Doc. 16. Conferencia `Tecnologías y Defensa: relaciones mutuas`.

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Tecnologías y Defensa: relaciones mutuas
20 de noviembre de 2014
Vicente Ortega
Introducción
La fuerte relación entre el desarrollo de la tecnología, las “artes militares” y la guerra
es un hecho históricamente demostrado y que prácticamente nadie niega. Basta
estudiar los numerosos libros de historia de la tecnología o los ensayos sobre
tecnología y sociedad para comprobar que las actividades del hombre dedicadas al
ataque y a la defensa han sido uno de los factores importantes que han contribuido al
desarrollo de inventos, artefactos, obras, máquinas, métodos, sistemas y
organizaciones que constituyen el complejo mundo de la tecnología. Otra cosa distinta
es el juicio y la valoración que cada individuo o grupo social pueda hacer respecto a
determinados aspectos de esta relación. Pero el hecho existe y en esta conferencia
expondré a grandes rasgos las causas de esta relación y los efectos de la misma en
algunos periodos históricos y casos relevantes del desarrollo tecnológico.
Sobre la influencia de la guerra en el desarrollo tecnológico, Joel Mokyr en su libro La
palanca de la riqueza: creatividad tecnológica y progreso económico atribuye a la
conexión Estado-Tecnología una gran importancia a la guerra la cual
“Ha estado siempre impregnada de tecnología y la concentración de esfuerzos que
exigían en su caso los intereses en juego indicaría una correlación positiva entre el
esfuerzo militar y el éxito tecnológico. Se ha dicho repetidas veces que las necesidades
militares estimulan e inspiran el cambio tecnológico. Pero no es fácil determinar si las
innovaciones de la tecnología militar proporcionan beneficios sustanciales a la
producción de bienes y servicios en tiempos de paz. La correlación histórica entre los
avances en la producción de armas y los avances en la producción de mantequilla no
demuestra que más o mejores armas hayan sido la causa de que hubiera más o mejor
mantequilla o viceversa. Podía tratarse simplemente de un incremento general de la
capacidad de una sociedad para tener más de ambas cosas. Al fin y al cabo, eso es el
progreso tecnológico”.
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Sobre la necesidad, el deseo, la ambición, la religión y otros
factores en el desarrollo tecnológico
Para entender mejor las causas del desarrollo tecnológico conviene que prestemos
atención a una de las definiciones, para mi criterio, de las más completas y acertadas
del concepto de tecnología. Es la recogida de forma esquemática en la figura siguiente
donde se hace énfasis en que no sólo es el conocimiento científico técnico el factor
importante, como se pretende a veces desde una óptica reduccionista a la que somos
aficionados los ingenieros, sino que los valores, los fines, las creencias de una sociedad
marcan el paso y el tipo de desarrollo tecnológico.
Recordaré ahora que José Ortega y Gasset en su libro Meditación de la técnica, escrito
en el año 1932 cuando la palabra tecnología apenas era usada en España, señala que la
reforma de la naturaleza, objetivo principal de la técnica, la lleva a cabo el hombre
mediante la realización de “actos técnicos” que pretenden:
1. Asegurar la satisfacción de necesidades, empezando por las más elementales.
2. Lograr la satisfacción con el mínimo esfuerzo, liberando al hombre de tareas
repetitivas y fatigosas.
3. Crear posibilidades completamente nuevas que desarrollen la sobrenaturaleza
técnica.
Sobre la importancia de la necesidad, también George Basalla, en su libro La evolución
de la tecnología señala. “La creencia en que la necesidad desencadena el esfuerzo
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inventivo es una creencia constantemente invocada para explicar la mayor parte de la
actividad tecnológica”.
Así, si el hombre siente hambre necesita comer. Alimentarse es un acto natural y en el
paraíso bíblico esta necesidad quedaba satisfecha sin más. Pero no existen paraísos
bíblicos y para alimentarse el hombre primitivo caza, lo cual ya supone el uso de unas
herramientas o armas elementales y una cierta táctica grupal o tribal. Herramientas y
tácticas, es decir, cazar ya es un acto técnico elemental.
Como señala Lewis Mumford en su libro Técnica y civilización:
“Quizás la mayor influencia positiva en el desarrollo de la máquina haya sido la del
soldado: a sus espaldas está el largo desarrollo del cazador primitivo. Originalmente la
necesidad de armas del cazador fue un esfuerzo para incrementar el suministro de
alimentos. De ahí el invento de las puntas de flecha, de las lanzas, de las hondas y de
los cuchillos desde el alba más temprana de la técnica en adelante”.
¿Cómo pasó el hombre de la caza de la presa a la caza del hombre? Cuando hay que
sobrevivir en un mundo hostil y de escasez en una civilización primitiva es posible que
el hombre no distinga entre una presa animal y una presa humana. El hombre actúa
como un lobo para el hombre, según la conocida fase de Hobbes.
Desde los albores de las más primitivas técnicas pueden apreciarse ya dos hechos que
acompañaran al desarrollo de la tecnología hasta nuestros días: el carácter
ambivalente de la creación técnica y el carácter ambivalente de la actividad humana en
el uso y perfeccionamiento de un invento. En definitiva, la mejor o peor arma del
hombre está en su cerebro.
