El San Juan Muere de Pie: la vida social de un hospital y la

Anuncio
El San Juan Muere de Pie:
la vida social de un hospital y la construcción de
una causa
Informe de Investigación
Facultad de Medicina – Universidad Nacional de Colombia
Proyecto de Atención Primaria en Salud Basada en la Comunidad –
Hospital San Juan de Dios
Equipo de Investigación:
Universidad Nacional de Colombia
Andrés Góngora
Susana Fergusson
Ramiro Borja
Hospital San Juan de Dios
Margarita Castro
Edelmira Arias
Bogotá D.C. Octubre de 2013
Agradecimientos
Este trabajo no hubiera sido posible sin el esfuerzo del equipo de apoyo comunitario
conformado por: Blanca Flor Rivera, Jhon Jairo Pinzón, Jaidive Camelo y Oscar Heredia; los
integrantes del Colectivo Techotiva, los estudiantes del grupo Práxis y del grupo
Conciencia Crítica de la Universidad Nacional de Colombia y el grupo de trabajadoras y
trabajadores del Hospital San Juan de Dios y el Instituto Materno Infantil.
Gracias también al Dr. Raúl Sastre, al Dr Javier Eslava y especialmente al Dr. Carlos
Sarmiento, quienes posibilitaron el desarrollo y la financiación de la investigación.
Agradecemos también al Dr. César Abadía y a la Dra. Adriana Vianna por sus comentarios
y críticas. También queremos reconocer el aporte de las directivas, profesores y del
personal administrativo del Departamento de Salud Pública de la Facultad de Medicina de
la Universidad Nacional de Colombia.
Agradecemos finalmente, el apoyo técnico y financiero de la Red de Apoyo Social de
Antioquia RASA.
2
El San Juan Muere de Pie:
la vida social de un hospital y la construcción de una causa
Contenido
Introducción: Sobre lo incómodo del trabajo comunitario
4
Parte I: Trabajando en la Causa
Artefactos y Agencia
10
14
Parte II: Produciendo Valor
Intento de homicidio
La filosofía de la práctica
Cuidando y queriendo al San Juan
Siga, esta es su casa
El valor de los objetos
La disputa por la placa
El San Juan es un sujeto de derechos
18
20
22
25
27
30
33
35
Referencias
38
3
Introducción:
Sobre lo incómodo del trabajo comunitario
En febrero del presente año la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de
Colombia conformó un equipo interdisciplinario especializado en trabajo comunitario1 con
el fin de “desarrollar un dispositivo para la inclusión social y la reducción de la
vulnerabilidad en el Centro de Salud y Desarrollo Humano del Hospital San Juan de Dios a
través de un proceso de investigación en la acción”. La propuesta cobraba sentido en el
marco del actual Plan de Desarrollo de Bogotá (2012-2016) que plantea la necesidad de
transformar el modelo de atención en salud de la capital en un sistema enfocado en la
Atención Primaria en Salud (APS), la prevención de las enfermedades, la promoción de la
salud y la inclusión social, considerando a esta última como determinante para el
desarrollo de las poblaciones más vulnerables. Para cumplir su propósito la
administración distrital decidió crear los Centros de Salud y Desarrollo Humano (CSDH)
en comunidades locales (o microterritorios), uno de los cuales estaría ubicado en el
antiguo Centro de Salud del Hospital San Juan de Dios y entraría en funcionamiento con el
apoyo técnico de la Universidad Nacional de Colombia.
En Colombia la APS está reglamentada por la Ley 1432 de 2011 que la define como la
integración e interdependencia de tres componentes: a) los servicios de salud, b) la acción
intersectorial/transectorial por la salud y c) la participación social, comunitaria y
ciudadana. En concordancia con esta reglamentación la Secretaria Distrital de Salud de
Bogotá diseñó su programa “¡Salud Humana Ya!” cuyo objetivo es garantizar la dimensión
prestacional del derecho a la salud, por medio de respuestas institucionales y sociales que
conserven la “perspectiva humanista”, fortalecida en la promoción y prevención, la APS
Integral Personal, Familiar y Comunitaria y la afectación real de los determinantes sociales
de la salud mediante la articulación transectorial (Alcaldía Mayor de Bogotá, 2012). El
modelo de APS propuesto por la administración distrital enfoca sus acciones en el
denominado “primer nivel de complejidad”. Este nivel, también conocido como
“comunitario”, es concebido como la puerta de entrada a los servicios de salud. La
distribución de sus acciones esta determinada por una categoría político-administrativa
denominada “microterritorio” que delimita la adscripción poblacional y espacial de
recursos. De esta manera fueron trazados “microterritorios” equivalentes a tres mil
1
El equipo estuvo liderado por Susana Fergusson y Jhon Jairo Pinzón, educadora comunitaria y comunicador social
respectivamente, quienes desarrollaron por primera vez en Colombia un dispositivo para la reducción de daños y
riesgos asociados al consumo de sustancias psicoactivas y a la infección por VIH-Sida en contextos de alta
vulnerabilidad. Este dispositivo, denominado Community Based Treatment (CBT) y su plataforma teórico
metodológica, el Modelo Eco2, auspiciados por Cáritas Alemana y UNESCO, han sido implementados en varias
comunidades locales de América Latina y el Caribe y hoy hacen parte integral de la Política Nacional para la
Reducción del Consumo de Sustancias Psicoactivas y su Impacto (Góngora & Fergusson, 2012; Góngora, 2012).
4
doscientos ciudadanos (ochocientas familias aproximadamente), en los cuales confluyen
“todos los ámbitos de vida cotidiana”. La suma de doce “microterritorios” constituye a su
vez un “territorio” que contará con un Centro de Salud y Desarrollo Humano (SCDH),
definido como un “centro de operaciones de los equipos territoriales y transectoriales en
sus diferentes acciones intra y extramurales”.
Bajo esta concepción, la APS es presentada como un modelo de salud pública que combina
conocimientos científicos (básicamente racionalidades y tecnologías del área biomédica),
de gestión (prestación de servicios de salud y acción conjunta entre diferentes estamentos
de la administración pública que involucra campos diferentes a la salud como
planeamiento urbano, educación, protección e integración social) y el despliegue de
tácticas de tipo político (la participación de las comunidades o grupos locales por medio
de mecanismos democráticos para la exigencia de derechos). El montaje y sincronía de
estos componentes heterogéneos (ciencias biomédicas, teorías y prácticas administrativas
y procesos de legitimación popular) agenciados por actores concretos, constituye el
corazón de las políticas gubernamentales contemporáneas (Rose & Miller, 2012; Larvei,
1998; Texeira & Suza Lima, 2010), las cuales responden a una configuración social en la
cual el “Estado” interviene menos, las poblaciones se auto-organizan (demandando, pero a
la vez gestionando los recursos necesarios para su bienestar) y participan activamente en
las decisiones que las afectan. En suma, hoy no sería posible ejecutar una política pública
de salud sin la participación ciudadana o, en un lenguaje más sociológico, sin la anuencia
de los dominados. Esto no es nada nuevo, ni necesariamente perverso, Max Weber (1964)
dijo hace más de cien años que “burocracia es dominación”, el asunto es que la forma en
que se gobiernan las poblaciones ha cambiado y es compleja, pues más allá de la
implantación transparente de tácticas híbridas medibles en indicadores numéricos (como
la APS, que incorpora al mismo tiempo ciencia, administración y política) lo que salta a la
vista es un campo de tensiones entre especialistas de diversas disciplinas (para este caso
de la administración, el derecho y la medicina) agentes de la administración pública y
actores locales diversos que resisten a ser encapsulados en convenciones geopolíticas
(como comunidad o micro-territorio) y se niegan continuamente a ser convertidos en los
blancos homogéneos y necesariamente participativos de las políticas públicas. Esto para
indicar que las “comunidades” son todo menos inertes, pero que la manera en que
“participan” en la vida política y exigen sus derechos no coincide necesariamente con la
gramática y objetivos de la administración pública y de otros agentes gubernamentales,
por el contrario, pareciera que en algunas situaciones, la “participación, social,
comunitaria y ciudadana” se torna incómoda.
5
La idea de trabajar “con la comunidad” para que exija sus derechos (como indican las
modernas tecnologías de gestión poblacional) parece estar basada en una concepción de
“carencia” que permanece velada por conceptos como “gobernanza” y “democracia
participativa”, es decir, aunque se promulgue que los actores locales son creativos y tienen
potencialidades, al final lo que se espera de ellos es que se “empoderen” y produzcan sus
propias reivindicaciones en los términos previstos por el idioma de los derechos humanos
y la administración racional de poblaciones. En suma, exigir aquello que el “Estado” ofrece,
más que reclamar aquello que el “Estado” no ofrece. Por tanto, siempre hay algo que las
“comunidades” “no saben” o “no tienen” y que los especialistas y técnicos que ejecutan las
políticas gubernamentales (en este caso de salud pública) vienen a enseñarles o a
proporcionarles. Esto no es necesariamente falso, la gente quiere más y mejores servicios
de salud; el asunto es que la relación que se da con las “comunidades” parece ser
generalmente asimétrica, pues las llamadas poblaciones target lo único que tendrían que
aportar sería su “participación”, o sea, su presencia reconocida y verificable como
beneficiarias que exigen o, en otras palabras, como “sujetos que piden”. Esta noción de
“carencia” (necesidad de un servicio, de un bien, de una integración, de un conocimiento)
colapsa cuando los actores sociales “exigen”, pero en sus propios términos, que
frecuentemente exceden el lenguaje domesticado de lo políticamente correcto y
cuestionan el orden político vigente. Piénsese por ejemplo, y para volver al terreno
empírico, en el caso del Centro de Salud y Desarrollo Humano (SCDH) que el gobierno
distrital busca implementar en el Hospital San Juan de Dios. Durante el segundo semestre
de 2012, el equipo responsable de esta investigación comenzó a trabajar en los barrios
aledaños al Hospital como un primer paso para la puesta en marcha del mentado CSDH. En
ese momento se dio inicio a una labor de investigación en la acción que comenzó por la
construcción de vínculos con actores locales. Esto implicó necesariamente construir un
clima relacional con los y las trabajadoras del Hospital San Juan de Dios, a quienes, como
es de conocimiento público, les han sido vulnerados sus derechos fundamentales, les
fueron suspendidos sus salarios injustamente y, en general, han sido sometidos a toda
clase de atropellos por parte de distintos agentes de la administración pública encargados
de solucionar su problema laboral, entendido como la causa principal de su sufrimiento y
del cese de operaciones que hoy mantiene en un proceso de progresivo deterioro al
primer y más importante hospital público de Colombia. Pese a las dificultades, los y las
trabajadoras han desarrollado un proceso de resistencia activa por más de trece años,
durante los cuales han sostenido que el San Juan de Dios es un hospital público y que el
Estado colombiano, su legítimo empleador, los ha abandonado, traicionado y maltratado,
6
mientras ellos continúan cuidando de ese invaluable patrimonio que encarna la historia
del país, la medicina y la salud pública. Para estas mujeres y hombres, varios de los cuales
decidieron quedarse permanentemente en el Hospital hasta obtener una respuesta a sus
demandas (respeto de la Convención Colectiva, pago de todos los salarios atrasados desde
1999, indemnizaciones por daños y perjuicios sufridos durante el proceso, entre otras), el
“Estado” no es ese socio amigable con el cual las comunidades trabajan
mancomunadamente en el desarrollo de políticas públicas, por el contrario, es el
responsable de su desgracia y al mismo tiempo, la única entidad con la autoridad moral
para restablecer los agravios padecidos. De manera análoga al concepto teológico de
teodicea, conjunto de explicaciones para entender el origen del mal en un mundo
divinamente ordenado (Weber, 1993), los empleados del San Juan construyen su propia
“teodicea secular” (Hertzfel, 1993; Das, 2008) para intentar entender la perversidad de las
instituciones de la administración pública que les han conculcado sus derechos y al tiempo,
cultivar la esperanza de que algún ente impartidor de justicia, nacional o internacional, les
reconozca, en representación de la verdadera democracia, su estatuto como trabajadores y
trabajadoras. Ahora bien esta teodicea secular, este amor y odio por todo lo que
representa esa abstracción mistificada denominada “Estado” (Foucault, 2007), se ve
reflejada en las prácticas cotidianas de lucha y en la manera en que esta “comunidad”
define el trabajo, la salud, lo público, el cuidado y el propio hospital, que como se verá a lo
largo de estas páginas, es conceptualizado como una persona moral.
