¿Vale la pena existir?

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MSJ TEOLOGÍA
¿Vale la pena Antonio Bentué
Teólogo
¿P
or qué el ser y no el no-ser?... Es la famosa pregunta con que
Martin Heidegger termina su investigación sobre otra pregunta:
¿Qué es la Metafísica? Y tiene razón, creo, pues la pregunta
metafísica (sobre el “más allá de la física”) se reduce en el fondo a aquella
otra interrogante: ¿Por qué el ser y no el no-ser?
La física o, si se quiere, la experiencia de todo fenómeno es ¡que es! Yo
mismo me experimento como siendo. Todas las ciencias funcionan motivadas por esa misma experiencia de las cosas que son.
Consideremos, particularmente, las ciencias físicas que estudian
“hechos” de gran aliento: la microbiología —con la experiencia, apoyada
por los potentes microscopios, de la infinitud de entes infinitamente minúsculos— y la astrofísica —con la experiencia apoyada por los enormes
y sofisticados telescopios—, o aun los estudios paleontológicos sobre
los procesos evolutivos de la vida. Se trata de disciplinas científicas que
descubren los mecanismos dinámicos, casi infinitos, de los seres que han
sido y son, sin tener ninguna conciencia de ello. En aquellos procesos, sin
embargo, surgen seres que son y que tienen conciencia de ello. Este nuevo
fenómeno resulta sorprendente. Y suscita una nueva pregunta, ulterior a
la de Heidegger: ¿Por qué el ser se hace consciente de que es? ¿Por qué no
queda todo en la inconciencia original?
Uno podría responderse que ello se debe, simplemente, al hecho de
que el ser inconsciente tiene en sí mismo la posibilidad de que de él emerja
la conciencia de ser. Y esa posibilidad se ha realizado de hecho, al menos en
lo que conocemos como ser humano consciente.
Pero ahí cabe de nuevo preguntarse: ¿Por qué prima el ser, que incluye
la posibilidad de ser consciente de que es, y no prevalece el no ser, que
obviamente cierra toda posibilidad de ser y de ser consciente? Pues ¿cómo
podría, de la nada, surgir el ser?: si esa “nada” incluyera la posibilidad de
ser, ya no sería “nada”. De la nada no puede salir ser. La nada no es y, por lo
mismo, tampoco puede ser.
Yo querría ahorrarme estas preguntas. Pero no puedo dejar de hacerlas.
Y no por porfiado (aunque pueda serlo). Estas interrogantes están ahí, en el
hecho mismo del ser, desde el momento en que toma conciencia de que hay
ser. De facto ad posse valet illatio. Si algo es, se debe a que podía ser. Siento,
pues, que me veo obligado por la realidad a hacerme esas preguntas. Y así
me doy cuenta de que la pregunta por la física (¿por qué el ser?) incluye en
sí misma la pregunta metafísica (¿por qué no la nada?).
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SOCIEDAD
MSJ
¿Por qué existe el ser mundano, si esa existencia
implica el mal? ¿O es que el Creador tiene algo
de “sádico”? ¿O de “indiferente” frente a los
seres creados?
existir?
En este punto viene a mi mente la famosa constatación hecha
por Albert Einstein: “Lo más admirable del universo es que sea
pensable”. ¿Cómo es que la realidad existe y que esta incluye el
que pueda darse cuenta de que existe y de que, asimismo, pueda
descubrir los procesos admirables de esa secuencia infinita del ser
físico (microfísico y astrofísico)?
Y ahí —con el perdón de los físicos e incluso de los metafísicos— no puedo dejar de constatar que ese ser físico, que incluye
un ser pensante capaz de plantearse las preguntas físicas y las metafísicas, incluye también el ser que se plantea la pregunta teológica:
¿Cómo es que hay ser, y que puede pensarse a sí mismo y descubrir
que es pensable? Más aún, puede descubrir que todo está “tan
sutilmente pensado”, de tal forma que las ciencias han debido ir
sofisticándose también con agudeza, tratando de adaptarse a la
agudeza del mismo ser “previamente inconsciente”. Y, al actuarse
su posibilidad de tomar conciencia, puede descubrir además que
el ser mundano está muy bien pensado, sin que previamente nadie
haya podido tener conciencia alguna de ello.