¿Es la conquista una necesidad en el sentido ortegiano? Creo que no. La conquista de
otras tierras, la dominación de otros pueblos, puede a veces ser debida al afán de
sobrevivir en un medio hostil, pero la mayor parte de las veces es un deseo, cuyas
raíces pueden ir desde el botín y el robo hasta la extensión de una religión o forma
determinada de cultura o civilización. Deseo del cual deriva una necesidad; la de
defenderse del ataque.
Sea por el deseo de conquista y dominación, sea por la necesidad de defenderse, lo
cierto es que ambas cosas crean una demanda de armas, de técnicas que tienden:
— Por un lado, a acelerar el desarrollo tecnológico de artefactos, inventos,
técnicas, etc., ya existentes y derivadas del mundo civil.
— Por otro lado, a propiciar e impulsar el desarrollo de nuevas tecnologías no
existentes, de las cuales pueden a su vez obtenerse aplicaciones en el
mundo civil.
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Así pues, desde el principio de la civilización la guerra ha estado unida a la tecnología y
a su desarrollo. ¿Hasta dónde tiene uno que remontarse para demostrar que la guerra
ha sido quizás el principal propagador de la máquina? Se pregunta de nuevo Lewis
Mumford. Quizás exagera al hablar de principal. Un estudio de la historia de la
tecnología nos demostraría que la concepción, el desarrollo y la aplicación de muchas
máquinas, artefactos y tecnologías han sido debidas a necesidades de tipo civil así
como su uso posterior, pero también la historia muestra numerosos ejemplos de la
gran influencia que los ejércitos han tenido en el desarrollo de la tecnología.
¿Surgieron la minería y la metalurgia como demanda de los ejércitos? Probablemente
no. Serían necesidades de construcción de herramientas, de vasijas, de utensilios
domésticos, de objetos de ornamentación y lujo. Pero no cabe duda de que una vez
conocidas las técnicas de forja y de aleación, la principal demanda provino de la
fabricación de espadas, flechas, lanzas, armaduras…etc. hasta la fabricación de las
armas de fuego como veremos a continuación. Como señalan T.K.Derry y T.I. Williams
en su libro Historia de la tecnología al describir las diversas aplicaciones del hierro en
las civilizaciones antiguas: “Pero no debemos caer en la exageración y la anticipación.
El nuevo metal se usó primero para hacer armas; después para fabricar azadas y
hachas y picos para granjas y minas; finalmente, para las herramientas que hemos
descrito”.
Así pues, en el desarrollo de la tecnología metalúrgica estaríamos ante un caso claro de
lo que hoy se denominan tecnologías duales: un invento, un proceso, una idea, nacidos
de una necesidad, deseo, ambición o sueño, no pensada inicialmente para una
aplicación militar, pero cuya utilidad se ve pronto con claridad, se desarrolla y
perfecciona bajo el impulso de la demanda de los ejércitos al tiempo que luego se usan
para otro tipo de aplicaciones civiles.
No podemos, en esta conferencia, hacer una exposición detallada, siguiendo la historia
del desarrollo tecnológico, de la relación entre las artes militares y la tecnología, pero
sí señalar algunos casos notables de influencia mutua entre ambas en algunas épocas
históricas.
La guerra se tecnifica: cañón y pólvora
Donald Cardwell, en su Historia de la tecnología, al referirse a innovaciones realizadas
en la Edad Media que tuvieron una repercusión importante en las ciencias y técnicas
posteriores dice: “Este cambio estuvo relacionado con un conjunto importante de
inventos fundamentales que lo acompañaron y cuya importancia última trascendió con
mucho su utilidad inmediata. Entre ellos aparecen la prensa tipográfica, el reloj de
pesas, el torno de hilar, el cañón y el alto horno. Estos inventos, unidos al cambio de
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concepción de la naturaleza, posibilitaron la revolución científica del siglo XVII”.
Posiblemente, es un poco exagerada esta afirmación pero, incluso así, el cañón figura
entre esos inventos notables.
Se sabe poco sobre los orígenes de la pólvora y el cañón. La idea de que la explosión
confinada de la pólvora en un cilindro podría ser utilizada para disparar un proyectil
con una fuerza no lograda con el arco y la ballesta, parece haber surgido
simultáneamente en China y en Bizancio, y a través de los árabes llego a Europa
Occidental que desarrolló estas técnicas con mucha mayor rapidez e intensidad que en
el Oriente. Los grabados más antiguos que recogen la existencia de cañones datan de
1326 en Europa y en 1332 en China. El efecto del cañón fue múltiple y su uso empezó a
generalizarse en los siglos XV y XVI.
El primer efecto fue sobre el aumento y mejoramiento de las técnicas metalúrgicas.