Hay pues un límite trazado cotidianamente entre las exigencias que pueden y deben ser
dichas y las reclamaciones consideradas demasiado polémicas, fuera de lugar (situación
recurrente en las contiendas por derechos) o incluso subversivas y en ese sentido,
enemigas del “Estado”. No se trata aquí, como lo han notado varios autores, de fronteras
definidas (Das & Poole, 2004; Jeganathan, 2004), sino, por el contrario, de
circunscripciones porosas que definen los límites pantanosos del “Estado”. Cuando los
discursos y prácticas de los actores sociales que deben participar, no sólo reclaman sino
que exceden y cuestionan la legitimidad del orden político, esa participación resulta
incómoda: ¿Cómo tratar con un líderes comunitarios relacionados cotidianamente con las
sustancias prohibidas denominadas “drogas”? ¿Cómo proceder ante una mujer que
reivindica abiertamente haberse practicado abortos? ¿Cómo lidiar con las acciones de
hecho de campesinos e indígenas cuyas reclamaciones han sido reiteradamente
ignoradas? ¿Cómo tratar a un adolescente infractor? ¿Cómo invitar a participar en un
proyecto de APS a un grupo de trabajadores que han sido tildadas de terroristas e
inmorales por profesionales que actúan en nombre del “Estado”? Y en un sentido inverso
7
¿Cómo exigir participación a una comunidad que ha sido violentada por agentes de la ley?
¿Cómo intervenir en representación de una universidad pública que es vista por los
beneficiarios de un proyecto como su más querida aliada pero también como un ente
pérfido e infiel? Es aquí donde los agentes encargados de ejecutar políticas públicas
encuentran dificultades, puesto que no está previsto trabajar con “comunidades rebeldes”.
En este sentido el caso de la creación del Centro de Salud y Desarrollo Humano del
Hospital San Juan de Dios invita a reflexionar sobre los conflictos inherentes (y con
frecuencia desconocidos por una concepción entre funcionalista e idílica del concepto de
participación social) al trabajo comunitario. Al tomar el conflicto en su doble acepción de
potencia y fuerza destructora, resultó inevitable reformular la manera de abordar el
proceso de investigación descrito en estas páginas. Radicalizando el concepto de
participación, y planteando que las instituciones de la administración pública que intentan
implementar una política gubernamental (en este caso de salud) deben contar con la
perspectiva, igualmente valiosa, de las “comunidades beneficiarias”; se hizo indispensable
situar el punto de vista de las personas que conforman esa colectividad aparentemente
uniforme, y describir etnográficamente lo que sería para ellas la “exigibilidad” del derecho
a la salud2. De modo que, más que documentar la consolidación de un dispositivo de
Atención Primaria en Salud, tuvimos que ofrecer algún tipo de respuesta a las inquietudes
de nuestras interlocutoras (principalmente mujeres pues como se verá más adelante el
género es determinante en este universo social) que estaban más interesadas en la
documentación de su causa que en otro tipo de diagnóstico. En otras palabras, para las
personas de esta “comunidad” era más importante hablar del derecho al trabajo que del
derecho a la salud; porque, según ellas, es el primero el que provee los medios para vivir
dignamente, pero también, porque es a través del idioma del trabajo que la salud, el
cuidado y la vida, sus luchas y sus muertos, adquieren significado. Por estas razones este
documento se presenta como una etnografía colaborativa (Abadía-Barreto et al. 2008;
Góngora & Abadía-Barreto, 2013), elaborada por investigadores de la Universidad
Nacional de Colombia y trabajadoras del Hospital San Juan de Dios.
El objetivo de esta investigación es describir etnográficamente la lucha de las trabajadoras
del HSJD por seguir siendo trabajadoras. Esto implica pensar en las posibilidades reales de
tomar en serio el punto de vista de las “comunidades” que exigen sus derechos y pensar en
2
La dificultad de llevar a cabo está concepción de participación fue corroborada rápidamente cuando notamos que la
intención inicial de actuar conjuntamente con las autoridades sanitarias locales (representadas por el Hospital Rafael
Uribe Uribe –HRUU-) en la organización del CSDH y la implementación de un modelo de atención que rescatara
algunos de los estándares del trabajo comunitario y de las estrategias de la salud pública que se desarrollaban en el
San Juan de Dios, no pudo llevarse a cabo dado que nuestro proyecto resultaba incompatible con la propuesta del
HRUU de reducir la acción de nuestro equipo a talleres puntuales realizados un día a la semana.
8
verdades existenciales que se le escapan al idioma del derecho. Para esto, tendremos que
evitar caer en la “denuncia” (que le resta poder de interlocución y legitimidad científica a
la pesquisa) apartándonos de una versión de la historia que le ceda todo el protagonismo a
las fuerzas del capitalismo y a los aparatos de dominación, opacando el trabajo cotidiano
que implica resistir y continuar produciendo valor en la adversidad, pero también de una
lectura “modernista” fiel a la objetividad de la justicia y al manejo tecnocrático de la
administración racional de poblaciones.
El informe está dividido en tres grandes secciones, la primera, comprende la descripción
de una situación etnográfica que pretende situar las perspectivas, antagónicas en muchos
sentidos, de tres mujeres que representan a las facciones en que está dividido actualmente
el grupo de trabajadoras y proponer una lectura antropológica del material etnográfico. En
la segunda sección se analiza la agencia de las trabajadoras, destacando su papel como
productoras de conocimiento histórico y jurídico, el uso, producción y circulación de
artefactos que sustentan su causa (dentro de los cuales se destacan documentos, edificios
e instrumentos hospitalarios), los conflictos internos generados a los largo de una década
de lucha, las gramáticas emocionales por medio de las cuales interpretan su experiencia y
sustentan su lugar en el mundo y las implicaciones de la teoría construida por las
trabajadoras según la cual el “San Juan es un Sujeto de Derechos”. Finalmente se presentan
a manera de anexos los principales productos (que concebimos como estrategias de
circulación de conocimiento pues creemos que los resultados de un proceso de
investigación como este deben moverse a través de varios y diversos canales
comunicativos) construidos junto con las trabajadoras durante la labor conjunta de
reconstrucción de su causa: un análisis histórico-etnográfico de los documentos
relacionados con la historia reciente del Hospital San Juan de Dios, una línea de tiempo
que encuadra los eventos descritos y un blog diseñado para difundir los hallazgos de la
investigación a un público más amplio interesado en temas relacionados con movimientos
sociales, derechos humanos, salud pública y trabajo comunitario.
9
Parte I:
Trabajando en la causa
10
Durante y después de una de las marchas por el derecho a la salud realizada durante el
primer semestre de 2013 uno de los investigadores responsables de la redacción de este
documento acompañó y entrevistó a una de las trabajadoras del Hospital San Juan de Dios
que para fines etnográficos llamaremos Clara 3. He aquí una recopilación de su discurso:
“Compañeros y compañeras:
¡El gobierno nacional está en la obligación de reactivar al Hospital San
Juan de Dios ya! Es deber de toda la Nación, no solo de Bogotá sino de
Colombia entera, entrar en la lucha. ¡Arranquémosle el San Juan de las
garras al gobierno para que no se lo robe! ¡Recuperemos lo que es
nuestro, que nos lo devuelvan, que le devuelvan al Hospital más antiguo
de Colombia todo lo que le han quitado, desde el legado del José Joaquín
Vargas del año 1957 hasta la fecha!
Yo soy de servicios generales. Ingresé el 20 de junio de 1990 pero había
trabajado 4 años antes con una compañía. O sea, llevo 25 años al frente de
mi San Juan. Lo amo, lo adoro, es mi vida. Y para morir feliz necesito que
el Instituto Materno Infantil y el San Juan de Dios sean reactivados por el
gobierno nacional. El pueblo indolente tiene que despertar.
No nos engañemos, nunca hubo una crisis. Todo fue una pantomima que
los gobiernos de turno generaron para poderse robar el San Juan, para
que las EPS y todas esas mafias se pudieran apoderar de él. Y ellos se la
cranearon bien. Dejaron al Hospital en cuidados intensivos,
mercantilizaron la salud y todo les prosperó y les ha dado resultado hasta
la fecha. Pero no nos han vencido. Yo me dedico a defender a mi San Juan
las 24 horas del día, lucho para que lo recuperemos. Ese es mi llamado, un
grito para que todo el pueblo colombiano se ponga la mano en el corazón,
para que reabramos el Hospital, porque el gobierno no tiene la voluntad
política y es el pueblo el que lo va a abrir y lo va a recuperar.
Nosotros hemos estado todos los días desde el año 99 hasta la fecha.
Cuando teníamos nuestros salarios trabajábamos cumpliendo con un
horario como cualquier empleado, pero desde el año 99 algunos
decidimos quedarnos aquí las 24 horas sin recibir una moneda. ¡Y hoy
quiero decirles a todos que no tenemos salario pero tenemos sentido de
pertenencia y queremos dejarle un futuro construido a las nuevas
generaciones, a las que están por llegar y a las que ya llegaron! Porque
nos dimos cuenta que cada día tenemos más la razón, que el gobierno no
quiere reactivar el San Juan, que solo busca robárselo. Pero no lo vamos a
permitir. Porque nosotros nos pusimos las pilas y por eso invitamos al
pueblo colombiano diciéndole a viva voz ¡Que nuestro hospital es la cuna
de la medicina! ¡Que nuestro hospital salvó muchísimas vidas! ¡que le
devolvamos la mano que nos brindó! ¡Que le demos el oxígeno que
necesita para que siga viviendo! Porque este hospital es único en América
Latina y el dueño es el pueblo.
3
Como estrategia político-narrativa hemos optado por proteger la identidad de las trabajadoras y mezclar varias
historias bajo un solo nombre intentando respetar las distintas perspectivas y posiciones que han generado conflictos
internos y luchas comunes. De igual manera hemos querido mantener los nombres de médicos y personalidades
envueltos en la historia reciente del San Juan para hacer evidente la responsabilidad de actores concretos en esta
contienda de derechos.
11
Bienvenidos todos los viernes a las seis de la tarde para que se den por
enterados de los crímenes de lesa humanidad de los que somos víctimas
los trabajadores, los pacientes, los estudiantes y las comunidades en
general. ¡Siéntase tocados! ¡Pónganse la camiseta! ¡Luchen para recuperar
su hospital! ¡Que nos reactiven el San Juan de Dios y el Materno Infantil!
¡Que los necesitamos para mejorar la salud del pueblo Colombiano! ¡No
más paseos de la muerte! ¡No más mercantilización de la salud! ¡La salud
es un derecho no dejemos que el gobierno nos la arrebate! ¡No dejemos
que las mafias se enriquezcan con cada muerto que ponemos!”
***
Dos meses antes de la marcha el equipo de investigación se reunía para analizar parte de
los materiales por medio de los cuales las trabajadoras sustentan su causa. Gladys estaba
sentada en el comedor intentando organizar un cartapacio de papeles que cuentan la
historia del Hospital San Juan de Dios, el más antiguo y prestigioso de Colombia. Estos
papeles, la gran mayoría fotocopias que Gladys guarda celosamente y que lleva consigo la
mayor parte del tiempo, tienen diferentes particularidades formales, estéticas,
administrativas y están datados en periodos que abarcan buena parte de la historia
colonial y republicana del país. Algunos son manuscritos de los siglos XVII y XVIII
redactados por autoridades coloniales; otros fueron elaborados por jerarcas de la Iglesia
Católica e instituciones de beneficencia y otros por hombres ricos que decidieron dejar
“legados” para el bien público. Sobre la mesa estaban también documentos más recientes
redactados por instituciones de la administración pública del Estado Colombiano que
abarcan principalmente las décadas de 1980, 1990 y los primeros años del siglo XXI; los
primeros confeccionados en máquinas de escribir, los últimos en computadores, pero
todos debidamente sellados y foliados, con señales visibles de haber sido manipulados por
muchos lectores. Entre estos documentos hay leyes, fallos, decretos, inventarios, acuerdos,
cartas de protesta, denuncias públicas y acciones de tutela. Para Gladys estos papeles
constituyen las pruebas de una injusticia cometida en contra de un grupo de 2480
trabajadores y trabajadoras del Hospital San Juan de Dios que fueron despedidos
ilegalmente hace más de trece años. Durante ese periodo de tiempo varios fallecieron,
otros desistieron y buscaron nuevos trabajos, casi siempre borrando de sus currículos su
pasado sindicalista que los hacía aparecer como una amenaza y les impedía conseguir
empleo, pero un grupo, cada vez más reducido y constituido mayoritariamente por
mujeres, había permanecido políticamente activo luchando por los derechos de los
trabajadores (pensiones, salariaros atrasados, indemnizaciones, restablecimiento de
daños morales) y la defensa de “lo público” (o mejor, del carácter público del hospital y en
general de la salud). Gladys asegura que en esos documentos se encuentra una verdad que
no ha podido salir a la luz debido a los intereses de personas poderosas que quieren
12
apropiarse del hospital, privatizarlo y usufructuarlo para su propio beneficio, en contra de
su esencia, de la misión caritativa para la cual fue creado desde épocas coloniales y de su
historia, que es también la historia de la medicina en Colombia. Desde el punto de vista
jurídico, el caso de Gladys y de varias de sus compañeras no tiene muchas posibilidades
pues en varias oportunidades las “instancias competentes” de la administración pública
han fallado en su contra; por tal motivo Gladys asegura que la lucha debería centrarse en
defender el hospital, y más aún, en acudir a instancias internacionales para hacer que el
hospital sea declarado “sujeto de derechos”, siguiendo el ejemplo de la Constitución
Boliviana que le otorgó prerrogativas específicas a la Pacha Mama y al agua. En 1999
Gladys y otras personas, que ella denomina “la base” (empleados que desempeñaban
cargos administrativos y de servicios generales), habían decidido permanecer en su lugar
de trabajo y esto implicó “tomarse el San Juan” y, ante la inminente falta de trabajo y de
recursos económicos, irse a vivir con sus familias en varios de los pabellones.
