fernado savater - etica para amador

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FERNANDO SAVATER, Ética para Amador
CAPÍTULO CUARTO
DATE LA BUENA VIDA
¿Qué pretendo decirte poniendo un «haz lo que quieras» como
lema fundamental de esa ética hacia la que vamos tanteando? Pues
sencillamente (aunque luego resultará que no es tan sencillo, me
temo) que hay que dejarse de órdenes y costumbres, de premios y
castigos, en una palabra de cuanto quiere dirigirte desde fuera' y
que tienes que plantearte todo este asunto desde ti mismo, desde el
fuero interno de tu voluntad. No le preguntes a nadie qué es lo que
debes hacer con tu vida: pregúntatelo a ti mismo. Si deseas saber
en qué puedes emplear mejor tu libertad, no la pierdas poniéndote
ya desde el principio al servicio de otro o de otros, Por buenos,
sabios y respetables que sean: interroga sobre el uso de tu
libertad... a la libertad misma.
Claro, como eres chico listo puede que te estés dando ya cuenta de
que aquí hay una cierta contradicción. Si te digo «haz lo que
quieras» parece que te estoy dando de todas formas una orden,
«haz eso y no lo otro», aunque sea la orden de que actúes
libremente. ¡Vaya orden más complicada, cuando se la examina de
cerca! Si la cumples, la desobedeces (porque no haces lo que
quieres, sino lo que quiero yo que te lo mando); si la desobedeces,
la cumples (porque haces lo que tú quieres en lugar de lo que yo te
mando... ¡pero eso es precisamente lo que te estoy mandando!).
Créeme, no pretendo meterte en un rompecabezas como los que
aparecen en la sección de pasatiempos de los periódicos. Aunque
procure decirte todo esto sonriendo para que no nos aburramos
más de lo debido, el asunto es serio: no se trata de pasar el tiempo,
sino de vivirlo bien. La aparente contradicción que encierra ese
«haz lo que quieras » no es sino un reflejo del problema esencial de
la libertad misma: a saber, que no somos libres de no ser libres, que
no tenemos más remedio que serlo. ¿Y si me dices que ya está
bien, que estás harto y que no quieres seguir siendo libre? ¿Y si
decides entregarte como esclavo al mejor postor o jurar que
obedecerás en todo y para siempre a tal o cual tirano? Pues lo
harás porque quieres, en uso de tu libertad y aunque obedezcas a
otro o te dejes llevar por la masa seguirás actuando tal como
prefieres: no renunciarás a elegir, sino que habrás elegido ,lo elegir
por ti mismo. Por eso un filósofo francés de nuestro siglo, Jean-Paul
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Sartre, dijo que «estamos condenados a la libertad». Para esa
condena, no hay indulto que valga...
De modo que mi «haz lo que quieras» no es más que una forma de
decirte que te tomes en serio el problema de tu libertad, lo de que
nadie puede dispensarte de la responsabilidad creadora de escoger
tu camino. No te preguntes con demasiado morbo si «merece la
pena>> todo este jaleo de la libertad, porque quieras o no eres libre,
quieras o no tienes que querer. Aunque digas que no quieres saber
nada de estos asuntos tan fastidiosos y que te deje en paz, también
estarás queriendo... queriendo no saber nada, queriendo que te
dejen en paz aun a costa de aborregarte un poco o un mucho. ¡Son
las cosas del querer, amigo mío, como dice la copla! Pero no
confundamos este «haz lo que quieras» con los caprichos de que
hemos hablado antes. Una cosa es que hagas «lo que quieras» y
otra bien distinta que hagas «lo primero que te venga en gana». No
digo que en ciertas ocasiones no pueda bastar la pura Y simple
gana de algo: al elegir qué vas a comer en un restaurante, por
ejemplo. Ya que afortunadamente tienes buen estómago Y no te
preocupa engordar, pues venga, pide lo que te dé la gana... Pero
cuidado, que aveces con la «gana» no se gana sino que se pierde.
Ejemplo al canto.
No sé si has leído mucho la Biblia. Está llena de cosas
interesantes y no hace falta ser muy religioso, ya sabes que yo lo
soy más bien poco para apreciarlas. En el primero de sus libros, el
Génesis, se cuenta la historia de Esaú y Jacob, hijos de Isaac. Eran
hermanos gemelos, pero Esaú había salido primero del vientre de
su madre, lo que le concedía el derecho de primogenitura: ser
primogénito en aquellos tiempos no era cosa sin importancia,
porque significaba estar destinado a heredar todas las posesiones y
privilegios del padre. A Esaú le gustaba ir de caza y correr
aventuras, mientras que Jacob prefería quedarse en casita,
preparando de vez en cuando algunas delicias culinarias. Cierto día
volvió Esaú del campo cansado y hambriento. Jacob había
preparado un suculento potaje de lentejas y a su hermano, nada
más llegarle el olorcillo del guiso, se le hizo la boca agua. Le
entraron muchas ganas de comerlo y pidió a Jacob que le invitara.