Por decirlo con franqueza, esa posibilidad de que algo esté
muy bien pensado, sin que nadie haya tenido conciencia para
pensarlo —explicando así el hecho de que esté tan bien pensado—, me parece un absurdo. Es un absurdo que, por lo mismo,
nadie daría por sentado en ningún ámbito de nuestra realidad
de todos los días: asumirlo podría, incluso, minar por su base
la pregunta científica que supone siempre un porqué de todo
lo observado. La ciencia es el conocimiento “por las causas”
(Aristóteles).
UN ENIGMA IMPUESTO
POR LA REALIDAD
¿O no será que el mismo ser físico, que implica su autopregunta y la pregunta sobre su autopregunta, está ahí como un
“enigma”, un lenguaje cifrado, para que, cuando surja alguien que
tome conciencia de las preguntas que le son inherentes, se haga
otra pregunta, la meta-pregunta: “Quién puede haber pensado tan
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Es posible que le estemos aplicando ideas
equivocadas al Ser divino. Al encarnarse, se
evidenció lo más propio de nuestro Dios, su
ser solidario y misericordioso que nos invita a
integrarnos a la realidad eterna.
bien el ser físico para que, al tomar esta conciencia de sí mismo,
pueda descubrir que está tan bien pensado”?
¿No será que (aun cuando el ser físico —objeto— sea previo
a su toma de conciencia —sujeto—) ello plantea realmente la
pregunta por el Sujeto previo: Quién?
Pues si, propiamente, solo el sujeto permite que haya ob-jeto,
¿cómo podría haber un ser ob-jetivo que produzca conciencia de
sí mismo, sin que esa conciencia descubra que tal realidad solo
es ob-jetiva para un sujeto? ¿Cómo podría serlo si la realidad objetiva es previa al sujeto? ¿O es que no es “previa” y resulta que el
objeto físico, el universo, es tal porque el Sujeto lo piensa así y, de
esa manera, otros sujetos podrán a posteriori descubrir que está
tan bien pensado? Obviamente, un Sujeto previo al objeto no
puede ni siquiera ser pensado por los sujetos a posteriori, puesto
que ahí lo convertirían en su Objeto de pensamiento, como si
fuera parte del mundo de los sujetos objetivados que somos todos
los seres conscientes del universo. Por eso digo que se trata de
un “enigma”. Pero no ficticio, sino impuesto necesariamente al
pensamiento por la realidad misma —que está ahí, en nuestras
narices— y que se hace sentir aún más, cuanto más ampliamos
el alcance de los descubrimientos micro-físicos y astro-físicos.
AUN SI FUESE POR AZAR
Sin embargo, al llegar a este punto de mi reflexión surge
ineludiblemente otra pregunta: si ese Quién, el Sujeto “previo”,
es, ¿por qué no es solo Él, sin que haya mundo ob-jetivo? Dicho
ya en lenguaje normal: si Dios es, ¿por qué existe el mundo? Ya
que el ser mundano pudo no existir, ¿por qué, entonces, el ser
y no el no-ser?
¿O es que el ser mundano debía existir necesariamente? Pero
¿en qué podría fundarse esa necesidad?
¿O es mero azar? Sin embargo, aun postulando el azar, la
pregunta se impone de todas maneras: ¿Por qué habría de existir
un azar que hiciera posible el ser por azar? ¿El azar “previo” es?
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¿No sería eso otra forma de decir que el Sujeto previo tiene que
ser, tanto si en Él se funda que el ser mundano sea por necesidad
o por azar? Y al decir “previo” no estoy pensando en un “Sujeto”
temporalmente anterior al objeto mundano. Dios no es “causa”
previa, sino fundamento pensante eterno del ser temporal finito
o infinito.