Nuestra reunión tenía dos objetivos uno técnico y otro estratégico: comenzar a organizar
los documentos arriba descritos y mediar entre las distintas facciones en que estaba
dividido el grupo de las trabajadoras del San Juan, propiciando un encuentro entre Gladys
y Ligia. Un par de horas después de iniciado el encuentro entró en el recinto una mujer
vestida de negro, notablemente abatida, que se presentaba como una de las enfermeras
jefe del Hospital San Juan de Dios. Rápidamente entendí que el luto se debía al
fallecimiento de Julia, su amiga y compañera de causa. Ligia hacia parte de un grupo de
profesionales que no permanecían todo el día en el hospital, pero que, no obstante, habían
estado los mismos trece años luchando por sus derechos como trabajadoras y por la
defensa de “lo público”. Cuando los pacientes dejaron de llegar, pues desde el punto de
vista de las trabajadoras el hospital nunca ha estado cerrado, estas profesionales habían
permanecido “cuidándolo”, preparando el instrumental médico, aseándolo, haciendo que
se mantuviera en las mejores condiciones; el hospital, dice Ligia, aguardaba con los
“brazos abiertos” el retorno de los pacientes y de los estudiantes que lo llenaban de vida.
Pero esto no significaba que el hospital estuviese muerto, por el contario, gran parte del
trabajo de esas mujeres se concentró en contradecir argumentos de periodistas, actores
institucionales, académicos, políticos e incluso artistas plásticos que hablaban del San Juan
como un ente agonizante, como un ser deteriorado, suspendido en el tiempo, repleto de
objetos de otra época, debilitado por la desidia y la osadía de algunas personas que habían
decidido invadirlo y convertirlo en lugar de residencia.
***
13
Pese a las diferencias internas, los relatos de Gladys, Ligia y Clara coinciden en varios
puntos: todas se consideran víctimas al haber sido expuestas a una estrategia de
indiferencia y de abandono; todas buscan que su dolor, que es humillación ante el
desconocimiento de sus derechos, pena por las compañeras y los compañeros muertos e
indignación por los años de privaciones y sufrimiento, debe ser compensado por el Estado
o en su defecto, por un ente internacional que influya en las decisiones del gobierno
colombiano; y finalmente, todas coinciden en que su historia es también la lucha del
hospital por sobrevivir, por demostrar que no está parado en el tiempo, cerrado o
moribundo y que, por el contrario, es en sí mismo la encarnación de la dignidad, el amigo
que “nos enseña lo que es morir de pie”.
A continuación proponemos una lectura del caso del hospital centrándonos en la agencia
de las trabajadoras y en las codificaciones y moralidades inscritas en los artefactos que
estas mujeres cuidan, recolectan, producen y usan, para explorar desde una perspectiva
antropológica las condiciones de posibilidad y las gramáticas emocionales relativas a la
construcción de una causa (Boltanski, 1993); las prácticas cotidianas que operan como
marcadores de diferenciación y establecen los márgenes dinámicos y borrosos del Estado;
el trabajo relacional (Zelizer, 2009) para separar lo público de lo privado, los espacios
domésticos de los laborales y las causas individuales de las colectivas; las categorías
activadas por los actores para producir sentido en el marco de la economía moral
contemporánea (Rechtman & Fassin, 2009; Jimeno, 2010) y, finalmente, la manera en que
los actores le hacen frente a la producción social de la indiferencia (Herzfeld, 1992), en
este caso trazando narrativas, construyendo alianzas y empleando artefactos diversos
como predios y documentos para objetivar el tiempo y afirmar su humanidad.
Artefactos y agencia
Un estudio reciente analiza la violencia infringida sobre las trabajadoras del Instituto
Materno Infantil (IMI), como resultado de la crisis, cierre y liquidación de esa entidad
hospitalaria (Abadía-Barreto et. al. 2011) 4. Para los autores la reestructuración del
hospital es el efecto de la colonización, apropiación y expansión del capitalismo
contemporáneo materializado en los proyectos de renovación urbana que están
desarrollándose en el centro de Bogotá desde finales del XX y que buscan, entre otras
cosas, la ampliación del mercado de las especialidades médicas en el marco del sistema
4
Sobre la desaparición del IMI y del Instituto de Seguros Sociales (ISS) véase también el trabajo de Katherine Ariza,
César Abadía-Barreto y María J. Pinilla (2013).
14
privatizado de salud colombiano 5. Esta ampliación habría empezado por la transformación
de la infraestructura (lo cual de hecho ha comenzado con la demolición de varios barrios
coloniales que, desde el punto de vista urbanístico, se habían convertido en zonas de
deterioradas social y arquitectónicamente) y tendría como segunda estrategia el despojo y
desplazamiento de poblaciones locales. Se trataría entonces de un proceso denominado
“higiene social”, enmarcado en una “estética de clase” que busca “limpiar”, “demoler” y
“renovar” el espacio urbano afectando personas y edificaciones entra las cuales se
encuentran varios de los hospitales más importantes del país (Abadía-Barreto et. al. 2011).
Bajo esta óptica la “renovación” sería un proceso gubernamental que incluye la
transformación de la infraestructura y de la “parte” viva de las instituciones de salud por
medio de la paulatina privatización de las instituciones públicas (en este caso hospitales) y
de la implantación de un dispositivo estatal de “tortura” y “autodestrucción” para menguar
la resistencia de las trabajadoras. Tras varios años de lucha que incluyeron acciones para
mantener abierto el hospital, reivindicarse como funcionarias públicas y finalmente, pedir
una “liquidación justa”, las trabajadoras del IMI se habrían enfrentado el asedio constante
de la fuerza pública, de burócratas cínicos e intransigentes, la implantación de proyectos
de desarrollo agenciados por el capitalismo transnacional y el uso constante del
terrorismo de Estado para deslegitimar sus reclamaciones. En suma, las trabajadoras
habrían sido víctimas de tecnologías de acumulación capitalistas dirigidas a sofocar la
“praxis” y a “destruir la vida” de personas e instituciones. Por medio de mecanismos de
dilación, indiferencia, incertidumbre y desprotección el “Estado” (aliado con al capitalismo
transnacional) habría conseguido destruir y desvalorizar el patrimonio material del
hospital (representado en predios y equipos), detener la movilización política, y
desintegrar los lazos de solidaridad de las trabajadoras provocando en ellas, traumas,
malestares, dolores y enfermedades.
La historia del IMI está estrechamente asociada a la del Hospital San Juan de Dios, de
hecho, había un túnel que atravesaba la Carrera Décima conectando a las dos instituciones
por el cual circulaban diariamente pacientes, profesionales de la salud, empleados de las
áreas administrativas, instrumental médico, medicamentos y miles de hojas de papel que
le daban soporte material a una intensa relación de intercambio. El IMI fue “liquidado” por
la misma funcionaria que hoy tiene a su cargo el “proceso de liquidación de la Fundación
San Juan de Dios”, y sus trabajadoras fueron también compañeras de luchas de Gladys y
Ligia . De modo que, podría decirse que las trabajadoras del San Juan han sido también
5
Según Marco Melo (2013) el proyecto de renovación denominado “Ciudad Salud” busca la creación de una “zona
franca” o cluster para el turismo de la salud (consistente en la venta de servicios médicos de alta complejidad para
pacientes nacionales y extranjeros) y la gentrification del centro de Bogotá.
15
“torturadas” por el Estado, han roto sus lazos solidarios (por tanto están divididas) y han
perdido su capacidad de agencia y movilización política. No obstante, esta entrada
analítica, clave para entender las circunstancias históricas y políticas conectadas con la
situación actual de las trabajadoras, se ocupa más de explicar la producción estructural del
sufrimiento y menos en describir la manera de enfrentarlo, que aparece clasificada en
etapas datadas y sucesivas que terminan con el proceso de liquidación del IMI, la
disolución de la lucha y la expulsión de las trabajadoras de la esfera de “producción de
valor”. En otras palabras, aunque se exploran las gramáticas emocionales y los significados
culturales del padecimiento, la agencia termina siendo descrita en términos del tiempo del
“Estado” y de la capacidad de los actores para producir verdades jurídicas.
En las páginas siguientes nos gustaría explorar etnográficamente otras posibilidades de
agencia que permitan trascender los límites semánticos impuestos por la racionalidad
jurídica y pensar en la producción de “verdades sociales” (Jimeno, 2010) que ayuden a
complejizar las descripciones que sitúan a los actores sociales como “víctimas” inermes.
Siguiendo a Das y Poole (2004), diríamos que habría que pasar de la agencia vista
únicamente en los actos de “resistencia” (y su correlato la fetichización del “Estado”) y
estudiar los modos por medio de los cuales los límites conceptuales del “Estado” son
extendidos y rehechos para asegurar la supervivencia y buscar justicia. En otras palabras,
habría que explorar los sentidos morales fundamentales para los actores excluidos de una
decisión judicial, los varios planos o dimensiones comprometidos en una contienda de
derechos (Cardoso de Oliveira, 2010) y la manera en que los derechos son vividos y
cobran sentido en las prácticas. Esto implica distanciarse de la orientación
predominantemente doctrinaria del derecho centrada en “decisiones” y transitar hacia
una análisis simbólico de los derechos (Cardoso de Oliveira, 2010) prestando atención a la
trama de actores y agencias comprometidos con una causa, a los performances y
materiales usados para darle verosimilitud y a la cosmología política obliterada por la
rutinización o naturalización de los procedimientos burocráticos (Herzfeld, 1993).
Dadas las dimensiones y el objetivo del presente trabajo relataremos brevemente los
principales eventos de los últimos trece años de lucha narrados desde la perspectiva de las
trabajadoras e intentaremos describir dos tipos de artefactos6 que permiten explorar la
capacidad creativa y la agencia de este grupo de mujeres dedicadas a defender el Hospital
San Juan de Dios. De un lado están los documentos, (recopilados, clasificados, estudiados y
6
Nos referimos aquí a la propuesta de Riles (2006) de estudiar etnográficamente y no deductivamente los objetos que
se encuentran en el campo, de entender los documentos como artefactos paradigmáticos de las prácticas modernas de
conocimiento y de estudiar la habilidad de los actores que participan en las prácticas burocráticas para mantener y
crear archivos.
16
organizados para reconstruir la vida social del hospital) que las trabajadoras usan para
trazar una narrativa particular que cuestiona el tiempo histórico ensamblado por los
agentes heterogéneos que encarnan al “Estado” y, por otro lado la red de personas,
significados, memorias y objetos que componen la persona moral que las trabajadoras
denominan “el hospital” o más coloquialmente “el San Juan”. El análisis de estos artefactos
nos permitirá esbozar una serie de cuestiones que apuntan a una etnografía de la luchas
en clave de tensiones espacio-temporales y semánticas (Feldman, 1991) localizadas en el
proceso de deformación y reformación de las esferas material y experiencial de la vida.
17
Parte II:
Produciendo Valor
18
Gladys es trabajadora del centro hospitalario San Juan de Dios desde febrero de 1982. A su
ingreso el sindicato estaba conformado por médicos, enfermeras y empleados de servicios
generales y “las niñas de la dieta” o, como Gladys acostumbra decir: “las cocineras”. Gladys
recuerda que empezaron a pagarle su primer sueldo con seis meses de atraso, pero que se
quedó porque necesitaba el trabajo para mantener a sus hijos. Para ella la crisis ha sido
una constante en la historia del hospital y ha motivado a varias generaciones a enrolarse
en la política. Tan pronto ingresó al sindicato se dio cuenta que para quienes no eran
profesionales era difícil participar en la toma de decisiones, entonces comenzó a organizar
“a las niñas de la cocina” y a “las niñas de servicios generales” y en el año 1984 accedieron
a varios cargos administrativos dentro la organización. Los médicos dijeron que el
sindicato había sido “tomado por cocineras” y, según Gladys, usaron todos los epítetos
existentes para discriminarlas, no obstante, ella siguió adelante y comenzó a trabajar en la
Comisión de Reclamos. Allí iniciaría su experiencia con los papeles: comenzó a recibir por
escrito todas las quejas de sus compañeros y a enterarse de cosas que nunca antes había
visto, desde casos de corrupción hasta episodios que incluían “patologías sexuales” de los
empleados. Como ningún despido podía efectuarse sin autorización del sindicato, Gladys
aprendió el significado de la expresión “llevar un debido proceso”, es decir, que nadie
podía ser despojado de su trabajo sin una causa justificada. Después pasó a la tesorería y
finalmente llegó a la presidencia del sindicato. En el año 1996 se firmó una Convención
Colectiva entre representantes del sindicato y de varias instituciones de la administración
pública. La Convención, que continúa vigente, vence en el año 2016: allí se pactaron
aumentos del 36% y del 38% del salario y la permanencia de la pensión de jubilación
después de 20 años de trabajo, también se subrayaba la necesidad de continuar
trabajando con contratos a término indefinido y de mantener el carácter “estatal” del
hospital.