Probablemente, las técnicas de fundición con moldeado deben a la fabricación de
campanas para iglesias y catedrales buena parte del saber hacer inicial. Pero las
características y especificaciones de un cañón son mucho más rigurosas y requieren el
uso del hierro colado más que el bronce, lo que llevó a un incremento notable de la
demanda del hierro que llevaría al desarrollo de nuevas técnicas de fundición y a la
instalación de los primeros “altos hornos”. Como señala L. Mumford: “En Francia los
altos hornos no se construyeron hasta alrededor de 1550, y a últimos de siglo Francia
disponía de trece fundiciones, todas ellas dedicadas a la fabricación de cañones, siendo
el otro producto importante las guadañas”. Por otro lado, los antiguos métodos de
hierro forjado artesanalmente en las fraguas no eran suficientes y se va pasando del
concepto de fragua-taller al de factoría-fundición. A su vez la gran demanda de hierro
debida a la fabricación de cañones y armas de fuego produce la necesidad de buscar
un sustituto al carbón vegetal, dada la acelerada deforestación que estaban
padeciendo varios países de Europa. A estos efectos conviene recordar que hasta bien
entrado el siglo XVIII la madera era el recurso industrial dominante, usada como
materia prima, como instrumento, como máquina-herramienta, como máquina, como
utensilio y como obra, como combustible y como producto final. Lewis Mumford
señala: “Si en realidad no hubiera sido por la demanda de metal para las monedas, las
armaduras, los cañones y las balas durante este periodo (siglos XIV a XVIII), la
necesidad de metales hubiera sido relativamente insignificante”. Así pues, la
metalurgia del hierro que se desarrollaría exponencialmente a partir del siglo XVIII es
deudora principalmente de una necesidad directa de las armas de fuego.
Posteriormente, siempre en el desarrollo las tecnologías metalúrgicas (acero,
aluminio…) las necesidades de los ejércitos han impulsado su crecimiento y desarrollo,
aunque a partir del siglo XIX las aplicaciones de los metales al mundo civil han sido
también muy importantes. Estamos, pues, ante un ejemplo muy claro e importante de
“tecnologías duales” en el sentido de que su desarrollo inicial a gran escala fue debido
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principalmente a necesidades de los ejércitos y, posteriormente, han tenido muchas
aplicaciones al sector civil.
La influencia del cañón va más allá de la tecnología metalúrgica. Otro campo, en este
caso las ciencias físico-matemáticas, debe también parte de su desarrollo en el
Renacimiento a la balística, es decir, al estudio del movimiento de los proyectiles. Así,
en una constelación de físico-matemáticos que van de Nicolás de Cusa a Galileo Galilei,
pasando por Nicolás Tartaglia y Cardano, por citar sólo algunos, “se ocupan del
problema del movimiento de los proyectiles” (Historia de la ciencia, René Taton, Tomo
4, Ed. Orbis), desarrollando nuevas teorías y fórmulas para el cálculo de trayectorias.
La nueva ciencia que anunciaba el libro de Tartaglia Nova scientia (1537) era la ciencia
de la balística. El propio Galileo, físico, matemático, astrónomo, también enseñó en la
Universidad de Padua “ingeniería militar” haciendo experimentos en el arsenal de
Venecia (Estado del que dependía la Universidad de Padua) sobre trayectorias lo que le
llevó en 1638 al establecimiento del movimiento parabólico de los proyectiles en su
tratado Discurso y demostración matemática en torno a las nuevas ciencias
relacionadas con la mecánica. Y no puede pasarse por alto la figura de Leonardo da
Vinci prototipo de ingeniero militar del Renacimiento, que ofrece a Ludovico Sforza en
Milán sus artefactos y sus procesos de fabricación y operación de cañones y morteros
para el asedio o la defensa de fortalezas.
También el cañón, la pólvora y otras armas de fuego modificaron las técnicas de
construcción de fortalezas. Sebastián Le Preste de Vauban, Mariscal de Francia cuya
experiencia y prestigio llevaron a la fundación en 1675 del “Cuerpo de Ingenieros
Militares” en Francia, que llevaría posteriormente, siguiendo este modelo a la creación
de las primeras escuelas de ingeniería civil en Francia, en la segunda mitad del siglo
XVIII.
La utilización a gran escala de nuevas armas lleva a nuevas formas de organización de
los ejércitos, a nuevas tácticas, a nuevas formas de planeamiento, de dirección de
hombres, máquinas y recursos, en lo que podían ser los rudimentos de la
“investigación de operaciones”.
La figura adjunta resume, de forma gráfica, la influencia de la pólvora y el cañón en
diversas ramas de la tecnología en lo que fue el primer paso importante de la
“tecnificación de la guerra”.
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Nacimiento de la ingeniería
En estas relaciones entre tecnología y defensa no sólo se trata de describir inventos,
artefactos y armas. Tan importante como ello es el nacimiento de nuevas profesiones y
actividades muy ligadas a los nacientes Estados europeos del Renacimiento y a las
continuas guerras entre ellos.
Tal como señala Lewis Mumford:
“La guerra creó un tipo nuevo de director industrial que no era un albañil, ni un
herrero ni un maestro artesano: El ingeniero militar. En el curso de la guerra, el
ingeniero militar combinó todas las funciones del ingeniero civil, mecánico y de minas;
funciones que no empezaron a estar diferenciadas hasta el siglo XVIII. La máquina
contrajo con los ingenieros militares italianos desde el siglo XV en adelante una deuda
tan alta como la que contrajo con los inventores británicos del periodo de james
Watt”.
