LOUIS VILLETTE EL BAUTISMO DE LOS NIÑOS Le Baptéme des enfants, La Maison-Dieu, 89 (1967) 38-65 El problema fue afirmado por el joven Agustín como particularmente oscuro. La larga reflexión del obispo de Hipona y la solución que dio en la atmósfera de la controversia pelagiana, sirvió a los siglos posteriores como respuesta típica a la cuestión. Podríamos enunciarla brevemente de este modo: ciertamente el niño es bautizado sin la requerida disposición normal: su fe personal. Pero esta fe no le puede ser demandada por su temprana edad. Por otra parte, está ya marcado, sin participación personal ni culpabilidad, por el pecado original. Sin embargo, el bautismo no se administra al margen de toda fe, sino en la de aquellos que conducen al niño y en la de aquella que le recibe, la Iglesia. Algunas citas expresamente seleccionadas ilustrarán esta respuesta. San Agustín En el año 412 escribe: "¿Qué hemos de decir sobre los niños si están afectados por Adán? Son llevados a la Iglesia, y si no pueden correr por sí mismos, lo hacen al menos por los pies de otros para ser curados. Es la Iglesia madre quien les presta los pies de otros para que vengan, el corazón de otros para que crean, la lengua para que confiesen su fe y sean salvos por la confesión de otro, del mismo modo que en su debilidad han sido agobiados por el pecado de otros" (Sermón 176,2; PL 38,950). "Quien cree en Mí, dice Cristo, no permanece en tinieblas. La Iglesia madre está convencida de que esto se cumple en los niños por el sacramento del bautismo. Les presta su boca y corazón maternos para que en ellos penetren los misterios sagrados, porque no pueden creer con su propio corazón para poder acceder a la justicia, ni confesar con su propia boca para llegar a la salvación" (De peccatorum meritis et remissione 1, XXV, 38; PL 44, 131). Agustín funda la utilidad y legitimidad del bautismo de los niños más en la presencia activa y eficaz de la Iglesia, que en la petición de los offerentes, quizá insuficientemente inspirada por la fe o menos recta. Idéntica solución es invocada para solventar el problema de los sacramentos realizados en sectas cismáticas: reciben su validez de la fe de la Catholica - la Iglesia universal- que escucha "las palabras del Evangelio y así asegura el valor de los sacramentos celebrados en el nombre de Cristo". Insiste además en el papel que el Espíritu Santo juega y que une la sociedad de los santos, verdadero autor de la regeneración espiritual. Subraya el papel propio del bautismo -sacramentum fidei- que con su eficaz simbolismo hace creyente al niño. El valor de la responsio fidei queda así integrado en esta visión sintética porque tal respuesta pertenece a la celebración del sacramento. Por esto, en la eficacia del sacramento, constituido por la palabra del Señor, pronunciada por la Iglesia y por aquellos que en nombre del niño profesan y comparten la fe, por la acción del Espíritu que rodea a la Iglesia con el "fuego de caridad", la fe de otro contribuye a la santificación del niño. Y si es fiel y penitente, lo es "en esperanza, por el poder del sacramento y de la gracia que el Señor ha dado a la Iglesia" (ibid. I, XIX,25; PL 44, 123). LOUIS VILLETTE La Alta Edad Media Los términos y los argumentos agustinianos son invocados una y otra vez; además, se les coloca en paralelo con la fe del centurión, de la cananea, o con la de los qué transportaban al paralítico Algunos, sin más, tomo Bernardo, están firmemente convencidos de que en virtud de la fides aliena y de la fieles Ecclesiae el niño recibe la fe. Sean cuales sean los matices, se da en esta época una perfecta continuidad en la unánime afirmación del eminente papel -¿supletorio, impetratorio?