Índice El cofre, su valor, función y significado en Eugenia Grandet y La educación sentimental Daniela Buksdorf ................................................................................................................................ 2 Borges y Mary Shelly: antropogonías en diálogo con la Biblia Katia Shtefan ..................................................................................................................................... 12 Lectoras románticas en Martín Rivas de Alberto Blest Gana María Isabel Ringeling ...................................................................................................................... 26 La contradictoria (in)dependencia de Teresa: Cómo la heroína de Rosario Orrego legitima sus ideas políticas a partir de los afectos. Paula Escobar .................................................................................................................................... 39 Reseña - Constitución de un sujeto sobreviviente: Una lectura a la poesía de Tomás Harris Miguel Lopatin .................................................................................................................................. 52 Reseña - Escrito en cirílico: el ideal soviético en la cultura cubana posnoventa. Soledad Jaña ...................................................................................................................................... 57 Revista Magíster en Literatura Comparada Facultad de Artes Liberales Universidad Adolfo Ibáñez Edición general: María Isabel Ringeling Diseño: María Francisca Jorquera Santiago, Mayo 2014 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 El cofre, su valor, función y significado en Eugenia Grandet y La educación sentimental Daniela Buksdorf [email protected] Abstract El valor atribuido a los objetos es subjetivo; cambia dependiendo de quién sea la persona que valorice los objetos, y en función del uso que cada persona le entregue. Pasa lo mismo con los significantes de estos objetos; se puede así encontrar una relación coherente entre significante y valor. Esto es lo que ocurre en las novelas Eugenia Grandet y La educación sentimental. En ambas obras aparece un cofre, que a lo largo de las novelas va adquiriendo distintos valores, desde el emocional hasta el comercial. Este objeto, en ambas novelas, representa una parte importante del eje central de las tramas, estando en permanente contacto con los protagonistas de cada obra. Palabras claves: cofre, valor, novela francesa, literatura siglo XIX. _________________________________________________________________________ En el siglo XIX la sociedad occidental gira en torno al comercio, el dinero y la mercantilización. El dinero se convierte en “un medio de cambio que homologa cada diferencia en que se transforma cualquier producto” (Simmel 5), así todos los objetos son valorizados en base a un mismo código que sería el dinero. Para Marx, la burguesía de la modernidad cree en el principio desalmado de la libertad de comercio, esto es, en un flujo incesante e ilimitado de mercancías en circulación, una continua metamorfosis de los valores del mercado (Berman 108). Existe entonces, una sociedad que entrega un valor comercial a los objetos, un valor cuantificable y racional. Así como el valor, desde el punto de vista comercial, puede llegar a ciertos consensos, el significado de los objetos también. La Real Academia Española define Cofre como “Caja resistente de metal o madera con tapa y cerradura para guardar objetos de valor” (s/p). Este significado define la función material del cofre, y tanto en Eugenia Grandet como en La educación sentimental, novelas del siglo XIX, el cofre cumple esta 2 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 función “básica”, pero dentro de estas obras el significado del cofre es dinámico, generando distintos valores y funciones. Como se analizará más adelante, en Eugenia Grandet el cofre cumple la función de guardar objetos de valor, en este caso, los retratos de los padres de Charles Grandet. El cofre es presentado desde un comienzo como el contenedor de algo de valor: “—Esto que usted admira no es nada —dijo Charles, apretando un botón, que puso al descubierto un doble fondo. Aquí tiene usted lo que para mí vale más que el mundo entero” (Balzac 142). El cofre es reconocido entonces como el contenedor de un tesoro. Durante el transcurso de los acontecimientos éste mantiene su función y es además un cofre guardado y cuidado por Eugenia. A su vez, ella se convierte en “el cofre del cofre”, ya que para ella tanto este como su contenido son un tesoro, lo que se evidencia de manera más clara el momento en que su primo Charles le pide que se lo devuelva. En La educación sentimental, el cofre en un principio no cumple esa función básica de guardar algo, o por lo menos no se insinúa. Cuando Frédéric Moreau se encuentra con éste por primera vez en la casa de Mme. Arnoux, aparece como parte de la decoración, en la descripción del espacio: “junto al reloj de pared había un cofrecito con broches de plata” (Flaubert 94). La caja es un objeto de exhibición: “Ella fue a buscar en su gabinete el cofrecito con broches de plata que él [Frédéric] había visto sobre la chimenea. Era un regalo de su marido, una obra del Renacimiento. Los amigos de Arnoux le felicitaron” (Flaubert 97). Se puede ver así como el cofre de Mme. Arnoux le sirve para exhibirlo y luego recibir el reconocimiento en público de su marido: “su mujer le expresó su agradecimiento; él se enterneció y la besó ante todos” (97). La escena descrita puede corresponder a la necesidad de llamar la atención a través de un objeto lujoso, como lo explica Simmel: “El metal noble, por su condición de alhaja, remite a las relaciones entre los individuos: alguien se engalana para los otros. El ornato es una necesidad social y los metales nobles [oro, plata] se prestan, por su esplendor y brillantez, a atraer hacia sí las miradas” (104). En esta primera aparición del cofre de Mme. Arnoux no se hace alusión ni se menciona directamente lo que éste pudiera guardar en su interior, cumpliendo una función en principio decorativa, también de exhibición y como herramienta para conseguir el reconocimiento. Además, el cofre de Mme. Arnoux cambia de lugar físico, desde su casa a 3 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 la casa de Rosannette (la amante de Arnoux), manteniendo sólo su función decorativa, sin que se sepa si hay algo en su interior: “Uno de los cofres que se veía antaño en el bulevar Montmartre adornaba ahora el comedor de Rosannette” (220). El cofre, “como todos los objetos cuyo carácter esencial es el de contener algo, puede adquirir el carácter simbólico de corazón, cerebro, vientre maternal. (…) desde la Antigüedad representan los recipientes cerrados todo aquello que puede contener secretos” (Cirlot 139). Tanto en Eugenia Grandet como en La educación sentimental, el valor del cofre varía desde lo emocional, que serían simbolizadas por el corazón, y un valor comercial y racional que es simbolizado por el cerebro. El vientre maternal podría verse representado en el cuidado que tiene Eugenia con el baúl de su primo. El carácter de “secreto” del objeto que guarda el cofre se cumple en La educación sentimental ya que Arnoux guarda la factura en el cofre esperando que nadie la encuentre, para así no ser sorprendido en su infidelidad. Los retratos que guarda el cofre de Charles Grandet también son un secreto, ya que Charles le pide a Eugenia que si él muere, ella los rompa, eliminándolos y evitando que caigan en manos de otra persona. Eugenia Grandet poseía un tesoro en monedas de oro regaladas por su padre para cada uno de sus cumpleaños, cuyo valor comercial (o intrínseco, como diría Grandet) alcanzaba los “cinco mil novecientos cincuenta y nueve francos” (Balzac 172). Para Eugenia, esas monedas carecen del valor que tienen para su padre, entregando el dinero a su primo Charles, que sorprendido y agradecido le encomienda su cofre: “Tengo ahí, vea usted, una cosa que aprecio tanto como mi vida. Esta cajita es un regalo de mi madre” (141). Así surge este intercambio desinteresado entre los primos Grandet: “¡Ángel de pureza! El dinero no significará nunca nada entre nosotros” (142). Para Charles el verdadero tesoro no es el cofre de oro, sino los retratos de sus padres; el cofre funciona como la garantía del intercambio con su prima: “Eugenia, yo debía suplicarle de rodillas que me guarde este tesoro. Si yo pereciese y perdiera la cantidad que usted me da, esta alhaja podría indemnizarla. Únicamente a usted puedo dejar estos retratos; usted es digna de conservarlos; pero destrúyalos antes de que lleguen a estar en otras manos” (142). Desde la perspectiva sentimental, el cofre es sólo el contenedor del verdadero tesoro: “En el cofrecillo se encuentran las cosas inolvidables (…) El pasado, el presente y el 4 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 porvenir se hallan condensados allí. Y así, el cofrecillo es la memoria de lo inmemorial” (Bachelard 118-119). Cuando Charles emprende su viaje a las indias, el cofre es el recuerdo tangible que tiene Eugenia de su primo y de los momentos que compartieron juntos. Para Charles Grandet, los retratos de sus padres son más importantes que el cofre en sí, teniendo estos retratos un valor afectivo importante, además de convertirse en el verdadero secreto que cuida Eugenia. De este modo, se entiende el valor que otorga primero Charles y luego Eugenia a los retratos: “El valor cultural de la imagen tiene su último refugio en el culto al recuerdo de los seres queridos, lejanos o desaparecidos” (Benjamin 31). Eugenia contempla estos retratos en ausencia de su amado: “Un domingo por la mañana fue sorprendida por su madre en el momento en que se ocupaba en hallar el parecido de Charles con su madre” (Balzac 165). Los retratos de los padres de Charles, y también el cofre, son para Eugenia un objeto de culto y admiración, que ella es capaz de cuidar con la vida, lo que queda demostrado cuando su padre encuentra la caja: “¡Padre, si su navaja arranca una sola partícula de ese oro, me atravieso el corazón con este cuchillo” (Balzac 192). En tanto, en La educación sentimental el significado del cofre es dinámico al igual que Arnoux. El cofre cambia de lugar como Arnoux cambia de trabajo y domicilio. Tiempo después, Frédéric encuentra en casa de Rossanette el mismo cofre que antes estaba en la casa de los Arnoux: “Uno de los cofres que se veía antaño en el bulevar Montmartre adornaba ahora el comedor de Rossanette (…) un montón de pequeños regalos iban y venían de casa de la querida a la de la esposa, pues Arnoux, con toda desenvoltura, a menudo le quitaba a una lo que le había dado, para ofrecérselo a la otra” (Flaubert 220). En el momento en que el cofre de Mme. Arnoux cumple la función de guardar un objeto, el objeto guardado resulta ser la factura del chal que Arnoux compró a su amante, Rosanette. Cuando esto es descubierto por Mme. Arnoux se produce un giro en los acontecimientos, ya que ella descubre la infidelidad de su marido: “Ella le miró de hito en hito, sin decir nada, luego alargó la mano, tomó el cofrecillo de plata que estaba sobre la chimenea y le tendió una factura” (246). Así, el cofre deja de cumplir la función “básica” de guardar un objeto –en este caso la factura–, sino que lo muestra: “la indiscreción quedará satisfecha” (Bachelard 116). El secreto es descubierto, el tesoro que guardaba el cofre era la prueba de la traición de Arnoux: “La letra de la factura guardada en el cofre exhibe la ignominia y traza el deterioro (…) un cofre puede servir de adorno, conservar joyas o 5 Revista Itinerarios reliquias, albergar secretos o guardar dinero” (Glantz 3). Número 1 – Año 1 El cofre actúa de manera dinámica, primero como objeto de contemplación para un observador, luego desplazándose de un lugar a otro y también como contenedor de la traición. Antes de que Charles partiera hacia la India, le entrega a Eugenia su cofre como habían acordado: “Por la mañana (…) el preciado cofrecillo que contenía los dos retratos fue solemnemente instalado en el único cajón del armario que se cerraba con llave, y donde yacía también la bolsa, ahora vacía” (Balzac 155). Eugenia guarda en secreto la caja con los retratos, hasta que un día su madre la descubre y se entera del intercambio realizado. Ambas mujeres son sorprendidas por el Señor Grandet mientras ven los retratos de los padres de Charles: Su padre, avaro por naturaleza y conocedor del valor económico del oro, se lanza sobre el cofre para quitárselo: “¡Mucho oro! Esto pesa al menos dos libras. ¿Te dio Charles esto a cambio de tus monedas? ¿Y por qué no me lo has dicho? Es un buen negocio, hijita; reconozco que eres mi hija” (191). El Señor Grandet sólo ve un valor mercantil en el oro, una oportunidad de aumentar su riqueza, para él no es un tesoro en el sentido sentimental, sino en el sentido comercial, siendo capaz de “perdonar” a su hija por haber regalado sus monedas. Así, se enfrentan dos valorizaciones del cofre de Charles, ya que para Eugenia éste no tiene un valor comercial: “no todos los objetos del tráfico económico tienen dimensiones expresables en dinero” (Simmel 8), pero para seres racionales como el Señor Grandet es incomprensible que un objeto adquiera un valor que no sea mercantil: “La dimensión cualitativa del objeto pierde su dimensión psicológica en la economía monetaria. La valorización precisa conforme al valor del dinero como lo único valioso sobrepasa aquellos otros valores específicos de cosas que no pueden expresarse en dinero” (Simmel 8). Más tarde, el cofre de Mme. Arnoux aparece en una subasta junto con todas las pertenencias de la familia, ya que por problemas económicos deben marcharse de Francia: Pusieron ante los chamarileros un cofrecillo con medallones, cantoneras y broches de plata, el mismo que había visto en la primera cena de la calle Choiseul, que había ido a parar luego a la casa de Rossanette y vuelto por fin a casa de la señora Arnoux; a menudo, durante sus conversaciones, se lo 6 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 habían encontrado sus ojos; estaba ligado a sus recuerdos más queridos, y se le derretía el alma de ternura al verlo. (Flaubert 561-562) En la subasta a la que Frédéric asiste con Mme. Dambreuse, ésta compra el cofre en un valor de “mil francos” contra la voluntad del joven. Así, ese baúl que para Frédéric simbolizaba los recuerdos de Mme. Arnoux vuelve a cambiar, ahora es de propiedad de Mme. Dambreuse, que no tiene claro el uso que le dará: “La muerte definitiva sale del cofre como de los jarrones de los cuentos; la desintegración total se produce cuando el objeto aparece, como el único receptáculo que contiene los fragmentos del tiempo (…). La compra liquida la relación que Frédéric tiene con Mme. Dambreuse y cualquier tipo de contemplación” (Glantz 4 -5). Frédéric le pide a Mme. Dambreuse que no compre el cofre: “—No está bien que haga eso —murmuró Frédéric. Ella reía. —Pero, querida amiga, es el primer favor que le pido” (Flaubert 562). Mme. Dambreuse ignora a Frédéric, se ríe de su solicitud, y para asegurar su adquisición en la subasta, ofrece un precio que nadie aumenta, adjudicándose el cofrecito por mil francos. Así, el objeto de contemplación de Frédéric, se torna un objeto comercial que ha sido adquirido por un valor cuantitativo. Esta situación, la explica Pierre Bourdieu: A la compra, por Mme. Dambreuse, del cofrecito de Mme. Arnoux, que reduce el símbolo y el amor que simboliza a su valor en dinero (mil francos), Frédéric replica con la ruptura y, “sacrificándole una fortuna”, vuelve a revestir a Mme. Arnoux de su estatuto de objeto que no tiene precio (…) Así, la subasta comprime en el instante toda la historia del cofrecito de cierres de plata, que a su vez condensa toda la estructura y la historia de la confrontación entre las tres mujeres y lo que simbolizan. (50-1) El cofre ha pasado por la posesión de las tres mujeres, Mme. Arnoux, Rosanette y Mme. Dambreuse, teniendo para cada una de ellas una función diferente; para la primera, y dueña “original”, el cofre es utilizado para exhibirlo frente a otros y recibir el reconocimiento de Arnoux; para Rosanette es sólo un objeto de decoración mientras que para Mme. Dambreuse es un capricho y no sabe qué uso le dará: “¡No! Pero ¿para qué 7 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 puede servir eso? —¿Quién sabe? Para guardar cartas de amor, tal vez” (Flaubert 562). Para Arnoux en tanto, tiene la función de guardar un secreto –la factura del chal–, siendo descubierto y perdiendo así el cofre su función básica. El valor del cofre de Charles Grandet varía también en cuanto a su enunciación. La primera vez que se habla de él, Charles lo hace de manera emotiva, cargada de sentimientos: “Tengo ahí, vea usted, una cosa que aprecio tanto como a mi vida. Esta cajita es un regalo de mi madre” (Balzac 141). Ese aprecio al que se refiere Charles se mantiene en la despedida de los primos, cuando este abandona Saumur para comenzar su viaje a la India: “La entrega de aquel tesoro no se llevó a cabo sin buen número de besos y lágrimas” (155). Hasta este momento, el cofre sigue manteniendo su valor emocional intacto desde su primera aparición en la novela. Cuando el Señor Grandet descubre el cofre, Eugenia se refiere a él ya de otra manera, de modo racional, generando una lejanía con el cofre: “Si papá, eso no es mío. Ese estuche es un depósito sagrado” (191). Esta