La Convención fue demandada por un grupo de directivos y trabajadores que pensaban
que el hospital debía sufrir una reestructuración administrativa para seguir funcionado.
Esta transformación organizacional tenía que ver básicamente con modificar los estatutos
del San Juan (que como se mostrará más adelante había sido convertido desde finales de
los años 1970 en una “fundación privada”) para que se tornara una Empresa Social del
Estado (ESE), como fueron llamados los hospitales púbicos en Colombia luego de las
reformas de “ajuste estructural” de la década de 1990. Una ESE debería trabajar con
criterios de “eficiencia” y “descentralización” pero ante todo, tenía que ser
“autosustentable”, es decir, producir sus propios recursos dejando de depender
exclusivamente del “Estado”. Según Gladys los opositores de la Convención creían que el
19
hospital debía modernizarse y “armonizar su estructura a las nuevas leyes”, había que
empezar a facturar, vender servicios y convertir las especialidades en “unidades
empresariales”. En palabras de uno de los médicos opositores citados por Gladys, el
hospital tenía que dejar de ser un sitio para atender “miserables”, porque si se seguía
dedicando exclusivamente a aliviar “miserables” los trabajadores y el propio hospital irían
inevitablemente a la ruina convirtiéndose, por contaminación, en portadores de la miseria
con que trataban. En 1996 comenzaron las discusiones al interior de la Asamblea del
Sindicato: habían dos posiciones encontradas, por un lado estaban quienes creían que la
Convención afectaba los derechos de los trabajadores puesto que vendía las pensiones y
“enterraba al hospital” y por otro lado quienes argumentaban que al transformar el
hospital en una Empresa Social del Estado los derechos quedarían en un “limbo” jurídico.
Finalmente se llevó a cabo la reforma mediante el decreto 371 de 1998 expedido por el
Ministro de Salud de la época, el médico Alonso Gómez Duque 7. En 1999, en medio de la
disputa Gladys terminó siendo expulsada del sindicato acusada de “vender obreros” y
“entregar derechos”. En ese mismo año dejaron de pagarle el salario a los trabajadores
como una forma de presión para que entregaran La Convención.
Intento de homicidio
Entre 1996 y 1997, paralelamente a su actividad sindical, Gladys había comenzado a
trabajar en la Oficina de Cartera del San Juan. Su labor consistía en archivar y organizar las
facturas enviadas por los proveedores a los cuales, pese a la crisis, se les seguía pagando.
Gladys comienza a analizar estos documentos y a encontrar irregularidades que convertía
paulatinamente en denuncias. El nuevo puesto le permitió a Gladys estar al tanto de la
actividad administrativa del hospital y sobre todo, “aprender a investigar mirando”. En esa
época empezó la presión para renegociar la Convención y Gladys, junto con un grupo de
“base”, comenzaron a hacer sus propios análisis. La hipótesis del “limbo” según la cual la
reforma del hospital dejaría a los empleados sin patrón, empezaba a tomar fuerza y al
tiempo, y con base estos hallazgos, comenzaron a planearse distintos tipos de acciones
para hacer pública su indignación. Fue así como, el 16 de diciembre de 1999, las
trabajadoras y trabajadores del Hospital San Juan de Dios (incluyendo gente de la “base”,
estudiantes y profesionales) se tomaron el Ministerio de Salud de Colombia. Llegaron poco
a poco, vestidos con batas blancas para que fuesen identificados como médicos y ocuparon
los distintos pisos del edificio. El objetivo era pelear el hospital, oponerse a las “unidades
empresariales” y “exigirle al Estado presupuesto”. A las tres de la mañana, luego de un
7
Este médico es mencionado insistentemente cuando las trabajadoras se refieren a la crisis de finales de los años 90,
pues habría sido nombrado Ministro gracias a la ciencia desarrollada en el San Juan, por medio de la cual le salvó la
vida al futuro presidente de la República Ernesto Samper cuando fue víctima de un atentado en su contra.
20
intenso cubrimiento periodístico que hablaba de secuestro y de guerrilleros infiltrados, la
Fuerza Disponible de la Policía bombardeó el edificio con gases lacrimógenos y sacó a la
gente a la fuerza, varias personas fueron arrastradas por la Carrera Séptima, mientras
otras tantas comenzaron a gritar. La gente se levantaba y esgrimía banderas blancas, la
idea era no salir hasta encontrar solución, pero ante la cantidad de hombres armados
terminaron desistiendo y retornando al hospital. A la llegada se tomaron la Carrera
Décima e instalaron allí varios cubículos en los cuales se tomaron signos vitales, evocando
las marchas de las “batas blancas” de 1975, se hizo consulta externa y se le explicaba a la
gente porque el hospital era indispensable. Días después les pagaron algunas quincenas
atrasadas. Fue de este modo cómo, según Gladys, se organizó la lucha. No obstante, el 20
de diciembre del 1999, las trabajadoras recibirían “un golpe muy duro”: los médicos de la
Universidad Nacional de Colombia8 abandonaron el San Juan. Cada vez quedaron menos
personas, básicamente estudiantes, algunos “compañeros” de organizaciones sociales, las
trabajadoras y un pequeño reducto de profesionales que operaba en urgencias. Antes de
terminarse el año la Superintendente de Salud de la época le dio potestad a Codensa, la
empresa de energía eléctrica de Bogotá, para suspenderle el servicio de luz al San Juan por
falta de pago. Este episodio es calificado por Gladys como un intento de homicidio:
“cuando quitan la luz de cirugía casi mataron al hospital, con ese acto la Superintendente
le indujo la muerte cerebral, lo puso a vegetar”. Sin embargo, Gladys y sus compañeras,
aprovechando las áreas que todavía tenían energía eléctrica, siguieron con su “análisis”,
implantaron una “olla comunitaria” 9 y continuaron atendiendo pacientes. Al final
quedaron 60 enfermos pues la mayoría fueron “sustraídos” por la Superintendencia
Nacional de Salud. Según Gladys dicha entidad, que había sido creada para intervenir y
salvar los hospitales públicos, “desocupó el San Juan”: no valieron los conceptos positivos
de los funcionarios que visitaron el hospital y observaron que “todo estaba en orden”, que
habían medicamentos, que habían recursos gestionados por los y las trabajadoras para
mantener a los pacientes.
Hasta el 29 de octubre del 2001 se sostuvieron pacientes. Ese día la Policía había dejado a
un joven herido en la puerta del hospital y no fue posible conseguir un anestesiólogo
disponible en ninguna de las instituciones de salud vecinas. Ante la falta de médicos, las
trabajadoras decidieron no recibir más pacientes para no ponerlos en riesgo. Por tal
motivo Gladys y sus compañeras subrayan que es incorrecto referirse al hospital como
8
La Universidad fue fundada en la segunda mitad del siglo XIX por políticos liberales y desde entonces el lugar de
práctica de todas las especialidades médicas había sido el Hospital San Juan de Dios.
9
Se trata de una tecnología de autogestión alimentaria: en una olla gigante se cocina un sancocho usando una estufa
de leña improvisada. Los comensales de la “olla” participan en la consecución y preparación de los alimentos o
colaboran con un aporte voluntario en dinero.
21
una institución “cerrada” y critican el uso del término “reabrir” utilizado por políticos,
periodistas, militantes e investigadores: “Si es verdad que nos regimos por un estado
social de derecho y por unas leyes, por un debido proceso, entonces pedimos que nos
muestren el decreto en donde dice que se cerró el Hospital San Juan de Dios y que nos
muestren el decreto con el que nos despidieron y que nos muestren el papel con el que
mandaron liquidar el hospital público, este es nuestro argumento real y justo. Al hospital
no lo tiene que reabrir nadie, tienen es que ponerlo en funcionamiento”. Aparentemente
sin médicos y sin equipos no había nada más que hacer. Pero las trabajadoras y sus aliados
“seguían con vida”. Así que, una vez más, Gladys y sus compañeros prepararon una acción
política. Ante la ausencia de profesionales para atender, las trabajadoras habían dirigido
varias cartas al ministerio de salud de Cuba solicitando ayuda, pero les habían respondido
que necesitaban “un documento oficial” es decir, una petición hecha por un directivo
debidamente firmada y sellada. Según Gladys el director del hospital se negó debido a
presiones ejercidas por sus colegas de la Universidad. Como no les trajeron los médicos las
trabajadoras decidieron tomarse la Universidad Nacional de Colombia. La idea era
presionar al rector, un reconocido intelectual de izquierda, para que asignará de nuevo a
los médicos y a las enfermeras. Sin embargo, personas del sindicato advirtieron al rector,
quien consiguió huir por una ventana dejando a las trabajadoras y a los estudiantes que las
apoyaban “con la universidad tomada”. Ante las presiones el rector, las directivas del
sindicato y el director del hospital, citados por la Procuraduría General de la Nación,
suscribieron un acuerdo para abrir el hospital con 300 camas. El hospital comenzó a
funcionar otra vez, la Superintendencia de Salud realizó una nueva visita y constató que
había medicina, que habían alimentos, que se podía atender al número de pacientes
previstos. Días más tarde la entidad auditora prohibió a todas las instituciones de salud
del país que remitieran pacientes al San Juan, precipitando, una vez más, el cese de sus
actividades.
La filosofía de la práctica
El día del último “cierre” Gladys afirma haberse sentido traicionada. Entonces se fue para
el césped y se puso a llorar de “pura impotencia”, de ver “como un sindicato puede vender
una lucha”. Estando allí un compañero que nunca había visto antes se le acercó y le
preguntó qué le pasaba. Ella le respondió que había comenzado a hacer averiguaciones y
que se había dado cuenta que el cambio de estatutos era ilegal porque el San Juan nunca
había sido una “fundación”. Entonces el muchacho le dijo: - Ya vengo, pero no llore. Y
volvió con la copia de una ordenanza expedida por la Gobernación de Cundinamarca según
la cual: “la Nación compra el terreno Molinos de la Hortua [donde actualmente está
22
ubicado el hospital] en el año 1906”. El muchacho le llevó a Gladys el papel y le dijo: “usted
puede tener la razón, arme su tesis”. Ella se quedó leyendo y cuando volteó a mirar el
compañero ya no estaba. Lo vio corriendo a lo lejos por los lados de la morgue y le
preguntó al vigilante pero no le dieron razón. Después se fue para la Universidad a buscar
a uno de los estudiantes de medicina que la apoyaba en ese entonces y quien, meses
después, moriría asesinado por la Policía durante una revuelta ocurrida dentro del campus.
Gladys le contó lo ocurrido y se mostró preocupada por no encontrar al muchacho pues no
sabía de dónde había sacado el papel. Entonces el estudiante le dijo: “- Pues tocó buscar en
el Archivo Nacional, vamos a tener que comer libro de lo bueno”. Este episodio es
recordado especialmente por Gladys por tratarse de una muestra genuina de aquello que
ella denomina “filosofía de la práctica” es decir, cuando un “intelectual se junta con el
pueblo para investigar”. Gladys y el joven estudiante se fueron para el Archivo a buscar
documentos que pudieran probar quién era el dueño legítimo del hospital, es decir, su
verdadero patrón. Y fue así que esta pareja comenzó a reunir escrituras púbicas, acuerdos,
leyes, ordenanzas, testamentos, contratos de comodato y un inmenso número de papeles
que sirvieron para demostrar que el hospital había sido comprado por el Estado y que no
había sido el producto de una donación de un particular 10. De esta colaboración nació la
teoría de los “tres hospitales” que resumo a continuación, una historia basada en
documentos legales que, según Gladys, demuestra que las trabajadoras “tienen la razón” y
que produjo la anulación de los decretos 290 de 1979 y 371 de 1998 por medio de los
cuales se creó y se modificaron los estatutos de la “Fundación San Juan de Dios”:
El primer hospital: En 1554 Fray Juan de los Barrios y Toledo Arzobispo de Santa Marta
donó sus casas para que se construyera un hospital. Ese terreno, que comprende la actual
sede del Arzobispado, es lo que hoy, a la luz del actual código civil, podría denominarse
“Fundación”. La escritura pública que sirve como prueba objetiva de esta afirmación dice
que el Clérigo donó sus casas, que ahí debería edificarse un hospital y que no se le podría
cambiar de sitio, ni quitarle el patronato de los hermanos de la orden de San Juan de Dios.
