El San Juan Muere de Pie: la vida social de un hospital y la construcción de una causa Informe de Investigación Facultad de Medicina – Universidad Nacional de Colombia Proyecto de Atención Primaria en Salud Basada en la Comunidad – Hospital San Juan de Dios Equipo de Investigación: Universidad Nacional de Colombia Andrés Góngora Susana Fergusson Ramiro Borja Hospital San Juan de Dios Margarita Castro Edelmira Arias Bogotá D.C. Octubre de 2013 Agradecimientos Este trabajo no hubiera sido posible sin el esfuerzo del equipo de apoyo comunitario conformado por: Blanca Flor Rivera, Jhon Jairo Pinzón, Jaidive Camelo y Oscar Heredia; los integrantes del Colectivo Techotiva, los estudiantes del grupo Práxis y del grupo Conciencia Crítica de la Universidad Nacional de Colombia y el grupo de trabajadoras y trabajadores del Hospital San Juan de Dios y el Instituto Materno Infantil. Gracias también al Dr. Raúl Sastre, al Dr Javier Eslava y especialmente al Dr. Carlos Sarmiento, quienes posibilitaron el desarrollo y la financiación de la investigación. Agradecemos también al Dr. César Abadía y a la Dra. Adriana Vianna por sus comentarios y críticas. También queremos reconocer el aporte de las directivas, profesores y del personal administrativo del Departamento de Salud Pública de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Colombia. Agradecemos finalmente, el apoyo técnico y financiero de la Red de Apoyo Social de Antioquia RASA. 2 El San Juan Muere de Pie: la vida social de un hospital y la construcción de una causa Contenido Introducción: Sobre lo incómodo del trabajo comunitario 4 Parte I: Trabajando en la Causa Artefactos y Agencia 10 14 Parte II: Produciendo Valor Intento de homicidio La filosofía de la práctica Cuidando y queriendo al San Juan Siga, esta es su casa El valor de los objetos La disputa por la placa El San Juan es un sujeto de derechos 18 20 22 25 27 30 33 35 Referencias 38 3 Introducción: Sobre lo incómodo del trabajo comunitario En febrero del presente año la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Colombia conformó un equipo interdisciplinario especializado en trabajo comunitario1 con el fin de “desarrollar un dispositivo para la inclusión social y la reducción de la vulnerabilidad en el Centro de Salud y Desarrollo Humano del Hospital San Juan de Dios a través de un proceso de investigación en la acción”. La propuesta cobraba sentido en el marco del actual Plan de Desarrollo de Bogotá (2012-2016) que plantea la necesidad de transformar el modelo de atención en salud de la capital en un sistema enfocado en la Atención Primaria en Salud (APS), la prevención de las enfermedades, la promoción de la salud y la inclusión social, considerando a esta última como determinante para el desarrollo de las poblaciones más vulnerables. Para cumplir su propósito la administración distrital decidió crear los Centros de Salud y Desarrollo Humano (CSDH) en comunidades locales (o microterritorios), uno de los cuales estaría ubicado en el antiguo Centro de Salud del Hospital San Juan de Dios y entraría en funcionamiento con el apoyo técnico de la Universidad Nacional de Colombia. En Colombia la APS está reglamentada por la Ley 1432 de 2011 que la define como la integración e interdependencia de tres componentes: a) los servicios de salud, b) la acción intersectorial/transectorial por la salud y c) la participación social, comunitaria y ciudadana. En concordancia con esta reglamentación la Secretaria Distrital de Salud de Bogotá diseñó su programa “¡Salud Humana Ya!” cuyo objetivo es garantizar la dimensión prestacional del derecho a la salud, por medio de respuestas institucionales y sociales que conserven la “perspectiva humanista”, fortalecida en la promoción y prevención, la APS Integral Personal, Familiar y Comunitaria y la afectación real de los determinantes sociales de la salud mediante la articulación transectorial (Alcaldía Mayor de Bogotá, 2012). El modelo de APS propuesto por la administración distrital enfoca sus acciones en el denominado “primer nivel de complejidad”. Este nivel, también conocido como “comunitario”, es concebido como la puerta de entrada a los servicios de salud. La distribución de sus acciones esta determinada por una categoría político-administrativa denominada “microterritorio” que delimita la adscripción poblacional y espacial de recursos. De esta manera fueron trazados “microterritorios” equivalentes a tres mil 1 El equipo estuvo liderado por Susana Fergusson y Jhon Jairo Pinzón, educadora comunitaria y comunicador social respectivamente, quienes desarrollaron por primera vez en Colombia un dispositivo para la reducción de daños y riesgos asociados al consumo de sustancias psicoactivas y a la infección por VIH-Sida en contextos de alta vulnerabilidad. Este dispositivo, denominado Community Based Treatment (CBT) y su plataforma teórico metodológica, el Modelo Eco2, auspiciados por Cáritas Alemana y UNESCO, han sido implementados en varias comunidades locales de América Latina y el Caribe y hoy hacen parte integral de la Política Nacional para la Reducción del Consumo de Sustancias Psicoactivas y su Impacto (Góngora & Fergusson, 2012; Góngora, 2012). 4 doscientos ciudadanos (ochocientas familias aproximadamente), en los cuales confluyen “todos los ámbitos de vida cotidiana”. La suma de doce “microterritorios” constituye a su vez un “territorio” que contará con un Centro de Salud y Desarrollo Humano (SCDH), definido como un “centro de operaciones de los equipos territoriales y transectoriales en sus diferentes acciones intra y extramurales”. Bajo esta concepción, la APS es presentada como un modelo de salud pública que combina conocimientos científicos (básicamente racionalidades y tecnologías del área biomédica), de gestión (prestación de servicios de salud y acción conjunta entre diferentes estamentos de la administración pública que involucra campos diferentes a la salud como planeamiento urbano, educación, protección e integración social) y el despliegue de tácticas de tipo político (la participación de las comunidades o grupos locales por medio de mecanismos democráticos para la exigencia de derechos). El montaje y sincronía de estos componentes heterogéneos (ciencias biomédicas, teorías y prácticas administrativas y procesos de legitimación popular) agenciados por actores concretos, constituye el corazón de las políticas gubernamentales contemporáneas (Rose & Miller, 2012; Larvei, 1998; Texeira & Suza Lima, 2010), las cuales responden a una configuración social en la cual el “Estado” interviene menos, las poblaciones se auto-organizan (demandando, pero a la vez gestionando los recursos necesarios para su bienestar) y participan activamente en las decisiones que las afectan. En suma, hoy no sería posible ejecutar una política pública de salud sin la participación ciudadana o, en un lenguaje más sociológico, sin la anuencia de los dominados. Esto no es nada nuevo, ni necesariamente perverso, Max Weber (1964) dijo hace más de cien años que “burocracia es dominación”, el asunto es que la forma en que se gobiernan las poblaciones ha cambiado y es compleja, pues más allá de la implantación transparente de tácticas híbridas medibles en indicadores numéricos (como la APS, que incorpora al mismo tiempo ciencia, administración y política) lo que salta a la vista es un campo de tensiones entre especialistas de diversas disciplinas (para este caso de la administración, el derecho y la medicina) agentes de la administración pública y actores locales diversos que resisten a ser encapsulados en convenciones geopolíticas (como comunidad o micro-territorio) y se niegan continuamente a ser convertidos en los blancos homogéneos y necesariamente participativos de las políticas públicas. Esto para indicar que las “comunidades” son todo menos inertes, pero que la manera en que “participan” en la vida política y exigen sus derechos no coincide necesariamente con la gramática y objetivos de la administración pública y de otros agentes gubernamentales, por el contrario, pareciera que en algunas situaciones, la “participación, social, comunitaria y ciudadana” se torna incómoda. 5 La idea de trabajar “con la comunidad” para que exija sus derechos (como indican las modernas tecnologías de gestión poblacional) parece estar basada en una concepción de “carencia” que permanece velada por conceptos como “gobernanza” y “democracia participativa”, es decir, aunque se promulgue que los actores locales son creativos y tienen potencialidades, al final lo que se espera de ellos es que se “empoderen” y produzcan sus propias reivindicaciones en los términos previstos por el idioma de los derechos humanos y la administración racional de poblaciones. En suma, exigir aquello que el “Estado” ofrece, más que reclamar aquello que el “Estado” no ofrece. Por tanto, siempre hay algo que las “comunidades” “no saben” o “no tienen” y que los especialistas y técnicos que ejecutan las políticas gubernamentales (en este caso de salud pública) vienen a enseñarles o a proporcionarles. Esto no es necesariamente falso, la gente quiere más y mejores servicios de salud; el asunto es que la relación que se da con las “comunidades” parece ser generalmente asimétrica, pues las llamadas poblaciones target lo único que tendrían que aportar sería su “participación”, o sea, su presencia reconocida y verificable como beneficiarias que exigen o, en otras palabras, como “sujetos que piden”. Esta noción de “carencia” (necesidad de un servicio, de un bien, de una integración, de un conocimiento) colapsa cuando los actores sociales “exigen”, pero en sus propios términos, que frecuentemente exceden el lenguaje domesticado de lo políticamente correcto y cuestionan el orden político vigente. Piénsese por ejemplo, y para volver al terreno empírico, en el caso del Centro de Salud y Desarrollo Humano (SCDH) que el gobierno distrital busca implementar en el Hospital San Juan de Dios. Durante el segundo semestre de 2012, el equipo responsable de esta investigación comenzó a trabajar en los barrios aledaños al Hospital como un primer paso para la puesta en marcha del mentado CSDH. En ese momento se dio inicio a una labor de investigación en la acción que comenzó por la construcción de vínculos con actores locales. Esto implicó necesariamente construir un clima relacional con los y las trabajadoras del Hospital San Juan de Dios, a quienes, como es de conocimiento público, les han sido vulnerados sus derechos fundamentales, les fueron suspendidos sus salarios injustamente y, en general, han sido sometidos a toda clase de atropellos por parte de distintos agentes de la administración pública encargados de solucionar su problema laboral, entendido como la causa principal de su sufrimiento y del cese de operaciones que hoy mantiene en un proceso de progresivo deterioro al primer y más importante hospital público de Colombia. Pese a las dificultades, los y las trabajadoras han desarrollado un proceso de resistencia activa por más de trece años, durante los cuales han sostenido que el San Juan de Dios es un hospital público y que el Estado colombiano, su legítimo empleador, los ha abandonado, traicionado y maltratado, 6 mientras ellos continúan cuidando de ese invaluable patrimonio que encarna la historia del país, la medicina y la salud pública. Para estas mujeres y hombres, varios de los cuales decidieron quedarse permanentemente en el Hospital hasta obtener una respuesta a sus demandas (respeto de la Convención Colectiva, pago de todos los salarios atrasados desde 1999, indemnizaciones por daños y perjuicios sufridos durante el proceso, entre otras), el “Estado” no es ese socio amigable con el cual las comunidades trabajan mancomunadamente en el desarrollo de políticas públicas, por el contrario, es el responsable de su desgracia y al mismo tiempo, la única entidad con la autoridad moral para restablecer los agravios padecidos. De manera análoga al concepto teológico de teodicea, conjunto de explicaciones para entender el origen del mal en un mundo divinamente ordenado (Weber, 1993), los empleados del San Juan construyen su propia “teodicea secular” (Hertzfel, 1993; Das, 2008) para intentar entender la perversidad de las