es la primera vez que Eugenia se desentiende (emocionalmente) del baúl, tildándolo de depósito, una palabra fría que no representa el valor emocional que tiene para ella. Al hablar de “depósito”, Eugenia intenta comunicarse con su padre utilizando el vocabulario que él está acostumbrado a usar. Cuando Charles regresa a Francia dirige una carta a Eugenia solicitando la devolución de su cofre, mencionando aquel rito de entrega realizado años atrás por ambos primos como “un delicado préstamo” (216). Al final de la carta, Charles le indica a Eugenia la manera en que ella puede devolverle su cofre, y con esto pone fin al intercambio que años antes estuvo cargado de emoción “P.D. Le remito adjunta una letra a su orden contra la casa Des Grassins de ocho mil francos, pagadera en oro, en la que se incluyen los intereses y el capital de la cantidad que tuvo usted la bondad de prestarme” (218). Esas primeras palabras de amor que Eugenia recuerda incluso después de los años, Charles las convierte en un préstamo, un acto comercial. La post data continúa: “Estoy esperando de Burdeos una caja que contiene unos objetos (…) Puede usted mandarme mi neceser por la diligencia al palacio D’Aubrion” (218). Para Charles el cofre ya no es un tesoro, sino una caja, y los retratos de sus padres, que antes fueron tan valiosos, se convierten en meros objetos. Eugenia, que siempre mantuvo el mismo sentimiento hacia Charles y también hacia el cofre no puede entender las palabras de su primo “¡Enviar por la diligencia una cosa por la que yo habría dado mil veces mi vida! —dijo Eugenia” (218). Con el pasar del tiempo, los 8 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 sentimientos de Charles hacia el cofre (como también hacia Eugenia) se enfrían, disminuyen, generando así una mayor distancia, mientras que para Eugenia, pareciera que el tiempo se congela. Ambos cofres, tanto el de Mme. Arnoux como el de Charles Grandet, destacan en un comienzo por su exterior, es decir, por su apariencia y su materialidad. El primero es un cofre de plata del Renacimiento y el segundo es un cofre de oro trabajado, por lo que el valor comercial de estos cofres es muy alto, y en ambos casos ocurre que, lo que guardan estos cofres no son objetos de valor comercial; todo lo contrario, tienen un valor emotivo en el caso de los retratos, y en el caso de la factura tiene un valor significativo: la traición. Para Eugenia y Frédéric, que entregan un valor sentimental a los cofres, sus contenidos carecen de valor comercial. Eugenia atesora los retratos de los padres de Charles y Frédéric, a su vez, puede acercarse a su amada Mme. Arnoux después que ella descubre la factura guardada en su cofre. En el caso de Frédéric no se valoriza la factura, pero sí se valora el giro que da a la historia el descubrimiento de ésta. El cofre como objeto generalmente se asocia también a una recompensa por una búsqueda. No es así en los casos de Eugenia Grandet y de La educación sentimental; en estas novelas los cofres salen al encuentro de los protagonistas. Eugenia no sabe que Charles posee un cofre, que ella recibe a cambio de la entrega de las monedas de oro. Frédéric Moreau tampoco está en búsqueda de un tesoro, estando por primera vez en casa de Mme Arnoux, contempla el cofre de plata que está en su casa. Acá no hay recompensas, ya que la verdadera recompensa que habrían esperado tanto Eugenia Grandet como Frédéric Moreau es haber sido correspondidos en sus sentimientos por parte de sus amados, los dueños de los cofres. Si la recompensa es el cofre, entonces Eugenia y Frédéric tampoco la retienen. Hay algo en común entre Mme. Dambreuse y el Señor Grandet, ellos son las personas que entregan un valor comercial a los cofres, ambos poseen una buena situación económica, y sucumben frente a la posibilidad de poseer objetos valiosos, –en este caso el cofre– sabiendo, en el caso de Mme. Dambreuse, que ella puede obtener ese objeto, y en el caso del Señor Grandet, que significará un aumento de su riqueza. Como dice Padrón, “La sociedad moderna sucumbe a la tentación que despierta el deseo de poseer bellos objetos” (51). De este modo se puede ver a Mme. Dambreuse y al Señor Grandet aprovechándose de 9 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 una oportunidad para poseer un objeto lujoso a un menor precio (una subasta o el temor de una hija dependiente de su padre). Otro aspecto que comparten Mme. Dambreuse y el Señor Grandet, es que a ellos no los une ningún vínculo con el cofre deseado, sólo su valor comercial, mientras que quienes tienen vínculos sentimentales con los cofres o con sus dueños no son capaces de ver un valor monetario en ellos. Pareciera que los valores sentimentales y comerciales son incompatibles, así como las motivaciones de Eugenia y Frédéric en contraposición a las de Mme. Dambreuse y el Señor Grandet. Tanto el cofre de oro de Charles Grandet como el cofre de plata de Mme. Arnoux tienen un valor sentimental para quienes amaron a los dueños de aquellos cofres; Eugenia atesora el cofre no por el hecho que sea de oro, sino porque le recuerda el amor de Charles y Frédéric, a su vez, a través del cofre recuerda los momentos vividos en la casa de Arnoux contemplando a su amada. El destino de los cofres está lejos de quienes establecieron una vinculación emotiva con ellos: el cofre de Mme Arnoux termina en poder de Mme. Dambreuse, siendo ese mismo hecho, el que gatilla su separación de Frédéric, quien al abandonar a Mme. Dambreuse después que ésta comprara el cofre, siente que está vengando a su amada Mme. Arnoux. Si bien el cofre de oro de Charles vuelve a sus manos, Eugenia queda sola y lejos tanto del cofre como de su amado. Ese valor sentimental que entregan Eugenia y Frédéric no es suficiente para lograr conservarlos. En cambio, quienes retienen estos objetos no demuestran una valoración especial por ellos. Bibliografía: Balzac, Honoré de. Eugenia Grandet. Trad. J. Zambrano Barragán y J. García Bravo. Editorial España: Edaf, 2008. Impreso. Bachelard, Gastón. La poética del espacio. Trad. Ernestina de Champourcin. Chile: Fondo de Cultura Económica, 1993. Impreso. Benjamin, Walter. Discursos interrumpidos I, Filosofía del arte y de la historia. Argentina: Editorial Taurus, 1989. Impreso. Berman, Marshal. Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad. Trad. Andrea Morales. México: Siglo XXI Editores, 2011. Impreso. 10 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 Bourdieu, Pierre. Las reglas del arte. Génesis y estructura del campo literario. Trad. Thomas Kauf. Barcelona: Anagrama, 1995. Impreso. Cirlot, Juan Eduardo. Diccionario de Símbolos. Barcelona: Editorial Siruela, 2008. Impreso. Flaubert, Gustave. La educación sentimental. Trad. Miguel Salabert. España: Editorial Alianza, 2008. Impreso. Glantz, Margo. “Flaubert el vestido de la imagen”. México: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2006. Impreso. Padrón Martínez, Claudia Liliana. “La mercancía en el capitalismo moderno”. Revista Contaduría y Administración 198 (2000): 47-54. Web. 11 de Diciembre del 2011. Real Academia Española. Diccionario de la Lengua Española. 22ª edición. Madrid: Espasa Calpe, 2001. Web. 10 de Diciembre del 2011. Simmel, Georg. Cultura líquida y dinero. Fragmentos simmelianos de la modernidad. Barcelona: Anthropos, 2010. Impreso. 11 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 Borges y Mary Shelly: antropogonías en diálogo con la Biblia Katia Shtefan [email protected] Abstract Este trabajo es una lectura mitocrítica de dos antropogonías modernas, Frankenstein, de Mary Wollstonecraft Shelley, y Las ruinas circulares, de Jorge Luis Borges. Ambas obras se basan, aunque en grados distintos, en la Biblia, un mito de creación literalizado y ampliamente difundido. Al mismo tiempo, si este hipotexto “emerge”, como dice Pierre Brunel, en el lenguaje bíblico que ocupan los autores para describir el proceso creativo, el hipotexto también es reorientado por ellos hacia otras épocas, otros lugares y por ende otras ideas. Este trabajo analiza varios aspectos de la creación, como su propósito, principio fundamental, materiales, procedimiento y producto final. Según estos criterios, se comparan los hipertextos a base de su relación con en el hipotexto. Además, esta relación se entrelaza con la relación creador-creatura que define cada obra. Este análisis pormenorizado permite discernir cuán radicalmente se alejan ambos autores del mito bíblico, enfatizándolo justamente para distanciarse de él. Palabras claves: Shelley, Borges, antropogonía, creación, mito _________________________________________________________________________ La antropogonía, o la creación del hombre, es un tema recurrente en los mitos y en la literatura que en ellos se inspira. Como todos los mitos, la antropogonía fue contada, escrita y luego literalizada, encontrando su lugar en la ficción. En esta tercera etapa de su evolución, el mito tiende a experimentar muchos cambios conceptuales. En vez de simplemente anotar el relato oral o copiar su versión escrita, los autores llegan a cuestionar el mito y recontextualizarlo según problemáticas contemporáneas. Tal es el caso de dos antropogonías literarias que se compararán en este trabajo: la novela Frankenstein, de Mary Wollstonecraft Shelley, y el cuento Las ruinas circulares, de Jorge Luis Borges. La comparación se hará a base de la Biblia, una antropogonía escrita en un marco religioso y no ficticio que, sin embargo, demuestra un alto grado de influencia en las obras literarias susodichas. 12 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 El mito, sea cual sea su contenido, siempre nos remite al principio del mundo. En “El mito como intertexto”, Juan Herrera Cecilia define el mito como “una narración cuya historia ‘ejemplar’ ha ocurrido en el ‘tiempo de los orígenes’” (59) y cita las definiciones análogas de Mircea Eliade y Gilbert Durand, respectivamente: el mito es un relato sagrado y fundador de la historia (Herrera 63-64; Eliade 21-22; Durand 32, 33, 36). Es natural entonces que existan tantos mitos sobre la creación, sea la creación del mundo (cosmogonía), de los dioses (teogonía) o de los seres humanos (antropogonía). De acuerdo al psicoanálisis, la presencia de mitos de creación en todas las culturas del mundo es una expresión del inconsciente colectivo. Según lo explica Rosario Scrimieri Martín, Jung define el mito como el desemboque de una corriente que a nivel inconsciente fluye del arquetipo a una imagen arquetípica, y penetra la conciencia al transformarse en símbolo y luego en mito, es decir, en relato o historia (“Los mitos y Jung” 24). En este sentido, el inconsciente colectivo que imbuye los arquetipos encuentra su culminación en el mito, el cual a su vez es una formulación colectiva, la obra de todo un pueblo (24-25). No obstante, muchos relatos de creación reflejan esta fuente primordial más bien oblicuamente porque se inspiran en intertextos o hipotextos, mitos ya existentes. Tal es el caso de Frankenstein y Las ruinas circulares, dos obras que se basan en el Génesis, sin duda el mito de creación que predomina en la sociedad occidental donde estas obras fueron escritas. La Biblia se puede considerar un mito literalizado según lo define Herrera (65) porque proviene de un mito ancestral cuya primera versión probablemente fue oral y ahora es inalcanzable. Las obras de Mary Shelley y Jorge Luis Borges son reescrituras de ese mito literalizado (71), y su presencia se puede percibir en ellas claramente, aunque en distintos grados. Según los criterios de Pierre Brunel (Herrera 73; Brunel 72), el mito “emerge” en las obras explícitamente a través de un lenguaje bíblico y e implícitamente en el acontecimiento mismo de la creación. Por otro lado, los autores adaptan el mito a sus respectivas épocas y países. Shelley sitúa la creación en la Europa del comienzo del siglo XIX, cuando la ilustración estaba en pugna con el romanticismo. Borges, en cambio, toma por escenario a América Latina, mezclando las tradiciones indígenas con las cristianas, y aunque el siglo XX no es el marco temporal del cuento, está presente en las preocupaciones existenciales que éste expresa. Así ambos autores “reorientan” el mito (Herrera 74), 13 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 aprovechando de su “flexibilidad” (Herrera 73; Brunel 72). Sin embargo, la estructura básica del mito es “resistente” e “irradia” los dos hipertextos (Herrera 73; Brunel 72), lo cual da una mayor importancia a lo distinto y novedoso. Para comprender esta relación entre el hipotexto (Génesis) y los hipertextos (Frankenstein y Las ruinas circulares), y además entre los hipertextos mismos, veamos cómo se describe el proceso de creación en los tres textos según los siguientes criterios: propósito, principio fundamental, materiales, procedimiento y producto final. Además, es necesario investigar la relación hipotextohipertextos a base de la relación creador-creatura que define cada obra. El propósito de la creación es la motivación personal del creador, lo que inspira su acto creativo. El Génesis, en general, prescinde de explicaciones. Dios crea la tierra y sus habitantes sin dar razones, implicando que crear es simplemente parte de su ser. Pero al crear al hombre, dice, “hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y tenga potestad sobre los peces del mar, las aves de los cielos y las bestias, sobre toda la tierra” (1:26). Al parecer, Dios crea al hombre para que administre el resto de la creación y para tener un compañero, un ser parecido a Él. Sin embargo, la creación del hombre no se presenta como necesaria, sino como una expresión más de la creativa identidad divina. Igualmente, para el mago de Borges, crear es el sentido de la vida. El narrador explica, “El propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre…e imponerlo a la realidad. Ese proyecto mágico había agotado el espacio entero de su alma” 1. Al cumplir esta tarea, siente que “el propósito de su vida estaba colmado”. Es por eso que después se entrega al fuego devorador—su vida no tiene sentido más allá del hombre que ha soñado. Aunque el deseo de crear también domina la vida de Víctor Frankenstein, en su caso ese deseo no es inherente, sino adquirido, y produce un cambio radical en su personalidad. A pesar de la influencia tranquilizadora de su familia, Víctor llega a obsesionarse con la ciencia, sobre todo con la alquímica, una mezcla de ciencia y magia que conoce a través de los libros de Cornelius Agrippa, Albertus Magnus y Paracelsus. Recordando esto, le explica al Capitán Robert Walton, “It was the secrets of heaven and earth that I desired to learn. And whether it was the outward substance of things or the inner spirit of nature and the mysterious soul of man that occupied me, still my enquiries were directed to the 1 Como el texto usado en este caso es electrónico, las citas de Borges no tendrán número de página. 14 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 metaphysical” (Shelley 33). Claramente, el interés de Víctor abarca tanto lo natural como lo sobrenatural y es por eso que a pesar de aprender las teorías modernas, nunca abandona la visión idealista de los alquimistas. Pero el verdadero ideal de este idealismo es la fama y el poder que acompañan el descubrimiento. Víctor sueña, “what glory would attend the discovery, if I could banish disease from the human frame and render man invulnerable to any but a violent death!” (36). Aquí la palabra clave es “gloria” y resuena literal e indirectamente en las cartas de Robert Walton (Cartas 1, 3, 4), cuyo viaje al polo norte es un producto de la misma ambición científicamente ególatra. Al mismo tiempo, en un plano subconsciente y metafísico, hay otro factor. En su introducción a la edición Penguin de Frankenstein, Maurice Hindle llama esta ambición “the aspiration of modern masculinist scientists to be technically creative divinities” y “this essentially religious feeling of election to saviorhood” (24) 2. Por eso, la fama y el poder que Víctor busca son divinos. Si Dios, Víctor y el mago comparten una motivación creadora básica en el hecho de que la creación defina su vida, el principio creador de cada uno es distinto. Dios engendra por su divinidad, por ser quien es; Víctor engendra mediante la ciencia; y el mago engendra por la imaginación. Por eso, los materiales que ocupan también son distintos. Dios forma a Adán de un material único, uniforme y orgánico: la tierra (Gén. 2:7). Los huesos y tejidos de Víctor también son orgánicos, pero muertos, objetos más grotescos que naturales. El mago, en cambio, utiliza “la materia incoherente y vertiginosa de que se componen los sueños”. Esta diferencia material lleva a una diferencia procesal. Para Dios y Víctor, la creación es un proceso físico que depende de las manos. Pero Dios moldea la tierra sin dificultad, formando la figura entera con una sola acción, mientras que Víctor ensambla su creatura miembro por miembro. En esto se parece al mago, que une las partes dispares de su hombre con la mente, empezando por el corazón. También comparte con Víctor la dificultad de su empresa. Antes de ensamblar a su creatura, en lo cual se demora más de un año, se imagina un “colegio” de hombres y les enseña para después elegir al mejor. Sin embargo, un repentino ataque de insomnio destruye esta primera creación. Igualmente, Víctor se encierra en su taller, trabajando día y noche durante casi dos años. Cuenta a Robert, “My cheek had grown pale with study, and my person had become emaciated with 2 Esta introducción corresponde a la edición de Penguin. Sin embargo, el texto mismo se citará según la edición de Planet eBook. Cf. bibliografía. 