1993): • los cuidadores elaborativos, que serían aquellos adultos que ofrecen al niño descripciones detalladas de los acontecimientos, les dan un contexto en el que estos acontecimientos se insertan y son capaces de proponer una línea narrativa (una historia) para el recuerdo. Además, ofrecen más oportunidades para extender el intercambio dando oportunidades para que el niño participe en la construcción del recuerdo. En concreto, preguntan, dan pistas que estimulan la participación del niño, refuerzan sus contribuciones y las expanden y reformulan para que se ajusten a una línea narrativa coherente. • Los cuidadores pragmáticos (o repetitivos) mantienen conversaciones sobre el pasado que suelen ser mucho más breves. Estos cuidadores ofrecen descripciones mucho menos detalladas, un menor apoyo contextual y, sobre todo preguntan mucho menos. Sus preguntas, además, están dirigidas a obtener una información específica del niño (típicamente, una palabra concreta) y suelen repetirlas si el niño no proporciona la información buscada. Parece los niños que han experimentado un estilo de interacción más bien elaborativo son capaces de producir posteriormente unos recuerdos mucho más – 578 – Nuevas perspectivas socioculturales ricos, detallados y estructurados narrativamente. En un estudio longitudinal, Reese, Haden y Fivush (1993) comprobaron como niños de 40 meses de madres elaborativas participaban más en el recuerdo compartido y mostraban una mejor estructuración narrativa de su recuerdo cuando se evaluaron posteriormente a los 46, 58 y 70 meses que niños de igual de edad pero con madres que tendían a la interacción pragmática. Además de las diferencias en las interacciones familiares sobre el pasado, las comparaciones culturales también son una línea de investigación especialmente relevante si consideramos el recuerdo desde una perspectiva sociocultural. Un estudio especialmente interesante de este tipo es el llevado a cabo por Mullen y Yi (1995) comparando niños estadounidenses anglosajones con niños coreanos. Sorprendentemente, la edad en la que se databan los primeros recuerdos autobiográficos variaba significativamente entre ambos grupos. En concreto, los niños criados en Corea situaban sus primeros recuerdos casi un año y medio después que los criados en Estados Unidos. Esta diferencia podría deberse al énfasis de la cultura occidental en la individualidad, lo que potenciaría la formación de unos recuerdos personales diferenciados más tempranos. Las culturas orientales, que se centran menos en la experiencia independiente del niño y más en su participación en la familia y comunidad, retrasarían el inicio de la memoria autobiográfica (en el próximo apartado, dedicado al desarrollo del self, profundizaremos de nuevo en estas diferencias entre las culturas occidentales y orientales). Consistente con esta explicación es el hecho, recogido por los propios Mullen y Yi (1995), de que las madres norteamericanas hablan mucho más sobre el pasado y se centran más en el punto de vista del niño que las madres coreanas, o una posterior investigación de Han, Leitchman y Wang (1998). En este estudio, se compararon narraciones sobre hechos autobiográficos relevantes en niños coreanos, chinos y estadounidenses de cuatro y seis años. Se observó que, aunque la longitud de las narraciones era similar independientemente de la cultura, el estilo narrativo de los niños asiáticos incluía muchas menos palabras descriptivas y hechos específicos que el de los niños norteamericanos. Estos, además, utilizaban mucho más a menudo descripciones de estados internos, aludiendo a las emociones, pensamientos, preferencias y evaluaciones personales sobre los hechos que se narraban en mucha mayor medida que los niños asiáticos. Un segundo tópico de interés desde la perspectiva sociocultural del desarrollo respecto al desarrollo de la memoria es el tema de las estrategias mnemónicas. Desde esta perspectiva, las estrategias de memoria se contemplan como instrumentos de mediación que sirven al niño para conseguir ciertos fines valorados (conseguir cierto recuerdo en unas tareas determinadas). Estos instrumentos se han adquirido a partir de la participación en ciertas actividades culturalmente significativas que dirigen el desarrollo hacia su dominio (Mistry, 1997; p. 351). En consecuencia, si el desarrollo de las estrategias (y el desarrollo cognitivo en general) está vinculado a las actividades culturales a partir de las que se genera, el análisis de estas actividades nos va a decir mucho acerca del desarrollo. En el Nuevas perspectivas socioculturales – 579 – caso del desarrollo de estrategias de memoria en nuestra cultura, este marco de actividades es, fundamentalmente, se encuentra en la escuela. Como ya hemos comentado, en la vida cotidiana rara vez memorizar es un fin en sí mismo. Generalmente, es un medio al servicio de la obtención de ciertos fines sociales (por ejemplo, seguir una conversación, dar argumentos para defender una postura, etc.) Sin embargo, la escuela es sí es un contexto en el que el recuerdo es deliberado y un fin en sí mismo. En numerosas ocasiones, sobre todo al principio de la escolarización, la memorización de elementos que para el niño tienen poco sentido y no están relacionados entre sí se convierte en una importante tarea a llevar a cabo. Para tener éxito en este tipo de tareas, la escuela enfatiza el uso de ciertas estrategias de memoria adecuadas para almacenar la información e imponerle un orden significativo. La escuela se convierte por ello en un marco en el que los niños desarrollan ciertas estrategias de memoria (repetición, organización, elaboración, ciertas técnicas de estudio, etc.) y no otras, aprenden a distinguir las situaciones en las que su aplicación mejora el rendimiento de la memoria y son apropiadas y les convierte en competentes para aplicarlas de manera generalizada en otras situaciones similares fuera del contexto escolar (Ellis, 1997, p. 493). De acuerdo con esta misma autora, la cultura y los valores que impulsa no sólo determinan el rango de estrategias que tenemos a nuestra disposición, sino las elecciones de una u otra en cada situación. Así, la escuela tal y como la entendemos en occidente, propone unas determinadas definiciones de lo que supone afrontar tareas de forma eficiente e inteligente y de qué medios disponemos para solucionarlas de forma válida. Por ejemplo, en problemas aritméticos simples, se subraya que es más inteligente resolverlos ‘de cabeza’ utilizando estrategias exclusivamente mentales, que a partir del uso de herramientas mentales (como, por ejemplo, contar con los dedos). Estas otras estrategias de resolución, que también dan como resultado una forma válida de resolver el problema, son etiquetas como formas inmaduras y su uso se penaliza. Sin embargo, el grueso de los estudios que avalan una configuración cultural del desarrollo de estrategias de memoria proviene de aquellos que examinan el comportamiento de niños en otros contextos culturales y los comparan con niños occidentales. En los primeros estudios de este tipo, un resultado obtenido frecuentemente es que los niños procedentes de culturas que no disponían de un sistema de educación formal rendían significativamente menos que los niños occidentales en las típicas tareas de laboratorio en las que se pide memorizar elementos no vinculados entre sí (Cole y Scribner, 1977). Sin embargo, y de acuerdo con el punto de vista sociocultural, esos experimentos no son culturalmente neutros, sino que plantean una tarea y exigen un rendimiento similar al que se demanda en las escuelas occidentales: la memoria como fin en sí mismo y el aprendizaje de elementos no vinculados entre sí. En el caso de los niños no escolarizados de otras culturas, el menor rendimiento puede provenir de que no han desarrollado las estrategias adecuadas para este tipo de tareas (repetición, organización, elaboración, etc.) que los niños occidentales practican en la escuela (Rogoff y Mistry, 1990; p. 201). – 580 – Nuevas perspectivas socioculturales Un ejemplo particularmente claro de este efecto de la escolarización en el rendimiento y desarrollo de estrategias lo obtenemos a partir de estudios como el de Rogoff y Wadell (1982) en la que comparan niños occidentales escolarizados con niños mayas de edades similares, cuya cultura no contempla una escolarización formal. Estudios anteriores habían demostrado que el rendimiento mnemónico de los niños mayas era mucho menor que el de los occidentales cuando se trataba de recordar una lista de objetos familiares, pero no relacionados entre ellos. Sin embargo, Rogoff y Wadell comprobaron que las diferencias desaparecían (e incluso los mayas recordaban ligeramente más) cuando se disponían los objetos en una maqueta tridimensional de poblado maya, se instaba a los niños a recordar las posiciones de los elementos para, posteriormente, quitarlos de la maqueta. La tarea del niño era colocarlos de nuevo de acuerdo con su disposición original dentro de la maqueta. Parte de la ineficiencia de los niños occidentales en una tarea como esta provenía del tipo de estrategias que ponían en marcha a la hora de memorizar. Muchos de ellos (aproximadamente un tercio) lo que hacían era repetirse a sí mismos los nombres de los objetos a memorizar, una estrategia subrayada en la escuela y eficiente para la memorizar listas, pero poco útil para recordar disposiciones espaciales. Esta estrategia sólo era utilizada por uno de cada 30 niños mayas. En conclusión, si el material o el tipo de tarea propuesta para evaluar los procesos mnemónicos no están adaptados e integrados dentro de actividades que sean familiares para los individuos de esa cultura, es esperable que esa tarea sea percibida como algo sin sentido y tenga efectos decrementales en el rendimiento (Rogoff y Mistry, 1985). Por otra parte, incluso en culturas que tienen un sistema de escolarización formal, las prácticas culturales vinculadas a esa escolarización configuran también las competencias mnemónicas. Un buen ejemplo de ello proviene de la observación del rendimiento mnemónico en niños que asisten a escuelas coránicas. En este tipo de escuelas, práctica sistemáticamente la memorización literal de párrafos del Corán. La estrategia para llevar a cabo la memorización consiste en enfatizar el orden de los elementos, repitiendo rítmicamente lo ya memorizado y añadiendo una palabra más en cada repetición. Scribner y Cole (1981) compararon niños educados en este tipo de prácticas con niños occidentales en diversas pruebas de memoria que exigían o no el recuerdo ordenado de los elementos. Mientras en las primeras los niños educados en escuelas coránicas aventajaban a los occidentales, en las segundas las diferencias desaparecían (Hatano, 1982). En resumen, esta línea de investigación sobre la memoria (como ejemplo de desarrollo cognitivo en un ámbito concreto) tiene en cuenta que el desarrollo tiene lugar siempre en determinado contexto cultural y a partir de ciertas prácticas que definen tanto las tareas que merece la pena resolver como los medios que se han de utilizar para resolverlas. Desde la perspectiva sociocultural del desarrollo, la comprensión de esos determinantes culturales es imprescindible para ofrecer una versión válida del desarrollo. Nuevas perspectivas socioculturales – 581 – Impacto sobre el desarrollo cognitivo de aspectos culturales no cognitivos Por último, una tercera línea de investigación que podemos diferenciar desde una perspectiva cultural del desarrollo cognitivo trata de relacionar éste con otro tipo de cuestiones tradicionalmente consideradas ‘no cognitivas’. Desde este punto de vista, se crítica a la separación radical entre pensamiento y sentimiento, o entre cognición e identidad. Para llegar a una comprensión de cómo se produce el desarrollo cognitivo situado, es imprescindible vincular ejecuciones cognitivas a cuestiones como los valores y la puesta en juego de la identidad personal y su manejo en el curso de participación en las en prácticas culturales. Un buen ejemplo de la importancia de los valores en el desarrollo, es, por ejemplo, el que aparece en las investigaciones de Hatano (1995; p. 252 y siguientes) sobre el aprendizaje de la ortografía de la lengua japonesa en los niños de ese país. En japonés existen dos tipos de ortografía: la hiragana, relativamente fácil ya que posee únicamente 71 signos diferentes, y la kanji, muy compleja (consta de más de 2000 signos diferentes) pero que representa la versión culta, utilizada en los periódicos, escritos formales y literarios, etc. Los niños japoneses aprenden sin dificultades la ortografía hiragana a partir de prácticas culturales que les son atractivas. La adquisición de la difícil ortografía kanji, sin embargo, se adquiere gracias (además de a unas prácticas culturales específicas) a la sanción cultural que recibe su uso como signo de madurez: se supone que los niños mayores han de saber kanji y esta habilidad es motivo de orgullo. Existen una serie de expectativas (edad, nivel intelectual y cultural) sobre las personas que son capaces de escribir kanji. Participar en determinadas actividades y de determinadas maneras puede ser visto como un indicio fiable de ser o no ser cierto tipo de persona. Y esta interpretación puede no sólo ser de los demás, sino que puede formar parte de nuestra propia. De esta manera, la manera que uno tiene de participar en ciertas instituciones es clave en la propia autoimagen. Y no sólo influye en las cosas en las que decidimos participar, también aquellas que evitamos. Si recordamos la reciente película Billy Elliot (quiero bailar) de Stephen Daldry (2000) nos damos cuenta de lo difícil que resulta sobreponerse a las expectativas que los temas tienen sobre nosotros. En la película, el protagonista, hijo de duros mineros ingleses, tenía que luchar contra su incomprensión para acudir a clases de ballet, algo muy alejado de la propuesta de su familia para sus horas libres: el boxeo. Desde un punto de vista científico, ejemplos especialmente estudiados en este sentido son los que ponen de manifiesto como la valoración social de ciertas materias en función del género las hace especialmente proclives bien a los chicos, bien a las chicas. Son numerosos los estudios que parecen mostrar un tratamiento diferencial de niños y niñas en áreas relacionadas con la ciencia, las matemáticas y la tecnología (por ejemplo, American Association of University Women, 1992; Tyack y Hansot, 1990). En este último caso, por ejemplo, la tendencia de los profesores a creer que las niñas tienen menos habilidades matemáticas que los niños llevan a muchos de ellos a creer que las niñas serán también menos competentes en informática (Clarke, 1990), lo que puede implicar, en último término, a tomar decisiones y tener actitudes que dificulten el progreso equivalente de niños y niñas en estas materias. Pero incluso cuando el – 582 – Nuevas perspectivas socioculturales número de hora delante del ordenador es similar entre niños y niñas, no está garantizado que ambos tengan una experiencia equivalente. Por ejemplo, se ha argumentado que el número limitado de ordenadores en el contexto escolar genera una competición que dificulta el acceso a ellos de las niñas (Mark, 1992). Mientras que los niños tienden a dominar el espacio ocupado por el ordenador y a monopolizar su uso, con un mayor tiempo de posesión del ratón o del teclado, las niñas tienden a tener una intervención más verbal (Clarke, 1990; Greaves, 1988). Incluso el propio uso del ordenador en unos y otros podría ser diferente: Sakamoto (1994) afirma que mientras las niñas prefieren utilizar el ordenador como fuente de información y para realizar actividades que enfatizan la expresión, el diseño o la comunicación, los niños lo usan sobre todo para jugar. En suma, muchas de las cosas que suceden en el aula pueden tener más que ver con mantener o proteger nuestra autoidentidad (a los ojos de los demás o a nuestros propios ojos) que propiamente con cuestiones académicas y de desarrollo de habilidades. Por ejemplo, a veces la necesidad de ser considerado en el grupo contradice la demostración de conocimientos en clase. Son bien conocidos por los profesores los esfuerzos, no precisamente en la ‘buena’ dirección académica de aquellos niños que quieren evitar ser etiquetados como los ‘empollones’ y que buscan ser aceptados por grupos que valoran aspectos diferentes (o incluso a veces contradictorios) con el rendimiento académico. Algunas investigaciones, como la de Cazden (1993; p. 204) dan ejemplos de cómo algunos niños se esfuerzan por reconciliar por una parte el seguimiento de las reglas que establece el profesor y el verse a sí mismos como ‘inteligentes’ e impresionar al profesor y, por otra, la necesidad de ser aceptado por ciertos grupos. Por ejemplo, responder en clase diciendo ‘La Paz no es la capital de Perú, señorita’ es un enunciado que cumple ambos objetivos. Las relaciones sociales y el estatus social presente en las situaciones de aprendizaje también tienen su influencia en el desarrollo y cambio de participación. De acuerdo con estos roles predefinidos, no todo es igualmente significativo, ni es definido como igualmente básico e importante. Wertsch (1991, p. 138 de la trad. cast.) ha mostrado esta influencia en el caso del aprendizaje del discurso de la ciencia entre escolares. Este autor analizó el comportamiento de los profesores en ciertas situaciones de aprendizaje. En una de esas situaciones (en la que se describía un objeto nuevo para los alumnos, un fragmento de piedra volcánica), al describir el objeto, la profesora lo hacía dando preferencia por sus propiedades abstractas, utilizando clasificaciones estandarizadas (en un lenguaje ‘científico’, mientras que, al menos al principio, los alumnos lo hacían de forma mucho más práctica, basándose en lo accidental. A partir de aquí, la profesora daba aprobación a los alumnos que lo hacen de manera ‘correcta’ (de manera similar a ella), mientras lo que se aparta de ello no recibe esa aprobación. Los niños aprenden que si quieren participar y quieren recibir atención y aprobación por parte del profesor, deben hacerlo de la manera que los profesores están priorizando, utilizando la terminología de Bajtín, en el género discursivo que propone (o impone) la persona con mayor estatus y a la que se atribuye mayor conocimiento. En este caso, se trata del género discursivo de la ciencia. Al final, los propios miembros de la clase valorarán las aportaciones de sus compañeros por su parecido a los estándares establecidos por los profesores. Nuevas perspectivas socioculturales – 583 – Serán ‘buenas’ aquellas aportaciones realizadas en términos científicos (muchas veces con independencia de su lógica interna). Las ‘malas’ aportaciones serán renegociadas, reconstruidas por el profesor (o los compañeros) para aproximarlas a las correctas. No tener en cuenta este papel de los valores y las metas culturales implica el peligro de interpretar erróneamente los datos provenientes de investigaciones realizadas otras culturas. No sólo el material utilizado ha de estar adaptado e integrado dentro de actividades que sean familiares para los individuos de esa cultura, sino que la tarea misma ha de tener sentido desde los valores y costumbres de la cultura en la que estudia. Un buen ejemplo de ello es el estudio llevado a cabo por Rogoff y Mistry (1990; pp. 212-213) con niños de nueve años occidentales y mayas. Estas investigadoras sometieron a ambos grupos de sujetos a una prueba de recuerdo de historias. Las historias fueron adaptadas en el caso de los mayas para que resultaran significativas desde el punto de vista de su cultura. Sin embargo, y pese a ello, su rendimiento mnemónico resultó ser muy inferior al de los niños occidentales: los niños mayas recordaron las historias de manera mucho menos fluida y necesitaron más preguntas por parte del experimentador. Rogoff y Mistry encuentran la clave en el tipo de evaluación que utilizaron: el niño tenía que explicar su recuerdo de la historia delante del experimentador. Esta tarea, que es muy habitual en las escuelas occidentales, en las que se potencia que el niño sea capaz de expresarse de forma autónoma ante una audiencia ya desde edades tempranas, era muy incómoda para los niños mayas. En su cultura, aunque frecuentemente oyen historias contadas por los mayores, no se ofrecen oportunidades para que el niño pase a ser contador de historias, especialmente cuando entre la audiencia hay adultos. Así, la situación experimental tenía implicaciones diferentes para los dos grupos de niños, lo que puede explicar el comportamiento de cada uno de ellos. En suma, como comentan Rowe y Wertsch (2002; p. 548), los medios (los instrumentos, los conocimientos, las prácticas y actividades, etc.) de los que dispone una cultura y que se supone que los niños han de dominar a lo largo del desarrollo no son neutrales, sino que presentan implicaciones y valores sociales decisivas, son parte de discursos más amplios y tienen sentido dentro de ciertas estructuras sociales, de relaciones de poder y de procesos históricos concretos que los han producido. No tener en cuenta esto puede hacernos caer en una versión etnocéntrica del desarrollo muy peligrosa. Desarrollo, cultura y self El self, palabra inglesa que significa ‘mismidad’ o ‘sí mismo’, representaría el núcleo de la persona, aquello que nos hace conscientes de nosotros mismos, nos individualiza y hace diferentes de los demás. Quizá la mejor traducción sería llamarlo ‘yo’, pero esta palabra tiene el inconveniente de estar, a diferencia del self que tratamos aquí, muy vinculada a teorías psicoanalíticas de la personalidad (recordemos que, desde este tipo de teorías, la personalidad se estructuraría en torno a tres instancias: el yo, el ello y el superyo). Diferentes aproximaciones disciplinarias (por ejemplo, la antropológica, la psicológica, la filosófica, etc.) dan lugar a versiones del self diferentes (y, dentro – 584 – Nuevas perspectivas socioculturales de ellas, diferentes autores también plantean visiones diferentes), aun dentro de la misma tradición que considera al self como un fenómeno cultural y socialmente constituido. Sin embargo, y de acuerdo con Bakhurst (1995, pp. 2-4), lo que comparten todas estas tradiciones es su oposición a una versión del self que este autor denomina ‘cartesiano’. Esta versión, que ha dominado nuestra cultura intelectual y tiene sus raíces, entre otros autores, en el pensamiento de Descartes, considera que la persona es, ante todo, un ente pensante. De acuerdo con Descartes, mente y cuerpo son sustancias cualitativamente diferentes (aunque se establezcan algún tipo de vínculo causal entre ellas, vínculo que por cierto nunca llegó a explicitar con claridad), y el self, la persona como ente pensante, es profundamente asocial. Cada uno de nuestros selves vive en su propio reino subjetivo y su vida mental tiene una integridad e independencia previa al contacto con otros selves. Así, los selves de los otros son, para nosotros y desde un principio, un objeto externo más susceptible de ser manejado por nuestro pensamiento. Esta concepción genuinamente individualista del self es a lo que se oponen los defensores del enfoque sociocultural de estudio del self. Desde esta tendencia, el self es construido a partir de la interacción social y de acuerdo con los instrumentos y recursos culturales en los que nos desarrollamos. Sólo a partir de estas fuerzas culturales podemos entender el nacimiento y la naturaleza del self, naturaleza que será diferente en cada cultura. Como comenta Sinha, ‘En la visión cartesiana, la mente ‘compartida’ es algo secundario respecto a la función primaria individual, en forma de representación privada e interna de pensamiento.' En una visión alternativa, la avanzada (entre otros, y a pesar de sus diferencias) por Mead, Vigotski y Bruner, las mentes individuales son un resultado evolutivo de la mente compartida, la subjetividad es la consecuencia de la intersubjetividad y no viceversa’ (Sinha, 2000; p. 201). Precisamente a partir de aquí podemos identificar dos de los temas que han sido objeto de más interés desde una psicología cultural del self: por una parte como se produce el proceso de construcción colectiva y cultural del self, por otra, a partir de estudios comparativos, en que sentido los self de diferentes culturas pueden ser diferentes. Respecto al primero de los temas de investigación, la construcción sociocultural del self, desde la psicología cultura se entiende que el self se constituye a partir de la participación de la persona en prácticas socioculturales que implican determinadas instituciones y significados, lo que dará lugar por una parte a que el self tenga determinadas características típicas de una cultura y pueda integrarse, verse a sí mismo como parte con un ente integrado precisamente en esos significados y prácticas de una determinadas comunidad cultural. Al igual que sucede con otros aspectos del ser humano, la experiencia cultural por una parte promueve y posibilita ciertas trayectorias evolutivas y configuraciones concretas del self, pero por otra, y al mismo tiempo, también restringe, hasta cierto punto, la variación cultural en esas configuraciones dentro de una comunidad (Gone, Peggy y Rappaport, 1999, p. 372). El proceso de construcción cultural del self comienza ya desde los primeros días, a los primeros gestos y vocalizaciones del niño se les atribuyen, según Bruner Nuevas perspectivas socioculturales – 585 – (1993, p. 532), significados específicos que son cruciales para permitir que el niño sea un compañero cada vez culturalmente más competente. Es por ello que, el propio Bruner, se pregunta si realmente ‘adquirimos’ la cultura que nos rodea o si, realmente, es la cultura que nos rodea la que ‘nos adquiere’ a nosotros. Quizá, junto a Bruner, la investigadora que más ha estudiando este proceso de aparición del self en la infancia desde un punto de vista cultural es Katherine Nelson. Nelson pone de manifiesto como la visión que ha prevalecido la mayoría de las investigaciones llevadas a cabo para estudiar el nacimiento de la autoconciencia descansan en las asunciones individualistas. Contemplan al niño como un constructor de teorías o esquemas sobre los otros y sobre sí mismos. Esta tarea, la construcción de las subjetividades y las intenciones de los otros, es afrontada por el niño en solitario, con aquellos ‘datos’ y capacidades de procesar la información que están a su alcance. El desarrollo de self, desde este punto de vista, es algo ‘interno’, fundamentado en unos datos cada vez más complejos y una capacidad cada vez mayor de procesar información, que le permite llegar a comprensiones más adecuadas de los mundos psicológicos de las personas, incluido su propio mundo psicológico. Nelson propone una visión diferente del self, fundamentada en la distinción clásica entre el self como sujeto y el self como objeto, que ya encontramos en las formulaciones de James (1890) o Mead (1934): • el self como sujeto (llamado por Nelson I experimentador), que representa aquella parte de nosotros mismos que percibe, que interpreta, que conoce, que actúa. • el self como objeto (al que Nelson se refiere como Me, o simplemente como self), que representa aquel conocimiento que se tiene acerca de uno mismo, lo que la persona cree que es. Para Nelson (2000), el I experimentador, aparece durante los primeros meses de vida y se desarrolla a medida que el desarrollo perceptivo y motor permite un mayor contacto con el mundo fuera de los límites corporales de sí mismo y de los demás partiendo de la premisa de que el niño está implicado activamente en el mundo desde el primer momento. La realidad de este I es la de existencia tal y como se está experimentando, sin conciencia de sí mismo. Este I experimentador de la infancia se muestra en la acción y en la interacción. El pasado para este I experimentador existe sólo como