EL MAL
Debería ya detenerme aquí en esta porfiada reflexión. Pero
necesito seguir más allá, continuando con una conjetura que me
permite apuntar a una explicación del ser tan “genialmente bien
pensado”, explicación que se me hace plenamente “convincente”
por su increíble “racionalidad”. Y me convence aún cuando ese
encontrarlo “tan bien pensado” no tenga ya que ver con la observación misma de la realidad física, en sus admirables procesos
de causa-efecto, a la que se refería Einstein.
Se trata de una conjetura explícitamente “teológica”, por
cierto. El hecho de la existencia del ser mundano físico —desde
la cual emerge el ser pensante físico del que surge ineludiblemente
la pregunta metafísica, e incluso teológica, sobre el Sujeto que ha
podido pensar ese ser mundano de tal manera que este sea “pensable” y puedan así otros sujetos descubrir lo “bien pensado” que
está—, ¿qué puede decirnos sobre el Quién lo ha debido pensar?
¿Qué podría ser ese Quién para que haya pensado el mundo que
podemos observar como tan bien pensado?
Pero aquí me golpea, también inevitablemente, otra experiencia del ser mundano, que pareciera desmentir su carácter de
“bien pensado”.
Es el problema del mal. ¿Cómo puede ser que un mundo tan
bien pensado en todo su proceso fáctico de causa-efecto no haya
podido evitar la experiencia del mal? Y es que “las lágrimas de
un solo inocente no quedan compensadas por toda la maravilla
del universo” (Fedor Dostoiewski, en Los hermanos Karamázov).
El escándalo suscitado por la conciencia de esa realidad del mal
experimentado como tal, puede llegar a un nivel tan fuerte que
haga inevitable la pregunta: ¿Por qué existe el ser mundano, si
esa existencia implica el mal? ¿O es que ese Sujeto “previo” (Dios)
tiene algo de “sádico”? ¿O de “indiferente” frente al ser mundano
consciente de su propio ser y de que hay cosas que “no deberían
ser así”?
Este último cuestionamiento, plenamente razonable, es de
hecho responsable de que muchos sujetos conscientes eximan
a su conciencia de la pregunta suscitada por la realidad objetiva
sobre el Quién la ha pensado “previamente” para que sea tan “bien
pensada”. Un tal Quién “no merece ser” debido al “sadismo” que
implica su existencia, por el mal que surge necesariamente en el
ser mundano.
Particularmente, el mal donde más duele: el sufrimiento inicuo
de los inocentes. Como lo expresaba también Albert Camus en
La peste: “Dios no existe (no “merece” existir). Y si existiera ¡le
escupiría en la cara!”. Desde ese otro ángulo —no admirable sino
escandaloso— de la realidad mundana, surge la misma pregunta
con nueva fuerza. Dios no es más Dios porque haya un ser mun22 558
dano. Y, si el ser mundano “pensado” por el Sujeto divino implica
el mal, ¿por qué no existe Dios solamente? Puesto que de ser así
quizá habría sido preferible la nada al ser. Es otra perspectiva de
la pregunta heideggeriana: si el ser mundano implica el mal, ¿por
qué el ser y no el no-ser?
DIOS NO ES PODER
Al pensar el ser en esta otra perspectiva, uno se da cuenta de
que el escándalo suscitado por ese Ser divino surge de la idea de
“omnipotencia” que le aplicamos. Si Dios es, y es “omnipotente”,
¿por qué no hace mejor al ser “pensado” por Él, de manera que
no implique el mal escandaloso? De este cuestionamiento derivan
muchas elucubraciones teológicas o pseudo-teológicas. ¿No será
que este universo es solo la antesala (el “valle de lágrimas”) del verdadero “mundo” (cielo) querido por Dios para los sujetos creados
que hayan ejercido su libertad correctamente? ¿O no será que este
mundo ha de producir la selección de los sujetos “predestinados”
para esa salvación celestial que, por eso mismo, decidirán bien,
separándolos de los “predestinados” a quedarse fuera (infierno)
que, por eso mismo, decidirán mal? Pero, si fuera así, ¿por qué
Dios nos creó libres? ¿O por qué no hizo que todos los seres libres
decidieran correctamente? Y, de no ser así, ¿por qué creó seres libres
si ello implicaba el mal de “quedar fuera” eternamente?