15 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 confinement. Sometimes, on the very brink of certainty, I failed… my eyeballs were starting from their sockets in attending to the details of my employment. Every night I was oppressed by a slow fever, and I became nervous to a most painful degree” (54). Aquí, como en el cuento de Borges, el proceso creativo es largo, detallado y extenuante, de varios intentos infructuosos. Esto lleva al mago a pensar que “el empeño de modelar la materia incoherente y vertiginosa de que se componen los sueños es el más arduo que puede acometer un varón, aunque penetre todos los enigmas del orden superior y del inferior: mucho más arduo que tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara”. En este sentido, la creación del mago es tal vez la más difícil entre las tres que comparamos aquí porque es totalmente abstracta y requiere gran energía mental y control imaginativo. Si las tres creaciones son material y procesalmente distintas, la apariencia de las tres creaturas resultantes también lo es. Aunque Dios ocupa barro, dice, “hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza…y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó” (Gén. 1:26-27). Esta repetición enfatiza la similitud entre Dios y su creatura, mostrando que Dios puede otorgar un semblante divino a la materia creada. Víctor y el mago tienen la misma intención imitativa, pero no da fruto. El mago elige de su colegio a un alumno parecido a él: “era un muchacho…de rasgos afilados que repetían los de su soñador”. Pero ese sueño no vuelve. De modo parecido, aunque Víctor ocupa materiales humanos, su origen cadaveroso produce un ser poco humano: tiene ocho pies de altura, ojos amarillos y aguados, piel arrugada y amarilla que apenas cubre el esqueleto, pelo negro largo y labios negros (54, 58). Al darse cuenta de esto cuando la creatura despierta, Víctor huye horrorizado. Por ende, los protagonistas son incapaces de lograr una similitud física. Para Shelley, esto es grave: el ser de Frankenstein no sólo no se parece a nadie, sino que además es feo. En su fealdad se distorsiona el patrón establecido en el Génesis, donde toda la creación es “buena”, y las expectativas que ese patrón genera para el lector son brutalmente contradichas. No obstante, ambos autores presentan esta incapacidad de reflejarse como una condición humana, algo que distingue al ser humano de Dios. De hecho, en el cuento de Borges, la creación necesita una fuerza divina para ser acabada. Aunque el mago diseña al hombre, no puede infundirle vida al esquema mental. El narrador describe, “en las cosmogonías gnósticas, los demiurgos amasan un rojo Adán que no logra ponerse de pie; tan inhábil y rudo y elemental como ese Adán de polvo era el Adán 16 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 de sueño que las noches del mago habían fabricado”. Aquí emergen explícitamente, como diría Brunel, dos mitos: el bíblico y el del golem, el cual también se basa en la Biblia. Además de nombrar a Adán y referirse a su formación polvorienta, Borges le da a su Adán la misma impotencia inicial. El Adán bíblico no nace hasta que Dios “sopló en su nariz aliento de vida y fue el hombre un ser viviente” (Gén. 2:7). De modo parecido, el mago recurre a los dioses para animar a su hombre: Agotados los votos a los númenes de la tierra y del río, se arrojó a los pies de la efigie…e imploró su desconocido socorro. Ese crepúsculo, soñó con la estatua…no era un atroz bastardo de tigre y potro, sino a la vez esas dos criaturas vehementes y también un toro, una rosa, una tempestad. Ese múltiple dios le reveló que su nombre terrenal era Fuego, que en ese templo circular (y en otros iguales) le habían rendido sacrificios…y que mágicamente animaría al fantasma soñado. Por lo tanto, la vida finalmente proviene de los espíritus de la tierra, los cuales también ayudan al mago en su labor de ensoñación. Para volver a soñar, él “esperó que el disco de la luna fuera perfecto. Luego…se purificó en las aguas del río, adoró los dioses planetarios, pronunció las sílabas lícitas de un nombre poderoso y durmió”. Después, mientras compone el cuerpo, invoca el nombre de un planeta para seguir desarrollando nuevos órganos. Al mismo tiempo, esta fuente vital divina es bastante distinta de la bíblica. En el Génesis, Dios es único y personal; el universo borgiano consiste de dioses múltiples que representan la naturaleza: la luna, el río, la tierra, los animales, los planetas. No son personas, sino personificaciones. Esta idea de que la vida proviene de una energía natural, sobre todo del fuego, muestra cierto acercamiento entre Borges y Shelley, que alude al fuego en el segundo título de su obra: The Modern Prometheus. Por eso, aquí la vida comienza por el fuego de la electricidad en su versión galvanista. El protagonista aprende sobre este fenómeno al ver un árbol quemado por un relámpago, lo cual le explica después un científico que está en la casa (37). Todo esto produce una gran impresión en el joven Víctor. De hecho, aunque no revela a Robert el mecanismo generador de su creación, dice, 17 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 “I collected the instruments of life…that I might infuse a spark of being into the lifeless thing” (58). La palabra “spark” sugiere un mecanismo eléctrico, parecido a los experimentos galvanistas con animales. Por lo tanto, en los tres textos analizados aquí, la creatura formada es inánime hasta que reciba una fuerza vital. Pero el carácter de esta fuerza difiere. En el Génesis, es el aliento de Dios e infundirlo al hombre es tan fácil como soplarle en la nariz (Gén. 2:7). En Las ruinas circulares, es una fuerza natural divinizada, representada principalmente por el fuego, que el mago no maneja y sólo puede implorar mediante ciertos rituales. La fuerza vital de Frankenstein tampoco proviene de Frankenstein mismo, sino, de nuevo, de la naturaleza. No obstante, esta fuerza no funciona por los esfuerzos espirituales del creador, sino porque él, como científico, la controla. El profesor Waldman inspira a Víctor con estas palabras sobre los nuevos científicos: “they have acquired new and almost unlimited powers; they can command the thunders of heaven, mimic the earthquake, and even mock the invisible world with its own shadows” (46). Aquí resurge la imagen del árbol quemado, pero esta vez como algo que el hombre mismo puede producir, y no por culto a Zeus, Thor o cualquier otro dios, sino por manipular la electricidad. Por eso, en comparación con Borges, Shelley se aleja mucho más del modelo bíblico al mostrar que, desde una perspectiva científica, la presencia divina ya no es necesaria para la creación. Sin embargo, este no es un relato desmitificador. Las consecuencias violentas del experimento, tanto para la creatura como para la familia de Víctor, conllevan una crítica fuertísima al narcicismo científico que Hindle llama “this essentially religious feeling of election to saviorhood” (24). En su introducción a la edición de 1831, la cual también aparece en la versión de Penguin, la autora misma declara, “supremely frightful would be the effect of any human endeavour to mock the stupendous mechanism of the Creator of the world” (“Author’s Introduction” 9). De hecho, en las tres obras, las consecuencias de la creación son de alguna manera amargas porque reflejan una compleja relación entre el creador y su creatura. Inicialmente, la actitud del creador es buena. En el Génesis, cada nueva creación termina con la frase “y vio Dios que era bueno” (1: 4, 10, 12, 18, 21, 25). Además, después de la creación de Adán y Eva, el narrador dice que Dios “los bendijo” (1:28). La palabra “bendecir”, como sugieren sus partes componentes, esencialmente significa reconocer que algo es bueno. 18 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 Dios está contento con todo lo que ha creado y por eso al final el narrador resume, “y vio Dios todo cuanto había hecho, y era bueno en gran manera” (1:31). Borges convierte esta buena actitud en un verdadero cariño. El mago sueña a su creatura “con minucioso amor”, preocupándose por todos los detalles del cuerpo. Al mirar su obra, “el examen lo satisfizo”, lo cual es eco de la frase “vio Dios que era bueno”. Esta conexión crece con el tiempo. El narrador revela que al final del proceso creativo, cuando hay que enviar al nuevo hombre al templo, el mago siente “cierta amargura” porque “íntimamente, le dolía apartarse de él…dilataba cada días las horas dedicadas al sueño”. Por otro lado, Víctor tiene una visión positiva de su creatura sólo antes de que nazca. Víctor describe sus sentimientos durante la creación como “eagerness” (55), “enthusiasm” (54), pero también “anxiety” (57), “a hurricane” (54), “a resistless, and almost frantic impulse” (55). Esta preocupación no es un “minucioso amor” por una persona, sino una sed de triunfo dirigida a un proyecto. No es sorprendente entonces que la apariencia del hombre vivo lo atemorice; nunca realmente pensó en él. Tampoco es sorprendente que Víctor no nombre a este ser, llamándolo sólo por el espanto que inspira: “monster” (59), “wretch” (58), “daemon” (83), “fiend” (103), “devil” (84), “foe” (184), “enemy” (63), “adversary” (233). No lo considera digno de un nombre porque para él no es humano. Esta omisión se hace más significativa en relación a los nombres de otros personajes, como Justine y el mismo Víctor, que están vinculados, aunque irónicamente, a su carácter y experiencia. Al vincular el nombre con la identidad, Shelley presenta la falta de nombre como parte de un abandono general y critica a Víctor por privar a su creatura de algo tan esencial. También es posible que esta importancia del nombre sea una influencia bíblica. Dios nombra a Adán (Gén. 2.19) y después hace que Adán nombre a los demás seres vivientes, incluyendo a Eva (2:19-23). Al nombrar a ésta, Adán exclama “¡ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Será llamada “Mujer”, porque del hombre fue tomada” (2:23). En hebreo, la palabra “hombre” es Ish y “mujer” es Ishshah, traducida en otras versiones como “varona” o “hembra” para mostrar el juego lingüístico de Adán (Bible Gateway). Esta costumbre hebraica de nombrar a alguien por su forma de ser hace aun más penosa la situación de la creatura en Frankenstein. Es como si él no tuviera forma de ser, no existiera, y eso ciertamente es el anhelo de Víctor. 19 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 No obstante, Borges se acerca mucho más al hipotexto porque a pesar de que el mago no nombra a su creatura, le otorga una identidad humana y filial. Antes de dormir, piensa, “Ahora estaré con mi hijo…El hijo que he engendrado me espera y no existirá si no voy” 3. El narrador comenta después, “a todo padre le interesan los hijos que ha procreado (que ha permitido) en una mera confusión o felicidad; es natural que el mago temiera por el porvenir de aquel hijo, pensado entraña por entraña y rasgo por rasgo, en mil y una noches secretas”. Por lo tanto, el mago siente un verdadero amor paternal hacia su creación. Además, la palabra “engendrado” remite claramente al Génesis, donde se ocupa para describir la descendencia de Adán (Gén. 5 y 11). Por este amor, el mago hace que la creatura olvide su origen, esperando de esta forma proporcionarle una identidad humana, “para que no supiera nunca que era un fantasma, para que se creyera un hombre como los otros”. Cuando se entera de un hombre que puede hollar el fuego sin quemarse, teme que su hijo haya descubierto su verdadera naturaleza: “temió que su hijo meditara en ese privilegio anormal y descubriera de algún modo su condición de mero simulacro. No ser un hombre, ser la proyección del sueño de otro hombre ¡qué humillación incomparable, qué vértigo!” En esta preocupación hay plena conciencia de las responsabilidades de un padre ante un hijo en lo que concierne a la formación de su identidad. De hecho, el mago atiende no sólo a las necesidades existenciales de su hijo, sino que también a las básicas. En la primera etapa creativa del “liceo”, el narrador menciona, “el hombre les dictaba lecciones de anatomía, de cosmografía, de magia”. En la segunda etapa, siguiendo los órdenes divinos, el mago enseña a su creatura “los arcanos del universo y del culto del fuego” para que después pueda hacer los ritos en el templo de aguas abajo. También entrena su cuerpo, enviándolo a embanderar cumbres lejanas. Por ende, el mago se encarga del desarrollo físico, intelectual y espiritual de su hombre. Las necesidades de Adán también son satisfechas. El narrador bíblico cuenta, “Jehová Dios plantó un huerto en Edén…y puso allí al hombre…e hizo Jehová Dios nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista y bueno para comer; también el árbol de la vida en medio del huerto, y el árbol del conocimiento del bien y del mal. Salía de Edén un río para regar el huerto” (Gén. 2:8-10). Al instalar al hombre en este bello jardín, Dios le provee de todo lo necesario: refugio, comida y agua. El jardín también cumple una función educativa porque Dios señala al 3 Este cursivo es de Borges. 20 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 hombre lo que no debe hacer. Pero aun después de que el hombre rechaza esta enseñanza al comer del árbol prohibido, Dios continúa enseñando a la humanidad a través de profetas, jueces, reyes, mandamientos, revelaciones y castigos. En este aspecto, la “reorientación” de Shelley es total. Víctor abandona a su creatura de inmediato, obligándola a buscar sustento y refugio en el bosque. Su aprendizaje también es casi completamente independiente, empezando con la sobrevivencia en el bosque y culminando con sus observaciones de la familia francesa, los libros que encuentra y el diario de Víctor. Su rebelión es, entonces, inevitable. Después de matar a William e inculpar a Justine, el hombre se defiende y a la vez reprocha a Víctor, exclamando, “you, my creator, detest and spurn me, thy creature, to whom thou art bound…do your duty towards me…I am thy creature, and I will be even mild and docile to my natural lord and king, if thou wilt also perform thy part, the which thou owest me” (113). Este lenguaje es claramente bíblico, sobre todo palabras como “lord and king” y las formas de “thou”, la segunda persona singular informal. Esta voz se ocupa frecuentemente en el King James Bible, la versión más corriente en la época de Shelley. Pero el hombre aprende este lenguaje de Milton al leer Paradise Lost. Así recuerda la impresión que le causó: Like Adam, I was apparently united by no link to any other being in existence, but…he had come forth…a perfect creature…guarded by the special care of his Creator; he was allowed to converse with and acquire knowledge from beings of a superior nature: but I was wretched, helpless, and alone. Many times I considered Satan as the fitter emblem of my condition; for often, like him, when I viewed the bliss of my protectors, the bitter gall of envy rose within me. (154) De hecho, el hombre después declara que está peor que Satán porque éste por lo menos tenía demonios compañeros. Por lo tanto, Shelley deja que el hipotexto emerja de una manera totalmente explícita para criticar por contraste la negligencia de Víctor y sus desastrosas consecuencias. Además, la autora reinterpreta la rebelión de Adán. En el Génesis, el hombre se aleja de Dios por el pecado, y su salida del paraíso es la consecuencia natural. Pero en 21 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 Frankenstein, es el creador quien se aleja de su creatura y no por un pecado de ésta, sino por cómo es. Es por eso que la creatura se rebela y empieza a pecar, respondiendo a la rebelión del creador mismo. Y esa ruptura es definitiva. Cuando Víctor rehúsa hacerle una compañera, el hombre mata a casi todos sus familiares restantes, forzándolo a emprender una larga persecución que termina con la muerte de ambos. No obstante, en la Biblia, la relación creador-creatura se restablece una y otra vez a pesar del pecado humano. Después del diluvio, Dios proclama a Noé, “no volveré a maldecir la tierra por causa del hombre, porque el corazón del hombre se inclina al mal desde su juventud; ni volveré a destruir todo ser viviente…estableceré mi pacto con vosotros, y no volveré a exterminar a todos los seres vivos con aguas de diluvio” (Gén. 8:21; 9:11). Como en tantos otros lugares de la Biblia, aquí la repetición afirma la promesa de Dios. Y efectivamente, aunque Dios después destruye o permite la destrucción de ciertas ciudades, como Sodoma, Gomorra (Gen. 1314) y Jericó (Josué 2-6), y de pueblos extranjeros que representan un peligro político y/o religioso para los judíos, como los cananeos (Núm. 21:3), nunca más elimina toda la creación y varias veces protege a los buenos que viven en medio de los pecadores (cf. Lot en Gén. 19 y Rahab en Josué 2, 6). A través de todas las vicisitudes de la historia humana, Dios permanece fiel a su creación. La creación de Borges también incluye un quiebre, pero es mucho más sutil y no está vinculado a ninguna rebelión de la creatura. Cuando el mago se tienta con la idea de destruir su creación, pero se arrepienta, el narrador comenta, “(más le hubiera valido destruirla)” 4. Esta frase cobra sentido sólo al final del cuento, cuando se incendian nuevamente las ruinas circulares en el santuario del dios del fuego. El mago, aceptando su muerte inminente, “caminó contra los jirones de fuego. Éstos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustión. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo”. El mago, tal como su creatura, es un hombre soñado. Por eso tiene una identidad tan difusa: cuando llega a las ruinas, “nadie lo vio desembarcar” y al salir de la canoa no siente las heridas de las cortaderas, que después se sanan solas; es un hombre “gris” y “forastero” que no se acuerda de su nombre ni de su vida anterior. Igualmente, su creatura es anónima, no es afectada por el fuego, no se acuerda de su origen y viaja a otro templo para rendirle culto al 4 Estas paréntesis son de Borges. 22 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 dios de fuego. De ahí el diseño circular de las ruinas que dan nombre al cuento: la vida del mago es una etapa más de un eterno ciclo de creación. Pero la reacción del mago ante este destino es ambigua. Siente humillación y terror, pero también alivio, quizás porque por fin comprende su identidad y confirma su sospecha de que “todo eso había acontecido”. Se siente definido y a la vez atrapado en la definición. Sin embargo, esto afecta su actitud no tanto hacia la creatura como hacia su propio “soñador”. Y este es el lazo más fuerte entre Frankenstein y Las ruinas circulares. Porque al fin y al cabo, la relación hombre-creatura refleja la relación dios-hombre. No es coincidencia que el mago tome en serio tanto su labor creativa como la glorificación de los dioses. Para él, la creación es una tarea sagrada exigida por los dioses. Pero cuando descubre su verdadera identidad, sus sentimientos se vuelven equívocos. Su propio soñador y las deidades asociadas con él han determinado toda su vida y su creatura lo ha hecho consciente de esto. Por eso, el cuento termina con una tensión latente entre todos los soñadores y todos los soñados. En el caso de Víctor, la relación dios-hombre es conflictiva desde el principio y por ende la relación hombre-creatura también lo es. Al usar la ciencia para generar vida de la corrupción, Víctor rechaza a su creador y trata de suplantarlo, endiosándose. A consecuencia, también rechaza el precedente bíblico del deber protector, despreciando las necesidades más básicas de su Adán. Por lo tanto, en ambas obras, la relación hombre-creatura corresponde a la relación dios-hombre: o las dos están bien o las dos están mal. E irónicamente, esta dependencia compartida por las dos obras nos revela lo que más las distingue. En Las ruinas circulares, el hecho de que un hombre forme a otro es totalmente normal e incluso normativo; es el orden del universo y el mago no lo puede evitar porque es parte de su inconsciente. Su creación reafirma la harmonía entre lo espiritual y lo humano. En Frankenstein, por otro lado, la agencia creativa del hombre es un quiebre total con el orden establecido; el experimento de Víctor es nuevo y peligroso porque hace innecesaria la harmonía susodicha. Por supuesto, en los elementos intertextuales básicos ya analizados también hay varias similitudes. En ambos textos, el mito bíblico emerge abiertamente en referencias a personajes como Adán, Eva y Satanás, y sutilmente en ciertas construcciones lingüísticas y la trama misma. Desde el punto de vista del proceso, tanto Borges como Shelley reorientan ese mito hacia la complejidad y la dificultad. Los protagonistas están obligados a ocupar 23 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 materiales múltiples y específicos que tienen que ser unidos minuciosamente. Dios transforma, pero ellos construyen, parte por parte. El éxito llega sólo a través de un fracaso inicial y un largo agotamiento. Además, el éxito es sólo parcial porque no pueden crear a su imagen y semejanza. Por eso, ambas obras implican que siendo hombres, los protagonistas no tienen el mismo don creativo que Dios. No obstante, ya en esta primera fase del relato, Shelley y Borges empiezan a divergir. Mientras que éste conserva una presencia divina en la creación como fuente de vida, la autora presenta una negación total de esa presencia. La relación hombre-creatura es un reflejo de esta diferencia en el procedimiento creador. Mientras que el mago se parece al Dios bíblico en su amor paternal, Víctor Frankenstein niega cualquier vínculo con su creatura y no se preocupa ni siquiera de nombrarla y menos aún de su crianza. A consecuencia, su creatura se rebela, pero la del mago simplemente le facilita una crisis existencial. En este sentido, es difícil determinar cuál de estas dos reescrituras es más radical. Por un lado, Borges preserva más la estructura mítica: pinta un amplio ambiente mítico que incluye tanto el Génesis como los mitos indígenas latinoamericanos. Aquí están presentes todos los elementos míticos fundamentales: lo sagrado y fundador, la coacción espiritualhumana, la circularidad del eterno presente, etc. Todo esto se tuerce en la obra de Shelley. El hombre trata de reemplazar a Dios mediante un progreso científico constante, cada vez más atrevido y transgresor. En estos términos, aunque Frankenstein cronológicamente precede Las ruinas circulares, Shelley es bastante más “moderna” en su lectura del Génesis. Sin embargo, la autora se aleja del mito justamente para mostrar la necesidad de volver a él. Porque el sueño de Víctor fracasa desde el primer momento. Al hacerse capaz de crear como Dios, el hombre no hereda su capacidad de amar, cuidar y administrar la creación. Por otro lado, Las ruinas circulares es un cuento claramente posmoderno y por ende más “avanzado” en su reinterpretación de la Biblia. Si el mito está más presente, también es más cuestionado. ¿Qué sentido tiene el yo si es “un mero simulacro”, no el original sino una copia? ¿Es posible realmente hacer algo si uno ya fue hecho? Estas son las dudas existenciales que plantea Borges, no rechazando el mito pero sí mostrando que sus respuestas ya no son suficientes para el hombre moderno, quien, como ya demuestra Shelley en el siglo anterior, busca una mayor influencia tanto en su propia vida como en el mundo exterior. Para Shelley, la solución es revalorizar el mito a vista de los efectos 24 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 dañinos de su perversión. Borges no ofrece una solución, implicando que la única solución verdadera, librarse del mito, es imposible. Pero al fin y al cabo, los autores tienen la misma meta: ayudar al hombre a enfrentar, comprender y de alguna forma emplear un mito que ya no tiene el mismo significado. Bibliografía Borges, Jorge Luis. “Las ruinas circulares.” El jardín de senderos que se bifurcan. Ficciones, 1941.1944. n.p. n.d. Web. 23 May 2012. Brunel, Pierre. Mythocritique. Théorie et parcours. Paris: Presses Universitaires de France, Écriture, 1992. Impreso. de Reina, Casiodoro y Cipriano de Valera. “La Biblia Reina-Valera.” 1995. The Bible Gateway. n.p. n.d. Web. 23 de Mayo 2012. Durand, Gilbert. De la mitocrítica al mitoanálisis. Trans. Alain Verjat. 1979. Barcelona: Anthropos, 1993. Impreso. Eliade, Mircea. Mythes, rêves et mystères. Paris: Gallimard, 1957. Impreso. Herrera Cecilia, Juan. “El mito como intertexto: la reescritura de los mitos en las obras literarias.” Cédille. Revista de estudios franceses 2 (2006): 58-76. Impreso. Hindle, Maurice. Introduction. Frankenstein or the Modern Prometheus. By Mary Shelley. 1818. New York: Penguin Books, 1992. vii-xliii. Impreso. Jung, Carl G. La structure de l’ âme, en Problèmes de l’ âme moderne. Paris: Buchet/Castel, 1960. Impreso. Shelley, Mary. “Author’s Introduction.” Frankenstein or the Modern Prometheus. 1818. New York: Penguin Shelley, Mary. Books, 1992. 5-10. Impreso. Frankenstein or the Modern Prometheus. 1818. http://www.planetebook.com/ebooks/Frankenstein.pdf. Web . 9 de abril 2014. 25 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 Lectoras románticas en Martín Rivas de Alberto Blest Gana María Isabel Ringeling [email protected] Abstract A partir de una lectura crítica de Martín Rivas, novela de Alberto Blest Gana, pretendemos dar cuenta de cómo se aproxima este texto a la problemática acerca del valor y la influencia de la lectura de novelas románticas de folletín en el público femenino. Después de analizar la posición que ocupa este autor en la discusión pública que existió en torno a este tema en el Chile decimonónico, nos enfocaremos especialmente en las figuras de Edelmira Molina y doña Francisca Encina, personajes que son caracterizados en la narración sobre la base de la influencia que en ellas ejerce la lectura de novelas. Palabras claves: novelas, lectura, lectoras románticas, Blest Gana, Martín Rivas. _________________________________________________________________________ El debate en torno a los efectos de la lectura de las novelas folletinescas Bajo la égida de la cultura liberal de base ilustrada que comienza a manifestarse en nuestro país a partir de la década de 1840, se produce en Chile una “moderada revolución en la lectura que se desarrolló a la sazón en los centros urbanos del país, en general, y, en particular, en Santiago y Valparaíso” (Poblete 11). La creciente circulación y consumo de las novelas-folletines de origen extranjero (sobre todo textos españoles y franceses) que comienzan a publicarse en los periódicos chilenos desde que el Progreso marcara la pauta en 1842, muestra el progresivo aumento de la demanda lectora de los sectores medios y especialmente de las mujeres. Albero Blest Gana no desconoció el atractivo indudable que ejercía el género novelesco y la existencia de estas nuevas prácticas lectoras en la sociedad de la época. Si bien abogó por una novela de costumbres que fuera capaz de dar cuenta de la realidad nacional y que estuviese imbuida de valores formativos, reconoció la necesidad de que ésta fuese, al mismo tiempo, atractiva para un número variado de lectores, entre los cuales las mujeres ocupaban un lugar fundamental. Es por ello que sus novelas no sólo ambicionan tener una función edificante, sino que también buscan complacer la sensibilidad femenina. 26 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 En relación con lo anterior, es importante considerar que en la segunda mitad del siglo XIX, se tenía la impresión de que el consumo de novelas era de gran alcance y que crecía a un ritmo acelerado. Esta literatura de folletín tendió a ser representada en la sociedad chilena decimonónica como literatura femenina, es decir, de placer, sentimental, entretenida, ociosa y extensiva. O sea, como el reverso de la literatura útil y educativa. De este modo, así como en las demás sociedades occidentales, “la feminización del público lector de novelas parecía confirmar los prejuicios imperantes sobre el papel de la mujer y su inteligencia” (Lyons 394). El amplio y creciente consumo de novelas-folletines causó la reticencia de la Iglesia y de ciertos grupos conservadores que recelaban de la sensibilidad romántica de estos escritos, pues se creía que esta literatura estimulaba las emociones femeninas y avivaba su imaginación, amenazando con empañar aquellos valores familiares cuya observancia era necesaria para la estabilidad de la tradición y el progreso de la patria. Temiendo que las mujeres pudieran verse arrebatadas por fantasías románticas, calificaron al género novelesco como literatura “malsana” o “perniciosa”. Los reclamos de estos sectores conservadores de la sociedad fueron difundidos en medios como el de la Revista Católica o La Estrecha de Chile, donde no sólo se criticaba la inutilidad y el efecto corrosivo de esta literatura, sino también la deficiente calidad literaria y el mal gusto del que adolecían ciertas producciones. Por el otro lado, ciertas voces liberales como las de Domingo Faustino Sarmiento, festejaban la popularización del consumo de novelas bajo el argumento de que la extensión de la lectura contribuía al progreso del país: Aprender a leer es obra larga y penosa…Sólo la novela-folletín ayuda a vencer esa dificultad y la vence…La novela y los diarios han cumplido esa función…Soulié, Dumas, Balzac, han estado enseñando a leer a América del Sur, que para leer sus novelas folletines se ha convertido en una vasta escuela. Dios se los tenga en cuenta, mal que les pese a los moralistas, que no saben qué “pero” ponerles aun a las buenas novelas. Las novelas corrompen las costumbres; exaltan las pasiones…y la demás retahíla que todo el mundo sabe de memoria, a fuerza de oírla en el púlpito y aún en la 27 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 sociedad laica…Yo –en cambio– absuelvo de toda culpa (a las novelas) hasta a las malas, pues ellas nos han enseñado a leer y han sido, en consecuencia “útiles y serviciales” al cultivo de la inteligencia. (ctdo en Subercaseaux 71) La defensa que hace Sarmiento del folletín se realiza en nombre de la “batalla de la civilización” (Subercaseaux 70). Al parecer, esta consigna era un lugar común en las discusiones intelectuales que se dieron en el seno de la sociedad liberal de la segunda mitad del siglo. El tipo de ficción por el que aboga Alberto Blest Gana –la novela nacional de costumbres– también está fijada en este proyecto civilizatorio. Su visión de la literatura, tal como se muestra en su discurso sobre la “Literatura chilena”, pronunciado en 1861 en la Universidad de Chile, se articula en base a la función edificante que se le atribuye idealmente a la lectura: La misión, pues, del literato que aspire a ocupar un puesto honroso en la historia, consiste en sacar partido de los esfuerzos que le han precedido, aplicándolos a la indagación de la verdad filosófica. Si este fin, creemos incompleta cualquier obra literaria, aunque por su forma o por su estilo consiga atraerse el aura de una popularidad inmediata. Los aplausos arrancados por un hermoso traje no deben ser los más envidiables si son, por cierto, los más duraderos. Si por algunos años i en casi todos los países “las letras deben llevar con escrupulosidad su tarea civilizadora i esmerarse por revestir de sus galas seductoras las verdades que pueden fructiferar con provecho de la humanidad. (36) De modo que, por una parte, Blest Gana reconoce la necesidad de agradar a los nuevos lectores femeninos y, por otra, adhiere al criterio de “utilidad” que se le exige a la literatura. En cuanto a esto último, su propuesta es diferente a la de Sarmiento, puesto que en su concepción lo “útil” no pasa simplemente por el fomento del hábito de la lectura, sino por la difusión de una serie de valores nacionales que concuerdan con el espíritu liberal de su ideario político. 28 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 Si bien las novelas de Blest Gana hacen uso de las temáticas amorosas que capturaron la atención de las lectoras de la época, el plan de crear una narrativa nacional capaz de dar cuenta de la realidad criolla, frena aquella sentimentalidad romántica exacerbada que había despertado el recelo de ciertos sectores de la sociedad. En línea con esto, Gina Cánepa sugiere que Blest Gana “acabó repudiando definitivamente los excesos de la novela folletinesca” (27), entendiendo este último concepto “como una expresión de la narrativa, que gradualmente va decantando una estructura simple y lineal que facilita la comprensión de valores bipolares, exalta los ‘grandes sentimientos’, entretiene, consuela y compensa” (Cánepa 27). Raúl Silva Castro, en su libro Panorama de la novela chilena (1843-1953), describe la multiplicación de novelas de folletín como una “infección de mal gusto” (33). Se refiere a escritores como E. Sue, A. Dumas, padre, Ponson du Terrail, Montépin, y Richebourg, quienes marcaron la pauta de un tipo de novelas donde “los lances de la vida cotidiana fueron hallados pálidos y sin relieve”, y que “representan una exacerbación de la fantasía, lances absolutamente inverosímiles, personajes siniestros, anagnórisis tiradas de los cabellos, costumbres disolutas que hacen contraste con la pureza angelical de uno o dos de los seres evocados, etc” (33). El objeto del “repudio” de Blest Gana (al que hace alusión Cánepa) se refiere entonces a este tipo extremado de sensibilidad folletinesca. Es importante recalcar que este rechazo no abarca a la novela de folletín en su conjunto. De hecho, Martín Rivas fue publicado como folletín en la Voz de Chile, y muchos de sus recursos narrativos son herederos de la “novela folletinesca”: la historia de amor es el núcleo en torno al cual se hilvanan los acontecimientos, se presentan personajes estereotipados, se reconfiguran de algún modo las relaciones de género, y los protagonistas tienen cualidades heroicas. Se puede observar que, en la discusión que se dio en torno a los efectos –perniciosos o saludables– de la lectura de novelas folletinescas, Blest Gana ocupa una posición ambivalente. Esta fluctúa entre la necesidad de encantar al público femenino y la pretensión de instruir en ciertos valores que coincidan con la función que la patria encomienda a las mujeres en su rol de madres y esposas; entre el uso de los recursos propios de las novelas románticas y el rechazo a los excesos de la sentimentalidad folletinesca. 