¿Quién era ingeniero en los siglos XVI y XVII? En el tomo I de la colección Técnica e
ingeniería en España de la Real Academia de Ingeniería, editada por Manuel Silva
Suárez, se dice: “Si queremos ser muy estrictos, ingenieros fueron aquellos que
recibieron tal título por parte del rey y éstos en su mayoría eran arquitectos, artilleros
e ingenieros militares”. En este mismo libro se puede leer cómo la palabra “ingeniero”
aparece en castellano hacia 1450, derivada del italiano “ingegnere” que es el que
diseña y construye “ingegni”, máquinas de guerra. También se denomina en el siglo
XIII “ingeniator” al técnico especializado en máquinas de guerra. Posteriormente, en
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1661, G.A. Böckler en su “Tratado de las artes mecánicas de la industria del agua y los
molinos” deriva la palabra del concepto de “ingenio” como facultad de la mente,
diciendo: “Entre los inventos más extraordinarios y útiles regalados por Dios
todopoderoso al género humano, el noble arte de la mecánica no es el más pequeño.
Para este arte son necesarios una aguda reflexión, el arte, el esfuerzo y la habilidad de
los ingenieros, así llamados por su ingenioso entendimiento.
A partir del siglo XVIII la palabra ingeniero se generaliza pero incluso en la edición del
Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) de 1817, consigna como primera
acepción de la palabra ingeniero: “en la milicia, el que sirve en la disposición, traza y
manejo de las máquinas de guerra y en las obras de fortificación”. Queda, pues, claro
como conclusión que la profesión de ingeniero nace ligada al mundo militar.
Libros técnicos y enseñanzas de la ingeniería
Otra muestra más de las relaciones entre tecnología y estamento militar es la
publicación de los primeros libros impresos y el comienzo de los estudios de ingeniería.
Recordemos que la imprenta de tipos móviles fue inventada por Johannes Gutenberg
(1398-1468) que imprimió en 1456 lo que parece ser el primer libro: la Biblia de
cuarenta y dos líneas. Una consecuencia de la imprenta para el desarrollo de la
tecnología es la publicación de los primeros libros técnicos. Aunque previamente a la
imprenta ya existían manuscritos con ilustraciones y explicaciones de artefactos y
armas, su número y consiguiente utilización eran escasos, por lo que el libro impreso
supuso una mayor difusión. Si las artes militares jugaron un papel importante en el
desarrollo de las técnicas, no puede sorprender que entre los primeros libros impresos
estuvieran los dedicados a armamento y construcciones militares.
Así, en el año 1472 se imprime Elencus et index rerum militarium de Roberto Valturio,
considerado por algunos como el primer libro de ingeniería impreso. Poco después, en
1476, se imprimió una versión del clásico manuscrito De Re Militari tratado escrito por
Flavio Vegetio en el siglo IV que se usó como manual de máquinas y artefactos bélicos
durante toda la Edad Media. Otros libros impresos publicados fueron: Pirothecnia, de
V. Biringuccio en 1540; Memorial de Artillería, de Luis Pizarro, en 1543; Teoria y
práctica de la guerra, de Bernardino de Mendoza, en 1595; Tratado de artillería y
fortificación, de Cristóbal Lechuga, en 1611, libro en el que ya se incluyen consejos
sobre la formación y el perfil de los ingenieros. A partir de la segunda mitad del siglo
XVI empiezan a publicarse libros de máquinas y minería del mundo civil pero incluso un
clásico de la ingeniería, el libro La Science des ingenieurs dans la conduit des travaux de
fortificación et d´architecture civil, publicado en 1729 fue escrito por Bernard Forest de
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Belidor que era ingeniero militar y profesor de artillería en una escuela militar en
Francia.
La existencia y diseminación del libro impreso y la importancia que los Estados dan a la
ingeniería militar hacen que empiecen a surgir academias y escuelas en las que se
enseñan técnicas y ciencias experimentales. Recordemos que las universidades se
habían empezado a constituir en la Edad Media (Bolonia en 1100; París en 1150;
Salamanca en 1223; Cambridge en 1229) pero entre sus enseñanzas no estaban
incluidas las técnicas por lo cual hubo que buscar otros caminos que empezaron, una
vez más, por las enseñanzas de tecnologías relacionadas con el mundo militar.
Las enseñanzas técnicas empiezan en España, como en otros países, en las Academias
Militares, donde se comprende la necesidad de impartir conocimientos científicos,
especialmente matemáticas aplicadas, a todos aquellos que, en su calidad de
ingenieros militares deberán dedicarse a la construcción de obras públicas,
fortificaciones…etc. España fue una nación adelantada en estos aspectos durante los
siglos XVI y XVII, junto con territorios de Flandes y de Italia fuertemente relacionados
con la monarquía española. Recordemos que en esos siglos España era un imperio
dominante y siempre los imperios han tenido unos ejércitos poderosos y unas
tecnologías asociadas importantes. Por ello, citaremos solamente la descripción de las
enseñanzas técnicas en España.
En la segunda mitad del siglo XVI se fundaron Escuelas de Artillería en Burgos (1540),
Milán (1543) y Barcelona (1560), donde se enseñaban Matemáticas, Geometría,
Balística, Fundición y Teoría de la Fortificación. En el año 1583 se funda en Madrid la
Academia Real de Matemáticas, dirigida por Juan de Herrera. Se cerró en 1625 y
parece ser que ya expedía títulos de ingeniero militar en nombre del Rey. Con un
carácter parecido se abrió en 1720 la Real y Militar Academia de Matemáticas en
Barcelona. Finalmente, en mayo de 1764 se fundó el Real Colegio de Artillería de
Segovia, cuyo 350 aniversario se acaba de celebrar y en cuyas aulas enseñaron
prestigiosos científicos.