El hermano cocinero le dijo que con mucho gusto pero no gratis
sino a cambio del derecho de primogenitura. Esaú pensó: «Ahora lo
que me apetecen son las lentejas. Lo de heredar a mi padre será
dentro de mucho tiempo. ¡Quién sabe, a lo mejor me muero yo
antes que él!» Y accedió a cambiar sus futuros derechos de
primogénito por las sabrosas lentejas del presente. ¡Debían oler
estupendamente esas lentejas! Ni que decir tiene que más tarde, ya
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repleta la panza, se arrepintió del mal negocio que había hecho, lo
que provocó bastantes problemas entre los hermanos (dicho sea
con el respeto debido, siempre me ha dado la impresión de que
Jacob era un pájaro de mucho cuidado). Pero si quieres saber cómo
acaba la historia, léete el Génesis. Para lo que aquí nos interesa
ejemplificar basta con lo que te he contado.
Como te veo un poco sublevado, no me extrañaría que intentaras
volver esta historia contra lo que te vengo diciendo: «¿No me
recomendabas tú eso tan bonito de "haz lo que quieras"? Pues ahí
tienes: Esaú quería potaje, se empeñó en conseguirlo y al final se
quedó sin herencia. ¡Menudo éxito! » Sí, claro, pero... ¿eran esas
lentejas lo que Esaú quería de veras o simplemente lo que le
apetecía en aquel momento? Después de todo, ser el primogénito
era entonces una cosa muy rentable y en cambio las lentejas ya se
sabe: si quieres las tomas y si no las dejas... Es lógico pensar que
lo que Esaú quería en el fondo era la primogenitura, un derecho
destinado a mejorarle mucho la vida en un plazo más o menos
próximo. Por supuesto, también le apetecía comer potaje, pero si se
hubiese molestado en pensar un poco se habría dado cuenta de
que este segundo deseo podía esperar un rato con tal de no
estropear sus posibilidades de conseguir lo fundamental. A veces
los hombres querernos cosas contradictorias que entran en conflicto
unas con otras. Es importante ser capaz de establecer prioridades y
de imponer una cierta jerarquía entre lo que de pronto me apetece y
lo que en el fondo, a la larga, quiero. Y si no, que se lo pregunten a
Esaú...
En el cuento bíblico hay un detalle importante. Lo que determina
a Esaú para que elija el potaje presente y renuncie a la herencia
futura es la sombra de la muerte o, si prefieres, el desánimo
producido por la brevedad de la vida. «Como sé que me voy a morir
de todos modos y a lo mejor antes que mi padre... ¿para qué
molestarme en dar más vueltas a lo que me conviene? ¡Ahora
quiero lentejas y mañana estaré muerto, de modo que vengan las
lentejas y se acabó! » Parece como si a Esaú la certeza de la
muerte le llevase a pensar que la vida ya no vale la pena, que todo
da igual. Pero lo que hace que todo dé igual no es la vida, sino la
muerte. Fíjate: por miedo a la muerte, Esaú decide vivir como si ya
estuviese muerto y todo diese igual. La vida está hecha de tiempo,
nuestro presente está lleno de recuerdos Y esperanzas, pero Esaú
vive como si para él ya no hubiese otra realidad que el aroma de
lentejas que le llega ahorita mismo a la nariz, sin ayer ni mañana.
Aún más: nuestra vida está hecha de relaciones con los demás
-somos padres, hijos, hermanos, amigos o enemigos, herederos o
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heredados, etc.-, pero Esaú decide que las lentejas (que son una
cosa, no una persona) cuentan más para él que esas vinculaciones
con otros que le hacen ser quien es. Y ahora una pregunta:
¿cumple Esaú realmente lo que quiere o es que la muerte le tiene
como hipnotizado, paralizando y estropeando su querer?
Dejemos a Esaú con sus caprichos culinarios y sus líos de familia.
