Trasgresión de la buena fe contractual y la inadmisión de un

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CONSULTORIO LABORAL
Trasgresión de la buena fe contractual y la inadmisión
de un recurso contencioso administrativo
MIGUEL ÁNGEL MORCILLO PINEDA, abogado y consejero de Lex, Centro de Asesores Técnico Jurídico
L
a empresa solicita se le aclare,
cuando resulta de aplicación a
efectos de un despido, el concepto de “trasgresión de la buena fe
contractual” o el de “abuso de confianza”, pues entiende que un incumplimiento del trabajador puede encuadrarse en ese tipo de falta laboral.
La trasgresión de la buena fe contractual o abuso de confianza se consideran motivos de despido en el número
2 del artículo 54 del Estatuto de los
Trabajadores, el cual señala que la
empresa puede despedir con base en
“un incumplimiento grave y culpable
del trabajador”, y añade que la trasgresión de la buena fe contractual y el
abuso de confianza en el desempeño
del trabajo se consideran incumplimientos susceptibles de despido.
Ahora bien, el enunciado mismo del
precepto pone de manifiesto que no
todo incumplimiento puede ser sancionado con el despido sino solo aquel
que pueda ser calificado de grave y culpable. Cuando se trata de una conducta del trabajador no puede olvidarse
que el despido es la reacción de máximo rigor por parte del empresario por
lo que, entre la conducta sancionable
y la sanción, debe existir una relación
de proporcionalidad clara, de modo
que, en realidad, pueda afirmarse que
el despido es la única sanción posible.
Respecto a qué es la buena fe contractual puede decirse, como hace el Tribunal Supremo en numerosas sentencias,
que es un principio que impone a ambas parte en el contrato una conducta
acorde con pautas de comportamiento
presididas por la honradez, probidad
y respeto a la confianza que legítima-
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mente una de las partes deposita en
la otra.
Por su parte, el abuso de confianza se
configura, también según la jurisprudencia del Tribunal Supremo, como el
uso indebido de las facultades conferidas de modo que suponga una lesión
o riesgo para los intereses de la empresa, de carácter grave e inexcusable.
De lo anterior se deduce que para poder apreciar la existencia de trasgresión
o quebrantamiento de la buena fe contractual o del abuso de confianza, es
preciso que el trabajador haya incurrido
en una conducta en la cual concurran
todas las características que se predican de dichos conceptos, a saber: que
la conducta suponga la vulneración de
las pautas de comportamiento que la
lealtad exige; que el hecho vulnerador
haya sido cometido por el trabajador
de manera consciente, voluntaria e
inexcusable, y que del hecho se derivan
claramente consecuencias gravemente
perjudiciales para la empresa
Una sentencia del Tribunal Superior de
Justicia de Andalucía (30 de octubre
de 2008) aclara bastante estos conceptos al decir que de la descripción
de la conducta imputada al trabajador despedido y de las circunstancias
que individualizan la misma no es
posible concluir en el sentido de que
tal actuación suponga un abuso de
confianza en el desempeño el trabajo ni tampoco una trasgresión de la
buena fe contractual, en tanto que
el trabajador, recepcionista en un hotel y con nueve años de antigüedad
en la empresa y sin ninguna sanción
anterior, ante la solicitud de la llave
de una habitación concreta por parte
de una persona que dijo ser cliente
del hotel, y encontrándose esta en el
casillero correspondiente, no dudó en
entregársela sin pedirle su identificación previa, al entender que estando
allí la llave la habitación se encontraba
desocupada y, por ello, no sospechar
que era un falso cliente.
Como además resulta que no está
acreditado que exista alguna norma
que obligue a los recepcionistas a pedir dicha identificación a los que se
presentan como clientes, conduce a
considerar que la conducta del actor
no implica trasgresión de la buena fe
contractual o abuso de confianza merecedora de despido, ni actuación de
que forma grave y culpable suponga
un incumplimiento de los deberes que
conforman su vinculación laboral
L
a empresa que efectúa la consulta dice que se ha visto sorprendida por el hecho de que
un recurso contencioso administrativo interpuesto por ella en un asunto
laboral ha sido inadmitido a trámite
porque no se ha acreditado la existencia de un poder específico para la
interposición. Desea que se le aclare
esta cuestión.
Es una consulta muy oportuna pues,
ciertamente, se han presentado bastantes problemas en relación con esta cuestión. La sentencia del Tribunal
Supremo de 5 de noviembre de 2008
proporciona pautas bastante seguras
paras evitar que se produzca una situación como la que ha padecido la
empresa consultante y que ha provocado la inadmisión de su recurso impidiendo que el tribunal se pronuncie
siquiera sobre el fondo de la cuestión.
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En esa sentencia se contempla el caso
en que en un recurso contencioso administrativo se decidió por el Tribunal
Superior de Justicia inadmitir el recurso porque la parte que lo interpuesto no había acreditado contar con la
decisión del órgano competente de la
sociedad demandante en orden a la
formulación del recurso.
Este defecto había sido denunciado
por una de las partes codemandadas,
advirtiendo que “concurre la causa de
inadmisibilidad prevista por el artículo 69 b LJCA en relación con el 45.2
d de la misma Ley, toda vez que no
consta en autos que la entidad recurrente haya acreditado que el órgano
competente según sus propias normas estatutarias, haya adoptado la
decisión de iniciar el presente proceso.
Por tanto, no constando la concreta
voluntad de litigar, no debe tenerse
por válidamente constituida la relación procesal en tiempo y forma, por
lo que el recurso debe inadmitirse”.