Si de la artillería y la construcción pasamos al mundo de la navegación, nos
encontramos con instituciones de enseñanza e investigación muy importantes.
Recordemos que durante los siglos XV y XVI se pasó de una navegación costera a una
navegación de altura y que en estas aventuras España y Portugal fueron potencias
mundiales adelantadas. La Casa de Contratación de Sevilla, fundada en 1503, pasa por
ser la primera institución gubernamental para el progreso de la tecnología según la
publicación Cosmographers and pilots of the spanish maritime empire, de Ursula Lamb
en la Universidad de Arizona. En dicha institución se enseñaban técnicas de
cartografía, astronomía, instrumentos de medida tales como el astrolabio, el
cuadrante, la ballestilla y la brújula. Era una actividad promovida por la monarquía y
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que se desarrollaba principalmente en el ámbito civil pero con una fuerte presencia de
las actividades militares para asegurar las expediciones a América.
Durante los siglos XV y XVI se publicaron gran cantidad de tratados técnicos sobre la
navegación entre los que cabe citar: Arte de navegar de Pedro de Medina, cosmógrafo
de la Casa de Contratación de Sevilla, tratado que fue publicado en 1545 y que tuvo 15
ediciones en francés, 5 en holandés, 3 en italiano y 2 en inglés; y Breve compendio de
la espera y de la arte de navegar de Martín Cortes, también de Sevilla, publicado en
1551 y que alcanzo hasta 10 ediciones en inglés. Otros muchos tratados puede
encontrarlos la persona interesada en publicaciones tales como Técnica e ingeniería en
España, vol 1, el Renacimiento, editado por la Academia de Ingeniería de España o en
Historia de la ciencia y de la técnica en España, vol 14, editada por Akal Editores. Esta
profusión de actividades, de enseñanzas y publicaciones han hecho que se pueda
afirmar sin exageración que Europa aprendió a navegar en libros españoles.
En cuanto a las instituciones de enseñanzas de tecnología o ingeniería señalemos
como importantes la creación de la Escuela Naval Militar de San Fernando (Cádiz) en el
año 1729, donde se enseñaban las artes de navegar y se organizaban expediciones
científicas tales como la medición del arco de meridiano en que tuvieron un papel
relevante Jorge Juan y Antonio Ulloa, ambos tenientes de navío en el año 1734. De la
importancia que la Armada daba a la tecnología da una prueba más el hecho de que
Jorge Juan fuera enviado a Inglaterra en 1745 en misiones que hoy diríamos de
espionaje industrial para observar y aprender las técnicas de construcción de buques.
En 1770 se crea el Cuerpo de Ingenieros de la Armada y en 1772 se abre la Academia
de Ingenieros de la Armada, que después de varios avatares quedo establecida en San
Fernando en 1845 como Escuela Superior de Ingenieros.
Durante buena parte del siglo XVIII, en un periodo denominado como despotismo
ilustrado, que fue un periodo de florecimiento de ciencias y técnicas en España, la
práctica totalidad de las actividades científicas estuvieron vinculadas a los Ejércitos y a
la Armada, tal como señala la Historia de la tecnología en España, de Salvat Editores,
hasta tal punto que, adelantándose dos siglos a lo que sería un hecho comentado en la
segunda mitad del siglo XX, puede hablarse da la Militarización de la ciencia tal como
escribe Jean Pierre Clement en Historia de la ciencia y de la técnica, vol 23, de Akal
Editores:
“Un medio frecuentemente utilizado por el poder central consistió en una fuerte
militarización de la ciencia. Algunas pruebas bastarán: la formación matemática y
astronómica se dio en la Academia de Guardias Marinas de Cádiz, la matemática y
química en la Academia de Artillería de Segovia,... Entre las razones posibles de esta
actitud política cabe señalar que muchos descubrimientos podían ser considerados
como secretos militares o útiles a la defensa del país: lo que tocaba a la navegación y a
la cartografía, por ejemplo. Por otra parte, a la autoridad le era más fácil imponer lo
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que no lograba hacer en las universidades, una reforma moderna y abierta, pero
controlada a la vez, en una escuela militar, es decir, en un centro en el que todos,
profesores y alumnos, estaban sometidos a una obediencia constante y total. Se puede
decir que la militarización de la Ciencia, que fue una característica del siglo XVIII
español, permitió fomentar (ilustración) y vigilar (despotismo) el progreso científico”.