Esa sería, según Gladys, la institución que la liquidadora debería estar poniendo en
funcionamiento.
El Segundo Hospital. En 1723 el Rey Felipe V ordenó construir un segundo hospital
durante el gobierno monárquico que se denominó Jesús, María y José pero que tomó
siempre el apodo de San Juan de Dios. El documento que respalda esta afirmación es una
10
Hay varias versiones encontradas al respecto. Desde la perspectiva de las “profesionales” Gladys y el estudiante
fueron apenas parte de un grupo más amplio de personas e instituciones que participaron en la recolección de
información y la construcción de la demanda. Según Ligia, varias asociaciones de médicos y enfermeras, grupos de
estudiantes, intelectuales, sindicatos y políticos colaboraron en este proceso que terminó siendo firmado por dos
compañeras en representación de todos los trabajadores del Hospital.
23
copia de la Cédula Real firmada por el Rey traída de España por Gustavo Petro (actual
Alcalde Mayor de Bogotá). El Rey ordenó construir ese hospital en el terreno aledaño a
donde hoy queda el Almacén Tía en el centro de Bogotá (Carrera 10 entre Calle 11 y 12).
Hoy funcionan oficinas de la administración de justicia, porque, según Gladys, en el año
2001 abogados deshonestos se lo robaron sin hacerle llegar un centavo al San Juan. Habían
también otros edificios que componían el hospital que iban desde la Calle 11 hasta la
antigua Escuela Militar (actual calle 26). Durante la segunda década del siglo XX el hospital
requirió una ampliación. Entonces “La Nación” que había comprado el terreno
denominado Molinos de la Hortua en 1906, sugirió trasladar el San Juan para dichos
terrenos que en la época constituían las afueras de Bogotá.
El tercer hospital: En 1911 “La Nación” le cedió al “Departamento” el terreno “Molinos de
la Hortua” a perpetuidad. Como “consta” en una de las escrituras públicas localizada y
analizada por Gladys en el Archivo Nacional, cuando el segundo hospital se queda pequeño
sus administradores deciden vender algunos de sus vienes (o sea el terreno otorgado por
el Rey Felipe V) y comprarle al Departamento un terreno donde en ese momento
funcionaba el manicomio y la casa para niños expósitos. Como “El Departamento” tenía
que devolverle el terreno a “La Nación”, se redactó el Acuerdo 7 de 1923 que Gladys recita
de memoria, por medio del cual “se autorizó al Departamento para variar el destino del
predio Molinos de la Hortua y dedicarlo a la construcción de un hospital que fuese
anexidad y complemento del Hospital San Juan de Dios. En otras palabras, el hospital le
pagó al “Departamento” por un terreno que “La Nación” le había cedido para que con ese
dinero comprara un nuevo terreno dedicado a los niños expósitos y al manicomio con el
aval técnico de la Academia Nacional de Medicina. El Acuerdo también estableció que
todos los “auxilios, donaciones, herencia o legados que se asignen en lo sucesivo al
Hospital de la Hortúa se entenderán hechos al Hospital San Juan de Dios con destino a sus
dependencias existentes” y que el hospital es un “establecimiento oficial de beneficencia”
no de “La Beneficencia”11.
En resumen, la teoría de los “tres hospitales” concluye que el San Juan es una institución
pública de orden nacional, que no hay continuidad histórica ni institucional entre el
primer y el tercer hospital, siendo uno resultado de una donación particular y por tanto, a
la luz de las leyes republicanas, de naturaleza privada; mientras que el otro sería el fruto
de una inversión estatal, por tanto parte de la hacienda pública, herencia de la República
11
Esta diferencia es crucial porque, según las trabajadoras, la entidad denominada “Beneficencia de Cundinamarca”
creada 1870 para administrar las instituciones de caridad nunca fue la dueña, sino la albacea de los bienes del San
Juan.
24
de Colombia proveniente de la administración colonial12. Con base en este argumento se
concluyó que el decreto 290 de 1979 que convirtió al Hospital San Juan de Dios en una
“Fundación” privada “supliendo la voluntad de Fray Juan de los Barrios y Toledo” y el
decreto 371 de 1998 que modificó los estatutos de dicha “Fundación”, son ilegales.
Corría el año 2004, habían pasado 26 años desde la creación de la “Fundación ilegal”.
Entonces Gladys le preguntó a Javier, uno de los pocos intelectuales en que aún confía: - Y
ahora ¿Qué hacemos? Y él respondió: - Lo único es una demanda de nulidad que no
prescribe y no necesita abogado. En el año 2005 el Consejo de Estado le dio la razón a
Gladys y a otra trabajadora del San Juan quienes interpusieron la “demanda de nulidad” de
los decretos citados. Con esto la “Fundación San Juan de Dios” perdió su piso jurídico o, en
otras palabras, dejó de existir13.
Cuidando y queriendo al San Juan
Ligia estudió enfermería en la Universidad del Rosario, venía de una familia acomodada de
Boyacá y viajó a Bogotá buscando realizar estudios profesionales. Sus principales
intereses en el área médica han sido la cirugía y de manera general, “ayudar al ser
humano y a su red”. Cuando, en el año 1998 dejó de recibir su salario como trabajadora del
San Juan, Ligia tuvo que afrontar una dura crisis que afectó su vida familiar y profesional.
Al ver como sus ahorros disminuían vertiginosamente decidió pasar hojas de vida a otras
instituciones de salud, entregó un total de 189 currículos pero en ningún sitio fue aceptada
porque, según ella, era víctima de estigmatización al haber sido trabajadora del San Juan.
Sin embargo no tomó el camino escogido por varios de sus compañeros, quienes
falsificaron sus papeles para borrar su pasado sindicalista y así poder encontrar trabajo.
Su orgullo y su amor por el San Juan le impedían “pensar siquiera en emprender un
procedimiento semejante”. Ligia se enfrentaba a una nueva situación existencial
consistente en perder la profesión y “tocar de cerca” la pobreza, nunca había pasado por
penurias económicas y ni siquiera estaba sindicalizada. Ligia y varias de sus compañeras,
también profesionales, afrontaron la desestabilización producida por la crisis de
diferentes maneras: se agruparon para continuar trabajando en el hospital, para
12
Hay una controversia histórica entre Gladys y otras “historiadoras nativas” del grupo de Ligia quienes argumentan
continuidad entre los tres hospitales con el objetivo de pleitear un legado aún mayor.
13
La demanda de nulidad tuvo un efecto adverso a la causa de las trabajadoras. Al quedar anulada la Fundación el
Gobernador de Cundinamarca insistió en que había que “volver” a 1978 y esto significó una nueva interpretación de
la historia del San Juan que resultó perjudicial para los trabajadores, pues se le dio legitimidad a la idea de que el
hospital era de “La Beneficencia”. Con este revés jurídico – viaje en el tiempo y alteración del pasado legal- “La
Beneficencia”, en representación del Departamento de Cundinamarca, se proclama como legítima dueña del San
Juan, argumento que había rechazado durante largo tiempo para evitar hacerse cargo del pasivo pensional de los
trabajadores. Este argumento jurídico abrió la puerta para la “liquidación” del hospital en 2006. “Lo que nadie se
explica”, afirma un abogado que trabajó en la causa en una entrevista para el diario El Tiempo (26 de Octubre de
2012), es “¿Por qué el exgobernador de Cundinamarca ordenó liquidar algo que no existía?”.
25
sostenerse económicamente y para “olvidar la realidad” como ella misma dice. Su consigna
era y sigue siendo, “no perder la dignidad” y seguir, buscar solidaridad y luchar por el
hospital.
A partir de la salida de los médicos de la Universidad Nacional, ella y varias de sus
compañeras, especialmente enfermeras, terapeutas y otras “profesionales del cuidado”
comenzaron a organizarse para que el hospital siguiera funcionando. Fueron varias las
estrategias adoptadas por ellas, en los primeros años, cuando habían todavía 1600
trabajadores, instauraron las “caravanas” (convoyes compuestos por dos ambulancias que
hacían las veces de camión con las cuales recorrían las plazas de mercado en busca de
donaciones para preparar los alimentos de pacientes y empleados); realizaban
diariamente jornadas de aseo y mantenimiento de los edificios y recogían dinero en
fondos de empleados y sindicatos para comprar gasolina y pagar los gastos de
administración más apremiantes. Según Ligia con todas estas actividades lograban
mantener el hospital y demostrarle a la Superintendencia de Salud que podían seguir
operando a pesar del abandono del “Estado” y de la Universidad. Es más, cuando los
representantes de la agencia de vigilancia sanitaria realizaban sus visitas terminaban
asombrados y les preguntaban con frecuencia de “dónde sacaban la plata para atender a la
gente”. La respuesta de Ligia y sus compañeras, que nunca quedó en las actas, siempre fue
la misma: “pues de la voluntad de Dios, de su mano divina”. Entre tanto, varios de los
médicos de planta comenzaron también a reunirse pero “con otro enfoque”: no buscaban
salvar al hospital, afirma Ligia, sino salvarse ellos mismos escribiendo cartas en donde
decían que a partir de la fecha no se responsabilizaban con lo que ocurriera con los
pacientes. Pero ellas tampoco se quedaban quietas, escribían cientos de cartas (la mayoría
conservadas en el archivo personal de Julia, su amiga y compañera de lucha), era el tiempo
de la expectativa, creían que a la mañana siguiente las cosas iban a mejorar, esperaban que
alguien las ayudara, que “saliera el genio de la botella y salvara el San Juan”. Pero el genio
nunca llegó. Ligia cuenta como el doctor Patarroyo14, amigo personal de la reina de España,
madrina oficial del Hospital San Juan de Dios, se enorgullecía de su instituto que contaba
con equipos de última tecnología pero nunca colaboró con la causa, por el contrario,
cuando cortaron los servicios públicos de los predios, los equipos de inmunología
comenzaron a ser sustraídos del hospital sin que hoy se conozca su paradero. Ligia afirma
que “las cosas del hospital”, desde el instrumental quirúrgico y las bandejas de plata
14
Director del Instituto de Inmunología que funcionaba en el San Juan. Se trata de uno de los científicos colombianos
más reconocidos internacionalmente por haber inventado una vacuna sintética contra la malaria. Este médico es
fruentemente mencionado en los relatos de las trabajadores quienes lo acusan de ser indiferente a la causa y de
agredirlas verbalmente.
26
usadas antiguamente en los servicios, hasta las máquinas más sofisticadas subastadas por
la liquidadora a través de internet, están hoy dispersas en hospitales y clínicas privadas.
Cuando la Superintendencia de Salud impidió la remisión de pacientes, Ligia y sus
compañeras decidieron seguir atendiendo. El 21 de noviembre de 2002 estrenaron una
nueva estrategia que denominaron “Jornadas de Atención Médica” que consistió en
prestar servicios de consulta externa el último domingo de cada mes de 7 de la mañana a 8
de la noche. Ligia recuerda que ella y las demás profesionales alistaban y limpiaban la
planta física y todos los implementos, previendo las visitas de las entidades sanitarias.
Como no tenían luz usaban una planta eléctrica que prendían desde el día anterior y
alimentaban con el crudo donado “por los compañeros del sindicato de Ecopetrol”. Las
jornadas también sirvieron para que algunos estudiantes volvieran “y sintieran lo que es
atender un paciente”. Además de prestar sus servicios como profesionales de la salud este
grupo de mujeres se esmeraba por mantener pulcro el hospital, aseaban todos los pisos
del edificio principal y las instalaciones de urgencias. Según Ligia el objetivo de estas
acciones era tener listo el hospital, tal como ocurre cuando un hijo se va de la casa y se le
sigue arreglando el cuarto: “limpiábamos y queríamos al hospital como si fuera un
paciente (porque no es cierto que una no se enganche con los pacientes) porque para
nosotras nunca estuvo en coma; hasta que un día la liquidadora nos cambió las cerraduras
y no nos dejó entrar más. Hay evidencia, fotos y registros que muestran que el hospital
estuvo cuidado hasta 2006”.
Siga, esta es su casa
Ligia y Julia tomaron la decisión de averiguar lo que estaba pasando “verdaderamente” en
el San Juan cuando, en el año 2000, visitaron el Centro Administrativo Distrital y
encontraron una maqueta con la proyección de lo que sería la renovación urbana del
centro de Bogotá. En esa visión de futuro el San Juan aparecía proyectado como un
inmenso garaje para estacionar la flota de buses articulados del sistema de transporte
masivo de la ciudad. Ante la indignación de ver convertido su hospital y parte de su vida
en un estacionamiento decidieron tomar medidas, pero esta vez buscando apoyo político.