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El abuso de confianza se configura como el uso indebido
de las facultades conferidas a un trabajador de modo que
suponga una lesión o riesgo para los intereses de la empresa
La Sala de instancia, sin requerir antes
a la parte actora para que subsanara
aquel defecto alegado, acogió en su
sentencia la repetida causa de inadmisibilidad; formulándose contra este
pronunciamiento recurso de casación
que resuelve el Tribunal Supremo en la
sentencia que comentamos.
Dice el Tribunal Supremo que el artículo 45.2.d) de la Ley de la Jurisdicción de 13 de julio de 1998 dispone
literalmente que a aquel escrito de
interposición se acompañará “el documento o documentos que acrediten el cumplimiento de los requisitos
exigidos para entablar acciones las
personas jurídicas con arreglo a las
normas o estatutos que les sean de
aplicación”.
Por tanto, tras la Ley de 1998, cualquiera que sea la entidad demandante, ésta debe aportar el documento
independiente acreditativo de haberse adoptado el acuerdo de interponer
el recurso por el órgano a quien en
cada caso competa o bien el documento que, además de ser acreditativo de la representación con que
actúa el compareciente, incorpore o
inserte en lo pertinente la justificación
de aquel acuerdo.
Distingue el T.S. entre el poder de
representación, que solo acredita y
pone de relieve que el representante
está facultado para actuar válida y eficazmente en nombre y por cuenta del
representado; y la decisión de litigar,
de ejercitar la acción, que habrá de ser
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tomada por el órgano de la persona
jurídica a quien las normas reguladoras de ésta atribuyan tal facultad.
Es obvio que la intención de la Ley
nada tiene que ver con la justicia
material y si mucho con la de descargar a los Tribunales de asuntos por
este expeditivo medio pero, dejando
aparte la consideración que el requisito pueda merecer, lo cierto es que el
mismo está presente y por lo tanto ha
de cumplirse.
Por tanto, lo que resulta incontestable es que la entidad recurrente debe
acreditar que el órgano competente
para ello ha decidido proseguir el
recurso.
Pues, en otro caso, lo único que
acredita una escritura de poder
para pleitos general, que es la que
normalmente se presenta en estos
procedimientos, es que el Procurador podía representar, con las facultades propias de un poder general
para pleitos, a la mercantil en cuyo
nombre comparecía. Pero no que tal
representante ejecutara al interponer el recurso una decisión de litigar
adoptada por el órgano competente
de dicha mercantil.
Otra cuestión, sin embargo es si este
defecto una vez constatado es subsanable y si el Tribunal tiene o no
obligación de advertir a la parte de
la concurrencia de dicho defecto y de
otorgarle un plazo de subsanación.
El artículo 45.3 de la Ley de la Jurisdicción impone al Juzgado o Sala el
deber de examinar de oficio la validez de la comparecencia tan pronto
como se haya presentado el escrito
de interposición. Y le impone, como
lógica consecuencia, que requiera la
subsanación del requisito de validez
que estime no cumplimentado y que
ordene el archivo de las actuaciones
si la subsanación no se lleva a efecto.
Mas, si el Juzgado o la Sala no hacen
aquel requerimiento, la consecuencia
es fatal para el recurrente, porque,
según el T.S: “Fracasada por la razón
que sea esa aspiración de la norma,
queda abierto con toda amplitud el
debate contradictorio que las partes
deseen entablar, al que el Juez o Tribunal habrá de dar respuesta en los
términos en que se entable, evitando,
eso sí, toda situación de indefensión”.
En consecuencia hay que examinar si,
al amparo de las normas procesales de
la jurisdicción y el artículo 24.1 de la
Constitución en el particular en que
proscribe toda situación de indefensión, la Sala de instancia podía, sin
previo requerimiento de subsanación,
apreciar la causa de inadmisibilidad
que en efecto concurría.
Y el Tribunal Supremo se decanta por
la respuesta afirmativa, es decir que la
sala puede decidir la inadmision aunque no haya efectuado requerimiento
de subsanación alguno.
Diferencia la sentencia dos situaciones:
una consistente en que sea el propio
órgano jurisdiccional el que de oficio
aprecie la existencia de un defecto
subsanable, en cuyo caso, necesariamente ha de dictar providencia reseñándolo y otorgando plazo de diez
días para la subsanación; y otra en la
que el defecto se alega por alguna de
las partes en el curso del proceso, en
cuyo caso, la que incurrió en el defecto, podrá subsanarlo u oponer lo que
estime pertinente dentro de los diez
días siguientes al de la notificación del
escrito que contenga la alegación.
Por último, una interpretación conforme con la Constitución de los nº 1 y
3 de dicho artículo no impone que
el órgano jurisdiccional, habiéndose
alegado el defecto en el curso del proceso, requiera de subsanación antes
de dictar sentencia de inadmisión.
Alegado el defecto, solo será exigible
el requerimiento previo del órgano
jurisdiccional cuando, sin él, pueda
generarse la situación de indefensión proscrita en el artículo 24.1 de la
Constitución. Situación que debe ser
descartada en un supuesto, como lo
es el de autos, en el que la parte demandada invocó con claridad la causa
de inadmisibilidad que alegaba y en el
que la parte actora tuvo ocasión, por
brindarla el curso sucesivo del proceso,
de oponer lo que estimara pertinente.
En suma y en definitiva, no era obligado que la Sala de instancia requiriera
de subsanación antes de dictar sentencia ni es a la actuación de dicha
Sala a la que cabe imputar situación
alguna de indefensión. 
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