- de la fe de la Iglesia en el bautismo de los niños. Tomás y Buenaventura En su Comentario a las Sentencias recalca Tomás el papel de "disposición a la salud" (quasi pro dispositione) con que en el niño actúa la fe de la Iglesia "que basta para la recepción del sacramento y de la gracia que le es propia" (IV Sent d 6 q 1 a 3 sol l). Y que no será menos eficaz si es administrado por un infiel o hereje, "porque la eficacia del bautismo no estriba en el mérito del que bautiza, sino en el de Cristo que obra en el bautizado por la fe propia en el adulto, y por la fe de la Iglesia en el niño" (ibid. sol 2), texto que Buenaventura repite literalmente. Pero, ¿en quién reside esta fe? Para Agustín, en la sociedad de los santos y de los fieles. Tomás amplía esta perspectiva: también en la Iglesia triunfante que "supliría la fe de la Iglesia militante si ésta, por imposible, tuviera algún defecto" (IV Sent d 6 q l a 3 sol 2 ad 3m). En la Summa Theologica Tomás, en lo esencial, retiene los argumentos de Agustín más arriba citados. Ambos temas: maternal asistencia de la Iglesia y papel propio del sacramento de la fe parecen estrechamente vinculados en su pensamiento. Retengamos en este sumario un solo texto: "El que en lugar del niño bautizado responde "creo" no predice que el niño creerá al tener uso de razón(...), sino que profesa la fe de la Iglesia en lugar del niño al que la fe se le comunica, fe cuyo sacramento se le confiere y a la que en adelante permanece ligado por otro" (Profitetur fidem Ecclesiae in persona pueri cui communicatur, cuius sacramentum el tribuitur, et ad guam obligatur per alium; q 71 a 1 ad 3). La fe de la Iglesia interviene en un doble "momento" del bautismo infantil: previamente suple la falta de disposición del niño; en el acto mismo del bautismo -visible expresión de la fe de la Iglesia-, y por su fuerza, se "comunica" al niño, y por ella éste se convierte en creyente y justificado. Idéntica síntesis en Buena ventura entre el papel de la fe de la Iglesia y el del sacramento. Lo cual le hace contestar negativamente a la cuestión, tantas veces propuesta por la Alta Escolástica, de si un niño puede ser salvo por la sola fe, sin sacramento, de los padres. La razón con que arguye es que nadie puede ser salvo sin integrarse a la Iglesia y a su fe, integración que sólo se da por el acto eclesial del Bautismo (IV Sent d 4 p 2 dub 4). LOUIS VILLETTE La teología postridentina Sus sucesores no remontan la originalidad sino al contrario. La síntesis del siglo XIII se desintegra. La fides aliena -o fides Ecclesiae-- es sólo garante exterior en vistas a la legitimidad de la administración sacramental o es vista como aquello que impulsa la demanda del bautismo. Se carga el acento -sobre todo a partir de Trento- en la eficacia ex opere operato del sacramento. La intervención originante de la fe de la Iglesia pasa a lugar secundario o bien, sin más, queda relegada al silencio. Lutero, por lo contrario, reivindicando la omnipotencia de la Palabra de Dios que funda el sacramento y que basta para convertir el corazón del niño, no subraya menos la ayuda que a éste le da "la oración de la Iglesia que ofrece y que cree, a la cual todo le es posible". La tesis agustiniana, ya casi en nuestros días, queda reducida humorísticamente -como escribe Billot, en 1894-, a un "elegauter Augustinus dixit..." La sustancia de Tomás y Agustín quedó volatilizada en esa teología alicorta: se rompieron los lazos que unían la Iglesia Madre con el niño que tomaba a su cargo y el sacramento que ella, en su fe, le confiere. Textos dogmáticos Retengamos la cita de Trento que condena a los anabaptistas (como a su modo hizo también Lutero). Lo que precede nos ayudará a penetrar su significado: "Si alguien pretendiera que los niños bautizados, porque no creen en acto, no pueden ser contados entre los fieles y que, por lo tanto, es necesario volverlos a bautizar al llegar al uso de razón, o que es