29 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 Esta ambivalencia es ciertamente visible en la descripción que se hace de las mujeres lectoras en Martín Rivas. Si bien en ocasiones se hace un tratamiento irónico y crítico respecto del efecto de las novelas románticas en las mujeres, en muchos pasajes se sugiere que la lectura las torna intelectualmente superiores o ennoblece sus sentimientos, rasgos que se refuerzan en el contraste que se produce entre ellas y los personajes masculinos. En línea con esta idea, Sommer afirma, en su libro Ficciones Fundacionales, que en los escritos de Blest Gana se comete la transgresión de presentar constantemente a “hombre dóciles o ignorantes al lado de mujeres activas e ilustradas” (277). Veamos, en el transcurso de este artículo, cuál es el grado de pro-actividad y cultura de las mujeres representadas. La representación de las lectoras románticas de la novela Como ya se ha planteado, Blest Gana no sólo es consciente de que debe responder a la demanda lectora del público femenino, sino también de que la lectura es algo más que una experiencia agradable o un pasatiempo; sabe que el lector “muchas veces recibe en sus gustos y pasiones muy directa influencia” (ctdo en Poblete 34). Esta idea aparece nítidamente reflejada en la representación de las lectoras románticas de la novela. Comencemos nuestro análisis con doña Francisca Encina, una mujer de clase alta que es representada a lo largo de todo el relato como el contrapunto de su marido, un hombre que no cuida más que de su interés particular y que es retratado de manera absolutamente caricaturesca y despectiva. Cuando se le introduce en la novela, se dice que “Fidel Elías era el tipo de hombre parásito en política, que vive siempre al arrimo de la autoridad y no profesa más credo político que su conveniencia particular y una ciega adhesión a la palabra orden, realizada en sus más restrictivas consecuencias (31)”. Tras manifestar su abominación al conservadurismo irreflexivo que encarna Fidel, el narrador introduce a su mujer, aparentemente instruida y liberal: Doña Francisca Encina, su mujer, había leído algunos libros y pretendía pensar por sí sola, violando así los principios sociales de su marido, que miraba todo libro como inútil, cuando no como pernicioso. En su cualidad de letrada, doña Francisca era liberal en política y fomentaba esta tendencia en 30 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 su hermano a quien don Fidel y don Simón no habían podido conquistar enteramente para el partido del orden, que algunos han llamado con cierta gracia, en tiempos posteriores, el partido de los energistas. (32) Los calificativos de “inútil” y “pernicioso” que Fidel Elías usa para referirse a los libros, son los ataques más difundidos que enfrentó la novela romántica, y hemos visto que Blest Gana de algún modo acogió esta crítica al proponer un nuevo tipo de narrativa cuya impronta costumbrista y moralista la hiciera inmune frente a estas investidas. Si bien esto último podría llevar a creer que hay una especie de complacencia frente a las ideas conservadoras de Fidel, la caracterización burlesca que se hace de este personaje invalida esta suposición. No deja de ser sugerente el hecho de que sea éste, un hombre mediocre y de inteligencia mediana, el que achaque la inutilidad y nocividad del libro. Pero la caracterización de doña Francisca también supone una perspectiva narrativa ambivalente frente a la problemática del valor y la influencia libresca. Es evidente que las simpatías del narrador se inclinan por ella, cuyo perfil de letrada la predispone a mostrarse sentimentalmente afín a las ideas liberales a las que adhería Blest Gana. Sin embargo, se dice que ella “pretende” pensar por sí misma, con lo que se sugiere que el pensamiento autónomo del que hace gala, es más una pose que una muestra real de autonomía. Su condición de mujer instruida condiciona una inclinación “liberal” en política, pero esta adhesión no parece completamente reflexiva, sino más bien una repetición de fórmulas de moda. La primera escena social de lectura que se describe en la novela tiene a esta mujer por protagonista. Participando de la tertulia de salón que suele tener lugar en la casa de Dámaso Encina, se dice que doña Francisca lee con “voz afectada y tono sentimental” (61) los morsoes literarios –versos amorosos– que un frívolo pretendiente ha escrito a Leonor en su álbum, para después detenerse en una reflexión feminista, de carácter presuntuoso y sensiblero, que es pronunciada con su característico “aire vaporoso” (61). Además de las escenas sociales de lectura, se describen varias escenas íntimas de lectura que también son protagonizadas por doña Francisca. Un recurso repetido es el de hacer alusión a los episodios novelescos en los que ella está sumida cuando es interrumpida por Fidel, quien infructuosamente busca desviar su atención hacia asuntos cotidianos. Con 31 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 esta técnica narrativa, se busca evidenciar el contraste que existe entre sus ensoñaciones poéticas y la prosaica vida a la que está resignada, como lo muestra la siguiente escena: Entró pensativo al cuarto en que su mujer se entregaba la mayor parte del día a la lectura de sus novelitas y poetas favoritos. En aquel instante leía El Sueño de Adán en El Diablo Mundo, de Espronceda, y oyó la voz de su marido cuando el héroe pide a Salada un caballo, como lo pedía Ricardo III para reconquistar su reino. La presencia de don Fidel la sacó de su éxtasis poético para arrastrarla a la prosa de la vida. —Me dice mi compadre Arenal —principió diciendo don Fidel— que el arriendo de “El Roble” no está nada seguro. Doña Francisca le miró sin comprender lo que oía. Además, estaba desde hace mucho tiempo acostumbrada a oír y no a dar su opinión en los asuntos que su marido dirigía, por lo cual ella sólo la daba en presencia de otros para mostrar su superioridad intelectual”… Volvió después a El Sueño de Adán, deplorando la falta de poesía del hombre con quien se hallaba unida por lazos indisolubles, y esta idea la hizo suspender su lectura para tornar su memoria a Jorge Sand, con quien se comparaba por su aversión a la coyunda matrimonial. (101) Mientras don Fidel encarna el mundo de los “negocios”, doña Francisca representa el mundo del ocio; el realismo pedestre del primero se opone al romanticismo afectado de la segunda. Es importante insistir en que los dos términos de esta oposición son representados desde una perspectiva irónica. Por una parte, ya hemos visto que se visibiliza una no disimulada ironía en relación con el perfil de hombre de negocios y pragmático del que se jacta Fidel, pero por otra parte, su mujer también es ridiculizada por la desmesura de sus exaltaciones poéticas y por la consecuente incapacidad que aquello entraña en relación a la posibilidad de ejercer un rol activo o comprometido con la realidad, de la que se siente completamente sustraída, toda vez que la vida cotidiana se torna insubstancial en comparación con los sentimientos descomunales y los episodios heroicos que se refieren en sus “novelitas” (para utilizar la palabra que burlonamente ocupa el narrador). 32 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 Siendo la lectura una práctica evasiva y consoladora (en el caso que nos ocupamos), doña Francisca no sólo puede aislarse de las ocupaciones de la vida práctica, sino también de la insulsa vida conyugal que está obligada a llevar. En este sentido, parecen confirmarse los recelos de los detractores de la lectura de novelas románticas en la sociedad burguesa decimonónica. Lyons destaca que al estar relegada a la vida íntima de las mujeres, “suponía una amenaza para el marido y el padre de familia burgués del siglo XIX”, pues “podía fomentar ciertas ilusiones románticas poco razonables y sugerir veleidades eróticas que hacían peligrar la castidad y el orden de sus hogares” (394). Estas “ilusiones románticas” claramente tienen un asidero en el corazón de Francisca, pese a la indiferencia de su marido, cuya candidez irónicamente subraya el narrador cuando afirma que “no se curaba de Jorge Sand más que de los pobres del hospicio”, siendo ciego a “los reflejos de romántico arrobamiento que brillaron en los ojos de su consorte”, y mostrándose más preocupado del negocio de El Roble “que en estudiar las impresiones de su mujer” (Blest Gana 169). El ascendiente intelectual que tiene Jorge Sand en las ideas de doña Francisca es recalcado en muchas ocasiones durante la novela. Este nombre es el seudónimo de Amandine Aurore Lucile Dupin, una mujer que ha sido considerada un símbolo de la lucha feminista de la centuria decimonónica. Los héroes que aparecen en las novelas de Sand –en la novela se cita, a Benedicto, de la novela Valentina– contrastan notoriamente con Fidel, quien “hacía una triste figura comparada con el ardiente y apasionado Benedicto” (169). En este punto doña Francisca se parece a Emma, pero la diferencia está en que Fidel es representado en la novela como una carga que se soporta con resignación, con lo que de alguna manera el narrador se muestra empático con el género femenino: “Hay gran número de matrimonios en que el marido es una cruz que se lleva con paciencia, pero que se deja con alegría, y don Fidel era un marido-cruz en toda la extensión de la palabra” (169). La lectura romántica no sólo causa la adhesión de doña Francisca a ciertas ideas feministas, sino que también la insta a rechazar los matrimonios por conveniencia (lo que la aleja aún más de Fidel, quien percibe el matrimonio como un ‘negocio’) e, incluso, a solidarizar con los reclamos de las clases medias. Cuando Bernarda irrumpe en su casa reivindicando la honra de su hija Adelaida, el narrador dice que en su “romántica 33 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 imaginación habían producido un favorable efecto las razones alegadas por doña Bernarda” (242) Ahora bien, a pesar de la sensatez que en ocasiones muestran sus comentarios, éstos suelen ser pronunciados, como ya hemos dicho, con expresiones del tipo “alzando los ojos al cielo con vaporosa expresión”, lo que torna problemática su representación en este aspecto. Si bien es una mujer con opinión, sus ideas no se revelan como reflexivas o racionales, sino sentimentales. Se sugiere que esta actitud, la emocional, es la que define el tipo de lectura de las mujeres. Como doña Francisca, el personaje de la joven Edelmira también se representa como una ávida consumidora de novelas folletinescas. Cuando se introduce su personaje en la novela, se utiliza el mismo recurso que con la primera, pues se le retrata como el opuesto de los personajes que conforman su entorno inmediato. En contraste con su hermana Adelaida, [Edelmira] es una niña suave y romántica como una heroína de algunas novelas de las que ha leído en folletines de periódicos que la presta un tendero aficionado a las letras. Las dos hermanas se parecen un poco: ambas tienen pelo castaño, tez blanca, ojos pardos y bonitos dientes; pero la expresión de cada una de ellas, revela los tesoros de ambición que guarda el pecho de Adelaida y los que atesora el de Edelmira de amor y de desinterés. El corazón de esta es como ha dicho Balzac de una de sus heroínas: una esponja a la que haría dilatarse la menor gota de sentimiento. (60) El caso de Edelmira, una niña de “medio pelo”, evidencia que la práctica de la lectura se ha extendido más allá de los estrechos círculos de la aristocracia o la alta burguesía. En la narración se sugiere que sus lecturas han forjado en ella una sensibilidad refinada que la hace sobresalir en su entorno social y familiar. Frente a su hermana Adelaida, una mujer sensual y ambiciosa, Edelmira destaca por su espiritualidad y desinterés. Estos rasgos contrastan también con el retrato que se hace de su madre, Bernarda, una mujer que, aunque honrada, es prosaica y arribista, y de su hermano Amador, inmoral e improductivo. 34 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 La propensión idealista de Edelmira se manifiesta en el tipo de amor que caracteriza su relación con Martín, a quien es incapaz de visualizar como una persona real, transformándose éste en el depositario de sus ensoñaciones románticas: “Cada conversación le revelaba nuevos tesoros en el alma de Rivas, a quien veía ya rodeado de la aureola con que la imaginación de las niñas sentimentales engalana la frente de los cumplidos héroes de novelas” (283). Este mismo carácter es la que la insta a rechazar los galanteos de Ricardo Castaños y a arrancar de un matrimonio no deseado, pues su sensibilidad folletinesca la ha hecho soñar con algo más poético y heroico. Es importante destacar que en la novela se establece una relación directa y explícita entre su condición de niña romántica, la lectura de novelas, y la cualidad platónica de su sentir amoroso: Edelmira, como ya lo hemos dicho en otras ocasiones, era dada a la lectura de novelas y por naturaleza romántica; esta cualidad le daba la fuerza de cultivar en su pecho un amor solitario, al que poco a poco iba entregando su alma, sin más esperanza que la de amar siempre con esa melancolía voluptuosa que las pasiones de este género despiertan comúnmente en el corazón de la mujer, la que posee una organización más pasiva que la del hombre en estos casos, porque sus sentimientos son más puros también. (158) Vemos que el narrador establece una relación de asociación entre la “pureza” de la mujer y su común “pasividad” frente al sentimiento amoroso. De manera que la resignación y la contención parecen ser las actitudes recomendadas para una mujer en materia amorosa, mientras que la rebeldía y la iniciativa son visualizadas con cierto recelo. Incluso Edelmira, que suele exhibir una actitud platónica frente al amor no correspondido de Martín, corre el “riesgo” –parece querer decir el narrador– de sufrir los efectos de una ilusión amorosa llevada más allá de los límites aconsejados. Hay un episodio en la novela en que sus fantasías románticas le juegan una mala pasada, porque malinterpreta las palabras de Martín a su favor. Esto ocurre tras la recepción de su segunda carta, cuya lectura aviva un deseo amoroso de índole más apasionado y exuberante que el exhibido en otras ocasiones: 35 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 Las teorías que en pocas palabras desenvolvía el joven sobre el amor encendieron el alma de Edelmira, haciendo en ella arder el fuego de una verdadera pasión. Pensó que el corazón de aquel hombre era un tesoro y lo deseó con avidez. Las formas sentimentales de un capricho romántico cobraron en su meditación las proporciones exageradas de un bien que era preciso adquirir a toda costa; y con tal convicción, la hipótesis de que las palabras de amistad encubrían la delicada expresión de un amor que buscaba una esperanza, llegó, poco a poco, a convertirse en su espíritu casi en certidumbre. (159) La lectura epistolar de Edelmira de algún modo ilustra la reflexión que hace Nora Catelli en torno al modo de leer que encarna Madame Bovary: “las mujeres no únicamente leían novelas románticas, sino toda la literatura, solo que la leían como si fuese una vasta novela romántica” (108). El romanticismo de Edelmira contrasta dramáticamente con la realidad. Es notoria la diferencia que se establece entre ella y Leonor, ambas enamoradas de Martín. El carácter resuelto, enérgico y práctico, casi masculino de esta última, difiere muy claramente de la sensibilidad romántica de la primera. No deja de ser sugerente el hecho de que Martín deseche la posibilidad de declararle su amor (a Leonor) haciendo uso del lenguaje sentimental de moda: “Martín agregó a esta carta las manifestaciones del agradecimiento que conservaba a la familia de Leonor, y evitó el amanerado romanticismo puesto en boga por las novelas para el estilo amatorio epistolar” (305). El personaje de Leonor, a quien se le concede el beneficio de un final feliz, parece más consecuente con el carácter realista que Blest Gana quería darle a sus novelas. Las ilusiones frustradas de Edelmira (al final del relato se ve forzada a casarse con su repudiado pretendiente), así como el “matrimonio-cruz” de doña Francisca, parecen sugerir que la resignación y el debido sentido de la realidad, es el destino que el narrador fija para sus personajes románticos femeninos. La paradoja radica en que el sentimentalismo romántico es percibido, como hemos dicho, como un signo de refinamiento espiritual, al mismo tiempo que se reprochan implícitamente las consecuencias que éste puede traer. 36 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 Se ha mostrado que la aproximación del narrador a estos personajes es ambigua, y que esta ambigüedad define su posición frente a la problemática de los efectos de la lectura romántica. Desde el punto de vista de la narración, doña Francisca es superior a su cónyuge, tanto desde la perspectiva moral como intelectual, entre otras cosas porque adhiere a las ideas liberales (sin bien de un modo sentimental y no activo) en las que el autor confiaba el progreso de la patria. Por su parte, Edelmira se representa como una mujer espiritualmente noble y superior a los de su clase, y en su acto final de sacrificio está depositada la vida de Martín. Sin embargo, en ellas está encarnada una implícita crítica a los excesos de la sentimentalidad folletinesca, y con ello se está haciendo una reflexión metaliteraria en torno a los postulados teóricos de Blest Gana acerca del valor y la utilidad superiores de un nuevo tipo de novela, la novela nacional de costumbres. Bibliografía Blest Gana, Alberto. “Literatura chilena. Algunas consideraciones sobre ella”. Discurso de don Alberto Blest Gana en su incorporación a la Facultad de Humanidades, el 3 de enero de 1861. Anales de la Universidad de Chile (2010): s/i. Web 15 diciembre 2012. Blest Gana, Alberto. Martín Rivas. Santiago: Editorial Andrés Bello, 2010. Impreso. Canepa, Gina. “Folletines históricos del Chile independiente y su articulación con la novela realista”. Hispanoamerica 50 (1988): 23-34. Web 10 diciembre 2012. Catelli, Nora. Testimonios tangibles. Pasión y extinción de la lectura en la narrativa moderna. Barcelona: Anagrama, 2001. Impreso. Lyons, Martin. “Los nuevos lectores del siglo XIX: mujeres, obreros y niños”. Cavalho, Guglielmo y Roger Chartier (eds.). Historia de la lectura en el mundo occidental. Madrid: Taurus, 1998. Impreso. Poblete, Juan. Literatura chilena del siglo XIX: entre públicos lectores y figuras autoriales. Santiago de Chile: Editorial Cuarto Propio, 2002. Impreso. Sommer, Doris. Ficciones fundacionales: las novelas nacionales de América Latina. México, Fondo de Cultura Económica, 2004. Impreso. Subercaseaux, Bernardo. Historia del libro en Chile: Desde la Colonia hasta el Bicentenario. Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 2010. Impreso. 37 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 Silva, Castro. Panorama de la novela chilena (1843-1953). México: Fondo de Cultura Económica, 1955. Impreso. 38 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 La contradictoria (in)dependencia de Teresa: Cómo la heroína de Rosario Orrego legitima sus ideas políticas a partir de los afectos. Paula Escobar [email protected] Abstract A mediados del siglo XIX surgen y se visibilizan un prominente grupo de mujeres escritoras en Chile y Latinoamérica. Desde Gertrudis Gómez de Avellaneda en Cuba hasta Rosario Orrego de Uribe en Chile, estas literatas ocupan espacios anteriormente vedados para las mujeres. Particularmente interesante es el caso de esta última, considerada la primera periodista y escritora chilena. Poeta, novelista, ensayista, directora de revista, al comienzo de su carrera utilizaba el seudónimo “Una Madre”, para luego, en la segunda parte de su vida, utilizar su propio nombre para publicar. Ambos gestos: escribir, publicar – y con el propio nombre– son logros extraordinarios para la sociedad del momento. Su estrategia consistía en una mezcla muy cuidada de promoción de avances en el rol tradicional de la mujer –que ella, como figura icónica, sin duda empujaba– pero, al mismo tiempo, sin contravenir directamente los principios básicos de la sociedad patriarcal del siglo XIX donde se desarrolló. En este trabajo analizaremos cómo la protagonista Teresa, en la novela homónima de Orrego, utiliza las mismas estrategias de legitimación de la autora: lucha por la Independencia de Chile con gran intensidad, a la vez que subordina sus decisiones amorosas a la paz y la tradición familiar. Es decir, tiene la mezcla justa de emancipación y subordinación que hacen posible su aceptación como heroína dentro de los cánones de la sociedad chilena del siglo XIX. Palabras claves: Rosario Orrego, autoría, emancipación femenina, literatura chilena siglo XIX. _________________________________________________________________________ Una vida de novela Orrego nace en Copiapó en 1834. A los catorce años se casa con Juan José Uribe, con quien tiene cinco hijos. Cinco años después se traslada a Valparaíso, donde inicia su brillante carrera periodística y literaria: publica sus primeros artículos en la revista La 39 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 Semana en 1858, usando el seudónimo de “Una Madre”; luego, en la revista Sud-América y la Revista del Pacífico, hasta que en 1873 crea su propia Revista de Valparaíso, con gran éxito. “Este impreso de 32 páginas alcanzó gran renombre y despertó tal interés que su tiraje constituyó un record de circulación para esos años” (Vera Lamperein 49). Este hecho es de gran relevancia, pues la elite de la época se congrega en torno a revistas y publicaciones. Es decir, al fundar y dirigir su propia revista, Orrego no sólo ingresa al canon –es elegida socia honoraria de la Academia de Bellas Letras–, sino que se transforma en “canonizadora” del campo periodístico, intelectual y literario. Sin duda, Orrego alcanzó estos honores con sentido estratégico y con ambiciones claras. Al publicar el “Prospecto” de creación de su revista, Orrego declara su visión y su misión como intelectual y mujer de letras: Valparaíso ha llegado por su progreso material a ser uno de los puertos más hermosos y ricos del Pacífico, y debe esforzarse para llegar a ser uno de los pueblos más cultos e ilustrados. Si a una hermosa mujer dotada por la naturaleza de todas las perfecciones físicas no la adornan las bellezas del alma, los encantos de la intelijencia, seria una bella estatua, pero sin calor, sin alma. Una estatua sin alma: eso seria un pueblo que ha llegado al apojeo de su desarrollo material sin mas aspiraciones que el lucro, sin mas placer que el que proporciona el buen éxito de empresas mercantiles. (3) A esta altura, su carrera literaria también ya había despegado. A sus libros de poesía se suman sus tres novelas. La primera de ellas, Alberto, el jugador (1860) se presentó a concurso de la Universidad de Chile, pero quedó descalificada por llegar fuera de plazo. Muy decidor es el hecho de que el certamen lo ganó Alberto Blest Gana, con La Aritmética del amor. Su última novela, Teresa, narra episodios históricos de gran relevancia, todos relacionados con la lucha por la independencia chilena. La vida de Rosario Orrego tiene un final abrupto, precoz y novelesco: fallece a los 45 años, el 21 de mayo de 1879, el mismo día que su hijo muere en el Combate Naval de Iquique. 40 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 Las estrategias de autorización usadas por Rosario Orrego ¿Cómo logró conseguir tanto en tan poco tiempo? ¿Por qué fue invisibilizada su figura durante tanto tiempo? Son preguntas que nacen en torno a Orrego. La primera periodista y novelista chilena quedó durante décadas opacada frente a la figura de Blest Gana, y sólo estudios recientes han reescrito su importancia en las letras chilenas. Quizás ambas preguntas estén relacionadas, pues su estrategia de “autorización”, es decir, aquella suma de decisiones que la ayudaron a ser aceptada dentro del campo intelectual y literario, pueden haberla hecho pasar desapercibida para la historia. En efecto, Rosario Orrego fue muy hábil en entrar a la escena literaria de modo gradual y no confrontacional. En primer lugar, nunca se planteó desde un punto de vista de reivindicación de género. No cuestionó en sus escritos las discriminaciones hacia la mujer. Y su discurso político y literario estaba en sintonía con el ideal de mujer como “alma del hogar” y como pilar de la vida de familia. Se conoce como una mujer de avanzada por sus grandes logros, sin embargo, su estrategia de “doble agente” o de máscaras, al decir de Francine Masielo, hace que se cuide de no violentar o contradecir a los hombres, y de promover que la mujer ocupe un rol sensato y acotado, con la familia como prioridad. Es decir, ella plantea un sujeto mujer que, por más logros que pueda tener, no debe olvidar que es en la familia y en el mundo del afecto y los sentimientos, donde ella debe reinar y desde donde puede mirar la sociedad y la política. Más que plantear una emancipación femenina, la encarna, pero desde lo doméstico y, especialmente, desde la protección de la familia. Su vocación “se orientó a rearticular los códigos culturales prevalecientes en el medio nacional para propiciar una apertura participatoria, en ningún caso rupturista, de la voz femenina” (Epple 28). ¿Y cómo articula Orrego el terreno de lo doméstico-afectivo con el contexto político? A través de examinar, al decir de Poblete, “la forma en que fuerzas externas ajenas interfieren, intervienen o interrumpen, el espacio del hogar” (163). Como decíamos, se inicia firmando como “Una Madre”, un seudónimo que no deja de tener, dentro de sí, una contradicción o una subversión, puesto que una mujer que escribe, publica e, incluso, se prueba frente a los demás al participar en concursos públicos de alto impacto, ciertamente se sitúa en la vanguardia cultural. El gesto es, sin duda, 41 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 desafiante. Pero Orrego le quita parte del desafío al estatus quo al utilizar ese seudónimo. Podríamos decir que el “envase” elegido para su mensaje le ayuda a bajar las resistencias hacia la mujer empoderada y, por tanto, lograr penetrar ciertos círculos de poder e influencia antes vedados. Entre la madre del seudónimo y la madre, mujer y esposa de sus múltiples escritos, Orrego desplegó lo que podríamos llamar una estrategia de autorización. Es decir, una forma de escritura que respondía simultáneamente a la necesidad de expandir los límites de la dicción y a la obligación de hacerlo en una forma que resultara, de una manera u otra, socialmente aceptable (...) El seudónimo “una madre” protegió inicialmente a Orrego de la censura que caía presurosa sobre la mujer hiperdiscursiva (Poblete 173). También está el hecho de que se plantea “desde el hogar” en sus obras. Eran los espacios que la época proporcionaba y que ella aprovechó muy bien. Al decir de Poblete, “ello implicó utilizar principalmente la figura de la madre, la de la esposa, la de la anfitriona de veladas y salones literarios que le brindaban una autoridad socialmente reconocida y abierta al ejercicio de su autoría” (166). Pero ya antes de Teresa ella firma con su nombre, lo que corresponde a una segunda etapa. Una vez logrado el ingreso –sigiloso, sin despertar sospechas– al campo cultural, puede aventurarse en otros géneros y otras plataformas, más influyentes aún. Pero aquí podemos ver una segunda estrategia: Orrego, ya identificada con su nombre, es decir, con una identidad pública y privada en consonancia, no abandona su “desde dónde”. Su lugar de enunciación seguirá siendo la femineidad, la maternidad, la voz de la mujer desde los afectos y la sensibilidad. Y quizás sea precisamente este énfasis, este “disfraz”, el que hizo tan difícil su entrada a la historia con mayúsculas. Así como la novela Martín Rivas de su contemporáneo y compañero Alberto Blest Gana preside el canon novelístico, su obra quedó invisibilizada en cuanto representación literaria de los conflictos de la naciente nación chilena. Orrego, en cierto sentido, podríamos decir que fue víctima de su “máscara”. Al decir de Masielo: “(Las mujeres) sólo pueden estar en la arena pública en su capacidad 42 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 de agentes dobles, hablando siempre en dos lenguas, llevando siempre una máscara...” (255). En este caso, su rol de “doble agente” le habría dado la clave de acceso, pero también la clave del olvido de su transgresión. Teresa: ¿una mujer emancipada y/o subalterna? Orrego la escribió en 1870, Isaac Grez la publicó en 1931, pero según consta en los estudios de Juan Poblete, la novela Teresa apareció primero como folletín en Revista de Valparaíso y, al menos parcialmente, en La Mariposa. Se ambienta en un episodio acaecido muchos años antes de esa fecha, durante la Reconquista española: se trata de la llegada del buque norteamericano apresado por españoles, el Warren, al puerto de Valparaíso. Los personajes principales son Teresa, su hermano Luis (patriota a ultranza, como su difunto padre) y Jenaro, novio de Teresa. La novela se inicia cuando Teresa está exultante de felicidad porque se casará con Jenaro, pero angustiada pues su hermano está en peligro pues debe participar en la liberación del Warren. A poco andar, Teresa se da cuenta de que su amado Jenaro es realista y que ha traicionado a su hermano, que ha caído en una emboscada. Puesta a elegir entre la lealtad hacia su hermano y su padre, o hacia su novio, elige a los primeros y abandona a Jenaro. Eso sí, no sin antes pedirle ayuda para liberar a su hermano, que está preso junto a otros patriotas en la cárcel y será ejecutado. Liberado éste, Teresa le reitera a Jenaro que entre el amor a la patria y el amor a él, no puede sino optar por el primero, a pesar de que aún lo ama: En ella (Teresa) el afán de la autora por tratar los entresijos de la sociedad, cuya complejidad parece interesarle más que la del corazón humano, desemboca en lo que se ha considerado una subversión del canon de la ficción histórica producida en su tiempo, que desempeñaba, como sabemos, una función simbólica muy importante: instituir una lectura del proceso a través del que una sociedad se convierte en una nación. (Mataix 98-99) Esa subversión de la que habla Mataix está en el hecho de que, a diferencia de lo que sucede en Martín Rivas, el amor romántico o el matrimonio no es en este caso lo que 43 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 resuelve los conflictos políticos, sino lo contrario: la mujer no sólo elude, sino desprecia, la posibilidad de negar las diferencias políticas o minimizarlas a través del rito matrimonial, y con su abandono, las hace aún más patentes e irreconciliables. Orrego –como decíamos– hace política, pero desde los afectos. Y es muy eficaz para contribuir a la consolidación de un proyecto nacional (mal que mal, su heroína lo deja todo por la patria). Así como, según Doris Sommer, a través del matrimonio de Martín y Leonor, Blest Gana une simbólicamente a la clase media incipiente con la aristocracia chilena, podemos decir que en Teresa –a través del abortado romance–, se elaboran otros conflictos políticos. “La sospecha de que no se puede divorciar lo político de lo doméstico en la “novela histórica” latinoamericana, se agudiza en el caso particular de Chile. Aquí, más que en ningún otro sitio, los salones y las alcobas proporcionan el escenario para la íntima tete á tete política” (275). Teresa puede leerse como una declaración de principios políticos de Orrego: las mujeres no sólo deben estar a favor de la patria, sino que deben hacer todos los sacrificios requeridos, incluso el mayor (como es en esa época renunciar al matrimonio), por aquella misión nacional, de la cual las mujeres no están exentas. Mientras los hombres arriesgan su vida, ellas arriesgan su estabilidad y su futuro. Pero este gesto de Teresa, ¿es realmente uno de independencia o, también, de subordinación al orden patriarcal (padre-hermanofamilia)? Teresa es una heroína, como veremos, contradictoria. Puede ser vista como mujer independiente para su época, sin duda. En primer lugar, porque decide en libertad no casarse con Jenaro, a pesar de ser una mujer sola y sin padre. Se revela así como una mujer con discernimiento y deliberante, que prefiere la soltería a la traición a sus principios. La protagonista elige los riesgos de quedar fuera de la estructura social que acarrea la soltería al rechazar no sólo al hombre que ama, sino también la única opción posible para la mujer de su época, el espacio privado en que reina como Ángel del Hogar, esposa y madre, tal vez porque esa ficción romántica se le revela ya a la autora en su dimensión correcta: como construcción del sistema patriarcal que avala la seguridad de la mujer a condición de que se subordine. La novela supera así el gran discurso con el 44 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 que es producido el sujeto femenino en la literatura decimonónica, el del amor, y convierte a su protagonista en líder de la lucha criolla. (Mataix 102) La condena a la soltería era vista como catastrófica. Teresa es, entonces, tan valiente como su hermano Luis, pues sus renuncias son, en cierto sentido, equiparables para el espíritu de la época. Una mujer sin padre ni marido –y con un hermano que muy probablemente moriría en la guerra-, claramente ve su futuro en peligro. A pesar de ello, Teresa da el paso y elige la causa patriota. Además, Teresa es una mujer activa. Hace alianzas, estrategias, sale de su casa sola, enfrenta peligros, va a la cárcel a ver a su hermano. Deambula por la ciudad, se disfraza, tiene recursos para desplazarse y resolver conflictos. Sin duda, es una mujer con astucia e iniciativa, dos características tradicionalmente atribuidas a los hombres. Veamos estas dos escenas de Teresa, que reflejan aquello: Pocos días después, una mujer vestida de negro y cubierta con un espeso velo fue introducida por el carcelero en el calabozo de los presos. Se quedó un momento indecisa en el dintel de la puerta; mas luego, con una voz trémula, sin duda por la emoción, preguntó por Luis O... Al oír este nombre, un joven de porte distinguido y simpática fisonomía, se precipitó hacia aquella mujer y la estrechó contra su corazón, exclamando: —¡Teresa! ¿Tú aquí? Teresa alzó su velo. Su rostro estaba pálido pero más bello aún, realzado por el dolor que la oprimía. Anegada en llanto, estrechaba .a su hermano sin poder proferir una palabra. (160) Y es una mujer con convicciones políticas. Aquí hay claramente una inversión respecto del rol de la protagonista de Blest Gana, Leonor, que por causa del amor comienza a entender –y a luchar, en cierto sentido– por convicciones políticas, pero cuyo papel es de pasividad frente al debate político contingente. No es un tema que de suyo le interese o apasione, y se encuentra absorta en sus intereses y preocupaciones personales o frívolas. 