un depósito de experiencia que tiene efecto en el presente, no como un registro de experiencias específicas (Nelson, 1997). El futuro, por otra parte, es lo no existente, lo no imaginado. En este mundo no puede haber un self porque no hay una temporalidad a través de la que anclarlo. Lo que Nelson (2000; pp. 192-193) es que tanto la continuidad en el tiempo como el sentido de un self único con experiencias únicas no existen de manera independiente ni son construidas en solitario por el sujeto, sino que son constructos que dependen de las construcciones sociales colaborativas entre el niño y las personas que le rodean. En concreto, De intercambios simbólicos narrativos con otros significativos, intercambios sobre experiencias compartidas y no compartidas y sobre historias, mitos etc. de la cultura en la que estamos insertos. Estas fuentes ofrecen al niño conocimientos sobre un self continuo en el – 586 – Nuevas perspectivas socioculturales tiempo, desde un nacimiento que no se recuerda hasta una adultez imaginada (e, incluso, con el tiempo, un self que se vinculará con el pasado antes del nacimiento y con el futuro que no se vivirá, a través de la continuidad desde generaciones pasadas hasta generaciones venideras). Un self que será, además, reconstruido, renegociado y ampliado constantemente a lo largo de la vida. Esta transición desde un I experimentador (que, por otra parte, se mantendrá durante toda la vida) hasta un Me o self continuo y estable que se superpone a él y que implica un nivel de autoconciencia, se produce entre los 2 y los 5 años. La base para esa transición reside en la aparición del lenguaje como medio para hablar sobre experiencias alejadas del aquí y el ahora, y sobre experiencias de personas diferentes al propio niño, que le hacen ver perspectivas diferentes. Las narrativas sobre el pasado y el futuro, hablar uno mismo y escuchar a los otros, es lo que ofrece el ‘andamio’ para construir un self continuo. Los padres comienzan a hablar a sus hijos sobre acontecimientos y actividades pasadas y futuras que implican al propio niño ya desde edades muy tempranas. Estas conversaciones contribuyen a la toma de conciencia por parte del niño de su propia continuidad y extensión desde del pasado hasta el futuro. En estas narraciones, los adultos transforman escenas fragmentarias y a veces incoherentes vividas por el niño en narraciones que tienen sentido, que dar estructura a esas experiencias, que las dotan de un objetivo y de relaciones causales, y aportan un componente evaluativo a esa experiencia. Estas narrativas imponen un orden cultural sobre la acción del niño y clarifican su significado. También sirve para cristalizar la experiencia dentro de su estructura, formando un todo con sentido que puede ser recordado, reconstruido en otras ocasiones (Nelson, 2001; p. 28). Como comentamos en apartados anteriores, la organización temporal es una parte esencial de la narración. Esta temporalidad se incorpora dentro del habla y el niño finalmente la adopta como estructura para organizar su memoria de sí mismo, pasada y futura, para organizar su historia vital. El tiempo es incorporado en el habla al menos en tres aspectos: • La ordenación explícita de acontecimientos y actividades que forman parte de una escena, habilidad en la que los niños muestran gran pericia ya desde edades tempranas (Nelson, 1986). • El uso de deícticos para localizar determinado acontecimiento con relación al presente. El uso de estos deícticos (como ‘ayer’, ‘mañana’, ‘anoche’) es bastante más difícil para el niño. El uso de estos marcadores aporta una flexibilidad extraordinaria a la organización temporal del self y a su reorganización a medida que el sujeto experimenta acontecimientos. • La ordenación de escenas unas en relación a las otras, lo que muchas veces necesita del uso de herramientas externas al propio habla, como es el caso de calendarios. Con el uso de estas herramientas, somos capaces de ordenar y situar temporalmente aquellos acontecimientos importantes en nuestra vida. Sin duda, el manejo de esta dimensión temporal se adquiere en edades más tardías que las anteriores. El habla de los demás y sobre los demás, ya sea referida a experiencias pasadas o al presente, también pone de manifiesto para el niño la disparidad de Nuevas perspectivas socioculturales – 587 – perspectivas y de esta manera amplia el sentido del propio yo y la diferencia con los selves de los otros: el niño podrá tomar conciencia de que no sólo existen diferentes actores, sino que cada actor puede tener su propia perspectiva de la situación. Oír las historias de los otros, en las que el otro se representa con objetivos, conocimientos creencias, etc. que difieren de las del oyente, es un paso crítico hacia la representación de uno mismo como experimentador y sostenedor de una perspectiva diferenciada sobre el mundo. Este aspecto del self se potencia también a través de la construcción que los cuidadores hacen sobre la propia experiencia infantil, interpretando los objetivos, las motivaciones, los sentimientos, la percepción que tenía el niño de una situación determinada. Esto hace que el niño pueda aprender y relacionar el conocimiento sobre la propia visión del mundo con la forma que tienen los otros de interpretar nuestra visión del mundo. En niño puede empezar a ser conscientes de los efectos que provocan en los otros nuestras acciones. De acuerdo con Nelson (2001), entre los 3 y los 5 años el niño empieza a ofrecer narrativas sobre su experiencia, muchas veces apoyadas (‘andamiadas’) por los adultos (ver, por ejemplo, Fivush, 1994; Fivush, Gray y Fromhoff, 1987) y paralelamente al desarrollo del lenguaje. Bruner (1990a; 1990b) incluso sitúa la génesis de la estructura narrativa en la interacción social preverbal, para él la necesidad de construir narraciones es el impulso que determina incluso el orden en el que se adquirirán diferentes formas gramaticales. Así, los requisitos para construir narraciones (formas que garanticen la agentividad u acción de protagonistas dirigidas a metas, formas para enlazar secuencialmente acontecimientos y estados mentales paralelos, formas para conciliar lo canónico con lo excepcional y formas para diferenciar al narrador de la narración) se manifiestan en la manera y secuencia en la que los niños adquieren el lenguaje y sus formas gramaticales: De acuerdo con Bruner (1990a; p. 86 de la trad. cast), dispondríamos de una predisposición hacia la organización narrativa que nos permite comprenderla y utilizarla de modo fácil y rápido, aunque es la cultura quién nos permite que la pongamos en práctica gracias al conjunto de herramientas con las que nos dota para construir esas narraciones y a las tradiciones de contar e interpretar en las que comenzamos a participar desde muy pronto, dentro de la familia y de la comunidad. Como hemos visto, el niño participa en el ‘drama’ familiar de manera práctica, los adultos que le rodean cuentan historias y dan sus versiones sobre los acontecimientos, unas versiones que pueden variar de una vez a otra y en la que puede estar incluido el niño. Muy pronto domina las formas lingüísticas claves para narrar y muy pronto también se da cuenta de que se ve afectado por el modo en el que las cosas se cuentan. A través de esta práctica situada de la narración los niños comienzan a utilizar esta importante herramienta cultural. Por ejemplo, los niños a menudo oyen relatos en los que ellos participan, pero contados, desde la perspectiva de otras personas (sus hermanos, sus padres, etc.) En esas versiones a menudo se cuentan las cosas de manera contraria a los intereses del niño. Esto potencia la necesidad de narrar él mismo, de exponer su versión, una versión en la que los deseos e intereses del niño se justifiquen y puedan hacerse compatibles con los de las personas que le rodean. A través de las narraciones, los niños son capaces de justificarse, de hacer comprensibles sus objetivos, de engañar incluso, todo ello evitando confrontaciones con las – 588 – Nuevas perspectivas socioculturales personas que quieren y de las que dependen, vinculando sus intereses con lo canónico, con lo sancionado, de manera que esos intereses se conviertan en su prolongación. Estas primeras historias sobre uno mismo contienen ya los ingredientes de temporalidad y diferencia de perspectivas entre el yo y los otros, y serán las bases para un desarrollo posterior de las narrativas del self en estas dos direcciones. En resumen, y según Bruner (1997b; p. 133), un punto de vista sociocultural sobre el self implica reconocer que: • son el resultado de un proceso de construcción de significados en comunidad • No son núcleos aislados, sino que se encuentran ‘distribuidos’ de forma interpersonal. • No surgen desarraigados en respuesta sólo al presente, también toman significado a partir de las circunstancias históricas que dan forma a la cultura de la que son expresión. Si aceptamos este punto de vista, hemos de reconocer entonces que diferentes culturas pueden estar constituidas y dar lugar a diferentes ‘encarnaciones’ de self. Precisamente esta diversidad cultural e histórica del self es otro de los temas de investigación más frecuentemente abordados desde esta perspectiva. En este caso, sin embargo, el tratamiento de este tema no es tanto (o al menos no directamente) una derivación o desarrollo a partir de la tradición que parte de la psicología sociocultural soviética, como sí lo era en el caso de los ámbitos de investigación revisados anteriormente. En este caso se bebe más bien de fuentes centradas en la Antropología. No obstante, como veremos, es una línea que tiende a converger con las anteriores. Así, estas diferentes formas culturales del self, que implican diferentes formas típicas de pensar, de sentir, de hacer, se encuentran enraizadas y estructuradas a partir de ciertos contextos culturales, que incluyen significados, prácticas e instituciones que marcan las maneras de vivir y entender a las personas en una determinada cultura. Por ejemplo, Shweder, Goodnow, Hatano, Lévine, Markus, y Miller (1998; p. 901) definen ciertas tendencias que caracterizan la manera típica del self occidental (europeo o norteamericano) y del self del lejano oriente, del Este asiático. Según ellos, el self occidental tendería a ser... a) Separado, limitado, estable, consistente b) Fundamentado en atributos (rasgos, metas, preferencias) c) Claro, confiado, articulado, elaborado d) Controlador e) Diferente de los otros selves y orientado hacia la unicidad f) Sensible a verse a sí mismo bajo una luz positiva g) Orientado al éxito h) Expresivo y entusiasta Nuevas perspectivas socioculturales – 589 – Sin embargo, en las culturas del lejano oriente, los selves culturalmente aceptables tenderían a ser: a) Conectados b) Fundamentados en el contexto c) Relacionales, flexibles, maleables, responden preferencias y sentimientos de los otros a las expectativas, d) Similar a los demás y preocupado por ajustarse a ellos e) Autocríticos, particularmente sensibles a la posibilidad de no ser adecuado f) Orientado hacia la mejora g) Abierto, receptivo La construcción del self en las clases medias europeas y norteamericanas tiende a enfatizar y potenciar su independencia e individualidad. El self es experimentado como el centro de una serie de atributos internos (capacidades, habilidades, rasgos de personalidad, valores, actitudes, sentimientos) y la persona es inclinada a referirse y describirse a sí mismo en esos términos abstractos y descontextualizados, que se perciben como consistentes entre situaciones y permanentes en el tiempo (Markus y Kitayama, 1991; p. 226). En consecuencia, una meta importante del desarrollo en la cultura occidental, dentro de esa visión del self, es ‘definir continuamente esos atributos y asegurarse que se expresan y afirman de manera persistente’ (Markus, Mullally y Kitayama, 1997; p. 13, la traducción es nuestra) De acuerdo con algunos autores, el lenguaje juega un papel en la construcción y en la expresión de ese self individual que es el centro de nuestra experiencia. La preeminencia del ‘yo’ como sujeto gramatical, agente y controlador, protagonista de las acciones, sujeto activo más que sujeto pasivo y receptor es muy diferente a como otros lenguajes no occidentales que enfatizan los acontecimientos por encima de los protagonistas, siendo la persona sumergida dentro de ese acontecimiento que pasa a primer plano (Shweder y cols, 1998; p. 902). Esta preeminencia del sujeto individual en la cultura occidental podemos rastrearla en las pautas de crianza que potencian la autonomía y la individualidad: desde el énfasis en conseguir andar solo lo antes posible, hasta la consecución lo más tempranamente de hábitos de higiene independientes, dormir en su propia cama, etc. (Shweder, Belle-Jansen y Goldstein, 1995). A los niños se les enseña a perseguir la Victoria, a verse a sí mismos como capaces de conseguir metas individuales, por encima si es necesario de los demás. La construcción del self, como hemos visto, es diferente en las culturas del este asiático (China, Japón, Corea), que más que la individualidad promueven la relación fundamental del individuo con los otros individuos que forman parte de la comunidad En los japoneses (una cultura especialmente estudiada en este sentido), por ejemplo, la empatía es un valor fundamental, de manera que la subjetividad se entiende como algo que implica necesariamente la interdependencia con un todo mayor que incluye a la persona y a los otros y que se configura con una – 590 – Nuevas perspectivas socioculturales constante referencia al entorno, al contexto (Oerter, Oerter, Asostiani, Kim y Wibowo, 1996). El self interdependiente también posee una serie de atributos internos, como capacidades, opiniones, juicios y características de personalidad. Sin embargo, esos atributos internos se entienden como específicos a ciertas situaciones, y por ello mudables, poco fiables. Como tales, es probable que desempeñen un papel menor en la regulación del comportamiento, especialmente si implica a otros significativos. En numerosos dominios, a las propias opiniones, competencias y características se les asigna un papel secundario. De hecho, de acuerdo con Markus y Kitayama (1991; p. 227), en el self interdependiente la propia autonomía se entiende como algo secundario y restringido por la tarea fundamental de la interdependencia. La noción de self interdependiente está vinculada a una tradición filosófica monista, en la que la persona se piensa que forma parte de la misma sustancia que el resto de la naturaleza. Muchas culturas no occidentales creen en la esencial inseparabilidad de los elementos básicos, incluidos el self y los otros, o la persona y la situación. Esta visión holista se opone a la cartesiana, a la tradición dualista que caracteriza el pensamiento occidental, en el que el self es algo que está separado de los objetos y del mundo natural. Al igual que hemos descrito con el self occidental, el self interdependiente oriental también parece estar fundamentado en prácticas de crianza específicas. En contraste con lo que es típico para las clases medias en Europa o en Estados Unidos, en Japón las prácticas de crianza no enfatizan la independencia desde edades lo más tempranas posible. A los niños, por ejemplo, raramente se les deja dormir solos, o bañarse solos cuando son un poco más mayores. En general, se tiende a potenciar la interdependencia por encima de la independencia. La atención hacia los compañeros, la cooperación y la conciencia de la propia situación dentro de un orden social parecen ser los valores dominantes en la educación en Japón (Shweder y cols, 1998; p. 903). Las relaciones, incluso entre adultos (por ejemplo, las del patrón con sus empleados), muchas veces adoptan un perfil familiar que a los ojos occidentales puede parecer de dependencia, alienación o paternalismo. Sin embargo, desde el punto de vista japonés, el énfasis en la independencia occidental parece un signo de infantilismo, de inmadurez, ya que es no reconoce la relevancia del entramado de relaciones en las que el self individual está implicado. En contraste con la tendencia occidental hacia el logro y el éxito, que muchas veces se equipara a una valoración de los propios atributos y características, en Japón se es más sensible a las características negativas del propio self, una actitud de ‘humildad’ que es coherente con los valores de interdependencia, aunque desde un punto de vista occidental pueda ser entendida en ocasiones como una infravaloración, como un ‘hacerse de menos’ (Kanagawa, Cross y Markus, 2001; p. 91). En la Tabla 9.2 vemos una comparación entre ambos tipos de self en la que se resumen las ideas que hemos venido exponiendo. Nuevas perspectivas socioculturales – 591 – Característica Self independiente Self interdependiente Definición Separado del contexto social Conectado con el contexto social Estructura Delimitada, unitaria, estable Flexible, variable Características importantes Internas, privadas (capacidades, sentimientos, pensamientos) Externas, públicas (estatus, roles, relaciones) Tareas Ser único, expresarse uno mismo, llevar a término los atributos internos, promover las metas propias, ser directo (di lo que piensas) Pertenecer, ajustarse, ocupar el lugar correcto, implicarse en las acciones adecuadas, promover las metas de los otros, ser indirecto (imagina que quiere el otro) Papel de los otros Autoevaluación: importantes para la comparación social Autodefinición: las relaciones en los otros en contextos específicos definen el self Fundamentos de la autoestima Capacidad de expresar el self, validación de los atributos internos Capacidad para ajustarse, mantener armonía con el contexto social Tabla 9.2. El self independiente y el self interdependiente: variaciones culturales. Tomado de Markus y Kitayama (1991; p. 230) Diversidad teórica en la psicología sociocultural actual Como hemos comentado en anteriores apartados (ver también capítulo 7), el descubrimiento en occidente de la psicología sociocultural soviética y de la obra de Vigotski en particular supuso un momento de cambio en los estudios culturales del desarrollo. Así, como ponen de manifiesto Rogoff y Chavajay, ‘la disponibilidad de los escritos de Vigotski en inglés ofreció una perspectiva teórica que ayudó a que los investigadores en el área de la cultura y la cognición examinaran y reformularan todo el sistema de asunciones de este campo’ (Rogoff y Chavajay, 1995; p. 862; la traducción es nuestra). Sin embargo, sería erróneo pensar que esta perspectiva teórica presenta un perfil homogéneo. Los trabajos realizados por psicólogos occidentales han permitido reformular y extender las propuestas de una obra que, como la vigotskiana, es incompleta. El conocimiento de otros autores de esta perspectiva sociocultural soviética (Luria o, en especial Leontiev o Bajtín), la influencia de trabajos de otras disciplinas (por ejemplo, de la Antropología) o, incluso, los cambios en la traducción de las obras y conceptos fundamentales de Vigotski (ver, por ejemplo, Daniels, 2001; pp. 9-13) son, entre muchos otros, factores que han contribuido a que el enfoque sociocultural del desarrollo presente – 592 – Nuevas perspectivas socioculturales actualmente un panorama diverso, no exento como veremos de debate y discrepancia. En un intento por simplificar esta complejidad y fragmentación, autores como Kruger y Tomasello (1996; p. 369; aunque también podemos encontrar esta misma idea en Del Río y Álvarez, 1994, p. 27) plantean la existencia, dentro de los autores interesados por el origen sociocultural del desarrollo, de dos corrientes diferenciadas: • Un enfoque, de carácter más individual, en la línea de las visiones tradicionales de la persona en la cultura mantenidas desde la psicología de Vigotski, que distingue entre el individuo y la cultura en la que nace y en la que se desarrolla. Desde este punto de vista, es importante explica la manera en la que el niño es capaz de enculturarse, de adoptar la cultura que le rodea para mejorar su funcionamiento individual. En una palabra, es necesario explicar como el niño internaliza aspectos de la cultura. • Un segundo enfoque, de carácter más radicalmente social, que enfatiza las formas socioculturalmente distribuidas de aprendizaje, aprendizaje que consiste básicamente en la participación en actividades sociales significativas que tiene como resultado que los niños se vuelvan más habilidosos y competentes. Desde este punto de vista, el desarrollo se reduce a una transformación en los modos de participación y tipos de actividades en las que se participa, sin aludir a procesos de internalización de aspectos culturales. Desde nuestro punto de vista, esta diferencia en el modo de abordar el desarrollo tiene que ver además con la dinámica entre los aspectos idealistas y materialistas de la cultura de los que hemos hablado en apartados anteriores. El primero de los enfoques opta por mantener cierto dualismo entre lo individual y lo social, y será fundamental la noción de instrumento de mediación de naturaleza semiótica como elemento que es capaz de conectar ambas esferas. El segundo enfoque, en contraste, se aparta de estas nociones más ‘idealistas’ de la cultura y escoge un abordaje más materialista del desarrollo, en lo que lo importante son las prácticas y la actividad cotidiana. Desde este segundo punto de vista, la internalización simplemente no es necesaria, y se considera un residuo de la herencia individualista que ha dominado la psicología durante todo el siglo XX. Esta distinción es paralela a la que pone de manifiesto Daniels (2001; p. 14) al diferenciar entre dos líneas de desarrollo entre los seguidores de Vigotski: aquellos que se han centrado fundamentalmente en el análisis de la mediación a partir de instrumentos simbólicos y, por otra parte, aquellos que se han centrado fundamentalmente en la mediación a partir del concepto de actividad. Mientras aquellos seguirían de manera más fiel la tradición vigotskiana, en estos identifica además otras fuentes de influencia, entre las que destaca las ideas de Leontiev (ver capítulo 7). Quizá la discusión que más diferencias establece entre una y otra manera de contemplar el desarrollo desde un punto de vista sociocultural se encuentra en el concepto de internalización, central para unos, innecesario para otros. Nuevas perspectivas socioculturales – 593 – Sin embargo, antes de revisar los argumentos que desde uno y otro lado se esgrimen para defender cada posición, creemos interesante revisar brevemente las propuestas de tres investigadores que nos pueden ayudar a entender mejor la discusión: se trata de Lave, Rogoff y Werstch. Mientras las dos primeras se sitúan claramente en una postura contraria a la internalización (una postura en la que la práctica, la actividad, ocupa el lugar central), Wertsch se sitúa a nuestro juicio en un interesante punto medio, y desarrolla las ideas de Vigotski en otras direcciones. Exponer las propuestas de Lave, Rogoff y Wertsch, por otra parte, ayudará a equilibrar la ya conocida posición de Vigotski (la vimos en el capítulo 7) y a comprender mejor en qué sentido parten y se separan de él. Posteriormente, y para cerrar este apartado, volveremos al tema de la internalización. Lave y la participación periférica legítima Los trabajos de la antropóloga Jean Lave han tenido un importante impacto en la perspectiva sociocultural del desarrollo, especialmente intentando vincular el desarrollo a los entornos y prácticas cotidianas en los que tiene lugar. Ya en sus primeros estudios (que podemos encontrar resumidos y revisados en su libro ‘la cognición en la práctica’, de 1988 en su versión en castellano), esta investigadora traslada el análisis de una actividad cognitiva tradicionalmente estudiada en contexto de laboratorio, como es la habilidad matemática para resolver problemas aritméticos a su práctica en la vida cotidiana. Estudia la forma en la que las personas, de manera informal, aplican conocimientos matemáticos en prácticas como la compra en supermercados, el cálculo de ofertas, el cálculo de calorías y dietas, etc. En sus estudios, pone de manifiesto cómo estas prácticas no son sólo ‘cognitivas’ en un sentido intraindividual, sino cómo están ligadas a determinados contextos, a determinados objetivos e interacciones entre personas. Estos estudios presentan además un abordaje metodológico novedoso y coherente con los presupuestos teóricos de los que se parte. El método utilizado es cercano a la observación participante, en la que, por ejemplo, las personas o los grupos analizados hablaban espontáneamente sobre sus estrategias, modos de abordar las situaciones, objetivos, etc. quedando registradas estas conversaciones en la cinta de audio del investigador. Este método acerca estos estudios a una especie de ‘antropología de la vida cotidiana’. Esta valoración de la práctica y el pensamiento cotidiano se opone, según Lave, a una tendencia histórica a minusvalorar los contextos cotidianos y los procesos que se ponen en juego en ellos frente a ciertos contextos especiales, como los de laboratorio, diseñados de manera específica para el estudio de procesos cognitivos. Argumenta que, desde ciertas corrientes cognitivas tradicionales, se ha tendido a igualar el pensamiento cotidiano a un pensamiento poco elaborado, poco desarrollado, primitivo, mientras se priorizaba el estudio del pensamiento científico. Esta diferencia se asemejaría a la conocida dicotomía de Levy-Strauss entre el pensamiento ‘salvaje’ (de culturas primitivas o, el de nuestros ancestros) y el pensamiento ‘moderno’, dicotomía que se plantea en los siguientes términos: – 594 – Nuevas perspectivas socioculturales Culturas salvajes Culturas domésticas ‘Frías’ ‘Calientes’ Neolítica Modernas Ciencia de lo concreto Ciencia de lo abstracto Pensamiento mítico Pensamiento científico Pensamiento mágico Conocimiento científico Artesano Ingeniero Intuición, imaginación, percepción Pensamiento abstracto Empleo de signos Empleo de conceptos Mitos y ritos Historia Tabla 9.3. Comparación entre formas de pensamiento ‘primitivas’ y ‘modernas’ (Lave, 1988; p. 95 de la trad. cast) De hecho, si contemplamos, por ejemplo, la teoría de Piaget, vemos como su objetivo es precisamente explicar cómo la persona llega al conocimiento científico, caracterizando el pensamiento en ciertos momentos de la infancia en los mismos términos ‘primitivos’ que observamos en la tabla. La importancia que Lave atribuye a la práctica como elemento configurador de la cognición tiene como consecuencia una reconsideración de cuestiones que se habían asumido desde la las teorías tradicionales de desarrollo cognitivo y aprendizaje. Lave (1996, pp. 12-17) distingue al menos cuatro: • La división entre aprendizaje y otras formas de actividad y la necesidad de instituciones formales cuya misión es, precisamente, que la persona aprenda. Esta concepción asume, por una parte, que la relación de la persona con sus conocimientos esencialmente permanece estática, no cambia excepto cuando se involucra en ciertos procesos que denominamos ‘desarrollo’ o ‘aprendizaje’. Desde una visión que pone la práctica y la participación en actividades cotidianas en el centro, estas divisiones no tienen sentido. • La visión del aprendizaje como una transmisión de un conocimiento ‘objetivo’, ‘pre-empaquetado’, lo que implica que una concepción uniforme de este conocimiento. Desde el punto de vista de Lave y sus colegas, el conocimiento es algo mucho más fluido, y en cada ocasión esta conformado por los intereses de los actores, los objetivos y las circunstancias, lo que implica una mayor apertura a la ‘re-creación’ del conocimiento en los intercambios cotidianos, a la improvisación y la incorporación de novedades. Desde este punto de vista, las ‘zonas de desarrollo próximo’, más que ser individuales, son colectivas y se establecen a partir de la práctica y la Nuevas perspectivas