instituciones de la administración pública que les han conculcado sus derechos y al tiempo, cultivar la esperanza de que algún ente impartidor de justicia, nacional o internacional, les reconozca, en representación de la verdadera democracia, su estatuto como trabajadores y trabajadoras. Ahora bien esta teodicea secular, este amor y odio por todo lo que representa esa abstracción mistificada denominada “Estado” (Foucault, 2007), se ve reflejada en las prácticas cotidianas de lucha y en la manera en que esta “comunidad” define el trabajo, la salud, lo público, el cuidado y el propio hospital, que como se verá a lo largo de estas páginas, es conceptualizado como una persona moral. Hay pues un límite trazado cotidianamente entre las exigencias que pueden y deben ser dichas y las reclamaciones consideradas demasiado polémicas, fuera de lugar (situación recurrente en las contiendas por derechos) o incluso subversivas y en ese sentido, enemigas del “Estado”. No se trata aquí, como lo han notado varios autores, de fronteras definidas (Das & Poole, 2004; Jeganathan, 2004), sino, por el contrario, de circunscripciones porosas que definen los límites pantanosos del “Estado”. Cuando los discursos y prácticas de los actores sociales que deben participar, no sólo reclaman sino que exceden y cuestionan la legitimidad del orden político, esa participación resulta incómoda: ¿Cómo tratar con un líderes comunitarios relacionados cotidianamente con las sustancias prohibidas denominadas “drogas”? ¿Cómo proceder ante una mujer que reivindica abiertamente haberse practicado abortos? ¿Cómo lidiar con las acciones de hecho de campesinos e indígenas cuyas reclamaciones han sido reiteradamente ignoradas? ¿Cómo tratar a un adolescente infractor? ¿Cómo invitar a participar en un proyecto de APS a un grupo de trabajadores que han sido tildadas de terroristas e inmorales por profesionales que actúan en nombre del “Estado”? Y en un sentido inverso 7 ¿Cómo exigir participación a una comunidad que ha sido violentada por agentes de la ley? ¿Cómo intervenir en representación de una universidad pública que es vista por los beneficiarios de un proyecto como su más querida aliada pero también como un ente pérfido e infiel? Es aquí donde los agentes encargados de ejecutar políticas públicas encuentran dificultades, puesto que no está previsto trabajar con “comunidades rebeldes”. En este sentido el caso de la creación del Centro de Salud y Desarrollo Humano del Hospital San Juan de Dios invita a reflexionar sobre los conflictos inherentes (y con frecuencia desconocidos por una concepción entre funcionalista e idílica del concepto de participación social) al trabajo comunitario. Al tomar el conflicto en su doble acepción de potencia y fuerza destructora, resultó inevitable reformular la manera de abordar el proceso de investigación descrito en estas páginas. Radicalizando el concepto de participación, y planteando que las instituciones de la administración pública que intentan implementar una política gubernamental (en este caso de salud) deben contar con la perspectiva, igualmente valiosa, de las “comunidades beneficiarias”; se hizo indispensable situar el punto de vista de las personas que conforman esa colectividad aparentemente uniforme, y describir etnográficamente lo que sería para ellas la “exigibilidad” del derecho a la salud2. De modo que, más que documentar la consolidación de un dispositivo de Atención Primaria en Salud, tuvimos que ofrecer algún tipo de respuesta a las inquietudes de nuestras interlocutoras (principalmente mujeres pues como se verá más adelante el género es determinante en este universo social) que estaban más interesadas en la documentación de su causa que en otro tipo de diagnóstico. En otras palabras, para las personas de esta “comunidad” era más importante hablar del derecho al trabajo que del derecho a la salud; porque, según ellas, es el primero el que provee los medios para vivir dignamente, pero también, porque es a través del idioma del trabajo que la salud, el cuidado y la vida, sus luchas y sus muertos, adquieren significado. Por estas razones este documento se presenta como una etnografía colaborativa (Abadía-Barreto et al. 2008; Góngora & Abadía-Barreto, 2013), elaborada por investigadores de la Universidad Nacional de Colombia y trabajadoras del Hospital San Juan de Dios. El objetivo de esta investigación es describir etnográficamente la lucha de las trabajadoras del HSJD por seguir siendo trabajadoras. Esto implica pensar en las posibilidades reales de tomar en serio el punto de vista de las “comunidades” que exigen sus derechos y pensar en 2 La dificultad de llevar a cabo está concepción de participación fue corroborada rápidamente cuando notamos que la intención inicial de actuar conjuntamente con las autoridades sanitarias locales (representadas por el Hospital Rafael Uribe Uribe –HRUU-) en la organización del CSDH y la implementación de un modelo de atención que rescatara algunos de los estándares del trabajo comunitario y de las estrategias de la salud pública que se desarrollaban en el San Juan de Dios, no pudo llevarse a cabo dado que nuestro proyecto resultaba incompatible con la propuesta del HRUU de reducir la acción de nuestro equipo a talleres puntuales realizados un día a la semana. 8 verdades existenciales que se le escapan al idioma del derecho. Para esto, tendremos que evitar caer en la “denuncia” (que le resta poder de interlocución y legitimidad científica a la pesquisa) apartándonos de una versión de la historia que le ceda todo el protagonismo a las fuerzas del capitalismo y a los aparatos de dominación, opacando el trabajo cotidiano que implica resistir y continuar produciendo valor en la adversidad, pero también de una lectura “modernista” fiel a la objetividad de la justicia y al manejo tecnocrático de la administración racional de poblaciones. El informe está dividido en tres grandes secciones, la primera, comprende la descripción de una situación etnográfica que pretende situar las perspectivas, antagónicas en muchos sentidos, de tres mujeres que representan a las facciones en que está dividido actualmente el grupo de trabajadoras y proponer una lectura antropológica del material etnográfico. En la segunda sección se analiza la agencia de las trabajadoras, destacando su papel como productoras de conocimiento histórico y jurídico, el uso, producción y circulación de artefactos que sustentan su causa (dentro de los cuales se destacan documentos, edificios e instrumentos hospitalarios), los conflictos internos generados a los largo de una década de lucha, las gramáticas emocionales por medio de las cuales interpretan su experiencia y sustentan su lugar en el mundo y las implicaciones de la teoría construida por las trabajadoras según la cual el “San Juan es un Sujeto de Derechos”. Finalmente se presentan a manera de anexos los principales productos (que concebimos como estrategias de circulación de conocimiento pues creemos que los resultados de un proceso de investigación como este deben moverse a través de varios y diversos canales comunicativos) construidos junto con las trabajadoras durante la labor conjunta de reconstrucción de su causa: un análisis histórico-etnográfico de los documentos relacionados con la historia reciente del Hospital San Juan de Dios, una línea de tiempo que encuadra los eventos descritos y un blog diseñado para difundir los hallazgos de la investigación a un público más amplio interesado en temas relacionados con movimientos sociales, derechos humanos, salud pública y trabajo comunitario. 9 Parte I: Trabajando en la causa 10 Durante y después de una de las marchas por el derecho a la salud realizada durante el primer semestre de 2013 uno de los investigadores responsables de la redacción de este documento acompañó y entrevistó a una de las trabajadoras del Hospital San Juan de Dios que para fines etnográficos llamaremos Clara 3. He aquí una recopilación de su discurso: “Compañeros y compañeras: ¡El gobierno nacional está en la obligación de reactivar al Hospital San Juan de Dios ya! Es deber de toda la Nación, no solo de Bogotá sino de Colombia entera, entrar en la lucha. ¡Arranquémosle el San Juan de las garras al gobierno para que no se lo robe! ¡Recuperemos lo que es nuestro, que nos lo devuelvan, que le devuelvan al Hospital más antiguo de Colombia todo lo que le han quitado, desde el legado del José Joaquín Vargas del año 1957 hasta la fecha! Yo soy de servicios generales. Ingresé el 20 de junio de 1990 pero había trabajado 4 años antes con una compañía. O sea, llevo 25 años al frente de mi San Juan. Lo amo, lo adoro, es mi vida. Y para morir feliz necesito que el Instituto Materno Infantil y el San Juan de Dios sean reactivados por el gobierno nacional. El pueblo indolente tiene que despertar. No nos engañemos, nunca hubo una crisis. Todo fue una pantomima que los gobiernos de turno generaron para poderse robar el San Juan, para que las EPS y todas esas mafias se pudieran apoderar de él. Y ellos se la cranearon bien. Dejaron al Hospital en cuidados intensivos, mercantilizaron la salud y todo les prosperó y les ha dado resultado hasta la fecha. Pero no nos han vencido. Yo me dedico a defender a mi San Juan las 24 horas del día, lucho para que lo recuperemos. Ese es mi llamado, un grito para que todo el pueblo colombiano se ponga la mano en el corazón, para que reabramos el Hospital, porque el gobierno no tiene la voluntad política y es el pueblo el que lo va a abrir y lo va a recuperar. Nosotros hemos estado todos los días desde el año 99 hasta la fecha. Cuando teníamos nuestros salarios trabajábamos cumpliendo con un horario como cualquier empleado, pero desde el año 99 algunos decidimos quedarnos aquí las 24 horas sin recibir una moneda. ¡Y hoy quiero decirles a todos que no tenemos salario pero tenemos sentido de pertenencia y queremos dejarle un futuro construido a las nuevas generaciones, a las que están por llegar y a las que ya llegaron! Porque nos dimos cuenta que cada día tenemos más la razón, que el gobierno no quiere reactivar el San Juan, que solo busca robárselo. Pero no lo vamos a permitir. Porque nosotros nos pusimos las pilas y por eso invitamos al pueblo colombiano diciéndole a viva voz ¡Que nuestro hospital es la cuna de la medicina! ¡Que nuestro hospital salvó muchísimas vidas! ¡que le devolvamos la mano que nos brindó! ¡Que le demos el oxígeno que necesita para que siga viviendo! Porque este hospital es único en América Latina y el dueño es el pueblo. 3 Como estrategia político-narrativa hemos optado por proteger la identidad de las trabajadoras y mezclar varias historias bajo un solo nombre intentando respetar las distintas perspectivas y posiciones que han generado conflictos internos y luchas comunes. De igual manera hemos querido mantener los nombres de médicos y personalidades envueltos en la historia reciente del San Juan para hacer evidente la responsabilidad de actores concretos en esta contienda de derechos. 