Ligia cuenta que se dirigieron al Congreso de la República en busca de ayuda con el
propósito de “proteger al hospital del Caterpillar [marca de máquinas usada para demoler
edificios]”, pero que su consigna comenzó a tomar otros matices cuando consiguieron
despertar el interés del algunos congresistas. Otras palabras fueron apareciendo y este
grupo de trabajadoras, las profesionales, las fueron haciendo suyas. Fue así como apareció
27
la idea del “patrimonio” como una nueva estrategia de lucha 15. Para evitar la demolición,
para impedir que el San Juan se transformara en ese paisaje desértico y plano que habían
visto en miniatura, Ligia y sus compañeras emprendieron una nueva campaña para
convertir el San Juan en patrimonio histórico de la Nación. Y ciertamente esa nueva
herramienta discursiva parecía describir muy bien la situación de las trabajadoras pues
como ellas mismas dicen patrimonio “es todo, tanto el estilo francés de los edificios, como
los cuadros de Arce y Ceballos 16 y los saberes de las personas que allí trabajamos”. Fue así
como consiguieron el apoyo de una senadora del partido liberal, procedimiento
duramente criticado por el sindicato de trabajadores afín a los partidos de izquierda, que
denominó “iniciativa burguesa” al intento por constituir una ley de patrimonio para salvar
al San Juan. Al mismo tiempo y como complemento a este trabajo político, Ligia y sus
compañeras decidieron realizar su propia investigación acerca de la historia y naturaleza
del San Juan y para esto construyeron su propio archivo empezando a buscar y almacenar
documentos coloniales, ordenanzas republicanas y todo tipo de papeles referentes a la
administración y a los entes encargados de regir la institución. A veces cuando iban a los
archivos no había dinero para las copias entonces anotaban y memorizaban todo lo que
veían pues su escepticismo se iba haciendo cada vez mayor.
En 2002, en medio de una ceremonia que Ligia califica como “pomposa” y con la presencia
de personalidades, políticos y académicos de notada importancia, el Hospital San Juan de
Dios fue declarado Patrimonio Cultural de la Nación Colombiana. Esto convertía a la
institución en “un lugar interesante desde el punto de vista de la política cultural” y daba a
las trabajadoras nuevas herramientas para defender su causa, pues los predios que
componen el San Juan deben ser preservados para las futuras generaciones y no pueden,
bajo ningún motivo, ser objeto de enajenación o intercambio comercial. Al mismo tiempo,
y ante el eminente declive de la fachada de los edificios, las profesionales continuaban
esmerándose por tener el hospital limpio y en orden, esperando a sus pacientes, luchando
contra las marcas temporales que deterioraban la estructura y ayudaban a consolidar la
imagen de un lugar en decadencia, anclado en el pasado. Estas labores de aseo y cuidado,
fueron criticadas por otras trabajadoras quienes, según Ligia, las acusaban de ser
“sirvientas” del establecimiento y de dar consistencia a la idea según la cual el San Juan “no
es más que un museo”. Ligia opina lo contrario, afirma que en ese tiempo trabajaban para
mantener la unión a través de la conservación de esas “cosas” que hacían al San Juan tan
particular, como la farmacia, dotada con medicamentos de tercera generación y su
15
Sobre las relaciones entre el proceso de patrimonialización del Hospital como un proceso de “resistencia” puede
consultarse el trabajo del politólogo Daniel Amézquita (2013). Sobre la militancia de las trabajadoras en los primeros
años de la década de 2000 véase la investigación de Humberto Cárdenas (2004).
16
Pintor neogranadino representante del llamado “barroco latinoamericano”, vivió entre 1638 y 1711.
28
antecesora, la botica, que desde la época de la expedición botánica (principios del siglo
XIX), había suplido a los médicos del San Juan de remedios basados en extractos de plantas
y compuestos químicos; los muebles confeccionados en los talleres del hospital para
pacientes con necesidades especiales; el Centro de Formación en Administración en Salud;
la Seroteca Nacional y el uso de procedimientos clínicos como la “unidosis”, que
garantizaba los medicamentos diarios para cada paciente. En 2002, sin enfermos, pero con
la declaración de Patrimonio, Ligia y sus compañeras comenzaron a trabajar con mayor
frecuencia en el ámbito de la “cultura”. Participaban en los Consejos de Cultura de la
Alcaldía y allí conocieron varios personajes, entre ellos un gestor cultural, arquitecto de
profesión, quien las convenció de crear un programa para que los ciudadanos pudieran
conocer el legado del San Juan, aquello que Ligia denomina en términos técnicos “lo
tangible y lo intangible” o en otras palabras, los saberes y las cosas que constituyen el
patrimonio. Por este camino, este grupo de mujeres provenientes de profesiones
relacionadas con la salud y el cuidado comenzarían a formarse como “guías turísticas” en
un reconocido centro de educación técnica. El objetivo era poder “entender el valor de las
cosas del hospital”, tanto de los 45 cuadros de Arce y Ceballos, de las esculturas, de los
edificios y de todos los objetos que constituyen el patrimonio y que “cuentan la historia de
la medicina en Colombia”. Terminado el curso las profesionales estaban listas para
implementar un nuevo programa patrocinado por la Alcaldía Mayor de Bogotá que ellas
mismas llamaron “Siga, esta es su casa”, que tenía como objetivo promover el San Juan
como un sitio de interés histórico para los capitalinos. Cuando las personas llegaban, ellas
se presentaban como trabajadoras del hospital identificándose con su nombre y su
respectivo cargo. A continuación se les recalcaban a los visitantes que se encontraban en el
“mejor hospital de Suramérica”, que en la actualidad estaba atravesando por una grave
crisis, pero que continuaba vivo, que era solo cuestión de “ponerle las sábanas” a las camas
para que comenzara a funcionar de nuevo. Luego adaptaban el recorrido según el tiempo y
el tipo de personas, pues había gente interesada en asuntos más históricos, mientras que
otras personas querían pasar por algún lugar que les traía un recuerdo especial. Casi
siempre el recorrido pasaba por la Capilla, que era uno de los pocos lugares con luz, y allí,
en ese recinto dedicado a la oración donde todavía se conservaban los ornamentos y
hábitos de religiosos que pisaron el pequeño templo desde antes del Concilio Vaticano II
(1962), las trabajadoras comenzaban a contar su historia, a comentarle al visitante su
problema laboral y a recitar las injusticias que se habían cometido en su contra. Entre los
años 2006 y 2009, luego de que comenzara el proceso de “liquidación” y les fuera negada
la entrada a la mayoría de los espacios que comprendían el recorrido turístico, Ligia y sus
compañeras cambiaron nuevamente de estrategia. Esta vez decidieron ir a las
29
universidades a contar la historia, especialmente a la Universidad Nacional, la antigua
aliada. Las profesionales eran invitadas a distintas cátedras y allí les recalcaban a los
estudiantes que el IMI, el San Juan y la Universidad eran una sola cosa, algo que no podía
disolverse, pero que la Universidad había actuado como una mujer coqueta cambiando al
San Juan por ciento sesenta y ocho maridos (referencia a los nuevos lugares de práctica),
mientras que, “el señor antiguo, viejo, el mayor de todos los hospitales”, la seguía
esperando, “con la casa lista, porque nunca la cambió por otra”.
El valor de los objetos
Oscar es uno de los estudiantes que acompaña desde hace varios meses a las trabajadoras
del San Juan y especialmente al grupo de Clara y otras personas que habitan actualmente
el hospital con sus familias. El apoyo de Oscar y varios de sus compañeros ha sido
importante durante las últimas manifestaciones públicas caracterizadas por sacar a la
calle diferentes objetos pertenecientes al hospital como una manera de innovar en la
protesta y de llamar la atención de los transeúntes. El objetivo es, según comenta el
estudiante, resignificar todos esos equipos que hoy están en desuso, que materialmente no
tienen ningún valor, que pueden incluso ser considerados “chatarra”, pero cuyo significado
radica en los servicios que le prestaron a la comunidad en los tiempos en que el San Juan
de Dios y el Instituto Materno Infantil atendían pacientes. Durante la última manifestación
realizada el primer semestre de 2013 se exhibió una camilla perteneciente al Pabellón San
Lucas. Como esa camilla hay todavía mil doscientas. Los estudiantes la recuperaron un
poco, no demasiado, porque es importante que los signos del deterioro sigan visibles, y la
llevaron a la marcha para decirle a la gente que “¡Sí hay camas!” Que “¡No tenemos que ir a
los otros hospitales a decir que nos presten lechos para los pacientes”. Ese día también
llevaron a las calles una de las cunas del Materno, que contaba con más de novecientos
cupos en sus épocas gloriosas. Estaba también la incubadora, que ahora es “solo la carcaza”
porque después del proceso de privatización de ese hospital los equipos fueron
desvalijados, les sacaron el motor y las piezas comercializables dejándoles solo el
“cascarón”. Los pacientes que salen en las camillas fueron armados con material hallado en
el propio hospital. Uno de ellos se construyó con fragmentos de piezas ortopédicas, tiene,
además de su férula, sus respectivos líquidos intravenosos. Según Oscar todo esto lo han
hecho “con las uñas”, pero también con la confianza de que la gente que pase o participe en
las marchas diga: “oiga, si vale la pena rescatar al San Juan”, se trata de “moverle la cabeza
a la gente”, de hacer que las personas entiendan que lo que ven es solo una muestra de los
millones de cosas “que se están pudriendo”.
30
En cierta ocasión, ya en la época de la “liquidación” del San Juan, Clara y Oscar intentaron
sacar una de las camillas y tuvieron problemas con el vigilante, porque según él, dicho
objeto estaba inventariado. Ante esto Clara, funcionaria del área de servicios generales del
Hospital San Juan de Dios desde 1986 y cabeza visible de los trabajadores que habitan
dicho centro hospitalario desde 1999, respondió de manera categórica: “como usted sabe
eso no es así porque los lugares donde viven los trabajadores no están inventariados, por
una cuestión de respeto y también para que no se roben las cosas”. El vigilante se negó
nuevamente alegando que cumplía órdenes de la “liquidadora”. Clara y Oscar insistieron
diciéndole el hombre que su labor era velar para que las cosas no se perdieran, que el
propósito de las trabajadoras no era llevarse nada sino hacer una denuncia y que después
de la marcha le devolverían la camilla intacta, junto con “el último gramo de mugre”. Esta
escena no era poco frecuente, de hecho, las bitácoras de celaduría, usadas para justificar
posteriores acusaciones hechas por la “liquidadora” y sus abogados en contra de las
trabajadoras, registraban detalladamente todos los “movimientos inusuales” de estas
mujeres, sus compañeros de causa y acompañantes frecuentes, muchos de los cuales
portaban “sospechosas” mochilas y cabelleras largas.
Clara tiene una interpretación diferente a la de Gladys respecto al problema laboral y al
estatus del hospital. Para ella la lucha consiste en arrebatarle el hospital al “Estado” o,
como ella misma dice, al “gobierno de turno”, es decir, no tiene sentido pelear porque el
San Juan sea público, puesto que la situación actual es precisamente consecuencia de la
intervención de representantes directos e indirectos del “Estado” como el antiguo
Gobernador de Cundinamarca y la propia “liquidadora”. Desde este punto de vista, no
importa si el hospital es declarado privado porque a la larga lo fundamental es que
continúe prestándole sus servicios al pueblo. No es un debate ideológico, ni político,
afirma Clara, se trata de un hospital que debe seguir funcionando, de una entidad que está
para salvar vidas y la vida no es ni privada ni pública, “es vida y punto”. De ahí el rechazo
de Clara y varios de sus compañeros quienes, valga decirlo, se niegan a ser identificados
como miembros de “la base”, de aceptar propuestas como la de la Secretaría de Salud del
Distrito, entidad que, según Clara, quiere usar las instalaciones del hospital sin
comprometerse con la cancelación de la deuda de los trabajadores, ya que “no va a pagar
nada más allá de lo que obliga la SU”17. Aquí cobra sentido la idea de trabajar con los
objetos vetustos del San Juan, pues se trata apenas del primer paso de un plan más
ambicioso consistente en hacer que el pueblo, no el “Estado”, se apropie del hospital. Por
eso se reúnen todos los viernes en un encuentro abierto al público, para exhibir los objetos,
17
Referencia a la Sentencia de Unificación 484 de 2008 emitida por la Corte Constitucional. Para un
análisis de las consecuencias del fallo véase el Análisis Documental que presentamos en el Anexo 1.
31
algunos de los cuales han sido recuperados, como por ejemplo una cabina que llamaron
“Fénix” y que poco a poco han ido convirtiendo en un “consultorio”, representando así el
primero de varios espacios que constituyen el proyecto de reactivación hecho por el
pueblo del primer piso del hospital.
