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todos los colores con que
Medalla de plata e
Por Miguel Calvo
en los JJ.MM. de 1959.
Miguel Navarro es un magnífico orfebre.
Miguel Navarro (Barcelona, 21.11.1929),
es uno de los grandes maratonianos que ha dado la
historia de nuestro atletismo. Él, que batió cuatro
veces el récord de España de maratón, que fue cinco veces campeón de España, que ganó la medalla
de plata en los Juegos Mediterráneos de 1959 en la
lejana Beirut, que corrió en Roma la mágica noche
de la victoria olímpica de Abebe Bikila en 1960 donde fue decimoséptimo con récord de España y mejor actuación española de los Juegos incluida. Él,
que ahora, a sus 84 años, nos recibe en su casa construida en el recinto para el conserje permanente
de la Residencia Joaquín Blume de Barcelona, donde ha trabajado desde aquel maratón de Roma hasta su jubilación, sin separarse nunca del atletismo
y el deporte que tanto ama.
Tras su jubilación como conserje, y tras una exitosa carrera como corredor y entrenador, Navarro encontró la pausa, la tranquilidad de seguir amando
lo que se hace, en la cerámica y la escultura, y sus
manos, al igual que antes sus piernas siempre se negaron a pararse, continúan un camino abierto para afrontar nuevas etapas. Una de sus esculturas, llamada Ona, como su nieta, y que representa una lanzadora de jabalina, fue premiada en una competición entre artistas que fueron deportistas olímpicos, y así, entre exposiciones y nuevos modelados,
el maratoniano encontró su nueva pasión. “Ahora – nos cuenta el propio Miguel Navarro –, si pre-
cisamente no trabajo más es porque muchas veces ya no encuentro ni sitio para
guardar todas las cosas. Una de mis últimas esculturas está inspirada en la saltadora Ruth Beitia, y ojalá tenga la oportu-
nidad de coincidir con ella y poder regalársela”.
Miguel Navarro nos recibe derrochando simpatía y amabilidad, y sus relatos, con la veteranía que
desprenden las palabras que quien tanto ha vivido, rápidamente nos llevan a otros tiempos, a otra
época en la que la maratón “era una disciplina
que estaba muy mal vista, incluso por los
médicos, y todos nos tachaban como locos por dedicarnos a un esfuerzo tan grande. Recuerdo cómo la gente me gritaba
cuando pasaba corriendo por el centro de
Barcelona, como si sólo estuviese perdiendo tiempo y esfuerzos – nos dice Navarro -.
Corríamos en unas condiciones que nada
tienen que ver con las de ahora, con unas
bambas Pirelli y unos calcetines de lana
que hacían que tuviésemos los pies y las
uñas destrozadas”.
Los recuerdos se detienen en Roma, la ciudad eterna, en aquella tarde del 10 de septiembre de 1960.
En la histórica maratón olímpica que tras salir desde la Piazza del Campidoglio situada en la colina
capitolina, el caput mundi del Imperio Romano,
atravesó los foros imperiales, llegó hasta las Termas de Caracalla y recorrió las afueras de Roma,
para regresar al atardecer, con el empedrado de
la vía Apia iluminado con focos y antorchas, hasta la meta situada bajo el arco de Constantino, a
los pies del Coliseo, siempre detrás de los pies
descalzos de Abebe Bikila.
“Aquella carrera, aquella maratón de los
Juegos de Roma, fue algo tan especial, tan
reportaje
bonito, que desde entonces creo que
nunca se ha conseguido igualar” nos
dice el propio Navarro, que fue el único español que participó en la histórica maratón.
“Estaba todo programado para que
el final se corriese de noche, bajo algunos focos que iluminaban la carretera y entre soldados romanos portando antorchas, con lo que la meta
situada junto al Coliseo, debajo del
arco de Constantino, fue un momento que permanecerá en la historia para siempre”.