11 Bienvenidos todos los viernes a las seis de la tarde para que se den por enterados de los crímenes de lesa humanidad de los que somos víctimas los trabajadores, los pacientes, los estudiantes y las comunidades en general. ¡Siéntase tocados! ¡Pónganse la camiseta! ¡Luchen para recuperar su hospital! ¡Que nos reactiven el San Juan de Dios y el Materno Infantil! ¡Que los necesitamos para mejorar la salud del pueblo Colombiano! ¡No más paseos de la muerte! ¡No más mercantilización de la salud! ¡La salud es un derecho no dejemos que el gobierno nos la arrebate! ¡No dejemos que las mafias se enriquezcan con cada muerto que ponemos!” *** Dos meses antes de la marcha el equipo de investigación se reunía para analizar parte de los materiales por medio de los cuales las trabajadoras sustentan su causa. Gladys estaba sentada en el comedor intentando organizar un cartapacio de papeles que cuentan la historia del Hospital San Juan de Dios, el más antiguo y prestigioso de Colombia. Estos papeles, la gran mayoría fotocopias que Gladys guarda celosamente y que lleva consigo la mayor parte del tiempo, tienen diferentes particularidades formales, estéticas, administrativas y están datados en periodos que abarcan buena parte de la historia colonial y republicana del país. Algunos son manuscritos de los siglos XVII y XVIII redactados por autoridades coloniales; otros fueron elaborados por jerarcas de la Iglesia Católica e instituciones de beneficencia y otros por hombres ricos que decidieron dejar “legados” para el bien público. Sobre la mesa estaban también documentos más recientes redactados por instituciones de la administración pública del Estado Colombiano que abarcan principalmente las décadas de 1980, 1990 y los primeros años del siglo XXI; los primeros confeccionados en máquinas de escribir, los últimos en computadores, pero todos debidamente sellados y foliados, con señales visibles de haber sido manipulados por muchos lectores. Entre estos documentos hay leyes, fallos, decretos, inventarios, acuerdos, cartas de protesta, denuncias públicas y acciones de tutela. Para Gladys estos papeles constituyen las pruebas de una injusticia cometida en contra de un grupo de 2480 trabajadores y trabajadoras del Hospital San Juan de Dios que fueron despedidos ilegalmente hace más de trece años. Durante ese periodo de tiempo varios fallecieron, otros desistieron y buscaron nuevos trabajos, casi siempre borrando de sus currículos su pasado sindicalista que los hacía aparecer como una amenaza y les impedía conseguir empleo, pero un grupo, cada vez más reducido y constituido mayoritariamente por mujeres, había permanecido políticamente activo luchando por los derechos de los trabajadores (pensiones, salariaros atrasados, indemnizaciones, restablecimiento de daños morales) y la defensa de “lo público” (o mejor, del carácter público del hospital y en general de la salud). Gladys asegura que en esos documentos se encuentra una verdad que no ha podido salir a la luz debido a los intereses de personas poderosas que quieren 12 apropiarse del hospital, privatizarlo y usufructuarlo para su propio beneficio, en contra de su esencia, de la misión caritativa para la cual fue creado desde épocas coloniales y de su historia, que es también la historia de la medicina en Colombia. Desde el punto de vista jurídico, el caso de Gladys y de varias de sus compañeras no tiene muchas posibilidades pues en varias oportunidades las “instancias competentes” de la administración pública han fallado en su contra; por tal motivo Gladys asegura que la lucha debería centrarse en defender el hospital, y más aún, en acudir a instancias internacionales para hacer que el hospital sea declarado “sujeto de derechos”, siguiendo el ejemplo de la Constitución Boliviana que le otorgó prerrogativas específicas a la Pacha Mama y al agua. En 1999 Gladys y otras personas, que ella denomina “la base” (empleados que desempeñaban cargos administrativos y de servicios generales), habían decidido permanecer en su lugar de trabajo y esto implicó “tomarse el San Juan” y, ante la inminente falta de trabajo y de recursos económicos, irse a vivir con sus familias en varios de los pabellones. Nuestra reunión tenía dos objetivos uno técnico y otro estratégico: comenzar a organizar los documentos arriba descritos y mediar entre las distintas facciones en que estaba dividido el grupo de las trabajadoras del San Juan, propiciando un encuentro entre Gladys y Ligia. Un par de horas después de iniciado el encuentro entró en el recinto una mujer vestida de negro, notablemente abatida, que se presentaba como una de las enfermeras jefe del Hospital San Juan de Dios. Rápidamente entendí que el luto se debía al fallecimiento de Julia, su amiga y compañera de causa. Ligia hacia parte de un grupo de profesionales que no permanecían todo el día en el hospital, pero que, no obstante, habían estado los mismos trece años luchando por sus derechos como trabajadoras y por la defensa de “lo público”. Cuando los pacientes dejaron de llegar, pues desde el punto de vista de las trabajadoras el hospital nunca ha estado cerrado, estas profesionales habían permanecido “cuidándolo”, preparando el instrumental médico, aseándolo, haciendo que se mantuviera en las mejores condiciones; el hospital, dice Ligia, aguardaba con los “brazos abiertos” el retorno de los pacientes y de los estudiantes que lo llenaban de vida. Pero esto no significaba que el hospital estuviese muerto, por el contario, gran parte del trabajo de esas mujeres se concentró en contradecir argumentos de periodistas, actores institucionales, académicos, políticos e incluso artistas plásticos que hablaban del San Juan como un ente agonizante, como un ser deteriorado, suspendido en el tiempo, repleto de objetos de otra época, debilitado por la desidia y la osadía de algunas personas que habían decidido invadirlo y convertirlo en lugar de residencia. *** 13 Pese a las diferencias internas, los relatos de Gladys, Ligia y Clara coinciden en varios puntos: todas se consideran víctimas al haber sido expuestas a una estrategia de indiferencia y de abandono; todas buscan que su dolor, que es humillación ante el desconocimiento de sus derechos, pena por las compañeras y los compañeros muertos e indignación por los años de privaciones y sufrimiento, debe ser compensado por el Estado o en su defecto, por un ente internacional que influya en las decisiones del gobierno colombiano; y finalmente, todas coinciden en que su historia es también la lucha del hospital por sobrevivir, por demostrar que no está parado en el tiempo, cerrado o moribundo y que, por el contrario, es en sí mismo la encarnación de la dignidad, el amigo que “nos enseña lo que es morir de pie”. A continuación proponemos una lectura del caso del hospital centrándonos en la agencia de las trabajadoras y en las codificaciones y moralidades inscritas en los artefactos que estas mujeres cuidan, recolectan, producen y usan, para explorar desde una perspectiva antropológica las condiciones de posibilidad y las gramáticas emocionales relativas a la construcción de una causa (Boltanski, 1993); las prácticas cotidianas que operan como marcadores de diferenciación y establecen los márgenes dinámicos y borrosos del Estado; el trabajo relacional (Zelizer, 2009) para separar lo público de lo privado, los espacios domésticos de los laborales y las causas individuales de las colectivas; las categorías activadas por los actores para producir sentido en el marco de la economía moral contemporánea (Rechtman & Fassin, 2009; Jimeno, 2010) y, finalmente, la manera en que los actores le hacen frente a la producción social de la indiferencia (Herzfeld, 1992), en este caso trazando narrativas, construyendo alianzas y empleando artefactos diversos como predios y documentos para objetivar el tiempo y afirmar su humanidad. Artefactos y agencia Un estudio reciente analiza la violencia infringida sobre las trabajadoras del Instituto Materno Infantil (IMI), como resultado de la crisis, cierre y liquidación de esa entidad hospitalaria (Abadía-Barreto et. al. 2011) 4. Para los autores la reestructuración del hospital es el efecto de la colonización, apropiación y expansión del capitalismo contemporáneo materializado en los proyectos de renovación urbana que están desarrollándose en el centro de Bogotá desde finales del XX y que buscan, entre otras cosas, la ampliación del mercado de las especialidades médicas en el marco del sistema 4 Sobre la desaparición del IMI y del Instituto de Seguros Sociales (ISS) véase también el trabajo de Katherine Ariza, César Abadía-Barreto y María J. Pinilla (2013). 14 privatizado de salud colombiano 5. Esta ampliación habría empezado por la transformación de la infraestructura (lo cual de hecho ha comenzado con la demolición de varios barrios coloniales que, desde el punto de vista urbanístico, se habían convertido en zonas de deterioradas social y arquitectónicamente) y tendría como segunda estrategia el despojo y desplazamiento de poblaciones locales. Se trataría entonces de un proceso denominado “higiene social”, enmarcado en una “estética de clase” que busca “limpiar”, “demoler” y “renovar” el espacio urbano afectando personas y edificaciones entra las cuales se encuentran varios de los hospitales más importantes del país (Abadía-Barreto et. al. 2011). Bajo esta óptica la “renovación” sería un proceso gubernamental que incluye la transformación de la infraestructura y de la “parte” viva de las instituciones de salud por medio de la paulatina privatización de las instituciones públicas (en este caso hospitales) y de la implantación de un dispositivo estatal de “tortura” y “autodestrucción” para menguar la resistencia de las trabajadoras. Tras varios años de lucha que incluyeron acciones para mantener abierto el hospital, reivindicarse como funcionarias públicas y finalmente, pedir una “liquidación justa”, las trabajadoras del IMI se habrían enfrentado el asedio constante de la fuerza pública, de burócratas cínicos e intransigentes, la implantación de proyectos de desarrollo agenciados por el capitalismo transnacional y el uso constante del terrorismo de Estado para deslegitimar sus reclamaciones. En suma, las trabajadoras habrían sido víctimas de tecnologías de acumulación capitalistas dirigidas a sofocar la “praxis” y a “destruir la vida” de personas e instituciones. Por medio de mecanismos de dilación, indiferencia, incertidumbre y desprotección el “Estado” (aliado con al capitalismo transnacional) habría conseguido destruir y desvalorizar el patrimonio material del hospital (representado en predios y equipos), detener la movilización política, y desintegrar los lazos de solidaridad de las trabajadoras provocando en ellas, traumas, malestares, dolores y enfermedades. La historia del IMI está estrechamente asociada a la del Hospital San Juan de Dios, de hecho, había un túnel que atravesaba la Carrera Décima conectando a las dos instituciones por el cual circulaban diariamente pacientes, profesionales de la salud, empleados de las áreas administrativas, instrumental médico, medicamentos y miles de hojas de papel que le daban soporte material a una intensa relación de intercambio. El IMI fue “liquidado” por la misma funcionaria que hoy tiene a su cargo el “proceso de liquidación de la Fundación San Juan de Dios”, y sus trabajadoras fueron también compañeras de luchas de Gladys y Ligia . De modo que, podría decirse que las trabajadoras del San Juan han sido también 5 Según Marco Melo (2013) el proyecto de renovación denominado “Ciudad Salud” busca la creación de una “zona franca” o cluster para el turismo de la salud (consistente en la venta de servicios médicos de alta complejidad para pacientes nacionales y extranjeros) y la gentrification del centro de Bogotá. 15 “torturadas” por el Estado, han roto sus lazos solidarios (por tanto están divididas) y han perdido su capacidad de agencia y movilización política. No obstante, esta entrada analítica, clave para entender las circunstancias históricas y políticas conectadas con la situación actual de las trabajadoras, se ocupa más de explicar la producción estructural del sufrimiento y menos en describir la manera de enfrentarlo, que aparece clasificada en etapas datadas y sucesivas que terminan con el proceso de liquidación del IMI, la disolución de la lucha y la expulsión de las trabajadoras de la esfera de “producción de valor”. En otras palabras, aunque se exploran las gramáticas emocionales y los significados culturales del padecimiento, la agencia termina siendo descrita en términos del tiempo del “Estado” y de la capacidad de los actores para producir verdades jurídicas. En las páginas siguientes nos gustaría explorar etnográficamente otras posibilidades de agencia que permitan trascender los límites semánticos impuestos por la racionalidad jurídica y pensar en la producción de “verdades sociales” (Jimeno, 2010) que ayuden a complejizar las descripciones que sitúan a los actores sociales como “víctimas” inermes. Siguiendo a Das y Poole (2004), diríamos que habría que pasar de la agencia vista únicamente en los actos de “resistencia” (y su correlato la fetichización del “Estado”) y estudiar los modos por medio de los cuales los límites conceptuales del “Estado” son extendidos y rehechos para asegurar la supervivencia y buscar justicia. En otras palabras, habría que explorar los sentidos morales fundamentales para los actores excluidos de una decisión judicial, los varios planos o dimensiones comprometidos en una contienda de derechos (Cardoso de Oliveira, 2010) y la manera en que los derechos son vividos y cobran sentido en las prácticas. Esto implica distanciarse de la orientación predominantemente doctrinaria del derecho centrada en “decisiones” y transitar hacia una análisis simbólico de los derechos (Cardoso de Oliveira, 2010) prestando atención a la trama de actores y agencias comprometidos con una causa, a los performances y materiales usados para darle verosimilitud y a la cosmología política obliterada por la rutinización o naturalización de los procedimientos burocráticos (Herzfeld, 1993). Dadas las dimensiones y el objetivo del presente trabajo relataremos brevemente los principales eventos de los últimos trece años de lucha narrados desde la perspectiva de las trabajadoras e intentaremos describir dos tipos de artefactos6 que permiten explorar la capacidad creativa y la agencia de este grupo de mujeres dedicadas a defender el Hospital San Juan de Dios. De un lado están los documentos, (recopilados, clasificados, estudiados y 6 Nos referimos aquí a la propuesta de Riles (2006) de estudiar etnográficamente y no deductivamente los objetos que se encuentran en el campo, de entender los documentos como artefactos paradigmáticos de las prácticas modernas de conocimiento y de estudiar la habilidad de los actores que participan en las prácticas burocráticas para mantener y crear archivos. 