socioculturales – 595 – interacción cotidiana entre personas que define los fenómenos y lo que es importante saber de ellos y es capaz de extender y cambiar este conocimiento como respuesta a los dilemas y contradicciones que se plantean entorno a la actividad en curso. • En tercer lugar, las teorías cognitivas tradicionales entienden el proceso de aprendizaje como algo universal, y a los actores y el conocimiento como entidades básicamente intercambiables y homogéneas (quizá sólo diferentes cuantitativamente, en cuanto a capacidad o cantidad). Las teorías del aprendizaje situado ven este proceso como algo único en cada ocasión, que depende en cada momento de las interpretaciones, perspectivas, estatus, intereses, etc. de cada participante, convirtiendo a la actividad situada en un proceso por definición heterogéneo, multifocal y, en muchas ocasiones, implicando conflictos entre los participantes, conflictos que se negocian insitu y contribuyen al carácter creativo de la actividad, como hemos visto en el párrafo anterior. • Por último, la práctica situada supone una reconceptualización de lo que se entiende por ‘error’ e ‘incapacidad para aprender’. Desde esta perspectiva, lo que es erróneo y lo que no son entidades dadas por supuestas, ‘objetivas’, sino entidades que se construyen social e históricamente, y llaman la atención sobre las relaciones de poder entre actores, y los esfuerzos de cada uno de ellos para privilegiar ciertos puntos de vista y deslegitimar otros a través de la construcción del error. Esta forma de entender la cognición y el desarrollo cognitivo pretende, como vemos, superar la visión dualista que separa al individuo de su contexto, analizando ambos por separado: un desarrollo que acontece dentro del individuo, un contexto que influye desde el exterior en este desarrollo. Desde esta perspectiva, y parafraseando a Lave (1988; p. 17 de la traducción castellana), la cognición observada en la práctica cotidiana se distribuye (desplegándose, no dividiéndose) entre la mente, el cuerpo, la actividad y los entornos organizados socialmente, que incluyen a otros actores. Este aprendizaje situado para Lave está ligado a la participación en determinadas comunidades de práctica formadas por aprendices (por ‘recién llegados’) y de expertos (de ‘veteranos’): aprender no es internalizar conocimiento, sino transformarse, a partir de la participación, en un miembro de una comunidad. Debido a que este proceso supone implicarse en una comunidad ya en funcionamiento a través de participaciones en principio periféricas, pero legitimadas por la comunidad, Lave y Wenger (1991; p. 21) utilizan el término de participación periférica legítima para describir su concepción del aprendizaje y el desarrollo. Desde la perspectiva de Lave, no hemos de pensar en estos contextos donde ocurre el aprendizaje, las comunidades de práctica, como algo ligado a la enseñanza e instrucción escolar tradicional. Por comunidad de práctica entienden una agrupación de personas que persiguen y valoran ciertas empresas y que tienen a su disposición ciertos medios (las prácticas) para lograrlas, medios que son dominados de forma diversa por los miembros de la comunidad. Así, las comunidades de práctica son ubicuas y todas las personas participamos – 596 – Nuevas perspectivas socioculturales en muchas de ellas en nuestra vida cotidiana. El aprendizaje dentro de ellas se realiza, en la mayoría de ocasiones, de forma no intencional. Llegar a ser un experto en una cierta comunidad no implica solamente dominar un conjunto compartido de conocimientos abstractos o un lenguaje determinado, sino también (y sobre todo) ser capaz de funcionar dentro de la comunidad, comunidad en la que se dan cierto tipo de formas de relación entre sus miembros y con otras comunidades (tanto con las que se solapa en parte como con las que son competidoras o rivales). De esta manera, el aprendizaje se contempla como algo esencialmente colectivo, no individual. Este sentido de integración, de colectividad, se subraya al caracterizar una comunidad de práctica como una organización social en la que recién llegados y veteranos son interdependientes: los veteranos son quienes llevan el peso de la comunidad y los recién llegados necesitan de ellos para llegar a funcionar con personas ‘maduras’ dentro de esa comunidad. Al mismo tiempo, el éxito y la permanencia en el tiempo de la comunidad depende de que ese proceso de convertirse en ‘veterano’ tenga éxito y de que, a la larga, los que una vez fueron recién llegados reemplacen a los inicialmente ‘veteranos’. Por otra parte, un rasgo muy característico de la propuesta de Lave es la integración en ella de aspectos no estrictamente cognitivo. Para Lave aprender (llegar a formar parte de una comunidad como miembro maduro) que tiene que ver no tanto con la adquisición de ciertos conocimientos del mundo como con una forma de ser en el mundo social. Lave, a diferencia de la posición clásica de Vigotski, que subraya los aspectos instruccionales de la interacción entre maestros y aprendices, enfatiza como esta participación cada vez mayor va unida (y está potenciada) a la formación de cierta identidad por parte del aprendiz. El proceso de aprendizaje es también un proceso por el que aprendiz se identifica con la comunidad de práctica a medida que va adquiriendo un papel más central en ella, y esta identidad motiva, configura y da sentido a los cambios que experimenta el aprendiz. Para Lave (1991; p. 65), por un lado disponer de cada vez más conocimientos y ser cada vez más habilidoso en los términos definidos por cierta comunidad de práctica a medida que participamos en ella, y por otro desarrollar una identidad como miembro de esa comunidad son, en realidad, parte de un mismo proceso. Lave (1991; pp. 72-74) ilustra su descripción del aprendizaje como participación en comunidades de aprendizaje analizando una situación alejada de los contextos formales de enseñanza: los grupos de ayuda mutua de Alcohólicos Anónimos. Define estos grupos como comunidades de aprendizaje, en las que los recién llegados (los novatos), poco a poco van desarrollando identidades como alcohólicos que ya no beben. En las primeras reuniones, los recién llegados participan de forma muy periférica, quizá sólo escuchando las historias de los ‘veteranos’ de la comunidad. Observan una serie de modelos validados por el grupo que les permite comprender su funcionamiento, las metas que se persiguen y el proceso a seguir para su consecución. De hecho, estas metas incluso están materializadas en decálogos a seguir. Al poco tiempo, los recién llegados comienzan a definirse ellos mismos como miembros de la comunidad (‘Me llamo X y soy alcohólico’), construyendo al mismo tiempo una identidad (identidad que va a reconstruir su manera de concebir el proceso que le ha Nuevas perspectivas socioculturales – 597 – llevado al grupo y qué se espera de él en el futuro) y adoptando unas formas de comportamiento (unas ‘habilidades’ o ‘competencias’ de acuerdo con la noción tradicional del desarrollo y el aprendizaje) que le permiten participar de forma cada vez más central. Daniels (2001; p. 72) ofrece un ejemplo de comunidad de práctica aún más extremo, en el que ni siquiera es necesaria la interacción cara a cara ni la presencia de un lugar físico: los grupos que confluyen en espacios virtuales mediados tecnológicamente, como los chats o los foros de Internet. La participación inicial del novato en estos sitios generalmente implica un primer momento de observación de cómo fluye la interacción entre los ya expertos: qué lenguaje utilizan, qué es rechazado y qué admitido por los miembros, etc.. A diferencia de los expertos (o veteranos), el novato sólo se lanzará a participar activamente en situaciones en las que esté totalmente seguro de que no infringe ninguna norma ni ofende o entorpece a la comunidad. Con el tiempo, y a partir de participaciones cada vez más complejas y arriesgadas, el novato irá adquiriendo una posición cada vez más central en la comunidad, lo que implicará identificarse en cierta medida con ella, sostener sus valores y metas. Fruto de este interés en la actividad e interacción cotidiana como contexto en el que la persona desarrolla competencias y habilidades (o formas de comprensión y participación cambiantes) es, por ejemplo, el volumen editado por Chaiklin y Lave (1996), en el que se exponen ejemplos de análisis de este tipo en campos muy diferentes entre sí: desde el aprendizaje de habilidades relacionadas con la navegación (Hutchins, 1996) hasta la de los médicos de atención primaria (Engeström, 1996), desde la actividad de los herreros (Keller y Keller, 1996) hasta la de los investigadores en inteligencia artificial (Suchman y Trigg, 1996). Todas estas investigaciones, centradas en la noción de ‘comunidades de práctica’ nos hablan de lo prometedor de la perspectiva. Rogoff y la participación guiada De entre los diferentes autores que han seguido la obra de Vigotski y que estamos repasando en este apartado, si hay uno que ha tenido una gran influencia en la Psicología Evolutiva (más allá incluso de la propia perspectiva sociocultural), esa es Barbara Rogoff. Al igual que hemos visto en Lave, la perspectiva de Rogoff intenta vincular conceptos que ya hemos comentado en otros capítulos (conceptos como los de intersubjetividad, andamiaje o transferencia de control, que vimos en el capítulo 7) dentro de un marco más inclusivo que incorpore aspectos de tipo cultural, con el objetivo de contribuir a la vinculación del individuo y el mundo social, una dicotomía que, en su opinión, los paradigmas psicológicos dominantes (incluido el pensamiento de Vigotski) han contribuido a consolidar. El propósito de Rogoff no es, por lo tanto concretar los procesos que se dan en la zona de desarrollo próximo y que ayudan al paso de lo interpsicológico a lo interpsicológico (concreción que si buscan los conceptos y propuestas mencionadas en los apartados anteriores), sino incluir todo este conocimiento dentro de una perspectiva más amplia que permita poner en relación los – 598 – Nuevas perspectivas socioculturales procesos individuales, los interpersonales y los comunitarios-culturales (Rogoff, 1993, 1998, 2003). Para Rogoff (Rogoff, Radziszewska y Masiello, 1995; p. 127), la unidad de análisis es la actividad, una actividad que se centra en personas implicadas en empresas con significado sociocultural con otras personas, empresas en las que se trabaja en y con prácticas e instrumentos culturales que han sido heredados de generaciones anteriores. A partir de esta actividad, las personas y los grupos pueden contribuir a extender a transformar esos instrumentos y prácticas y contextos institucionales en los que se sitúan. Es una unidad de análisis que intenta no separar la actividad individual de la actividad social y del contexto y herramientas socioculturales en las que se enmarcan. El concepto fundamental en la propuesta de Rogoff, que le sirve para extender la zona de desarrollo próximo vigotskiana, es el de participación guiada. Así, el concepto de zona se desarrollo próximo se ha aplicado generalmente a situaciones donde hay una instrucción explícita (típicamente conducida a través de un diálogo) entre un maestro más mayor, más experimentado, más competente, y un aprendiz más joven, con menos conocimientos. En el estudio de este concepto vigotskiano, ya desde las investigaciones del propio Vigotski se ha estado centrado en formas más bien académicas de pensamiento y discurso y en la investigación dentro del modelo de socialización occidental. Rogoff utiliza el término participación guiada para referirse a interacciones adulto-niño no únicamente en estas situaciones, sino también durante las múltiples actividades cotidianas, rutinarias que llevamos a cabo en nuestra vida diaria y que compartimos con compañeros de diferente tipo (algunas veces más capaces que nosotros, otras veces no). La participación guiada es ‘el proceso y sistema de implicación de individuos los unos con los otros, cuando se comunican e implican en actividades compartidas’ (Rogoff y cols. 1993; p. 6). Desde la perspectiva de Rogoff, actividades que compartimos tan absolutamente cotidianas como hacer tareas de la casa, vestirse para salir, ayudar a hacer la comida, etc. ayudan a configurar la cognición infantiles tanto o más que los entornos educacionales más formales. Una diferencia importante entre las propuestas de Rogoff y las de Vigotski es que este parece enfatizar sobre todo el papel del maestro más que el del aprendiz en el proceso de desarrollo, de manera que este proceso se describe de forma similar a un proceso de transmisión cultural unidireccional, en la que el aprendiz juega un papel más bien pasivo-receptivo. Desde el modelo de la participación guiada de Rogoff, el individuo, la interacción y la actividad cultural significativa en la que participan forman un todo que cambia. Así, se subraya el papel activo del aprendiz, destacando como este puede influir también en el maestro y en la propia situación interactiva, así como los cambios que puede experimentar esa situación y, en sentido amplio, la comunidad cultural, en el curso del desarrollo. En palabras de la propia Rogoff: Es incompleto centrarse sólo en la relación del desarrollo individual y la interacción social, sin interesarse por la actividad cultural en la que las acciones personales e interpersonales tienen lugar. Y es incompleto asumir que el desarrollo ocurre en ciertos planos y no en otros (por ejemplo, que los niños se desarrollan pero que sus compañeros o sus Nuevas perspectivas socioculturales – 599 – comunidades culturales no), o que la influencia se puede adscribir en una u otra dirección, o que podemos cuantificar las contribuciones relativas de cada participante (por ejemplo, de los padres al su hijo, del hijo a sus padres, de la cultura al individuo) (Rogoff, 1995; p. 141; la traducción es nuestra). Los principios generales de la participación guiada son los mismos en todas las culturas: con la ayuda de los cuidadores y compañeros, los niños participan y comienzan a manejar las actividades culturales que les rodean. Así, el papel de los participantes en este proceso parece ser independiente de la cultura en algunas dimensiones: • Se intenta vincular, establecer puentes entre lo ya conocido y lo nuevo para lograr una base común de comprensión sobre la que fundamentar la contribución de cada uno en la actividad, para asegurar la construcción de espacios de intersubjetividad. Al principio se puede discrepar sobre como se ve una situación, pero a través de la búsqueda compartida de una perspectiva común (en la que la comunicación lingüística juega, a partir de cierto momento, un papel privilegiado), los participantes llegan a compartir pensamientos para, de esta manera, poder extender su comprensión. En la interacción adulto-niño esta tarea de establecer puentes no es algo que corresponda únicamente al adulto, los propios niños son activos en esa búsqueda de vínculos entre lo ya conocido y lo nuevo, a través de pistas que obtienen en sus cuidadores. • Los adultos estructuran situaciones y seleccionan actividades y materiales que consideran apropiados en función del nivel de desarrollo que perciben en los niños. Garantizan así la participación del niño en situaciones que pueden ser accesibles y potencialmente solucionables por el niño. El adulto estructura las situaciones de manera que se establece cuál es el problema a resolver, cuál es el objetivo final que se persigue y como este objetivo puede ser alcanzable a través de la consecución de una serie de objetivos parciales generalmente más simples y accesibles para el niño. Como vemos, esta descripción corresponde al concepto de andamiaje antes comentado. Sin embargo, Rogoff enfatiza como en esta selección y estructuración de las actividades, el niño también juega un papel, mostrando o no su interés y preferencias por unas o por otras, con lo que el proceso se convierte en cualquier caso en un proceso compartido. • Los adultos, en el transcurso de la interacción, aseguran que se dé un traspaso de la responsabilidad y del control en la resolución de la situación, de manera que si al principio la iniciativa y el control es llevado por el adulto, progresivamente este se hace pasar al niño. En este proceso es clave, como ya comentamos anteriormente, la percepción que tiene el adulto respecto a la competencia que está adquiriendo el niño en cada momento. Para Rogoff, esta transferencia de control tampoco sería posible sin un papel activo del niño. Aunque el proceso de participación guiada podría ser universal, la manera en la que se lleva a cabo varía en función de cómo los niños son percibidos y tratados en cada cultura. Las metas del desarrollo y los medios que se ponen a disposición del niño, ya sea para observar o participar en actividades – 600 – Nuevas perspectivas socioculturales culturalmente importantes, ya sea para recibir instrucción sobre esas actividades fuera del contexto mismo de la actividad, también varían en función de la cultura. Un ejemplo especialmente ilustrativo en este sentido lo obtenemos de la investigación realizada por Rogoff y sus colaboradores para comparar diferencias en el proceso de participación guiada entre culturas (Rogoff y colaboradores, 1993). En su estudio Rogoff contrastó dos tipos generales de culturas: • Aquellas donde con comienzo de los años preescolares los niños se separan de los adultos y reciben información e instrucción culturalmente relevantes fuera del contexto de la actividad cotidiana (esto es, en la escuela). Las sociedades occidentales serían un buen ejemplo de este tipo de cultura. • Aquellas en las que los niños están en contacto directo y continuo la mayor parte del día con adultos, lo que les permite observar e interactuar con ellos mientras realizan actividades culturalmente relevantes. Observaron a niños y sus cuidadores en actividades cotidianas (por ejemplo, vestirse, comer, etc.), en juegos sociales y mientras jugaban con objetos novedosos. Aunque los niños y cuidadores en todas las comunidades interactuaban de manera que se permitía el desarrollo de una comprensión de la tarea por un parte, y de la participación en ella por otra (es decir, existían ciertos parámetros comunes en el proceso de participación guiada, tal y como los hemos expuesto anteriormente), también se apreciaban algunas diferencias importantes entre culturas. Aquellas donde la instrucción se recibía de forma descontextualizada en instituciones organizadas para tal fin (por ejemplo, las culturas occidentales) enfatizaban más la instrucción verbal que la no verbal. Los adultos ofrecían una una estructura para potenciar la implicación del niño en el aprendizaje, a la vez que utilizaban técnicas afectivas para motivar y animar esta participación. Se instruía a los niños en tareas específicas. En contraste, las culturas tradicionales, en las que la instrucción se encontraba vinculada a la vida cotidiana y contextualizada dentro de tareas rutinarias, utilizaban comparativamente más la comunicación no verbal, y pocas veces instruían a sus hijos en una tarea particular. Quizá debido a que los niños estaban entre adultos la mayor parte del día, observando comportamiento adulto competente y interaccionando con adultos mientras realizaban actividades sociales importantes, las habilidades de observación son más importantes y están mejor desarrolladas. La conclusión a la que llega Rogoff a partir de estudios de este tipo es que no hay un único camino para llegar a ser un miembro competente en una sociedad. En función de las demandas de una comunidad particular, se pueden utilizar diferentes formas de participación guiada. No hay una mejor que otra: depende de cómo se supone que se va a tener que comportar un adulto competente en cada sociedad. En sus propias palabras, ‘para comprender el desarrollo hemos de comprender la variación en la dirección y curso del desarrollo individual en diferentes comunidades, ya que no existe un desarrollo genérico independiente de las comunidades reales y sus prácticas’ (Rogoff, Radziszewska y Masiello, 1995, pp. 129-130; la traducción es nuestra). Desde el punto de vista de la participación guiada en actividades culturalmente relevantes, Rogoff (1993, 1998) contempla el desarrollo como la transformación Nuevas perspectivas socioculturales – 601 – en esta participación a lo largo del transcurso de la actividad. Es decir, la clave para el estudio del desarrollo es examinar cómo las personas participan en actividades socioculturales y cómo su participación cambia de ser relativamente periférica y jugar papeles secundarios a asumir roles con responsabilidad en la gestión o transformación de las actividades. Esta concepción del desarrollo y del aprendizaje implica un paso importante: lo importante es la participación en actividades y como cambia esta participación, no tanto la transferencia de conocimientos o de competencias desde una persona a otra o desde un plano supuestamente exterior al individuo a un supuesto plano interno. Es decir, Rogoff se cuestiona la utilidad del propio concepto de internalización. Más recientemente, sin embargo, Rogoff ha intentado integrar su visión del aprendizaje fundamentado en la participación con la visión, quizá más tradicional, del aprendizaje fundamentado en la transmisión de conocimientos de un experto a un o unos novatos en un marco más amplio. En este sentido, Rogoff y sus colaboradores (Rogoff, Paradise, Mejía, CorreaChávez y Angelillo, 2003; p. 176) diferencian lo que ellos llaman aprendizaje a partir de la participación con interés (intent participation) y a partir de la instrucción planificada (assembled-line instruction). Mientras la primera está vinculada a la implicación activa del niño en actividades informales y cotidianas culturalmente relevantes, la segunda recoge el aprendizaje a partir de la transmisión de información que los expertos realizan de manera planificada y con un objetivo intencionalmente educativo y destinado obtener ciertos resultados. La distinción entre ambas formas de aprendizaje en varias dimensiones se expone en la tabla 9.4: Participación con interés Instrucción planificada (intent participation) (assembled-line instruction) Estructura de la participación Colaborativa, horizontal, con responsabilidades que fluyen entre los participantes Jerárquica, con roles prefijados que se intentan seguir Roles Personas con experiencia guían al tiempo que actúan y dejan participar. Los aprendices toman la iniciativa Los expertos planifican, gestionan y dividen las tareas, pero no participan en ellas. Los aprendices reciben información La motivación es fundamental en la actividad. Se comprende la relación de pasos a dar para conseguir el propósito. La motivación es principalmente extrínseca, a partir de recompensas y castigos. A veces no se conocen los pasos a dar conseguir el propósito Aprendizaje a partir de la observación durante la participación en empresas compartidas Aprendizaje a partir de lecciones y ejercicios muchas veces descontextualizados, fuera de toda empresa con un propósito en sí misma Motivación y propósito Fuentes del aprendizaje – 602 – Nuevas perspectivas socioculturales Comunicación Evaluación Participación con interés Instrucción planificada (intent participation) (assembled-line instruction) Comunicación a partir de la acción conjunta, palabras y gestos se aportan y demandan la información a medida que se necesita Comunicación principalmente verbal: cuestiones e interrogantes que se plantean a los aprendices La evaluación tiene lugar durante las empresas compartidas y ayuda al aprendizaje La evaluación frecuentemente separada del aprendizaje, para poner a prueba el conocimiento de recetas Tabla 9.4. Características contrastadas de los dos tipos de aprendizaje que plantean Rogoff y sus colaboradores (adaptado de Rogoff, Paradise, Mejía, Correa-Chávez y Angelillo, 2003; p. 185). Ambas formas de aprendizaje estarían presentes y serían efectivas durante toda la vida de la persona, con lo que no se conciben como una dicotomía, sino como formas complementarias que pueden estar presentes en alguna medida en toda situación de aprendizaje. Por otra parte, la diferencia no es exactamente la misma que la tradicional de aprendizaje informal y aprendizaje formal, ya que esta se fundamenta más en el lugar en el que se da el aprendizaje (fuera o dentro de las aulas) que en tipo de proceso de aprendizaje, que es precisamente lo que enfatizan Rogoff y sus colaboradores. De acuerdo con ellos (Rogoff y cols, 2003; p. 184), en un aula se dan los dos tipos de aprendizaje (y no sólo la instrucción planificada), mientras que, de manera similar, la interacción en la familia a veces puede ser de un tipo y a veces de otro. Rogoff y sus colaboradores también enfatizan que los tipos de aprendizaje que distinguen tampoco están necesariamente vinculados a ciertos dominios de actividades o contenidos. Así, no todos los aprendizajes de teorías o conceptos abstractos son de tipo instrucción planificada, ni todos los aprendizajes procedimentales o concretos son del tipo participación con interés. Estos dos tipos de aprendizaje, aunque presentes a lo largo de toda la vida, sí mostrarían sin embargo diferentes culturales e históricas. Así, en muchas comunidades rurales no occidentales se subraya el aprendizaje por participación, mientras que en la cultura occidental se han creado instituciones destinadas a impartir una instrucción planificada, en la que los niños se segregan del resto de la sociedad y actividades ‘maduras’ durante unas horas para someterse a la instrucción de contenidos planificados dirigidos por un profesor. Como veremos posteriormente, estos dos tipos de aprendizaje pueden interpretarse como dos formas de interpretar la herencia de la escuela sociocultural rusa: una más basada en los instrumentos y la interiorización de instrumentos, la otra más en la actividad y la participación. Como hemos visto, aunque intenta integrar ambas, las aportaciones de Rogoff básicamente se centran en esta última perspectiva. Nuevas perspectivas socioculturales – 603 – Wertsch y la acción mediada Como ya comentamos en el capítulo 7, James V. Wertsch es uno de los autores que más ha contribuido a difundir la obra de Vigotski en occidente. Su libro Vigotski and the social formation of mind, publicado en 1985 es una referencia inexcusable en este sentido. Como era de esperar, sus propuestas en cuanto al desarrollo desde un punto de vista cultural derivan directamente de las de Vigotski. Sin embargo, en su configuración actual, estas propuestas van más allá y han integrado ideas procedentes de otros investigadores también soviéticos (Leontiev o, especialmente, Bajtín, a los que ya nos hemos referido en apartados anteriores de este capítulo) y de otros norteamericanos (por ejemplo, Burke y su enfoque dramatístico de la acción y los motivos humanos, que tiene en cuenta cinco grandes dimensiones: el acto, la escena, el agente, la agencia y el propósito). El resultado es una propuesta que por una parte enfatiza la actividad, como ya hemos visto en Rogoff o Lave, pero por otra sigue manteniendo en el centro al instrumento mediador como elemento que conecta el desarrollo personal con la sociedad y la historia. En consecuencia con ello, Wertsch (1995, p. 60; 1998, p. 23-24) postula la acción mediada como la unidad de análisis apropiada para la perspectiva sociocultural, una unidad de análisis que tenga en cuenta la dialéctica (la ‘tensión irreductible’ en palabras de Wertsch) entre el agente y los instrumentos mediacionales que usa. Esta unidad de análisis permite: • Superar el individualismo metodológico y conceptual que ha caracterizado a la Psicología, y que centra el estudio de la acción en la persona aislada, sin referencia al entorno sociocultural en el que se desarrolla, que le configura y en el que actúa. • Vincular la acción a los contextos socioculturales