Todas estas son preguntas “teológicas” implicadas en la gran
pregunta por el Quién previo (Dios) a los seres conscientes, a los
seres con posibilidad de libertad. Y, de nuevo, en todas ellas subyace el supuesto de “omnipotencia” aplicado a ese Dios.
Según esto, Dios “ha pensado” el mundo haciendo que sea,
a pesar del mal que implica. Aunque el Génesis parte diciendo
que Dios, al pensar (crear) el mundo, “vio que era bueno”. Sin
embargo, ello no evita que existan en él males escandalosos. ¿Por
qué lo crea, pues? ¿Y por qué dice que “es bueno” si implica de
hecho males tan atroces? ¿O es que la culpa la tendría el hombre
mismo, Adán y Eva? Pero si fuera así, de nuevo: ¿Por qué pensar
un mundo del cual emerjan seres “pensantes” por culpa de los
cuales surja el mal? ¿O Dios no lo previó y, al final, lo arreglará
todo de nuevo?
Resulta de esta manera una lectura tremendamente “antropomórfica” de un Dios que tiene que volver a “repensar” lo que
inicialmente “pensó tan bien”, debido a que le salió el tiro por
la culata, por culpa de sus mismas criaturas “pensantes” (pecado
original). ¿O es que hay otro dios pensante malo que se contrapone al Dios pensante bueno? ¿Y lo malo viene de ese otro dios
que “pensó el mal” y, luego, las criaturas pensantes lo realizan,
cayendo en aquella maligna tentación? ¿Dios, pues, no lo quiere,
sino que solo lo “permite”? Pero ¿qué es ese “permiso” divino, si
la manera de postular la “omnipotencia” divina implica que tiene
“poder” para hacer que las cosas sean diferentes de como se dan y
así sean solo buenas? ¿Por qué no lo hace de tal manera que el ser
humano no caiga en la “tentación” del mal? Rezamos todos los
días: “Y no nos dejes caer en la tentación”. Sin embargo, caemos
igual. A veces de forma monstruosa e imperdonable.
Pero ¿no será que Dios en realidad no es “omnipotente”? O,
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dicho de otra forma, ¿no será que la “omnipotencia divina” no
tiene nada que ver con lo que los seres mundanos, a partir de
las experiencias mundanas, entendemos por “poder”? Así, quizá
Dios no es “omnipotente”, sino “sufriente”. Y, tal como lo escribía Dietrich Bonheoffer desde la cárcel, antes de ser asesinado
víctima del “maligno” nazismo: “Solo un Dios sufriente puede
salvarnos”. Frente a un Dios “omnipotente” cabe la rebelión,
como la que postulaba Camus, o como la ejercen los “héroes” de
las tragedias griegas al rebelarse contra el “destino omnipotente”
de los dioses. Y eso precisamente los convierte en “héroes” pues,
aunque sucumben trágicamente ante el poder “omnipotente” del
Destino, lo hacen gritándole ¡No!: “Escupiéndole en la cara”.
En cambio, al identificar a Dios con el “crucificado”, el
cristianismo auténtico postula que Dios es “sufriente”. En
Jesús, Dios no se muestra como “omnipotente”, resolviendo
el problema del “mal”. Sino que es la “víctima” prototípica
del mal, revelando así que Dios mismo está en el crucificado.
Frente a un dios “omnipotente” cabe la rebelión, como lo más
digno del ser humano. Aunque este sucumba ante el poder.