16 organizados para reconstruir la vida social del hospital) que las trabajadoras usan para trazar una narrativa particular que cuestiona el tiempo histórico ensamblado por los agentes heterogéneos que encarnan al “Estado” y, por otro lado la red de personas, significados, memorias y objetos que componen la persona moral que las trabajadoras denominan “el hospital” o más coloquialmente “el San Juan”. El análisis de estos artefactos nos permitirá esbozar una serie de cuestiones que apuntan a una etnografía de la luchas en clave de tensiones espacio-temporales y semánticas (Feldman, 1991) localizadas en el proceso de deformación y reformación de las esferas material y experiencial de la vida. 17 Parte II: Produciendo Valor 18 Gladys es trabajadora del centro hospitalario San Juan de Dios desde febrero de 1982. A su ingreso el sindicato estaba conformado por médicos, enfermeras y empleados de servicios generales y “las niñas de la dieta” o, como Gladys acostumbra decir: “las cocineras”. Gladys recuerda que empezaron a pagarle su primer sueldo con seis meses de atraso, pero que se quedó porque necesitaba el trabajo para mantener a sus hijos. Para ella la crisis ha sido una constante en la historia del hospital y ha motivado a varias generaciones a enrolarse en la política. Tan pronto ingresó al sindicato se dio cuenta que para quienes no eran profesionales era difícil participar en la toma de decisiones, entonces comenzó a organizar “a las niñas de la cocina” y a “las niñas de servicios generales” y en el año 1984 accedieron a varios cargos administrativos dentro la organización. Los médicos dijeron que el sindicato había sido “tomado por cocineras” y, según Gladys, usaron todos los epítetos existentes para discriminarlas, no obstante, ella siguió adelante y comenzó a trabajar en la Comisión de Reclamos. Allí iniciaría su experiencia con los papeles: comenzó a recibir por escrito todas las quejas de sus compañeros y a enterarse de cosas que nunca antes había visto, desde casos de corrupción hasta episodios que incluían “patologías sexuales” de los empleados. Como ningún despido podía efectuarse sin autorización del sindicato, Gladys aprendió el significado de la expresión “llevar un debido proceso”, es decir, que nadie podía ser despojado de su trabajo sin una causa justificada. Después pasó a la tesorería y finalmente llegó a la presidencia del sindicato. En el año 1996 se firmó una Convención Colectiva entre representantes del sindicato y de varias instituciones de la administración pública. La Convención, que continúa vigente, vence en el año 2016: allí se pactaron aumentos del 36% y del 38% del salario y la permanencia de la pensión de jubilación después de 20 años de trabajo, también se subrayaba la necesidad de continuar trabajando con contratos a término indefinido y de mantener el carácter “estatal” del hospital. La Convención fue demandada por un grupo de directivos y trabajadores que pensaban que el hospital debía sufrir una reestructuración administrativa para seguir funcionado. Esta transformación organizacional tenía que ver básicamente con modificar los estatutos del San Juan (que como se mostrará más adelante había sido convertido desde finales de los años 1970 en una “fundación privada”) para que se tornara una Empresa Social del Estado (ESE), como fueron llamados los hospitales púbicos en Colombia luego de las reformas de “ajuste estructural” de la década de 1990. Una ESE debería trabajar con criterios de “eficiencia” y “descentralización” pero ante todo, tenía que ser “autosustentable”, es decir, producir sus propios recursos dejando de depender exclusivamente del “Estado”. Según Gladys los opositores de la Convención creían que el 19 hospital debía modernizarse y “armonizar su estructura a las nuevas leyes”, había que empezar a facturar, vender servicios y convertir las especialidades en “unidades empresariales”. En palabras de uno de los médicos opositores citados por Gladys, el hospital tenía que dejar de ser un sitio para atender “miserables”, porque si se seguía dedicando exclusivamente a aliviar “miserables” los trabajadores y el propio hospital irían inevitablemente a la ruina convirtiéndose, por contaminación, en portadores de la miseria con que trataban. En 1996 comenzaron las discusiones al interior de la Asamblea del Sindicato: habían dos posiciones encontradas, por un lado estaban quienes creían que la Convención afectaba los derechos de los trabajadores puesto que vendía las pensiones y “enterraba al hospital” y por otro lado quienes argumentaban que al transformar el hospital en una Empresa Social del Estado los derechos quedarían en un “limbo” jurídico. Finalmente se llevó a cabo la reforma mediante el decreto 371 de 1998 expedido por el Ministro de Salud de la época, el médico Alonso Gómez Duque 7. En 1999, en medio de la disputa Gladys terminó siendo expulsada del sindicato acusada de “vender obreros” y “entregar derechos”. En ese mismo año dejaron de pagarle el salario a los trabajadores como una forma de presión para que entregaran La Convención. Intento de homicidio Entre 1996 y 1997, paralelamente a su actividad sindical, Gladys había comenzado a trabajar en la Oficina de Cartera del San Juan. Su labor consistía en archivar y organizar las facturas enviadas por los proveedores a los cuales, pese a la crisis, se les seguía pagando. Gladys comienza a analizar estos documentos y a encontrar irregularidades que convertía paulatinamente en denuncias. El nuevo puesto le permitió a Gladys estar al tanto de la actividad administrativa del hospital y sobre todo, “aprender a investigar mirando”. En esa época empezó la presión para renegociar la Convención y Gladys, junto con un grupo de “base”, comenzaron a hacer sus propios análisis. La hipótesis del “limbo” según la cual la reforma del hospital dejaría a los empleados sin patrón, empezaba a tomar fuerza y al tiempo, y con base estos hallazgos, comenzaron a planearse distintos tipos de acciones para hacer pública su indignación. Fue así como, el 16 de diciembre de 1999, las trabajadoras y trabajadores del Hospital San Juan de Dios (incluyendo gente de la “base”, estudiantes y profesionales) se tomaron el Ministerio de Salud de Colombia. Llegaron poco a poco, vestidos con batas blancas para que fuesen identificados como médicos y ocuparon los distintos pisos del edificio. El objetivo era pelear el hospital, oponerse a las “unidades empresariales” y “exigirle al Estado presupuesto”. A las tres de la mañana, luego de un 7 Este médico es mencionado insistentemente cuando las trabajadoras se refieren a la crisis de finales de los años 90, pues habría sido nombrado Ministro gracias a la ciencia desarrollada en el San Juan, por medio de la cual le salvó la vida al futuro presidente de la República Ernesto Samper cuando fue víctima de un atentado en su contra. 20 intenso cubrimiento periodístico que hablaba de secuestro y de guerrilleros infiltrados, la Fuerza Disponible de la Policía bombardeó el edificio con gases lacrimógenos y sacó a la gente a la fuerza, varias personas fueron arrastradas por la Carrera Séptima, mientras otras tantas comenzaron a gritar. La gente se levantaba y esgrimía banderas blancas, la idea era no salir hasta encontrar solución, pero ante la cantidad de hombres armados terminaron desistiendo y retornando al hospital. A la llegada se tomaron la Carrera Décima e instalaron allí varios cubículos en los cuales se tomaron signos vitales, evocando las marchas de las “batas blancas” de 1975, se hizo consulta externa y se le explicaba a la gente porque el hospital era indispensable. Días después les pagaron algunas quincenas atrasadas. Fue de este modo cómo, según Gladys, se organizó la lucha. No obstante, el 20 de diciembre del 1999, las trabajadoras recibirían “un golpe muy duro”: los médicos de la Universidad Nacional de Colombia8 abandonaron el San Juan. Cada vez quedaron menos personas, básicamente estudiantes, algunos “compañeros” de organizaciones sociales, las trabajadoras y un pequeño reducto de profesionales que operaba en urgencias. Antes de terminarse el año la Superintendente de Salud de la época le dio potestad a Codensa, la empresa de energía eléctrica de Bogotá, para suspenderle el servicio de luz al San Juan por falta de pago. Este episodio es calificado por Gladys como un intento de homicidio: “cuando quitan la luz de cirugía casi mataron al hospital, con ese acto la Superintendente le indujo la muerte cerebral, lo puso a vegetar”. Sin embargo, Gladys y sus compañeras, aprovechando las áreas que todavía tenían energía eléctrica, siguieron con su “análisis”, implantaron una “olla comunitaria” 9 y continuaron atendiendo pacientes. Al final quedaron 60 enfermos pues la mayoría fueron “sustraídos” por la Superintendencia Nacional de Salud. Según Gladys dicha entidad, que había sido creada para intervenir y salvar los hospitales públicos, “desocupó el San Juan”: no valieron los conceptos positivos de los funcionarios que visitaron el hospital y observaron que “todo estaba en orden”, que habían medicamentos, que habían recursos gestionados por los y las trabajadoras para mantener a los pacientes. Hasta el 29 de octubre del 2001 se sostuvieron pacientes. Ese día la Policía había dejado a un joven herido en la puerta del hospital y no fue posible conseguir un anestesiólogo disponible en ninguna de las instituciones de salud vecinas. Ante la falta de médicos, las trabajadoras decidieron no recibir más pacientes para no ponerlos en riesgo. Por tal motivo Gladys y sus compañeras subrayan que es incorrecto referirse al hospital como 8 La Universidad fue fundada en la segunda mitad del siglo XIX por políticos liberales y desde entonces el lugar de práctica de todas las especialidades médicas había sido el Hospital San Juan de Dios. 9 Se trata de una tecnología de autogestión alimentaria: en una olla gigante se cocina un sancocho usando una estufa de leña improvisada. Los comensales de la “olla” participan en la consecución y preparación de los alimentos o colaboran con un aporte voluntario en dinero. 