En esta nueva inflexión de la causa, el papel de las instituciones de la administración
pública sería doble, por un lado “reactivar” el San Juan, devolviéndole lo que siempre ha
sido suyo, o sea, los bienes que le fueron arrebatados y que le permitirían convertirse en
un ente autosustentable y por otro, cumplir con la responsabilidad de solucionar el
conflicto laboral. Este énfasis es central para este colectivo de trabajadoras y estudiantes,
quienes sostienen que la lucha del hospital y la lucha de los empleados está relacionada
pero no es la misma cosa. Por esta razón Clara corrige pacientemente a todos los
colaboradores que, aunque con buenas intenciones, insisten en que el trabajo con los
objetos equivale a construir un “museo de la memoria” del San Juan. “Voy aclararte una
cosa con todo respeto”, le dijo la trabajadora a un investigador que le preguntó si esta
colección de objetos era un museo, “no es museo, es una exposición para darle a conocer a
la opinión pública que aquí hay cosas valiosas. Que unas se las han robado y que otras las
tenemos por sentido de pertenencia para que las conozcan”. Así que las camillas,
incubadoras, sillas de ruedas, instrumental quirúrgico y materiales ortopédicos en desuso,
son “las boronas que nos ha dejado el gobierno nacional, lo que no se ha podido
desmantelar”. Cada vez que algún incauto le hace la misma pregunta, Clara reitera que
esos objetos son exhibidos para que el pueblo se acerque y entienda que el valor de esas
cosas está en su relación con “la vida”, porque muchas personas creen “que lo que vale es
el San Juan”, pero en verdad lo más importante es “la vida de cada paciente que no se ha
podido salvar” y “de cada persona que ha muerto y enfermado en esta lucha”. Para este
grupo de trabajadoras y sus aliados los objetos representan el costo de la causa, por tanto,
ni tienen precio, ni están anclados en el pasado, por el contrario, son totalmente vigentes:
si no fueran lo que son, si no estuvieran como están, no adquirirían sentido en su universo
simbólico. El tema de los objetos adquiere así un lugar espacial en la construcción de la
causa que venimos describiendo: al decir que unas camillas abandonadas por la decidía
del “Estado” y roídas por el paso del tiempo no pueden hacer parte de un inventario, al
declarar invaluables ciertos objetos que a los ojos de un observador externo parecen
simple “chatarra”, al oponer a una lectura museológica una dimensión performativa de
esos materiales, Clara y sus amigos nos están hablando de una manera particular de
producción de valor que parece responder más a un entrelazamiento entre economía y
moral que a una valuación mercantil y objetiva de las cosas.
32
La disputa por la placa
Es cruel y paradójica la situación vivida por las trabajadoras y trabajadores del San Juan.
Hay varias personas enfermas, algunas con dolencias crónicas; además la gran mayoría
hoy tiene que recurrir a los dilatados y precarios servicios del régimen subsidiado de
salud por no tener medios para pagarse otro tipo de seguro médico. Clara cuenta que
cuando el hospital funcionaba normalmente ella conseguía llevar una “vida digna”,
contaba con recursos económicos para sobrevivir, aunque aclara que los salarios no eran
buenos, que en lo que respecta a la gente de servicios generales nunca tuvieron las
excesivas prebendas que en teoría ocasionaron la ruina del hospital. Hay un cierto
sinsabor en la manera en que Clara se refiere a los años en que el San Juan marchaba a
todo vapor, pues aunque su trabajo era estable, era el “más humillante y desagradecido de
todos”: salía agotada, “agachada del dolor” después de haber estado el día entero aseando
pasillos, cuartos, consultorios y quirófanos. Como consecuencia de ese tipo de actividad,
Clara asegura que hoy sus brazos ya no le sirven y que ha ido perdiendo visión por la
acción acumulativa de los químicos que usaba para realizar las labores de limpieza. En sus
alocuciones es normal que Clara lance preguntas del tipo: ¿Qué karma estamos pagando?
O ¿Por qué en Colombia aquellos que luchamos por la vida, somos destinados a morir
lentamente?
Clara también asegura haber sido víctima de amenazas y que incluso uno de sus seres
queridos fue asesinado con el objetivo de hacerla desistir; que el grupo de trabajadoras y
trabajadores se ha ido desarticulando con el tiempo merced a la enfermedad, la muerte de
algunos compañeros y la necesidad de alimentar a sus familias. Esta situación se habría
intensificado en el año 2006, cuando se dio inicio al proceso de “liquidación” del San Juan.
Para Clara fue precisamente, ese descuido provocado, ese momento de debilidad, de
fragmentación de la lucha, lo que permitió el “saqueo”, el robo sistemático de las cosas del
hospital. Pero Clara no se rinde, aunque algunos digan que están exhaustos, ella dice no
haberse “agotado”, por el contrario, afirma que cada día amanece más convencida de que
“al ladrón no se le puede dejar suelto”, porque quien permite que saqueen su casa “se hace
partícipe del robo”. Clara, no se queda callada, no se deja amedrentar, sabe que su causa
no será resuelta por las cortes colombianas, por eso ha interpuesto varias demandas ante
entidades internacionales, por eso dedica gran parte de su tiempo a hacer alboroto para
intentar despertar al noventa por ciento de los trabajadores, que según ella, se encuentran
“anestesiados” esperando una limosna del “gobierno de turno”, por eso se dedica
periódicamente a actualizar una especie de “periódico mural” con el que cualquier
visitante del San Juan se topa inevitablemente. Este “periódico” tiene que ser renovado
33
constantemente pues los carteles que lo componen son arrancados reiteradamente por
gente que, según Clara, está interesada en que el “Estado” (esta vez bajo el ropaje de “El
Distrito”) se quede con el hospital.
Clara es enfática en criticar a cualquier persona que intente hacer tratos con las entidades
del gobierno, incluyendo a otras empleadas del hospital, pues desde su punto de vista las
instituciones públicas solo han hecho presencia para desalojar y amenazar a las
trabajadoras, para librarse por fin de ellas y “asegurarse un negocio lucrativo”. Además de
este “enemigo” están los conflictos internos, muchos de los cuales se remontan a los años
en que el hospital atendía pacientes. Clara acusa a algunas trabajadoras de haber usado la
tragedia para hacer dinero, manipulando los recursos obtenidos gracias a la solidaridad de
otros sindicatos y vendiendo los derechos adquiridos en las convenciones colectivas; otras
de sus compañeras habrían accedido a participar en proyectos culturales con el único fin
de ganar reconocimiento personal (aunque en este punto aclara que lo único que ha
salvado al hospital es la acción política de algunas trabajadora para declararlo patrimonio
de la nación) y habrían celebrado alianzas con políticos que usaron la causa como
plataforma electoral.
En una conmemoración reciente el conflicto entre las trabajadoras se hizo evidente. La
Localidad Antonio Nariño (circunscripción político administrativa de la que depende el
HSJD) realizó un evento en las instalaciones del hospital con el fin de hacerle un homenaje
a las trabajadoras por todos sus años de lucha. Se trataba de una pequeña placa dirigida “a
las mujeres del San Juan”. La ceremonia contó con la presencia del Alcalde Mayor y el
Secretario de Salud, quienes, a la sazón, se preparaban para anunciar ante la opinión
pública y los medios de comunicación la futura apertura del Centro de Salud y Desarrollo
Comunitario. En el instante de la entrega de la placa (es decir en el momento de la foto)
una de las trabajadoras que vive en el San Juan le rapó el objeto al Alcalde Mayor
diciéndole que el reconocimiento debería ser para ellas y su grupo de compañeras. Para
calmar los ánimos uno de los funcionarios encargados del protocolo le explicó que la placa
era para “todas las mujeres”, que no decía nada sobre “profesionales”, “bonitas”, o “feas”.
Entonces la mujer comenzó a vociferar reclamando que el evento tenía un carácter político
y excluyente. El Alcalde pidió de vuelta la placa, pero ella continúo indignada sugiriendo
que las “profesionales” no representaban a quienes verdaderamente habían sufrido
durante más de una década de lucha. En respuesta a esta acusación una de las enfermeras
le dijo al Alcalde: “nosotras no vamos a aceptar esa placa”. El Alcalde insistía en que no
había problema, que todas podían salir en la foto, pero la trabajadora que inició la protesta
volvió a quejarse. Entonces la enfermera le arrebató el objeto en disputa y le dijo al
34
Alcalde: “mejor le devolvemos su placa, eso ellas la quieren tener y nosotras también [sic],
por favor guárdenosla en la Alcaldía”.
El San Juan es un sujeto de derechos
Nuevos conflictos aparecieron con la llegada de la contratista de la Gobernación de
Cundinamarca para liquidar la “Fundación San Juan de Dios”, proceso que, según el tiempo
del “Estado” comenzó en 2006 y terminó en mayo de 2013 18: hizo sellar la mayor parte de
los edificios del hospital; entorpeció las jornadas de atención médica; subastó una gran
cantidad de equipos clínicos y de infraestructura; denunció a las trabajadoras ante las
autoridades de policía por haber “invadido” el hospital y usado los edificios como vivienda,
en detrimento del patrimonio histórico y cultural de la Nación y de la salud de sus familias
y mandó fumigar la huerta comunitaria con glifosato, alegando que “los invasores”
constituían un “reducto guerrillero” y mantenían “cultivos ilícitos” en las zonas verdes de
la institución. Nuevas acciones han ideado las trabajadoras para seguir oponiéndose a
varios
agentes
del
“Estado”
que
insisten en
despojarlas
de
su forma
de
autorreconocimiento y en demostrar que ellas no son parte del San Juan: Gladys, Clara y
los compañeros que habitan el hospital continúan ocupando sus puestos de trabajo;
reclutando estudiantes e investigadores para la causa; recorriendo, con quien quiera
acompañarlas, los edificios ubicados en diferentes puntos del centro de Bogotá que le
pertenecen históricamente al San Juan; tomándose la Carrera Décima sacando a la calle
camillas con trabajadoras disfrazadas de los “males” que carcomen la salud pública en
Colombia; marchando con batas blancas, antorchas y haciendo consulta en la calle;
cocinando sancochos en ollas comunitarias; contándole su vida a antropólogos y
comunicadores para construir piezas investigativas que cuenten su historia, que le den
verisimilitud a su verdad y a su lucha, que fortalezcan y divulguen la teoría de los tres
hospitales y su nueva tesis según la cual “el San Juan es un sujeto de derechos”. Mientras
tanto Ligia y sus colegas decidieron insistir en su proyecto de visitas turísticas, pero esta
vez “a escondidas y desde afuera”, su nueva estrategia es mostrarle a la gente el hospital a
través de las rejas; siguen haciendo sus “rondas” por los pabellones a pesar de las láminas
con que sellaron la entrada a los servicios; denuncian ante la Fiscalía y otros organismos
del poder judicial el saqueo ejecutado por la liquidadora 19; continúan firmando, día tras
día, la lista de asistencia a sus respectivos turnos; piden sus vacaciones, incapacidades,
18
Para una discusión detallada de la situación jurídica actual del HSJD véase el Análisis Documental (Anexo 1)
expuesto en la Tercera Parte del presente informe.
19
En 2012 se acumularon pruebas sobre el saqueo hecho por la liquidadora Ana Karenina Gauna y se hicieron llegar
a la Procuraduría General de la Nación. No obstante, tal ente no procedió alegando falta de competencia para
investigar a la liquidadora, puesto que no es funcionario pública.
35
días compensatorios e indemnizaciones como cualquier trabajador y reclaman para el
hospital el legado de José Joaquín Vargas20.
Gladys, Ligia y Clara, y en un sentido más amplio los actores sociales que le otorgan
sentido a esa trama relacional que llaman el “San Juan” nos señalan caminos para entender
la construcción de dimensiones morales forjadas a partir de un conflicto por el
reconocimiento de derechos. Se trata de un conflicto vivo, creador de mundos sociales que
solo puede entenderse a partir de un análisis procesual y simbólico de esas verdades en
disputa denominadas derechos, de la descripción de los procedimientos mediante los
cuales los actores buscan fijar cierto tipo de significados a partir de una causa común, en
este caso, la condición de “trabajadoras del San Juan” negada por la racionalidad jurídica y
la imposición violenta del tiempo del “Estado”.
Las historias de Gladys, Ligia y Clara presentadas aquí, muestran que las colectividades
son profundamente heterogéneas (y en ese sentido términos como identidad o comunidad
no ayudan a entender la complejidad de sus asociaciones), que sus conexiones son
siempre contingentes y parciales, tan frágiles que pueden romperse en cualquier momento,
pero a la vez tan fuertes que pueden resistir el paso del tiempo gracias un costo enorme de
energía, a un constante trabajo relacional para reivindicar una condición existencial, para
reclamar su estatuto de trabajadoras. De ahí el valor de su trabajo, que va más allá de una
definición estrictamente jurídica, su agencia está precisamente en contradecir, día tras día,
la tesis del abogado de la liquidadora según la cual ellas: “no trabajan porque no ejercen
funciones”21.