Pero si Dios es el crucificado, entonces la rebelión se encoje al
rendirse la conciencia admirada ante el “misterio”, el “enigma”
escondido. Dios no salva “del mal”, salva “en el mal”. Asume
solidariamente el mal donde más duele, el sufrimiento de los
inocentes. Es el inocente atropellado, solidario con todos los
inocentes atropellados.
El genio de san Agustín lo expresaba en forma notable, al
decir: “En el acto eterno de decidir crear (pensar el mundo del
que surgirán también seres pensantes), Dios decide encarnarse y
morir en cruz”. Agustín postula así un Sujeto “previo” pensante
del mundo que incluye, en ese “pensar” eterno, lo “bien pensado”
del “sufrimiento divino” como actuación de la realidad divina
misma, comprendida como “solidaridad misericordiosa eterna”.
Y no como poder, tal como el mundo lo ejercerá, precisamente
porque no es Dios. Dios no es poder. Es misericordia. Por eso
existe lo que no es Dios, lo otro, lo innecesario, lo que es pero
pudo no ser. Y que, no siendo Dios, implica el mal, la carencia,
el poder y el querer ser lo que no es: “Ser como Dios”. Y de ahí
surgen las luchas mundanas por actuar siempre nuevas “posibilidades” o “poderes”, a costa de quien sea. Esos mismos “poderes”
mundanos que someterán malignamente a Dios, crucificándolo.
Y es que Dios no es “poderoso”, ni “todopoderoso”, como lo es
el “poder” mundano. Ese es el sentido exacto de la expresión de
Jesús: “Mi Reino no es de este mundo”.
En Jesús, Dios no se muestra como
“omnipotente”, resolviendo el problema del “mal”.
Sino que es la “víctima” prototípica del mal.
ALTERIDAD SOLIDARIA
Pero ¿por qué el mundo es tal, y ha sido pensado por Dios
de tal manera que implicaba la “encarnación del Hijo y su crucifixión”? Cierta nomenclatura teológica apunta como respuesta
la línea de la satisfacción por los “pecados de los seres pensantes
que ejercieron mal, ‘pecadoramente’, su libertad. Dios se hizo, así,
hombre y murió en la cruz para redimirnos de nuestros pecados”.
Y aquí, de nuevo, cabe retorcer la respuesta en la pregunta ya hecha
antes: ¿Por qué, entonces, no hizo al hombre de tal manera que
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no pudiera pecar y así no fuera necesaria la tamaña barbaridad
del Dios crucificado?
¿No será que, en la “crucifixión” del Hijo, el acento no está
puesto en el carácter “sacrificial” o “satisfactorio” (“por nuestros
pecados”), sino en la “alteridad solidaria”?
Respondo ante eso que Dios no se encarna, como Hijo,
para saldar el “poder divino herido” por la rebeldía de la criatura
pensante y libre. En esa “encarnación hasta el extremo”, Dios
muestra su realidad de fondo: no toma en cuenta para nada su
“poder”, puesto que no es eso lo que lo constituye como Dios.
Lo que constituye su realidad divina es la “alteridad”, no el poder. Por eso la fe cristiana confiesa que Dios es trino; es decir,
“relacional” en sí mismo. Dios no es Yo. Es Yo-Tú. Relación
eterna de ida y vuelta, Padre-Hijo. O, si se quiere, Madre-Hija.
Dios no es funcional al narcisismo o egocentrismo de nadie.
No es egocéntrico. En ese sentido, no hace nada “por su eterna
gloria”. Se vacía a sí mismo de esa “gloria poderosa”. Se hace
hombre, y hombre en situación de alteridad con lo más otro, con
el esclavo, con el mísero. Y, precisamente, en eso reconocemos
que es Dios (Fil 2, 6ss).
Pero ¿por qué la “alteridad eterna divina” explicaría que
haya mundo y que emerjan en él seres “pensantes” y libres, tús?