Volvamos a tu caso, que es el que aquí nos interesa. Si te digo que
hagas lo que quieras, lo primero que parece oportuno hacer es que
pienses con detenimiento y a fondo qué es lo que quieres. Sin duda
te apetecen muchas cosas, a menudo contradictorias, como le pasa
a todo el mundo: quieres tener una moto pero no quieres romperte
la crisma por la carretera, quieres tener amigos pero sin perder tu
independencia, quieres tener dinero pero no quieres avasallar al
prójimo para conseguirlo, quieres saber cosas y por ello
comprendes que hay que estudiar pero también quieres divertirte,
quieres que yo no te dé la lata y te deje vivir a tu aire pero también
que esté ahí para ayudarte cuando lo necesites, etc. En una
palabra, si tuvieras que resumir todo esto y poner en palabras
sinceramente tu deseo global de fondo, me dirías: «Mira, papi, lo
que quiero es darme la buena vida. » ¡Bravo! ¡Premio para el
caballero! Eso mismito es lo que yo quería aconsejarte: cuando te
dije «haz lo que quieras» lo que en el fondo pretendía recomendarte
es que te atrevieras a darte la buena vida. Y no hagas caso a los
tristes ni a los beatos, con perdón: la ética no es más que el intento
racional de averiguar cómo vivir mejor. Si merece la pena
interesarse por la ética es porque nos gusta la buena vida. Sólo
quien ha nacido para esclavo o quien tiene tanto miedo a la muerte
que cree que todo da igual se dedica a las lentejas y vive de
cualquier manera...
Quieres darte la buena vida: estupendo. Pero también quieres
que esa buena vida no sea la buena vida de una coliflor o de un
escarabajo, con todo mi respeto para ambas especies, sino una
buena vida humana. Es lo que te corresponde, creo yo. Y estoy
seguro de que a ello no renunciarías por nada del mundo. Ser
humano, ya lo hemos indicado antes, consiste principalmente en
tener relaciones con los otros seres humanos. Si pudieras tener
muchísimo dinero, una casa más suntuosa que un palacio de las mil
y una noches, las mejores ropas, los más exquisitos alimentos
(¡muchísimas lentejas!), los más sofisticados aparatos, etc., pero
todo ello a costa de no volver a ver ni a ser visto por ningún ser
humano jamás, ¿estarías contento? ¿Cuánto tiempo podrías vivir
así sin volverte loco? ¿No es la mayor de las locuras querer las
cosas a costa de la relación con las personas? ¡Pero si
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precisamente la gracia de todas esas cosas estriba en que te
permiten -o parecen permitirte- relacionarte más favorablemente
con los demás! Por medio del dinero se espera poder deslumbrar o
comprar a los otros; las ropas son para gustarles o para que nos
envidien; y lo mismo la buena casa, los mejores vinos, etcétera. Y
no digamos los aparatos: el vídeo y la tele son para verles mejor, el
compact para oírles mejor y así sucesivamente. Muy pocas cosas
conservan su gracia en la soledad; y si la soledad es completa y
definitiva, todas las cosas se amargan irremediablernente. La buena
vida humana es buena vida entre seres humanos o de lo contrario
puede que sea vida, pero no será ni buena ni humana. ¿Empiezas a
ver por dónde voy?. Las cosas pueden ser bonitas y útiles, los
animales (por lo menos algunos) resultan simpáticos, pero los
hombres lo que querernos ser es humanos, no herramientas ni
bichos. Y queremos también ser tratados como humanos, porque
eso de la humanidad depende en buena medida de lo que los unos
hacernos con los otros. Me explico: el melocotón nace melocotón, el
leopardo viene ya al mundo como leopardo, pero el hombre no nace
ya hombre del todo ni nunca llega a serlo si los demás no le
ayudan. ¿Por qué? Porque el hombre no es solamente una realidad
biológica, natural (como los melocotones o los leopardos), sino
también una realidad cultural. No hay humanidad sin aprendizaje
cultural y para empezar sin la base de toda cultura (y fundamento
por tanto de nuestra humanidad): el lenguaje. El mundo en el que
vivimos los humanos es un mundo lingüístico, una realidad de
símbolos y leyes sin la cual no sólo seríamos incapaces de
comunicarnos entre nosotros sino también de captar la significación
de lo que nos rodea. Pero nadie puede aprender a hablar por sí solo
(como podría aprender a comer por sí solo o a mear -con perdónpor sí solo), porque el lenguaje no es una función natural y biológica
del hombre (aunque tenga su base en nuestra condición biológica,
claro está) sino una creación cultural que heredamos y aprendemos
de otros hombres.