Finalmente, para encuadrar las enseñanzas de ingeniería militar dentro del contexto
completo en España, expondré la siguiente tabla que muestra las fechas de creación
de las escuelas de ingeniería:
1720: Real y Militar Academia General de Matemáticas, Barcelona. Ing. militar
1762: Real Colegio de Artillería de Segovia. Ing. militar
1772: Academia de Ingeniería de la Armada. San Fernando. Ing. militar
1777: Escuela de Ingenieros de Minas de Almadén. Ing. Civil
1835: Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos. Madrid
1848: Escuela de ingenieros de Montes. Villaviciosa de Odón, Madrid
1850: Escuela de Ingenieros Industriales. Madrid. Civil
1855: Escuela Ingenieros Agrónomos. Madrid. Civil
1919: Escuela de Ingenieros Navales. Madrid. Civil
1920: Escuela de Ingenieros de Telecomunicación. Civil
1948: Escuela de Ingenieros Aeronáuticos. Civil. Madrid
Así pues, en España, como en la mayoría de países europeos las enseñanzas de
ingeniería comenzaron por el mundo militar y posteriormente se fueron implantando
también las del mundo civil, aunque siempre ha habido una relación bastante fuerte
entre ellas.
También tiene interés señalar que en la aparición de los Cuerpos de Ingeniería fueron
adelantados los del sector militar. Así, en 1711, se creó el Cuerpo de Ingenieros del
Ejército; en 1770, el Cuerpo de Ingenieros de la Armada y habrá que esperar a 1835
para la creación del primer Cuerpo de Ingenieros Civiles.
El siglo XX: la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría
Sería muy largo, seguir con ejemplos de épocas y desarrollos de tecnologías en una
conferencia de duración limitada. Por ello, me permito dar un salto y situarme en una
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de las épocas más fructíferas y mejor estudiadas de la relación entre tecnologías
militares y civiles. Es el periodo que va desde un poco antes de la Segunda Guerra
Mundial hasta el final de la Guerra Fría. Desde el desarrollo de la tecnología nuclear
con el famoso proyecto Manhattan, pasando por las tecnologías aeronáuticas y
electrónicas, en este periodo ha habido una fuerte relación entre los desarrollos
militares y los civiles precediendo, en unos casos los militares y en otro los civiles en
cuanto a su inicio y necesidad pero siempre con una fuerte relación entre ellas. Si ha
habido algún periodo en que la militarización de la tecnología ha sido más relevante es
este y sobre todo en los Estados Unidos de América del Norte, que ha sido además la
primera potencia tecnológica, además de militar del mundo. Como botón de muestra
baste señalar que durante este periodo la financiación de la Investigación y Desarrollo
(I+D) de tipo militar en el país mencionado ha supuesto más del 50% del presupuesto
total para I+D.
Dada la importancia que han tenido, tanto en las aplicaciones militares como en las
civiles y dada mí vinculación al mundo de las tecnologías electrónicas y de
telecomunicaciones describo brevemente dos casos: uno en que la necesidad militar
urgente propició el desarrollo del RADAR que luego pasaría también al mundo civil y el
desarrollo de la MICROELECTRÓNICA que comenzó con la necesidad de una aplicación
civil en equipos de telecomunicaciones y se desarrolló fuertemente gracias a las
necesidades militares.
Los antecedente científico-técnicos del radar se pueden buscar en el desarrollo de las
radiocomunicaciones en un periodo que va desde finales del siglo XIX hasta los años
treinta del siglo XX y ya gente como Marconi, Hulsmayer y Tesla habían demostrado la
posibilidad de detección de objetos por reflexión de ondas electromagnéticas, pero
otras necesidades tales como el desarrollo de las propias radiocomunicaciones y
telefónicas civiles llamaban la atención de los innovadores. Sin embargo, hacia los años
1933/34 en varios países europeos, principalmente en Gran Bretaña, se empezaba a
sentir la amenaza de una próxima guerra con Alemania. Fruto de esta preocupación
surgió la necesidad de disponer de algún arma de alerta contra los bombarderos
alemanes y desde varios laboratorios, entonces secretos, tanto en Inglaterra como en
Estados Unidos muchos científicos y técnicos civiles junto con los militares se pusieron
a trabajar en el nuevo sistema de detección a distancia, que eso significa en definitiva
el acrónimo RADAR (Radio Detecting and Ranging). El resultado fue que en 1939 se
logró la detección de aviones a 3.000 metros de altura y a 160 km de distancia. El
resultado de la contienda quedó recogido en la frase de Wiston Churchill: Radar won
the batttle of Britain. Para darnos una idea del esfuerzo de investigación y desarrollo
que este proyecto desencadenó notemos que en el famoso Instituto Tecnológico de
Massachusetts, MIT en abreviatura en inglés, comenzaron trabajando 12 personas en
I+D en el programa y en 1945 había más de 3.000 personas involucradas en el mismo y
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de este programa saldrían dos premios Nobel de Física: E.M. Purcell (1952) y Julián
Schwinger (1965).
Actualmente, los sistemas de radares son ampliamente utilizados para la navegación
aérea y marítima civiles, para la seguridad de tráfico en carreteras, para la protección
de edificios, para las predicciones meteorológicas y otra más, aparte de las propias
aplicaciones militares que han unido el guiado de aviones y misiles a las aplicaciones
iniciales de localización de objetos en movimiento. Tal como señalan Peter Hall y P.
Preston en el libro The carrier wave:
“Thus, work on radar, impelled by rearmament, had a major impact on the
development of electronic technology generally… The high priority given to the radar
work, the direct cooperation of the best scientist from industry, university and
government, together with the relatively large resources available, led to an
extraordinary rapid flow of new devices and equipment without previous parallel in
the history of industry. Indeed, the success of the radar programme clearly shows how
a technical lag could be overcame by a country with adequate scientific resources one
the decision has been taken”.
