Discurso del Presidente Luiz Inácio Lula da Silva

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Discurso del Presidente Luiz Inácio Lula da Silva
en la 59ª Asamblea General de la ONU
Nueva York, 21 de septiembre de 2004
Señoras y señores, Jefes de Estado y de Gobierno; Señor Jean Ping, Presidente de la 59ª Asamblea General de la
Organización de las Naciones Unidas; Señor Kofi Annan, Secretario General de las Naciones Unidas; Señor Jian
Chen, Subsecretario General para asuntos de la Asamblea General. Saludo, en la persona del Canciller Jean Ping,
los representantes de todos los pueblos aquí reunidos. Saludo fraternalmente el Secretario General Kofi Annan, que
viene conduciendo las Naciones Unidas con sabiduría y abnegación.
Señoras y señores:
Por segunda vez, me dirijo a esta Asamblea universal para traer la palabra del Brasil. Llevo conmigo un
compromiso de vida con los silenciados por la desigualdad, el hambre y la desesperanza.
A ellos, en las palabras tremendas de Franz Fanon, el pasado colonial destinó una herencia común: "Si quieres, allí
la tienes: la libertad para morir de hambre".
Hoy somos 191 Estados nación. En el pasado, 125 de ellos fueron sometidos al yugo de unas pocas potencias que
originalmente ocupaban menos del 2% del Globo. El fin del colonialismo afirmó, en la esfera política, el derecho de
los pueblos a la autodeterminación.
Esta Asamblea es el signo más alto de un orden fundado en la independencia de las naciones. La transformación
política, sin embargo, no se completó en el plan económico y social. Y la historia demuestra que eso no ocurrirá
espontáneamente.
En 1820, la diferencia de ingreso per capita entre el país más rico y el más pobre del planeta era inferior a cinco
veces. Hoy, esa diferencia es de 80 veces.
Los antiguos súbditos se convirtieron en deudores perpetuos del sistema económico internacional.
Barreras proteccionistas y otros obstáculos al equilibrio comercial, agravados por la concentración de las
inversiones del conocimiento y de la tecnología, sucedieron al dominio colonial.
Poderoso y omnipresente, un engranaje invisible comanda a la distancia el nuevo sistema. Con frecuencia, el
revoca decisiones democráticas, deshidrata la soberanía de los Estados, se sobrepone a gobiernos electos, y exige
la renuncia a legítimos proyectos de desarrollo nacional.
Se mantuvo la lógica que drena el mundo de la escasez para irrigar el del privilegio.
En las últimas décadas, la globalización asimétrica y excluyente profundizó el legado devastador de miseria y
regresión social, que explota en la agenda del siglo XXI. Hoy, en 54 países el ingreso per capita está más bajo que
hace diez años. En 34 países, la expectativa de vida disminuyó. En 14, más niños mueren de hambre.
En África, donde el colonialismo resistió hasta el crepúsculo del siglo XX, 200 millones de seres humanos están
enredados en un hambre cotidiana, enfermedad y desamparo, al cual el mundo se acostumbra, anestesiado por la
rutina del sufrimiento ajeno y lejano.
La falta de saneamiento básico mató más niños en la década pasada que todos los conflictos armados desde la II
Guerra.
De la crueldad no nace el amor. Del hambre y de la pobreza jamás nacerá la paz. El odio y la insensatez que se
expanden por el mundo se nutren de esa desesperanza, de la absoluta falta de horizontes para gran parte de los
pueblos.
Apenas este año, más de 1.700 personas ya murieron víctimas de ataques terroristas alrededor del mundo, en
Madrid, Bagdad, Yakarta.
Tragedias que vienen sumarse a tantas otras, en India, en el Oriente Medio, en los Estados Unidos, y,
recientemente, al sacrificio bárbaro de los niños de Beslan.
La Humanidad está perdiendo la lucha por la paz.
Solo los valores del Humanismo, practicados con lucidez y determinación, pueden detener la barbarie. La situación
exige, de los pueblos y de sus líderes, un nuevo sentido de responsabilidad individual y colectiva.
Si queremos la paz, debemos construirla. Si queremos de verdad eliminar la violencia, es necesario remover sus
causas profundas con la misma tenacidad con que enfrentamos los agentes del odio.
El camino de la paz duradera pasa, necesariamente, por un nuevo orden internacional, que asegure oportunidades
reales de progreso económico y social para todos los países.