en los que se sitúa. Esto es posible dado que los instrumentos mediacionales son de naturaliza inherentemente sociocultural y se encuentran situados cultural, institucional e históricamente. Contemplar la acción mediada (agente + instrumento mediador) como la unidad de análisis fundamental permite redefinir la misma noción de agentividad, de responsabilidad en las acciones: estas son imposibles de realizar por un individuo en solitario, sólo tienen sentido cuando contemplamos al individuo operando con instrumentos culturales. De esta manera, en la acción medida hemos de contemplar la contribución de los agentes, pero también de los instrumentos mediadores que se utilizan. Sólo a partir de la conjunción de ambos polos podemos entender la acción. Esta noción de acción mediada presenta importantes implicaciones respecto al desarrollo. Por ejemplo, Wertsch (1998; p. 31) afirma que el uso de determinados instrumentos mediadores no es neutro para el sujeto (para el agente), sino que ese uso contribuye a cambiar al propio agente, que no es el mismo antes y después del dominio en el uso de las herramientas. Este dominio reorganiza el comportamiento del sujeto y le dota tanto de nuevas posibilidades nuevas de acción como de unas restricciones y caminos privilegiados para actuar – 604 – Nuevas perspectivas socioculturales de una manera y no de otra que no poseía antes de utilizar la herramienta. Es decir, la mediación permite y multiplica el poder de ciertas acciones, pero a la vez restringe o impide otras. Estas restricciones muchas veces pasan desapercibidas en las acciones habituales, pero son evidentes cuando, a partir de la invención o perfeccionamiento de nuevos instrumentos, nuestro rango de acciones posibles cambia. De esta manera, al preguntarnos qué se desarrolla no hemos de remitirnos únicamente al sujeto aislado, sino al sistema que forma el agente con los instrumentos mediadores que es capaz de usar. Esta afirmación supone que el estudio del desarrollo implica analizar los cambios en la habilidad del individuo para utilizar y llegar a dominar ciertos instrumentos de mediación a partir de su experiencia con ellos, pero también, por otra parte, analizar cómo el cambio histórico de las herramientas mediadoras culturales contribuye a ese desarrollo. La introducción de nuevos mediadores o el cambio en algunos de ellos cambia inevitablemente la acción mediada, por lo que hablar de una supuesta ‘capacidad’ individual descontextualizada, sin tener en cuenta los mediadores, tiene poco sentido (Wertsch, 1998; p. 45). De acuerdo con Wertsch, este cambio en los mediadores culturales en la mayoría de ocasiones no responde a una intención de los agentes que las usan para mejorarlos, sino más bien a hallazgos accidentales y aplicaciones no previstas de instrumentos diseñados para otros fines. Otro aspecto esencial y, a nuestro juicio, especialmente interesante de las propuestas de Wertsch, es su amplia noción de instrumento de mediación. Como vimos en el capítulo 7, aunque Vigotski originalmente tenía también una visión amplia de los instrumentos mediadores, en la práctica se dedicó únicamente al lenguaje. Wertsch recupera las ideas de Bajtín y considera como instrumentos mediadores fundamentales ya no al lenguaje como sistema de signos abstracto, sino a ciertas configuraciones del lenguaje como son los géneros discursivos (formas de lenguaje asociadas a ciertas situaciones y temas típicos) y los lenguajes sociales (formas de lenguaje asociados a ciertos grupos de hablantes). Wertsch, además (y a diferencia de Vigotski) enfatiza la conexión de esos mediadores sociales con la estructura de poder y autoridad que caracteriza a los contextos socioculturales en los que vivimos, y estudia como ciertos instrumentos discursivos están investidos con estas connotaciones de poder, presentan ciertos privilegios o valores que otros no tienen y se invocan en situaciones específicas para poner en práctica ese poder. Sin embargo, Wertsch, fiel a su idea central de la acción mediada como unidad de análisis, procura no caer en un cierto determinismo cultural que contempla a las personas como sometidas a discursos sociales más allá de ellas mismas. Cada uso del lenguaje y de ciertos géneros discursivos es diferente y tiene efectos prácticos específicos, no totalmente determinados por la naturaleza sociocultural de ese mediador: la acción mediada implica al mediador, pero inherentemente unido a la persona que lo usa en cada situación específica. Esta diferencia es especialmente evidente en situaciones en las que el hablante invoca cierto lenguaje social o género discursivo (fenómeno que Bajtín denominaba heteroglosia), pero con intenciones diferentes a las que normalmente implica ese lenguaje o género. Es decir, en ocasiones somos capaces de utilizar Nuevas perspectivas socioculturales – 605 – correctamente cierto instrumento, pero nos resistimos a apropiarnos y hacer nuestras sus connotaciones. Es la diferencia entre dominar un instrumento y apropiarnos de él, diferencia que volveremos a recuperar en el siguiente apartado. El desarrollo y el aprendizaje: ¿un proceso de internalización o de apropiación? La internalización implica una separación entre una mente individual y un mundo externo. Es un proceso por el que el individuo aislado pasa a poseer un repertorio de conocimientos, habilidades o competencias y, a partir de su experiencia social, resultaría que otros conocimientos, habilidades o competencias cruzarían la frontera de la mente individual para ampliar ese repertorio personal. La internalización es el movimiento de fuera a dentro a través de la frontera impuesta por una mente individual. Desde la perspectiva de Rogoff (1993, p. 139-143; 1998; p. 689) o Lave (1991; p. 79), en cambio, el aprendizaje no implica dar o recibir algo de un modelo externo, no implica una ‘ingestión’ en el que el profesor sería quien provee de ‘alimento’: los individuos simplemente cambian su forma de participar, un proceso que Rogoff denomina apropiación (Rogoff, 1995, p. 142) y que Lave describe en su concepto de participación periférica legítima. La participación en actividades socioculturales no implica copiar algo que ya estaba inventado a lo que se ha tenido acceso e introducirlo en un repertorio mental, sino que es un proceso creativo en el que los participantes dominan y comprenden ciertas actividades a medida que las desarrollan, siendo esta comprensión la base para futuras participaciones en esa misma actividad. De acuerdo con Rogoff (1993, p. 142), el concepto de internalización también implica ciertas asunciones sobre el tiempo y su papel en la explicación del desarrollo que no comparte en absoluto. Para Rogoff, a la hora de comprender el desarrollo, es un error dividir el flujo temporal en pasados, presentes y futuros. Cuando una persona actúa en el presente lo hace sobre la experiencia previa, en ese momento el pasado es presente. Por otra parte, también se actúa sobre objetivos futuros, que se hacen presentes también en ese momento. Desde su punto de vista, nos equivocamos si pensamos en el pasado como un almacén de memoria donde vamos acumulando ítems en forma de conocimientos o habilidades adquiridas (las habilidades que vamos internalizando, por ejemplo). Por ejemplo, sería absurdo decir que los músculos de las piernas de un niño de seis años han de invocar a un ‘almacén’ donde se guardan todas las habilidades y entrenamientos adquiridos: es su presente el que ya es de una manera determinada en función de las experiencias previas. De igual manera, la participación del niño en una tarea cognitiva no ha de comprenderse describiendo el acceso a habilidades almacenadas (internalizadas): es la experiencia previa la que ha configurado la forma de participación presente. Wertsch (1993, p. 169; 1998, p. 48) comparte con Rogoff esta crítica al concepto de internalización. Para este autor, la internalización presupone (y de esta manera refuerza) el dualismo entre lo externo y lo interno, entre lo individual y – 606 – Nuevas perspectivas socioculturales lo social, a la vez que supone asumir la prioridad de los procesos y estructuras mentales que existen dentro del individuo, lo que según él ha sido una constante a lo largo de la historia de la Psicología. La internalización supone convertir estas esencias internas independientes en el objetivo del desarrollo. Por otra parte, también se apunta que el uso de ciertos instrumentos mediadores de forma abierta no tiene por qué tender a una meta final, superior, que sería su uso ‘internalizado’. El uso de ciertos instrumentos de mediación nunca se internaliza en este sentido, aunque a partir de ese uso sí se produzcan cambios en el agente que los usa (Wertsch, 1998; pp. 50-51). El caso de las herramientas materiales es claro en este sentido: una calculadora no se ‘internaliza’ tras haber pasado primero por un uso externo, aunque ese uso sí implica un cambio en el agente que la utiliza. Wertsch, sin embargo, aporta aún más matices que Rogoff o Lave y propone diferenciar aquello que tradicionalmente se ha etiquetado bajo el concepto de internalización en dos aspectos diferentes: • Por una parte, sustituye la ‘internalización’ como adquisición de habilidades por lo que él denomina dominio (mastery). Este dominio se entiendo como el uso más o menos experto por parte de un agente de cierto instrumento sociocultural de mediación. En este sentido, sería algo muy similar al concepto de apropiación de Rogoff. En general, no se trata de transferir una actividad externa a un ‘plano de conciencia’ interno, preexistente, sino que a partir en este dominio de los instrumentos de mediación se trata el proceso por el que ese propio plano interno se forma. El dominio es, al igual que la apropiación de Rogoff, un proceso de transformación caracterizado por una serie de cambios del funcionamiento abierto del individuo (en su papel y participación en actividades socioculturales: lo que Wertsch denomina acción mediada, como hemos visto anteriormente) que se producen simultáneamente a cambios en la comprensión de la propia actividad (en el agente) y de los instrumentos de mediación implicados en ella (en el mediador). • Por otra parte, Wertsch identifica un segundo uso del término ‘internalización’ como el proceso por el que la persona ‘hace suyos’ ciertos instrumentos y comprensiones culturales. En este caso, Wertsch propone el término ‘apropiación’ (lo que, dicho sea de paso, crea cierta confusión terminológica con la ‘apropiación’ de Rogoff). Para Wertsch (1998; pp. 5357) en muchas ocasiones dominio y apropiación van de la mano, se dan al mismo tiempo, pero en otras esto no es así. Por ejemplo, en ocasiones una persona es perfectamente capaz de usar (de dominar) cierto instrumento de mediación, pero simplemente se resiste a hacerlo o lo hace sin identificarse con lo que implica ese uso desde un punto de vista sociocultural (es decir, lo domina, pero no se lo apropia). Como vemos, esta visión del desarrollo como un proceso de participación cambiante o dominio por una parte consigue superar el dualismo procesos individuales-procesos sociales y por otra consigue no privilegiar a los procesos individuales (a la actividad en solitario) por encima de los procesos sociales, como la meta del desarrollo e indicador de madurez (Matusov, 1998, p. 331). Quizá esta discusión podría interpretarse como la defensa de cierto modelo de Nuevas perspectivas socioculturales – 607 – aprendizaje y desarrollo por encima de otro, cuando ambos quizá tienen su lugar, como hemos visto anteriormente en la diferencia que Rogoff establece entre ‘participación con interés’ y ‘instrucción planificada’ (Rogoff, Paradise, Mejía, Correa-Chávez y Angelillo, 2003; p. 185). Como resumen, en la tabla 9.5 encontramos las principales posiciones de las propuestas que estamos repasando en estas líneas. Modelo de internalización Modelo de participación (Vigotski, Valsiner) (Rogoff, Lave) Los planos social y psicológico están separados. En la ontogénesis el plano social incide sobre el psicológico. Los planos social y psicológico se constituyen mutuamente. En la ontogénesis lo que cambia es la actividad y la participación de la persona en la actividad Las actividades conjuntas y solitarias están separadas. La actividad solitaria es evolutivamente más avanzada que la correspondiente conjunta. Las actividades conjuntas y solitarias son aspectos inseparables de la actividad sociocultural. La actividad mental no puede entenderse sin referencia a la participación del individuo en un flujo de actividades socioculturales La persona toma habilidades de una actividad y las lleva a otra. Las habilidades son independientes de los contextos. Ni el individuo ni sus habilidades trascienden a la actividad sociocultural en la que están inmersos. El curso del desarrollo está definido de manera objetiva por la naturaleza sociocultural del ser humano. Este curso es universal. Las nociones de desarrollo, actividad y aprendizaje tienen un significado renegociado en cada contexto sociocultural El desarrollo se debe estudiar como una comparación de las habilidades y funcionamiento antes, durante y después de una intervención social diseñada para promover la zona de desarrollo próximo y la internalización. El desarrollo se observa y estudia como un proceso de cambio en la participación validado por una comunidad también cambiante. Tabla 9.5. Diferencias entre el modelo de internalización y el modelo de participación. Elaboradas a partir de Matusov (1998; pp. 329-330) Como podemos deducir de la tabla, no todos los autores de la perspectiva sociocultural comparten, sin embargo, esta visión tan radical de la internalización, visión que simplemente la suprime y sustituye por los procesos de apropiación o de dominio. Por ejemplo, entre los problemas que desarrollo y el aprendizaje desde una destacado que eliminar el concepto de aprendizaje al contexto concreto en el suscita esta forma nueva de entender el posición radicalmente sociocultural se ha internalización y vincular todo proceso de que el niño actúa y practica (y al cambio – 608 – Nuevas perspectivas socioculturales progresivo en esas prácticas) puede implicar problemas en la explicación de la transferencia del conocimiento de unas situaciones a otras (Lemke, 1997; p. 50) y de la consistencia intersituacional. Desde el punto de vista cognitivo (y desde un modelo sociocultural que implique internalización), esta transferencia y consistencia viene explicada por la presencia en la mente individual de conocimientos y habilidades que han sido, de alguna manera, descontextualizados, y que por ello son de potencial aplicación en un amplio rango de situaciones y tareas. Desde el punto de vista de la participación guiada, esta ‘transferencia’ de conocimientos y habilidades es más difícil de explicar. Argumentan, por ejemplo, que esa ‘transferencia’ de conocimientos y habilidades se convierte también en una empresa culturalmente guiada: se asume que es la cultura quién señala que una situación es similar a otras en las que ya se tiene experiencia de participación. De esta manera, la cuestión de la generalidad o de la consistencia, más que ser un dado por supuesto, se convierte en una cuestión empírica susceptible de ser extraída a partir de la observación patrones de variación y de similitud (Rogoff y Angelillo, 2002; p. 223). Además, se argumenta también que las diferentes comunidades comparten hasta cierto punto artefactos (materiales o ideales, en forma de ideas y conceptos), lo que puede servir de ayuda para comportarse de manera similar en situaciones en las que este solapamiento con otras conocidas exista (Hatano, 1999; p. 85). Un segundo aspecto crítico respecto al modelo de apropiación es que, mientras parece explicar de manera relativamente satisfactoria el dominio progresivo de habilidades de tipo práctico y procedimental: cómo un novato participa en una comunidad de expertos y, poco a poco, su manera de participar cambia para actuar cada vez más de acuerdo con los estándares de competencia de esa comunidad. Sin embargo, cuando nos alejamos de la actividad y analizamos procesos de aprendizaje puramente simbólico-conceptuales (sin actividad abierta) la explicación es menos satisfactoria. Al mismo tiempo, en este tipo de aprendizajes la idea de instrumentos simbólicos parece más adecuada. Kruger y Tomasello (1996; p. 369) también argumentan que, gracias a la referencia a cualidades y competencias individuales internalizadas como podemos comprender el fracaso en la enculturación de algunos individuos, aunque se enfatice también con ellos la participación en actividades culturales. Se refieren, por ejemplo, a la incapacidad de los niños autistas o de primates en para integrarse o desarrollar un cultura por mucho que participen (profundizaremos más en las propuestas de Tomasello en apartados posteriores). Por último, Valsiner (1991; pp. 311-312) también se plantea hasta que punto la posición de Rogoff o Lave no implica negar de alguna manera la existencia y la relevancia de procesos y estructuras psicológicas individuales, internas. Desde su punto de vista, parece excesivo negar la actividad y el esfuerzo intelectual internos del propio individuo en el logro de niveles cada vez más sofisticados y complejos de conceptualizar el mundo que implica participar de manera diferente en sus actividades a medida que avanzamos en el desarrollo, aún afirmando la naturaleza esencialmente social que subyace en los orígenes de ese proceso. Así, las personas no únicamente nos apropiamos o dominamos una actividad aumentando nuestro nivel de comprensión, sino que vamos más allá y podemos Nuevas perspectivas socioculturales – 609 – recombinar creativamente los elementos comprendidos para generar nuevas formas de participación (y nuevas actividades) no conocidas hasta entonces. De hecho, la historia de la evolución cultural es una historia de nuevas creaciones. Valsiner (Lawrence y Valsiner, 1993; Valsiner, 1996) propone mantener el concepto de internalización para dar cuenta de la dinámica entre lo individual y lo social, lo intrapersonal y lo interpersonal. Una internalización que ha de entenderse no como un una copia interna de algo externo, sino como un proceso de transformación de lo que se nos ofrece como input cultural, como un proceso de co-construcción activa por parte de la persona que lo recibe. El input transformado por el individuo, a su vez, se utilizará al servicio de la coordinación y la recombinación de las estructuras de conocimiento previamente existentes. Autores como Martí (1996; pp. 102-108 de la trad. cast.) o Valsiner (1992; pp. 72-76) defienden un segundo proceso complementario a la internalización, el proceso de externalización, proceso que se refiere a las actividades por las que lo que ha pasado a ser parte del sistema conceptual (lo que se ha reconstruido en el plano individual) se proyecta de nuevo al plano social, de manera que se cierra un ciclo constante de mutuas influencias de lo social en lo individual y de lo individual en lo social. Desde este punto de vista, negar estos procesos de internalización y externalización a favor del proceso genérico de ‘participación’ y ‘apropiación y cambio en la participación’, tal como hemos visto de propone Rogoff, Lave o Wertsch, podría suponer ignorar la tensión que existe entre lo individual y lo social en el proceso de desarrollo a favor de una amalgama poco explicativa y un discurso ambiguo (Valsiner, 1998; p. 353), precisamente cuando quizá es en esa tensión donde podría estar la clave misma del desarrollo (Carelli, 1998; p. 358) Esta dinámica entre la internalización y la externalización es en cierta medida paralela a los dos procesos que Valsiner (2001, pp. 91-95) ha expuesto recientemente para dar cuenta de la génesis y desarrollo de los signos y los sistemas de signos: los procesos de generalización abstayente (abstracting generalization) y de especificación contextualizadora (contextualizing especification). De acuerdo con el primero de los procesos, la internalización en el plano interpersonal del signo y su uso como regulador del comportamiento implica un proceso de abstracción, por el que se desvinculan del signo algunas de las propiedades de los referentes (de los significados concretos) inicialmente vinculados a él. Esta generalización implica un distanciamiento del signo de la situación concreta en la que apareció, de manera que el signo se independiza de ella. Gracias a ello, según Valsiner (2001; pp. 89-92): • El signo nos permite encontrar la estabilidad abstracta, lo que permanece más allá de su uso concreto • Somos capaces de encontrar relaciones entre signos e, incluso, de generar signos de un nivel de abstracción mayor, cuyos referentes sean otros signos, construyendo una jerarquía semiótica de cada vez mayor abstracción. Estos signos autónomos que capturan la estabilidad de nuestro mundo nos permiten, por una parte, controlar las situaciones directamente relacionados con su contexto de aparición, pero, y gracias a la flexibilidad que proporciona su – 610 – Nuevas perspectivas socioculturales abstracción, aplicarnos a nuevas situaciones y poder desencadenarlas, modificarlas o suprimirlas. Este proceso, complementario a la abstracción, es especificación contextualizadora. Podemos entender mejor este proceso de abstracción-recontextualización a partir de la Figura 9.1. Figura 9.1. La generalización del signo y sus efectos en los procesos mentales (Tomado de Valsiner, 2001; p. 91) En el plano interpersonal, la presencia de signos muy abstractos ayuda, según Valsiner, a que tengamos una base de intersubjetividad sobre la que iniciar la comunicación, para, el ella, llegar a contextualizar nuevamente de forma más concreta esos signos abstractos en situaciones específicas de uso (Valsiner, 2001; p. 95). Estos procesos descritos por Valsiner han sido criticados (crítica, que, en buena medida se puede hacer extensiva a la noción de signo de Vigotski, en la que sin duda están inspirados) por privilegiar, en el fondo, la actividad intramental del sujeto, dejando de lado la actividad intermental, comunicativo y su aspecto cultural (Rockwell, 2001; p. 100), además de por contribuir a la separación entre lo individual y lo social. Rogoff, como podemos suponer, podría compartir estas críticas. Nuevas perspectivas socioculturales – 611 – Psicología evolucionista cultural Para comprender el comportamiento humano es absolutamente necesario comprender cómo se origina ese comportamiento. En esta confianza en el método genético, propia de Piaget o Vigotski, se fundamenta la relevancia que ambos teóricos otorgan a la Psicología Evolutiva como clave para entender el comportamiento humano. En el caso de Vigotski, como vimos en el capítulo 7, esta confianza va aún más allá, al sobrepasar el estudio ontogenético y tratar otros tipos de cambio: el cambio microgenético, el histórico-cultural y el filogenético. Sin embargo, en la práctica, este principio genético se ha concretado en numerosos programas de investigación que estudian el cambio microgenético o el ontogenético (o como ciertos cambios microgenéticos pueden afectar al desarrollo ontogenético), mientras que por el contrario existen menos pocas concreciones del estudio de otras facetas del cambio, como son el cambio filogenético o el cambio histórico cultural (Cole, 1995; p. 193). En esta encrucijada se encuentra precisamente el trabajo de Michael Tomasello, y es este autor quién quizá ejemplifica mejor este intento integrador y quién, quizá, ha llevado más lejos esta empresa hasta el momento. Tomasello propone una teoría integrada del desarrollo, que incorpora elaborados argumentos antropológicos e históricos para explicar los antecedentes y la evolución de la mente humana, así como una versión de cómo, desde estos antecedentes, se produce el desarrollo ontogenético, aportando una versión del desarrollo en la que la cultura tiene un peso fundamental. Su versión de la Psicología Evolutiva cultural, como veremos, además de incorporar esta vertiente evolucionista que falta en otras, proporciona una visión que, por una parte no olvida el papel del individuo en la adquisición y cambio cultural, y por otra se extiende hacia el lenguaje como herramienta fundamental en la aparición de habilidades y competencias fundamentales, ofreciendo un papel relevante al discurso en esta aparición (discurso, que, como veremos, es el concepto clave de los modelos que comentaremos en el apartado siguiente). Precisamente es este carácter integrador de su teoría lo que nos ha inclinado a dedicar un espacio más extenso del habitual a las propuestas de un único autor contemporáneo. Tomasello (1999; p. 48) comienza por plantear la poca utilidad de los modelos explicativos que han intentado incorporar argumentos de tipo filogenético en la explicación de la ontogenia. Estos modelos, de acuerdo con su argumentación, han estado viciados por el debate entre genes y ambiente, entre nature y nurture, un debate que ha sido planteado tradicionalmente en términos de independencia de ambos factores y de cuantificación de la contribución de cada uno de ellos en el desarrollo de la persona. Desde este punto de vista, se ha tratado de determinar qué capacidades son innatas o hasta qué punto otras pueden ser configuradas por el ambiente, tomando siempre estas capacidades desde un punto de vista atemporal (transversal, podríamos decir, y no longitudinal, procesual). Este debate entre genes y ambiente, entre lo innato y lo adquirido, es hoy en día una de las cuestiones de más actualidad dentro de la Psicología Evolutiva. Como – 612 – Nuevas perspectivas socioculturales vimos en el capítulo anterior, en los últimos años hemos contemplado un resurgir de las posiciones nativistas, siendo las teorías de tipo modular un buen ejemplo de ello. Desde este tipo de posiciones, como vimos, se plantea la existencia de ciertas capacidades innatas (en un sentido más o menos rígido) responsables, en último término, de las diferencias en eficiencia del sistema cognitivo humano respecto al de otras especies (Spelke y Newport, 1998; Leslie, 1994b; Pinker, 1997). Para Tomasello, sin embargo, esta atribución de innatismo, más que ayudar, dificulta la comprensión del desarrollo ontogenético, al ocultar los procesos interactuantes que son sus responsables, la naturaleza de esos procesos, el papel que desempeñan en el desarrollo, los momentos en los que actúan y las maneras en las que influyen. Tomasello plantea, en lugar de la dicotomía tradicional entre lo innato y lo aprendido, otra que a su juicio es mucho más fructífera y útil para la comprensión del desarrollo: la distinción, tomada de Vigotski, entre las líneas de desarrollo individual (o natural, en la terminología vigotskiana) y cultural. Mientras la primera haría referencia a lo que organismo es capaz de saber o aprender por sí mismo, sin ayuda de otros o de artefactos culturales, la segunda se refiere a lo que el individuo sabe o puede aprender gracias a los intentos por ver el mundo desde la perspectiva de las otras personas (o desde las perspectivas que se encuentran materializadas en artefactos culturales). Como veremos, esta capacidad para ver las cosas desde perspectivas diferentes a las de uno mismo jugará un papel fundamental en toda la teoría de Tomasello. Esta distinción permitirá a Tomasello tener siempre presente al individuo como fuente potencial de desarrollo, de cambio e innovación a partir de los instrumentos culturales de los que dispone y ha interiorizado en cada momento. Esta consideración importante del sujeto (aunque el énfasis teórico esté en la cultura) hace que el propio Tomasello se autoadscriba a una corriente ‘individualista’ de la psicología cultural (Kruger y Tomasello, 1996; p. 369) que, según él, le diferenciaría de otros autores como Rogoff o Lave. De hecho, como veremos, Tomasello no tiene ningún problema en atribuir un papel clave en su teoría a una capacidad biológica