La invención del transistor constituye una de las innovaciones radicales más
importantes del siglo XX, no sólo en sí misma sino porque es el punto de partida de
toda una cadena de innovaciones posteriores que dan lugar a los circuitos integrados,
a los microprocesadores y a otros dispositivos que configuran todo el desarrollo de la
tecnología microelectrónica cuyo impacto en cantidad enorme de aplicaciones civiles
y militares ha sido extraordinaria y sin duda necesaria para otras grandes innovaciones
más recientes como la telefonía móvil e internet.
En los años cuarenta las centrales de conmutación telefónica se basaban en el uso se
miles de relés electromecánicos que eran dispositivos voluminosos, lentos,
consumidores de energía, ruidosos y difíciles de fabricar. En los circuitos y redes de
transmisión telefónica y en los sistemas de radiodifusión y de la naciente televisión se
utilizaban como dispositivos detectores y amplificadores los tubos de vacío o válvula,
dispositivos frágiles, de fabricación complicada, consumidores de energía y disipadores
de la misma. En los laboratorios de la Bell Telephone se percibía la necesidad de
encontrar otro tipo de dispositivos que sustituyeran a los anteriores con mejores
prestaciones que aquellos y a ello se dedican varios equipos de investigación
trabajando en el área del estado sólido.
En navidad del año 1947 tres científicos de los laboratorios citados presentan el
transistor, dispositivo aún rudimentario que sustituiría pronto a los relés y los tubos de
vacío. Los tres científicos eran John Bardeen, Walter Brattain y William Shockley a los
cuales les fue concedido el premio Nobel de Física en el año 1956.
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El desarrollo inicial y la fabricación de transistores fue lenta durante los primeros años,
por el cambio de rutina y por la dificultad de los procesos. Los ejércitos no habían
desempeñado ningún papel en el nacimiento y desarrollo inicial del transistor, ni
siquiera en la formulación de la necesidad. Sin embargo en 1952 el Departamento de
Defensa (DoD) se interesó por el tema, dada la importancia que podía tener para los
equipos embarcados la sustitución de los relés y tubos de vacío por los transistores.
Para darnos una idea de la electrónica incorporada a plataformas en el libro From
compass to computer de W.A. Atherton se señala: “Un destructor de 1937 solo llevaba
60 válvulas, uno de 1952 llevaba 3.200. Un avión bombardero B-29 llevaba del orden
de 1.000 tubos de vacío y electrónica asociada”. La Fuerza Aérea estimo en 1952 que al
menos un 40% de la electrónica de un avión podía ser sustituida por transistores con
un ahorro del 20% en tamaño y del 25% en peso. De ahí que se dedicara financiación
abundante a laboratorios universitarios y a empresas del sector para desarrollar de
forma rápida y fiable el proceso de fabricación y mejora, siendo el Departamento de
Defensa además el principal cliente, tal como puede comprobarse en el cuadro
siguiente:
Del transistor se pasó a la idea de construir circuitos completos en estado sólido, lo
que se conocería como circuitos integrados. Nuevamente fue el DoD quien financió la
I+D en esta área y además el cliente principal de los circuitos. En 1959, Jack Kilby, de la
empresa Texas Instruments y Robert Noyce, de la empresa Fairchild consiguieron los
primeros resultados y comenzó el desarrollo y las aplicaciones. A Jack Kilby le fue
concedido el premio Nobel de Física en el año 2000.
La importancia de la función de los ejércitos en el desarrollo de los circuitos integrados
se aprecia bien en el siguiente cuadro
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donde se comprueba que durante los primeros años el Ejército era el cliente único y
luego va entrando en el mercado de las aplicaciones civiles las aplicaciones civiles,
debido sobre todo al desarrollo de los computadores electrónicos digitales, grandes
consumidores de circuitos integrados y transistores.
Como conclusión a este apartado, he aportado dos ejemplos de los dos caminos de los
que hablábamos al comienzo en los que el mundo militar influye en el desarrollo de las
tecnologías: propiciando directamente el invento y la aplicación que luego pasará al
mundo civil o apoyando un invento del mundo civil lo que facilita su rápido desarrollo.
La importancia de los ejércitos en el desarrollo de las tecnologías microelectrónicas
queda muy bien expresado en el libro citado anteriormente que dice:
“El Ejército de los EEUU fue el mercado mayor de electrónica así como la mayor fuente
de financiación durante el periodo en que la nación estuvo involucrada en La Guerra
Fría, en la carrera espacial y en la guerra de Vietnam”.
Otros muchos ejemplos de innovaciones tecnológicas en las que la relación entre las
aplicaciones civiles y militares ha sido estrecha podrían desarrollarse pero el tiempo de
la exposición es limitado. Señalaré solamente que el campo de los ordenadores
digitales y de Internet es un gran deudor de las necesidades y planteamiento de los
militares en EEUU y también el campo de la Investigación de Operaciones, surgida de
necesidades en la Segunda Guerra Mundial y que luego ha tenido un enorme
desarrollo en el mundo empresarial y en las escuelas de negocios. De Internet sólo
repetiré unos párrafos del libro La Galaxia Internet, de Manuel Castell que me parecen
muy acertados. Son estos:
“Internet nació de la insólita encrucijada entre la gran ciencia, la investigación militar y
la cultura libertaria. Las grandes universidades investigadoras y los “Think-tanks”
especializados en temas de defensa constituyeron puntos de encuentro
fundamentales entre estas tres fuentes de Internet. Arpanet tuvo su origen en el
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Departamento de Defensa de Estados Unidos, pero sus aplicaciones militares fueron
secundarias en su proyecto tecnológico”.