45 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 Teresa, en cambio, desde el comienzo de la novela se define como patriota. Como lo ha establecido Brito, en Teresa hay una “deconstrucción” de Martín Rivas en este sentido: A la inversa de Blest Gana, Orrego crea un personaje mujer plenamente atento a las luchas políticas. Más aún, ella es el eje sobre el cual se convoca esa lucha (...) Es ella misma, no un hombre, quien hace cambiar el curso de las acciones, como ocurre en la novela de Blest Gana, en que es Martín quien ayuda a Agustín a salir de su apuro. La única vez en que una mujer participa activamente para modificar las relaciones sociales y políticas es la petición de ayuda de Leonor a Edelmira (...) Teresa, entonces deconstruye, a Martín Rivas, no sólo por la conciencia de género que aparece en la novela de Rosario Orrego, sino también por la aparición de una nación más expuesta y más frágil, en que, justamente, la relación amorosa de una mujer, sea con el novio, o con el hermano, hace ver los encuentros y desencuentros al interior del Chile poscolonial. (Brito s/p) Teresa como mujer (in) dependiente Lo interesante de la protagonista de Orrego es que además de poseer todas las características emancipadas descritas anteriormente, tiene otras más tradicionales que la hacen ser un fiel espejo de su autora. Teresa utiliza los dispositivos de Orrego para ser una heroína que produce identificación en las lectoras mujeres y aceptación en los varones. Para comenzar, encarna a la mujer alma del hogar, bella, pasiva, tierna. Así es introducida como personaje: —¡Dios mío! ¿Qué va a suceder mañana? Creo que la inquietud no me dejará dormir esta noche. Esto decía Teresa, bella joven de 19 años, al entrar en su aposento, después de haber despedido a Jenaro. —Duerme, niña, duerme —le dijo su hermano Luis— y no temas; mañana tendremos un hermoso día; haremos ver a esos soberbios españoles de cuánto es capaz un pueblo cuando defiende su libertad. . .Y yo que hasta 46 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 ahora no he podido contribuir a la independencia sino con erogaciones en dinero!... más, pronto será otra cosa. Dentro de pocos días serás mujer de Jenaro, y entonces, ya completamente libre, me marcharé a ponerme a las órdenes del general Carrera. —¿Separarnos? ¿Y tan pronto? ¡Y tal vez para siempre! —murmuró Teresa, enternecida. (152-153) Si analizamos los adjetivos que Orrego eligió en su introducción o presentación del personaje, vemos con claridad este barniz de atributos de la femineidad tradicional: “bella”, “joven”, “niña” que es llamada a “dormir”, “enternecida”. Lo mismo se repite en este otro ejemplo de la novela: —¿Qué harías tú en mi lugar? —contestó Luis. La joven miró a su hermano y exclamó: —Yo iría a morir como nuestro padre, en defensa de la patria. —¡Ya lo ves! —¡Ya lo ves! Morir por la independencia, después de haber asegurado tu felicidad, será una hermosa muerte. Mas, notando que los grandes ojos de Teresa se llenaban de lágrimas, le dijo: —¡Vamos!, déjate de llanto; hablemos de otra cosa. Con que serás feliz con Jenaro, ¿no es verdad? —¡Mucho! —exclamó la joven con acento apasionado; —¡cuánto me ama!... y yo…¡Dios mío! —Acaba —exclamó Luis, riendo. —¡Burlón! —continuó Teresa; —¡quiera Dios poner en tu camino una joven que te ame como amo a Jenaro! Pero yo charlo cuando debía estar implorando al cielo el buen éxito de su empresa. Un abordaje debe ser una cosa terrible, ¿no es así, Luis? (153) 47 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 En esta escena Teresa se describe como obediente del padre, sentimental y sensible (“lágrimas”, “llanto”), capaz de un amor total por Jenaro, quien le asegurará su “felicidad”, devota de Dios (“Implorar al cielo”). Además de estos atributos espirituales-femeninos, Teresa no descuida sus deberes domésticos. Aparece en la novela, por ejemplo, “preparando la ropa blanca” de su hermano (165). Además, Teresa consigue que Jenaro salve a su hermano, pero la escena la describe vulnerable y piadosa: “pálida” y rezando “plegarias” a la Virgen. No es Teresa quien lo ha salvado gracias a que ha logrado que su ex novio mueva sus influencias a su favor, sino que es gracias a la Virgen que se ha logrado. Teresa, entonces, es modesta, sus logros no quedan acreditados directamente; sus proezas terminan siendo atribuidas al poder divino: “—¿Qué ha sucedido? —exclamó Teresa, poniéndose extremadamente pálida. —Nada, no se asuste usted. Luis está tan bueno como yo. Esto, sin duda, lo debe a las plegarias que usted dirige por él a la Virgen” (165). Es muy relevante también señalar que la mayor proeza moral de Teresa –su decisión de abandonar a Jenaro pues no es patriota– está narrada de manera tal que el énfasis de su decisión radica, más que en las causas políticas per se, en que no quiere desobedecer a su padre –encarnado como figura de autoridad en su hermano. La fundamentación de su decisión no está en su ideario, sino en la traición a las ideas de su familia de origen. —Con un amor tan intenso como el que me has fingido hasta ayer amaba al caballero leal y sin tacha. Hoy la traición lo desfigura a usted horriblemente a mis ojos. La memoria de mi padre, muerto por la patria, pone un abismo entre los dos. —¡Bien! —exclamó Jenaro, irguiendo su cabeza; —el brazo de tu hermano nos separa; dile que pronto nos veremos. (...) —¡Hermana mía, valor! —le dijo, al ver a Teresa casi desfallecida. —Todo acabó para mí —articuló la joven. —Hoy que le pierdo para siempre conozco que le amo más. (157-158) Puesta a elegir entre su posible “nueva” familia y la suya de origen, elige la de origen. Es decir, elige al padre. Chile lucha, por ponerlo en términos freudianos, por “matar al padre” y liberarse del yugo colonialista de la “Madre Patria”: Teresa apoya esa lucha 48 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 pero, a la vez, reafirma su compromiso con su propio padre y madre, más relevante que su posible nueva vida. Ella decide desde el “corazón”, no desde la “cabeza”, siguiendo los estereotipos machistas o falocéntricos. A través del corazón, los afectos, la protección de la familia, en definitiva, de aquello que sucede en el plano de lo íntimo-afectivo, ella toma la decisión política de ayudar a la causa patriota y entregarse a ella, renunciando al amor que siente por su novio. Amor que, dicho sea de paso, no se altera después de saber que ha traicionado a su hermano o que sus ideas políticas son despreciables. —Su corazón es siempre mío, Teresa, no tengo duda; usted me ama, ¿no es cierto? —Sí. —Y entonces, ¿qué se opone a nuestra dicha? Teresa miró al joven y le dijo: —Dígame, Jenaro, ¿cree usted que podría yo desposarme con un hombre que clavase un puñal en el corazón de mi madre? —Ciertamente que no; mas yo... —Usted, Jenaro, contribuye a derramar la sangre de mis hermanos, ella cae sobre este suelo, ella cae sobre este suelo, y este suelo es mi patria. Yo daría mi vida, si de algo sirviese, para que ella fuese libre y feliz; ya que esto no puede ser, sacrifico algo más que mi vida: sacrifico mi amor. (...) —Jenaro, si se desvía de su deber, abandonando quizá por mí la causa que defiende, se precipita a un abismo. Y si yo, por mi parte, sigo su destino, me atraería el desprecio de mi hermano y el de todos los corazones nobles que lidian por la patria. ¡Cruel alternativa: patria y amor! He aquí lo que el destino me ordena que elija. (168-169) Conclusión: los costos de la estrategia de Teresa/Rosario Teresa es un personaje que comparte la dualidad y la contradicción de su autora, Rosario Orrego. Como un espejo de su creadora, la heroína de la novela muestra iniciativa, independencia, capacidad de discernimiento, coraje, valentía, ideas políticas, características todas consideradas masculinas, y que por tanto contravienen los valores 49 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 tradicionales de la época. Sin embargo, a la vez ostenta las características típicamente femeninas: belleza, vulnerabilidad, domesticidad, sentimentalismo y, muy especialmente, un apego esencial a la familia. Es en la familia –y los valores que de ella ha recibido– donde la identidad de Teresa descansa, y sus ideas y actividades políticas son un reflejo de ese amor familiar. Es lo que Castillo, en su Conclusión, ha denominado “feminismo maternal, que hará suyas tanto las retóricas conservadoras del cuidado familiar como las retóricas más progresistas de la participación pública”. Teresa es todo lo independiente que Rosario la pudo hacer para no despertar controversias o poner en riesgo un lugar privilegiado –tanto el de la autora en el campo cultural chileno–, como el del personaje en la empatía de sus lectores y lectoras. Teresa tiene la dosis femineidad tradicional que permiten “enmascarar” que es una ciudadana activa políticamente. Lucha por la Independencia de Chile contra el yugo del Imperio, pero porque sigue las ideas de su propio patriarca, representado en su hermano mayor, es decir, como subalterna del hombre. No deja de ser significativo que siendo Teresa el anverso de Martín Rivas, la novela que haya pasado a la historia sea la segunda. Es decir, que la novela canónica chilena sea aquella en que hay un punto de vista masculino de los roles femeninos, y en que la heroínaprotagonista sea tradicional y pasiva. Y es que acaso la misma estrategia de autorización de Orrego –y de Teresa– que tanto éxito le granjeara en el corto plazo (Rosario ocupó los más altos honores; Teresa se agotó, según consta en el libro de Grez), fuera responsable de una descalificación en el largo plazo, es decir, en el canon y en la historia con mayúsculas. La máscara, disfraz o barniz de su “feminismo maternal” y no confrontacional les dieron frutos en su época, pero les costaron la invisibilidad –o el menosprecio– posterior. Bibliografía Arcos, Carol. "Musas del hogar y la fe: la escritura pública de Rosario Orrego de Uribe". Revista Chilena de Literatura 74 (2009): 5 - 28. Brito, María Eugenia: “La Novela Chilena de Fines del Siglo XIX y Principios del Siglo XX. El análisis deconstructivo de Teresa”.Revista Chilena de Semiótica, 2 (1997). Web. 2 de diciembre 2013. 50 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 Castillo, Alejandra. “La república masculina y la promesa igualitaria”. Tesis para optar al grado de Doctor. Santiago: Universidad de Chile (2006). Web. 2 de diciembre 2013. Epple, Juan Armando. “Rosario Orrego (1834-1879)”. Escritoras chilenas. Novela y Cuento, Tercer Volumen. Ed. Patricia Rubio. Santiago: Editorial Cuarto Propio, 1999. Impreso. Masielo, Francine. "Las mujeres agentes dobles de la historia". Debate feminista 8.16 (1997): 251-271. Mataix, Remedios. “La escritura (casi) invisible. Narradores hispanoamericanos del siglo XIX”. Anales de Literatura Española, Universidad de Alicante. Número 16 (2003) 5-146. Web. 20 de noviembre 2013. Orrego, Rosario. Sus mejores poemas, artículos y su novela corta “Teresa”. Comp. Isaac Grez Silva. Santiago: Editorial Nascimento, 1931. Impreso. ---. “Prospecto”. Revista de Valparaíso 1 (1873): 3-4. Poblete, Juan. Literatura chilena del siglo XIX: Entre públicos lectores y figuras autoriales. Santiago: Editorial Cuarto Propio, 2002. Impreso. Sommer, Doris. Ficciones Fundacionales. Las novelas nacionales de América Latina. Bogotá: Fondo de Cultura Económica, 2004. Impreso. Vera Lamperein, Lina. Presencia femenina en la Literatura nacional. Una trayectoria apasionante. 1750-1991. Santiago: Cuarto Propio, 1994. Impreso. 51 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 RESEÑA Mary Mac- Millan Constitución de un sujeto sobreviviente: Una lectura a la poesía de Tomás Harris Santiago de Chile: Editorial Cuarto Propio, 2013 Mary Mac-Millan es Licenciada en Lengua y Literatura por la Universidad católica de Valparaíso y doctora en Filosofía y Letras de la Universidad de Friburgo (Alemania). Su tesis doctoral apareció publicada el 2005 por la editorial Peter Lang bajo el título El intersticio como fundamento poético en la obra de Julio Cortázar. El título del texto, Constitución de un sujeto sobreviviente, podrá ser comprendido a cabalidad al cabo de los primeros dos capítulos. En las primeras frases de la introducción, la autora interpela al lector con la pregunta: “¿De qué se trata este libro? ¿A qué lector podría interesar?” (22). Mac-Millan anticipa de inmediato la respuesta: “Este trabajo es, en su base, un intento de lectura totalizadora de la obra de Tomás Harris.” (22). Con esta frase, responde ambas preguntas: es un texto que interesa a los lectores de Harris. No obstante estar de acuerdo, me parece que el texto extiende su interés a muchos otros lectores. En cuanto al poeta, podemos decir que Tomás Harris (1956, Concepción, Chile) se ubica dentro de la generación del setenta y cuenta con una vasta producción poética. MacMillan recorre en su trabajo, entre otras, las siguientes obras del poeta: Diario de navegación (1986), El último viaje (1987), Cipango (1992), Los siete Náufragos (1993), Crónicas maravillosas (1996), Encuentro con hombres oscuros (2001), Ítaca (2001), Tridente (2005. Harris fue reconocido con los siguientes premios: Premio Municipal de Poesía (1993) por Cipango, Premio del Consejo del Libro y la Lectura 1993 por Los siete náufragos, Premio Pablo Neruda en 1995, Premio Casa de las Américas 1996 por Crónicas Maravillosas, Finalista del Premio Altazor con Encuentro con hombres oscuros. El libro de Mary Mac Millan, es un texto literario de un aporte invalorable para quienes han leído o tienen la intención de leer los poemarios de Harris: la compenetración en el trauma por la tortura, la guerra y la muerte del padre, en su poesía. Si bien es cierto que el trabajo de Mac-Millan es un ensayo literario que pudiera estar dirigido a lectores especializados, es notable que el texto pueda ser leído de otra manera: como una hábil 52 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 introducción a temas que atañen a la literatura en general y que se insertan en un marco teórico más comprehensivo. El libro tiene el atributo de atrapar al lector despierto e interesado en intersticios literarios, por lo manifestado en márgenes temáticos, los motivos y las tramas que se leen en las fronteras del ensayo. La autora nos invita a descentralizar el objetivo explícito de su texto y crear nuestros propios centros de provecho. Podemos a ratos olvidar que hablamos de la poética de Harris y adentrarnos en el paisaje de la motivación y el refugio creativo de escritores y poetas. Así, Mac-Millan nos advierte de inmediato (Capítulo I) que la narración, o sea la categoría de narración, “recorrerá como hilo isotópico todos los capítulos de esta investigación” (17). Es que la autora nos quiere llevar a la comprensión de las posibilidades de la narración enfrentada a acontecimientos límite. En este contexto, Mac-Millan nos aleja de su propósito principal y siente la necesidad de llevar al lector a una plataforma fundacional. Se pregunta: ¿Qué es la narración? La autora nos contestará Para responderla, la autora nos remite a algunos postulados de Paul Ricoeur, esparcidos, como dice ella, a lo largo de tres tomos de Tiempo y Narración (2004), de Hayden White, presentados en varios de sus estudios, de Hannah Arendt, presentes en La condición humana (2001) y de Primo Levi. Una frase de Ricoeur en este libro da pie a invitar a lectores inquietos, además de los lectores harrianos, a zambullirse en este ensayo: “…la innovación sigue siendo una conducta regida por reglas; el trabajo de la imaginación no nace de la nada; se relaciona de uno u otro modo con los paradigmas de la tradición…”(22); y otra cita de Arendt donde sostiene que el hombre se constituye en cuanto tal mediante la acción y la palabra: “…con palabras y actos nos insertamos en el mundo humano, y esta inserción es como un segundo nacimiento…” (30). Pero, lo que me parece notable, es que Mac-Millan cita a Primo Levi, que no es, como ella misma lo aclara, un teórico, si no un testigo sobreviviente del cual se puede extraer una teoría particular de la narración. Levi clasifica a los hombres en dos grupos: los hundidos y los salvados; y a ésta le añade otra: los que callan y los que hablan. Dice Mary Mac-Millan: “A la primacía de la comunicación por sobre el silencio obedece entonces la narración, encargada de trasmitir la experiencia límite.” (35). De inmediato la autora nos conduce de regreso a la obra de Harris y a la lectura de la poesía harriana desde teorías de la narración. 