específica de la especie humana: la capacidad de identificarse con sus semejantes. Esta capacidad (individual, presente en los seres humanos individuales en tanto pertenecientes a la misma especie) es, como veremos, el punto de partida del aprendizaje cultural. Esta perspectiva permite entender mejor, además, algunos de los hechos que parecen argumentar la especificidad e importancia de esa línea de desarrollo cultural en el ser humano, como por ejemplo: • El hecho de que especies de primates muy cercanas, desde un punto de vista filogenético, a nosotros no desarrollen bajo ningún concepto una cultura semejante a la humana, ni siquiera cuando son ‘enculturados’ dentro de entornos humanos. • El hecho de que existan seres humanos con ciertos déficits que les incapacitan para aprovechar todo el acervo cultural de una determinada sociedad y participar activamente de él, como es el caso del autismo. Nuevas perspectivas socioculturales – 613 – Filogenia, historia cultural y aprendizaje cultural El punto de partida de la teoría de Tomasello es un problema de tiempo. Compartimos el 99 del material genético con las especies de primates. Sólo nos separan de ellos una evolución de 6 millones de años lo que, en términos de evolución de las especies, es un periodo corto de tiempo. Tiempo que aun es menor si tenemos en cuenta que la aparición de las últimas novedades en la estructura biológica del ser humano han aparecieron sólo hace dos millones de años y que los primeros signos de habilidades mentales superiores (aparición del homo sapiens) datan de 250.000 años. Estos periodos temporales, en cualquier caso, no son suficientes para que los mecanismos mediante los que funciona la evolución de las especies (generación de variabilidad, selección natural de las características más adaptativas, etc.) hayan podido crear las habilidades cognitivas necesarias para inventar y consolidar las complejas formas de creación y uso de herramientas y tecnología, comunicación simbólica y representación y organización social e instituciones que caracterizan al ser humano actual. Una alternativa para explicar la gran especificad del ser humano y la gran diferencia entre sus capacidades y las de otros primates es el planteamiento de un conjunto de módulos, definidos de manera más o menos estricta (de forma encapsulada y preprogramada, o bien en forma de ‘conocimientos nucleares’ susceptibles de ser enriquecidos a través de la experiencia) y que explican las diferencias en cada una de las capacidades. Así, cada diferencia cualitativa en cierta capacidad o competencia es susceptible de ser candidata a responder a un módulo, en último término fruto de la evolución de nuestra especie, que sea capaz de responder de esas diferencias. Si bien este tipo de explicación, centrándonos una cierta capacidad de forma individual (por ejemplo, el lenguaje, o el conocimiento de los objetos, o la teoría de la mente), tiene argumentos para ser defendible (como hemos visto en el capítulo anterior), para Tomasello es una explicación (y una estrategia evolutiva, en sentido amplio) ciertamente improbable y poco plausible cuando contemplamos que ha de aplicarse a todo el rango de capacidades que parecen específicas a la especie humana. Tomasello (1999; p. 204) plantea dos tipos de argumentos contra esta explicación modularista de las capacidades humanas: • Por una parte, resulta muy difícil aislar y distinguir los módulos unos de otros. Incluso desde los propios defensores del modularismo no hay acuerdo sobre cuántos módulos existen y el grado de generalidad (de especificidad de dominio) que caracteriza a esos módulos. • En segundo lugar, nos encontramos con el problema del tiempo. Si la explicación modular fuera correcta, nos encontraríamos que en relativamente poco tiempo (en el mejor de los casos, 6 millones de años, en el peor sólo 250.000) el ser humano habría tenido que desarrollar todo ese abanico de módulos que supuestamente nos hacen una especie muy diferentes a las más próximas a nosotros. Muy poco tiempo para tanto cambio y tanta evolución específica. La solución a este problema, según Tomasello (1999; p. 4) y lo que explicaría la aparición de estas complejas formas de comportamiento y organización en todos – 614 – Nuevas perspectivas socioculturales los niveles de nuestra vida no es, pues, una pura evolución biológica, sino el papel de la cultura y de la transmisión de la cultura. A diferencia del cambio biológico, el cambio cultural opera en periodos de tiempo mucho más breves, y permite a las especies un extraordinario ahorro de tiempo y esfuerzo, ya que se aprovechan los avances en los conocimientos y las habilidades que ha acumulado nuestra especie hasta el momento en el nos encontremos. Aunque esta transmisión cultural es un mecanismo de cambio evolutivo que, hasta cierto nivel, está presente en bastantes especies, el grado de sofisticación y eficacia que ha alcanzado en los seres humano quizá es explicable acudiendo a ciertos modos específicos de transmisión cultural característicos sólo de nuestra especie. Esta importancia de la línea cultural de desarrollo en nuestra especie se fundamentaría en una única forma de adaptación biológica específica del ser humano: la capacidad para identificarnos con nuestros semejantes y poder verlos como seres intencionales (y como seres con mente, en último término), de verlos como seres iguales a nosotros mismos. Para Tomasello, esta única capacidad, que nos diferencia de las demás especies (incluso de los primates que nos son más cercanos) es lo que explica la gran sofisticación y eficiencia de los procesos culturales y de transmisión e innovación cultural presentes en el ser humano. Así, en lugar de atribuir un mecanismo genético específico para cada capacidad diferente (un ‘modulo’ que se añade a nuestra colección de ‘módulos), una única adaptación es capaz de poner en marcha toda una serie de procesos culturales (desde el punto de vista de la historia cultural, pero también desde un punto de vista ontogenético, como veremos) que su fundamentan en capacidades básicas (relativas al conocimiento del espacio, de los objetos, de las cantidades, de las relaciones sociales, etc.) que son, en lo fundamental, prácticamente idénticas a aquellas con las que pueden contar los primates, y las transforman para conseguir trayectorias evolutivas nuevas y sorprendentes, trayectorias que, gracias a esta intervención de la cultura, se desarrollan de forma muy eficiente y, especialmente, muy rápida, mucho más que lo que sería plausible si sólo funcionasen fuerzas de tipo biológico. Así, pues, desde un punto de vista filogenético y sociogenético (histórico), los argumentos de Tomasello apuntan a dos direcciones: • Argumentar en qué sentido somos iguales y diferentes a las especies más próximas a nosotros y concretar cuáles los orígenes de estas diferencias y sus consecuencias. • Argumentar cómo estas adaptaciones biológicas específicas a los seres humanos son responsables de la transmisión y el cambio en la historia cultural de nuestra especie, y cuál son los procesos por los que se producen esa transmisión y cambio. Repasemos brevemente ambos aspectos Filogenia: de la mente de los primates a la mente humana Tomasello (1999; p. 15) afirma taxativamente que los seres humano, desde un punto de vista biológico, somos en lo fundamental idénticos a los primates. Así, en tanto primates, por un lado compartimos con otros mamíferos una serie de Nuevas perspectivas socioculturales – 615 – adaptaciones específicas, por otro compartimos sólo con los primates otras que nos diferencian del resto de mamíferos. Junto con gran parte del resto de mamíferos, los primates (y el ser humano entre ellos) comparten una comprensión del mundo fundamental, tanto del mundo físico como del mundo social: • En el aspecto físico, la mayoría de mamíferos somos capaces de representar cognitivamente los objetos del mundo que nos rodea y sus relaciones cualitativas y cuantitativas. Somos capaces de recordar objetos y circunstancias, de categorizar objetos en función de su similitud perceptiva, de comprender numerosidades pequeñas, de resolver ciertos problemas por medio de insights. • En el aspecto social, prácticamente todos los mamíferos son capaces de reconocer a sus congéneres y las relaciones de afiliación y subordinación y dominancia que se establecen entre el individuo y esos congéneres. Somos capaces de predecir comportamientos en función de estas relaciones entre congéneres, en función de estados emocionales o de la dirección del movimiento, somos capaces de comunicarnos con congéneres y cooperar con ellos para resolver tareas prácticas. Sin embargo, en los primates (y en el ser humano entre ellos), se aprecia un primer salto evolutivo. A diferencia de otros mamíferos, los primates... • En el plano de objetos, pueden entender, aunque con esfuerzo, identificar y comprender relaciones categoriales entre objetos y secuencias de acontecimientos básicos en forma de antecedente-consecuente. • En el plano social, Pueden entender y reconocer las relaciones entre terceros individuos, relaciones que no implican necesariamente a uno mismo Aunque estos avances sin duda son muy importantes (y fundamentan ciertos modos avanzados de aprendizaje que veremos unos párrafos más adelante), entre los primates y los seres humanos también existe un salto evolutivo importante. Este salto estriba, según Tomasello (1999; p. 22) en la comprensión, única en los seres humanos, de percibir o comprender causas o intenciones subyacentes que median las relaciones entre acontecimientos o comportamientos y que son capaces de explicar estos acontecimientos o comportamientos. • En el plano físico, se concreta en una comprensión de las causas subyacentes que median entre acontecimientos, que permite hacer unas predicciones más ajustadas de cómo lo que va a pasar. • En el plano social, se concreta en una comprensión del mundo intencional (las metas, los objetivos y, en último término, los estados mentales) que median el comportamiento de los congéneres y lo explican. Esta adaptación, específica al ser humano, implica al menos dos ventajas importantes: • Por una parte, permite a los humanos ser más creativos y flexibles a la hora de resolver problemas y controlar el mundo de lo que pueden ser los primates. • Por otra, esta compresión avanzada en capaz de transformar la manera en la que los humanos aprendemos de los demás. En concreto, posibilita formas – 616 – Nuevas perspectivas socioculturales sofisticadas y específicamente humanas de aprendizaje social, que permiten que se produzca una aprendizaje cultural y una transmisión, acumulación e innovación en la cultura, lo que es característico de los seres humanos. Los chimpancés y otras especies de primates poseen formas avanzadas de aprendizaje social, pero, desde la perspectiva de Tomasello, estas formas llevan a cabo sin una comprensión de estas cualidades intencionales que caracterizan el aprendizaje humano. Por ejemplo, es bien sabido que los chimpancés pueden aprender a utilizar herramientas. Un caso típico son los monos que utilizan un palo para, introduciéndolo en los hormigueros, dejar que las hormigas se pongan en él y después comérselas chupando del palo. Los chimpancés pueden incluso ser capaces de aprender unos de otros esta técnica. Pero este aprendizaje, según Tomasello (1999, p. 29), no es una verdadera imitación en el sentido humano del término, sino una emulación: el aprendizaje está anclado en los acontecimientos y cambios de estado ambientales, y en como un acontecimiento provoca otro, pero no hay una comprensión real de la intención del congénere, de cuáles son sus metas y una capacidad de aislar estas metas de las estrategias utilizadas para conseguirlas. Otro ejemplo de comportamiento primate avanzado que no debe confundirse con comportamientos similares en humanos es el uso de gestos comunicativos. Para Tomasello (1999, p. 31) este uso de signos procede de una simple ritualización: el chimpancé es capaz de, a través de la repetición de una misma secuencia de acciones, predecir los estados finales a partir de los comportamientos iniciales, y utilizar este inicio de una actividad como un signo de lo que va a suceder después. Esto no implica la capacidad, específicamente humana, de entender la intención que están detrás de los gestos humanos, la comprensión de éstos como medios para conseguir unos fines, unos objetivos que son conceptualmente diferentes e independientes de los medios, del gesto. Quizá por esta incapacidad de los primates en identificarse con sus congéneres y ser capaz de entender sus intenciones es la clave para explicar porqué, aunque sean criados desde el nacimiento en un entorno cultural humano, los monos son capaces de aprender muy pocos aspectos de la cognición típicamente humana, aunque también hay que reconocer que el hecho de que aprendan alguno nos habla del gran poder de los contextos culturales por una parte y de las grandes capacidades de los primates en comparación con otras especies por otra (Tomasello; Savage-Rumbaugh y Kruger 1993; p. 1703). Pero, sobre todo, los primates son incapaces de conservar esos avances de una generación a otra: en cada una de ellas la ‘cultura’ generada se ha de volver a re-generar desde cero. Aunque en los primates se observan formas, a veces muy elaboradas, de aprendizaje (por medio de la emulación o la ritualización antes comentadas), lo que no encontramos en los primates es algo tan inherentemente humano como la enseñanza de habilidades y competencias. Es precisamente en esta capacidad de identificación con el otro donde está la clave del nacimiento de la cultura, y de los efectos que esta va a tener sobre el desarrollo posterior de los humanos. Nuevas perspectivas socioculturales – 617 – Historia cultural: cultura y mente humana Sólo en nuestra especie encontramos un mecanismo de acumulación de la novedad que permite no partir de cero en cada nuevo individuo, en cada nueva generación. En ciertos momentos, algunos individuos o grupos inventan determinada herramienta, realizan determinado avance o mejora en una práctica, generalmente al principio de una manera primitiva. Esta novedad se transmite a las generaciones posteriores de manera que se transforma en ‘patrimonio’ de la especie. A esto se une que, si se producen mejoras posteriores en esa herramienta, en esa práctica, que la hacen aún más eficiente, estas mejoras (que pueden tardar poco o mucho tiempo en producirse, no importa) automáticamente pasan también a formar parte también de ese patrimonio. Este proceso ha sido denominado ‘the ratchet effect’ (Tomasello, Kruger y Ratner, 1993), lo que podría ser traducido como ‘el efecto retén’. El proceso garantiza que, una vez conseguido cierto avance, este no se pierda ni se produzcan ‘perdidas’ culturales, retrocesos. Cada generación recibe esta herencia de la anterior y es capaz de conservarla y transmitirla o, en el mejor de los casos, transmitir una versión ‘enriquecida’ con nuevas mejoras o creaciones. Este efecto de acumulación y transmisión cultural propio de los seres humanos depende precisamente del aprendizaje imitativo, un tipo de mecanismo que necesita de la identificación de los demás como seres intencionales y seres con mente, iguales a uno mismo. El aprendizaje cultural (en forma de imitación o de instrucción por medio de un congénere más capaz) permite el tipo de transmisión fiel que es necesaria para, por una parte mantener las novedades obtenidas por el grupo y, por otra, que estas novedades puedan servir de plataforma para que se produzcan innovaciones posteriores. – 618 – Nuevas perspectivas socioculturales Figura 9.2. ‘The ratchet effect’, tomado de Tomasello, 1999; p. 38 Este efecto de retén, de conservación cultural es imposible de obtener por otros medios, como podrían ser los procesos de emulación o ritualización, que no implican una identificación con nuestros congéneres y que, como hemos visto en el punto anterior, son característicos de los primates. Por otra parte, Tomasello plantea otros mecanismos de aprendizaje cultural por los que un grupo, colaborativamente, es capaz de producir innovaciones, de avanzar en el proceso de historia cultural o sociogénesis: • La primera se sitúa en la confrontación del individuo con su herencia cultural (en forma de prácticas o de artefactos). De esta confrontación puede nacer la adaptación de esas prácticas o artefactos a nuevas situaciones para las que no fueron pensados originalmente, suponiendo esto una modificación de la práctica o del artefacto, una innovación que podrá ser incorporada a esa herencia cultural que se transmitirá a generaciones futuras. En este caso, se trata de una colaboración no entre individuos concretos, sino entre un individuo y la comunidad que fue capaz de elaborar las prácticas o los artefactos que ese individuo ha recibido y ha sido capaz de modificar. • La segunda implica una colaboración real entre varios individuos, de manera que, a través de algún tipo de interacción, son capaces de producir Nuevas perspectivas socioculturales – 619 – modificaciones que ninguno de esos individuos por separado habrían sido capaces de generar. Estas formas de sociogénesis, que implican un enriquecimiento de la herencia cultural recibida, tienen su fundamento, una vez más, en esa capacidad fundamental y específica de los humanos que es la de identificarse y ver a los demás como seres intencionales. Estos procesos histórico-culturales tienen un efecto profundo sobre el desarrollo humano. Son capaces de, a partir de habilidades básicas compartidas en muchos casos con primates, transformarlas para convertirlas en habilidades sofisticadas que nos permiten afrontar situaciones y resolver problemas extraordinariamente complejos, todo ello trabajando en una escalas de tiempo mucho más reducidas que la evolución biológica y por ello sin tener que recurrir a adaptaciones genéticas de tipo modular, que resultan, como hemos visto, poco plausibles desde el punto de vista de Tomasello. La lectoescritura, las matemáticas o incluso el lenguaje serían, de acuerdo con Tomasello, buenos ejemplos de habilidades cognitivas de naturaleza sociocultural, que encuentran su fundamento en procesos de evolución e historia cultural, y no en procesos de evolución biológica. El tipo de explicación aportado por Tomasello es, en este sentido, extraordinariamente parsimonioso: a partir de una única adaptación biológica específica al ser humano (la capacidad de identificarse y comprender estados intencionales y mentales de sus semejantes) y gracias a ella y a los procesos de aprendizaje sociocultural (imitación, instrucción, aprendizaje colaborativo) que permite, podemos dar cuenta de la presencia en los humanos de habilidades tan sofisticadas como las que disponemos. En la Tabla 9.6 podemos ver algunos de los ejemplos de dominios de actividad humana que resultan transformados por esta capacidad de cognición social específicamente humana, que los convierte de ser únicamente sociales a ser de naturaleza cultural. Dominio Naturaleza social (primates y seres humanos) Naturaleza cultural (sólo seres humanos) Comunicación Señales Símbolos (intersubjetivos, con incorporación de perspectivas) Mirada de los otros Seguimiento de la mirada Atención conjunta (intersubjetividad) Aprendizaje social Emulación, ritualización Aprendizaje cultural (reproducción de actos intencionales) cooperación Coordinación Colaboración (adopción de perspectivas) Enseñanza Facilitación Instrucción (comprensión de estados mentales de otros) – 620 – Nuevas perspectivas socioculturales Dominio Naturaleza social (primates y seres humanos) Naturaleza cultural (sólo seres humanos) Manipulación de objetos Herramientas Artefactos (con disponibilidades intencionales) Tabla 9.6. Cómo una cognición social específicamente humana transforma lo social en cultural. En el siguiente apartado veremos hasta que punto estas transformaciones son capaces de configurar el desarrollo ontogenético. Desarrollo ontogenético La conclusión que podemos extraer del planteamiento llevado a cabo por Tomasello y revisado en el anterior apartado es que la capacidad para identificarse con otros congéneres y ser capaz de verlos como a uno mismo es la clave que permite explicar, por una parte, las diferencias de los seres humanos respecto a otros tipos de primates y, por otra, el nacimiento y evolución de la línea cultural de desarrollo, ya que es el fundamento del aprendizaje cultural y la sociogénesis. Por ello, un aspecto importante en su teoría será rastrear el nacimiento de esta capacidad y los efectos y consecuencias que tiene para el desarrollo del niño. En este sentido, Tomasello afirma que parecen existir pruebas de que las capacidades sociales del niño son especialmente acusadas (en comparación con las que muestran los primates, incluso los más próximos a nosotros), como han demostrado autores como Trevarthen, con su concepto de intersubjetividad primaria (Trevarthen, 1979; ver capítulo 7) o Meltzoff y sus estudios sobre las capacidades imitativas tempranas (por ejemplo, Meltzoff y Moore, 1992; ver capítulo 8). Sin embargo, para Tomasello la capacidad específica de ver a los demás como seres intencionales no aparece hasta los nueve meses, siendo la atención conjunta la primera muestra de esta capacidad y el aprendizaje imitativo, primera muestra de aprendizaje verdaderamente cultural, una consecuencia evolutiva absolutamente clave para comprender el desarrollo del niño desde un punto de vista cultural. Veamos algo más en detalle ambas cuestiones. Atención conjunta y aprendizaje imitativo: los inicios del desarrollo cultural Alrededor de esta edad los niños son capaces de comenzar en interacciones que dejan de ser diádicas (ya sea niño-cuidador o niño-objeto) para pasar a ser triádicas, implicando la coordinación simultánea de niño, cuidador y objetos, de Nuevas perspectivas socioculturales – 621 – manera que tanto el niño como el cuidador son capaces de mantener una atención conjunta sobre ciertos objetos o acontecimientos. Alrededor de esta edad el niño es capaz de: • Darse cuenta dónde está mirando el cuidador, seguir su mirada y mirar donde él o ella mira. Es capaz de sintonizar su atención a la atención y el comportamiento del adulto. • Dirigir activamente la atención del adulto usando gestor como el de señalar o mostrándole un objeto, intentando en cualquier caso que sea el adulto quien sintonice su atención a la atención y el comportamiento del propio niño. Los gestos para dirigir la atención del adulto son tanto imperativos (el niño intenta que el adulto haga algo respecto al objeto) como declarativos (el niño simplemente intenta que el adulto atienda a cierto objeto). Carpenter, Nagell y Tomasello (1998) han comprobado que diferentes comportamientos que implican la presencia de esa atención conjunta aparecen aproximadamente al mismo tiempo. En concreto, evaluaron de manera longitudinal la aparición de nueve de estos comportamientos: implicación en comportamientos conjuntos, seguimiento de la mirada, seguimiento del gesto de señalar, imitación de actos instrumentales, imitación de actos arbitrarios, reacción a obstáculos sociales, uso de gestos imperativos y uso de gestos declarativos. Sus resultados parecieron indicar que: • Todos los comportamientos aparecieron entre los 9 y los 12 meses de edad. Dentro de cada niño, la aparición de los comportamientos aparecía aproximadamente en el mismo momento, existiendo una intercorrelación elevada en las edades de aparición. • Existía una tendencia de ciertas habilidades a aparecer ligeramente antes que otras. En concreto, las habilidades que implicaban la verificación de la atención del adulto eran las primeras en aparecer (por ejemplo, mirarle mientras se está en una compartiendo la atención sobre un objeto), después las que implicaban el seguimiento de la atención del adulto hacia los objetos (por ejemplo, seguir el gesto del adulto o imitar su comportamiento) y, por último, las relacionadas con intentos del niño por dirigir la atención del adulto (por ejemplo, el uso de gestos imperativos o declarativos). Esta secuencia es coherente con el nivel de dificultad y control por parte del niño que exigen. Frente a estos datos, sin embargo, son posibles varias interpretaciones. Por ejemplo, como vimos en el capítulo 7, Trevarthen (1983) aboga por la presencia de cierta tendencia innata de los bebés a la sociabilidad y a la ‘sintonización’ social con sus congéneres, tal y como se muestra en el patrón que llamó de intersubjetividad primaria. Formas más elaboradas de intersubjetividad (como la atención conjunta que hemos analizado) dependen únicamente de la maduración motora para que aparezcan. En una línea parecida se manifiestan otros defensores del innatismo, como los modularistas Baron-Cohen (1995) o Leslie (1994a). Como vimos en el capítulo 8, estos autores llegan incluso a proponer mecanismos (módulos) muy específicos e independientes que serían responsables del procesamiento de información social, incluyendo procesos preprogramados de manera innata. – 622 – Nuevas perspectivas socioculturales La alternativa diametralmente opuesta a la innatista, según la cual las interacciones que implican atención conjunta como las descritas anteriormente serían el resultado de historias de aprendizaje comportamental, que hacen esas interacciones dependientes de la presencia de ciertos estímulos críticos que desencadenan reacciones aprendidas (por ejemplo, Moore, 1996, citado por Tomasello, 1999; p. 67). La explicación de Tomasello (1999, p. 68), sin embargo, es otra bien diferente. Para este autor la comprensión de las otras personas como seres intencionales, como uno mismo, es lo que subyace a la aparición de estas secuencias interactivas de atención conjunta. En ellas, y gracias a esa competencia, los niños son capaces de percibir las metas de los participantes en la acción y los medios que siguen, las elecciones que toman para conseguirlas. Como dice Tomasello, ‘los niños pequeños no únicamente imitan los movimientos de los miembros de las otras personas, sino que más bien intentan reproducir las acciones intencionales y dirigidas a metas de las otras personas’ (Tomasello, 2000; p. 38; la traducción es nuestra). Esta comprensión es el resultado de una adaptación específica de nuestra especie, y que posiblemente esté presente desde el nacimiento. Sin embargo, su importancia se multiplica (y es esto lo que explica porqué los cambios aparecen sobre los nueve meses y no antes) cuando entra en juego un segundo factor: la comprensión por parte del niño de él mismo como un ser intencional. Esta nueva comprensión de sí mismo facilita que, dada la capacidad de ver a los demás como a uno mismo, se atribuyan también intenciones a los demás y aparezca una nueva comprensión también de los otros, nueva comprensión que está en la base de las secuencias de atención conjunta que hemos comentado. A partir de aquí el niño será capaz de avanzar un paso más, utilizando medios para cambiar el estado interno del otro: bien el objeto en el que se centra su atención, mediante el uso de gestos y protoenunciados declarativos, bien para cambiar esas intenciones, mediante el uso de gestos y protoenunciados imperativos (Tomasello, 1995; p. 111). Es precisamente en esas edades (alrededor de los nueve meses) donde Piaget (1952, 1954) databa la aparición de una comprensión más compleja por parte del niño de las relaciones que se establecen entre medios y fines. En esas edades (cuarto subestadio sensoriomotor) el niño es capaz de mantener un objetivo en su mente y proceder de manera flexible con diferentes medios para conseguirlo, diferenciando claramente entre lo uno (la meta) y lo otro (los medios), lo que nos habla de un bebé claramente intencional: será esa recién demostrada intencionalidad la que atribuirá a los demás. En resumen, los niños pasan de entender a los que le rodean como seres animados que tienen la facultad de que