Exige, por eso mismo, la reforma del modelo de desarrollo global y la existencia de instituciones internacionales
efectivamente democráticas, basadas en el multilateralismo, en el reconocimiento de los derechos y aspiraciones
de todos los pueblos.
Más que cualquiera estadística sobre la desigualdad social, lo que debe interpelar nuestras conciencias es el mirar
torturado de los que hoy están del lado de afuera de la vida.
Son ojos que vigilan en nosotros el futuro de la esperanza.
No hay más destino aislado, ni conflicto que no irradie una dimensión global. Por más que nos apunten el cielo
entre las rejas, es necesario no confundir la jaula de hierro con la libertad.
Tenemos conocimiento científico y escala productiva para ecuacionar los retos económicos y sociales del planeta.
Hoy es posible reconciliar naturaleza y progreso por medio de un desarrollo ético y ambientalmente sostenible.
La naturaleza no es un museo de reliquias intocables. Pero, definitivamente, ella no puede más ser degradada por
la expoliación humana y ambiental, en la búsqueda de la riqueza a cualquier costo.
Mis señoras y mis señores,
Una generación se mide no solamente por lo que hizo, sino también por lo que dejó de hacer. Si los recursos
disponibles son fantásticamente superiores a nuestras necesidades, ¿cómo explicar a las generaciones futuras por
qué hicimos tan poco, cuando tanto nos era permitido?
Una civilización omisa está condenada a marchitarse como un cuerpo sin alma. Las
exhortaciones del gran artífice del "New Deal", Franklin Roosevelt, retumban con actualidad inescapable:
"Lo que más se necesita hoy es de audacia en la experimentación."
"Lo que más se debe temer es el propio miedo".
No se trata de la audacia del instinto. Sino del valor político. Sin voluntarismo irresponsable, pero con osadía y
capacidad de reformar.
Lo que distingue civilización de barbarie es la arquitectura política que promueve el cambio pacífico y hace avanzar
la economía y la vida social por el consenso democrático.
Se fracasamos contra la pobreza y el hambre, ¿qué más podrá unirnos?
Mis señoras y mis señores,
Creo que es el momento de decir con toda la clareza que la retomada del desarrollo justo y sostenible requiere un
cambio importante en los flujos de financiamiento de los organismos multilaterales.
Estos organismos fueron creados para encontrar soluciones, pero, a veces, por excesiva rigidez, se tornan parte
del problema.
Tratase de ajustarles el foco para el desarrollo, rescatando su objetivo natural.
El FMI debe acreditarse para proveer el aval y la liquidez necesarios para inversiones productivas, especialmente
en infraestructura, saneamiento y habitación, que permitirán, incluso, recuperar la capacidad de pago de las
naciones más pobres.
Mis señores y mis señoras,
La política exterior brasileña, en todas sus frentes, busca sumar esfuerzos con otras naciones en iniciativas que nos
lleven a un mundo de justicia y paz.
Tuvimos, ayer, una reunión histórica con más de 60 líderes mundiales, para dar un nuevo impulso a la acción
internacional contra el hambre y la pobreza.
Creo firmemente que el proceso desencadenado ayer elevará el escalón de la lucha contra la pobreza en el mundo.
En la medida que avancemos en esa nueva alianza, tendremos mejores condiciones de cumplir las Metas del
Milenio, sobretodo la erradicación del hambre.
Fue con ese espíritu que África del Sur, India y Brasil establecieron, el año pasado, el fondo de solidaridad - IBAS.
Nuestro primero proyecto, en Guinea Bissau, será lanzado mañana.
También priorizamos el tema del HIV-SIDA, que tiene perversa relación con el hambre y la pobreza. Nuestro
programa de Cooperación Internacional en el combate al HIV-SIDA ya opera en seis países en desarrollo y
brevemente llegará a tres más.
Mis señoras y mis señores,
Constato, con preocupación, que persisten graves problemas de seguridad, poniendo en riesgo la estabilidad
mundial.
No se vislumbra, por ejemplo, mejora en la situación crítica del Oriente Medio. En este, como en otros conflictos, la
comunidad internacional no puede aceptar que la violencia proveniente del Estado, o de cualesquier grupos, se
sobreponga al diálogo democrático. El pueblo palestino todavía está lejos de alcanzar la auto-determinación a que
tiene derecho.