“Durante los Juegos, todos vivíamos
juntos en la villa olímpica, y el ambiente era muy especial – continúa recordando Navarro -. Allí estaba con Barris, con Albarrán, con Felipe Areta…
y recuerdo aún las bromas. Cómo sería que, tras tomarme el pelo, protesté tanto al entrenador Torres que desde entonces siempre que me volvía a
ver, me preguntaba lo mismo: “¿Quién?
¿Quién te ha cogido las calcetas, Navarro?”.
Tuvo el privilegio de competir en los JJ.OO. de Roma 1960 junto al gran Abebe Bikila.
de proclamarse al fin campeón por
encima de Emil Zatopek, quiso seguirles, pero acabó roto en el puesto 34.
Con él tenía buena relación, y recuerdo cómo le animé cuando le adelan“Todo ese tiempo que estuvimos en té, pero ese día el francés ya no podía
Roma antes de la carrera, pude con- más”.
tinuar los entrenamientos habituales,
y salía a entrenar todos los días a las Manuel Cutié, el gran técnico que dirigió los
siete de la mañana. Los maratonia- pasos entre otros de Gregorio Rojo, Consnos, fuésemos del país que fuésemos, tantino Miranda o José Coll, fue el entrenanos entendíamos a la perfección, y dor de Miguel Navarro durante toda su viaunque sólo fuera con señas nos po- da, “un segundo padre para mí”, como
níamos enseguida de acuerdo, de ma- él mismo matiza. “Siempre, la única connera que todas las mañanas formá- dición que puse para ir a cualquier
bamos un grupo de treinta o cuaren- competición fue que mi entrenador
ta corredores para entrenar juntos. viniese conmigo – continúa Navarro -. Él
Cuidaba mucho la alimentación, sin me conocía mejor que nadie, y el hecoger ni un gramo de más, y luego cho de llevarlo siempre al lado, reguaprovechaba el día viendo boxeo y lándome y marcándome los ritmos,
baloncesto, que era lo que más me era mi mayor garantía”.
gustaba”.
“En una ocasión – prosigue – me pro“Bikila era un desconocido por enton- pusieron si querría irme a entrenar a
ces. Siempre descalzo en cada entre- Alemania con uno de los mejores de
namiento, como a él le gustaba co- aquel entonces, con Gerschler, pero
rrer, y sin duda saltaba a la vista que yo siempre quise estar con Cutié. Me
llegaba muy bien preparado – nos si- bastaba que se llamase Manuel, que
gue relatando en primera persona -. El fa- me entendiese y yo le entendiese a él,
vorito era el marroquí Rhadi Ben Ab- y es que, además, ha sido el mejor endesselam, y en la parte final los dos trenador que he podido tener nunca”.
se quedaron solos, hasta el ataque del
etíope y su incontestable victoria. En aquella carrera de Roma, Navarro reAlain Mimoun, que venía de ganar en cuerda que “salí retenido, demasialos anteriores Juegos de Melbourne, do cargado de responsabilidad. Las
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cosas no habían ido bien para el
equipo español de atletismo, y no
paraban de recordarme que tenía
que salvar la actuación, con lo que
la presión me atenazó desde la salida – nos confiesa -. En el kilómetro
20 pasé en el puesto 37, y poco a
poco, con los ánimos de Manuel
desde el jeep, pude ir demostrando mi regularidad, mi ritmo en carrera, hasta llegar al final en el
puesto 17”, superando a grandes ma-
tiempos en los que comenzábamos a
conocerlos como interval training. Los
domingos estaban reservados para el
kilometraje largo, y bajaba hasta la
autopista de Castelldefels para hacer
30 kilómetros” termina de detallarnos.
“Siempre he pensado que llegábamos
con demasiado volumen, sin descansar nunca, lo que hace que, viéndolo
desde la perspectiva de ahora, llegásemos un poco cansados. Ahora todo es muy distinto, sobre todo en
cuanto a alimentación y calzado. Por
ejemplo, no se prestaba tanta atención a los avituallamientos, con lo que
acabábamos muy deshidratados”.