pasen ciertas cosas (la forma de comprensión que es propia también de los primates y corresponde a cómo se entendería el propio bebé antes de los nueve meses) a entenderlos como seres con intenciones, como agentes intencionales que son capaces de poner en relación sus metas con ciertas estrategias para conseguirlas. Este avance depende, por una parte de una nueva comprensión del niño también de él mismo como ser intencional, de la capacidad de diferenciar fines y medios en él mismo y, por otra, no lo olvidemos, de una adaptación propia de nuestra especie: la Nuevas perspectivas socioculturales – 623 – capacidad de identificarnos con los demás y de verlos de igual modo que nos vemos a nosotros mismos. Esta visión de los demás como seres intencionales es para Tomasello un hito que nos abre las puertas del aprendizaje cultural, lo que nos permitirá incorporar en nuestro desarrollo toda la herencia cultural acumulada por el grupo en el que nos encontramos. Abre las posibilidades de una nueva línea de desarrollo: la línea cultural. La primera forma de aprendizaje cultural que se pone en juego una vez el niño es capaz de comprender a los demás como seres intencionales es el aprendizaje imitativo. Es una primera forma que permite al niño aprender de los adultos que le rodean (o, más exactamente, a través de ellos), de manera que no sólo se captan y reproducen los comportamientos externos o los efectos producidos por el adulto (esto, ya lo vimos antes, sería sólo emulación), sino lo que subyace a ello, las metas que el adulto sostiene y los medios que pone en marcha para conseguirlas, que a través de la imitación podrán ser incorporadas de manera flexible al propio comportamiento. El aprendizaje imitativo va a posibilitar algunas formas y dominios de aprendizaje especialmente relevantes desde el punto de vista cultural: nos referimos al aprendizaje de las intenciones que subyacen a los artefactos y a las intenciones que subyacen a los gestos comunicativos. • En el caso de los artefactos, y a partir de la imitación, el niño es capaz de captar no sólo el aspecto material, sensoriomotor del artefacto, sino también sus posibilidades (affordances) intencionales, fundamentadas en el uso que las personas hacen de ese artefacto: pueden percibir los artefactos como la materialización (embodiment) de una intención que va más allá de sus características sensoriomotoras (Tomasello, 1999b; p. 157) • En el caso de los gestos, la imitación permite percibir la intención del adulto al generar un gesto, comprende su intención comunicativa, lo que permite que el niño pueda, cuando tiene la misma meta que el adulto, utilizar el mismo medio: ese gesto. Tanto en un caso como en el otro, se trata de la primera inmersión del niño en los mundos convencionales de la cultura, en los que artefactos o gestos tienen una significación intencional más allá de su aspecto y forma material. Un significado intencional que ha sido generado por personas alejadas en el espacio y en el tiempo, ya que pertenece al acervo cultural heredado de una comunidad. Para Tomasello, esta inicial comprensión de los demás como seres intencionales tiene una última consecuencia temprana: transformar la manera en la que el propio niño se ve a sí mismo. A medida que el niño es capaz de percibir, seguir y dirigir la atención de los demás, se da cuenta de que en ciertos momentos es él mismo el que está presente en la atención e intenciones del otro. Es por primera vez capaz de interaccionar con una persona que le tiene a él mismo dentro de su atención y que le está dirigiendo comportamientos intencionales. En esta visión de sí mismo en tercera persona, como objeto de intenciones y ya no como sólo sujeto intencional, se encuentra, según Tomasello (1999; pag. 89) el nacimiento del autoconcepto. – 624 – Nuevas perspectivas socioculturales En resumen, para Tomasello los inicios la línea de desarrollo cultural en el niño ocurren a partir de la siguiente secuencia: Adaptación biológica (capacidad de identificarnos con los demás, de verlos como a nosotros mismos Visión de uno mismo como ser intencional Visión de los demás como seres intencionales 9 meses Inicio de la línea de desarrollo cultural Aprendizaje cultural (imitación como primera manifestación Aprendizaje de las posibilidades intencionales de los instrumentos Aprendizaje de la comunicación gestual Nueva comprensión del yo como objeto Figura 9.3. El inicio de la línea de desarrollo cultural según Tomasello. Sin embargo, esto es simplemente el inicio del camino. Estas nuevas competencias son las que subyacen a una adquisición que será fundamental para comprender como continua el camino de desarrollo cultural en el niño: el lenguaje La entrada en juego del lenguaje El papel que otorga Tomasello al lenguaje entronca con la tradición vigotskiana, seguida y enriquecida posteriormente por autores como Bruner, que contemplan el desarrollo lingüístico como una continuación de las prácticas comunicativas pre-lingüísticas que se dan el curso de actividades interactivas entre adultos y niños, en concreto en situaciones de atención conjunta como las que hemos analizado anteriormente. Al igual que para otros autores de esta tradición sociocultural, el lenguaje para Tomasello tiene dos consecuencias fundamentales para el desarrollo del niño: Nuevas perspectivas socioculturales – 625 – • Una consecuencia comunicativa, ya que el lenguaje permite y facilita llevar a cabo cierto tipo de interacciones cognitivas y sociales con las personas que comparten esa misma cultura. • Una consecuencia puramente cognitiva, ya que la presencia del lenguaje transforma de manera radical la forma en la que el niño concibe el mundo y puede construirlo Esta manera de entender el lenguaje contrasta con otras tradiciones. Contrasta, por ejemplo, con la tradición innatista, representada inicialmente por Chomsky, que contempla el lenguaje como una competencia innata en el ser humano, sin atender a sus bases comunicativas, sociales y culturales. Contrasta también con la tradición piagetiana, que contempla el lenguaje como una pura consecuencia del desarrollo cognitivo, resultando simplemente en poner palabras a conceptos y relaciones ya conocidas por el niño. Para Tomasello, como veremos, la importancia del lenguaje nace de dos de características fundamentales: • La intersubjetividad, o el hecho de que el signo lingüístico sea socialmente compartido con otras personas • El perspectivismo, o el hecho de que el signo lingüístico implique cierta toma de postura frente al mundo, cierta manera particular de contemplar determinada parcela del mundo. La adquisición del lenguaje, sin embargo, en un proceso que a priori está lleno de problemas muy complejos que el niño ha de solucionar. Uno de ellos es el que plantearos filósofos como Wittgenstein o Quine, cuando se preguntaban cómo sabía el niño que un determinado signo lingüístico se refería a determinado objeto (o a determinada característica particular de un objeto) y no a otro. Por ejemplo, ¿cómo llega a saber el niño que cuando un adulto enuncia la palabra ‘pelota’ se refiere a un objeto redondo que esta a su lado y no a otras cosas como a una cualidad del objeto (por ejemplo, su color rojo), o a la clase a la que pertenece (por ejemplo, ‘juguete’)? A este problema también se han dado soluciones de tipo innatista. Por ejemplo, Markman (1991) plantea la existencia de ciertas restricciones (constraints) que guían la asignación de referente a un signo que han de llevar a cabo los niños. Sin embargo, una vez más, Tomasello rechaza este tipo de soluciones y plantea la adquisición del lenguaje de manera similar a como lo hace Bruner (recordemos lo que decíamos de este autor en el capítulo 7 y, en concreto, la importancia del concepto de formato). El lenguaje aparece según Tomasello (1999; p. 96) en escenas de atención conjunta entre el niño y el adulto, escenas en las que ambos interaccionan entre sí y con un tercer objeto, incorporando elementos lingüísticos en esa interacción. Este tipo de escenas interactivas presenta dos características que son relevantes para posibilitar la adquisición del lenguaje: • Parcelan un segmento determinado de objetos de entre todos los que forman parte del mundo perceptivo del niño. Este subconjunto de objetos es atendido conjuntamente y es al que se aplican las etiquetas lingüísticas. • El niño entiende estas escenas como una interacción entre el adulto, los objetos y él mismo, viéndose a él mismo en esta compresión con el mismo – 626 – Nuevas perspectivas socioculturales estatus que el adulto y los objetos. Es decir, es capaz de concebir la situación desde fuera. Estas dos características, junto con la capacidad de comprender a los demás como agentes intencionales, permiten que en este tipo de situaciones pueda darse lo que Tomasello denomina una imitación con inversión de roles (rolereversal imitation): el niño es capaz de ponerse en el lugar del adulto y utilizar los signos lingüísticos que el adulto ha usado, y además de usarlos la misma manera (con la misma intención comunicativa) con la que el adulto se los ha dirigido a niño (Tomasello, 1999; p. 105). Es decir, el niño es capaz de intercambiar el papel del adulto por el de él mismo como agente, y también de intercambiar su propio papel inicial por el del adulto como objeto de la intención comunicativa. De esta manera, es posible adquirir un símbolo comunicativo de carácter convencional, comprendido de manera intersubjetiva, con un significado intencional compartido tanto por el adulto como, tras la imitación con inversión de roles, por el niño. Esta determinación de las intenciones comunicativas del adulto, necesaria antes de implicarse en la imitación con cambio de roles mediante la que el niño será capaz de usar el símbolo hacia el adulto con esa misma intención y propósito comunicativo con la que antes fue dirigido a él, se logra en el contexto de unas situaciones interactivas de atención conjunta (los formatos de Bruner) que al principio son muy repetitivas y predecibles, con un adulto muy atento a apoyar los esfuerzos del niño y en las que, por ello, están presentes muchos indicios explícitos para adivinar esa intención comunicativa. Poco a poco el niño será cada vez más capaz de determinar la intención comunicativa del adulto en situaciones cada vez más variadas y menos apoyadas por el adulto. Sin embargo, este proceso de adquisición podría, a priori, verse dificultado por una de las importantes características del lenguaje que hemos mencionado antes, el perspectivismo. Recordemos que este perspectivismo hacía referencia a que cada signo lingüístico incorpora una manera particular de ver el mundo, una perspectiva concreta en función de la intención comunicativa de la persona que lo enuncia. Así, una mismo automóvil puede, en ocasiones, ser un ‘coche’, un ‘cacharro’, un ‘deportivo’, una ‘berlina’, un ‘diesel, un ‘bólido’, una ‘máquina’, un ‘vehículo’ o, simplemente, ‘esto’. Existirían al menos tres tipos diferentes de perspectiva (en el sentido que le da Tomasello) de acuerdo a la lingüística funcional: • La dimensión de especificad que implica relaciones de jerarquía (por ejemplo, llamar ‘berlina’ o ‘Mercedes’ al automóvil en contraposición con llamarle ‘vehículo’). • La dimensión de perspectiva (por ejemplo, ‘ir’ en contraposición a ‘volver’, ‘enviar’ en contraposición a ‘recibir’, etc.) • La dimensión de funcionalidad, que implica el papel que juega el referente (por ejemplo, definir a un hombre como ‘padre’, como ‘profesor’ o como ‘marido’. Este perspectivismo inherente al lenguaje, como decíamos, podría poner en dificultades al niño a la hora de adquirirlo. Sin embargo, las consecuencias del perspectivismo para la adquisición del lenguaje no parecen mostrar estos efectos Nuevas perspectivas socioculturales – 627 – perniciosos, debido en parte a que Las perspectivas contrastan las unas con las otras, lo que facilita la tarea. Las nuevas palabras se oponen a aquellas que el niño ya sabe, lo que facilita la tarea de adquirirlas y suponer cuál es su significado (es decir, porqué en cierta situación hemos utilizado la palabra nueva ‘deportivo’ cuando ya tenemos para el mismo referente la ya conocida ‘coche’). De manera similar, el contexto en el que se usa la nueva palabra ejerce también cierto efecto facilitador (el llamado efecto ‘bootstrapping’) en su adquisición. Por otra parte, y de forma independiente a esta supuesta dificultad que incorpora el perspectivismo, esta característica dota al niño que está comenzando a utilizar el lenguaje de una conciencia de que los símbolos lingüísticos sirven para construir un modo particular de ver las cosas, que puede ser útil en ciertas situaciones pero no en otras. En este sentido, el niño aprende que los signos lingüísticos no proceden de forma directa y natural de su mundo sensoriomotor (como, por ejemplo, un esquema motor o una imagen mental): al internalizar el símbolo lingüístico internaliza la perspectiva humana que está materializada en ese símbolo, internaliza una forma de ver los objetos y las situaciones que de alguna manera han sido tan relevantes para la cultura como para generar un signo. La diferencia de perspectivas, de visiones de una misma situación que podemos construir con el lenguaje ofrece al niño una gama variada de formas entre las que ha de escoger en función del objetivo comunicativo que persiga en cada momento, un objetivo que dependerá en parte de la perspectiva que se atribuya al oyente Tomasello, 1999; p. 127). Así, en una situación comunicativa, se parte de un espacio intersubjetivo en el que los participantes son conscientes, al menos implícitamente, de la gran variedad de posibles perspectivas, y de que en cada momento son relevantes dos concretas: la de quien enuncia el signo y la del oyente. Aprender a utilizar un signo lingüístico implica en parte aprender a manipular intencionalmente, mediante la adopción de cierta toma de postura, de cierta manera de construir la situación objeto de atención (en una palabra, mediante a adopción de cierta perspectiva) la atención y la perspectiva de otro agente intencional con el que interactuamos intersubjetivamente. En suma, la naturaleza intersubjetiva y perspectivista del lenguaje le coloca por encima de la mera percepción sensoriomotora de la situación de atención conjunta, al añadir un nivel de complejidad: el de las perspectivas múltiples que pueden ser comunicativamente posibles para aquellas personas que comparten ese signo lingüístico. Esto hace que nos ‘despeguemos’ del mundo perceptivo y abre la posibilidad de re-construir ese mundo o de crear otros a través del lenguaje. Evidentemente, aunque el proceso descrito hasta el momento pueda sugerirlo, los niños ni están en un entorno donde oigan palabras sueltas de los adultos ni ellos nombran objetos individuales sólo por el hecho de nombrarlos. En la vida cotidiana, los adultos dirigen enunciados complejos anclados en escenas complejas de experiencia, y los niños cuando hablan intentan hablar sobre acontecimientos y estados que forman parte de su experiencia del mundo. De esta manera, la tendencia evolutiva es a producir construcciones cada vez más complejas. Tomasello (1999; p. 136) plantea la siguiente secuencia: – 628 – Nuevas perspectivas socioculturales • Holofrases, que suponen condensar en una única expresión lingüística (una palabra) • Construcciones alrededor de una palabra: muchas de las primeras combinaciones de palabras se estructuran en función de una palabra constante entre situaciones que se combina con otras que varían de situación a situación (construcciones pivote, que después se harán más complejas al organizarse dos o tres palabras alrededor de una constante) • Construcciones abstractas: el niño, a partir de cierto momento evolutivo, es capaz de abstraer estructuras, patrones que definen tipos de enunciados (por ejemplo, prototipos de enunciados imperativos, de enunciados transitivos, de enunciados locativos, etc). Estos patrones se convierten en signos por sí mismos, con independencia de las palabras con las que se concreten en cada caso, de manera que esa estructura abstracta implica un significado en ella misma, más allá de su concreción en palabras (Tomasello, 1998; p. xvii). • Narrativas: se trata de construcciones discursivas que combinan múltiples enunciados simples en cadenas con una estructura más amplia, generalmente a partir de enlaces de tipo causal o intencional. La adquisición y uso de estas formas lingüísticas tiene para Tomasello, además de unas consecuencias comunicativas, unas importantes consecuencias cognitivas, transformando la forma en la que experimentamos el mundo. Entre otras, nombra las siguientes (Tomasello, 1999; p. 159) • Proporciona un método de análisis y ‘disección’ del mundo en categorías de acontecimientos y participantes, análisis que es internalizado por el niño. • Facilita la construcción de formas diferentes de contemplar el mundo, de perspectivas diferentes desde las que concebir la experiencia. Cada hablante tendrá que fundamentar y adaptar su propia perspectiva, como hemos visto, en las expectativas y foco de atención del oyente, para a partir de ahí dirigirle hacia sus intenciones comunicativas. • El lenguaje proporciona un medio para crear construcciones abstractas para concebir un fenómeno en términos de otro diferente. Por ejemplo, gracias al lenguaje podemos concebir un estado o un objeto como si fuera un proceso (por ejemplo, ‘fidelizar’, ‘pacificar’ o ‘vehicular’), un proceso como si fuera un objeto (por ejemplo ‘bebida’, ‘regreso’) y, a través de construcciones metafóricas, hacer referencia a cualquier cosa en términos de otra (por ejemplo, ‘salir volando’, ‘arrojar luz sobre una cuestión’, etc.) • Proporciona un conjunto de historias ejemplares (en forma de mitos, fábulas, episodios históricos o cualquier otro tipo de narración) que implican significados, valores, acontecimientos especialmente relevantes para una cultura y que se transmiten a través de las generaciones y que también canalizan hacia determinada dirección nuestra cognición. De esta manera, el lenguaje contribuye de manera decisiva a flexibilizar y añadir una enorme complejidad a la cognición humana, a la vez que es un medio por el cual el niño internaliza perspectivas intencionales elaboradas por personas de generaciones pasadas y que forman parte de su herencia cultural. Nuevas perspectivas socioculturales – 629 – Mientras al principio la entrada del niño en el lenguaje imitación como forma de aprendizaje cultural, poco a artefactos lingüísticos sean dominados, ellos mismos pueda mostrarse más creativo y adaptar de forma artefactos y sus aplicaciones. se hace por medio de la poco, a medida que los permitirán que el niño novedosa esos mismos Lenguaje, cultura y cognición: Para Tomasello, la aparición del lenguaje en el desarrollo ontogenético (y, en especial, gracias a su intersubjetividad y pespectivismo) tiene un profundo efecto sobre el desarrollo cognitivo infantil, hasta el punto de pasar a ser un elemento constitutivo y constituyente de la cognición humana tal y como la conocemos. De esta manera, Tomasello (1999; p. 164) se alinea con los defensores de la hipótesis de Sapir-Whorf sobre la influencia del lenguaje en el desarrollo, en como acabamos concibiendo el mundo que nos rodea. Esta influencia del lenguaje en el desarrollo cognitivo se concreta en al menos tres vías: • Es una ‘vía regia’ para que el individuo pueda interiorizar y aprender a utilizar los instrumentos y prácticas acumuladas en la cultura en la que nace. • Favorece y, hasta cierto punto, posibilita los procesos de instrucción, por los que quienes nos rodean se aseguran que ciertos conocimientos y prácticas sean aprendidos de forma efectiva. • Es fundamental para llegar a tener una visión compleja de los demás y para alcanzar niveles adultos de autorregulación y metacognición. Comentemos con algún detalle cada una de estas tres contribuciones. En primer lugar, a medida que el ser humano se desarrolla, es capaz de utilizar sus capacidades básicas (compartidas con los primates y no compartidas, como por ejemplo la capacidad de identificarse y comprender las intenciones comunicativas de los adultos) para aprender a utilizar formas simbólicas en las que se materializan las intenciones, las perspectivas y construcciones del mundo que han elaborado a través de la historia nuestros antecesores, y que han elaborado. Esto permite que el niño pueda aprovechar todo ese sistema de relaciones, de categorías, de conceptos ya formado sin tener que crearlo desde cero él mismo. En este sentido, el lenguaje es capaz de estructurar nuestra mente, nuestra manera de ver el mundo adaptada a la cultura en la que crecemos. Es un punto de partida, que da una base que luego el propio sujeto puede expandir creativamente. En segundo lugar, el lenguaje posibilita un mecanismo de aprendizaje cultural avanzado, que aparece después del imitación de hemos analizado en puntos anteriores: la instrucción intencional. Gran parte de nuestro conocimiento y habilidades (incluidas aquellos dominios en los que podemos considerarnos expertos) dependen en gran medida de conocimientos y prácticas acumuladas en nuestra cultura y que se nos transmiten a partir del lenguaje y otras vías simbólicas. Este proceso de ‘transmisión’ de conocimientos varía de unas culturas a otras, pero en todas ellas existen procedimientos de instrucción intencional directa. – 630 – Nuevas perspectivas socioculturales Este proceso de instrucción, como cualquier otro, ha de ser definido necesariamente por medio de la intención (Kruger y Tomasello, 1996; p. 374): es un comportamiento en el que un individuo intenta que otro aprenda alguna habilidad o conocimiento que no tenía previamente. Esto implica en los humanos, a diferencia de los primates, que los instructores van ha hacer lo necesario para que los niños aprendan las habilidades por sí mismos y, cuando las aprendan, se retiren. Además, no sólo el adulto tiene la intención de enseñar, sino que espera que el niño aprenda de esa instrucción: la intención se manifiesta tanto en la propensión del adulto a mostrar al niño como hacer cosas como en la expectativa de ese adulto de que el niño llegue a ser autosuficiente y competente como resultado de la instrucción. Si bien la instrucción se da en todas las culturas, lo que varía entre culturas son, por una parte las creencias del adulto sobre lo que es necesario para que el aprendizaje suceda y el grado de instrucción que se necesita, y por otra las tareas y contextos concretos en los que se aplica cada grado de instrucción. En este sentido, Kruger y Tomasello (1996; pp. 376-377) diferencian entre tres de estas concepciones: • Creer que los niños, sin hacer nada especial, acabarán dominando la habilidad por sí solos. En este caso, la participación del adulto no se requiere en el aprendizaje, igual que no se requiere para la maduración del niño. El enfoque del adulto es de laissez-faire, y se presenta cuando lo que se tiene que aprender no es muy valorado o es simple. Los adultos anticipan que los niños aprenderán por sí solos y que ese aprendizaje tendrá lugar de manera natural. • Creer que los niños necesitan una guía para aprender tareas valiosas o complejas. Aunque se puede creer que al final lo podrían aprender por sí mismos, la intervención hace que se aprenda de forma más rápida y eficiente. El adulto puede simplificar la tarea, añadir demostraciones o explicaciones cuando sea necesario, incrementar la dificultad o reducir la asistencia cuando el niño progresa, etc. El adulto insiste hasta que el niño tiene éxito. • Creer que en algunas situaciones el aprendizaje se tiene que crear, que mediante un esfuerzo se tiene que ‘estirar’ del niño para que adquiera ciertas habilidades o estándares, lo que nunca podría hacer por sí solo. Existe una comprensión de la importancia de las tareas y de que su comprensión por parte del niño es imposible virtualmente por métodos que no sean los más motivantes y persuasivos. La implicación del adulto es muy alta, diseñando un entorno especial para el aprendizaje y comunicación de la información de una manera sistemática. Nuevas perspectivas socioculturales – 631 – Creencia del adulto Actividad del adulto Tipos de tareas Tipos de práctica Aprendizaje esperado Aprendizaje ocurre a partir de la maduración Laissez-faire Simple o no valoradas Informal Aprendizaje guiado Aprendizaje necesita asistencia Andamiaje Moderadamente complejas o valoradas Semiformal Aprendizaje diseñado Aprendizaje necesita insistencia e instrucción directa Enseñanza Muy complejas o valoradas Formal Tabla 9.7. Tres tipos de instrucción intencional y actividades y creencias asociadas (tomado de Kruger y Tomasello, 1996; p. 377). Esta implicación en procesos de aprendizaje instruccional promueven la adquisición por parte del niño de muchas habilidades y conocimientos relevantes en la cultura en la que vive, habilidades y conocimientos que difícilmente podría haber aprendido por sí mismo. Para adquirir una nueva habilidad, el niño se apoya en los adultos para dirigir su atención hacia los aspectos relevantes, para que le den feedback sobre cómo lo está haciendo: los mecanismos concretos son, en la mayoría de los casos, lingüísticos. Un tercer efecto del lenguaje en el desarrollo cognitivo del niño es el que proviene de la exposición no sólo a la perspectiva que una determinada categoría o palabra implica sobre el mundo, sino a las diferentes perspectivas complejas que las personas pueden elaborar sobre una misma escena y que se expresan a través de su discurso (ya no de palabras o categorías aisladas), perspectivas que no siempre son idénticas aunque el referente sea el mismo. En concreto, la presencia de estas perspectivas diferentes que cada persona puede mantener se hace palpable al niño en fenómenos como: • Los desacuerdos: a veces las personas que rodean al niño exponen perspectivas que son claramente contrarias a la propia perspectiva del niño sobre el mismo tema, escena o referente, y el niño ha de buscar medios para reconciliarlas. • Las aclaraciones: en ocasiones, la perspectiva del niño, expresada en su discurso, no es entendida por los adultos, que demandan consecuentemente aclaraciones de los aspectos no comprendidos. El niño tendrá que reformular su expresión para que cumpla con la intención comunicativa que se pretendía, para que el espacio intersubjetivo necesarios para la comprensión mutua sea reestablecido • La instrucción didáctica: a veces, cuando el niño expresa una perspectiva del mundo a través de su discurso, el adulto responde con una opinión sobre esa perspectiva (con una visión sobre la visión que sostiene el niño). – 632 – Nuevas perspectivas socioculturales Precisamente son este tipo de interacciones las que facilitan que el niño adquiera una conciencia de que existen otras perspectivas sobre el mundo (incluso sobre el mismo mundo ‘objetivo’), adquiere experiencia sobre la interrelación que se establece entre su propia mente (su propia perspectiva) y la de los otros, precisamente a partir de esas interacciones discursivas en las que resulta aparente que las perspectivas pueden no ser iguales. Aprende que si quiere tener éxito en sus intenciones comunicativas, ha de inferir cuál es la perspectiva del oyente. Ese avance es la clave para cambiar el modo en el que se conciben los otros: dejan de ser seres intencionales (hito que, como vimos, sucede sobre el noveno mes) para pasar a ser concebidos de forma más compleja, como seres con mente, es decir, con creencias y formas de ver el mundo que difieren de las propias. Este segundo hito evolutivo acontece sobre los cuatro años de edad. En su consecución no hemos de olvidar, una vez más, el efecto que tiene el aprendizaje instruccional: el intercambio de discursos y muchas de las interacciones valiosas desde un punto de vista cognitivo, se dan precisamente en el contexto de la instrucción (ya sea formal o menos