53 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 A muchos lectores, les interesa profundamente conocer el parentesco entre trauma y narración (Capítulo II). De este modo, es un aporte que la autora entre de lleno en el acontecimiento límite y su posible narración. Sin embargo, según ella afirma, previamente necesita introducir al lector en las teorías del trauma. El trauma remite a cada lector a su propia historia de vida y no parece posible transitar por estas páginas del libro sin intentar buscar atisbos de la propia experiencia, hasta despejar el camino de preguntas indefinibles y penetrar en las temáticas de la poesía harriana. Mac-Millan prefiere basarse en bibliografía de Dominick LaCapra sobre el trauma para adquirir algunos conceptos instrumentales, rescatando de este autor la siguiente cita: “El trauma es en sí mismo, una experiencia perturbadora que interrumpe e incluso amenaza destruir la experiencia.” (106). De este modo, la autora liga el trauma con la narración o la escritura, ya que implica un quiebre en la narración de vida del sujeto y el comienzo del proceso para integrar la experiencia perturbadora a la narración. Es LaCapra el que define de sobreviviente (al paso de víctima a sobreviviente) y Mac-Millan propone este estatuto para la escritura de Harris y sigue la imbricación de los tipos de trauma en la construcción del sujeto poético y la generalización del trauma como una “cultura de la herida” (113) Se pregunta la autora, de alguna manera (aunque la duda sea más bien de mi parte): ¿Debe haber o no elaboración del acontecimiento para que una manifestación traumática esté presente en una obra? La autora formula una pregunta más inteligente y factible de contestar: ¿En qué medida la escritura se convierte en elaboración o en mera repetición? Son tres traumas principales que recorren la obra de Harris: la tortura, la guerra y la ausencia del padre. La autora recorre la escritura de Harris en pos de los traumas y llega a la conclusión de que no es un discurso “salvífico ni mistificador” (134). En palabras de Mac-Millan, “la escritura harriana asume todo el horror de la tortura y de lo que esto implica para el sujeto, y sin embargo, mínimos espacios hablan, no de una esperanza de salvación, pero sí de una persistencia de un sujeto, el sujeto sobreviviente” (135). En el análisis del trauma de la guerra en la escritura de Harris, Mac-Millan nos introduce en los conceptos de duelo y melancolía. Si bien, -aclara con una cita de Freud-ambas son repuestas a la experiencia traumática (entendida como pérdida) y comparten casi los mismos rasgos talante dolido (pérdida de interés por el mundo exterior, la incapacidad de poder escoger un nuevo objeto de amor o el extrañamiento de cualquier trabajo productivo que no tenga relación con la 54 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 memoria del muerto), en la melancolía el sujeto no perfila tan nítidamente el objeto de su pérdida. Es una definición acertada que le permitirá a los lectores diferenciar en las obras de Harris o en las de otro autor (en los escritos del mismo Primo Levi, si se quiere), las raíces traumáticas del duelo de las grandes pérdidas. Si el lector es un escritor, distinguirá, como dice la autora, la estructura del trauma como una herida abierta que periódicamente vuelve y demanda al sujeto nuevas elaboraciones. En el trauma por la ausencia del padre (un suicidio en el caso del padre de Harris), Mac-Millan nos dice que la “elaboración llevada a cabo por el hijo implica un trabajo de duelo, ya que la ausencia o pérdida se revierte en un gesto positivo, que es la escritura misma.” (167). Si bien la autora no pretende dar una conclusión anticipada de su obra, para finalizar su Capítulo II, nos habla de la presencia generalizada del trauma en la obra de Tomás Harris, y esto se relaciona directamente con el título que lleva su libro: La constitución de un sujeto sobreviviente. El texto de la académica Mac-Millan se aleja entonces de los tópicos de narración y trauma, para adentrase en conceptos que, aunque universales, atañen directamente al análisis de la obra de Harris. Nos habla de la presencia constante del cuerpo, como leitmotiv, (Capítulo III) y cómo el cuerpo funge a Harris como posibilidad de realizar sus experiencias con sentido, como explicación. Cuerpo poético es aquel que posee una poética, sus gestos son su lenguaje libre y la forma que expresa los acontecimientos. El cuerpo es posibilitador de una experiencia y una narración. Cuerpo testimonio (como el de Primo Levi), cuerpo sin sujeto, cuerpo político, cuerpo dócil, cuerpo erótico, en fin, la centralidad del cuerpo como portador de experiencia y en el recorrido de los diferentes poemas de Harris que resaltan la historicidad de los cuerpos y sus relatos. No existe en la obra de Mac-Millan un capítulo final o de conclusiones, pero ella afirma (Capítulo IV): “La poesía de Tomás Harris es obscena.” (201). Es que el trauma fundamental en su poética es la muerte. “La muerte es, en la escritura harriana sin lugar a dudas, lo obsceno con mayúscula” (202), y también el concepto de deseo será fundamental para la lectura de sus poemarios; de su correcta distinción depende su denominación de estética obscena o meramente pornográfica. El lector se topará con tópicos interesantísimos en este capítulo. Postulados de coyuntura histórica sobre obscenidad, pornografía y erotismo. 55 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 Cierra este libro de ensayo, el trabajo poético de Harris en torno a obras pictóricas como una ekphrasis (la descripción litería de las imágenes), (Capítulo V). Harris “narrativiza” cuadros de sus pintores favoritos: Géricault, Goya y Dix, poniendo en movimiento dramático una variedad de elementos. “La ekphrasis supone un mensaje, un esfuerzo por comunicar más allá de la descripción” (261). Formulamos una invitación a los lectores: a penetrar en la obra de Mary Mac-Millan a través de otras puertas: por los márgenes del texto y las fronteras de los variados conceptos literarios vertidos en el ensayo. El libro exigirá atención al lector, y a cambio lo compensará con profundos conocimientos, y sobre todo, disfrute. Miguel Lopatin E. [email protected] 56 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 Puñales-Alpízar, Damaris Escrito en cirílico: el ideal soviético en la cultura cubana posnoventa. Santiago de Chile: Editorial Cuarto Propio, 2012 El fin de la Unión Soviética tuvo repercusiones enormes para Cuba pues significó el fin de treinta años de colaboración y ayuda que sustentaron la economía caribeña y la calidad de vida de las personas. 1990 se considera como el año de inicio del llamado “período especial” que se extiende hasta hoy. Y, sin embargo, a partir de esta década la producción cultural cubana no disminuyó. En su libro Escrito en cirílico: el ideal soviético en la cultura cubana posnoventa, Damaris Puñales-Alpízar nos lleva a este período y también a sus antecedentes. Su trabajo va más allá de lo que el título anuncia, pues incluye un análisis detallado de la historia de la cultura en Cuba desde los años 60 hasta los posnoventa, además de abarcar temas específicos de la producción cultural, tras la caída del mundo socialista europeo. Damaris Puñales -Alpízar nació en Matanzas, Cuba, en 1971. Estudió Periodismo en la Universidad de La Habana y se doctoró en Literatura Hispanoamericana en Iowa, Estados Unidos. Desde 2010 trabaja como profesora en la Universidad Case Western Reserve, Cleveland, Ohio. Ha publicado numerosos artículos y participado en diversos congresos y conferencias internacionales. Una de las ideas centrales que guía el trabajo de la académica es que en las expresiones culturales actuales existe una nostalgia soviética, que se expresa en lo que ella denomina “la comunidad sentimental soviético cubana”; una añoranza que es particularmente fuerte para dos generaciones: los que nacieron entre la década de los 60 y la de los 80. En este contexto, Puñales-Alpízar es arte y parte de este libro, pues ella pertenece a esa generación de jóvenes nacida y criada al alero de la alianza con la Unión Soviética. Pero luego llegan los 90 y el panorama cambia. Es una generación de jóvenes que no tuvo elementos de comparación y por eso absorbió lo soviético. Fueron los niños que miraron por la televisión los dibujos animados, los llamados “muñequitos rusos” sin entretenerse ni aburrirse. Sin embargo, la autora se encarga de aclarar que las relaciones de Cuba con la Unión Soviética son anteriores incluso a la revolución cubana y, en este contexto, destaca que el tema soviético no había estado presente en la producción cultural del modo que ocurre a partir de los 90. De este modo, Puñales-Alpízar revela la 57 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 importancia de enfatizar en esta nostalgia sentimental de la URSS que se convierte en el objeto estético para la producción cultural de estas dos generaciones de cubanos. Es una añoranza que no tiene que ver con lo ideológico o lo político, ni con la nostalgia por el modelo socialista, sino de un período de estabilidad y de homogeneidad de la sociedad cubana, marcada por la impronta rusa: en el consumo de alimentos, de artefactos electrodomésticos, de influencia de la cultura, a partir de diversos temas que PuñalesAlpízar desarrollará a lo largo de su libro. Escrito en cirílico se organiza en ocho capítulos, además de la introducción y las conclusiones, que corresponden a trabajos previos de la autora, presentados como ponencias en distintos eventos. En el primer capítulo, “Narrando una utopía: el realismo socialista tropical. Análisis de La última mujer y el próximo combate, de Manuel Cofiño y Con tu vestido blanco, de Félix Luis Viera”, la autora analiza dos novelas cubanas de los 70 a objeto de entender las claves del realismo socialista “a la cubana”, que es muy distinto al de la URSS. En paralelo, va haciendo un recuento histórico de lo ocurrido en la cultura en la década del 70: el llamado “quinquenio gris” en que hubo represión a los intelectuales que se alejaban de la línea oficial, en contraste con lo ocurrido en la década anterior, en que sí se dio espacio a novelas y producciones de artistas e intelectuales que luego fueron considerados disidentes. Es la década en que resuena el caso Padilla; en que se cierra la revista Pensamiento Crítico; en que la enseñanza de la filosofía se alinea con los textos soviéticos; y en que se funda el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica, ICAIC, como forjador de una nueva conciencia. En este periodo, el tema soviético no está presente en la literatura, pero señala que hay una saturación de literatura del campo socialista puesta a disposición de los lectores cubanos (La autora parece olvidar que en esa década también se publicó en Cuba toda la literatura universal: Flaubert, Hugo, Balzac, Zola, Thomas Mann, Heinrich Mann, por nombrar algunos, además de la literatura rusa pre-revolución de Octubre). Siguiendo en el marco de la literatura, Puñales-Alpízar plantea que el escritor de esa época es un portavoz de la revolución. El héroe de las novelas de los 70 es un ser positivo, al servicio de la comunidad y de la Revolución. Es poseedor de valores como la solidaridad, la cooperación, la generosidad; es ante todo un ser limpio y dispuesto. No queda espacio para otra literatura. El héroe es congruente con la política oficial. 58 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 El segundo capítulo, “Nieve sobre La Habana: huellas soviéticas en la Cuba literaria de los post noventa”, es donde se empieza a trabajar en la hipótesis que da título al libro. La autora arguye que pese a que Cuba está alejada cultural y geográficamente de la URSS, hay elementos de identidad común. Es la identidad compartida en y por el socialismo y que tiene su expresión concreta en empleo de palabras y de productos de uso común (además de los muñequitos rusos). Pero este ascendiente, que transita a elementos de identidad, no llega a la transculturación. Después de todo, la influencia soviética fue por 30 años, en contraposición a la influencia norteamericana durante más de medio siglo y la española, durante el período colonial. Por lo demás, no hubo mucho contacto ni afinidad con la comunidad rusa residente en la isla. Entonces, la influencia se explica y se plasma en las generaciones que nacieron en un contexto soviético. En este apartado analiza la década de los 80, cuando el abastecimiento interno de productos alimenticios y aparatos electrodomésticos viene básicamente de la Unión Soviética. En consecuencia, los jóvenes de esta generación lo tuvieron todo y lo perdieron al llegar a la adultez en la década de los 90: la comunidad sentimental soviético cubana. En cuanto a la literatura generada en los ochenta, señala que desaparecen los héroes colectivos y socialistas para dar lugar a otro tipo de novelas, como las de Pedro Juan Gutiérrez o Leonardo Padura en las que aparece el antihéroe, individualista, postmoderno, distinto al personaje revolucionario de los años 70. Para la autora, esta literatura es la verdadera depositaria de la tradición literaria cubana o dicho de otro modo, los libros que deberían estar en el canon junto con la producción pre revolución o de la primera década. Es también en este período en que Cuba se vuelve un punto de interés para el mundo y las editoriales se interesan en publicar a los autores cubanos. Se abre una literatura que estaba encubierta, y que es propia de la isla y ya no del exilio cubano, que se había dado a conocer antes. El siguiente capítulo, “La transculturación imposible: raza y sexo en las relaciones cubano soviéticas”, cuenta la historia del racismo en Cuba y cómo a través de las políticas la Revolución casi desapareció. Durante estos años, muchos jóvenes cubanos, de todas las razas viajaron a la Unión Soviética a cursar estudios superiores y se casaron con personas de Europa del Este. Pero el racismo resurge en los posnoventa, cuando se levanta la prohibición de ingreso de moneda extranjera, las familias exiliadas empiezan a enviar dinero y este dinero que llega de Miami es fundamentalmente de la población blanca. En la 59 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 literatura este problema se expresa en el imaginario cubano de las soviéticas, y el fracaso de las relaciones entre el negro y la blanca. Puñales-Alpízar analiza textos literarios en que los cubanos (negros) en sus fantasías y sus experiencias, crean un imaginario de sus relaciones con las soviéticas (blancas), como por ejemplo, Siberiana, de Jesús Díaz y El vuelo del gato de Abel Prieto. También comenta que las relaciones no se dieron a la inversa, no son frecuentes las parejas entre mujeres cubanas con hombres soviéticos. Lo que sí ocurre, es que aparece una nueva generación mixta, los hijos de estas uniones. En “Los caminos de la nieve. Representación y apropiación de lo soviético en las trilogías de Jesús Díaz y José Manuel Prieto”, cuarto capítulo, se hace un extenso análisis de las novelas de estos dos autores, en las que Rusia es el territorio de la ficción y donde al mismo tiempo, se da la mirada del otro, del cubano. La memoria, que como se ha visto, surge de otro modo a partir de los 90, juega un rol importante de representación. Por su parte, en el capítulo quinto, breve como el anterior, “Emerio Medina, Reynaldo González y Alexis Díaz Pimienta: Paratextualidades e intertextualidades postsoviéticas” se buscan las huellas soviéticas de un muestrario mucho más amplio, en tres autores que escriben de posicionamientos muy diferentes. Medina (nacido en 1966) vivió en la URSS hasta 1990. González (nacido en 1940) enfoca el tema a partir de la observación de una burócrata, al estilo estalinista. Díaz Pimienta narra la historia de una mujer que se refugia en la simbología soviética. Aquí, la autora juega con la gráfica, analizando las portadas de los libros, en que las imágenes pertenecen innegablemente al Realismo Socialista de la URSS. El capítulo sexto, “En busca de lo soviético a través del lente de una cámara”, analiza documentales del período post noventa, como “Good bye Lolek” y “Pravda”, en los que aparecen símbolos del período soviético, pero carentes de significado ideológico. El documental “Good bye Lolek” alude a los muñequitos rusos, donde se reconoce que inculcaban valores. Se trata de la serie animada Lolek y Bolek, de procedencia polaca. Además, recorre la historia de los documentales en Cuba. Como “9550” (la distancia en kilómetros que separa a Cuba de Moscú) en que se entrevista a seis cubanos que vivieron en la URSS y “Todas iban a ser reinas”, entrevistas a siete soviéticas que viven en Cuba. En el séptimo, “Soy Cuba, Océano y Lisanka: de lo alegórico a lo cotidiano. Cambios estético ideológicos en las coproducciones cubano –soviéticas – rusas”, incursiona en la producción cinematográfica hablando de tres co-producciones cubano soviéticas, que muestran la 60 Revista Itinerarios Número 1 – Año 1 realidad cubana vista por los soviéticos de antes y los rusos de hoy. La primera es de 1964; la segunda del 2008 y “Lisanka” del 2009, en la que hablan los rusos en La Habana durante los años 60. En el último capítulo, “De la materialidad soviética, sus huellas e implicaciones, apuntes para una reflexión”, la académica se refiere a la presencia de la cultura material soviética, de su importancia en los hogares cubanos, en un período de homogeneidad de la sociedad y que crea una subjetividad afectiva en torno a esta situación: la eternización de los objetos. Las familias cubanas adquieren televisores, refrigeradores y lavadoras que se convierten en el objeto imperecedero y presente en todos los hogares y que además no podrán ser reemplazados por las restricciones del mercado. Asimismo, da cuenta también de la creatividad de los cubanos, para transformar estos artefactos en otros: el motor de la centrífuga se convierte en ventilador. Este ensayo es un esfuerzo atrayente y sugestivo, entrega con mucha acuciosidad abundante información sobre la historia de la cultura en Cuba y sus avatares. Es un libro que desatará la nostalgia sentimental en los lectores cubanos, que interesará a los lectores latinoamericanos y a los críticos literarios o estudiosos de la literatura que quieran conocer la producción cultural de este período en profundidad. Quizás, en resguardo de la memoria, habría que tomar distancia en el tiempo, releer en el futuro para contar con una visión algo más objetiva. En términos de la escritura, a lo largo del texto hay una excesiva cantidad de citas, tanto de bibliografía crítica (Stuart Hall, Behar, Menton, Ludmer, Buckwalter, etc.) como de teoría (Benjamin, Todorov, Genette, García Canclini, Mary Louise Pratt y otros), con las características propias de un trabajo académico, restándole fluidez a la lectura. Soledad Jaña Labarca [email protected] 61