Sabemos que las causas de la inseguridad son complejas. El necesario combate al terrorismo no puede ser
concebido apenas en términos militares.
Precisamos desarrollar estrategias que combinen solidaridad y firmeza, pero con estricto respeto al Derecho
Internacional.
Fue así que atendemos, Brasil y otros países de América Latina, a la convocación de la ONU para contribuir en la
estabilización de Haití. Quien defiende nuevos paradigmas en las relaciones internacionales no podría omitirse
delante de una situación concreta.
Promover el desarrollo con equidad es crucial para eliminar las causas de la instabilidad secular de aquel país. En
nuestra región, a pesar de los conocidos problemas económicos y sociales, predomina una cultura de paz. Vivimos
un período de madurez democrática, con una vibrante sociedad civil.
Estamos aprendiendo que el desarrollo y la justicia social deben ser buscados con determinación e apertura al
diálogo. Los episodios de inestabilidad en la región han sido resueltos respetando las instituciones.
Siempre que Brasil es llamado, y en la medida de nuestras posibilidades, ha contribuido para la superación de crisis
que amenazan el orden constitucional y la estabilidad de países amigos.
No creemos en la interferencia en asuntos internos de otros países, pero tampoco nos refugiamos en la omisión y
en la indiferencia ante los problemas que afectan nuestros vecinos.
Brasil está empeñado en la construcción de una América del Sur políticamente estable, próspera y unida, a partir
del fortalecimiento del Mercosur y de una relación estratégica con Argentina.
El surgimiento de una verdadera Comunidad Sudamericana de Naciones ya no es un sueño distante gracias a la
acción decidida en lo que se refiere a la integración física, económica, comercial, social y cultural. Brasil ha actuado
en las negociaciones comerciales multilaterales para alcanzar acuerdos justos y equitativos. En la última reunión de
la Organización Mundial de Comercio, se dio un gran paso para la eliminación de las restricciones abusivas que
perjudican los países en desarrollo.
La articulación de países de África, América Latina y Asia en el G-20 fue decisiva para mantener la ronda de Doha
en el camino de la liberalización del comercio con justicia social. El éxito de Doha representa la posibilidad de librar
de la pobreza más de 500 millones de personas.
Es fundamental continuar diseñando una nueva geografía económica y comercial, que, preservando las vitales
relaciones con los países desarrollados, cree sólidos puentes entre los países del Sur, que por mucho tiempo
permanecen aislados unos de otros.
Señoras y señores,
Brasil está comprometido con el éxito del Régimen Internacional sobre los Cambios del Clima. Estamos
comprometidos con el desarrollo de energías renovables. Por eso, seguiremos trabajando activamente por la
entrada en vigencia del Protocolo de Kyoto.
América del Sur responde por alrededor de 50% de la biodiversidad mundial. Defendemos el combate a la
biopiratería y la negociación de un régimen internacional de repartición de los beneficios resultantes del acceso a
recursos genéticos y conocimientos tradicionales.
Señoras y señores,
Reitero lo que dije el año pasado de esta Tribuna: un orden internacional fundado en el multilateralismo es el único
capaz de promover la paz y el desarrollo sostenible de las naciones.
El debe asentarse sobre el diálogo constructivo entre diferentes culturas y visiones de mundo. Ningún organismo
puede remplazar las Naciones Unidas en la misión de asegurar al mundo convergencia en torno a objetivos
comunes.
Sólo el Consejo de Seguridad puede conferir legitimidad a las acciones en el campo de la paz y de la seguridad
internacionales. Pero su composición debe adecuarse a la realidad de hoy, y no perpetuar aquella del postSegunda Guerra o de la Guerra Fría.
Cualquier reforma que se limite a una nueva vestidura para la actual estructura, sin aumentar el número de
miembros permanentes es, con seguridad, insuficiente.
Las dificultades inherentes a todo proceso de reforma no deben hacer con que perdamos de vista la urgencia de
los cambios.
Señoras y señores,
No habrá seguridad ni estabilidad en el mundo mientras no construyamos un orden más justo y más democrático.
La comunidad de las naciones necesita dar respuesta clara e inequívoca a ese reto.
Habremos de encontrarla en las sabias palabras del profeta Isaías: "La paz sólo vendrá como fruto de la Justicia."
Muchas Gracias.
FUENTE: Embajada de Brasil en la República Argentina
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