De la Investigación de Operaciones resulta interesante recoger la cita de Lewis
Mumford:
“El levantamiento de planos, el uso de mapas, el plan de campaña, mucho antes de
que los hombres de negocios idearan los diagramas de organización y de ventas, la
coordinación del transporte, los suministros y la producción, la amplia división entre
caballería, infantería y artillería, y la división del proceso de producción entre cada una
de dichas ramas; finalmente, la distinción de funciones entre las actividades de la plana
mayor y las del campo, todas esas características colocaron el arte de la guerra muy
por delante de los negocios o de la artesanía, con sus mezquinos, empíricos y faltos de
perspicacia métodos de preparación y operación. El ejército es de hecho la forma ideal
hacia la cual debe tender un sistema industrial puramente mecánico”.
La institucionalización de la I+D militar
Las experiencias previas y simultáneas a la Segunda Guerra Mundial, surgidas o
estimuladas por necesidades apremiantes mostraron varios hechos importantes. Por
un lado, la capacidad del conocimiento científico básico puesta al servicio de proyectos
orientados a una finalidad práctica era enormemente útil. Por otra parte, la técnica
existente había alcanzado un techo de realizaciones prácticas y, finalmente, la
formación de equipos multidisciplinares formados por científicos, ingenieros, militares,
gestores y políticos, orientados hacia una finalidad, conducía a medio plazo a éxitos
espectaculares, aunque por el camino hubieran existido fracasos.
Sin embargo, estas experiencias, debido al apremio impuesto por las necesidades de la
guerra, fueron brotando de forma aislada en un terreno en el que ya existía un cierto
caldo de cultivo científico y tecnológico. ¿Podrían utilizarse estas experiencias para
plantear una nueva política científica y tecnológica de tipo institucional que sirviera
para el desarrollo económico y social de una nación de forma permanente tanto en
tiempos de guerra como en tiempos de paz?
Esta pregunta se la hizo en los Estados Unidos mucha gente implicada en la política, en
la tecnología y en las empresas. Y las más importantes fueron las preguntas que en
noviembre de 1944, sin concluir aún la guerra, formuló el Presidente Roosevelt a
Vannevar Bush, destacado profesor, ingeniero y empresario, para que respondiera al
frente de una comisión e iniciar una nueva política científica. Estas preguntas eran:
1. ¿Qué puede hacerse de manera coherente con la seguridad militar y con la
aprobación previa de las autoridades militares para hacer conocer al mundo lo más
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pronto posible las contribuciones que durante nuestro esfuerzo bélico hicimos al
conocimiento científico?
2. Con especial referencia la guerra de la ciencia contra la enfermedad, ¿qué puede
hacerse hoy para organizar un programa a fin de proseguir en el futuro los trabajos
realizados en medicina y ciencias relacionadas?
3. ¿Qué puede hacer el gobierno hoy y en el futuro para apoyar las actividades de
investigación encargadas por organizaciones públicas y privadas?
4. ¿Puede proponerse un programa eficaz para descubrir y desarrollar el talento
científico de la juventud norteamericana de modo que sea posible asegurar la
continuidad futura de la investigación científica en este país en un nivel
comparable al alcanzado durante la guerra?
A responder a estas preguntas y preparar las futuras líneas de política científica y
tecnológica se dedicó el informe, hoy un clásico, Science, the endless frontier, del
citado V. Bush, cuya lectura recomiendo. Entre las muchas propuestas que contiene el
informe, asignaba al Gobierno de la nación el papel principal de agente tecnocientífico
del país guardando un lugar relevante para el Departamento de Defensa y al
importante papel que deberían jugar los ejércitos.
Así pues, las políticas de Defensa jugaron un papel muy importante en el despegue de
las modernas políticas del sistema Ciencia-Tecnología-Sociedad, hasta tal punto que el
filósofo, matemático y profesor Javier Echeverría, en su libro La Revolución
tecnocientífica postula que algunos de los valores militares entran a formar parte del
propio núcleo axiológico de las acciones tecnocientíficas, junto con los valores
epistémicos, técnicos y económicos a los que hacíamos referencia en la definición
general de tecnología.
Confío en que ahora comprenda algo mejor que antes la importancia que la defensa ha
tenido y tiene en el desarrollo científico-tecnológico y su estrecha vinculación con las
tecnologías del mundo civil y del trabajar junto con universidades, empresas, militares,
gestores y científicos .Para acabar, ya que he ido citando libros muy interesantes cuya
lectura recomiendo, permítanme que cite el libro del cual he extraído esta conferencia
y en el cual encontrarán ampliadas las ideas que he ido exponiendo. Se trata de:
Relaciones entre las innovaciones tecnológicas y la defensa. Casos y políticas.
Muchas gracias por su atención.
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