formal), que se convierte en un contexto privilegiado no sólo de acumulación de conocimientos y habilidades, sino de desarrollo cognitivo, de cambio cognitivo que implica cambio en la manera de ver el mundo y a los demás. Así, la progresión básica a lo largo de la ontogenia (expresada en la tabla 9.8) es hacia un gradual distanciamiento de la acción concreta. El hecho de estar animado es algo que se expresa simplemente en el comportamiento. La intencionalidad, sin embargo, ya es algo que subyace al comportamiento concreto, y puede ser expresada a partir de muchos comportamientos diferentes. Los estados mentales van aún más allá, ya que implican creencias, planes, deseos, etc. que pueden incluso no tener un referente comportamental en absoluto. Comprensión de las entradas perceptivas Comprensión de los resultados comportamentales Comprensión de los estados-metas Comprender los otros como seres animados Mirada Comportamiento [Dirección] Comprender a los otros como agentes intencionales (a partir de los 9 meses) Atención Estrategias Metas Comprender a los otros como agentes mentales (a partir de los 4 años) Creencias Planes deseos Tabla 9.8. Tres niveles en la comprensión de los seres psicosociales (tomado de Tomasello, 1999; p. 180) Nuevas perspectivas socioculturales – 633 – En resumen, a partir de que el niño comienza a participar en interacciones discursivas con otros (lo que ocurre cuando es capaz de entenderlos como agentes con intenciones), es capaz, poco a poco y a partir de episodios como los desacuerdos, las aclaraciones o la instrucción, de comprender que las otras personas tienen creencias sobre el mundo que difieren de las suyas, de atribuirles estados mentales complejos (lo que sería equivalente, como ya vimos en el capítulo 8, a disponer de una teoría de la mente). Esta experiencia del niño con la confrontación entre diferentes perspectivas del mundo que compiten entre sí, y, en general, con el uso del lenguaje como instrumento comunicativo, no limita su influencia en el desarrollo a la espera cognitivo-social, sino que va más allá y configura incluso las habilidades y capacidades más ‘cognitivas’ en sentido estricto, como puede ser el pensamiento causal o el pensamiento matemático. En ambos casos, partiendo de capacidades muy básicas, el uso del lenguaje (mediante la transmisión de conocimientos, mediante las estructuras causales que también subyacen en el lenguaje, mediante el intercambio discursivo con los demás) es capaz de transformar esas capacidades y llevarlas hasta los niveles de sofisticación que caracterizan al pensamiento humano en estos ámbitos. A partir de esta participación en interacciones discursivas (especialmente en aquellas que implican una instrucción), Tomasello sitúa un último hito en el desarrollo que a su juicio es crucial: la aparición de las habilidades de autorregulación y metacognición. Estas habilidades aparecerían entre los seis y siete años. El origen se sitúa, como hemos comentado, principalmente en las interacciones instructivas en las que el adulto intenta dirigir, guiar o regular el comportamiento del niño. Lo hacen dirigiéndoles un discurso metacognitivo, en el que se valoran las perspectivas manifestadas por el niño y se comparan con otras perspectivas posibles (en concreto, con la perspectiva ‘correcta’ desde el punto de vista del adulto). El niño, al intentar comprender esta regulación del adulto, lo hace desde el propio punto de vista del adulto, examinado desde ese punto de vista su propia perspectiva, de la misma manera que el adulto lo está haciendo. El resultado es que el niño acaba internalizando el punto de vista del adulto, o, quizá más precisamente, el diálogo que subyace a la interacción entre la perspectiva del adulto y su comprensión inicial. Esta interalización del punto de vista del otro, que interacciona dialógicamente con nuestro propio punto de vista, permite desarrollar las habilidades de autorregulación y metaconognición. Como vemos, la influencia de la teoría de Vigotski se hace notar especialmente en este punto. Sin embargo, el propio Tomasello (1999; p. 194) reconoce que este proceso de interiorización podría ser concebido, quizá mejor aún, aludiendo al concepto de ‘voz’ de Bajtín: el niño internaliza la ‘voz’ del otro, una voz que por otra parte no es neutra, sino que está cargada de valor y afecta al comportamiento del niño. Este proceso convierte al niño, a medida que internaliza puntos de vista de los demás (sus ‘voces’) en un individuo mucho más reflexivo, capaz de mirar sus pensamientos, su propia perspectiva, desde el punto de vista de los demás, como si estuviera otra persona observándolos. Como vemos, en el esquema de – 634 – Nuevas perspectivas socioculturales Tomasello las habilidades reflexivas de la persona derivan, en último término, de sus habilidades cognitivo-sociales. En concreto, la sofisticación del proceso de adopción de perspectiva es algo que cala en todos los aspectos del desarrollo cognitivo del niño: • será capaz de contemplar una entidad desde varios puntos de vista (ya sea en el problema de las tres montañas, ya sea en un problema de categorización jerárquica, de generación de metáforas, etc.) • Será capaz de reflexionar sobre su propio comportamiento y cognición, de manera que pueda ‘redescribirlos representacionalmente’ y de esta manera hacerlos más ‘sistemáticos’. Como vemos, Tomasello aporta una visión en la que el lenguaje y el discurso tienen un papel fundamental para el desarrollo psicológico. Trataremos ahora unos modelos en los que también el lenguaje y el discurso son la clave. Pero en ellos, la como veremos, la radicalidad es tanta que prácticamente todo puede ser reducido a discurso. Psicología postmoderna: crítica y discurso En los apartados anteriores hemos visto como ciertas perspectivas culturales ponen en duda algunos de los supuestos tradicionales de aproximación al estudio del ser humano y su desarrollo. Este espíritu de puesta en duda, de crítica, es llevado hasta sus límites más radicales por el movimiento que analizaremos en este apartado: la psicología postmoderna o construccionista. Al igual que ya sucedía con la perspectiva sociocultural del desarrollo, es difícil hablar de psicología postmoderna o construccionista como una entidad monolítica. Más bien, se trata de unas etiquetas que esconden multitud de corrientes y líneas de pensamiento y estudio (ligadas en ocasiones a autores individuales) que tienen en común ciertas inquietudes, ciertas características que les dotan, parafraseando a Rosch, de cierto ‘parecido familiar’. No existe en este caso una figura central que aglutine el movimento y sirva de referencia al resto de autores, como podría pasar en la psicología sociocultural con la figura de Vigotski. De hecho, con la perspectiva que ahora analizaremos esta heterogeneidad llega incluso a la propia etiqueta del movimiento: en sentido amplio, podemos llamarla ‘postmodernismo’, oponiéndola a las concepciones ‘modernistas’ de la persona que ahora explicitaremos y asimilándola a otras expresiones ‘postmodernas’ en el campo del arte o la filosofía. Sin embargo, este término no el único que ha hecho fortuna. Por ejemplo, en muchas ocasiones se utiliza el término ‘construccionismo’ para referirse a toda la perspectiva más que a la propia del autor que acuñó ese término, Kenneth Gergen. Otros términos relacionados, que aparecen vinculados a corrientes dentro de esta perspectiva ‘postmoderna’, como son: Nuevas perspectivas socioculturales – 635 – • El análisis del discurso o psicología del discurso (representada por autores como Edwards o Potter), que enfatiza el análisis de los mecanismos discursivos o retóricos que emplean los textos para legitimar ciertos discursos. • La psicología crítica, que, surgida del movimiento contracultural de los años 70 y 80, analiza desde una óptica política radicalmente de izquierdas las implicaciones ideológicas de la práctica y la investigación psicológica (ver, por ejemplo, Broughton, 1987). En nuestro caso, utilizaremos los términos ‘postmodernismo’ y ‘construccionismo’, quizá más inclusivos, para referirnos a toda la perspectiva, mientras que reservaremos el resto para conceptos o corrientes particulares dentro de esa perspectiva amplia. El postmodernismo es un movimiento que abarca diversas áreas de conocimiento: podemos encontrar postmodernistas en el mundo de arte (el pop art sería un buen ejemplo), en la filosofía (por ejemplo, Foucault), en la teoría literaria (por ejemplo, Derrida), en la lingüística (por ejemplo, Rorty) y, por supuesto, también en la psicología. Por ello, y en sentido estricto, no podemos hablar de la psicología postmoderna como una ‘teoría evolutiva’ o como un punto de vista especialmente interesado en el desarrollo humano. Más bien, es un movimiento que reflexiona sobre diversos campos científicos y culturales (incluida la Psicología Evolutiva) y que, más que proponer, cuando el interés es el desarrollo humano, una teoría evolutiva, trata de llamar la atención críticamente sobre las limitaciones de las teorías evolutivas de las que disponemos (Goldhaber, 2000; p. 354). Así, el espíritu que anima a todo el movimiento es un espíritu crítico (e incluso comprometido políticamente), de desafío a los fundamentos de lo que denominan la ‘concepción moderna’ del mundo y del ser humano, entendida esta como un movimiento intelectual que arranca de la Ilustración. Entre los cimientos del pensamiento ‘moderno’ que pretenden socavar encontramos dos que son de especial interés desde el punto de vista de la psicología: la crítica a las concepciones dualistas del ser humano y la crítica al esencialismo y a la búsqueda de la verdad como empresa científica En cuanto al primero de los temas, la crítica al dualismo, como vimos en la introducción las corrientes psicológicas que han dominado este siglo (las que en este contexto podríamos dominar, ‘corrientes modernistas’, entre las que incluimos tanto al conductismo como a los cognitivistas, incluido Piaget) parten del supuesto de la separación entre el mundo de lo individual (la mente-cerebro y las estructuras y procesos que soporta) y el mundo de lo material (de los objetos, el ambiente o la cultura). En una visión dualista como esta, el problema fundamental es explicar cómo una mente separada del mundo puede llegar a representarlo de forma válida. De acuerdo con Prawat (1999; p. 61) la respuesta desde el empirismo es situar el criterio de validez en la correspondencia con la estructuras y configuraciones externas (pero, ¿cómo podemos conocer cuáles son con independencia de nuestras representaciones de ellas?). La respuesta racionalista (por ejemplo, la defendida por Piaget) es situar el criterio de validez en la coherencia y compatibilidad de los nuevos conocimientos con los ya existentes. En este caso el problema es explicar como se produce el ‘avance’ en – 636 – Nuevas perspectivas socioculturales el conocimiento y quién decide el nivel de compatibilidad necesario para incorporar o no un nuevo conocimiento (¿un humúnculo situado en nuestra mente?) La psicología postmoderna plantea una solución radical al problema del dualismo: simplemente, pretende acabar con la separación entre mente y objeto, con el propio dualismo. El conocimiento ya no se sitúa dentro de la mente, en su actividad, sino pasa a situarse en el propio lenguaje, se ‘extrae’ de la mente y se sitúa en el mundo social, en las prácticas lingüísticas (Prawat, 1996; p. 221). Deja de ser un fenómeno privado para pasar a ser un fenómeno social. De hecho, el propio individuo, la propia noción de ‘personalidad’ resulta de procesos de construcción social de carácter lingüístico. Un segundo bastión de una visión ‘modernista’ del mundo que los postmodernistas desafían es la noción de ‘Verdad’ absoluta, situada en un mundo externo a nosotros y que constituye la esencia de los objetos de ese mundo, una esencia que tenemos que ‘descubrir’ o ‘desvelar’ por medio de la ciencia. El postmodernismo rechaza esta versión, rechaza que el mundo pueda ser explicado como entidad ajena al individuo por medio de teorías que se corresponden con una supuesta verdad. No tiene sentido cotejar los conocimientos que construimos con una supuesta esencia, sino que no son más que una versión que constituye la propia realidad que pretenden representar. La verdad, como dirá Rorty (1989; p. 7), es una propiedad exclusiva de las entidades lingüísticas, y no hay nada más allá del lenguaje a lo que nos podamos referir para validar la validez de los lenguajes que una comunidad ha decidido utilizar. De acuerdo con esto, se abandona la visión del lenguaje (y de las construcciones lingüísticas en forma de teorías) como mecanismo de representación de una realidad externa, así como su visión como un reflejo de un conocimiento, de una ‘imagen’ situada en la mente y que es su causa (Gergen, 1985; p. 226). La función del lenguaje y de los conocimientos que elaboramos lingüísticamente es precisamente ‘construir’ esa realidad (tanto la del mundo de los objetos como la del mundo mental) que se ha supuesto que representaba y regular y coordinar, en función de esas construcciones, las interacciones entre las personas de una comunidad (Gergen, 1994; p. 47). Abandonan por ello la búsqueda de una ‘Verdad’ ajena al lenguaje: la manera de validar un enunciado no es buscar objetos ajenos a él, sino ver sus efectos sociales, las acciones que permiten y en qué medida prueba ser útil en las transacciones cotidianas de una comunidad. De esta manera, psicólogos construccionistas evitan pronunciarse sobre cuestiones ontológicas, sobre una supuesta realidad ‘ahí fuera’ que hay que descubrir. Como comenta Gergen, ‘No hay descripción fundacional que hacer sobre un ‘ahí fuera’ como algo opuesto a ‘aquí dentro’, sobre la experiencia o lo material. Al intentar articular lo que ‘hay’, sin embargo, nos adentramos en el mundo del discurso. En ese momento da inicio el proceso de construcción, y este esfuerzo está inextricablemente entrelazado con los procesos de intercambio social, y con la historia y la cultura’ (Gergen, 1994; p. 98 de la trad. cast) Nuevas perspectivas socioculturales – 637 – Late en esta crítica al esencialismo propio del modernismo una apuesta por la relatividad, por la contextualización histórica y cultural de toda versión de la ‘realidad’ elaborada por cierto grupo social, versión que estará determinada por los intereses y circunstancias particulares que se encuentran en su origen. De esta manera, desde el postmodernismo se es escéptico sobre el progreso de la ciencia en la empresa del conocimiento de una supuesta verdad objetiva a partir de la aplicación de métodos de investigación. Este escepticismo tiene al menos dos vertientes (Goldhaber, 2000; p. 258): • Por una parte, el progreso o el avance depende siempre de los criterios o puntos de vista que se consideren socialmente deseables. Así, ciertos conocimientos científicos o invenciones tecnológicas pueden suponer progresos desde cierto punto de vista, pero raramente carecen de consecuencias colaterales indeseables que puedan crear problemas o, al menos, nuevos dilemas éticos difícilmente etiquetables como ‘avances’ desde otros puntos de vista. • Por otra parte, los supuestos beneficios de la ciencia y la tecnología en todo caso no se han distribuido con equidad por todos los grupos sociales. Algunos grupos sociales (las mujeres, los pobres, las personas mayores, las minorías étnicas, etc.) se han visto en muchas ocasiones excluídas, cuando no explotadas, en nombre de supuestos progresos. El ‘giro lingüístico’: implicaciones teóricas y metodológicas Si los psicólogos postmodernos (y su versión quizá más difundida, el construccionismo) socavan los cimientos de la psicología moderna (esencialismo, dualismo), ¿cuál es el camino que toman en su lugar? El camino lo hemos sugerido ya en el apartado anterior: es le lenguaje. Aunque existen variaciones en función de autores y corrientes, un aspecto común a toda la perspectiva es su preocupación por el lenguaje como aspecto fundamental dentro de la psicología. Así, después del ‘giro cognitivo’ que se produjo en la psicología en los años 50 y 60 (ver capítulo 6), sustituyendo supuestos empiristas por supuestos de corte más racionalistas, desde el postmodernismo se propone el abandono tanto de una tradición como de otra para pasar a estudiar el lenguaje, apuntando la necesidad de una segunda revolución: la revolución lingüística (Harré, 1998). Esta orientación hacia el estudio del lenguaje es esencialmente pragmática. Recogiendo y reconociendo las influencias que sobre ellos han tenido propuestas como la del segundo Wittgenstein (1953), los actos de habla (Austin, 1962) o la etnometodología (Garfinkel, 1967), desde la psicología postmoderna se deja de considerar al lenguaje como un medio para describir una realidad supuestamente externa a él para pasar a concebirlo como un medio de comunicación y especialmente como un medio para la acción: las personas utilizamos el lenguaje para cumplir ciertas prácticas sociales, para ejecutar ciertas actividades. Su visión del lenguaje es doble: – 638 – Nuevas perspectivas socioculturales • Por una parte, es una visión pragmática y funcional: con su uso los hablantes consiguen (o al menos lo intentan) provocar ciertos efectos e imágenes. Esta orientación pragmática implica que los hablantes produzcan discursos cambiantes, variados e incluso contradictorios de acuerdo con las funciones que pretenden cumplir con esos discursos en cada momento. De esta manera, lo esperable en el análisis de las producciones lingüísticas en situaciones naturales es la variabilidad no la regularidad o la consistencia. A partir del examen de estas variaciones el se pretende llegar a inferir la función que está llevando a cabo cada porción del discurso, de acuerdo con la metodología cualitativa e interpretativa. • Por otra, el lenguaje se considera en su dimensión ‘ontologizadora’ o constructora de realidades. A partir del discurso lingüístico somos capaces de confeccionar versiones de la realidad que forman parte esencial de esa propia realidad. A partir de las herramientas lingüísticas las personas construimos el mundo en el que vivimos. Esta radicalidad conlleva dejar de lado el estudio de los estados cognitivos internos ya que no serían agentes causales de nada, sino simplemente artefactos creados por ciertos usos socialmente aceptados del lenguaje. La lengua nos proporciona un sistema de categorías con el que estructuramos e interpretamos nuestra experiencia, de manera que hasta nuestro propios selves son productos de este proceso ontologizador. Las dos visiones del lenguaje (pragmática y reificadora) se unen en su uso cotidiano, en la elaboración cotidiana de versiones sobre hechos, que se articula de forma retórica (Billig, 1987, 1993): construimos nuestro discurso de manera que sea creíble y difícil de rebatir o desmentir, con lo que implícitamente se toman en cuenta versiones alternativas de la realidad y construimos la nuestra propia de manera que nos sea fácil rechazar estas ‘versiones competidoras’. Así, el objeto de estudio del construccionismo será, principalmente, el discurso como expresión lingüística de estas dos funciones. Sin embargo, a pesar de esta omnipresencia del término ‘discurso’ en la literatura psicológica postmoderna, no es un concepto fácil de definir. Por ejemplo, Parker (1992, p. 5) lo define como ‘un sistema de afirmaciones que construye un objeto’. Un discurso sería una serie de significados (en forma de imágenes, de metáforas, de historias, de afirmaciones, de representaciones) que dan lugar cierta versión de un objeto o un acontecimiento. Desde el construccionismo, y de acuerdo con el énfasis pragmático, esta noción de discurso se contempla muy vinculada a la noción de poder y de interés: los discursos pueden construirse de manera muy diferente, y cada discurso responde a los intereses de los grupos y/o personas que lo construyen, tanto desde un punto de vista microsocial (por ejemplo, contar, en una conversación cotidiana, una infidelidad como un ‘desliz que puede tener todo el mundo’ puede servir para determinados procesos exculpatorios de atenuación de culpa por parte de la persona que lo cuenta, si él o ella ha sido el protagonista de la infidelidad) como desde un punto de vista macrosocial (por ejemplo, definir la homosexualidad como un ‘vicio’, como un ‘pecado’ o como ‘contrario a la naturaleza humana’ puede ser un discurso al servicio de la visión del mundo que privilegian ciertas instituciones y secotres sociales). Nuevas perspectivas socioculturales – 639 – Este giro lingüístico (o discursivo) de la psicología construccionista se muestra también en sus preferencias metodológicas. El objetivo para los construccionistas, en coherencia con sus principios teóricos, no es en absoluto identificar ‘verdades’ absolutas o acercarse a un ideal de objetividad supuestamente independiente tanto a los sujetos de estudio como al propio investigador. Los psicólogos construccionistas establecen como un objetivo fundamental generar hipótesis sobre los propósitos y las consecuencias que conllevan ciertos usos del lenguaje, lo que implica un estudio del lenguaje natural que encontramos en contextos cotidianos y un tipo de estudios empíricos de tipo cualitativo, en los que se intenta dar voz a los propios participantes, para interpretar a partir de sus producciones verbales esos propósitos y consecuencias que, de manera abierta o no, intencional o no, guían el discurso de las personas. Para ello los construccionistas pretenden ‘deconstruir’ los textos o discursos que generan personas o colectividades. Esta tarea de deconstrucción se puede entender, sin embargo, de maneras diferentes. Burr (1995, p. 157-158 de la trad. catalana) diferencia entre dos maneras de entender la tarea deconstructora: • Deconstrucción como disección y descubrimiento de las contradicciones internas de los discursos, para explicitar las connotaciones reprimidas y demostrar como sirven para convencernos de ciertos principios. Para lograrlo, se suele aludir a mecanismos retóricos como los que hemos mencionado anteriormente. • Deconstrucción como el estudio del desarrollo de las concepciones, los discursos de ciertas representaciones actuales de las personas y de la sociedad, en un intento de explicar la procedencia (la genealogía), constitución y mantenimiento de las ‘verdades’ sostenidas en nuestro tiempo y las relaciones de poder a las que sirven. En ambos tipos de deconstrucción, las diferentes corrientes postmodernas (entre ellas, obviamente, los psicólogos del discurso) han convergido en una serie de prácticas metodológicas que se conocen como ‘análisis del discurso’1 Los elementos que aglutinan a estas prácticas de análisis del discurso estriban precisamente en el interés por el lenguaje y por el análisis de materiales lingüísticos: transcripciones de entrevistas, registros de conversaciones espontáneas, fragmentos de libros, etc. El análisis es de carácter interpretativo y cualitativo, sin que existan unas normas o leyes claras, unas recetas de cómo llevarlo a cabo. El analista ‘lucha’ con los textos, aislando recursos retóricos, construcciones gramaticales, repertorios léxicos y temáticos que dan cuenta de imagen (con la ‘ontología’) que es capaz de transmitir el texto y cómo esa imagen sirve para ciertos intereses que están en juego a la hora de construir ese discurso. 1 Es importante subrayar esta diferencia entre el análisis del discurso como corriente dentro de lo que podríamos denominar construccionismo o psicología postmoderna (corriente representada por autores como los británicos Edwards, Potter o Wetherell, y que también se ha denominado psicología del discurso) y el análisis del discurso como estrategia o práctica metodológica, estrategia que es seguida tanto por los a los psicólogos del discurso como por autores que se enmarcan dentro de otras corrientes construccionistas. – 640 – Nuevas perspectivas socioculturales Por ejemplo, Edwards y Potter (1992; p. 160 y siguientes) mencionan algunos de los mecanismos discursivos que ponemos en marcha para legitimar ciertas versiones de los acontecimientos y que pueden ser detectados en el proceso de análisis. En concreto, estos mecanismos ayudan a que nuestra versión de los hechos parezca externa al propio agente, al propio actor, que a través de ellos sitúa ‘en la realidad’ o en un ‘mundo exterior a él’ los hechos versionados y los aleja de sus propios deseos o preocupaciones como actor. Entre estos mecanismos mencionan: • La adscripción categorial: adscribiendo cierto hecho o acontecimiento dentro de cierta categoría hace que recoja todas las implicaciones propias de esa categoría. Por ejemplo, no es lo mismo describir un acontecimiento como un ‘desastre’ que como un ‘tropiezo’: las implicaciones de una y otra descripción son muy diferentes. • Descripciones vívidas: cuando describimos algo incluyendo muchos aspectos directamente perceptibles, con incidentes (anecdóticos o no) descritos de manera exhaustiva, se crea la impresión de experiencia ajena al autor, que se sitúa como simple observador de la escena. • Narratividad: la plausibilidad de una versión aumenta cuando se inserta dentro de una secuencia narrativa en la que se sitúan antecedentes a ella y consecuentes, apareciendo el acontecimiento descrito como un elemento necesario, esperable y ‘lógico’ dentro de una cadena causal. • Vaguedad sistemática: es un recurso complementario a las descripciones vívidas. La inclusión de detalles tiene el peligro de ser el punto de partida de argumentos que rebatan nuestro punto de vista: elaborando versiones vagas, globales, esta susceptibilidad a ser rebatidas es mucho menor. • Modo empiricista de contar: tratar a los fenómenos como agentes en sí mismos, independientes de los actores que están implicados en ellos, que actuarían como meros observadores o receptores pasivos de las consecuencias de los fenómenos. El uso sistemático de las voces pasivas en los informes experimentales, por ejemplo, sería un ejemplo concreto de este modo de contar en el que las cosas suceden por sí mismas, sin intervención de sujetos. • Retórica de la argumentación: las construcciones en forma de silogismo o formas lógicas hacen que la versión aportada tenga una validez en sí misma, formal, e independiente por ello al actor que la genera. Proporcionan un ‘sentido de racionalidad’ a la versión y por ello la acreditan ante nuestros oyentes. • Formulaciones de caso extremo: cuando oponemos nuestra versión a un extremo radicalmente opuesto y no deseable, automáticamente adquiere un valor mayor que si no lo oponemos a nada o lo oponemos a una versión alternativa más matizada. Así, por ejemplo, ante la presentación de una opción política como ‘socialismo o muerte’, la opción ‘socialismo’ se refuerza como única alternativa a un extremo a evitar. • Consenso y corroboración: aportar pruebas en forma de acuerdo entre observadores (especialmente si estos son independientes al autor de la versión) aumenta a efectividad de cierta forma de construir los hechos. Nuevas perspectivas socioculturales – 641 – • Listas y contrastes: las descripciones construidas con listas (típicamente de tres elementos, o incluyendo un ‘etcétera’) adquieren valor como catálogo completo o representativo de cierta realidad que queremos poner de manifiesto, cerrando las puertas a ejemplos alternativos. En el informe, las tesis del investigador se presentarán claramente, de tal manera que el lector sea capaz de evaluarlas y hacerse un juicio propio respecto a su validez. El texto incluye, junto a la interpretación discursiva, ejemplos representativos de los textos originales que la avalan. En conjunto, el análisis del discurso como estrategia metodológica es más una ‘artesanía’ que una técnica (Potter y Wetherell, 1987; p. 175) y sin duda el procedimiento seguido no se ajusta a los estándares metodológicos establecidos desde la psicología científica