Quizá ahí está la razón genial de todo. Tal vez porque el ser divino es eternamente alteridad, Yo-Tú, decide eternamente que
sea lo que no es por sí mismo (el mundo). Para que surjan de
ahí otros “tus” temporales que puedan integrarse al Tú eterno
divino. Hijos en el Hijo. Ese es el concepto fuerte de “Gracia”
en la teología cristiana. Por “Gracia”, el ser humano ha sido
“pensado eternamente por Dios” para integrarlo en su misma
realidad de alteridad eterna, en el Hijo, recibiendo para ello el
mismo Espíritu eterno de Dios.
¿POR QUÉ DIOS NO
SE HACE EVIDENTE?
Cabe, finalmente, una última pregunta. ¿Por qué ese designio
eterno no se cumple para ellos, directamente, en esa realidad
eterna? ¿Por qué tienen que existir antes a lo largo del espacio y
el tiempo? Si el fin de todo es la “Vida eterna” transtemporal,
¿qué sentido tiene la existencia en la vida temporal? Además ¿por
qué durante esa vida temporal el ser humano tiene que estarse
planteando la pregunta sobre la existencia o no existencia del
Sujeto divino? ¿Por qué, en definitiva, hay que creer que Dios
es y en lo que Dios pueda ser? Si Dios es, ¿por qué no se hace
experimentar de forma “evidente” a la conciencia humana, sin
necesidad de que esté siempre indecisa, hasta la angustia, frente
a la alternativa opcional: Dios es o no es, puede que sea o puede
que no sea?
¿No será así precisamente porque Dios es Yo-Tú, alteridad y
no poder? El núcleo de la alteridad está en la decisión libre. Por
eso, la fe es una opción libre, que no excluye la opción contraria.
Dios no es “evidente” para la experiencia humana. Y quizá Dios
no se hace evidente a los “tús” creados porque lo más valioso de
la existencia humana radica en sus “decisiones” libres motivadas
24 600
Paolo Veronese, Cristo cargado por dos ángeles, 1587
Dios no salva “del mal”, salva “en el mal”. Asume
solidariamente el mal donde más duele, el sufrimiento
de los inocentes. Es el inocente atropellado, solidario
con todos los inocentes atropellados.
por la convicción del sentido profundo de la “gratuidad”. Hay
que decidir por Él, sin que ello excluya la posibilidad de que Él no
sea, por absurda que pudiera parecer tal posibilidad. La decisión
de “alteridad” constituye, pues, quizá el sentido trascendente de
la existencia, amenazada en sí misma de absurdo. Y descubrir
el sentido genial de que lo fundamental de la existencia (Dios)
sea “gratuito”, puede fundar en este mundo el ejercicio de las
decisiones solidarias interhumanas. Y todo aquello que haya
sido intento humano por decidir “por el otro, gratuitamente”, en
este mundo, abre al hombre a la realidad eterna de alteridad (el
Espíritu), vinculándolo al Tú eterno divino (el Hijo) en relación
de alteridad con el Yo eterno (el Padre).
De esta manera, la razón de ser del mundo, del cual emergen
“tús” pensantes, estaría en el “ejercicio de la libertad” que permite
“decidir en alteridad”, ser yo-para-otros (tús) en el corazón de
unos procesos mundanos y, como tales, procesos regidos por
mecanismos instintivos de poder egocéntrico. Porque Dios es
Gratuidad eterna, la “fe”, como único medio de acceso a Dios en
este mundo, conlleva en sí misma la gratuidad porque no excluye
el riesgo de que todo haya sido “por nada”. Aunque, de ser así,
habría dado lo mismo equivocarse. Sin embargo, habrá valido
la pena correr ese riesgo. Y lo habrá valido mucho más que, por
no correrlo, se hubiera dejado de decidir en la vida, confiando
que el Quien es. Como lo expresaba la gran mística castellana,
Teresa de Ávila: “Aunque no hubiera cielo yo te amara y aunque
no hubiera infierno te temiera”. MSJ
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