21 una institución “cerrada” y critican el uso del término “reabrir” utilizado por políticos, periodistas, militantes e investigadores: “Si es verdad que nos regimos por un estado social de derecho y por unas leyes, por un debido proceso, entonces pedimos que nos muestren el decreto en donde dice que se cerró el Hospital San Juan de Dios y que nos muestren el decreto con el que nos despidieron y que nos muestren el papel con el que mandaron liquidar el hospital público, este es nuestro argumento real y justo. Al hospital no lo tiene que reabrir nadie, tienen es que ponerlo en funcionamiento”. Aparentemente sin médicos y sin equipos no había nada más que hacer. Pero las trabajadoras y sus aliados “seguían con vida”. Así que, una vez más, Gladys y sus compañeros prepararon una acción política. Ante la ausencia de profesionales para atender, las trabajadoras habían dirigido varias cartas al ministerio de salud de Cuba solicitando ayuda, pero les habían respondido que necesitaban “un documento oficial” es decir, una petición hecha por un directivo debidamente firmada y sellada. Según Gladys el director del hospital se negó debido a presiones ejercidas por sus colegas de la Universidad. Como no les trajeron los médicos las trabajadoras decidieron tomarse la Universidad Nacional de Colombia. La idea era presionar al rector, un reconocido intelectual de izquierda, para que asignará de nuevo a los médicos y a las enfermeras. Sin embargo, personas del sindicato advirtieron al rector, quien consiguió huir por una ventana dejando a las trabajadoras y a los estudiantes que las apoyaban “con la universidad tomada”. Ante las presiones el rector, las directivas del sindicato y el director del hospital, citados por la Procuraduría General de la Nación, suscribieron un acuerdo para abrir el hospital con 300 camas. El hospital comenzó a funcionar otra vez, la Superintendencia de Salud realizó una nueva visita y constató que había medicina, que habían alimentos, que se podía atender al número de pacientes previstos. Días más tarde la entidad auditora prohibió a todas las instituciones de salud del país que remitieran pacientes al San Juan, precipitando, una vez más, el cese de sus actividades. La filosofía de la práctica El día del último “cierre” Gladys afirma haberse sentido traicionada. Entonces se fue para el césped y se puso a llorar de “pura impotencia”, de ver “como un sindicato puede vender una lucha”. Estando allí un compañero que nunca había visto antes se le acercó y le preguntó qué le pasaba. Ella le respondió que había comenzado a hacer averiguaciones y que se había dado cuenta que el cambio de estatutos era ilegal porque el San Juan nunca había sido una “fundación”. Entonces el muchacho le dijo: - Ya vengo, pero no llore. Y volvió con la copia de una ordenanza expedida por la Gobernación de Cundinamarca según la cual: “la Nación compra el terreno Molinos de la Hortua [donde actualmente está 22 ubicado el hospital] en el año 1906”. El muchacho le llevó a Gladys el papel y le dijo: “usted puede tener la razón, arme su tesis”. Ella se quedó leyendo y cuando volteó a mirar el compañero ya no estaba. Lo vio corriendo a lo lejos por los lados de la morgue y le preguntó al vigilante pero no le dieron razón. Después se fue para la Universidad a buscar a uno de los estudiantes de medicina que la apoyaba en ese entonces y quien, meses después, moriría asesinado por la Policía durante una revuelta ocurrida dentro del campus. Gladys le contó lo ocurrido y se mostró preocupada por no encontrar al muchacho pues no sabía de dónde había sacado el papel. Entonces el estudiante le dijo: “- Pues tocó buscar en el Archivo Nacional, vamos a tener que comer libro de lo bueno”. Este episodio es recordado especialmente por Gladys por tratarse de una muestra genuina de aquello que ella denomina “filosofía de la práctica” es decir, cuando un “intelectual se junta con el pueblo para investigar”. Gladys y el joven estudiante se fueron para el Archivo a buscar documentos que pudieran probar quién era el dueño legítimo del hospital, es decir, su verdadero patrón. Y fue así que esta pareja comenzó a reunir escrituras púbicas, acuerdos, leyes, ordenanzas, testamentos, contratos de comodato y un inmenso número de papeles que sirvieron para demostrar que el hospital había sido comprado por el Estado y que no había sido el producto de una donación de un particular 10. De esta colaboración nació la teoría de los “tres hospitales” que resumo a continuación, una historia basada en documentos legales que, según Gladys, demuestra que las trabajadoras “tienen la razón” y que produjo la anulación de los decretos 290 de 1979 y 371 de 1998 por medio de los cuales se creó y se modificaron los estatutos de la “Fundación San Juan de Dios”: El primer hospital: En 1554 Fray Juan de los Barrios y Toledo Arzobispo de Santa Marta donó sus casas para que se construyera un hospital. Ese terreno, que comprende la actual sede del Arzobispado, es lo que hoy, a la luz del actual código civil, podría denominarse “Fundación”. La escritura pública que sirve como prueba objetiva de esta afirmación dice que el Clérigo donó sus casas, que ahí debería edificarse un hospital y que no se le podría cambiar de sitio, ni quitarle el patronato de los hermanos de la orden de San Juan de Dios. Esa sería, según Gladys, la institución que la liquidadora debería estar poniendo en funcionamiento. El Segundo Hospital. En 1723 el Rey Felipe V ordenó construir un segundo hospital durante el gobierno monárquico que se denominó Jesús, María y José pero que tomó siempre el apodo de San Juan de Dios. El documento que respalda esta afirmación es una 10 Hay varias versiones encontradas al respecto. Desde la perspectiva de las “profesionales” Gladys y el estudiante fueron apenas parte de un grupo más amplio de personas e instituciones que participaron en la recolección de información y la construcción de la demanda. Según Ligia, varias asociaciones de médicos y enfermeras, grupos de estudiantes, intelectuales, sindicatos y políticos colaboraron en este proceso que terminó siendo firmado por dos compañeras en representación de todos los trabajadores del Hospital. 23 copia de la Cédula Real firmada por el Rey traída de España por Gustavo Petro (actual Alcalde Mayor de Bogotá). El Rey ordenó construir ese hospital en el terreno aledaño a donde hoy queda el Almacén Tía en el centro de Bogotá (Carrera 10 entre Calle 11 y 12). Hoy funcionan oficinas de la administración de justicia, porque, según Gladys, en el año 2001 abogados deshonestos se lo robaron sin hacerle llegar un centavo al San Juan. Habían también otros edificios que componían el hospital que iban desde la Calle 11 hasta la antigua Escuela Militar (actual calle 26). Durante la segunda década del siglo XX el hospital requirió una ampliación. Entonces “La Nación” que había comprado el terreno denominado Molinos de la Hortua en 1906, sugirió trasladar el San Juan para dichos terrenos que en la época constituían las afueras de Bogotá. El tercer hospital: En 1911 “La Nación” le cedió al “Departamento” el terreno “Molinos de la Hortua” a perpetuidad. Como “consta” en una de las escrituras públicas localizada y analizada por Gladys en el Archivo Nacional, cuando el segundo hospital se queda pequeño sus administradores deciden vender algunos de sus vienes (o sea el terreno otorgado por el Rey Felipe V) y comprarle al Departamento un terreno donde en ese momento funcionaba el manicomio y la casa para niños expósitos. Como “El Departamento” tenía que devolverle el terreno a “La Nación”, se redactó el Acuerdo 7 de 1923 que Gladys recita de memoria, por medio del cual “se autorizó al Departamento para variar el destino del predio Molinos de la Hortua y dedicarlo a la construcción de un hospital que fuese anexidad y complemento del Hospital San Juan de Dios. En otras palabras, el hospital le pagó al “Departamento” por un terreno que “La Nación” le había cedido para que con ese dinero comprara un nuevo terreno dedicado a los niños expósitos y al manicomio con el aval técnico de la Academia Nacional de Medicina. El Acuerdo también estableció que todos los “auxilios, donaciones, herencia o legados que se asignen en lo sucesivo al Hospital de la Hortúa se entenderán hechos al Hospital San Juan de Dios con destino a sus dependencias existentes” y que el hospital es un “establecimiento oficial de beneficencia” no de “La Beneficencia”11. En resumen, la teoría de los “tres hospitales” concluye que el San Juan es una institución pública de orden nacional, que no hay continuidad histórica ni institucional entre el primer y el tercer hospital, siendo uno resultado de una donación particular y por tanto, a la luz de las leyes republicanas, de naturaleza privada; mientras que el otro sería el fruto de una inversión estatal, por tanto parte de la hacienda pública, herencia de la República 11 Esta diferencia es crucial porque, según las trabajadoras, la entidad denominada “Beneficencia de Cundinamarca” creada 1870 para administrar las instituciones de caridad nunca fue la dueña, sino la albacea de los bienes del San Juan. 24 de Colombia proveniente de la administración colonial12. Con base en este argumento se concluyó que el decreto 290 de 1979 que convirtió al Hospital San Juan de Dios en una “Fundación” privada “supliendo la voluntad de Fray Juan de los Barrios y Toledo” y el decreto 371 de 1998 que modificó los estatutos de dicha “Fundación”, son ilegales. Corría el año 2004, habían pasado 26 años desde la creación de la “Fundación ilegal”. Entonces Gladys le preguntó a Javier, uno de los pocos intelectuales en que aún confía: - Y ahora ¿Qué hacemos? Y él respondió: - Lo único es una demanda de nulidad que no prescribe y no necesita abogado. En el año 2005 el Consejo de Estado le dio la razón a Gladys y a otra trabajadora del San Juan quienes interpusieron la “demanda de nulidad” de los decretos citados. Con esto la “Fundación San Juan de Dios” perdió su piso jurídico o, en otras palabras, dejó de existir13. Cuidando y queriendo al San Juan Ligia estudió enfermería en la Universidad del Rosario, venía de una familia acomodada de Boyacá y viajó a Bogotá buscando realizar estudios profesionales. Sus principales intereses en el área médica han sido la cirugía y de manera general, “ayudar al ser humano y a su red”. Cuando, en el año 1998 dejó de recibir su salario como trabajadora del San Juan, Ligia tuvo que afrontar una dura crisis que afectó su vida familiar y profesional. Al ver como sus ahorros disminuían vertiginosamente decidió pasar hojas de vida a otras instituciones de salud, entregó un total de 189 currículos pero en ningún sitio fue aceptada porque, según ella, era víctima de estigmatización al haber sido trabajadora del San Juan. Sin embargo no tomó el camino escogido por varios de sus compañeros, quienes falsificaron sus papeles para borrar su pasado sindicalista y así poder encontrar trabajo. Su orgullo y su amor por el San Juan le impedían “pensar siquiera en emprender un procedimiento semejante”. Ligia se enfrentaba a una nueva situación existencial consistente en perder la profesión y “tocar de cerca” la pobreza, nunca había pasado por penurias económicas y ni siquiera estaba sindicalizada. Ligia y varias de sus compañeras, también profesionales, afrontaron la desestabilización producida por la crisis de diferentes maneras: se agruparon para continuar trabajando en el hospital, para 12 Hay una controversia histórica entre Gladys y otras “historiadoras nativas” del grupo de Ligia quienes argumentan continuidad entre los tres hospitales con el objetivo de pleitear un legado aún mayor. 13 La demanda de nulidad tuvo un efecto adverso a la causa de las trabajadoras. Al quedar anulada la Fundación el Gobernador de Cundinamarca insistió en que había que “volver” a 1978 y esto significó una nueva interpretación de la historia del San Juan que resultó perjudicial para los trabajadores, pues se le dio legitimidad a la idea de que el hospital era de “La Beneficencia”. Con este revés jurídico – viaje en el tiempo y alteración del pasado legal- “La Beneficencia”, en representación del Departamento de Cundinamarca, se proclama como legítima dueña del San Juan, argumento que había rechazado durante largo tiempo para evitar hacerse cargo del pasivo pensional de los trabajadores. Este argumento jurídico abrió la puerta para la “liquidación” del hospital en 2006. “Lo que nadie se explica”, afirma un abogado que trabajó en la causa en una entrevista para el diario El Tiempo (26 de Octubre de 2012), es “¿Por qué el exgobernador de Cundinamarca ordenó liquidar algo que no existía?”. 