“En cambio, ahora saben muy bien lo
que tienen que hacer. Saben a la perfección que tomar, como entrenar y
como cuidarse durante la carrera. Fíjese si íbamos a ciegas, siempre dudando de si habíamos entrenado lo
suficiente, que los días antes de las carreras hacíamos fartlek de una hora,
y aun así dudábamos de si sería suficiente...” termina de contarnos.
ratonianos de países con mucha tradición en lo que al final fue la mejor actuación entre todos los atletas españoles que compitieron en Roma.
casa, y tras continuar la tarde haciendo transportes por su cuenta, dedicaba entre dos y
tres horas diarias al entrenamiento, en unas
sesiones que no eran especialmente fáciles.
El día a día de Miguel Navarro, por aquel entonces, no era sencillo, inmerso en unas duras jornadas de trabajo con la que sustentar
a su familia y sus dos hijos. A diario, el tren
de las seis de la mañana lo llevaba a Vilanova i Geltrú para trabajar hasta las dos del mediodía en la fábrica de Pirelli. Regresaba a
“Uno de los entrenamientos más temibles era el de 50 trotes de 400 metros – nos cuenta Navarro -. Pasaba la
vuelta en la pista a 1:08 y después daba una vuelta de recuperación por la Navarro, aceptó sin dudar la propuesta de
hierba. Al igual que los terribles su entrenador de pasarse a la maratón, y sus
20x1.000 que hacíamos, en aquellos condiciones físicas y mentales, con un estimayo/junio 2014 atletismo español
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En el ring. El de blanco es Miguel Navarro.
lo basado en la regularidad, encontraron en la
carrera de mayor fondo su espacio natural. El
propio Miguel, recuerda como una de las carreras que guarda con más cariño su último
campeonato de España, el de 1964 en Guipúzcoa, y su relato del mismo describe a la perfección su forma de correr.
“En aquella edición, la participación fue
de muchísima calidad, y allí estaban corredores como Amorós o García de Lérida, que iban dispuestos a todo. En el
hotel, el día previo, yo era muy sincero,
y se lo decía claramente a todos: sólo
tenéis dos maneras de ganarme. O llegáis conmigo y sacáis vuestro gran sprint
final de la pista, o poneros a tirar desde el principio a vuestro ritmo de diez
mil para intentar llegar a la mitad de
carrera sacándome tres minutos. Porque como lleguemos al kilómetro treinta, y os tenga sólo a doscientos metros,
daros por perdidos...”, recuerda entre risas
Navarro, quién en las entrevistas de la época
siempre comentaba su regularidad, y como
“mientras había corredores que salían
a 19 kilómetros por hora y llegaban a 15
por hora, yo siempre iba a 17 por hora,
lo que hacía que según pasasen los kilómetros pudiese ganar muchas posiciones”.
Volviendo a aquella carrera de 1964 en Villa-
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franca de Oria, Navarro continua recordando: “Ellos se reían, pero en esas llega-
ló en uno de aquellos gimnasios en los que los
chicos perseguían ilusiones bajo unos guantes.
mos al kilómetro 30, y los tenía a la
vista, a esos escasos 200 metros, justo donde quería. Cutié me miraba, y
en ese punto empezaba a animarme:
“¡va, va! ¡ahora, ahora!”. Recuerdo perfectamente cómo pasé a Luis García,
que al tiempo que se detenía para
abandonar me gritaba: “¡Estáis locos!
¡Sois unas mulas!”. Enseguida me acerqué a Amorós, y al llegar a su altura,
a su espalda, sólo quería oírle, hacerle hablar. Le pregunté cómo iba, que
me siguiese, que marcháramos juntos
y hacíamos primero y segundo. Sólo
quería escucharle, sacarle de la respiración y la concentración, y él solo
acertaba a decirme cuánto le dolían
las piernas. Desde ahí, el resto de la
carrera y la victoria fueron mías, y
aquel día es el que quizás recuerdo
con una satisfacción mayor, dado el
grandísimo nivel que había y lo que
suponía mi quinta victoria en el campeonato de España”.