Por eso hablar a alguien y escucharle es tratarle como a una
persona, por lo menos empezar a darle un trato humano. Es sólo un
primer paso, desde luego, porque la cultura dentro de la cual nos
humanizamos unos a otros parte del lenguaje pero no es
simplemente lenguaje. Hay otras formas de demostrar que nos
reconocemos como humanos, es decir, estilos de respeto y de
miramientos humanizadores que tenemos unos para con otros.
Todos queremos que se nos trate así y si no, protestamos. Por eso
las chicas se quejan de que se las trate como mujeres «objeto» es
decir, simples adornos o herramientas; y por eso cuando insultamos
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a alguien le llamamos « ¡animal! », como advirtiéndole que está
rompiendo el trato debido entre hombres y que como siga así
podemos pagarle con la misma moneda. Lo más importante de todo
esto me parece lo siguiente: que la humanización (es decir, lo que
nos convierte en humanos, en lo que queremos ser) es un proceso
recíproco (como el propio lenguaje, ¿te das cuenta?). Para que los
demás puedan hacerme humano, tengo yo que hacerles humanos a
ellos; si para mí todos son como cosas o como bestias, yo no seré
mejor que una cosa o una bestia tampoco. Por eso darse la buena
vida no puede ser algo muy distinto a fin de cuentas de dar la buena
vida. Piénsalo un poco, por favor.
Más adelante seguiremos con esta cuestión. Ahora, para concluir
este capítulo de Modo más relajado, te propongo que nos vayamos
al cine. Podemos ver, si quieres, una hermosísima película dirigida
e interpretada Por Orson Welles: Ciudadano Kane. Te la recuerdo
brevemente, Kane es un multimillonario que con pocos escrúpulos
ha reunido en su palacio de Xanadú una enorme colección de todas
las cosas hermosas y caras del mundo. Tiene de todo, sin duda, y a
todos los que le rodean les utiliza para sus fines, como simples
instrumentos de su ambición. Al final de su vida, pasea solo por los
salones de su mansión, llenos de espejos que le devuelven mil
veces su propia imagen de solitario: sólo su imagen le hace
compañía. Al fin muere, murmurando una palabra: «¡Rosebud!» Un
periodista intenta adivinar el significado de este último gemido, pero
no lo logra. En realidad, «Rosebud» es el nombre escrito en un
trineo con el que Kane jugaba cuando niño, en la época en que aún
vivía rodeado de afecto y devolviendo afecto a quienes le rodeaban.
Todas sus riquezas y todo el poder acumulado sobre los otros no
habían podido comprarle nada mejor que aquel recuerdo infantil.
Ese trineo, símbolo de dulces relaciones humanas, era en verdad lo
que Kane quería, la buena vida que había sacrificado para
conseguir millones de cosas que en realidad no le servían para
nada. Y sin embargo la mayoría le envidiaba... Venga, vámonos al
cine: mañana seguiremos.
Vete leyendo...
Y guisó Jacob un potaje; y volviendo Esaú del campo, cansado,
dijo a Jacob: Te ruego que me des a comer de ese guiso rojo, pues
estoy muy cansado.
Y Jacob respondió: Véndeme en este día tu primogenitura.
Entonces dijo Esaú: He aquí que yo me voy a morir; ¿para qué,
pues, me servirá la primogenitura?
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«Y dijo Jacob: Júramelo en este día. Y le juró, y vendió a Jacob
su primogenitura.
«Entonces Jacob dio a Esaú pan y del guisado de las lentejas; y
él comió y bebió, se levantó y se fue. Así menospreció Esaú la
primogenitura» (Génesis, XXV, 27 a 34).
«Quizá el hombre es malo porque, durante toda la vida, está
esperando morir: y así muere mil veces en la muerte de los otros y
de las cosas.
«Pues todo animal consciente de estar en peligro de muerte se
vuelve loco. Loco miedoso, loco astuto, loco malvado, loco que
huye, loco servil, loco furioso, loco odiador, loco embrollador, loco
asesino» (Tony Duvert, Abecedario malévolo).
«Un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su
sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida»
(Spinoza, Ética).
«Hombre libre es el que quiere sin la arrogancia de lo arbitrario.
Cree en la realidad, es decir, en el lazo real que une la dualidad real
del Yo y del Tú. Cree en el Destino y cree que el Destino le
necesita... Pues lo que ha de acontecer no acontecerá si no está
resuelto a querer lo que es capaz de querer» (Martin Buber, Yo y
tú).
«Ser capaz de prestarse atención a uno mismo es requisito
previo para tener la capacidad de prestar atención a los demás; el
sentirse a gusto con uno mismo es la condición necesaria para
relacionarse con otros »(Erich Fromm, Ética y psicoanálisis).
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