25 sostenerse económicamente y para “olvidar la realidad” como ella misma dice. Su consigna era y sigue siendo, “no perder la dignidad” y seguir, buscar solidaridad y luchar por el hospital. A partir de la salida de los médicos de la Universidad Nacional, ella y varias de sus compañeras, especialmente enfermeras, terapeutas y otras “profesionales del cuidado” comenzaron a organizarse para que el hospital siguiera funcionando. Fueron varias las estrategias adoptadas por ellas, en los primeros años, cuando habían todavía 1600 trabajadores, instauraron las “caravanas” (convoyes compuestos por dos ambulancias que hacían las veces de camión con las cuales recorrían las plazas de mercado en busca de donaciones para preparar los alimentos de pacientes y empleados); realizaban diariamente jornadas de aseo y mantenimiento de los edificios y recogían dinero en fondos de empleados y sindicatos para comprar gasolina y pagar los gastos de administración más apremiantes. Según Ligia con todas estas actividades lograban mantener el hospital y demostrarle a la Superintendencia de Salud que podían seguir operando a pesar del abandono del “Estado” y de la Universidad. Es más, cuando los representantes de la agencia de vigilancia sanitaria realizaban sus visitas terminaban asombrados y les preguntaban con frecuencia de “dónde sacaban la plata para atender a la gente”. La respuesta de Ligia y sus compañeras, que nunca quedó en las actas, siempre fue la misma: “pues de la voluntad de Dios, de su mano divina”. Entre tanto, varios de los médicos de planta comenzaron también a reunirse pero “con otro enfoque”: no buscaban salvar al hospital, afirma Ligia, sino salvarse ellos mismos escribiendo cartas en donde decían que a partir de la fecha no se responsabilizaban con lo que ocurriera con los pacientes. Pero ellas tampoco se quedaban quietas, escribían cientos de cartas (la mayoría conservadas en el archivo personal de Julia, su amiga y compañera de lucha), era el tiempo de la expectativa, creían que a la mañana siguiente las cosas iban a mejorar, esperaban que alguien las ayudara, que “saliera el genio de la botella y salvara el San Juan”. Pero el genio nunca llegó. Ligia cuenta como el doctor Patarroyo14, amigo personal de la reina de España, madrina oficial del Hospital San Juan de Dios, se enorgullecía de su instituto que contaba con equipos de última tecnología pero nunca colaboró con la causa, por el contrario, cuando cortaron los servicios públicos de los predios, los equipos de inmunología comenzaron a ser sustraídos del hospital sin que hoy se conozca su paradero. Ligia afirma que “las cosas del hospital”, desde el instrumental quirúrgico y las bandejas de plata 14 Director del Instituto de Inmunología que funcionaba en el San Juan. Se trata de uno de los científicos colombianos más reconocidos internacionalmente por haber inventado una vacuna sintética contra la malaria. Este médico es fruentemente mencionado en los relatos de las trabajadores quienes lo acusan de ser indiferente a la causa y de agredirlas verbalmente. 26 usadas antiguamente en los servicios, hasta las máquinas más sofisticadas subastadas por la liquidadora a través de internet, están hoy dispersas en hospitales y clínicas privadas. Cuando la Superintendencia de Salud impidió la remisión de pacientes, Ligia y sus compañeras decidieron seguir atendiendo. El 21 de noviembre de 2002 estrenaron una nueva estrategia que denominaron “Jornadas de Atención Médica” que consistió en prestar servicios de consulta externa el último domingo de cada mes de 7 de la mañana a 8 de la noche. Ligia recuerda que ella y las demás profesionales alistaban y limpiaban la planta física y todos los implementos, previendo las visitas de las entidades sanitarias. Como no tenían luz usaban una planta eléctrica que prendían desde el día anterior y alimentaban con el crudo donado “por los compañeros del sindicato de Ecopetrol”. Las jornadas también sirvieron para que algunos estudiantes volvieran “y sintieran lo que es atender un paciente”. Además de prestar sus servicios como profesionales de la salud este grupo de mujeres se esmeraba por mantener pulcro el hospital, aseaban todos los pisos del edificio principal y las instalaciones de urgencias. Según Ligia el objetivo de estas acciones era tener listo el hospital, tal como ocurre cuando un hijo se va de la casa y se le sigue arreglando el cuarto: “limpiábamos y queríamos al hospital como si fuera un paciente (porque no es cierto que una no se enganche con los pacientes) porque para nosotras nunca estuvo en coma; hasta que un día la liquidadora nos cambió las cerraduras y no nos dejó entrar más. Hay evidencia, fotos y registros que muestran que el hospital estuvo cuidado hasta 2006”. Siga, esta es su casa Ligia y Julia tomaron la decisión de averiguar lo que estaba pasando “verdaderamente” en el San Juan cuando, en el año 2000, visitaron el Centro Administrativo Distrital y encontraron una maqueta con la proyección de lo que sería la renovación urbana del centro de Bogotá. En esa visión de futuro el San Juan aparecía proyectado como un inmenso garaje para estacionar la flota de buses articulados del sistema de transporte masivo de la ciudad. Ante la indignación de ver convertido su hospital y parte de su vida en un estacionamiento decidieron tomar medidas, pero esta vez buscando apoyo político. Ligia cuenta que se dirigieron al Congreso de la República en busca de ayuda con el propósito de “proteger al hospital del Caterpillar [marca de máquinas usada para demoler edificios]”, pero que su consigna comenzó a tomar otros matices cuando consiguieron despertar el interés del algunos congresistas. Otras palabras fueron apareciendo y este grupo de trabajadoras, las profesionales, las fueron haciendo suyas. Fue así como apareció 27 la idea del “patrimonio” como una nueva estrategia de lucha 15. Para evitar la demolición, para impedir que el San Juan se transformara en ese paisaje desértico y plano que habían visto en miniatura, Ligia y sus compañeras emprendieron una nueva campaña para convertir el San Juan en patrimonio histórico de la Nación. Y ciertamente esa nueva herramienta discursiva parecía describir muy bien la situación de las trabajadoras pues como ellas mismas dicen patrimonio “es todo, tanto el estilo francés de los edificios, como los cuadros de Arce y Ceballos 16 y los saberes de las personas que allí trabajamos”. Fue así como consiguieron el apoyo de una senadora del partido liberal, procedimiento duramente criticado por el sindicato de trabajadores afín a los partidos de izquierda, que denominó “iniciativa burguesa” al intento por constituir una ley de patrimonio para salvar al San Juan. Al mismo tiempo y como complemento a este trabajo político, Ligia y sus compañeras decidieron realizar su propia investigación acerca de la historia y naturaleza del San Juan y para esto construyeron su propio archivo empezando a buscar y almacenar documentos coloniales, ordenanzas republicanas y todo tipo de papeles referentes a la administración y a los entes encargados de regir la institución. A veces cuando iban a los archivos no había dinero para las copias entonces anotaban y memorizaban todo lo que veían pues su escepticismo se iba haciendo cada vez mayor. En 2002, en medio de una ceremonia que Ligia califica como “pomposa” y con la presencia de personalidades, políticos y académicos de notada importancia, el Hospital San Juan de Dios fue declarado Patrimonio Cultural de la Nación Colombiana. Esto convertía a la institución en “un lugar interesante desde el punto de vista de la política cultural” y daba a las trabajadoras nuevas herramientas para defender su causa, pues los predios que componen el San Juan deben ser preservados para las futuras generaciones y no pueden, bajo ningún motivo, ser objeto de enajenación o intercambio comercial. Al mismo tiempo, y ante el eminente declive de la fachada de los edificios, las profesionales continuaban esmerándose por tener el hospital limpio y en orden, esperando a sus pacientes, luchando contra las marcas temporales que deterioraban la estructura y ayudaban a consolidar la imagen de un lugar en decadencia, anclado en el pasado. Estas labores de aseo y cuidado, fueron criticadas por otras trabajadoras quienes, según Ligia, las acusaban de ser “sirvientas” del establecimiento y de dar consistencia a la idea según la cual el San Juan “no es más que un museo”. Ligia opina lo contrario, afirma que en ese tiempo trabajaban para mantener la unión a través de la conservación de esas “cosas” que hacían al San Juan tan particular, como la farmacia, dotada con medicamentos de tercera generación y su 15 Sobre las relaciones entre el proceso de patrimonialización del Hospital como un proceso de “resistencia” puede consultarse el trabajo del politólogo Daniel Amézquita (2013). Sobre la militancia de las trabajadoras en los primeros años de la década de 2000 véase la investigación de Humberto Cárdenas (2004). 16 Pintor neogranadino representante del llamado “barroco latinoamericano”, vivió entre 1638 y 1711. 28 antecesora, la botica, que desde la época de la expedición botánica (principios del siglo XIX), había suplido a los médicos del San Juan de remedios basados en extractos de plantas y compuestos químicos; los muebles confeccionados en los talleres del hospital para pacientes con necesidades especiales; el Centro de Formación en Administración en Salud; la Seroteca Nacional y el uso de procedimientos clínicos como la “unidosis”, que garantizaba los medicamentos diarios para cada paciente. En 2002, sin enfermos, pero con la declaración de Patrimonio, Ligia y sus compañeras comenzaron a trabajar con mayor frecuencia en el ámbito de la “cultura”. Participaban en los Consejos de Cultura de la Alcaldía y allí conocieron varios personajes, entre ellos un gestor cultural, arquitecto de profesión, quien las convenció de crear un programa para que los ciudadanos pudieran conocer el legado del San Juan, aquello que Ligia denomina en términos técnicos “lo tangible y lo intangible” o en otras palabras, los saberes y las cosas que constituyen el patrimonio. Por este camino, este grupo de mujeres provenientes de profesiones relacionadas con la salud y el cuidado comenzarían a formarse como “guías turísticas” en un reconocido centro de educación técnica. El objetivo era poder “entender el valor de las cosas del hospital”, tanto de los 45 cuadros de Arce y Ceballos, de las esculturas, de los edificios y de todos los objetos que constituyen el patrimonio y que “cuentan la historia de la medicina en Colombia”. Terminado el curso las profesionales estaban listas para implementar un nuevo programa patrocinado por la Alcaldía Mayor de Bogotá que ellas mismas llamaron “Siga, esta es su casa”, que tenía como objetivo promover el San Juan como un sitio de interés histórico para los capitalinos. Cuando las personas llegaban, ellas se presentaban como trabajadoras del hospital identificándose con su nombre y su respectivo cargo. A continuación se les recalcaban a los visitantes que se encontraban en el “mejor hospital de Suramérica”, que en la actualidad estaba atravesando por una grave crisis, pero que continuaba vivo, que era solo cuestión de “ponerle las sábanas” a las camas para que comenzara a funcionar de nuevo. Luego adaptaban el recorrido según el tiempo y el tipo de personas, pues había gente interesada en asuntos más históricos, mientras que otras personas querían pasar por algún lugar que les traía un recuerdo especial. Casi siempre el recorrido pasaba por la Capilla, que era uno de los pocos lugares con luz, y allí, en ese recinto dedicado a la oración donde todavía se conservaban los ornamentos y hábitos de religiosos que pisaron el pequeño templo desde antes del Concilio Vaticano II (1962), las trabajadoras comenzaban a contar su historia, a comentarle al visitante su problema laboral y a recitar las injusticias que se habían cometido en su contra. Entre los años 2006 y 2009, luego de que comenzara el proceso de “liquidación” y les fuera negada la entrada a la mayoría de los espacios que comprendían el recorrido turístico, Ligia y sus compañeras cambiaron nuevamente de estrategia. Esta vez decidieron ir a las 29 universidades a contar la historia, especialmente a la Universidad Nacional, la antigua aliada. Las profesionales eran invitadas a distintas cátedras y allí