preferible omitir el bautismo que administrárselo a aquellos que en acto no creen, en la sola fe de la Iglesia, sea anatema" (D. 869). Trento, pues, afirma que el niño es constituido creyente después de recibido el Bautismo (Bautismo suscepto), que no puede reiterarse; que el niño puede ser bautizado a pesar de su incapacidad de creer en acto. Nada dice de la fe de los padres ni toma partido en cuestiones controvertidas, como serían el papel de la fe de la Iglesia, o la fe personal del niño. Se dice "en la fe de la Iglesia": ningún otro texto oficial que verse sobre el asunto y que nosotros conozcamos vuelve a repetir esta fórmula. Tampoco el De Sacra Liturgia del Vat II, que por otra parte vuelve a emplear los términos de Ecclesia Mater (4,14 ...) y Sponsa Christi (7, 47,85). La celebración litúrgica es una acción conjunta de Cristo sacerdote y la Iglesia que es su Cuerpo (7). A la obra de la Iglesia y a la gracia que consigo trae, los fieles deben "cooperar" y "participar activamente" (11, 14, 27, 83). Los sacramentos y la Liturgia conciernen a la Iglesia como sujeto activo, juntamente con Cristo, y como primera beneficiaria (26, 59). Por su parte, la Lumen gentium insiste en la fe infalible e indefectible del Pueblo de Dios, "comunidad de fe" (8, 14), en el activo papel que el pueblo creyente ejerce en virtud de su "sacerdocio real", como instrumento de redención de toda la humanidad (9, 10). Todo este conjunto de afirmaciones puede transportarse al tema particular que tocamos: hasta pueden ser clave de interpretación. LOUIS VILLETTE INTENTO DE REINTERPRETACIÓN TEOLÓGICA De los anteriores textos se desprenden algunas cuestiones importantes sin resolver. Unas de orden sacramental: ¿qué lazos existen entre la fe de la Iglesia y la eficacia sacramental?, ¿la primera tiene sólo un valor supletorio o interviene con su específico poder fiducial de Esposa de Cristo, Madre que junto con su Esposo engendra en la regeneración y justificación sacramentales?, ¿son separables -como suponía Belarminoel opus operatum del opus operantis Ecclesiae? Otras pertenecen al nivel eclesiológico: ¿qué relación se da entre la fe, el niño que va a ser bautizado, los padres y la Iglesia que presta su corazón para creer y sus labios para poder expresar la fe?; ¿la fe de la Iglesia "sustituye" la del niño y la de los padres? La fe de la Iglesia y el Sacramento Ante la primera cuestión hemos de afirmar que la fe de la Iglesia interviene, como elemento esencial constitutivo, eh el sacramento que recibe el niño. Y ello como resultado de una visión maestra de Agustín, Tomás, Buenaventura, al enmarcar el problema en el esquema de la va lidez y eficacia de todo sacramento. El argumento que aducen es por razón de conveniencia: el niño no recibe el sacramento al margen de la fe: queda a salvo de esté modo la exigencia bíblica de la fe requerida en el caso del bautismo. Pero quedaría sumamente incompleto el argumento si nos detuviéramos aquí, -bastaría con alegar la falta de aptitud en el niño. Es preciso enmarcarlo en otras coordenadas bíblicas o teológicas, relativas a la economía comunitaria de la salvación: privado de la gracia por el pecado de otro, el niño alcanza la salvación por la fe de otro. Podemos establecer un paralelo con la circuncisión veterotestamentaria: eficaz por la fe de los padres y de la comunidad, el sacramento del bautismo -como los gestos rituales judíos- es una profesión de fe que saca su valor de la fe profesada, "menos del acto de creer que de aquello que es creído", en fórmula de Buenaventura: la indefectible fe de la Iglesia suple el defecto de fe en los padres. Toma realmente a su cargo al niño que se le confía. De este modo se subraya la misión materna-universal de la Iglesia en orden a la salvación y la gratuidad de ésta. Demos un paso más: el niño no se