“Cuándo los gimnasios tenían sólo una
espaldera, dos poleas, un saco y un ring”
Antes de todo aquello, hubo un día en el que
el billete de viaje al éxito y la fama olían a
boxeo, a ring de barrio, y Miguel Navarro,
ávido de deporte en plena década de la posguerra de los años cuarenta, “en esos años
en los que tan mal lo pasamos”, reca-
recuerda Navarro.
“Con 15 años iba al gimnasio de mi barrio
de Sants a hacer gimnasia – continúa – pero los italianos enseguida me propusieron hacer guantes con ellos y yo nunca
he sabido negarme a nada”, con lo que de
esa manera empezaba una prometedora carrera de boxeador amateur por Barcelona y la Costa Brava, en la que como tantos jóvenes de la
época “soñaba con victorias, con poder ir
a vivir a Francia y Bélgica para pelear y
hacer dinero con el que regresar y poder
poner un negocio para mis padres”, nos
cuenta el propio Miguel.
Su trayectoria como boxeador apuntaba maneras, y tras 25 combates, llegó a disputar la final
del campeonato de Cataluña de peso pluma a
Fred Galiana, con el que perdió a los puntos por
un estrecho margen, hasta que una luxación de
hombro le alejó a la fuerza del boxeo.
Julio Cortázar, el escritor argentino, escribió sobre los boxeadores que “allá arriba, en el ring, no
hay nadie que pueda salvarlos, ayudarlos o rescatarlos. Su vida depende de sus recursos, de sus
jabs (directos de izquierda) y de sus uppercuts
(ganchos)”, y como si quisiese sacar
esa filosofía del cuadrilátero, Miguel Navarro nunca se ha detenido, de una oportunidad a otra,
siempre dispuesto a recoger el
guante y embarcarse en cualquier
otra nueva aventura en la que sólo
sus propios recursos podrían llevarlo a la meta.
Durante un campamento militar al
que acudió dentro de su época de
servicio, Navarro demostró sus
grandes cualidades para la carrera
de fondo, y los entrenadores y el
club del Español no dudaron en
ofrecer una oportunidad al boxeador, dando al maratón español uno
de los mejores corredores que ha
tenido en su historia.
Su padre, compromisario del F.C.
Barcelona, vio cómo su hijo corría
defendiendo los colores del R.C.D.
Español, con todo lo que eso suponía, al tiempo que compaginaba su
trabajo, en el que llegó hasta capataz, con las dificultades añadidas
de alternar ambas ocupaciones. Tras
Roma, le llegó la oportunidad de
convertirse en conserje de la Residencia Blume, y al fin, tras tanto esfuerzo, pudo compaginar mejor los
esfuerzos. Luego vendría su labor
de entrenador, los dos clubes que
fundó, como el Cornellá Atlétic y
el Esplugues Atlétic, al frente del
cual estuvo 12 años. Después, tras
la jubilación, la cerámica y la escultura como reflejo “de esas ganas
de no parar de nunca, de no
quedarse sólo tumbado en un
sofá”.
La figura del gran campeón que es
Miguel Navarro, su sombra sobre
el histórico trazado de la vía Apia
a la luz de las antorchas en aquella
mítica carrera de Roma en 1960, representa a la perfección uno de los
tantos ejemplos de romanticismo,
sacrificio y tesón que tan bien protegidos guarda la historia del atletismo español.
Agradecimientos: Queremos agradecer la inestimable colaboración de Tomás
Barris y José María García en la realización de este reportaje; así como la paciencia y el apoyo recibido por Miguel Navarro y toda su familia.
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