les recalcaban a los estudiantes que el IMI, el San Juan y la Universidad eran una sola cosa, algo que no podía disolverse, pero que la Universidad había actuado como una mujer coqueta cambiando al San Juan por ciento sesenta y ocho maridos (referencia a los nuevos lugares de práctica), mientras que, “el señor antiguo, viejo, el mayor de todos los hospitales”, la seguía esperando, “con la casa lista, porque nunca la cambió por otra”. El valor de los objetos Oscar es uno de los estudiantes que acompaña desde hace varios meses a las trabajadoras del San Juan y especialmente al grupo de Clara y otras personas que habitan actualmente el hospital con sus familias. El apoyo de Oscar y varios de sus compañeros ha sido importante durante las últimas manifestaciones públicas caracterizadas por sacar a la calle diferentes objetos pertenecientes al hospital como una manera de innovar en la protesta y de llamar la atención de los transeúntes. El objetivo es, según comenta el estudiante, resignificar todos esos equipos que hoy están en desuso, que materialmente no tienen ningún valor, que pueden incluso ser considerados “chatarra”, pero cuyo significado radica en los servicios que le prestaron a la comunidad en los tiempos en que el San Juan de Dios y el Instituto Materno Infantil atendían pacientes. Durante la última manifestación realizada el primer semestre de 2013 se exhibió una camilla perteneciente al Pabellón San Lucas. Como esa camilla hay todavía mil doscientas. Los estudiantes la recuperaron un poco, no demasiado, porque es importante que los signos del deterioro sigan visibles, y la llevaron a la marcha para decirle a la gente que “¡Sí hay camas!” Que “¡No tenemos que ir a los otros hospitales a decir que nos presten lechos para los pacientes”. Ese día también llevaron a las calles una de las cunas del Materno, que contaba con más de novecientos cupos en sus épocas gloriosas. Estaba también la incubadora, que ahora es “solo la carcaza” porque después del proceso de privatización de ese hospital los equipos fueron desvalijados, les sacaron el motor y las piezas comercializables dejándoles solo el “cascarón”. Los pacientes que salen en las camillas fueron armados con material hallado en el propio hospital. Uno de ellos se construyó con fragmentos de piezas ortopédicas, tiene, además de su férula, sus respectivos líquidos intravenosos. Según Oscar todo esto lo han hecho “con las uñas”, pero también con la confianza de que la gente que pase o participe en las marchas diga: “oiga, si vale la pena rescatar al San Juan”, se trata de “moverle la cabeza a la gente”, de hacer que las personas entiendan que lo que ven es solo una muestra de los millones de cosas “que se están pudriendo”. 30 En cierta ocasión, ya en la época de la “liquidación” del San Juan, Clara y Oscar intentaron sacar una de las camillas y tuvieron problemas con el vigilante, porque según él, dicho objeto estaba inventariado. Ante esto Clara, funcionaria del área de servicios generales del Hospital San Juan de Dios desde 1986 y cabeza visible de los trabajadores que habitan dicho centro hospitalario desde 1999, respondió de manera categórica: “como usted sabe eso no es así porque los lugares donde viven los trabajadores no están inventariados, por una cuestión de respeto y también para que no se roben las cosas”. El vigilante se negó nuevamente alegando que cumplía órdenes de la “liquidadora”. Clara y Oscar insistieron diciéndole el hombre que su labor era velar para que las cosas no se perdieran, que el propósito de las trabajadoras no era llevarse nada sino hacer una denuncia y que después de la marcha le devolverían la camilla intacta, junto con “el último gramo de mugre”. Esta escena no era poco frecuente, de hecho, las bitácoras de celaduría, usadas para justificar posteriores acusaciones hechas por la “liquidadora” y sus abogados en contra de las trabajadoras, registraban detalladamente todos los “movimientos inusuales” de estas mujeres, sus compañeros de causa y acompañantes frecuentes, muchos de los cuales portaban “sospechosas” mochilas y cabelleras largas. Clara tiene una interpretación diferente a la de Gladys respecto al problema laboral y al estatus del hospital. Para ella la lucha consiste en arrebatarle el hospital al “Estado” o, como ella misma dice, al “gobierno de turno”, es decir, no tiene sentido pelear porque el San Juan sea público, puesto que la situación actual es precisamente consecuencia de la intervención de representantes directos e indirectos del “Estado” como el antiguo Gobernador de Cundinamarca y la propia “liquidadora”. Desde este punto de vista, no importa si el hospital es declarado privado porque a la larga lo fundamental es que continúe prestándole sus servicios al pueblo. No es un debate ideológico, ni político, afirma Clara, se trata de un hospital que debe seguir funcionando, de una entidad que está para salvar vidas y la vida no es ni privada ni pública, “es vida y punto”. De ahí el rechazo de Clara y varios de sus compañeros quienes, valga decirlo, se niegan a ser identificados como miembros de “la base”, de aceptar propuestas como la de la Secretaría de Salud del Distrito, entidad que, según Clara, quiere usar las instalaciones del hospital sin comprometerse con la cancelación de la deuda de los trabajadores, ya que “no va a pagar nada más allá de lo que obliga la SU”17. Aquí cobra sentido la idea de trabajar con los objetos vetustos del San Juan, pues se trata apenas del primer paso de un plan más ambicioso consistente en hacer que el pueblo, no el “Estado”, se apropie del hospital. Por eso se reúnen todos los viernes en un encuentro abierto al público, para exhibir los objetos, 17 Referencia a la Sentencia de Unificación 484 de 2008 emitida por la Corte Constitucional. Para un análisis de las consecuencias del fallo véase el Análisis Documental que presentamos en el Anexo 1. 31 algunos de los cuales han sido recuperados, como por ejemplo una cabina que llamaron “Fénix” y que poco a poco han ido convirtiendo en un “consultorio”, representando así el primero de varios espacios que constituyen el proyecto de reactivación hecho por el pueblo del primer piso del hospital. En esta nueva inflexión de la causa, el papel de las instituciones de la administración pública sería doble, por un lado “reactivar” el San Juan, devolviéndole lo que siempre ha sido suyo, o sea, los bienes que le fueron arrebatados y que le permitirían convertirse en un ente autosustentable y por otro, cumplir con la responsabilidad de solucionar el conflicto laboral. Este énfasis es central para este colectivo de trabajadoras y estudiantes, quienes sostienen que la lucha del hospital y la lucha de los empleados está relacionada pero no es la misma cosa. Por esta razón Clara corrige pacientemente a todos los colaboradores que, aunque con buenas intenciones, insisten en que el trabajo con los objetos equivale a construir un “museo de la memoria” del San Juan. “Voy aclararte una cosa con todo respeto”, le dijo la trabajadora a un investigador que le preguntó si esta colección de objetos era un museo, “no es museo, es una exposición para darle a conocer a la opinión pública que aquí hay cosas valiosas. Que unas se las han robado y que otras las tenemos por sentido de pertenencia para que las conozcan”. Así que las camillas, incubadoras, sillas de ruedas, instrumental quirúrgico y materiales ortopédicos en desuso, son “las boronas que nos ha dejado el gobierno nacional, lo que no se ha podido desmantelar”. Cada vez que algún incauto le hace la misma pregunta, Clara reitera que esos objetos son exhibidos para que el pueblo se acerque y entienda que el valor de esas cosas está en su relación con “la vida”, porque muchas personas creen “que lo que vale es el San Juan”, pero en verdad lo más importante es “la vida de cada paciente que no se ha podido salvar” y “de cada persona que ha muerto y enfermado en esta lucha”. Para este grupo de trabajadoras y sus aliados los objetos representan el costo de la causa, por tanto, ni tienen precio, ni están anclados en el pasado, por el contrario, son totalmente vigentes: si no fueran lo que son, si no estuvieran como están, no adquirirían sentido en su universo simbólico. El tema de los objetos adquiere así un lugar espacial en la construcción de la causa que venimos describiendo: al decir que unas camillas abandonadas por la decidía del “Estado” y roídas por el paso del tiempo no pueden hacer parte de un inventario, al declarar invaluables ciertos objetos que a los ojos de un observador externo parecen simple “chatarra”, al oponer a una lectura museológica una dimensión performativa de esos materiales, Clara y sus amigos nos están hablando de una manera particular de producción de valor que parece responder más a un entrelazamiento entre economía y moral que a una valuación mercantil y objetiva de las cosas. 32 La disputa por la placa Es cruel y paradójica la situación vivida por las trabajadoras y trabajadores del San Juan. Hay varias personas enfermas, algunas con dolencias crónicas; además la gran mayoría hoy tiene que recurrir a los dilatados y precarios servicios del régimen subsidiado de salud por no tener medios para pagarse otro tipo de seguro médico. Clara cuenta que cuando el hospital funcionaba normalmente ella conseguía llevar una “vida digna”, contaba con recursos económicos para sobrevivir, aunque aclara que los salarios no eran buenos, que en lo que respecta a la gente de servicios generales nunca tuvieron las excesivas prebendas que en teoría ocasionaron la ruina del hospital. Hay un cierto sinsabor en la manera en que Clara se refiere a los años en que el San Juan marchaba a todo vapor, pues aunque su trabajo era estable, era el “más humillante y desagradecido de todos”: salía agotada, “agachada del dolor” después de haber estado el día entero aseando pasillos, cuartos, consultorios y quirófanos. Como consecuencia de ese tipo de actividad, Clara asegura que hoy sus brazos ya no le sirven y que ha ido perdiendo visión por la acción acumulativa de los químicos que usaba para realizar las labores de limpieza. En sus alocuciones es normal que Clara lance preguntas del tipo: ¿Qué karma estamos pagando? O ¿Por qué en Colombia aquellos que luchamos por la vida, somos destinados a morir lentamente? Clara también asegura haber sido víctima de amenazas y que incluso uno de sus seres queridos fue asesinado con el objetivo de hacerla desistir; que el grupo de trabajadoras y trabajadores se ha ido desarticulando con el tiempo merced a la enfermedad, la muerte de algunos compañeros y la necesidad de alimentar a sus familias. Esta situación se habría intensificado en el año 2006, cuando se dio inicio al proceso de “liquidación” del San Juan. Para Clara fue precisamente, ese descuido provocado, ese momento de debilidad, de fragmentación de la lucha, lo que permitió el “saqueo”, el robo sistemático de las cosas del hospital. Pero Clara no se rinde, aunque algunos digan que están exhaustos, ella dice no haberse “agotado”, por el contrario, afirma que cada día amanece más convencida de que “al ladrón no se le puede dejar suelto”, porque quien permite que saqueen su casa “se hace partícipe del robo”. Clara, no se queda callada, no se deja amedrentar, sabe que su causa no será resuelta por las cortes colombianas, por eso ha interpuesto varias demandas ante entidades internacionales, por eso dedica gran parte de su tiempo a hacer alboroto para intentar despertar al noventa por ciento de los trabajadores, que según ella, se encuentran “anestesiados” esperando una limosna del “gobierno de turno”, por eso se dedica periódicamente a actualizar una especie de “periódico mural” con el que cualquier visitante del San Juan se topa inevitablemente. Este “periódico” tiene que ser renovado 33 constantemente pues los carteles que lo componen son arrancados reiteradamente por gente que, según Clara, está interesada en que el “Estado” (esta vez bajo el ropaje de “El Distrito”) se quede con el hospital. Clara es enfática en criticar a cualquier persona que intente hacer tratos con las entidades del gobierno, incluyendo a otras empleadas del hospital, pues desde su punto de vista las instituciones públicas