beneficia de la fe dé la comunidad con ocasión sólo de su bautismo, sino justamente en el acto mismo del sacramento. Recibe "el sacramento de la fe de la Iglesia", según Tomás (3 q 71 a 1 ad' 3) y le resulta eficaz "por el mérito de Cristo que obra por la fe de la Iglesia". Queda integrado a la fe por el sacramento de la fe. Todo lo cual va mucho más allá del papel quasi dispositivo que ejerce la Iglesia. El ministro y la fe de la Iglesia Lo anterior se ilumina si lo comparamos con lo que análogamente sucede en el caso del ministro cismático, hereje o no creyente: en uno de los protagonistas de la acción litúrgica falla la fe. Se resuelve la dificultad en nuestros autores lisa y llanamente por la presencia activa e indefectible de la fe eclesial. Queda claro que la fe del ministro no es necesaria para que el sacramento sea válido y eficaz. Los sacramentos, precisa Agustín, son siempre sacramentos de la única Iglesia, aunque se celebren fuera de su seno o por LOUIS VILLETTE ministros indignos. En la medida que no se alteran sustancialmente, siempre son válidos porque están constituidos por las palabras evangélicas que la Iglesia recibe en la fe (De Baptismo VI, XXV, 47; PL 43, 214). Del ministro se requerirá únicamente la intención de hacer lo que la Iglesia hace: por dicha intención religa su acto a la acción y a la fe de la Iglesia, que son las únicas determinantes (3 q 64 a 9 ad l). La fe, para Buenaventura será, de modo semejante, algo así como un agente universal; la intención, en cambio, un agente particular que aplica la fe a esto o aquello en concreto. Fe eclesial e institución divina Para Buenaventura los dos factores que conjuntados dan eficacia a los sacramentos son el acto divino que constituye el sacramento y la fe de la Iglesia que recibe la promesa divina. Sucede análogamente en Tomás: el bautismo de los niños obra sólo ex fide Ecclesiae et mérito Christi (in IV Sent d 6 q 2 a 2 sol 3). En el bautismo de adultos, también para Tomás, la fe personal es sólo disposición, al tiempo que la de la Iglesia es el principal agente eficaz del sacramento, que interviene incluso en la constitución del signo del sacramento en cuanto tal. En este sentido, pues, tanto da decir que el sacramento es eficaz por los méritos y la pasión de Cristo que por la fe de la Iglesia que en él obra. Porque el papel propio de la Iglesia es precisamente religar v relacionar este determinado gesto ritua l, realizado por el ministro, a la institución de Cristo, que le da su sentido, y a la redención llevada a cabo, que le da su eficacia. El gesto ritual deviene sacramento de Cristo, eficaz por su gracia, asumido por la fe de la Iglesia y llevado en ella a su perfección. Es sacramentum Christi et passionis eius en idéntica medida que es sacramentum ftdei Ecclesiae. Así, Tomás (in IV Sent d 1) une en la misma síntesis la fe, la Iglesia y el sacramento, y sitúa el lugar preciso atribuido a la fe de la Iglesia en el bautismo de los niños. Los sacramentos "que apoyan en la fe su poder", no son más que "instrumentos" del poder divino, causas segundas relativas a la redención. El papel de la fe consiste en constituirlos como signos de la pasión de Cristo y, por tanto, causas segundas de la gracia: "el instrumento recibe su poder sólo en la medida en que se sitúa en continuidad (continuatur) con el agente principal, de tal modo que el poder de éste se transmite (transfundatur) de algún modo a aquél. El agente principal de la justificación per se es Dios como causa eficiente, y la pasión de Cristo como causa meritoria. El sacramento está puesto en continuidad con esta causa por la fe de la Iglesia que relaciona (refert) el instrumento con la causa principal, y el signo con lo significado. Por tanto, la eficacia de los sacramentos (o instrumentos) proviene de tres factores: la