La fabricación del universo social en el cual las ideas y las prácticas de las trabajadoras
cobran sentido es también la fabricación del San Juan como persona moral. El hospital es
más que un conjunto arquitectónico, es un idioma activado por los actores sociales para
afirmar su humanidad, un vehículo para la elaboración simbólica de una causa y un medio
para entender la construcción de colectividades a partir de gramáticas emocionales
(Jimeno, 2010), la articulación de experiencias subjetivas y reivindicaciones políticas
(Fernández, 2011) o, en otras palabras, el paso de la existencia serial a la existencia
colectiva (Bourdieu, 1984). El
San
Juan
es
también
una entidad dinámica
antropomorfizada construida por medio de analogías orgánicas, escatológicas y
20
Millonario benefactor del San Juan quien agradecido por haber sido salvado de una puñalada en el pecho le heredó
al Hospital los terrenos correspondientes a la Hacienda El Salitre. Estos terrenos, sobre los cuales fueron edificados el
Centro Administrativo Nacional, la Embajada de Estados Unidos, la Fiscalía General, el barrio Ciudad Salitre, la sede
de la Gobernación y una parte de la Universidad Nacional, fueron divididos y negociados por la Gobernación de
Cundinamarca como si fueran suyos. Parte del dinero se usó para “sanear” las finanzas del hospital y conformar “La
Fundación” en la década de 1970, el resto se puso en un Fideicomiso y nunca fue invertido en el hospital (El Tiempo,
26 de octubre de 2012).
21
Véase la referencia completa en al Análisis Documental (Anexo 1) presentado en la tercera parte de este informe.
36
emocionales (muere de pie, cae en coma, contamina, se levanta, abre los brazos, espera, es
traicionado), es decir, con cuerpo y género, que construye su propia espacialidad en la
circulación de personas y artefactos diversos (legados, testamentos, escrituras públicas,
cédulas reales, instrumental quirúrgico, consultorios callejeros, predios robados por
abogados deshonestos, terrenos usurpados por agentes de la administración pública) que
producen demarcaciones y circunscripciones morales del espacio. Los documentos son la
sangre que fluye a través de la persona moral producida por la agencia de las trabajadoras
del San Juan. No es posible entender esta causa sin prestar atención a la circulación de
papeles y a la manera por medio de la cual éstos son usados para interpelar a esa
abstracción mistificada (Foucault, 2007) que llamamos “Estado”. Los documentos pueden
ser descritos como superficies (Feldman, 1991), sitios, estadios, moldes, sobre los cuales la
historia es construida como objeto cultural, o en otras palabras, artefactos sobre los cuales
es posible rastrear los efectos teleológicos y de pretendida continuidad producidos por el
tiempo del “Estado”. En ese sentido, Gladys y Ligia son historiadoras nativas que describen
la vida social del San Juan construyendo sus propias narrativas y temporalidades,
organizando elementos heterogéneos, formulando tramas coherentes a partir de
colecciones fragmentadas de papeles (Ortega, 2008; Ferreira, 2011) firmados y sellados
por representantes del “Estado”. No hay que olvidar que estas prácticas están sometidas a
la verificación del saber experto y son constituyentes de los procesos de formación de
“Estado” (Texeira & Souza Lima, 2010), única unidad moral representativa obligada a
purificar, responder y ajustar cuentas con el pasado (Borneman, 1997).
Teóricamente podría plantearse que el hospital comparte varias de las propiedades que
una sugestiva literatura antropológica le asigna a las “casas”, es decir, el estatuto de
persona moral (Lévi-Strauss, 1991; Marcelin, 1999; Carsten & Hugh Jones, 1995). No
obstante, Gladys, Ligia y sus compañeras, realizan un intenso trabajo relacional (Zelizer,
2009) para demostrar que el hospital no es una “casa”. Para esto construyen límites entre
lo privado y lo público, entre el mundo laboral y el doméstico, combinan teorías
clasificatorias nativas y expertas sobre el “Estado”, el cuidado, el derecho civil y las
relaciones de intercambio y participan en el delineamiento de nuevos límites como la
revisión de sentencias y decretos, la proclamación de leyes y la construcción de teorías, la
más reciente, aquella que define al San Juan como sujeto de derechos. De manera general,
decir que las trabajadoras han sido expulsadas de la esfera de producción de valor, sería
darle la razón a la “liquidadora” y reconocer que ya no son más aquello que dicen ser.
37
Referencias
Bibliografía
Abadía-Barreto, César et. al. “Algunas Violencias del Capitalismo en Colombia: Dispositivos
de tortura y autodestrucción”. Maguaré, n. 25, 2011. p. 203-240.
Abadía-Barreto, César et. al. "Perspectivas inter-situadas al Capitalismo en Salud: desde
Colombia y sobre Colombia" In: Palimsestus, n. 6. 2008. p.177-192.
Amézquita, Daniel. La apropiación de la memoria del San Juan de Dios. Documento Inédito.
2013.
Ariza, Katherine, Abadía-Barreto, César & María J. Pinilla. “La praxis del Estado colombiano
en la eliminación del Instituto de Seguros Sociales y del Instituto Materno Infantil”. In:
Salud, Normalización y Capitalismo en Colombia. C. Abadía-Barreto, A. Góngora, M. Melo &
C. Platarrueda (eds.) Universidad Nacional de Colombia, Bogotá D.C. 2013.
Boltanski, Luc. La Souffrance a Distance: Morale humanitaire, médias et politique. Paris:
Éditions Métailie, 1993.
Borneman, John. Settling Accounts: Violence, justice and accountability in Postsocialist
Europe. Princeton, New Jersye: Princeton University Press, 1997
Bourdieu, Pierre. “La délégation et lê fetichisme politique”. Actes de la Recherche en
Sciences Sociales, n. 52-53, 1984. pp 49-55.
Cárdenas, Humberto. Hospital San Juan de Dios: voces pieles y resistencias. Bogotá:
Asociación de trabajo Interdisciplinario (ATI). 2004.
Cardoso de Oliveira, Luís Roberto. “A dimensão simbólica dos direitos e a análise dos
conflitos”. Revista de Antropologia - USP, v. 53 n. 2, 2010. p. 451-473.
Carsten, Janet & Hugh-Jones, Stephen (Eds.). “Introduction” In: About the house. LeviStrauss and beyond. Cambridge University Press, 1995.
Das, Veena. “Sufrimientos, teodiceas, prácticas disciplinarias y apropiaciones” In: Veena
Das Sujetos de Dolor, Agentes de Dignidad. F. Ortega (edt). Universidad Nacional de
Colombia: Bogotá D.C. 2008.
Das, Veena & Poole, Deborah. “State and its margins comparative ethnographies” In:
Anthropology in the Margins of the State. V. Das & D. Poole (eds). Santa Fe: School of
American Research Press, 2004.
Feldman, Allen. Formations of Violence: The narrative of the body and political terror in
Northern Ireland. Chicago: The University of Chicago Press, 1991.
Fergusson, Susana & Góngora, Andrés. “La relación entre personas y drogas y los
dispositivos de inclusión social basados en la comunidad”. Communication: II Conferencia
Anual, Programa de Cooperación en Políticas de Drogas entre América Latina y la Unión
Europea –COPOLAD. Bruxelas, jul. 2012.
Fernández, María. “Além da Racionalidade: o estudo das emoções como práticas políticas”.
Mana vol.17, n.1, 2011, pp. 41-68.
38
Ferreira, Letícia Carvalho de M. Uma Etnografia Para Muitas Ausências: O desaparecimento
de pessoas como ocorrência policial e problema social. Tese de Doutorado,
PPGAS/MN/UFRJ, 2011.
Foucault, Michel. Seguridad, territorio, población. Fondo de Cultura Económica: México D.F.,
[1977-1978] 2007.
________________ “Questions of method”. In: Burchell, Graham; Gordon, Colin; Miller, Peter,
(eds). The Foucault effect. Studies in governamentality. Chicago: The University of Chicago
Press, p.73-86, 1991
Góngora, Andrés. “Redes Riesgos y Drogas: Hacia una antropología de las formas de
gobierno”. In: Nuevas Antropologías Colombianas: experiencias metodológicas. Espinosa, N.
Tapias, C. y A. Góngora (Comp.). Editorial Zenú: Montería-Medellín. 2012.
Góngora, Andrés & Abadía-Barreto, César. “Malestares y Crisis en la Salud: Propuestas
metodológicas para un debate participativo” In: Salud, Normalización y Capitalismo en
Colombia. C. Abadía-Barreto, A. Góngora, M. Melo & C. Platarrueda (eds.) Universidad
Nacional de Colombia, Bogotá D.C. 2013
Herzfeld, Michael. The Social Production of Indifference: exploring the symbolic roots of
Western bureaucracy. Chicago: The University of Chicago Press, 1993.
Jeganathan, Pradeep. “Checkpoint anthropology identity and the state” In: Anthropology in
the Margins of the State. V. Das & D. Poole (eds). Santa Fe: School of American Research
Press, 2004.
Jimeno, Myriam. “Emoções e política: a vítima e a construção de comunidades emocionais”.
Mana vol.16, n.1, 2010. p. 99-121 .
Larvie, Patrick (1998) Managing Desire: AIDS, Sexual Citizenship and the New Brazilian
Homsexuality. PhD Dissertations. University of Chicago.
Lévi-Strauss, “Maison”. In: Dictionnaire de L’Ethnologie et de L’Anthropologie. P. Bonté & M.
Izard (eds.). Paris: PUF. 1991.
Malaver, Carol. “La herencia que no pudo salvar el San Juan”. Diario el Tiempo. Octubre 26
de 2012.
Marcelin, Louis. A Linguagem da casa entre os negros no recôncavo bainao. Mana vol.5, n.2,
2010. p. 31-60.
Melo, Marco. “‘Quítate tú pa’ ponerme yo’. Un análisis prospectivo de Ciudad Salud desde
una perspectiva marxiana”. In: Salud, Normalización y Capitalismo en Colombia. C. AbadíaBarreto, A. Góngora, M. Melo & C. Platarrueda (eds.) Universidad Nacional de Colombia,
Bogotá D.C. 2013.
Ortega, Francisco. “Rehabilitar la cotidianidad” In: Veena Das Sujetos de Dolor, Agentes de
Dignidad. F. Ortega (edt). Universidad Nacional de Colombia: Bogotá D.C. 2008.
Rechtman, Richard; Fassin, Didier. The Empire of Trauma: An inquiry into the condition of
victimhood. Princeton, New Jersey: Princeton University Press, 2009.
39
Riles, Annalise. “Introduction: in Response” In: Documents: Artifacts of modern Knowladge.
University of Michigan Press, 2006.
Rose, Nikolas & Miller, Peter. Governing the Present: Administering Economic, Social and
Personal Life. Polity, 2012.
Teixeira, Carla Costa & Souza Lima, Antônio Carlos de. A antropologia da administração e
da governança no Brasil: área temática ou ponto de dispersão? In: Luiz F. Dias Duarte &
Carlos B. Martin. (org.). Horizontes das ciências sociais no Brasil: antropologia. ANPOCS:
São Paulo, 2010.
Weber, Max. The sociology of religion. Boston: Beacon Press, 1993.
Weber, Max. Economía y Sociedad I. Fondo de Cultura Económica: México-Buenos Aires,
1964.
Zelizer, Viviana. La Negociación de la Intimidad. Buenos Aires: Fondo de Cultura
Económica, 2009.
Documentos Jurídicos y Administrativos
Alcaldía Mayor de Bogotá - Secretaría Distrital de Salud. Modelo de Atención en Salud:
¡Salud Humana Ya! Bogotá, 2012.
Alcaldía Mayor de Bogotá. Plan de Desarrollo Bogotá Humana (2012-2016). Bogotá, 2012.
República de Colombia. Ley 1432 de 2011.
Corte Constitucional de Colombia. Sentencia de Unificación 484 de 2008.
Superintendencia de Salud de Colombia. Resolución 1317 de 2004.
Superintendencia de Salud de Colombia. Resolución 1933 de 2001.
Gauna, Ana Karenina. Recurso de Apelación ante el Tribunal Administrativo de Cundinamarca
(fechado dos años antes, con sello de recibido del día 14 de junio de 2011, presentado por un
abogado de la liquidadora)
República de Colombia. Ley 735 de 2002.
Representante de los funcionarios del Hospital San Juan de Dios y del Instituto Materno
Infantil (IMI) & Gerente Liquidadora de la Fundación San Juan de Dios. Acta de
Compromiso, 23 de octubre de 2006.
Documentos Producidos por las Trabajadoras del HSJD
Trabajadoras y trabajadores del Centro Hospitalario San Juan de Dios de Bogotá. Boletín Jurídico
No. 01, 2008.
Anónimo. Reflexión personal de una Jefe de Enfermería. 2005 [sir].
Grupo de Enfermeras HSJD. Carta al Vicepresidente de la República, 2008.
40
Descargar