solo han hecho presencia para desalojar y amenazar a las trabajadoras, para librarse por fin de ellas y “asegurarse un negocio lucrativo”. Además de este “enemigo” están los conflictos internos, muchos de los cuales se remontan a los años en que el hospital atendía pacientes. Clara acusa a algunas trabajadoras de haber usado la tragedia para hacer dinero, manipulando los recursos obtenidos gracias a la solidaridad de otros sindicatos y vendiendo los derechos adquiridos en las convenciones colectivas; otras de sus compañeras habrían accedido a participar en proyectos culturales con el único fin de ganar reconocimiento personal (aunque en este punto aclara que lo único que ha salvado al hospital es la acción política de algunas trabajadora para declararlo patrimonio de la nación) y habrían celebrado alianzas con políticos que usaron la causa como plataforma electoral. En una conmemoración reciente el conflicto entre las trabajadoras se hizo evidente. La Localidad Antonio Nariño (circunscripción político administrativa de la que depende el HSJD) realizó un evento en las instalaciones del hospital con el fin de hacerle un homenaje a las trabajadoras por todos sus años de lucha. Se trataba de una pequeña placa dirigida “a las mujeres del San Juan”. La ceremonia contó con la presencia del Alcalde Mayor y el Secretario de Salud, quienes, a la sazón, se preparaban para anunciar ante la opinión pública y los medios de comunicación la futura apertura del Centro de Salud y Desarrollo Comunitario. En el instante de la entrega de la placa (es decir en el momento de la foto) una de las trabajadoras que vive en el San Juan le rapó el objeto al Alcalde Mayor diciéndole que el reconocimiento debería ser para ellas y su grupo de compañeras. Para calmar los ánimos uno de los funcionarios encargados del protocolo le explicó que la placa era para “todas las mujeres”, que no decía nada sobre “profesionales”, “bonitas”, o “feas”. Entonces la mujer comenzó a vociferar reclamando que el evento tenía un carácter político y excluyente. El Alcalde pidió de vuelta la placa, pero ella continúo indignada sugiriendo que las “profesionales” no representaban a quienes verdaderamente habían sufrido durante más de una década de lucha. En respuesta a esta acusación una de las enfermeras le dijo al Alcalde: “nosotras no vamos a aceptar esa placa”. El Alcalde insistía en que no había problema, que todas podían salir en la foto, pero la trabajadora que inició la protesta volvió a quejarse. Entonces la enfermera le arrebató el objeto en disputa y le dijo al 34 Alcalde: “mejor le devolvemos su placa, eso ellas la quieren tener y nosotras también [sic], por favor guárdenosla en la Alcaldía”. El San Juan es un sujeto de derechos Nuevos conflictos aparecieron con la llegada de la contratista de la Gobernación de Cundinamarca para liquidar la “Fundación San Juan de Dios”, proceso que, según el tiempo del “Estado” comenzó en 2006 y terminó en mayo de 2013 18: hizo sellar la mayor parte de los edificios del hospital; entorpeció las jornadas de atención médica; subastó una gran cantidad de equipos clínicos y de infraestructura; denunció a las trabajadoras ante las autoridades de policía por haber “invadido” el hospital y usado los edificios como vivienda, en detrimento del patrimonio histórico y cultural de la Nación y de la salud de sus familias y mandó fumigar la huerta comunitaria con glifosato, alegando que “los invasores” constituían un “reducto guerrillero” y mantenían “cultivos ilícitos” en las zonas verdes de la institución. Nuevas acciones han ideado las trabajadoras para seguir oponiéndose a varios agentes del “Estado” que insisten en despojarlas de su forma de autorreconocimiento y en demostrar que ellas no son parte del San Juan: Gladys, Clara y los compañeros que habitan el hospital continúan ocupando sus puestos de trabajo; reclutando estudiantes e investigadores para la causa; recorriendo, con quien quiera acompañarlas, los edificios ubicados en diferentes puntos del centro de Bogotá que le pertenecen históricamente al San Juan; tomándose la Carrera Décima sacando a la calle camillas con trabajadoras disfrazadas de los “males” que carcomen la salud pública en Colombia; marchando con batas blancas, antorchas y haciendo consulta en la calle; cocinando sancochos en ollas comunitarias; contándole su vida a antropólogos y comunicadores para construir piezas investigativas que cuenten su historia, que le den verisimilitud a su verdad y a su lucha, que fortalezcan y divulguen la teoría de los tres hospitales y su nueva tesis según la cual “el San Juan es un sujeto de derechos”. Mientras tanto Ligia y sus colegas decidieron insistir en su proyecto de visitas turísticas, pero esta vez “a escondidas y desde afuera”, su nueva estrategia es mostrarle a la gente el hospital a través de las rejas; siguen haciendo sus “rondas” por los pabellones a pesar de las láminas con que sellaron la entrada a los servicios; denuncian ante la Fiscalía y otros organismos del poder judicial el saqueo ejecutado por la liquidadora 19; continúan firmando, día tras día, la lista de asistencia a sus respectivos turnos; piden sus vacaciones, incapacidades, 18 Para una discusión detallada de la situación jurídica actual del HSJD véase el Análisis Documental (Anexo 1) expuesto en la Tercera Parte del presente informe. 19 En 2012 se acumularon pruebas sobre el saqueo hecho por la liquidadora Ana Karenina Gauna y se hicieron llegar a la Procuraduría General de la Nación. No obstante, tal ente no procedió alegando falta de competencia para investigar a la liquidadora, puesto que no es funcionario pública. 35 días compensatorios e indemnizaciones como cualquier trabajador y reclaman para el hospital el legado de José Joaquín Vargas20. Gladys, Ligia y Clara, y en un sentido más amplio los actores sociales que le otorgan sentido a esa trama relacional que llaman el “San Juan” nos señalan caminos para entender la construcción de dimensiones morales forjadas a partir de un conflicto por el reconocimiento de derechos. Se trata de un conflicto vivo, creador de mundos sociales que solo puede entenderse a partir de un análisis procesual y simbólico de esas verdades en disputa denominadas derechos, de la descripción de los procedimientos mediante los cuales los actores buscan fijar cierto tipo de significados a partir de una causa común, en este caso, la condición de “trabajadoras del San Juan” negada por la racionalidad jurídica y la imposición violenta del tiempo del “Estado”. Las historias de Gladys, Ligia y Clara presentadas aquí, muestran que las colectividades son profundamente heterogéneas (y en ese sentido términos como identidad o comunidad no ayudan a entender la complejidad de sus asociaciones), que sus conexiones son siempre contingentes y parciales, tan frágiles que pueden romperse en cualquier momento, pero a la vez tan fuertes que pueden resistir el paso del tiempo gracias un costo enorme de energía, a un constante trabajo relacional para reivindicar una condición existencial, para reclamar su estatuto de trabajadoras. De ahí el valor de su trabajo, que va más allá de una definición estrictamente jurídica, su agencia está precisamente en contradecir, día tras día, la tesis del abogado de la liquidadora según la cual ellas: “no trabajan porque no ejercen funciones”21. La fabricación del universo social en el cual las ideas y las prácticas de las trabajadoras cobran sentido es también la fabricación del San Juan como persona moral. El hospital es más que un conjunto arquitectónico, es un idioma activado por los actores sociales para afirmar su humanidad, un vehículo para la elaboración simbólica de una causa y un medio para entender la construcción de colectividades a partir de gramáticas emocionales (Jimeno, 2010), la articulación de experiencias subjetivas y reivindicaciones políticas (Fernández, 2011) o, en otras palabras, el paso de la existencia serial a la existencia colectiva (Bourdieu, 1984). El San Juan es también una entidad dinámica antropomorfizada construida por medio de analogías orgánicas, escatológicas y 20 Millonario benefactor del San Juan quien agradecido por haber sido salvado de una puñalada en el pecho le heredó al Hospital los terrenos correspondientes a la Hacienda El Salitre. Estos terrenos, sobre los cuales fueron edificados el Centro Administrativo Nacional, la Embajada de Estados Unidos, la Fiscalía General, el barrio Ciudad Salitre, la sede de la Gobernación y una parte de la Universidad Nacional, fueron divididos y negociados por la Gobernación de Cundinamarca como si fueran suyos. Parte del dinero se usó para “sanear” las finanzas del hospital y conformar “La Fundación” en la década de 1970, el resto se puso en un Fideicomiso y nunca fue invertido en el hospital (El Tiempo, 26 de octubre de 2012). 21 Véase la referencia completa en al Análisis Documental (Anexo 1) presentado en la tercera parte de este informe. 36 emocionales (muere de pie, cae en coma, contamina, se levanta, abre los brazos, espera, es traicionado), es decir, con cuerpo y género, que construye su propia espacialidad en la circulación de personas y artefactos diversos (legados, testamentos, escrituras públicas, cédulas reales, instrumental quirúrgico, consultorios callejeros, predios robados por abogados deshonestos, terrenos usurpados por agentes de la administración pública) que producen demarcaciones y circunscripciones morales del espacio. Los documentos son la sangre que fluye a través de la persona moral producida por la agencia de las trabajadoras del San Juan. No es posible entender esta causa sin prestar atención a la circulación de papeles y a la manera por medio de la cual éstos son usados para interpelar a esa abstracción mistificada (Foucault, 2007) que llamamos “Estado”. Los documentos pueden ser descritos como superficies (Feldman, 1991), sitios, estadios, moldes, sobre los cuales la historia es construida como objeto cultural, o en otras palabras, artefactos sobre los cuales es posible rastrear los efectos teleológicos y de pretendida continuidad producidos por el tiempo del “Estado”. En ese sentido, Gladys y Ligia son historiadoras nativas que describen la vida social del San Juan construyendo sus propias narrativas y temporalidades, organizando elementos heterogéneos, formulando tramas coherentes a partir de colecciones fragmentadas de papeles (Ortega, 2008; Ferreira, 2011) firmados y sellados por representantes del “Estado”. No hay que olvidar que estas prácticas están sometidas a la verificación del saber experto y son constituyentes de los procesos de formación de “Estado” (Texeira & Souza Lima, 2010), única unidad moral representativa obligada a purificar, responder y ajustar cuentas con el pasado (Borneman, 1997). Teóricamente podría plantearse que el hospital comparte varias de las propiedades que una sugestiva literatura antropológica le asigna a las “casas”, es decir, el estatuto de persona moral (Lévi-Strauss, 1991; Marcelin, 1999; Carsten & Hugh Jones, 1995). No obstante, Gladys, Ligia y sus compañeras, realizan un intenso trabajo relacional (Zelizer, 2009) para demostrar que el hospital no es una “casa”. Para esto construyen límites entre lo privado y lo público, entre el mundo laboral y el doméstico, combinan teorías clasificatorias nativas y expertas sobre el “Estado”, el cuidado, el derecho civil y las relaciones de intercambio y participan en el delineamiento de nuevos límites como la revisión de sentencias y decretos, la proclamación de leyes y la construcción de teorías, la más reciente, aquella que define al San Juan como sujeto de derechos. De manera general, decir que las trabajadoras han sido expulsadas de la esfera de producción de valor, sería darle la razón a la “liquidadora” y reconocer que ya no son más aquello que dicen ser. 37 Referencias Bibliografía Abadía-Barreto, César et. al. “Algunas Violencias del Capitalismo en Colombia: Dispositivos de tortura y autodestrucción”. Maguaré, n. 25, 2011. p. 203-240. Abadía-Barreto, César et. al. "Perspectivas inter-situadas al Capitalismo en Salud: desde Colombia y sobre Colombia" In: Palimsestus, n. 6. 2008. p.177-192. 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