institución divina como agente principal, la pasión de Cristo como causa primera meritoria y la fe de la Iglesia, que pone en continuidad el instrumento con el agente principal (ibid. a 4 sol 3). La fe de la Iglesia hace así del sacramento celebrado un signo eficaz de la redención en cuanto lo religa a la causa principal; la fe en la pasión prodiga la eficacia de los sacramentos. Y concluye Tomás: "los sacramentos de la Nueva Ley poseen su eficacia causal de la fe y de la significación" (ibid. a 5 sol 1). Buenaventura, inspirándose en Hugo de San Víctor (omnia sacramenta efficaciam habent a fide) muestra que la fe juega este papel en el bautismo porque tiene el doble poder de "unir" y de "elevar por encima de la naturaleza": "para que el poder de la pasión de Cristo siga operando y disponga de la gracia principalmente en los sacramentos, es preciso que sea unida (copuletur) a los signos". Lo cual se realiza por la fe: "cuando creemos que (Cristo) ha LOUIS VILLETTE muerto por nosotros, el mérito de Cristo pasa a la Iglesia" (IV Sent d 3 p 1 q 3). Esto vale sobre todo para el bautismo "porque es puerta de todo otro sacramento, y porque en él la profesión de fe es mucho más explícita" (ibid). Su eficacia "estriba en la fe de la Iglesia por la unidad que existe entre la Esposa y el Espíritu" (ibid). Subrayemos lo que Buenaventura recalca: el que recibe el bautismo participa activamente en la comunidad, en el don mismo de la gracia dada por el sacramento. Y es esta fe la que consagra al sacramento. Conclusión No existe, pues, una fundamental diferencia entre el caso particular, -bautismo de niños, y el normal, bautismo de adultos. Tanto en uno como en otro es la fides Ecclesiae quien concurre como elemento constitutivo del sacramento: idéntico papel tanto en uno como en otro; los consagra como sacramentos de Cristo, aunque en el primer caso adquiera un matiz peculiar, comunicando la fe. El bautismo de los niños, por intervención de la Iglesia, no es un suceso especial o aparte, porque todo sacramento se celebra in fide Ecclesiae. Colocándonos a nivel de la teología sacramental, el bautismo de los niños nos lleva a la concepción de una prioridad o recíproca causalidad entre el papel de la fe de la Iglesia y el del sacramento: éste no es eficaz sino por la fe de la Iglesia que la administra y la comunica. Pero esta fe no se comunica, si no es por el sacramento eficaz: ¿existe aquí una contradicción o una petición de principio? No, porque a través del sacramento y de la fe es la acción de Cristo que actúa aquí por una y otro. La Iglesia puede obrar porque es Iglesia de Cristo; el sacramento vale porque es sacramento de Cristo, de su pasión y de su resurrección. Cristo a través de la fe y de los sacramentos obra en el tiempo presente hasta la Parusía. El bautismo de los niños no hace más que subrayar la gratuidad de la salvación y el carácter esencialmente eclesial y sacramental de su ejercicio. ¿Y la fe de los padres? Donde exista, -y es éste el único caso normal-, queda integrada en la fe de la Iglesia (Agustín, Epist 98,5) y así participa activamente en la constitución del sacramento y en la salvación del niño (ibid 10, cfr. 3 q 68 a 9 ad 3). Pero no al margen del sacramento. Y conviene subrayar esto por su importancia y no precisamente para discernir un respeto más o menos mágico, sino para recalcar la exigente concepción eclesial que está en la esencia misma del sacramento. La única madre que engendra a la gracia es la Ecclesia Mater, la Sponsa Christi. Y es esta fe, perfecta e indefectible la que para su salvación se comunica al niño. El sacramento del bautismo, al cual conducen los padres a su hijo, es uno de los privilegiados lugares del encuentro con la fe de la Iglesia, y por ella, con Cristo Salvador del niño. Tradujo y condensó: ANTONIO PASCUAL PIQUÉ