tradicional (una psicología que, desde este punto de vista, es la ‘modernista’ a la que los construccionistas se oponen tan radicalmente). Discurso, crítica y Psicología Evolutiva Como hemos comprobado en los apartados anteriores, las corrientes postmodernistas y su radicalismo tiene unas implicaciones muy importantes a la hora de entender la psicología en general y el desarrollo psicológico en particular. Aunque si comparamos la producción directamente vinculada a la Psicología Evolutiva (es decir, que tiene como objeto temas evolutivos) con la producida por otros enfoques analizados en este u otros capítulos, no podemos más que calificar esta producción como modesta, podemos distinguir al menos dos líneas de investigación que tienen un indudable interés evolutivo (en el sentido evolutivo tradicional, que se refiere únicamente al desarrollo infantil). La primera de ella trata de cómo los niños participan y elaboran discursos, generalmente en contextos en los que también están presentes adultos (padres o maestros, habitualmente) para conseguir ciertos objetivos. En este sentido, investigaciones como la de Edwards (1993) son un buen ejemplo. Edwards intenta rebatir un supuesto generalmente compartido por los psicólogos evolutivos, que han tratado el habla de los niños como un indicador, más o menos exacto, de estructuras conceptuales o procesos mentales que suceden en el interior de sus mentes. Así, desde este punto de vista, se supone por una parte que los niños poseen un conocimiento interno estable que preexiste al habla y se refleja en ella y por otra que las formulaciones verbales de los niños son una evidencia de cómo son capaces de pensar, de qué competencias poseen y, en consecuencia, de qué tipo de problemas van a ser capaces de resolver (Edwards, 1993; p. 208). Desde un punto de vista discursivo el habla de los niños puede, sin embargo, tener un valor muy diferente. Analizando discursos en el aula entre el profesor y sus alumnos, Edwards pone de manifiesto como las producciones verbales de ambos pueden entenderse desde un punto de vista pragmático, como producciones con un valor retórico y argumentativo que pretende conseguir objetivos situados en el aquí y ahora de la conversación, más allá (o más acá, para ser más exactos) de su valor como indicadores de estructuras conceptuales – 642 – Nuevas perspectivas socioculturales internas. Por otra parte, también pone de manifiesto como el flujo de conversación se organiza en patrones discursivos controlados por el profesor, que elicita las producciones de los niños, las dirige y las evalúa como pertinentes o no. A partir de estas secuencias instructivas, los niños acaban produciendo versiones de los acontecimientos que se ajustan a los patrones sancionados y valorados por el profesor. Lejos del énfasis en la consistencia interna buscado por autores como Piaget, Edwars se centra en las inconsistencias de las producciones de los niños en diferentes momentos, e interpreta esas inconsistencias a la luz de los objetivos pragmáticos, situacionales, que el niño pretende conseguir en cada momento. Otro buen ejemplo de este abordaje discursivo del desarrollo es, por ejemplo, el trabajo de Pontecorvo y Fasulo (1999). Estas investigadoras examinaron una conversación familiar en la que diversos miembros (el padre, la madre, su hija y una empleada del hogar) hablan sobre lo que es una comida italiana típica. A partir de los turnos de participación, analizan la forma en la que los adultos legitiman a su hija a participar en la conversación, el tipo de intervención que le permiten y como la niña ajusta los sus turnos para aportar participaciones que sean valoradas por sus padres. Muestran como la niña lo consigue a partir de la aportación adecuada a un rol típicamente femenino (Pontecorvo y Fasulo, 1999; p. 332). Una segunda línea de trabajo del postmodernismo en relación con la Psicología Evolutiva (y quizá la más genuinamente postmodernista) es precisamente la crítica de esta psicología tal y como la conocemos. La tarea de los psicológicos postmodernistas es, en este caso, ‘deconstruir’ la Psicología Evolutiva, situándose en un plano metateórico y tratando de poner en cuestión los dados por supuestos de la disciplina, esas asunciones que raramente son objeto de examen e interrogación sistemático, e intenta examinar a qué intereses sirven y qué efectos sociales provocan o refuerzan. La Psicología Evolutiva ha creado unos discursos que han engendrado y definido lo que es y no es el desarrollo, el rango de posibilidades dentro del que la trayectoria evolutiva humana tiene sentido. La misión de una visión postmoderna del desarrollo es, precisamente, evidenciar estos discursos. Como comenta Harris (1987) respecto a la psicología crítica, una corriente que podemos englobar dentro del postmodernismo y que destaca por su compromiso político, ‘Este enfoque hermenéutico o crítico trata a la teoría y la investigación en psicología como un texto, susceptible de ser analizado estructuralmente tanto desde un punto de vista de su significado superficial como de su significado profundo. Y, lo que es más importante, el texto psicológico se sitúa e interpreta dentro de un contratexto, esto es, dentro de las condiciones históricas, sociales y estructurales en las que se inscribe’ (Harris, 1987 p. 31; la traducción es nuestra). El objetivo es desvelar como la psicología (y, en concreto, la Psicología Evolutiva) contribuye a elaborar y legitimar ciertas visiones de la infancia y la crianza infantil que conectan y están al servicio de ciertas ideologías y requerimientos sociales. La psicología funcionaría como un instrumento de promoción de ciertas Nuevas perspectivas socioculturales – 643 – actividades, técnicas y conocimientos que, en virtud de su tratamiento científico, adquieren un estatus normativo (Harris, 1987; p. 35). Dentro del mismo marco de la psicología crítica y el análisis del desarrollo, Broughon (1987, p. 11-16) afirma que desde este enfoque se intenta, además, reconstruir la Psicología Evolutiva como una comprensión de las condiciones históricas, sociales y políticas que la han dado lugar y han contribuido a su propio desarrollo: • Histórica, en la medida que se considera la historia no como un efecto a controlar (o a aislar y controlar como efectos generacionales mediante sofisticados diseños experimentales, como hacen los psicólogos del lifespan, ver capítulos 1 y 12), sino como un elemento constitutivo del propio sujeto y de la propia subjetividad. • Social, ya que, además de poder conectar las trayectorias evolutivas de la persona con estructuras sociales, se descarta el dualismo individuo sociedad y su tratamiento como entidades independientes (o incluso interdependientes, influyendo la una en la otra o viceversa). La propia noción de desarrollo, al igual que la noción de individuo, sólo es posible desde su consideración como un fenómeno social. • Política, dado que se trata de identificar la forma por la que la psicología sirve para elaborar y legitimar en esfuerzo social e institucional para producir cierto tipo de objeto, objeto que luego será estudiado por la psicología como un dado por supuesto. En consecuencia, una aproximación postmodernista (o, en concreto, crítica) de este tipo a la psicología del desarrollo ha de ser necesariamente hermenéutica, interpretativa. Una aproximación a este análisis postmodernista de la Psicología Evolutiva nos los proporciona Burman (1994; p. 199 y siguientes de la trad. cast.) sobre la teoría de Piaget. Esta autora analiza la teoría de Piaget como un ejemplo paradigmático de psicología moderna, comprometida con las narrativas de la verdad, la objetividad, la ciencia y la razón. Este compromiso de Piaget con la empresa modernista se observa en las siguientes características de su teoría: • El individuo es la unidad de desarrollo. Este individuo ha de resolver racionalmente los obstáculos que se le presentan dentro de un mundo material. El individuo no es un producto, sino un previo, un dado por supuesto separado, un ente autónomo, encerrado y autosuficiente. • Piaget plantea la existencia de unas estructuras que subyacen al comportamiento observable. Estas estructuras, que residen dentro del individuo. son las ‘esencias’ a descubrir. • La trayectoria evolutiva del pensamiento infantil sigue un modelo ‘cuesta arriba’ de la ciencia y el progreso. El modelo planteado por Piaget es una jerarquía de estructuras, en la que unas más adecuadas van sustituyendo a otras menos adecuadas. • La lógica, entendida como ‘pensamiento científico’, es la cumbre del desarrollo cognitivo, ajena a cuestiones irracionales, emocionales o contextuales. – 644 – Nuevas perspectivas socioculturales • El modelo de desarrollo de Piaget es universal, independiente de cuestiones sociales, culturales e históricas. Estos supuestos modernistas que Piaget legitima a partir de sus escritos, sin embargo, no son neutros, sino que tienden a apuntalar cierta moral y a favorecer ciertas opciones ideológicas. Entre otras, Burman apunta: • El proyecto de Piaget es un proyecto anclado en valores claramente masculinos de exploración, de descubrimiento, de independencia. Su relación con sus cuidadores (con la madre, principalmente) refleja una estructura de roles heterosexuales y de género: la mujer cuida y no interfiere (como mucho proporciona una ‘mirada benéfica’) en la actividad descubridora masculina, reafirmando su sensación de control, de poder y autonomía. • Los valores de Piaget son valores liberales: compromiso con el progreso, descubrimiento de una base racional para la acción moral, valoración del orden racional y de la armonía (coordinación) entre mente y mundo. • El marco explicativo de Piaget privilegia formas occidentales de razonar, atribuyendo implícitamente (y a veces explícitamente) a lo que se desvía de ellas (las formas de otras culturas) una inferioridad. Piaget equipara niño y primitivo, para ambos parece indicar la misma receta: la ciencia y la razón como panaceas para el sacarles de su estado ‘inferior’ y conseguir niveles más elevados en el desarrollo individual y de la sociedad. De manera similar, Burman (1994; p. 40) analiza las visiones más recientes del niño como sede de las más variadas competencias precoces, un niño ‘sabio’ ya desde los primeros días y que podemos descubrir gracias al poder de la tecnología que hace posibles nuevos (y ‘mejores’, más ‘objetivos’) diseños y procedimientos experimentales. Un niño en el que, al poseer de forma innata muchos fundamentos de las capacidades, no se requiere explicar su desarrollo. Por último, uno de los conceptos que más atención ha recibido por parte de los psicólogos postmodernos interesados en la Psicología Evolutiva es el concepto de etapa. En este sentido, la tesis es que las etapas, más que reflejar ciertas características definitorias de las personas, ciertas cualidades duraderas de ciertos grupos (y asociadas en buena medida a la ciertas edades) que los diferencian de otros, son el producto de fuerzas históricas, sociales y políticas. Por ejemplo, Burman (1997) repasa la emergencia histórica de la infancia como una etapa diferenciada de la vida, y como las edades que separaban a los niños de los adultos han ido cambiando en diferentes momentos. La clave, de acuerdo con esta autora, son los imperativos económicos de las diferentes sociedades, que en ciertos momentos han potenciado la incorporación temprana al mundo del trabajo y en otros han potenciado la necesidad de unos años de formación para poder rendir posteriormente en el mundo laboral. Argumentos similares se han utilizado para dar cuenta del nacimiento (relativamente reciente en términos históricos) de la adolescencia como etapa separada del ciclo vital entre la infancia y la adultez (ver Goldhaber, pp. 370-371). Respecto a los significados asociados a la vejez, los trataremos en mayor profundidad en el capítulo 12. Nuevas perspectivas socioculturales – 645 – Postmodernismo y psicología cultural Las corrientes psicológicas postmodernistas y las perspectivas socioculturales presentan muchos puntos de acuerdo. Como repasamos al principio de este capítulo, ambas perspectivas tienen un punto de vista constructivista que rechaza las nociones tradicionales que hemos denominado objetivistas y que se caracterizan por separar de forma radical el mundo externo del interno, concibiendo a éste como una representación más o menos imperfecta o sesgada de aquel. En esta construcción de la realidad, también ambas perspectivas adoptan un punto de vista social y cultural, al subrayar la importancia de la comunicación cotidiana. Sin embargo, ya a primera vista se distinguen algunas divergencias importantes. Mientras para la psicología sociocultural del desarrollo permite afirmar que, aunque enmarcados dentro cierto contexto histórico, social y cultural de referencia, podemos identificar formas de expresión humana más avanzadas, maduras, sofisticadas o equilibradas que otras, esta idea de progreso es precisamente lo que se critica desde la psicología postmodernista. Para Prawat (1999) esta divergencia fundamental implica ciertas contradicciones que podemos identificar dentro de la versión postmoderna del desarrollo. Por una parte, Prawat (1999, p. 65) pone de manifiesto como desde el postmodernismo por un lado se intenta eliminar al individuo como tal, como agente, reducido a una simple construcción lingüística. Sin embargo, por otro lado, se argumenta como ciertos discursos prevalecen sobre otros, discursos que privilegian ciertas visiones del mundo y que, por ello, regulan la actividad humana de ciertas maneras beneficiosas para ciertos grupos sociales y no para otros. El objetivo del postmodernismo es, entre otros, desvelar esas implicaciones del discurso respecto a las relaciones de poder, para, cambiando el discurso dominante, llegar a formas de relación más beneficiosas para los grupos que antes estaban sin voz. Sin embargo, las sociedades dependen de los individuos que son capaces de inventar nuevos lenguajes, de crear gérmenes de nuevas formas de vida cultural, que cambiarán la vida de personas que se supone que ahora no tienen voz en los discursos dominantes. Pero, paradójicamente, los mismos postmodernistas han eliminado la propia noción de individuo, eliminando por ello tanto a esos sujetos a quienes corresponde cambiar los discursos dominantes como a esos otros a quienes hemos de oír. De hecho, ¿no es el papel del científico postmodernista el de actuar, como individuo supuestamente ajeno a ese proceso de construcción, precisamente el de desvelar los discursos dominantes para cambiarlos? Una contradicción en gran parte paralela y procedente también de esta negación del individuo es la referida al papel de la cognición en la cultura y en el individuo. Como hemos visto a lo largo del presente capítulo, muchas de las perspectivas socioculturales analizadas (por no hablar de las no socioculturales analizadas hasta el momento) contemplan de manera explícita algunas representaciones, ideas, creencias como parte de la herencia cultural de las personas. Este aspecto ideal de la cultura tendría su reflejo el ciertas herramientas materiales o prácticas sociales que formarían el otro polo de la cultura (recordemos los – 646 – Nuevas perspectivas socioculturales conceptos de complex custom de Shweder o de artefacto de Cole, analizados en apartados anteriores). Vivir en una cultura implicaría apropiarse (o internalizar) de esas ideas, que al final se concretan en ciertas habilidades o conocimientos que, en la gran mayoría de ocasiones y independientemente de su naturaleza inherente social, se contemplan como aspectos en último término individuales, cognitivos. Sin embargo, desde el constructivismo lingüístico radical de los enfoques postmodernos, la realidad se constituye únicamente a través del lenguaje y con la motivación de cumplir ciertos propósitos sociales dependientes del contexto y ajenos en todo caso a la elaboración o refinamiento de ciertos esquemas cognitivos o representaciones internas. La propia noción de estados cognitivos internos sería, desde el punto de vista del análisis del discurso, una construcción lingüística, algo que subyace en la estructura del lenguaje que utilizamos y no en la realidad, con lo que consecuentemente se puede manufacturar de forma estratégica para cumplir ciertas funciones en la interacción cotidiana. En este sentido, apostar por un marco en el que la cognición no tenga ningún papel significa no sólo no atender a la experiencia fenoménica de la existencia de representaciones internas (argumento que, en último término, puede tener poco valor), sino convertirse en un reduccionismo que transforma el modelo en un ‘conductismo discursivo’ en el que las personas serían una especie de 'cajas negras' emisoras de discurso, pero en el que se niega toda entidad a los procesos y contenidos que regulan el discurso desde dentro de la ‘caja’. Como cita Van Dick (1990), '[los analistas del discurso] tienden a darlas por explicadas [las representaciones cognitivas] reduciéndolas esencialmente a propiedades del discurso social. En mi opinión, no se puede establecer ningún marco teórico o explicativo sólido sin una versión explícita de las representaciones cognitivas socialmente compartidas. Mientras el discurso es por supuesto de una importancia fundamental en la expresión, comunicación y reproducción de representaciones (...) esto no significa que el discurso o sus estrategias sean idénticas a esas representaciones' (Van Dick 1990; p. 165) Por otra parte, aunque desde el análisis del discurso se niega explícitamente la utilidad de la noción de representaciones cognitivas, implícitamente asumen que ciertos aspectos del 'mundo interno' de las personas determinan la configuración de sus discursos. De esta manera, resulta difícil sostener que el lenguaje es esencialmente pragmático y variable en función de las funciones que cumple sin acudir a nociones esencialmente cognitivas, como son las de ‘intención’ o ‘motivación’ o ‘meta’, que guíen la acción que se persigue conseguir por medio del discurso. Por ejemplo, Wetherell y Potter (1992) en su estudio sobre el racismo llegan a la conclusión de que las personas organizan de manera estratégica lo que dicen para evitar ser evaluadas como racistas. Esto, como mínimo, indicaría la presencia de una motivación interna destinada al manejo de impresiones y autopresentación de manera que los demás nos contemplasen favorablemente (Giles y Coupland, 1989; Agoustinos y Walker, 1995; ver capítulo 12). Nuevas perspectivas socioculturales – 647 – Un problema similar se relaciona con el papel de la realidad. Como hemos visto, desde el postmodernismo la realidad también se entiende como una construcción del lenguaje, algo a lo que no se puede acceder directamente y que se muestra únicamente en el lenguaje. Sin embargo, estas visiones de la realidad construidas a partir del lenguaje se supone que tienen unos efectos prácticos en la vida de las personas, unos efectos que son reales (en el sentido de que afectan a las propias condiciones de vida, al estatus que ocupa cierta persona o grupo dentro de una sociedad, etc.), cuando esa misma realidad se había negado antes. De hecho, como hemos comentado, la misión del postmodernismo es cambiar esos discursos para, en último termino, cambiar las consecuencias prácticas que tienen sobre la vida de las personas. Un último problema hace referencia al vínculo que se establece entre las prácticas lingüísticas en un nivel micro, cotidiano (prácticas locales, podríamos llamarlas) y los discursos sociales amplios que supuestamente caracterizan cierta cultura. Desde el postmodernismo se da cuenta tanto de esas transacciones locales y de como las reglas que las definen son adquiridas a partir de la participación como de los discursos más amplios en las que se enmarcan, pero apenas se dice nada de los mecanismos que consiguen enlazar lo local con lo global, la especificidad (e incluso el caos) de lo cotidiano con la presencia de discursos ampliamente compartidos. En estas dificultades de unir lo interpersonal con lo socio-cultural subyace la tensión de una doble definición de ‘discurso’ (Coupland y Coupland, 1995): discurso como conjunto de procesos particulares y localizados y actos de habla, en episodios comunicativos concretos (discurso en el sentido que le dan, por ejemplo, autores como Edwards, Potter o Wetherell), y discurso como formatos culturales abstractos que predisponen a ciertos patrones de pensamiento y representación (discurso en el sentido que le dan autores como Parker). De hecho, esta dicotomía no es más, a nuestro juicio, que un reflejo de la dicotomía individuo-cultura, que hemos visto a lo largo de este capítulo en diferentes apartados, sólo que reformulada en términos postmodernos. Algunas corrientes postmodernas (en concreto, los analistas del discurso) enfatizan especialmente, como hemos visto, la variablidad como derivación natural de las diversas funciones que cumplen las construcciones discursivas en cada momento de la interacción. Este supuesto choca, según ellos, con la noción de consenso implícita en cualquier teoría que proponga representaciones compartidas (Potter y Litton, 1985; Potter y Wetherell, 1987). Según estos autores, el consenso en la idea de presentación es más un presupuesto asumido a priori que algo que se encuentre de hecho en los datos, en el discurso de las personas generado en contextos cotidianos. Este consenso sólo se llegaría a encontrar por medio de la aplicación de procedimientos estadísticos (medias, técnicas factoriales, etc.) o cualitativos (análisis de contenido con categorías amplias y genéricas) que sobredimensionan el acuerdo y penalizan la variabilidad, obviando toda referencia al cambio del lenguaje en función de las exigencias propias de cada momento y de los propósitos del hablante. Como citan McKinlay, Potter y Wetherell, ‘los analistas del discurso (...) han resaltado como las representaciones son más un lugar de conflicto y argumentación que de armonía y de acuerdo. En resumen, ello sugiere que la noción de representación social como un código común en el que se está de acuerdo deja de lado las – 648 – Nuevas perspectivas socioculturales posibilidades de conflicto inherentes a la vida social’ (McKinlay, Potter y Wetherell, 1993; p. 139, la traducción es nuestra). Este énfasis en la variabilidad choca, como hemos comentado, con la idea de cultura como aspecto que unifica cierta comunidad, como forma compartida de ver el mundo, como espacio intersubjetivo. Desde este punto de vista, y en referencia a la idea de variabilidad, aun admitiendo que el discurso de las personas es a veces inconsistente y contradictorio, desde la psicología cultural parece difícil negar que haya una línea de coherencia en lo que los hablantes dicen e, incluso más allá de esa coherencia, también parece razonable suponer que pese a todo las personas compartimos un cierto núcleo de significados de sentido común que permiten la comunicación, aunque a veces sea una comunicación con fines críticos y polémicos. El consenso asociado a las representaciones sociales es dinámico y no equivale a uniformidad ni niega la diversidad. Por ejemplo, en Tomasello hemos visto como el perspectivismo inherente al lenguaje como instrumento cultural, las miradas diferentes sobre un misma realidad (las ‘voces’ en términos Bajtinianos) no son contradictorias con pertenecer a una misma cultura, que posibilita estas miradas diferentes, pero que al mismo tiempo las restringe a ciertos parámetros culturales (parámetros que pueden cambiar históricamente por acción de los individuos). Incluso metodológicamente se podría argumentar que, igual que quienes presuponen la consistencia utilizan procedimientos que tienden a reducir la variabilidad, también quien presupone variabilidad utilizan métodos para encontrarla y resaltan la contradicción (por ejemplo, como señalan Agoustinos y Walker, 1995, seleccionando partes separadas de una misma entrevista). Por último, también resulta importante señalar que desde el análisis del discurso se ha propuesto un concepto nuevo que intenta dar cuenta de este nivel de acuerdo interpersonal en los discursos, o, en palabras de McKinlay, Potter y Wetherell (1993; p. 147), de ‘las regularidades dentro de las variaciones’. Este concepto, que es una solución para vincular el discurso cotidiano con los ‘discursos’ sociales más amplios que dominan en una cultura, es el denominado ‘repertorio interpretativo’. Los repertorios interpretativos se conciben como una especie de caja de herramientas lingüísticas que las personas utilizamos para construir versiones particulares de ciertos fenómenos con el fin de cumplir ciertas acciones sociales. Según Potter y Litton, los repertorios interpretativos serían ‘sistemas de términos usados recurrentemente para caracterizar acciones, eventos y otros fenómenos. Se constituyen a través de un rango limitado de unidades léxicas y construcciones estilísticas y gramaticales particulares, combinadas con metáforas específicas’ (Potter y Litton, 1985; p. 89). Sin embargo, en la propia definición de repertorio interpretativo este se remite únicamente a instrumentos lingüísticos, sin ninguna referencia a entidades de tipo cognitivo (lo que sería contradictorio con los principios epistemológicos que defiende), lo que le resta, a nuestro juicio, gran parte de su valor, al aportar gran indefinición (porque, ¿dónde residen esos mecanismos lingüísticos, esos repertorios interpretativos si no es en las personas individuales?). Quizá a causa de estos problemas que presentan las propuestas psicológicas que podemos denominar postmodernas, la psicología cultural marca distancias Nuevas perspectivas socioculturales – 649 – respecto a ellas y su radicalidad, a pesar de compartir un rechazo común con las propuestas ‘modernistas’ que ha dominado la psicología durante gran parte del siglo XX. Por ejemplo, Feldman (1997; p. 293) argumenta que la psicología cultural se asienta sobre una base cognitiva que va más allá del discurso en al menos tres sentidos: • Concibe personas que son capaces de experimentar cambios sobre la base de procesos endógenos no sociales. • Concibe personas en las que se mantiene en la privacidad de una única mente. • La estructura del self subyacente no difiere entre culturas ni entre individuos dentro de una determinada cultura, y, por lo tanto, puede expresarse en forma de universales cognitivos. De manera similar, Miller (1997) afirma que ‘la perspectiva de la psicología cultural rechaza la manera de ver la cultura como una variable independiente (...) pero igualmente rechaza (...) tratar los procesos psicológicos como fenómenos puramente discursivos. Desde el punto de vista de la psicología cultural, esta posición se considera reduccionista, ya que trata los fenómenos psicológicos como isomórficos a procesos culturales, con una atención muy limitada a la agencia individual’ (Miller, 1997; p. 220, la traducción es nuestra). De esta manera, la psicología cultural parece estar en una especie de medio camino, o de constituir una vía intermedia (a pesar de la heterogeneidad interna que esta misma psicología cultural presenta) entre la psicología cognitiva tradicional y la alternativa radical postmoderna, una posición intermedia que, reconociendo la formación cultural de la persona, la lleva más allá (o más acá) del puro discurso para concretarla en mentes que tienen poder para poder cambiar, a su vez, la propia cultura (Prawat, 1999; Hatano, 1999). Obviamente, los matices dentro de esta amplia situación intermedia pueden ser muchos. Por ejemplo, en la perspectiva sociocultural del desarrollo, como hemos visto en apartados anteriores, tenemos desde la posición más dualista de las interpretaciones tradicionales de Vigotski, hasta la posición más ‘colectivista’ y que enfatiza menos al individuo y sus representaciones internas, como es la postura de Rogoff o de Lave.